Emigración para sanar un corazón | Personaje Pendiente

por **Athdar Campbell** Sáb Nov 15, 2014 12:21 am

Invierno de 1805
En Alguna parte del Canal de la Mancha

Dolía… Y mucho. El corazón de Athdar estaba hecho pedazos y no estaba seguro si se debía a la ingenuidad de confiar en los humanos o la traición de la familia Rosso sobre él. Quizás el término no era el apropiado pero para él que sólo sentía un vacío. No, un indescriptible dolor que ni las lágrimas podían suavizar su tormento, esa era la única palabra que de su mente humana se generaba. ''plumitas'', así le habían llamado y la foránea le había brindado una falsa amistad. Athdar reconocía su error, pero pese a que hubiera permanecido con ellos, él llegaría. El dueño de la familia, aquel hombre desaparecido. «Toda la humanidad es la misma» se recriminaba mientras lloraba en el navío que lo llevaría a una tierra todavía más podrida, un nido donde era consciente de que encontraría lo peor del hombre y sin embargo se había empeñado a verlo por su propios ojos y muy en el fondo, negándolo, destruirse a si mismo. Un condenado, eso se creía y las risas de Ruggero y Melanie eran azotes sobre su alma.

Por las noches despertaba exaltado, todo lleno de sudor. La imagen del cuervo golpeando el cristal de la ventana le impedían respirar y nuevamente el llanto. «¿Será la penitencia que he de pagar?» se decía para justificar ese dolor que lo carcomía. «Si tan sólo yo hubiera sido más que un leñador, tal vez no su padre pero si su amigo, podría haberles contado tantas historias, pude llevar a Ruggero a cazar y hacer rituales sanos mientras contaba a Melanie sobre las hadas y seres fantásticos, pude hacer reír a la foránea», quiso olvidar su nombre, se prohibió mencionarlo, la foránea, así la conoció el cuervo y así la recordaría mientras la vida siguiera o la muerte que comenzó ansiar lo arropara con el manto del silencio. Si, el quería alcanzar la armonía, irse al limbo o arder en los infiernos, que más daba, no creía que pudiera haber más sufrimiento que el que vivía en esos momentos.

El dolor no le permitió medir el tiempo, cada momento le parecía una eternidad. El capataz le acercaba la comida que todo marinero tenía que ingerir pero él no probaba bocado, la misma tristeza de sus ojos se contagió y para cuando arribó finalmente al puerto de Francia se apartó del resto de las personas para transformarse en ese cuervo que le brindó una aventura dolorosa. Dedicándose a volar por los cielos repugnantes de un París corrupto e hipócrita.

Invierno de 1805...
En alguna parte de la Zona Residencial, París

Voló por tres días, bajando regularmente al puesto ambulante a robar unas manzanas para sobrevivir. La ventaja de mantener esa apariencia era de que el apetito era menor por lo que una manzana era suficiente para todo el día. Siembre llegaba por las mañanas y emprendía nuevos vuelos por los callejones, las amplias calles, el teatro, las zonas comerciales. De día y de noche, observaba a tantos sobrenaturales en las calles que él mismo estaba sorprendido pero no se entrometía en nada. La ciudad era como se la imaginaba, lugares de alcurnia y espacios podridos para lo peor de la sociedad que sin embargo poseían unos valores mucho mayores a los de la realeza cuyas máscaras de hipocresía estaban bien maquilladas y sus caracteres estaban bien interpretados.

Si existía honestidad era en los callejones de mala muerte, empero, no era un lugar en el que él desease habitar. N se trataba de un complejo de superioridad, sino de que toda la reflexión de la vida de la clase baja contaminaría sus pensamientos. El cuervo quería aprender el otro lado de la maldad. No la de la guerra a base de espada, la búsqueda de las coronas por medio del derramamiento de la sangre del pueblo, sino, de las artimañas, traiciones y complicidades para desbancar no a grandes figuras como reyes o duques, sino a simples empresarios. Quería además conocer más del movimiento de la ilustración, y saber cuanta hipocresía se encontraba inmiscuida en toda acción, movimiento y pensamiento.

Aunque claro, su refugio en la zona residencial, en un árbol que le pertenecía a quién sabe quién. Lloraba por los Rosso, a los únicos que realmente amó en la vida, la familia que le enseñó lo que es amar y a quienes no volvería a ver jamás porque ya poseían eso que necesitaban… un padre.