Flores Marchitas || Libre

Era agradable sentir la frescura que despedía aquel lugar. Aquel recinto rebosante de vida, de vegetación y  olores. Más aún cuando la mayoría del tiempo sólo hueles muerte y podredumbre acicalada con unas gotas de perfume para intentar taparlas, para darle unos toques que eviten que todo el mundo se aparte en tu camino.

Había optado por un vestido más tapado ya que el frio aplacaba cualquier intención de llevar los escotes prominentes típicos de épocas más cálidas. Aún así, no faltaba la sugerente ventana que había arrancado algún que otro suspiro por doquier, una ventana a una mujer peligrosa, armada con sus colmillos y sus garras. Una mujer que puede convertirse en una serpiente en caso de necesitarlo. No, ya no era una joven inocente, si es que alguna vez lo fue.

Aquella noche, el lugar tenía las puertas abiertas por la noche, como único día del año. Habían colocado velas en los senderos, a ambos lados y guiaban el camino por las zonas que se podían visitar. En los laterales, de vez en cuando, unos bancos de madera hacían la función de descanso, de reposo mientras se contemplaba aquel lugar que, aunque menguado por la oscuridad, tenía el brillo especial de los colores apagados y el romanticismo de las luces lanzando las sombras sobre rosas y claveles, jazmines y amapolas.

Caminaba sola, como siempre. Por fin, desde que había llegado a esa ciudad, me sentía integrada en algún que otro grupo. Había conocido a alguno de mi clase y a alguno de los humanos que merodeaban las zonas por las que me solía mover. Desde la fiesta en la que conocí a la joven que cambió mi vida, no había aparecido por ninguna más por miedo a represarías, a venganzas por haber hecho un poco lo que creía oportuno cuando se me presentó la tesitura del que hacer.

El lugar estaba abarrotado de gente, tanto así que era difícil algún lugar donde sentarse. Tampoco es que lo necesitara pero, el continuo camino sin parar hacía que me perdiera demasiadas cosas, demasiados momentos entre las flores, no pudiendo disfrutar plenamente de ellas.

Un poco más adelante por fin dí con un banco que parecía haber sido recientemente dejado. Aceleré el paso y conseguí tomar posesión de el. Reposé las manos sobre la madera fría y sentí su tacto mirando al frente, a un majestuoso arbusto de mezclas rojas, azules y verdes. L' origine de la vie. era su nombre. Algo que le venía como anillo al dedo pues, daba la impresión que podría ser el comienzo de todo por su modo de emerger y la consumación con sus amplios matices coronados por cientos de flores.

- No hay nada más bello que vivir para ver estas cosas... - pensé en voz alta siendo incapaz de apartar la mirada mientras se iluminaba aún más por la luz de la Luna.

La noche no era lugar para una dama, le había dicho su Madrastra durante toda su vida, que era una mujer muy correcta y preocupada por la imagen que ella misma y su familia proyectaba ante la sociedad, Lin no recordaba haberla visto en bailes o eventos nocturnos, ni siquiera en fiestas organizadas por las más exquisitas familias de la Aristocracia, si el evento se llevaba a cabo luego de que el sol se ponía, para ella era inaceptable.

Durante muchos años Lin mantuvo cierta reserva hacía la oscuridad en general y no gustaba de recorrer las calles a esas horas aunque había escuchado que París cobraba vida en su máxima expresión cuando la ciudad se sumía en las sombras. Cafés, teatros y demás sitios que abrían sus puertas hasta la media noche, inundaban las calles con luces y con el agradable sonido de la tertulia. Esa noche Lin decidió salir de su capullo imaginario en el castillo y recorrer las calles Parisinas con sólo la luna como compañía.

Sus pies le llevaron al jardín botánico, aquel era un lugar que gustaba recorrer de día, las flores siempre le arrancaban una sonrisa sin importar el estado de ánimo que tuviese, sus colores tenían el mágico poder de levantárle el ánimo. Invierno había comenzado y el frío amenazaba con calarle los huesos por lo que Lin llevaba un enorme abrigo que la cubría por completo, ocultando su menudo y delgado cuerpo. El sitio estaba decorado con antorchas pues al parecer había una celebración de algún tipo.

Lin se sorprendió de que en el invernadero las flores se hubiesen conservado aún a pesar del frío, pero en los alrededores la mayoría estaban simplemente marchitas. Escuchó la voz de una mujer que estaba sentada en un banco, desde su posición Lin sólo veía su espalda, se acercó un poco y observó el arbusto con sus colorida flores.

- Las flores tienen ese efecto en la gente - Comentó Lin quedándose de pie tras de ella - A mi me encanta venir a verlas pues sin importar como me sienta, siempre me sacan una sonrisa, ese es el poder de las flores, son un regalo de la naturaleza - Concluyó con una voz delicada.

A veces, pensar en voz alta hace que la gente de tu alrededor se percate de lo que tu mente se niega a ocultar. Aquella, parecía haber sido una de esas. Escuché la voz suave a mis espaldas y no me sobresalté: hacía demasiado tiempo que los sustos por esas cosas habían pasado a un segundo plano así como muchas otras cosas.

Me mantuve un minuto más mirando al frente, al arbusto. Como si no hubiera escuchado las palabras de la dama a mis espaldas. Aferrándome a la sensación que la visión producía en mi. Siendo participe de las dos caras de la misma moneda: la vida abriéndose paso a través de las condiciones meteorológicas adversas, creciendo y formándose, luchando contra todo. Mientras que, sentada en un banco, vivía la muerte, imperecedera e inamovible, sin brillo ni esplendor. Simplemente siendo algo que está y que nunca cambia.

Finalmente giré el rostro hacia un lado para toparme con el origen de la voz. Era una joven menuda, aunque estaba oculta bajo un gran abrigo que la protegía del invierno y de la noche. Sus rasgos me hicieron pensar que no era de allí, ya que eran de un corte más oriental. Aún así, y dado mi conocimiento más bien novato del idioma, no había tenido demasiadas dificultades para entenderla.

La miré en silencio durante un instante, escudriñando sus pupilas negras y sus ojos rasgados, buscando evitar sorpresas y descubriendo, para mi gozo, que no me encontraba ante más seres sobrenaturales. No, esta vez había dado con una humana. Y por lo que transmitían sus ropas, debía de pertenecer a algún escalón social superior al cual yo me ubicaba. No obstante, los complementos y demás sólo son decorados que se colocan en el cuerpo al igual que un cuadro y desnudos, todos los seres somos iguales... al menos esa era mi idea sin conocer las inmensidades que se ocultan en la noche. Además, era gracioso que los vampiros también estuviéramos colocados de algún modo en clases sociales pues siempre teníamos la posibilidad de ascender cuando quisiéramos. Bastaba con una gota de sangre en los labios adecuados para que muchas puertas se abrieran.

No llamaba demasiado la atención ya que estaba alimentada recientemente y, aunque mi rostro era pálido, la tenue luz lo disimulaba lo suficiente para no sobresaltar por mi aspecto "enfermo". Llevaba las manos ocultas bajo unos guantes y los labios al natural, no pretendía que me miraran directamente a ellos, no si pretendía ocultar lo que se ocultaba debajo de ellos. Hay noches para todo y hoy pretendía tener una tranquila  y lo más "normal" posible.

- Sonrisas que arrancará a aquellos que tengan algo por lo que sonreír - respondí. La verdad es que quizás podía parecer depresiva o negativa, pero hacía tiempo que la vida cada vez tenía menos sentido y sólo con esos momentos, podía sentir la necesidad de levantarme un día más - Perdone, tengo una noche ligeramente turbia - me disculpé casi al instante - Es bello, el problema es que es efímero y su belleza casi se pierde antes de poder llegar a su máximo esplendor - seguí diciendo.

Luego consciente de que ni tan siquiera sabía el nombre de aquella dama. Me levanté y caminé unos pasos hacia ella, despacio, sin pretender sobresaltarla por mi cercanía o por cualquier otro rasgo "diferente" que pudiera ver en mi.

- Catalina de Aragón - me presenté - ¿Con quién tengo el gusto de estar compartiendo mis pensamientos?

La mujer se había quedado en silencio unos instantes y Lin pensó que sería mejor seguir el recorrido, cuando esta se giró. La Francesa se sorprendió al descubrir el rostro de aquella mujer en el banco, sus facciones eran preciosas, Lin tuvo la impresión de que se trataba de una especie de ángel en la tierra, la piel era demasiado perfecta y pálida, sus labios al natural y sus ojos tenían un encanto casi sobrenatural. Sin embargo las palabras que salieron de su boca fueron tristes. Al parecer aquella no era una buena noche para esa dama.

- Las flores son bellas si, pero creo que el invierno también es bello, quiero decir, no sólo las flores son algo digno de apreciar, el paisaje inhóspito y quizás depresivo que brinda esta estación también es hermoso - Comentó desviando su mirada hacía algunos árboles que en verano debieron estar llenos de frutos y ahora lucían moribundos con sus tayos despojados de hojas - Cada estación tiene su encanto ¿No cree?, para mi el invierno a pesar del frío y las incomodidades que esto brinda, es digno de apreciar - Concluyó.

- Oh, es un gusto conocerle Madame Catalina - Se apresuró a decir haciendo una inclinación elegante con el cuerpo tal y como había aprendido desde pequeña - Mi nombre es Lin Deforest - Le informó y volvió su vista hacía el invernadero - Cuando se acabe el invierno Y revivan las flores , habrá valido la pena la espera, pienso que es como cuando uno espera por la persona correcta, pasan muchos años de búsqueda y entonces cuando llega el amor, es algo realmente especial porque se esperó con anhelo - Explicó con una inocente sonrisa - Así como el invierno da pie a la primavera -

De repente fue consciente de que estaba hablando demasiado, se había dejado llevar por el momento y quizás estaba molestando un poco a la dama - ¿Visita este sitio a menudo? -

Veo su mirada. Como me observa, como me estudia... La verdad es que la inmortalidad había hecho algo conmigo, me había dado suavidad en los gestos, en las formas. Mirada penetrante y sonrisa, en ocasiones seductora. No era algo que yo me esforzara por hacer, era algo que simplemente salía. Agradecía a quien fuera que lo había pactado que me lo hubiera dado a mi, pues me ayudaba en mis tareas y necesidades.

Tenía una conversación muy optimista, muy filosófica. No es que no me gustara, es que yo era más de realidades y menos de hipotéticos y puntos de vista. Pero siempre se podía jugar a ser lo que los demás querían. Me gustaría agradar a aquella dama, ver como una sonrisa se le dibujaba en sus labios y como sus ojos rasgados se entrecerraban. Quizás robarle un rubor, hacerle florecer la timidez, ver hasta donde podía llegar simplemente siendo como solía ser.

- Todo es bello para alguien y todo tiene belleza si se pretende buscarla - la contesté - El invierno tiene la nieve, el agua congelada en las ramas de los árboles, la lluvia golpeando contra el cuerpo de un transeúnte, deslizándose por su pelo y goteando en el suelo para morir en un mar de lágrimas que no cesan de caer y volver a ascender - era la belleza que yo veía en el invierno. También podía decirle lo que veía en el verano, el problema era que siempre eran paisajes oscuros y carentes de vida.

- Un nombre peculiar madmoiselle Lin - hice una pequeña pausa - ¿Entiendo que no es de aquí? - algo que era más que obvio viendo su rostro. Aún así me intrigaba que podría esconderse debajo de aquel abrigo tan amplio... como sería la piel de sus brazos, el olor de su pecho, el sabor de su sangre... pero no, no había venido a eso - Y veo que el amor es lo que la mueve. ¿Cree usted que tras la tempestad llega la calma y que esto sólo es el preámbulo para la primavera al igual que con todas las cosas de la vida?

Luego, un rostro de sorpresa y un cambio de tema. Seguramente pensara que me había hecho sentir incómoda o algo así. Sonreí y tapé mi boca con mi diestra, evitando que mis colmillos llamaran su atención.

- No, la verdad es que es la primera vez. Estoy demasiada ocupada para disfrutar de muchas de las cosas que ofrece esta ciudad - luego le devolví la pregunta - ¿Y usted? - la pregunté - Algo me dice que le gustan las flores y que seguramente las trate con mucho mimo en su hogar.

Escuchó a Catalina y le pareció que su forma de describir las cosas era digna de una artista o de una poeta, la gente común no notaba esos detalles con tal precisión, a lo mejor era una mujer dedicada a alguna de las bellas artes. Cuando hizo mención de su nombre, su mirada se ensombreció un poco, era común que la gente hiciera comentarios sobre su procedencia pues era obvio que por sus venas no corría sangre exclusivamente Francesa, pero aún cuando fuera algo que le pasara constantemente, no terminaba por acostumbrarse y hablar del asunto le resultaba un tanto incómodo.

- Soy Francesa - Comenzó a decir desviando la mirada hacía los árboles cuyas últimas hojas amenazaban por caer - Mi padre es Francés pero como puede apreciar en mis razgos, mi madre es de descendencia China - Le explicó, le daba un poco de verguenza hablar de su pasado, pero también era consciente de que había pasado mucho tiempo y era un tema que debía superar - Pero crecí aquí en Francia, mi padre me ha criado aquí bajo las costumbres y la cultura de esta sociedad... así que me considero Francesa - Finalizó.

Dio un par de pasos y estuvo al lado de ella y buscó un asiento a su lado, se acomodó el vestido para que no se arrugara al sentarse.
- Espero que así sea - Dijo al fin ante lo que comentó Catalina - No eh experimentado el amor de primera mano - Comentó con una suave risita - Pero tengo fe de que después de la tormenta llega la calma, si no fuese así... creo que no tendría sentido luchar por algo - Agregó pensativa, a veces le frustraba el hecho de tener 26 y no estar casada, pero era consciente de que un hombre decente con un buen apellido, no se fijaría en una hija bastarda como ella.

- Vengo aquí a menudo, especialmente en primavera, las flores son preciosas en esa época del año, aunque hay muchas abejas - Volvió a reír, sus ojos miraban con añoranza los arbustos cuyas flores marchitas se podían apreciar en la gélida noche.

Cuando hable de su procedencia pareció molesta, como si fuera una de esas preguntas que te hacen muchas veces y, cada una de ella tiene un significado diferente. Estaba segura de que su apariencia "diferente" había suscitado todo tipo de comentarios y preguntas. No era normal ver unos ojos rasgados entre tanta apariencia caucásica. Aun así me vida en la necesidad de disculparme.

- No pretendía ofenderla ni mucho menos - comencé a decir - Tampoco era necesario que se explicara contando su historia - luego de decirlo me escuché a mi mismo decirlo y como podía caer eso [color=darkred]- Que agradezco, por otro lado, que me haya revelado -[./color] luego, después de las disculpas, volví al tema - Me ha soprendido encontrarme con usted aquí y que su rostro portara rasgos significativos de los nativos de Asia. Son unos rasgos misteriosos y muy bellos si me permite decir - con ese halago pretendía también cambiar el rumbo de la conversación.

-Mireme a mi sin embargo - me señalé con el índice de mi diestra - Ni siquiera soy de este país no digamos ya de París - me sinceré - Soy de sangre española por padre y madre.

Cuando se sentó a mi lado note el aroma de su pelo, el calor de su vida, el latido de su corazón... inconscientemente entreabrí los labios como respuesta ante tal sugerencia, sólo un segundo. Luego retorne a la posicion inicial, la serena y seria.

- No puedo alcanzar a comprender como no ha encontrado eso que tanto anhela - respondí ante su negativa de haber sentido amor - ¿Una familia sobreprotectora quizás? - con esos ojos rasgados seguramente hubiera arrancado mas de un suspiro - Aún así no decaiga en su empeño, el día menos pensado se le presentará su príncipe - finalicé marcando una sonrisa en mis labios.

- En primavera deberá de ser precioso como comenta - hice referencia a lo que había dicho - Quizás hagan un día como este y pueda pasarme a comprobarlo - luego añadí - Quizás incluso volvamos a encontrarnos en este mismo lugar con un paisaje completamente diferente. ¿Quién sabe? - sin pensarlo había cambiado mi tono a uno más suave, más sugerente. Algo que hacía que aquella última frase, más que una posibilidad, se convirtiera en una invitación.

- ¿A qué se dedica? - pregunté sintiéndome algo así como en confianza.

La elegante mujer se disculpó, parecía muy consciente de sus palabras y actuaba con la decencia y cultura que se esperaba de una mujer de clase alta, aunque Lin sabía por experiencia que aunque la cuna fuera de oro, no significaba que la persona iba a resultar educada y respetuosa, había conocido a más de un hijo de la burguesía con comportamientos bastante cuestionables. Volvió a sonreír esta vez avergonzada con el comentario sobre su rasgos.

¿Bellos y misteriosos? Se cuestionó, misterioso podría ser algo malo en aquella sociedad en donde lo que no se comprendía se atacaba sin vacilar, recordó por ejemplo a los Gitanos y como su Madrastra los detestaba al punto de no querer caminar por las áreas donde estos frecuentaban, todo porque su cultura y costumbres le eran difíciles de comprender.

Bueno... para ser franca, mi padre siempre ha sido bastante protector conmigo – Le confesó y comenzó a juguetear con sus guantes – Quizás sea porque tenga miedo de que al ser diferente, alguien quiera hacerme daño – Explicó, se mordió el labio inferior cuando otra idea se le pasó por la cabeza – O quizás sea porque... realmente amo a mi madre – De repente se le quebró la voz, no sabía porqué estaba hablando de ese tema con alguien que acaba de conocer, llevaba mucho tiempo guardando ese sentimiento - ¿Tiene usted hijos Madame? - Le preguntó, Catalina quizás podría entender su situación si tuviese familia. Le escuchó hablar del príncipe y ella negó suavemente con la cabeza – Sólo espero que sea un buen esposo... responsable y que me respete como mujer -

Esperaba también poder amar a ese hombre y que ese amor le hiciera olvidar esos ocacionales deseos que sentía cuando veía otras mujeres. Ese pecado que esperaba poder dejar atrás y convertirse en la esposa que todo hombre desea tener. Aquello parecía tan distante en esos momentos como la primavera.

- No me dedico a nada – Dijo al fin y agregó – Pensará usted que soy la típica niña rica que vive a expensas de la familia esperando por un hombre que la tome por esposa y la lleve a vivir a su mansión ¿Verdad? - Finalizó con una suave risita, la verdad es que estaba avergonzada de aceptarlo.

La conversación fluía y la noche avanzaba despacio pero segura. La gente poco a poco se iba marchando, dejando atrás aquel campo de vida y todas las almas que aún disfrutaban de su encanto. Entre las cuales estábamos Lín y yo.

Cuando vi la vergüenza aflorar en su cara y el modo en el que sonreía, supe que mi salida de tono y halago hacía sus rasgos, había tenido la resolución deseada y que había tocado alguna fibra interna. Algo me decía también que aquella dama sabía valorar las manos de una mujer acariciando la piel de otra mujer. Respuesta y confirmación que no tardó en llegar poco. después.

¿Amaba a su madre? abrí más lo ojos si cabe ante esa revelación y el hecho de que lo hubiera dicho abiertamente sin ni tan siquiera conocerme. ¿Resultaba mi rostro digno de confianza?¿Acaso mi persona despertaba la necesidad de confesarse? La verdad, de ser así, nunca me había percatado.

- ¿Ama usted a su madre? - repetí su frase presa de la sorpresa y con la mirada clavada en ella como si me estuviera tomando el pelo - Perdone pero es que me ha sorprendido. ¿La ama como mujer? ¿Cómo madre? o ¿La desea como amante? - luego volví a disculparme - Perdone de verdad, me ha sorprendido demasiado. De ahí mis preguntas.

Me preguntó si tenía hijos. No se muy bien si para desviar el tema o por otra razón. Negué con la cabeza.

- No, no tengo hijos ni estoy desposada al igual que vos - la dije a modo de respuesta - Y en cuanto a ese hombre que comenta... le aconsejo que tenga cuidado con todos y cada uno de ellos. Muestrese férrea a sus principios y jamás deje de ser usted misma.

Dejé caer la cabeza hacía atrás y mi melena acompañó el gesto. Mientras Lin hablaba pensaba en sus palabras. Dejé escapar un sonoro suspiro cuando ella acabó y retomé mi postura sonriendola, mostrándome cercana. Comprobé que mis guantes estaba colocados y resbalé con mi mano hasta rozar los dedos de la otra dama sobre el banco.

- No juzgo a las personas por lo que aparentan ser. Prefiero conocerlas... - dejé la última sílaba en el aire - ¿Y vos?

Lin estaba acostumbrada a asistir grandes eventos y fiestas de la aristocracia en donde hablaba con muchos caballeros y damas de su misma estirpe, estaba rodeada de personas constantemente, pero no consideraba a ninguna un verdadero amigo, digamos que eran meros conocidos con los que se veía obligada a interactuar por cortesía y por no darle mal nombre a su familia. De pequeña siempre creyó que su madre era una mujer muy sociable y popular, la veía hablando fluidamente con muchas personas, además era una gran anfitriona y siempre sabía como decorar y organizar la mansión antes de cualquier evento.

Conforme Lin crecía se dió cuenta de que aquella sociedad se basaba en las apariencias, en realidad esas personas no eran dignas de confiar y todos atesoraban sus más oscuros secretos para ellos mismos. Era curioso como ella se encontraba hablado con una completa extraña sobre cosas que ella misma nunca se había atrevido a decir ni a su propia familia. Se encontró exteriorisándo temores que siempre mantuvo ocultos. ¿Quizás era precisamente por ese anonimato que le otorgaba Catalina, una mujer que nunca había visto en ninguno de sus círculos sociales, que estaba hablando de esas cosas?.

-Gracias por el consejo – Exclamó con sinceridad, las palabras de Catalina sonaron bastante sabias a pesar de que físicamente parecían tener la misma edad, ella hablaba como si hubiese experimentado ya muchas cosas en su corta vida – Seré cuidadosa... aunque si no se presentan las oportunidades, es difícil que al menos tenga la experiencia – Concluyó dejando escapar un suspiro. Sintió el toque de los dedos de ella y una extraña sensación la invadió, aquel era un toque aleatorio y no intencionado, pero ella de repente sentía como si alguien la estuviera observando desde la sombras, como si una aura densa llenara el lugar.
- Oh, pues eso... es maravilloso – Exclamó intentando alejar esa sensación cuando Catalina volvió a hablar – Intento hacerlo... pero es difícil no caer en estereotipos – Continuó y agregó – Disculpe usted si hablo demasiado, apenas si nos conocemos, quizás es porque no tengo a nadie más con quien hablar sobre estas cosas... La verdad es que he hablado de mi todo el tiempo y quisiera saber un poco más de usted, si no le incomoda ¿Quiere dar un paseo por el jardín? Aunque no está lleno de flores como en la primavera, la estructura sigue siendo bonita – Le indicó, una mujer que luciera tan madura a esa corta edad, seguro que tenía mucho que compartir y Lin estaba deseosa de escucharla.

- Por favor, no se de por vencida con tanta facilidad. Las opciones siempre se presentan, quizás sólo sea necesario saber entender las señales - la verdad es que quizás,  al haber estado sobreprotegida, algunas señales, las más sutiles, eran fáciles de pasar por alto. El juego de la seducción y el cortejo era lento, cuidado y muy muy peligroso. Tanto así que, debía ser de ese modo pues era el único que permitía replegarse, de echarse para atras en caso de que alguno de los pasos arrojara una negativa finalmente - Goza de belleza y juventud, también de un estatus y una cuna que la precede en cualquier encuentro - ¿Porqué intentaba levantar el animo de aquella dama? Seguramente me habría levantado con el pie derecho aquella noche - Además de que se relacionará con varones de igual estatus que usted. No deje que el tiempo juegue en su contra y aproveche todo lo que le brinda el hecho de tener que esperar un día más a estar atada - tenía claro que el "carpe diem" era más bien de hombres. Pero eso sólo era un modismo, algo que se podía cambiar.

Ví sus ojos y sus gestos al sentir mis dedos rozando los suyos. Parecía confusa, nerviosa, quizás incluso había comenzado a sudar. Miró un poco alrededor como si sintiera los ojos de alguien sobre nosotras, como si en su fuero interno pensara que aquello estaba mal, que dos mujeres no podían sentir atracción la una por la otra, que no había visto su mirada la primera vez que había vislumbrado mi rostro... No avancé más, si quería pensar que eso había sido esporádico no era yo quien para sacarla de su error. Simplemente sonreí.

Una sonrisa que se vio acrecentada cuando se le comenzaron a entrecontar las palabras en la garganta. Su mente quería pensar que aquello era algo aislado, inocente. Pero su cuerpo si había reaccionado al contacto. Aún así estaba buscando una salida, una escapatoria que le evitara esa sensación, que la sacara de ese momento.

Pero era una salida que no incluía una despedida.

- Si claro, paseemos - acepté de buen grado su ofrecimiento y me levanté arreglando la tela de mí vestido para que volviera a lucir perfecta.

- Me agrada más la compañía que todas las flores marchitas que nos acorralan - le dije halagando de nuevo su presencia - Caminemos y guieme en lo que verían mis ojos en primavera en cada una de la zonas - en cuanto a su disculpa no pude más que sonreír de nuevo mientras agregaba - Me gusta escuchar. Soy de hablar poco, salir poco y relacionarme poco. No se preocupe por hablar, es más: desahogarse si lo desea.

Su padre le había advertido en incontables ocasiones que no salieras de noche sola, que habían malos hombres esperando violarla o secuestrarla por todo París, que la noche escondía secretos que era mejor no revelar. De niña había crecido con cierta aversión a la oscuridad, pero a su edad había comprendido que quizás su padre sólo estaba preocupado por ella por su apariencia, ya que podría llamar la atención de algún bandido. Como siempre, Lin se sentía con el peso de haber sido una carga extra para su padre y siempre deseó haber nacido en diferentes condiciones para no ser una preocupación constante para su padre.

Y ahí estada en medio de la oscura noche, alejada de la protección de la mansión, con la compañía de una dama que acababa de conocer, una dama que era amable y que contrario al resto de la gente que había conocido alguna vez, no juzgaba por las apariencias. A pesar de lucir jóven, Lin sentía como si ella fuera una maestra de la vida, con cientos de historias por contar, sentía curiosidad por descubrir más sobre ella y le encantó que aceptara pasear con ella por el jardín.

La guió por un sendero de gravilla por el que fácilmente cabían dos personas, a los lados habían pequeños arbustos con sus hojas amarillentas y rojas, algunos ya completamente despojados de estas conforme el invierno avanzaba, había una fuente en el centro hacía donde les conducía el camino, la fuente estaba construida por rocas bien pulidas y tenía un par de querubines semidesnudos esculpidos en marmol sosteniendo unas caracolas de donde delicados chorros de agua bajaban constantemente y caían formando una pequeña laguna de un metro de profundidad. Lin se acercó al borde y observó la media luna reflejada en el agua que, durante el día era cristalina y en la noche lucía completamente oscura como un pozo al que no se le podía ver el fondo.

- ¿Sabe algo? Me preocupa un poco que estemos solas en este sitio a estas horas – Dijo al fin, dos mujeres solas en aquel lugar alejado, si alguien apareciera para robarles nadie escucharía los gritos – Durante el día este sitio no es peligroso pues siempre hay guardas de seguridad... a estas horas no estoy tan segura – Continuó y se giró hacía Catalina – Pero es agradable el silencio ¿No cree? Y la quietud, dice usted que le gusta salir poco ¿Qué la ha traído esta noche a un lugar tan alejado como este? -

El paseo lucía aún más bonito que la zona donde habiamos estado sentadas. Aunque claramente, aquello no tenía nada que ver con lo que se vería en el mismo trayecto en otra época del año. Más aún si habláramos de bañado por la luz del sol.

Los árboles lucían casi desnudos pues pocos de ellos eran capaz de soportar el invierno. El frío parecía aún mayor en aquellas tierras. O simplemente quizás se me había olvidado lo que era sentirlo o más bien vivirlo pasado tanto tiempo.

Caminamos en silencio por un espacio que apenas dejaba hueco para caminar más personas. Era un sendero estrecho. Lo suficiente para que el aroma que desprendía Lin me alcanzara y pudiera buscar los matices que destacaban en el. Por suerte, algo olía bien dentro de aquel jardín.

Miraba a izquierda y derecha intentando imaginar lo que habría allí en otro momento, más propició. El sendero se abrió dando paso a una fuente con un par de ángeles vertiendo agua en un estanque. Dejé que se adelantara y que mirara el agua que temblaba con la incesante caída del líquido transparente sobre ella.

Habló de sus preocupaciones y se preocupó por cosas mías. Seguramente, el velo de misterio que suelo tener había despertado sus dudas y quería conocerme, al igual que yo había mostrado mi interés por ella.

- ¿Siente miedo maidemoiselle?¿Cree que alguien puede asaltarnos? - le pregunté.

Mientras esperaba que respondiera, quité unos de mis guantes y caminé hasta la fuente. Dejé que mis dedos acariciaran el agua suavemente, formando un pequeño surco a su paso. Estaba fría, más fría de lo que estaba mi piel, más fría que la muerte...

- He sufrido alguno que otro en mi vida - comencé a decirla. Mientras, mis ojos seguían en el agua, mirando una luna que gobernaba el cielo - He aprendido a defenderme. No se preocupe, no dejaré que le pase nada - podía creerlo o no pero yo al menos debía decirlo.

Saqué los dedos del agua al llegar a su altura y reposé mi cuerpo sobre el borde de la fuente. Sacudí mis dedos y me puse de nuevo el guante. La dediqué mi atención de nuevo, desde una nueva vista, con la cabeza ligeramente entornada hacia arriba.

- Estaba en mi cueva. Metafóricamente hablando - puntualicé - Y decidí salir. Mis pasos me han traído aquí mientras buscaba un lugar tranquilo y solitario - añadí - Luego aparecisteis vos... - dije para terminar.

- Al parecer buscábamos lo mismo - añadí al poco - Espero que mi presencia no os haya importunado.

Lin observó como Catalina metía sus dedos en el agua, debía estar sumamente fría y se preocupó un poco porque pudiera hacerse daño en los dedos, el frío podría resecarle la piel, pero a ella no parecía importarle mucho. Catalina decía que había aprendido a defenderse ¿Sabría algún tipo de combate? ¿Sabría manejar armas? Lin no lograba imaginarse algo así, una dama distinguida no debía nunca tocar tales artilugios reservados sólo para los toscos hombres. Unas manos femeninas y delicadas nunca debían blandir un revolver o una espada, no sería para nada decoroso.

Me alegra entonces que nos hayamos encontrado aquí esta noche – Dijo al fin luego de escucharla – Es muy hermoso durante primavera, todos estos árboles están llenos de flores, ese por ejemplo ese es un cerezo, dicen que lo han traído exclusivamente desde Japón y en primavera queda todo cubierto en color rosado – Explicó señalando un árbol que ahora lucía marchito - Ese de allá tiene unas flores amarillas de un color tan encendido que parecen pequeños soles – Agregó y dudó unos segundos – Pero no recuerdo el nombre del árbol -

Entretenida como estaba recordando los colores del sitio en primavera, Lin no escuchó los pasos que se acercaban hasta que la voz masculina la sobre saltó.

-¡Quieras las dos! - Lin se giró y se encontró con un hombre a unos pocos metros de distancia, de casi dos metros de altura, fornido y vestido de negro, traía una barba enmarañada de color castaño oscuro, a su lado había otro hombre, un poco más bajo que él pero no menos fornido, llevaba sombrero y bigote puntiagudo, ambos sostenían revólveres. - Queridas damas, si no queréis volver a vuestros hogares en un ataúd, os sugiero que nos deis todas vuestras joyas ahora mismo – La voz del hombre sonaba calmada, seguramente llevaba haciendo ese tipo de robos con frecuencia y sabía que dos mujeres solas en medio del jardín botánico eran víctimas fáciles.

-¡Oh...Madre de Dios sin pecado concebido! - Exclamó Lin llevándose ambas manos al pecho, aquella era la primera vez que veía hombres armados y de repente todas las pesadillas que había tenido de pequeña, gracias a las advertencias de su padre se hacían realidad. - No tengo mucho conmigo – Respondió asustada quitándose los guantes para revelar que no llevaba anillos ¿Sólo les daba su collar y sus pendientes, los hombres le dejarían ir con vida?.

-No juegue conmigo Madame, las mujeres de su clase siempre traen algo escondido bajo las enaguas – Exclamó el hombre más bajo y la lascivia fue evidente en sus ojos – Si no puede pagar con joyas... puede pagar con otra cosa -

Pude ver en sus ojos la duda, la sorpresa y la disconformidad. Para una mujer de clase alta, todo tipo de actos violentos o que impliquen empuñar un arma, no eran dignos de una dama. Las damas estábamos hechas para ser protegidas, ordenadas y cuidadas en nuestros hogares.

El problema residía en que, de haber sido así, mi cuerpo llevaría demasiado tiempo criando gusanos en algún lugar del mundo. En mi mundo, o comes o eres comido. No hay más opciones. Aprendí demasiado pronto que tendría que atacar con todo lo que tenía si quería despertar a la noche siguiente. Si quería vivir un día más... Y quizás no debía haberlo dicho y haber mantenido una postura femenina, pero había cosas que era mejor dejarlas claras. La indefensión no podía ser la causa del fin de aquel paseo. Debería ser otra cosa.

Explicó un poco el lugar en el que nos encontrábamos y intenté visualizar en mi cabeza todo aquello que me iba diciendo: Los matices, los colores, la tonalidad y la intensidad. Mis ojos se iban moviendo de una planta a otra mientras me las iba indicando. Algunas incluso llegaron a sorprenderme.

- ¿De Japón dice? - refiriéndome al cerezo que me estaba señalando - No puedo imaginar entonces como ha llegado hasta aquí - seguí diciendo - ¿Acaso las semillas llegaron aquí y lo plantaron? - dado el tamaño del árbol era algo que resultaba poco probable - ¿O sólo lo trasplantaron? - pregunté también aunque la idea de traerlo directamente del origen era poco probable.

Cuando escucho la voz del hombre a mis espaldas me sobresalto, pero tampoco en demasía. Estoy demasiado acostumbrada a cosas que no son normales y ya me espero cualquier cosa en cualquier momento.

Parecía que, al final Lin, había estado más acertada que yo en lo de encontrarnos con maleantes en mitad de la noche. No me desagradaba, tampoco me molestaba. Si que me estropeaba mis planes y sobre todo, de no salir bien al paso, mi apariencia de humana. La joven oriental me había caído bien, y no quería tener que terminar con la vida de aquellos dos hombres y además tener que hacer algo con la dama de ojos rasgados.

Escuché su agitación, un par de pasos detrás de mi. También sentí como su corazón comenzaba a latir más fuerte, como se agitaba el color de sus mejillas y como el sudor emergía por debajo de su cuellos mezclándose con su aroma. Sentí todo esto, y además no perdí de vista a los hombres.

Seguían con sus amenazas, con sus intentos de robo y si no de postrarnos ante ellos para satisfacer sus oscuros placeres. Quizás les excitaba el hecho de tomar a una mujer en contra de su voluntad. Pero no, aquella no había sido la noche más acertada para ello.

- Caballeros, creo que han elegido una mala noche para salir a robar - me dirigí a ellos mientras caminaba unos pasos, despacio, hasta llegar a cubrir la línea de tiro entre los asaltantes y mi acompañante - No disponemos de nada que ustedes deseen. Ni valioso ni carnal - no había titubeos en mi voz, ni tan siquiera un atisbo de nerviosismo. Ellos tenían balas pero yo era inmortal.

Al llegar a la altura de Lin, simplemente me giré y le di la espalda a ella. Mientras miraba directamente a los hombres susurré a mi pareja nocturna.

- Ahora quiero que confíe en mi madame - comencé a decir - Ya le he dicho que se defenderme en estos casos - recalqué lo que le había dicho minutos antes mientras llegábamos a la zona en la que nos encontrábamos - Quiero que corra, que corra como nunca antes ha hecho. Y que no mire atrás - le ordené a sabiendas que seguramente pusiera pegas - Por favor, no diga nada, no replique, no me discuta: sólo corra. El tiempo que estamos hablando es tiempo que nuestras vidas corren más peligro - dije para finalizar esperando que me hiciera caso.

-Sólo he escuchado lo que se habla por ahí, el jardinero dijo una vez que habían traído el árbol en una maceta cuando era tan sólo un arbusto, yo no se como habrá sido en realidad – Respondió encogiéndose de hombros, lo importante era que estaba muy bien cuidado y que año tras año lo había visto florecer con cada nueva primavera mostrando sus preciosos pétalos rosados.

Con la aparición de los indecentes ladrones, Catalina se mostró calmada, Lin se sorprendió con su actitud, era una mujer realmente segura de si misma y muy puesta, le habló con tal convencimiento y tranquilidad a los hombres que Lin no pudo más que admirar su valentía y postura. Los ladrones habían insinuado que si no encontraban las joyas que querían tomarían a la fuerza sus cuerpos, el miedo se intensificaba a cada segundo en el cuerpo de Lin, ¿Que un hombre desconocido tocara su cuerpo? La sola idea de esas manos toscas y bruscas aventurándose bajo sus enaguas le daba ganas de vomitar.

“Oh, Padre, No permitas que esto suceda.” Imploró mudamente en plegarias.

Entonces Catalina se acercó a ella y le susurró al oído que corriera y escapara del lugar. Lin se sobresaltó ¿Salir corriendo y dejar a Catalina sola para que esos indeseables varones abusaran de su cuerpo?, Lin podría ser débil de carácter en muchos aspectos, pero tenía honor y no podría escapar dejando a otra mujer en problemas, ¿Y si Catalina no podía defenderse sola? Si esos hombres la mataban, Lin no podría vivir con la culpa por el resto de su vida.

-Pero... - Murmuró y su voz se cortó a media frase, Catalina tenía razón, mientras ellas hablaban ponían en peligro sus vidas pues los hombres se estaban acercando a paso lento y confiado aún apuntando sus armas. No tenía más remedio que confiar en Catalina – Lo siento... - Susurró al fin y agarrándose el vestido para levantarlo hasta las pantorrillas comenzó a correr tan rápido como pudo hacía el lado opuesto de la fuente.

-¡Quieta ahí Perra! - Gritó el hombre más alto y disparó tan pronto como vio a Lin correr. La bala fue a dar contra uno de los querubines en la fuente, rompiéndole los dedos de piedra. Lin dejó escapar un grito pero no dejó de correr y saltó por encima de la pequeña cerca que cerraba el sendero para adentrarse entre los árboles que rodeaban el jardín botánico, tenía que encontrar a alguien que les ayudara ¿Donde estaba el guarda de seguridad en momentos como esos?. Se giró hacía atrás cuando alcanzó él árbol más cercano y se hizo tras de él, el hombre alto había corrido hasta la fuente pero se había detenido, le había hecho señas para que no persiguiera a Lin, a lo mejor pensaban que era mejor terminar con el robo pronto e irse antes de que la policía llegara al lugar.

Lin se encontraba a unos 30 metros de ellos escondida tras un enorme sauce cuyo tronco era lo suficientemente grueso como para cubrirla, además habían pequeños arbustos de más de un metro de altura que cubrían fácilmente su vestido en la oscuridad, Lin se quedó allí oculta incapaz de irse y dejar a Catalina sola.

Aunque en un principio pareció completamente reticente a salir de allí y dejarme sola con aquellos dos maleantes, finalmente decidió que era la opción más lógica y la más rentable para poder sobrevivir un día más. No me giré a comprobar que se estuviera yendo, el sonido de sus zapatos mientras corría hacía que la evidencia fuera invisible pero real.

Cuando dispararon, tuve un pequeño sobresalto. Estaba centrada en escuchar el sonido de los zapatos de Lin que había perdido un poco la consciencia de lo que sucedía delante de mi. Me alegró escuchar el ruido de la roca resquebrajarse cuando la bala dio en ella: habían fallado.

Volví a centrarme en los zapatos de la oriental, hasta que estos desaparecieron de mis rango, sabiendo así que sería completamente imposible que pudiera verme dada la distancia o la situación. Siendo completamente libre de hacer y deshacer a mi antojo.

- Con una mujer nos bastará - dijo el más bajo de los dos - ¡Desvístete! Primero nos saciaremos con tu cuerpo y luego te despojaremos de tus bienes - me informó como si realmente fuera necesario que me explicara que puntos iban a tocar en nuestro encuentro.

Yo simplemente me mantuve callada, en mi lugar, sin hacer nada más. El pequeño indicó con el cañón de su arma que se acercara para someterme de algún modo.

Cuando su mano tocó mi tela, fui lo suficientemente rápida como para tomarla con la mía y partirle la muñeca haciendo que todo su cuerpo se doblara presa del dolor. Su grito pronto fue ahogado por mi colmillos en su garganta.

- ¡¡Dios mío!!¡¡Es un monstruo!! - gritó ante la escena mientras buscaba en sus bolsillos el modo de martillear de nuevo su arma.

Por suerte eran armas lentas, que requerían un mantenimiento después de cada disparo. Para cuando estaba terminando de cargarla, su compañero ya yacía muerto en el suelo completamente desangrado. Me levanté aún con manchas de sangre en mi boca y relamí mis labios con los ojos cerrados mientras encaraba al otro.

- ¡¡Apártate de mi!!¡¡Vete al infierno!! - gritó mientras trastabillaba hacia atrás cayendo al suelo después de tropezarse.

Yo simplemente levanté mi dedo índice mientras no cesaba en mi paso acortando distancias entre nosotros.

- Tienes una oportunidad. Un disparo... - le indiqué a sabiendas de que ya había terminado de preparar el arma para volver a usarla.

El no lo pensó, apuntó y disparó. El balín rozó mi mejilla abriendo la carne a su paso y derramando un poco de sangre que resbaló por mi marmolea piel.

- Fallaste de nuevo - le indiqué mientras podía ver en vivo como la herida se cerraba y como la piel volvía a quedar como un simple rasguño del que brotaba un poco de sangre.

Antes de que pudiera decir nada más, le había partido el cuello y acabado con su sufrimiento. A continuación, dejé los cuerpos escondidos entre los matorrales: servirían de abono para la primavera y, con tanto matices de olores, pasarían desapercibidos el tiempo suficiente para ser incapaces de reconocerles. A continuación, me dejé caer en el suelo como si hubiera sido golpeada. Seguramente, Lin no tardaría en regresar y debía mantener una fachada, aunque fuera de desconocimiento total.

Lin observó desde su escondite como los hombres se acercaban a Catalina, estaba demasiado lejos para escuchar la conversación pero era obvio que los hombres habían preferido robar sólo a Catalina y le habían dejado escapar, Lin no podía quedarse sólo mirando lo que ocurría, sabía que no podía hacer nada para ayudar a Catalina, pero al menos podría buscar al guarda. Miró a su alrededor conmocionada, tardó unos segundos en reconocer el lugar donde estaba pues se había alejado del sender principal del jardín botánico. Divisó el techo rojo de la pequeña caseta donde usualmente se encontraba el guarde, estaba casi a la entrada del sitio y se preguntó ¿Cómo habían entrado los malechores sin ser vistos?.

Se levantó la falda y las enaguas hasta las rodillas pues correr por entre los arbustos y pastizales con un vestido que le llegaba hasta los tobillos era prácticamente imposible y comenzó a correr en dirección a la caseta. Él aire frío de la noche amenazaba con congelarle la cara y los pulmones le pedían a gritos más aire mientras intentaba correr con todas sus fuerzas. La caseta estaba iluminada tenuemente por una lampara de aceite y la puerta estaba cerrada. Lin tocó la puerta casi a puños gritando desesperada, el guarda no tardó en salir de la caseta vestido con el pijama.

-¡Hay unos...ladrones...en...la fuente...ayuda...! - Exclamó jadeando entrecortadamente, el guarda pareció sorprendido de ver a una mujer a esas horas de la noche en el jardín, cuando las visitas se cerraban a las 7 de la noche. Sin malgastar más tiempo, el hombre tomó una enorme escopeta de la parte trasera de la caseta y siguió a Lin de regreso a la fuente, tomando esta vez el camino del sendero. Con cada paso que daba, Lin rezaba al todo poderoso para que Catalina estuviera bien y los hombres sólo le hubiesen robado sin herirla.

Cuando llegaron a la fuente Lin se encontró con que Catalina estaba sola, no lucía herida de gravedad, aún así Lin se lanzó a los brazos de ella y la abrazó, enormes lágrimas bajaban por sus ojos de repente.

- ¿Estás bien? - Preguntó con una sonrisa de alivio. Él guarda comenzó a buscar en los alrededores de la fuente con la escopeta cargada en frente, se veía bastante gracioso vestido con su pijama azul claro y unas botas de cuero negro hasta la pantorrilla que se había puesto improvisadamente.

El tiempo pasó lento para mi que yacía en el suelo. Finalmente, opté por levantarme y pensar en algo que decir cuando Lin regresara. ¿O es que no pensaba regresar? Era cierto que le había dicho que corriese, y que no mirase atrás, pero también sabía que sus pasos no habían abandonado el jardín, que no me había dejado sola aunque era lo que se suponía que debía hacer. Entonces ¿Dónde estaba?

Sacudí un poco mi ropa, manchada de polvo del suelo y comprobé con desazón que mis guantes también se habían manchado: tendría que tirarlos al llegar a casa. Alisé algún que otro pliegue formado por una mala postura. Era lo que tenía intentar que algo no resultara forzado: que parecía real. Tan real que ahora me odiaba por haberlo hecho.

En esas estaba cuando escuché de fondo los pasos de nuevo. Pero no eran unos pasos aislados, venían acompañados ¿Más maleantes? No, era imposible, uno de ellos sonaba más ligero que el otro, uno de ellos era de mujer.

No tardó en hacer aparición Lin casi con la lengua fuera y un hombre vestido para dormir, con una escopeta en la mano, que seguramente fuera el guarda del jardín ¿Tanto tiempo había pasado? La verdad es que no me había fijado y tampoco es que tuviera prisa, no hasta la salida del Sol. Pero, al parecer, éramos las dos únicas que quedábamos en aquel lugar y de ahí que hubiéramos sido asaltadas.

Con lo que no contaban era con plantarle cara a la propia muerte...

Lin saltó a abrazarme y me sorprendí. Jamás podría haber pensado que buscaría un contacto tan directo conmigo después de haber pasado por un momento tan crítico. También dicen que esos momentos son los que unen a las personas. ¿Será cierto?

Posé mi mano sobre su cadera pues no podía devolverle el abrazo. No sin desear más. Agradecí el hecho de haberme alimentado de uno antes de que este pereciera. De no haber sido así... esta situación sería más peligrosa. Me aventuré a apartarle algún mechón que quedaba suelto de la carrera y colocarlo detrás de su oreja.

- Estoy bien, no te preocupes - la respondí suave, casi en un susurro - Vuestro ruido debe haberlos ahuyentado o algo que desconozco - dije intentando dar una explicación lógica a aquello y quitando todo el hierro que podía - Ya ha pasado, no llores más - me aventuré a quitarme uno de los guantes y con mi dedo recoger una de sus lagrimas que rodaba por su mejilla aventurándose hacía el infinito - Tú ¿Estás bien? - pregunté esperando que el frio de mis dedos fuera atribuido a la temperatura que hacía y no a ninguna cosa más.

Se alejó un poco cuando sintió que él abrazo podría ser inapropiado pues hacía poco que se conocían, pero dadas las circunstancias Lin no pudo evitar el gesto, Catalina decía estar bien, aquello era un milagro, los hombres no le habían hecho daño y se habían ido ¿Había escuchado sus plegarias el Padre todo poderoso en el cielo? Tenía que ser así, de lo contrario ¿Porqué los hombres se habían ido sin más? Lin hizo nota mental de ir a la iglesia a primera hora en la mañana al siguiente día, debía agradecer por la vida de Catalina y la suya, ambas habían sido salvadas.

-Lo siento, creo que perdí la compostura – Gimoteó sintiendo la mano de ella extremadamente fría contra su piel cálida, pobre Catalina, seguro los guantes no eran suficiente para mantener el calor, Lin respiró profundamente y se secó el resto de lágrimas con el dorso de sus propios guantes – Estoy bien, sólo algo agitada – Le aseguró – Es la primera vez que tengo que correr con estás enaguas y vestido... oh, es tan incómodo – Se quejó con frustración, hasta el momento vestir esas elegantes ropas había sido parte de su cotidianidad, por lo que nunca se había detenido a pensar en lo incómodas que podían ser dada una situación de emergencia.

El guarda dio una vuelta por la pequeña plaza que rodeaba la fuente y luego se acercó a ellas, lucía aún medio dormido, seguro que estaba deseando volver a la cama. - Mis señoras, disculpad el infortunio, pero el horario de visitas cierra a las 7 de la noche, recordad esto la próxima vez, no es seguro para dos mujeres caminar solas en un sitio como este – Explicó el hombre, aunque había sinceridad en sus palabras era obvio que él creía que la culpa era de ellas pues el jardín botánico no era un sitio para visitar hasta tarde en la noche – Podéis reportar el ataque a la policía mañana temprano ¿Recordaís como lucían los malechores? -

- Si que lo recuerdo, creo que tendré pesadillas por varias noches – Se apresuró a decir Lin con una mano en el pecho – Por su puesto que lo reportaré, alguien tiene que hacer algo al respecto – Le aseguró y el guarda asintió relajando los hombros para luego despedirse y retomar el camino hacía la caseta.