AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Nido para el Bùho y la Curruca || Privado
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Nido para el Bùho y la Curruca || Privado
por Brün Rothschild Dom Nov 09, 2014 2:24 pm
“Encontramos la felicidad en el camino que recorremos mientras la buscamos.”
— Eduardo Punset
— Eduardo Punset
Había risas ensordecedoras en el aire, que iban acompañados por bulliciosos aplausos. Era lo único que se escuchaba y aumentaba a medida que la gente se amontonaba, cada vez más. Parecía que eran atraídos por una especie de baile o espectáculo en medio de toda esa gente. Muchos pensarían que podría ser un alegre circo que llegaba a la ciudad, para sacar de la rutina a muchos y ayudarlos a viajar a mundos fantásticos. Pero nada armonioso estaba sucediendo en aquella plaza cerca de iglesia de Notre Dame. La casa del señor era testigo de otro tipo de espectáculo, que podría paralizar toda la ciudad.
Era quemada viva, el fuego subía desde sus pies, ella estaba atada de pies a cabeza, con una soga en su cuello, que le cortaba el aliento. Lo único que le quedaba era apreciar como el calor de las llamas consumía el combustible, el cual ayudaba a avivar las llamas. Se acercaban cada vez más a su cuerpo y con terror percibía su propio final de una manera horrorosa — No, No... Piedad, pido clemencia — gritaba con todo lo que daba su alma desesperada. Para los espectadores aquellos chillidos eran solamente los grotescos llamados de auxilio de una amante de Satán, quien buscaba la ayuda del señor de la noche.
Pobre niña en desgraciada, que parecía que había venido a este mundo a recibir sufrimiento y desprecio. Ahora sentía el mayor dolor, que dejo hecho cenizas a sus tormentos pasados. Podía comenzar a oler su misma carne quemada y eso la desesperaba cada vez más. Su cuerpo se consumía en llamas y ella lo único que podía hacer era maldecir el día en que la engendraron.
{……}
—NOOO — aquel grito pudo haberse escuchado hasta la esquina. Quizás uno que otro transeúnte que estuviera paseando a aquellas horas de la noche por ese lugar, se hubiera quedado con las dudas de lo que estuviera pasado, para que una mujer gritara de tal forma. Brünhilde había abierto sus ojos de golpe, aquellos orbes celestes estaban conmocionados. Su frente estaba sudada, todo su cuerpo parecía estar cubierta por una fina capa de sudor. Podía sentir una temperatura interna alta, que se reflejaba en su respiración caliente y jadeante. Estaba encendida en fiebre y sudaba como cerdo, todo indicaba que había sido solamente un sueño; mas que un sueño, una terrible pesadilla.
Su cuerpo agitado buscaba calmarse, miraba hacia todos lados, asegurándose del lugar en donde estaba. Con su mano en el pecho, como si quisiera calmar su corazón para que no saliera de su lugar, aun tenía cabello en la boca, su melena rojiza cubría gran parte de su rostro angustiado y casi lloroso. Todo había sido un recuerdo, una maldita pesadilla. Ella se preguntaba porque sus noches eran afligidas por esas escenas que la habían marcado de por vida. ¿Porque no podría llegar a la parte en donde había sido rescatada? ¿Porque su mente su mente se empeñaba a mostrarle lo agónico de aquellos segundos?. Cada noche la hacían revivir los dolores del pasado.
Termino sentándose en aquella vieja cama individual; cubierta por un simple manto de tela blanca, que la protegía de la desnudez de un consumido colchón. Sus manos se deslizaron, sus piernas pálidas eran cubiertas por una fina capa de tela estampada con pequeñas flores azules; la cual conformaba su bata de dormir. Atrajo sus piernas hacia su pecho y con las yemas de sus dedos se fueron deslizando hasta llegar a sus tobillos, en donde tocaron las marcas que había dejado aquella horrorosa experiencia en su piel. Había tenido mucha suerte, la mayoría de sus quemaduras no se veían y muchas de ellas fueron curadas a tiempo, apenas había leves recuerdos de un momento trágico para ella.
Termino por levantarse, lanzo al aire un suspiro pesado y resignado. Ya estaba en el presente, no deseaba volver a pensar en el pasado. No se había dado cuenta que camino unos pasos, los cuales la dejaron en medio de su oscura habitación, era apenas un hueco en donde podía refugiarse del frio y la maldad de la calle. Encendió una vela para iluminar el recinto y así alejar las tinieblas que la cubrían, fue hacia el rincón en donde permanecía agua limpia para poder limpiarse y así poder eliminar todo rastro de su mala noche. Aunque no era rica, tenía sus pequeños lujos, que con esfuerzo mantenía. Amaba poder resaltar su belleza natural con un poco de maquillaje, que ayudaba también como una máscara, para ocultar su alma. Un ceñido corsé marcaba su cuerpo. Su cabello rojo ya había sido amansado y ahora formaba gráciles tirabuzones que finalizaban en sus pechos.
Y abrió la puerta; una vieja y chillona puerta de madera. Dio un paso hacia adelante, eran aproximadamente las seis de la tarde, la luz ya comenzaba a desaparecer, varias velas habian sido encendidas por el lugar para dar más claridad. Eso indicaba que el enano andaba rondando por allí. Brünhilde había desaparecido por tres días luego de una fuerte discusión entre ellos dos; algo muy normal en aquella pareja. Pero ella siempre volvía como perro fiel a su amo, al único lugar que se había sentido segura luego de muchos años.
Escucho un ruido del cual ya estaba acostumbrada, era la voz de Merlyn que se acercaba cada vez más, el enano parecía estar quejándose de algo o a eso le pareció a la pelirroja, era normal en el, siempre estaba quejándose y refunfuñando por todo. — Buenas tardes Monsieur Wilkinson — dijo al ver al hombre. — Apuesto que me extraño al menos un poquito, pero no me lo dirá ¿Cierto? — bufo suavemente mientras una sonrisilla aparecía en sus labios. Como le gustaba molestar a aquel enano. Sus manos se entrelazaron detrás de su espalda, mientras su cuerpo se meneaba suavemente hacia adelante y atrás en su mismo lugar.
Brün Rothschild- Hechicero Clase Media
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Re: Nido para el Bùho y la Curruca || Privado
por Merlyn Wilkinson Mar Nov 25, 2014 1:44 am
La Tienda del Mago Merlyn se caracterizaba por vender sueños disfrazados. No había ni una sola persona que entrase a su establecimiento y saliese con las manos vacías. El hechicero, que llevaba más de cuarenta años perfeccionándose en su campo, había accedido a una fuente inagotable. Si bien no podía robar específicas habilidades, eso no lo había detenido para abastecer a su mente de conocimiento. La mayoría de los suyos, como había aprendido tras crecer dentro de un poderoso aquelarre, se encargaba de documentar cada hechizo, poción y ungüento para las generaciones venideras. Hacerse con esos libros, era una de sus principales tareas y; a esas alturas, contaba con una muy envidiable colección. Acababa de llegarle un nuevo ejemplar. El tener algunos contactos dentro de la sede de los inquisidores, había dado sus frutos finalmente. Sus ojos grises se tornaron como el mercurio al acariciar las primeras líneas con sus rugosas yemas. La excitación del enano era palpable en la forma en que devoraba cada letra. Todo parecía indicar, que sería incapaz de apartar la mirada o parpadear siquiera. Ni Arquímides, el cambiante que podía convertirse en búho, antes de ser maldecido por el hechicero a permanecer en esa forma como su ayudante y sirviente, podía atraer su atención mientras daba caza al ratón que había comprado esa mañana. Pasaba a la siguiente hoja cuando escuchó aquél desgarrador sonido provenir de la habitación de Brün. Su mano se cerró automáticamente sobre uno de los dos medallones que colgaban de su cuello. A diferencia de la colección que guardaba y exhibía en uno de los escaparates, que contenían las almas de los cazadores que con el tiempo fue reclamando, ese par era especial. En uno, se encontraba descansando el espíritu de su madre, Friné. Y el otro, era tan solo un objeto. Allí, debía estar Battista, el líder de aquél grupo con antorchas que había violado y prendido fuego a su progenitora. Sabía que éste, nunca sería ocupado. Los vampiros no poseían alma, pero eso no significaba que el destino que le aguardara, fuese todo menos macabro. Soltó el medallón mientras murmuraba una maldición y, no por vez primera, se cuestionó sobre qué le había orillado a salvar a la hechicera de arder por completo en la hoguera.
Cerró el libro, consciente de que su concentración se vería comprometida por los ir y venir de la pelirroja. Merlyn siempre había vivido solo. Tener a alguien bajo su mismo techo, le resultaba extraño. Además, ocurría que la relación entre ellos era tan tensa como la más fina de las cuerdas. Al primer estirón, se rompía. Como prueba de ello, estaba la discusión que habían tenido hacía tres días. Jamás, ¡jamás!, admitiría que había comenzado a acostumbrarse a su presencia. Bajó de la silla, maniobrando con su pequeño cuerpo y su preciado libro. Si hubiese sido cualquier otro manuscrito, lo habría dejado caer al piso para no crearse más dificultades. Podría hacer que uno de sus fantasmas, lo moviera haciendo gala de la telequinesis, pero se negaba a permitir aquello. Nadie, excepto él, estaba capacitado para manejar un ejemplar de tal magnitud. Quitarlo de las garras de la Inquisición no había sido sencillo. Refunfuñó cuando Arquímides cayó frente a él, cogiendo al ratón entre sus garras. A su mascota le gustaba jugar con sus presas antes de comérselas. Una virtud, que había aprendido de su amo. Las palabras de Brün rompieron el ensordecedor silencio. El enano enarcó una ceja en señal a su comportamiento. No le gustaba para nada ver como se meneaba, como si estuviese esperando algo de él. ¿De modo que ahora quería hacer las paces? ¿Esperaba que le respondiera? No lo hizo. No le dio las buenas tardes y siguió andando. Debía poner el libro a resguardo. Sin embargo, la ilusión que había puesto sobre éste, hacía imposible que la hechicera se diese cuenta de que cargaba con algo entre sus manos. Algún día, si le placía, le enseñaría. Entonces quizás, cuando supiese lo suficiente, podría deshacerse de ella. Poseían esa misma habilidad. Lo notaba cuando tocaba los objetos que escondía bajo un manto ilusorio. – La tienda abre todos los días. – Le recordó, con gravedad. Su enfado, se dijo, no tenía nada que ver con que necesitase de su ayuda o peor, su compañía. – Si quieres vivir aquí, tienes que ganártelo. Es la regla, Brünhilde. Arquímides lo entiende. – Y lo hacía. Era su espía, al igual que ciertos espíritus. Nada pasaba en el Submundo sin que llegase a sus oídos. - ¿Qué te ha tomado tanto tiempo? – Demandó, desapareciendo para esconder su recién llegada posesión. Para la bruja, Merlyn nunca se movió.
Cerró el libro, consciente de que su concentración se vería comprometida por los ir y venir de la pelirroja. Merlyn siempre había vivido solo. Tener a alguien bajo su mismo techo, le resultaba extraño. Además, ocurría que la relación entre ellos era tan tensa como la más fina de las cuerdas. Al primer estirón, se rompía. Como prueba de ello, estaba la discusión que habían tenido hacía tres días. Jamás, ¡jamás!, admitiría que había comenzado a acostumbrarse a su presencia. Bajó de la silla, maniobrando con su pequeño cuerpo y su preciado libro. Si hubiese sido cualquier otro manuscrito, lo habría dejado caer al piso para no crearse más dificultades. Podría hacer que uno de sus fantasmas, lo moviera haciendo gala de la telequinesis, pero se negaba a permitir aquello. Nadie, excepto él, estaba capacitado para manejar un ejemplar de tal magnitud. Quitarlo de las garras de la Inquisición no había sido sencillo. Refunfuñó cuando Arquímides cayó frente a él, cogiendo al ratón entre sus garras. A su mascota le gustaba jugar con sus presas antes de comérselas. Una virtud, que había aprendido de su amo. Las palabras de Brün rompieron el ensordecedor silencio. El enano enarcó una ceja en señal a su comportamiento. No le gustaba para nada ver como se meneaba, como si estuviese esperando algo de él. ¿De modo que ahora quería hacer las paces? ¿Esperaba que le respondiera? No lo hizo. No le dio las buenas tardes y siguió andando. Debía poner el libro a resguardo. Sin embargo, la ilusión que había puesto sobre éste, hacía imposible que la hechicera se diese cuenta de que cargaba con algo entre sus manos. Algún día, si le placía, le enseñaría. Entonces quizás, cuando supiese lo suficiente, podría deshacerse de ella. Poseían esa misma habilidad. Lo notaba cuando tocaba los objetos que escondía bajo un manto ilusorio. – La tienda abre todos los días. – Le recordó, con gravedad. Su enfado, se dijo, no tenía nada que ver con que necesitase de su ayuda o peor, su compañía. – Si quieres vivir aquí, tienes que ganártelo. Es la regla, Brünhilde. Arquímides lo entiende. – Y lo hacía. Era su espía, al igual que ciertos espíritus. Nada pasaba en el Submundo sin que llegase a sus oídos. - ¿Qué te ha tomado tanto tiempo? – Demandó, desapareciendo para esconder su recién llegada posesión. Para la bruja, Merlyn nunca se movió.
Merlyn Wilkinson- Hechicero Clase Media
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Fecha de inscripción : 18/10/2014
Re: Nido para el Bùho y la Curruca || Privado
por Brün Rothschild Mar Dic 09, 2014 6:11 pm
“Lo fantástico y lo inesperado, lo que cambia y se renueva eternamente, no encuentra mejor ejemplo que en la misma vida real.”
— Berenice Abbott
— Berenice Abbott
Fue un gran espectáculo ver como el Búho; mascota del enano. Se revoloteaba cerca de la cabeza de Brünhilde antes de lanzarse con aquella gracia, que solamente era logrado por el animal. Buscaba entre los huecos aquel pequeño ratoncito de color blanco y larga cola, el cual sería su entretenimiento y luego su cena. Al final el mismo atrapo su objetivo, como tal vez la pelirroja lo había hecho, aun sin darse cuenta de ello.
El estaba allí al frente con su rostro endurecido por los años y las amargas experiencias que le había impuesto la vida, pero le estaba dirigiendo la palabra, de una forma tosca y casi rancia, casi como cuando un pastel de leche se termina de perder. —Yo me gano el pan todos los días — refunfuño. En su rostro suave y terso se pudo ver como pequeñas líneas se formaban, intentaba endurecer igual el rostro, mientras escuchaba los reproches del enano.
— Yo tengo otras habilidades, hago cosas que Arquímides no puede hacer — su cuerpo se mecía de un lado a otro. En su mismo eje, mientras una pequeña sonrisilla se asomaba en sus labios. Una de sus manos se fue hacia la parte de su escote, en donde saco una vieja llave de cobre. —Necesitaras moverte de esa vieja pila de libros para mostrarte el regalo que te traje — giro su cuerpo y comenzó a caminar, sin esperar al enano. Sabía que no era necesario decirle para donde iba, estaba segura que ya comenzaba a sospechar la forma de hacer las paces de la pelirroja.
Brün Rothschild- Hechicero Clase Media
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