Recuerdos de una ratera

por **Cerise Moreau** Vie Nov 07, 2014 8:18 pm

Primer robo

"Silencio, Cereza. Déjalo en mi cuarto" Susurraba una joven, mientras se llevaba el dedo a los labios recalcando con su gesto la necesidad de discreción. Puso a continuación unas cuantas monedas, doradas y brillantes, en las finas manos de la niña. Cerise hizo lo que Marie le decía. Corrió y llevó las monedas hasta los cuartos traseros. Eran grandes y llenos de camas a ambos lados de las grises paredes, sin apenas espacio para más muebles. Eran tan diferentes de los cuartos de los clientes, con sus enormes camas con dosel, las alfombras ocupando cada rincón y los cuadros colgados a lo largo de las también deslumbrantes paredes de chillones colores. Cerise entró en uno de los cuartos traseros y cerró la puerta tras de si, se dirigió a la tercera cama de la derecha y dejó las monedas bajo la almohada. Así fue como participó en su primer robo.

Cerise obedeció porque era lo que siempre hacía. Y siguió haciéndolo en adelante. Obedecía porque le gustaba que Marie la hablara y la tomara en cuenta, en el burdel, la mayoría de las chicas la ignoraban o avisaban al señor Mill para que la devolviera a la casa de atrás y se ganaba así una buena regañina de Madame Moreau. Además, así Marie le traía algún caramelo cuando volvía de sus paseos por la ciudad. Así que lo mejor era hacer caso a Marie o a cualquiera de la chicas que le mandara algo y así se podía quedar por allí.

No es que odiara la casa de atrás, sólo es que era muy aburrida. Bueno, técnicamente era la misma casa pero todos se referían a esa parte de la mansión como "la casa de atrás", en ella vivían la Madame y sus dos hijos, junto con el ama de llaves, la tata y Cerise. Todos los que vivían en la casa de atrás tenían colores aburridos, sólo variaba de vez en cuando la Madame que se ponía roja cuando la gritaba. En la casa de atrás sólo había gente interesante por las mañanas, cuando venían los profesores, había uno que tenía el color diferente, fuerte, rojo, como los perros pero no el rojo enfadado de Madame Moreau, este era un rojo especial. Por supuesto, Cerise no hablada de esos colores, una vez lo hizo y los hermanos Moreau se rieron de ella, la llamaron loca y se burlaron de sus ojos pequeños por lo mal que veían. Por las tardes, las lecciones de música comenzaban y toda la casa se llenaba maullidos de violín y ladridos de piano. Así que, Cerise se iba al burdel y veía pasar a muchos señores. Eran señores muy bien arreglados y que siempre dejaban dinero en la mesita de la entrada pero Marie decía que no era mucho dinero, por lo que a veces, ella y otras chicas, distraían a algunos de ellos y les quitaban una o dos monedas, de las más grandes y brillantes. Y a veces, Cerise las ayudaba.
Especialmente a Marie, porque Marie le decía que tenía los ojos bonitos y los labios de cereza, por eso todos la llamaban Cerise.

A veces, venían señores como ese profesor del color raro u otros con colores aún más extraños. A Cerise le gustaba esconderse tras el sillón de al lado de la escalera, cerca de la puerta de entrada y observar a estos señores. Esos caballeros daban mucho miedo, cuando entraban, a Cerise le entraba un escalofrío por todo el cuerpo pero no podía evitar mirarlos. Aunque nunca les quitaba monedas... a ellos no, sabía que no debía hacerlo. Algunos de ellos, parecían devolverle la mirada y entonces Cerise corría a la casa de atrás y llamaba a la Tata para que la acostara.