Muñeca de papel || Privado

por **Mara Kennie D'Argouges** Dom Nov 02, 2014 9:17 pm

Era la muñeca más perfecta que podrían haber creado, su rostro tenía una simetría perfecta entre nariz, ojos y labios. Que bella mujer pudo haber sido, podrían lamentarse algunos al darse cuanta de su condición, posiblemente hasta en el mismo circulo de vampiros habían algunos que miraban con malos ojos tal blasfemia. El sol apenas había desaparecido, aun el cielo tenía un poco de luz en lo alto, que poco a poco se desvanecía dándole paso a la noche. Sus ojos aun estaban cerrados, con sus labios sellados y su cuerpo perfectamente acomodado, parecía dormir plácidamente. Era como si fuera la bella durmiente, sumergida en aquel hechizo del que nunca despertaría, pero siempre lo hacía, volvía a la vida luego de que el sol se ocultara. Pasaban los años y ella parecía siempre tener la misma edad, ya habían pasado veinte años desde su trasformación, pero Mara parecía no ser capaz de retener esa información. El tiempo iba y venía con la lentitud de una tortuga, no mostraba interés en los cambios a su alrededor, de cómo la gente moría, pero su alma si envejecía mientras que ella seguía siendo la misma físicamente.

¿Le molestaba? En realidad no mucho, había aprendido a sobrellevar los males. Prefería sonreír y aceptar con gratitud lo que la vida le daba, aun mas si no tenia que huir del peligro, como años atrás lo había hecho; desterrada de Rumania, cuando sus padres fueron asesinados por los inquisidores. Ahora vivía plácidamente con el ser que le había salvado la vida, un vampiro igual que ella, que se había ganado su completo amor y cariño.

Era una gran mansión en donde la que habitaba, obtenía todo lo que deseaba, era la princesa de su pequeño reino en ese lugar. Muchas veces salía a buscar alimento, adoraba cazar en completa soledad y aunque ya sería incapaz de contar las veces que era regañada por su padre; como lo llamaba cariñosamente. Por su imprudencia, ella no dejaba de salir a sus espaldas. Si lo dejaba de hacer, era como morir lentamente y su pequeño reino se convertiría en una prisión.

¿Cómo podría llegar a temerle a la oscuridad? No, no lo hacía, desde hace veinte años era lo primero que veía apenas abría los ojos. Había aprendido a querer el frio de la noche, lo silencioso que se tornaba los lugares que en el día estaban completamente repletos de gente. Amaba como la orquesta de la noche era compuesta por el latir de los corazones de los parisinos y animales rastreros que se paseaban de casa en casa en busca de algún alimento. Su alcoba era digna de una princesa como ella, alrededor se podía ver diferentes juguetes y artefactos nuevos que llegaba a ser el capricho de una noche, pero que terminaba dulcemente guardado en su colección.

No le gustaba mucho los ataúdes, prefería dormir en una grande y mullida cama que era cubierta por una fina cortina de seda. Cuando Benvolio debía irse por largos ratos, la dejaba con apenas unos tres sirvientes quienes se aseguraban del bienestar de la niña, una de ellas podría llamarse la niñera de Mara. Era la nana que se debía encargar de llevarla a pasear, para que se alimentara y volviera a la casa antes de la madrugada. Era una mujer común y corriente, no tenía nada de especial, excepto que su suma paciencia la hacía una santa.

Como todas las noches, la nana ya tenía la ropa que se iba a colocar Mara esa velada. Tenía un gran gusto, la pequeña siempre quedaba encantada con sus elecciones, pero esta vez fue diferente a las demás. Ya tenía unos minutos de haberse despertado, la nana no estaba en la habitación, todo parecía estar muy en silencio, hasta los ratones parecieron no querer hacer ningún ruido. — ¿Matilde? — llamo, mirando la ropa seleccionada en el regazo de su cama. La mujer ya debía estar en ese lugar, apresurándola para que se vistiera. La pequeña chasque su lengua, mientras se levantaba por completo. Dejo salir un leve bostezo mientras se estiraba, pero un ruido la hizo girar hacia atrás.

Había un hombre detrás de ella. Su cuerpo pareció enfriarse más de lo que estaba, sus piernas temblaron. Parecía no querer reaccionar, hasta que fue poco a poco retrocediendo hasta chocar con la cama, en ese momento término gritando con todos sus pulmones. Su padre no estaba, habían burlado la seguridad de la mansión. Sin poder pensar se agacho para gatear debajo de la cama — ¡Matilde! ¡Matilde! — Llamaba en llantos a su nana —¿Qué le has hecho a Matilde? — pregunto aun resguardada en debajo de la cama. Sus gemidos se podían escuchar claramente, la pobre Mara estaba completamente asustada, era un ratoncito huyendo de un gran gato cazador.

por **Darren Reinhardt** Dom Nov 30, 2014 10:40 pm

Dicho el concepto de lo que se debía y no se debía hacer, partieron bajo la máxima sentencia de muerte. Acabar con aquellos que se les había indicado, en un juego de infantes dónde quien llegase primero sería el ganador del premio gordo, ya qué, a decir verdad, sólo deseaban acabar con la vida de un sobrenatural, y quien lograra hacer su cometido, sería el predilecto para acabar con ese a quien todos deseaban, o al menos, con quien el deseaba.

Partió bajo lo mandado, necesitaba una terapia de control mental para no desviar su camino he ir por quien de verdad deseaba buscar, más que mal, siempre habría alguien merecería mucho más la muerte que de aquellos a los cuales con desdén buscaba; Se detuvo sobre la azotea de una de las casas más altas de la ciudad, allí lo vio salir, ¿A dónde iría? No podría seguirle de inmediato, corría con un par de guardias y muchos testigos a lo que correr riesgos como tales sólo lo harían perder mente de su cometido. Y allí lo pudo recordar, eran dos sus victimas, recordó el nombre de la mujer, "Mara" de seguro era su esposa, una vampiresa más. Siempre serían más ágiles, más seductoras, quizás jugaría con su mente y el cazador debería ponerse al margen de todo tipo de provocación, no sería la primera mujer a quien asesinar, eso lo tenía claro; Y contaba con las horas escasas, sabía que en casa lo esperaba aquella muchacha a la cual debía cuidar con sus manos abiertas de par a par; Recordar el paso lo haría morir, misma credulidad que lo hizo volver al acto, dónde el carruaje partía y en saltos ágiles corto camino hasta la misma puerta de ese hogar.
Acto de descaro, entraría por la misma puerta de entrada, no iría con rodeos.

Una mujer delgada lo atendió, comunicó un grave y falso accidente sobre alguna de sus familiares, aquella dama sin más preámbulos tomó su abrigo dejando una nota sobre la mesita de noche para correr; Una criada menos ¿Quedaban cuantas?
Mientras la carta se arrugaba en la palma de su camino inicio camino dentro de aquellas paredes desconocidas aún para él, se encontró con otra mujer, aquella que gritó sin aire bajo el miedo de ver a un desconocido en casa; Sabiamente en el refugio los habían entrenado con suma concentración hasta para el caso más inexperto como este; No perdió tiempo en tomar parte de su cuello, y con el dedo pulgar obstaculizo el camino de su oxigeno, cayó desmayada, sin problemas y sin riesgos vitales; 15 minutos eran los suficientes para acabar lo que había comenzado.

Subió las escaleras lentamente, saboreando el sonido de aquella última criada, su aroma loa trajo a dónde se hallaba, ordenando ropas pequeñas ¿Pequeñas? Dudó, pero no le dio la mayor de las importancias. Aquella fémina tatareaba una canción delicada, mientras se paseaba de habitación en habitación con aquellas ropas. ¿Tenían acaso a una niña secuestrada? Hmm, su sangre se hizo hervir y sin pensar en las consecuencias, tomó a la mujer que sin poder tiempo, respondió a sus preguntas con palabras rápidas, siempre con la mirada asustada a la puerta de una de las habitaciones principales — ¿Dónde está Mara? — Cuestionó casi en un murmuro poco audible, sabía que la mujer lo podría oír.
La criada respondió en un respingo, — ¿Y dónde tienen a la niña? — Fue allí dónde debió saberlo, pero no lo entendió hasta después; La criada lo desafió en miradas y negó un par de veces — ¡Dónde está! — Rechinó entre dientes, haciendo que la mujer una vez más señalara aquella puerta.

Su cuerpo no se vio cuando por las escaleras rodaba; No moriría, o eso creía el cazador.

La puerta se abrió de golpe, tras los pasos de la pequeña un alivio sintió recorrer cada partícula de su cuerpo, la pequeña estaba a salvo; Y seguía, o eso creía él. Intento tomarla entre sus brazos para salir de allí, pero el estruendo de sus gritos lo alertó de que la mujer "Mara" estuviera cerca de él; La intento silenciar, hasta tomar posición baja y dar contra sus ojos, ella era la mujer a que la buscaba, sus ojos, el color de su piel, sus rápidos movimientos; Sabía que no podría concluir este caso, no con una niña, por muy sobrenatural que fuese — ¿Eres Mara? — Cuestionó en un grueso tono de voz ignorando sus preguntas y gritos, simplemente esperaba una negativa por su parte.

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