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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Anne-Louise Delacroix Sáb Jun 08, 2013 3:40 am

“Quien sabe de dolor, todo lo sabe” — Dante Aligheri.

Consultando el reloj de la iglesia pudo notar que en realidad era más temprano de lo que creía. Tal vez no debió salir de la casa a esa hora, sus labores como ama de llaves aún no terminaban. Pero no quería enfrentarse al ceño fruncido de Monseiur Vekel ni a su voz regañándola por no ir hacia la dirección que juntos habían encontrado. Al parecer con las conexiones adecuadas toda búsqueda se hacía mucho más fácil, sólo fue cosa de darle el nombre y en cosa de días su patrón tenía bastante más de lo que ella pudo conseguir por su cuenta. Nunca podría pagarle todo eso, ni aunque trabajara ahí toda la eternidad.

El atardecer la había encontrado preguntando direcciones y escuchando indicaciones que más daño que bien hacían. De un lugar a otro algunos respondían con interés a sus preguntas mientras otros sólo se aprovechaban de esa escasa moneda que ella ofrecía a cambio de algún tipo de información. Pero entre charlatanes, mendigos, estafadores y un par de borrachos que sin fijarse en su muy tapada figura le ofrecieron algo más que unas palabras, encontró a quien tenía quizás la versión más cercana a la realidad. Una descripción perfecta de sus hijas y también el dato del lugar al que habría podido llegar en carruaje de haber aceptado la propuesta de Monsieur Vekel.

Claire al parecer vive o trabaja en una mansión a la que fácilmente puede acceder caminado. Aquello en parte le causa una excitación parecida a un niño que puede observar el destino de sus vacaciones desde la ventana de su carruaje y sólo pide que los caballos sean capaces de galopar un poco más rápido. Su respiración se agita con cada paso y los pequeños pies enfundados en sucias sandalias, demasiado abiertas para el clima parisino, se escuchan fuertes y rápidos mientras avanza hacia lo que cree será al fin el término de ese sufrimiento que mantiene impregnado en el alma.

Un hombre de ropas oscuras y sombrero de copa la mira fijamente. Sus ojos le queman sobre la piel y el silencio repentino la paraliza justo frente a la mansión que cree es la adecuada. En una plegaria interna que eleva al cielo sin un destinatario claro, sólo pide que la respuesta sea positiva por primera vez y que sea él quien posea las palabras que por tantos años ha deseado escuchar.
— Señor… disculpe Señor… con una voz distinta a la normal, cargada quizás con años de dolor y algunos segundos de emoción, intenta llamar la atención de aquel que es sólo una figura cerrando la verja de lo que parece ser la casa más grande en los alrededores.

— Señor… ¿conoce usted a Claire Delacroix? — y la pregunta, que queda en el aire, es quizás el mejor anzuelo que pudo haber lanzado alguna vez, sólo que ella desconoce el alcance de lo que acaba de hacer y las repercusiones que esto podría traer.


Última edición por Anne-Louise Delacroix el Dom Mar 15, 2015 2:17 am, editado 2 veces
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Mensaje por Nigel Quartermane Jue Oct 10, 2013 11:27 pm

La vida de un vampiro, pese a todo lo que alardean los de la especie, podía llegar a tornarse bastante tediosa, sobre todo si se toma en cuenta que deben permanecer muchas horas en el anonimato, refugiados tras cuatro paredes, vigilando el exterior solamente a través de las pequeñas rendijas que se forman entre cortina y cortina. La noche poseía su propio encanto, uno sencillamente irremplazable, pero el día, ¡el día!, valiosas horas completamente desperdiciadas. Sin embargo, esa era una de las cosas que debía pagar todo aquel que quisiera gozar de las místicas mieles de la inmortalidad.

A Nigel no le bastaba, por supuesto, renegaba todo el tiempo, como renegaba de todo lo demás; le ponía de pésimo humor y se volvía insoportable durante el día. Dentro y fuera de la mansión se había vuelto un verdadero misterio el hecho de que el duque, que era tan famoso por practicar el libertinaje de manera “discreta”, ahora rara vez se le viera en la calle; acudía solamente a las grandes fiestas, y siempre de noche.

¿Acaso había enfermado? ¡Imposible! ¡Pero si se le notaba más regio, parecía más fornido e incluso más alto! Ahora el doble de mujeres, que antes lo creían atractivo, deseaban descifrar el misterio que escondían sus ojos azules de mirada profunda e hipnotizante, que las atraía como un imán sin una explicación coherente de por medio. Y esas eran tan solo algunas de las bondades la vida eterna…

Esa noche, Nigel tuvo el deseo de acudir –sin su esposa, como solía hacer desde hace algún tiempo- a un gran baile que se llevaría a cabo en el ya conocidísimo Palacio Royal. Se vistió de gala, enfundado en un traje de colores oscuros, detalles dorados e incrustaciones valuadas en una verdadera fortuna, y salió dispuesto a abordar el carruaje que ya le esperaba en la puerta.

El gran portal en forma de arco de la entrada de la majestuosa residencia permanecía iluminada por varias farolas colocadas a ambos lados, y junto a la puerta aguarda una misteriosa silueta de una mujer que esperaba paciente a que él se acercara. Nigel le clavó los ojos, sin necesidad de forzar su vista para entornarla, porque era imposible que un vampiro pudiera tener una visión más nítida, y descubrió enseguida que se trataba de una humana.

Se detuvo a pocos pasos de ella y la estudió en silencio, deduciendo así que, para ser una simple desconocida, las facciones suaves de la mujer le eran resultaban demasiado familiares. La examinó más detenidamente, sin entrecerrar los ojos, arrugar el ceño o mostrar algún otro gesto que delatara el análisis que estaba llevando a cabo, sino más bien mostrándose sereno, con un rostro tan perfecto e inescrutable que era capaz de infundir miedo.

Se movió solamente cuando fue capaz de leer en la mente de la humana el apellido que le inquietó por todo lo que significaba en su vida, y en la de su familia: Delacroix. Entonces supo exactamente qué sitios en la memoria de la mujer debía explorar, y encontró las respuestas a la incertidumbre.

Alzó la mano para hacer la señal que le indicaba al chofer del carruaje que la salida de esa noche se cancelaba. El hombre no se sorprendió por la abrupta decisión del duque, pues al haber servido a esa familia durante más de veinte años, estaba bastante acostumbrado al humor tan voluble y cambiante del que sufrían todos sus integrantes.

Sígame —se dirigió esta vez a la mujer que aguardaba por una respuesta, utilizando un tono tan seco que hacía que la invitación pareciera más bien una orden, una especie de exigencia que no admitiría una negativa por respuesta.

Sin más, el hombre dio media vuelta y emprendió el camino de vuelta a su residencia. No se le antojó hacer énfasis a los buenos modales con los que le habían educado, por lo tanto decidió no comportarse como un caballero y entró a la casa primero que ella, dejando que la mujer le siguiera hasta la sala, donde permaneció de espaldas hasta que se aseguró de que les habían dejado completamente solos. Sólo entonces se giró para encararla, viendo con sorpresa el gran parecido que esta tenía con su esposa.

La miró de arriba abajo, sin disimulo alguno, y acortó la distancia que los separaba dando unos pasos al frente, únicamente porque deseaba parecer lo suficientemente atemorizante.

Ahora que me he asegurado de que este delicado tema no saldrá de aquí, procuraré dejarle bien clara una cosa: Claire Delacroix ya no existe, murió, por lo tanto le prohíbo que vuelva a mencionar ese nombre. Su apellido es Quartermane, la señora Claire Quartermane, mi esposa.
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Mensaje por Anne-Louise Delacroix Dom Nov 03, 2013 4:34 pm

Cuando dejó Francia la primera vez tenía los ojos rojos por las lágrimas y los labios llenos de heridas por morderlos tanto para callar sus sollozos. No podía demostrar sus sentimientos en público o correría el riesgo de que en su nuevo trabajo la catalogaran de ineficiente o peor aún, de ser alguien tan débil que sólo servía para ser echada a la calle o servir a las necesidades más íntimas del señor. Esa última opción, que fue la que siempre evitó desde que su madre le explicó todo lo referente a ello, fue lo que finalmente terminó consiguiendo pese a todo su esfuerzo de evitarlo.

Su vida en Inglaterra llena de desgracias y malos ratos pero aliviada un poco por el nacimiento de sus pequeñas, se tornó un nuevo calvario cuando las muchachas partieron a encontrar un mejor futuro. Eso fue lo que Anne-Louise deseó para ellas y fue lo que esperó pudieran encontrar cada segundo en el que no recibió una carta ni un mensaje que le indicara que al menos estaban vivas. Por lo mismo, es que dejar Londres no fue un nuevo sufrimiento, fue más bien lo que necesitaba para cerrar ese ciclo.

El tono de su voz había sido, al parecer, lo suficientemente alto para que el caballero pudiera escuchar su pregunta, una que más bien hizo para tantear el terreno y no precisamente esperando algún tipo de réplica positiva. Y aunque la respuesta fue algo dura y cortante, era lo esperado para alguien de su posición, fue por esto que agradeció su invitación con una reverencia profunda y una débil sonrisa en el rostro. Aun cuando él no la mirara directamente debía ser siempre respetuosa con quienes estaban sobre ella en la escala social y si el hombre ahí presente era quien tendría más información sobre su hija, merecía entonces aún más respeto.

Lo siguió al interior de la mansión, pese a la escasa luminosidad de esa noche era posible divisar de todos modos la belleza de sus jardines y la extensión de éstos. Todo lucía finamente cuidado y pisar la entrada a la casa le dio la misma impresión de lujo y extrema riqueza que lo demás. Las miradas asustadas y rapidos pero silenciosos pasos de los empleados eran también la mejor señal de que ese caballero era además quien mandaba ahí. Anne-Louise se sintió por un momento abrumada y afortunada, tenía la oportunidad de acceder a ese hogar donde posiblemente su hija trabaja, donde tendría un trabajo honrado como siempre esperó de ella.

Al alcanzar la sala la mirada insistente de aquel hombre la obligó a bajar la cabeza, era evidente que dentro de esa habitación ella era lo más remendado, sucio, detestable y por sobre todo… pobre. El silencio, tremendo y atemorizante, se vio interrumpido por la voz grave y firme que comenzó a soltar palabras como si de puñales se tratara. ¿Su hija muerta? ¿Y lo decía así sin más? El nudo en su garganta es automático y más doloroso de lo que pensó, tanto que ni siquiera cuando escucha el final de ese pequeño discurso es capaz de comprender del todo lo que acaba de oír. Su hija no está muerta, lo que está muerto es su pasado.


— Discúlpeme… — carraspea un poco al final de esa palabra, sólo para aclarar su garganta y soltar las hebras de lo que la tenía recientemente atada, — ¿dice usted que mi hija es su esposa? ¿Es eso lo que intenta decirme? ¿Claire está casada con usted? — no puede evitar preguntar y aún cuando todo lo que quería era dar media vuelta y volver a la investigación que hacía con los otros empleados que pudo conocer, ahora le parecía imposible no seguir adelante. — ¿Quién es usted? ¿Ella vive aquí? ¿Está aquí ahora? Dígame dónde puedo encontrarla, dígame por favor dónde puedo encontrar a mi hija… —

Quizás debió comenzar por ahí, revelar desde el comienzo quien era para de ese modo no parecer simplemente una mujer curiosa intentando sacar algún provecho de quien al parecer ahora tiene un pasar mucho mejor que el suyo. — Mi nombre es Anne-Louise Delacroix, soy la madre de Claire y Juliette… soy la madre de su esposa, Señor. — una nueva reverencia sigue a esta presentación, sólo le falta ponerse de rodillas frente a él. Aguanta las lágrimas y lo hace porque no sabe si son producto de la alegría de conocer la verdad o son el fruto de la tristeza al saber que su hija no sólo cambió su apellido, al parecer también ha desterrado a su propia familia de su vida.
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Mensaje por Nigel Quartermane Dom Nov 10, 2013 5:13 pm

A Nigel no le gustó saber que esa mujer de humildes orígenes, vestida de manera muy sencilla, que lucía manos maltratadas por el trabajo doméstico y que no aparentaba ser más que una mujer sin encanto alguno, era su suegra. ¿Cómo diablos iba a permitir que se le vinculara con su familia? Imposible. Suficientes habladurías había ya sobre los Quartermane. Tan solo unos meses atrás Nigel solía parlotear a los cuatro vientos que la opinión de otros lo tenía sin cuidado, que podían hablar tanto como quisieran y eso no lo afectaría, ni a él ni a los suyos, pero las cosas habían cambiado tanto en el último año, empezando desde la repentina, inesperada, y por supuesto indeseada, aparición de Pierrot, su hermano gemelo. Él era otro que había llegado a darle dolores de cabeza y al que prefería muerto antes de presentarlo en sociedad como sangre de su sangre, para Nigel no era más que un intruso, un tipo con el que compartía apariencia (y vaya que eso le molestaba, hería terriblemente su ego) y que soñaba con usurpar el sitio que a él le correspondía. ¿De qué se trataba todo? ¿Seguiría creciendo la familia a base de indeseadas y detestables personas?

¿Quién soy yo? —Preguntó a la mujer claramente indignado, olvidándose de los demás cuestionamientos que yacían en el aire, minimizándolos, y dejando así, más claro que nunca, su egocéntrica personalidad—. El Duque de Francia en persona, me temo… —informó orgulloso y se giró para darle una vez más la espalda.

Estaba tan acostumbrado a ser reconocido y admirado por todos que no dio crédito a lo que estaba ocurriendo. Por primera vez supo lo que se sentía ser un simple mortal. Por una décima de segundo se sintió insignificante. Esto lo hizo sentir más encolerizado y no tuvo reparo alguno en hacerlo evidente en sus gestos faciales. Sin hablar le hizo saber a la mujer que no era bienvenida en su casa y que no sentía el mínimo placer por conocer al fin a la mujer que había dado la vida a la mujer que tanto decía amar.

Ha escuchado bien, Claire, su hija —y se odió por tener que repetirlo en voz alta—, es mi esposa, por lo tanto comprenderá por qué es tan necesario mantener en el pasado lo que ya es pasado, y usted, señora, es parte de ello, del pasado —la voz de Nigel era tan gélida que calaba hasta los huesos, era cruel y despiadada, no estaba tentándose en corazón ni pensaba en el dolor que ocasionaría a una madre que acudía a él con la única esperanza de ver a su hija después de tanto tiempo—. Hace tanto que Claire no habla de usted que yo sinceramente la creía muerta, y de pronto resurge de las cenizas y se planta en nuestra casa como si nada hubiera pasado. ¡Las cosas no funcionan de ese modo, no puede simplemente aparecerse así!

Su voz aumentaba de volumen, se intensificaba conforme iba hablando, y pronto ya no tuvo pudor alguno en demostrar sus verdaderos sentimientos hacia ella, el desagrado que le causaba su presencia, sus deseos de deshacerse de ella. Para él era mucho mejor hablar las cosas claras y no tener que lidiar con sentimentalismos.

¿A qué ha venido? —La abordó de pronto y le pareció ver cómo ella se echaba hacia atrás, probablemente abrumada por lo directo que éste estaba siendo—. ¿Qué es lo que busca? ¿Dinero? Porque si es así dígame de una vez cuánto quiere, lo que sea con tal de verla desaparecer de nuestras vidas —era un verdadero insulto de su parte, un atrevimiento el pretender comprar con dinero a su propia suegra, pero sí, ese era el tipo de cosas que alguien como Nigel solía hacer.

¿Qué otra cosa podía pensar una mente como la suya de una mujer humilde como ella? Se negaba a tragarse la idea de que solamente la buscaba porque la extrañaba y no por un interés monetario. Y aunque así hubiera sido, no la quería cerca de ella, impediría por todos los medios que ese encuentro entre madre e hija se llevara a cabo.

¿He sido lo suficientemente claro o tengo que decirlo con todas sus letras? —Preguntó rompiendo el silencio que se suscitó a causa de la tensión que ya había en el ambiente—. No es bienvenida en esta casa. No quiero que vuelva a buscar a mi esposa —advirtió, feroz, iracundo.

Lo que Anne-Louise no imaginaba es que las palabras de su yerno no eran una simple y vacía advertencia, sino más bien una amenaza.
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Mensaje por Anne-Louise Delacroix Mar Dic 03, 2013 5:29 pm

No estaba acostumbrada a escuchar títulos de nobleza directamente de quien los poseía, probablemente porque no solía lidiar con gente de esa clase social tan directamente. Mientras trabajaba para el señor Blackwood pudo servir en fiestas donde asistían las más altas autoridades, eran otros empleados los que le informaban de la posición de cada uno de los presentes y ella, desde su puesto en la cocina, era capaz de observarlos intentando entender si debajo de esa ropa pretenciosa y joyas exuberantes había gente igual a ella, igual a los que les servían la copa de champagne. Con este hombre era lo mismo, algo debió ver su hija en él, porque esperaba firmemente que ella recordara los valores que le inculcó en la niñez y que no eligiera casarse con él por su título nobiliario o el dinero que posea. Aunque tal vez eso es precisamente lo que pasó, sobre todo considerando lo que él acaba de decir.

— Yo… comprendo… — ella y también su voz parecen hacerse más pequeñas, da pasos hacia atrás cuando lo escucha llegar casi a los gritos. No es que sienta miedo, porque con lo que ha escuchado ya duda ser capaz de volver a sentir algo, es sólo que le parece un ser imponente, petulante, terrible en todo lo que esa palabra pueda significar. Se siente insignificante y más pobre que antes, con una pobreza que no tiene que ver con la falta material de cosas, le han arrebatado el amor, a su familia, ya no le queda ni la única esperanza que tenía en la vida. — No quiero su dinero, monsieur… no quiero eso de usted porque no quiero algo de usted… quiero a mi hija. — palabras que tiemblan como hojas que mueve el viento. La tempestad acá tiene un rostro y es masculino, su dolor ahora también pero desconoce el nombre del portador de tantas malas noticias.

Le duele la espalda, le duele el centro del pecho y ahí lleva una mano mientras intenta pensar con claridad, evitar que la situación la abrume un poco más. ¿Qué se puede perder cuando ya se ha perdido todo?
— Ha sido claro, mi Lord. He entendido desde el primer instante la molestia que le causa mi presencia en su hogar y debo pedir disculpas por importunarlo de este modo. No ha sido mi intención perturbar la paz de su casa ni mucho menos la de su vida… — a diferencia de lo que haría su hija, las palabras de Anne-Louise son sinceras, transparentes como lo que puede ser observado en sus ojos.

— Pero no estoy aquí para tratar con usted, reitero mis disculpas y desearía que este encuentro nunca se hubiera producido… lamentablemente fue usted a quien me topé a la entrada de esta casa a la que llegué después de semanas de averiguaciones… — sin querer parecer irrespetuosa, levanta levemente la barbilla y lo mira directamente. Sigue sin entender qué pudo Claire ver en él, lo que recuerda de su hija es una muchachita espontánea, divertida, un poco atrevida pero sin dudas adorable e inteligente y nada de eso se condice con la imagen de este hombre. Tal vez los años los han cambiado a ambos, quizás su hija ya no es quien recuerda o quizás este señor no es lo que era antes.

Al mirar a su alrededor nota el vacío, no se siente el calor de un hogar que reciba comúnmente invitados o que mantenga las puertas abiertas para mostrar la felicidad que habita en su interior. Todo está oscuro y frío, tal como se siente ella precisamente ahora.
— ¿Puedo saber dónde está mi hija? ¿Claire se encuentra en esta casa, Señor? — se atreve a preguntar antes de que él llame a alguien y la saquen de ahí. Ahora tiene una dirección, tiene algunas respuestas y tiene un rostro, avanzar será más fácil pero es más probable que se encuentre con puertas que se cierran en sus narices. — Sólo quiero hablar con ella, necesito hablar con mi hija y si luego de eso decide no volver a verme, ni usted ni su esposa volverán a saber de mí… desapareceré de su vida, mi Lord, sólo si mi hija lo quiere de ese modo… pero tengo que escucharlo de sus labios. —

En el desafío que acaba de plantear es donde puede vislumbrarse el parecido que tiene con su hija. Sólo ahí, cuando han atacado lo único sagrado que le queda, es que puede atacar también de vuelta.
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Mensaje por Nigel Quartermane Jue Feb 20, 2014 8:02 pm

Si había algo que a Nigel realmente le molestaba de las personas, era que fueran tan insistentes cuando él ya daba por hecho el haber sido lo suficientemente claro. Su querida suegra acabó por convertirse en una verdadera molestia; frente a sus ojos dejó de ser la mujer humilde que suplicaba para que se le permitiera ver a su hija, trasformándose en un bicho enorme pegado a su carne e intentando succionarle la sangre ante el menor descuido, y a los bichos sólo se les podía tratar de un modo: pisándolos cuanto antes.  

¡Basta ya! —vociferó harto de la situación, harto de su voz chillona y testaruda, de su cara de mustia, porque para Nigel no era más que un actuación, una maldita y desagradable farsa y le ofendía pensar que ella creía posible que él podía ceder ante ella—. Ya me he cansado de escucharle, cállese de una vez —exigió a la mujer—. Es usted una insolente. ¿Cómo se atreve a hablarme de ese modo, a cuestionar mi autoridad en mi propia casa? ¿A eso ha venido, a insultarme como si fuera yo cualquier pelagatos? Ni siquiera tendría por qué mirarme a los ojos como lo está haciendo.

Correspondió a su mirada y mostró una vez más ese gesto de desprecio que parecía no querer abandonar su rostro, una mueca que casi lograba opacar la jovialidad propia de su edad y la belleza que la inmortalidad de proveía. Era la expresión más infame del mundo y se la dedicaba a la mujer que había traído al mundo a la joven que era su esposa, la madre de su hijo y que, a pesar de todo, seguía considerando su alma gemela, su igual en muchos aspectos. Sin embargo, lo que pensaría Claire de él si llegaba a enterarse de que su madre fue maltratada y corrida de su propia casa como si se tratara de una criada cualquiera, a Nigel lo tenía sin cuidado. Era su casa, él era el del título nobiliario, el que proveía, las cosas debían hacerse como dictaba su voluntad y Claire, como toda mujer, debía agachar la cabeza, tragarse sus opiniones y acatar las órdenes de su marido. ¿Acaso no era así en todos los matrimonios? Las cosas en la mansión Quartermane no tenían por qué ser de otro modo. Y de todos modos, las cosas con Claire no estaban nada bien, a ella ya no le sorprendería; tampoco opinaría porque el mismo Nigel le había prohibido hablar si él no daba su consentimiento. Daba igual.

¿Qué es lo que pretende? —preguntó cuando detectó en Anne-Louise un ligero pero audible tono de desafío. ¿Acaso deseaba provocarlo para ver hasta dónde era capaz de llegar? ¿No había tenido ya suficiente? Increíble, sencillamente inconcebible. Definitivamente era la madre de Claire, la misma sangre tozuda corría por sus venas—. Si le digo que Claire se encuentra en casa, ¿abrirá cada puerta y pretenderá llegar a ella a como de lugar, ignorando mis órdenes? —cuestionó sin dejar de observarla, vigilando con sus frívolos ojos azules cada expresión—.  Sí, por supuesto que lo haría —añadió con cierta amargura y más enfado—, pero estaría muerta antes de poder cruzar esa puerta —sentenció restándole importancia a la amenaza de muerte que acababa de hacer.

Desde que se había convertido en vampiro, además de perder su humanidad, también parecía haberse extinguido la poca decencia que aún le quedaba. Amenazaba sin pudor alguno y los sentenciaba a las peores cosas, dispuesto a llevarlas a cabo por su propia mano; se había vuelto un bandido, alguien perverso.

Le dio la espalda y se dirigió hasta un gran mueble de madera que en la parte alta tenía una pequeña puertecita que mantenía bajo llave. Introdujo una pequeña llave plateada y de allí sacó un pequeño saco color carmín, el cual lanzó a la mujer como si ella estuviera hambrienta y se tratara de una hogaza de pan duro. Esperó detectar en sus ojos la avaricia, verla coger el saco con las ansías propias de una muerta de hambre codiciosa, pero la bolsa de tela cayó sobre la alfombra. Quizá pensaba que un solo saco era demasiado poco tratándose de alguien tan importante como él. Nigel alzó la barbilla y de la puertita sacó otros tres sacos más y los lanzó de la misma manera.    

Ahí tiene, suficiente para que suba a un barco y vaya a cualquier otro sitio, mientras más lejos, mejor. Hágalo, vaya y consiga una nueva vida y olvídese de todo lo demás, de que tiene una hija. Dirá que no puede, que no sería capaz de hacer algo semejante pero, señora, le sorprenderá averiguar el poder que tiene el dinero, algo que intuyo que usted nunca ha poseído. Ahora, le ordeno que se marche en este mismo instante —pidió con voz demandante mientras se dejaba caer sobre un sillón de la sala.

Era la última oportunidad que le daba para marcharse dignamente, sin tener que ser arrastrada como la criada que era.
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Mensaje por Anne-Louise Delacroix Miér Mayo 07, 2014 4:40 pm

Detrás de sus propios ojos existía un miedo tangible a lo desconocido que acarreaba desde muy pequeña. Temía tener que enfrentarse a la oscuridad y a la ignorancia de no saber qué habrá del otro lado, podía incluso llegar a sentir dolor físico cuando se le encomendaba una tarea que requiriera adentrarse en algún lugar de la ciudad que no hubiese visitado antes e incluso, una vez poco antes de cumplir los 13 años, se desmayó cuando alguien la encerró en una habitación y la mantuvo ahí hasta llegada la noche. Los temores de Anne-Louise fueron siempre algo que estuvo constantemente presente hasta que se produjo el nacimiento de sus hijas, después de lo cual pasó a dejar de lado lo que ya consideraba como niñerías y comenzó a sufrir anticipadamente por el futuro de esas pequeñas que trajo al mundo sabiendo que ni siquiera era capaz de tener una vida digna para ella misma. Se propuso entonces criarlas del mejor modo posible y por sobre, forjar en ellas una personalidad fuerte que hiciera más difícil para otros pisotearlas. Aquella tarea no sabe si fue cumplida con éxito, pero sí tiene claro que cuando se trata de si misma no es capaz de aplicar tales enseñanzas.

La decisión de no responder a sus preguntas no fue algo estudiado ni planificado, la sorpresa inicial de ser tratada de ese modo por alguien a quien su hija le ha entregado la vida es lo que la mantiene, nuevamente, con la boca cerrada y los ojos abiertos. Está consternada, por completo, pero también bastante confundida y por sobre todo… molesta. En sus pies pudo sentir la brisa que provocaron los sobres al tocar el piso, si él espera que ella los recoja o que al menos se agache para hacerlo, entonces está muy equivocado. En estos momentos lo único que le importa es su hija y todo lo demás puede pasar a un segundo, tercer o cuarto plano.
— Mi Lord… — sintiendo como la rabia es capaz de brotar de sus labios con cada palabra, elige respirar profundo antes de continuar, — comprendo que mis palabras no quedasen del todo claras, también que para usted sea difícil entender que no vengo en busca de dinero ni ningún otro tipo de favor más que el de conocer el paradero de mi hija. —

Anne-Louise deja atrás la vergüenza, lo que le quedaba de temor y también los francos ofrecidos. ¿Cómo es que aquel señor no comprende que lo que ella siente en ese momento no puede ser arreglado de ese modo? Ingenua es ella al pensar que con el cambio de país vendría también un cambio en las actitudes que la gente de clases más altas tendría con alguien de su “calaña”. — ¿Qué es lo que tanto teme, señor? Es muy probable que Claire no quiera volver a verme… ¿Conoce usted la infancia de la que ahora es su esposa? ¿Sabe que nació en otro país y por qué llegó a este? No sé qué es lo que mi hija vio en usted, pero lo eligió para ser su esposo y sólo por eso se ha ganado mi respeto… sabrá disculparme pero mi camino ha sido largo y difícil, si quiere que espere afuera puedo hacerlo, pero no me iré de aquí sin verla. —

Insistente y fastidiosa, tozuda y obstinada como su hija, Anne-Louise se cruza de brazos más como una protección que como un desafío pero cambia rápidamente de idea porque apenas se encuentra con los ojos del duque, un escalofrío recorre su espalda y decide comenzar a retroceder, a alejarse lo más posible de él sabiendo que su amenaza es verdadera, que está en real peligro y que no es otro engreído más buscando liberarse de una muerta de hambre como ella. Este hombre tiene la misma mirada que su actual empleador, ambos parecen haber sido esculpidos en hielo. Debe ser algo de Paris, algo existente en las ciudades grandes que los hace formar barreras para no ser tocados ni tampoco tocar al mundo. ¿Cuánto tendrán en común Kristian y Nigel? Por ahora lo desconoce.

Un golpe seco le indica que acaba de chocar contra la puerta, nadie ahí podría oírla si comenzara a gritar como una loca. Cualquier esfuerzo por escapar es inútil y no es que tenga intenciones de hacerlo tampoco, ya no tiene la impetuosidad propia de la juventud ni las escasas fantasías que alguna vez existieron y que la llevaron a cometer tantos errores, ahora prefiere pensar un poco más sus acciones antes de realizarlas.
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Mensaje por Nigel Quartermane Dom Ago 17, 2014 3:06 pm

Un hombre como yo no teme a nada, no sea ridícula —rechazó Nigel con tono seco y cortante a las estúpidas palabras de su suegra.

Pero en el fondo sí que temía a muchas cosas. Al abandono y a perder a Claire, principalmente. Por supuesto, la mujer que tenía en frente, que además de todo era una completa extraña, no era en absoluto la adecuada para saberlo, para conocer las debilidades de un hombre tan importante y tan famoso como él, fama que se acrecentada cada día más, principalmente por su actitud arrogante y la voluntariosa personalidad que poseía desde muy joven y de la que ningún francés estaba exento de conocer. Nigel no podía permitirse que sus debilidades, esas que guardaba celosamente y que protegía con la dura coraza que se había formado durante todo ese tiempo, quedaran a la intemperie, que se volvieran de dominio público, porque, de ocurrir semejante cosa, sería el hazmerreír de todo París, y era demasiado orgulloso que prefería estar muerto antes de que algo como eso ocurriese. Por eso no podía permitirse confiar en nadie. Ya lo había hecho una vez, cuando se había mostrado libre y transparente frente a Claire, su esposa, y ella lo había traicionado con su propio hermano. Si ella, que había jurado amarlo y apoyarlo hasta el último día de sus vidas le había hecho eso, nada le impedía pensar lo peor de todos los demás. La lección la tenía bien aprendida.

Sintió como si alguien lo abofeteara cruelmente, inesperadamente, al recordar la traición de la que tanto decía amar. Ésto lo orilló a adquirir cierto gesto de amargura, a portarse aún más despiadado, a vengar en la pobre mujer que no tenía culpa alguna de sus errores y sus desgracias, que nada tenía que ver con que su matrimonio fuera una farsa, un fracaso, la rabia que la traición de Claire le provocaba, porque eso era Claire, una traidora, una farsante, una mujerzuela y no creía que su madre fuera tan distinta, pues por sus venas corría la misma mala sangre después de todo.

Quien parece no haber comprendido es usted, señora, pero no se lo reprocho, ya que al parecer en mi afán de no querer perder del todo mi paciencia con usted, no he logrado mi objetivo de ser lo suficientemente claro, de hacerme entender. Eso es lo que ocurre cuando personas de mi clase intentan entablar una conversación, o lo más parecido a eso, con… —hizo una pausa, misma que utilizó para barrer de arriba abajo, con la gélida mirada, a la desgraciada mujer que permanecía indefensa y tan pequeña, casi diminuta a su lado—, gentes como usted, lo cual dicho sea de paso, considero prácticamente imposible —era realmente ofensivo que se atreviera a minimizarla de ese modo, valiéndose de sus orígenes humildes y de su poca o nula educación, dando por hecho que era lo suficientemente inculta y estúpida como para siquiera entender la mitad de las palabras que él podía llegar a utilizar.

Sé lo que tengo que saber sobre el pasado de Claire y eso me basta. Si no he hecho el esfuerzo de indagar en él no ha sido por otra cosa más que por indiferencia. ¿Sabe por qué? Porque me avergüenza como sé que debe avergonzarle a ella. Porque, después de todo, ¿quién podría sentirse orgullosa de tener una madre como usted? Una muerta de hambre que jamás pudo darle todo lo que ambicionaba. Conmigo ha tenido y tiene todo lo que ha querido. Eso, eso es lo que vio en mí: dinero, riqueza y todo el respeto y la admiración que es capaz de proveer un apellido como el mío. Ahora, si me permite… señora —utilizó el mismo tono sarcástico y burlón— tengo cosas mucho más importantes que perder el tiempo con usted. Le pediré a mi mayordomo que la acompañe a la salida.

Nigel se condujo a través del despacho con toda la indiferencia que su soberbia era capaz de proveerle, deteniéndose junto al marco de la puerta, la cual abrió para llamar al sirviente.

¡Herbert! —le gritó, pero el hombre no apareció ni dio señales de haberle escuchado—. Herbert, estúpido holgazán, ¿acaso no escuchas que te estoy llamando? —volvió a insistir, grosero, exasperado, y finalmente se dio por vencido, tomando silenciosamente la determinación de que más tarde se ocuparía de él, probablemente despidiéndolo.

Bien, tomando en cuenta la ineptitud de mis criados —comenzó a decir mientras, molesto, desabrochaba bravamente los botones de los puños de su camisa y comenzaba a remangarla hasta los codos para impedir que se estropeara—, supongo que me veré obligado a hacerlo yo mismo, y no diga que no se lo advertí.

Decidido a hacer su voluntad, cruzó la habitación con dos zancadas y, como si se tratara de un perro sarnoso del que deseaba deshacerse lo antes posible, atenazó a la mujer colocando sus hoscas manos sobre sus brazos y la jaloneó como a una callejera.

No quiero volver a verla por estos rumbos, en la ciudad o en ningún otro lado, no me importa quien sea o de quien sea madre. ¡La quiero lejos! ¡La quiero fuera de nuestras vidas! —Le gritó mientras la arrastraba por el largo pasillo de la casa, forcejeando, porque ella se resistía ante su crueldad.

Pronto, la escena se volvió un escándalo. Los criados empezaron a asomarse a través de los marcos de las múltiples puertas de la enorme residencia para encontrar con horror lo que su patrón le hacía a la mujer, algo que no los sorprendía del todo, puesto que conocían bien el carácter iracundo del Quartermane. Muchos de ellos habían estado en el lugar de Anne-Louise en alguna ocasión. Flora y Tulipe, una cocinera y la otra la niñera oficial del pequeño León, también se encontraron allí, ésta última con el niño en brazos, que con sus ojos llorosos, tan azules como los de su padre, contempló ignorante lo que le hacían a su abuela.
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Mensaje por Anne-Louise Delacroix Dom Sep 07, 2014 4:08 am

Aquella versión oscura y retorcida de la historia, esa que hablaba de la vergüenza que Claire pudiese sentir sobre sus orígenes y quien la había engendrado, fue una que nunca antes pasó por su cabeza. Para ella, sus hijas siempre la recordarían como una madre abnegada que pese a pasar por lo que tuvo que pasar, no pensó nunca en interrumpir ese embarazo como muchas otras mujeres en esas tierras hacían. Anne-Louise siempre creyó que Juliette y Claire pensarían en ella y añorarían verla, pero jamás que desearan no encontrarla otra vez por miedo a que alguien conociera su pasado humilde. Lo que el señor decía podía ser tan cierto como la idea que tenía la empleada en su cabeza, y es más, la nueva teoría tomaba más fuerza a medida que miraba a su alrededor y notaba los lujos y detalles en esa casa. ¿Los habrá elegido su hija? ¿Sería ella la encargada de comprar esos muebles que valen más que todo el dinero que alguna vez tuviera? La mujer cerró los ojos mientras escuchaba el resto de las palabras, cada letra acrecentaba el dolor y cuando finalmente se detuvo, ya era demasiado tarde para actuar antes de ver como era arrastrada.

Los dedos de Nigel se clavaban en su piel como las garras de un animal, el hombre no estaba midiendo su fuerza para tratarla lo que sin dudas significaba que había cometido algún error grave como para molestarlo de ese modo. Porque claro, la culpa debía de ser de ella, era ella quien no sabía comportarse correctamente y por eso siempre lo malo que sucedía no era más que consecuencia de sus propias acciones. Intentó mantenerse en silencio mientras atravesaban puertas que se abrían rápidamente, intentó no quejarse pero el dolor que le provocaba la hacía soltar quejidos y pequeños gemidos que de nada servían. El resto de los habitantes de la mansión, o al menos los que parecían parte de la servidumbre, salieron a mirar pero nadie se atrevía a intervenir, otra comprobación más del poder que ese hombre tenía sobre todos los demás. ¿Sería también así con su hija? Quizás yacer bajo el yugo de aquel gran señor era lo que la mantenía alejada y ausente, o quizás sólo vuelve a especular como método de alejar la verdad.

Toda la situación lejos de hacerla sentir humillada la tenían más bien en un letargo inducido por la sorpresa. Avanzaba dejándose tironear por un poco hombre incapaz de enfrentar una verdad desconocida. ¿Qué tanto podía molestarle a él que ella hablara con su hija? No es como si fuera a pedirle que se divorciara o algo parecido. Anne-Louise sabe bien que el matrimonio es un vínculo sagrado que sólo Dios puede romper cuando decida llevarse a alguno de sus miembros, nadie era ella para poner en la cabeza de su Claire algo como eso, aún cuando ahora luego de conocer al marido esté tentada a hacerlo. El último grito la despabiló, la sacó del ensueño y le permitió enfocar los ojos muy azules de un pequeño muchachito que lucía fuera de lugar en los brazos de una muchacha que más podría ser su hermana que su madre.
—¡Suélteme! ¡Suélteme por el amor de Dios! ¿Quién es ese? ¿Quién es ese niño? ¿Es hijo de mi hija? —

Instinto materno, una corazonada o quizás el reconocimiento de que el niño poseía los ojos del padre y algunos rasgos de la madre, pero algo fue lo que la hizo removerse del agarre del tan distinguido señor para intentar que al menos detenga sus pasos. Ese debe ser su propio nieto y maldita sea pero incluso parecido con el padre de Claire tiene pero nada con ella misma. Una bendición quizás, ¿quién querría parecerse a una muerta de hambre como ella? Anne-Louise comenzó su propia batalla tirando de Nigel hacia donde se encontraba la empleada con el pequeño. Ambos tenían los mismos ojos asustados, como si temieran de ella o quizás era la impresión por toda la escena que estaban causando. ¡Maldito sea Lord Quartermane! El primer recuerdo que tendría su nieto de ella sería ese, el de ella siendo sacada de la casa como si de un animal sucio se tratara.

—¿Está Claire acá? ¿Puede decirme usted si está acá? ¡Claire! —su voz se desgarró en aquel grito final, sus preguntas iban dirigidas a la empleada que lucía mayor, pues la otra nada más parecía estar preocupada de sostener bien al niño y no tenía cara de entregar alguna respuesta. Si antes de su inadecuado comportamiento él ya le había pedido que desapareciera de sus vidas, ahora estaba segura que se encargaría personalmente de que así fuera.
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Mensaje por Claire Quartermane Miér Dic 31, 2014 2:37 am

Cada vez que lo miraba descubría en él algo nuevo que hasta entonces no había sido capaz de identificar. Claire encontraba en León gestos idénticos a los de Nigel que le producían un nudo en el centro del estómago. En el fondo, la mujer temía que su hijo pudiera convertirse en un reflejo de su padre; en un ser arrogante y frío, lleno de maldad y tan falto de empatía por haber crecido en ese ambiente privilegiado y bajo esos términos que ellos habían creado. Aún cuando todas esas características antes le parecían nada más pequeños detalles de una personalidad que le atraía, ahora eran defectos que la alejaban cada vez más de su esposo. El amor que ella sentía por él seguía ahí, presente e incluso creciendo pese a la distancia entre ellos, pero se había convertido en un amor real, transparente y maduro, un amor que conoce todas las aristas de alguien tan complejo como él, incluso aquellas que preferiría no existiesen y aún así seguían impulsándola a seguir a su lado pese a que no quisiera reconocerlo.

Es por ese deseo de querer criar a una persona con los pies en la tierra que se encargaba personalmente de ciertas tareas que mujeres de su clase jamás harían. Era ella quien alimentaba y vestía al niño, quien lo hacía dormir cada noche y quien lo despertaba por las mañanas. La relación con León era todo lo que la mantenía cuerda, porque llegar a una cama que se sentía tan vacía era tan doloroso como angustiante. Nigel ya no la tocaba, sólo la miraba para soltar algún comentario degradante y si compartían el lecho estaba segura que era porque lo hacía para cerciorarse de que ella no durmiera con nadie más. ¡Como si le quedaran ganas de hacerlo! Desde aquella noche en que su esposo la encerró en el cuarto sentía asco incluso de sí misma y la idea de que alguien pudiera verla desnuda le producía tal repulsión que ni siquiera permitía que la asistieran durante sus baños. Cada día dentro de la bañera luchaba con la tentación de hundirse y permitir que el agua entrara en sus pulmones hasta que la muerte la reclamara. Liberarse de todas esas cadenas estaba tan cerca, pero eso sólo condenaría a su hijo a vivir una vida como la que tuvo su esposo. Y Claire no quería que León se convirtiera en un segundo Nigel.

El griterío exterior fue lo que la hizo salir de los pensamientos en los que estaba tan concentrada. Se escuchaban pasos que corrían pero se le dificultaba detectar la dirección que tomaban. Su ceño se frunció al notar como el pequeño se inquietaba también con lo que estaba sucediendo, mantener a León tranquilo no era una tarea fácil y ahora precisamente estaba en el suelo moviendo suavemente de acá para allá algunos de sus juguetes de madera, lo que sucedía en muy raras ocasiones. Claire se puso de pie con el niño en brazos cuando una de las empleadas entró, la mujer tenía las mejillas coloradas y una mirada de disculpa en el rostro, tartamudeaba cuando intentaba explicarse por lo que su patrona la interrumpió antes de que acabara con toda su paciencia. En el fondo lo que pretendía decirle era que Nigel estaba envuelto en lo que sea que estuviera sucediendo afuera y no es como si le pareciera extraño, es sólo que pretendía que esa noche fuera un poco más calmada que las anteriores, al menos por unos minutos antes de la lucha que debería tener para hacer dormir a su hijo.

—Lleva a León a su habitación, yo iré a ver qué sucede —le ordenó a la niñera mientras le entregaba con reticencia a su hijo, siempre era así de todos modos, siempre temiendo que se lo puedan arrebatar definitivamente.

Dando pasos largos se dirigió primeramente al estudio de Nigel que era el lugar donde éste se encerraba antes de salir cada noche. Aún era temprano para que él dejara en paz a toda la casa, por lo que probablemente estaría ahí sentado detrás de su escritorio creyéndose el dueño del mundo. Al menos el dueño de su mundo sí era, desde el día en que se habían conocido. Pero no se encontraba ahí y ahora la revuelta seguía creciendo porque escuchaba lo que parecían verdaderos gritos de una mujer. ¿Una mujer? La sangre de Claire comenzó a hervir de celos considerando todas las opciones, ella bien conocía las preferencias de su marido pero hasta entonces nunca se había atrevido a traer a una de sus amantes a la mansión. ¿Se había convertido en alguien tan descarado que ahora ni siquiera era capaz de respetar el hogar de su familia? Aquel pensamiento podía hacerla reír, eso había dejado de ser una familia desde hace mucho.

Creyendo que se encontraría a una antigua compañera de trabajo o alguna mujer adinerada de esas que siempre le tiraron los calzones a su esposo, dobló en la esquina que separaba el área central del ala donde viven los empleados. La escena que vio a continuación fue tan inesperada como impactante. Por un lado estaba Nigel arrastrando con fuerza a una mujer para sacarla de ahí y por otro, la niñera con León en brazos pese a que sus instrucciones habían sido muy distintas. Escuchó su propio nombre en un grito desgarrador que la confundió aún más. La reacción inicial de Claire fue correr hasta su hijo y mantenerlo a salvo, no sabía si a salvo de su padre o a salvo de esa mujer que se suponía era una amenaza, pero después se detuvo a pensar por qué ella conocía su nombre y cambió de rumbo.

—¡Nigel detente! ¡Suéltala! ¡Le estás haciendo daño! —sin pensarlo dos veces se había acercado a su marido e intentaba hacerle entrar en razón sólo mirándolo al rostro, algo que podría haber resultado antes cuando él aún la amaba, pero estaba segura que ahora que él ya no sentía nada por ella difícilmente funcionaría. Nigel siempre le había parecido un hombre imponente y atractivo, especialmente cuando estaba molesto, pero ahora lucía enojado como pocas veces lo había visto y eso sólo la aterraba. —¡Déjala que se vaya por su propia cuenta! Creo que ya entendió tu mensaje muy claramentre… —Claire no quería levantar la voz pero ante el arrebato de su esposo no le quedó otra opción. Justo en ese momento León comenzó a llorar y la idea de que tuviera que presenciar esa escena le hizo enojar aún más. —¡Estás asustando a tu hijo con ese comportamiento! Deja que esta mujer se retire para que no podamos volver a verla… —

Ni siquiera sabía si la había visto antes, nada más decía lo que creía que Nigel quería escuchar. Pero el rostro de la mujer se le hacía familiar, algo en ella le pedía a gritos que la reconociera, quizás eran las lágrimas que derramaba al verla o esa miraba llena de dolor que le contagiaba aquel sentimiento. Realmente no lo sabía, todo lo que esperaba es que por primera vez desde hace mucho tiempo Nigel oyera sus palabras.
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Mensaje por Nigel Quartermane Lun Feb 09, 2015 11:16 pm

Claire apareció pero eso no hizo la diferencia. Hacía tiempo que la presencia de su esposa, la traidora, como ahora solía llamarla en la menor oportunidad que tenía para destacar el rechazo que le provocaba, había dejado de tranquilizarlo, de hacerlo sentir sereno y en calma. Ahora, desde el descubrimiento de su traición, cada vez que se le ponía en frente sentía que la sangre le hervía y luchaba contra el casi incontenible deseo de querer asesinarla, a ella y al mal nacido de su hermano. Por eso, cuando Claire se le plantó en frente y le suplicó que se calmara y diera por terminada la deshonrosa escena, Nigel simplemente manoteó para alejarla de sí.

¡Apártate de una vez! ¡No te metas, Claire! —le gritó a su esposa ignorando por completo su petición, forcejando con ella, provocando que León, su pequeño hijo que sostenía en brazos, comenzara a llorar completamente aterrorizado por el vozarrón y la agresividad de su padre.

Nigel tomó a Claire de un brazo y quiso arrastrarla fuera de aquella escena para que no interviniera y sobre todo para que no se reencontrara con su madre, pero cuando estuvo a punto de jalonearla, uno de los criados se vio obligado a intervenir. Las manos del muchacho se movieron instintivamente cogiendo a Nigel del brazo para impedir que le hiciera daño a su ama y al pequeño. Nigel lo miró iracundo, sorprendido y completamente rabioso por su osadía.

¡Quítame tus sucias manos de encima, estúpido! —le ordenó con voz atronadora y los ojos desorbitados por la furia. Empujó con rabia al muchacho y éste cayó de nalgas sin poder meter las manos.

Cuando alzó la vista se dio cuenta de que el número de espectadores había aumentado y atraídos por los gritos se habían reunido a lo largo del pasillo. Ya no solo se encontraban ahí la nana y la cocinera, sino todo el personal que miraba con horror la escena.

Y ustedes, ¿qué demonios hacen aquí? ¿Quiénes creen que son? ¡Largo! ¡Los quiero fuera de mi vista! ¡Es una maldita orden! —les gritó y, como si les hubiera hecho una amenaza de muerte, enseguida comenzaron a dispersarse hasta dejar el pasillo vacío. El muchacho que había intentado defender a Claire gateó por el piso, completamente aterrado, hasta desaparecer por completo.

Nuevamente se quedaron solamente él, Claire con el niño en brazos y Anne-Louise. Ésta última no apartaba la mirada de su hija, pero Claire parecía no saber quién era ella. Nigel sintió que verdaderamente empezaba odiar a su impertinente suegra por todo lo que había provocado y no dudó en hacerla sufrir un poco más, esta vez dejando destilar un poco de su veneno. Empezó a reír y ambas lo miraron sin poder comprender lo que le ocurría, desconcertadas de que pudiera pasar de la rabia a la risa con tanta facilidad en una décima de segundo.

Cuando al fin pareció contener la inexplicable diversión que tanto parecía estar disfrutando, volvió a adoptar la seriedad que lo caracterizaba, mas seguía manteniendo ese tono de burla del que difícilmente llegaría a desprenderse.

Señora, ¿lo ve? ¿Ahora entiende de lo que he estado hablando? Es usted tan insignificante que Claire ni siquiera la ha reconocido —le dijo sin tentarse el corazón. Claire lo miró aún más desconcertada.

Esta mujer, Claire, dice ser la madre de la que pocas me hablaste... aunque ahora entiendo por qué —volvió a mirar a la mujer de arriba abajo con actitud despectiva—. Ha venido hasta aquí buscando a su querida hijita, pero tal parece que ninguna de las dos tenía idea de cómo luciría la otra —alzó una ceja, todavía divertido—. Eso debe significar que han pasado muchos años desde la última vez que se vieron… —analizó llevándose la mano a la barbilla, planeando algo malvado y cruel, algo que le permitiría vengarse un poco más de Claire, quizá también de su suegra por haberle amargado la noche. Como matar dos pájaros de un tiro.

Entonces, señora, ¿no tiene ni la menor idea de lo que fue de su hija en todo este tiempo? —preguntó sabiendo de antemano la respuesta. Era bastante obvio—. ¿Quiere saberlo? Bien, yo voy a decírselo. —Cruzó ambas manos detrás de su espalda, como si lo que estaba a punto de hacer se tratara de algo sin importancia, y comenzó a andar, cruzando frente a la madre y la hija, que todavía se miraban desconcertadas.

Hasta hace un par de años, su hija era una de las putas más asediadas de París —dijo sin tentarse el corazón, con la única intención de avergonzar a Claire frente a su madre—. No ponga esa cara, es la verdad. La encontré en el agujero más pestilente de Francia, abriéndose de piernas para cualquiera que pudiera pagar por ello, lo cual, debo decir, era una cantidad bastante baja, así que básicamente se encontraba al alcance de cualquiera. Pero no crea que lo digo para menospreciarla, en realidad, usted no tiene idea de lo buena que era en lo que hacía; sigue siéndolo. Por algo era la favorita. —Miró a Claire y le dedicó una sonrisa cómplice de la que ella no fue partidaria—. Yo la saqué de ahí con la esperanza de convertirla en una dama, pero, bueno, dicen por ahí que aunque la mona se vista de seda… —se encogió de hombros—. Lo único bueno que ha hecho en esta vida es este precioso niño, su nieto, al que por supuesto, usted no verá crecer, y quién sabe, quizá tampoco ella... si no aprende a comportarse.

Claire debió estar demasiado consternada con las palabras de Nigel, porque, cuando él se acercó y le quitó a León de los brazos, ni siquiera fue capaz de poner resistencia.

Ahora que finalmente la ha encontrado, ¿por qué no se la lleva con usted? Hágalo, vuelvan al agujero de donde salieron, donde sea que éste se encuentre, ambas me harían un gran favor.
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Mensaje por Claire Quartermane Dom Mar 15, 2015 12:52 am

Plantada frente a los dos tendría quizás en sus propios pies la decisión que podría cambiarle la vida. Plantada ahí en ese pasillo vacío que se llenaba ahora con los gritos desesperados de un niño que no conoce al hombre que lo sostiene es que comprueba todo lo que fueron especulaciones hasta el momento. Claire no puede creer lo que acaba de escuchar, no puede creer que Nigel lo hubiese dicho de tal modo, no puede creer que distorsionara el pasado de ese modo sólo para hacerle pagar, nuevamente, por un crimen que nunca ha cometido. ¿Cuántas veces más tendrá que decirle que apenas habló un par de veces con Pierrot? Maldita sea, es su cuñado, el tío de su hijo, la única familia que tienen, o que tenían. No es como si se hubiera acostado con él, aunque debió hacerlo, debió restregarle en la cara que al menos tenía pulso, que al menos podría engendrar hijos, al menos era un hombre completo y no un maldito muerto que se folla a cuanta mujer encuentra por ahí, incluso más putas que ella, incluso más feas que ella, sólo porque cree que metiéndosela a cualquiera conseguirá lo que consiguió con ella.

—Si quieres que me vaya tienes que pedirlo, es así de simple Nigel, tú lo pides y durante el día, sólo durante el día, dejaré esta casa para que no puedas encontrarme… —no es primera vez que se lo dice, lo ha dicho tantas veces antes que ya ni siquiera ella cree en esas amenazas. Pero esta vez es distinto, ahora tiene a un lado a quien se supone es su madre. Los recuerdos son borrosos, eran tan pequeñas cuando dejaron ese país que sólo se mantienen en su memoria pasajes difusos de lo que vivieron, imágenes confusas de un pasado que quizás nunca existió. ¿Puede serlo? ¿Puede esa mujer ser realmente Anne-Louise Delacroix? Claire la mira con atención y siente como su corazón se fragmenta, mira como sus ojos enrojecidos por las lágrimas le devuelven la mirada. La vida no debería ser tan injusta para ellas. La mujer tiene la misma forma del rostro que ambas poseen, la misma contextura delgada que se mantiene como tal pese al paso de los años. Claire no está segura de que esa sea su madre. Lo que necesita es tiempo y no tomar una decisión apresurada.

Pero no tiene tiempo, León comienza a llorar con más fuerza como hace cada vez que Nigel intenta hacer el rol de padre. Pese a que lleva varios meses ya con ellos, el pequeño sigue sin llamarlo papá y evita su contacto todo el tiempo. ¿Por qué le interesa un hijo nacido de una puta? Mucho más fácil sería que ambos desaparecieran de su vida, que los dos volvieran a vivir en el campo, se dedicaran a pasar los días allá y él pudiera desplegar su poder a todo lo ancho sin tantas distracciones. ¿Por qué también la mantiene en esa casa? ¿Por qué no la arrastra afuera como intentó hacer con esa mujer ahí? —¡Por el amor de Dios, Nigel tranquiliza a tu hijo! ¿No pretendes deshacerte de mí? ¿Cómo planeas hacerlo si ni siquiera tu hijo te soporta? Nadie en esta vida lo hace, nadie te quiere, él no te quiere ni aunque seas su padre… y no te preguntes por qué no lo hace, acabas de darle más motivos para no soportar tu presencia… acabas de hacer llorar a su abuela y acabas de lograr que su madre desee el nunca haberte conocido. —

Nunca antes le había hablado de ese modo. Nunca antes ella tampoco se habría atrevido a dar por hecho que aquella mujer desconocida era su madre. Pero lo era, Claire quería creerlo así, quería una puta cosa buena en su vida después de años cargando una cruz que consideraba cada vez más pesada. No importaba si después resultaba ser una estafadora que intentara pedirles dinero o algo a cambio. Ahora, por ese instante en el pasillo, todo lo que deseaba era una madre a la cual pedirle disculpas por todo lo que alguna vez hizo.

—Nunca quise decir esto frente a mi hijo, pero él es aún pequeño y espero que los años consigan que olvide lo que ha visto y oído aquí… —Claire se dirigía ahora hacia la mujer, tenía los ojos brillantes y húmedos, pero se mantenía firme. —Juliette y yo trabajamos en un burdel por algunos años, no lo hicimos porque no consiguiéramos otro trabajo, lo hicimos porque era lo que nos gustaba hacer… y Nigel tiene razón en algo, éramos buenas en ello.  —no pretendía decirlo con orgullo pero eso fue lo que tiñó suavemente sus palabras, —fue ahí donde conocí a este hombre que luego se transformó en mi esposo, ahí comencé a amarlo y creí en sus palabras cuando dijo que también me amaba. Mi error fue creerle pero no puedo arrepentirme, gracias a él tengo a León… León es su nieto… es nuestro único hijo ya que luego de él sólo tuve a una niña que falleció al nacer y ahora no puedo tener más hijos. —

¿Por qué seguía protegiendo a Nigel?

—León es lo que me mantiene en esta casa, no puedo hablar más con usted por ahora… lamento todo lo que sucedió, lamento fallar como hija y lamento tener que pedirle que se retire antes de que el monstruo que tengo por esposo sea capaz de hacerle algo peor… —dándole la espalda, Claire se acercó a Nigel y tomó en sus brazos al niño que cerró la boca apenas sintió la presencia de su madre. No quería mirarla a la cara, no quería ver el rostro de la mujer que le había dado a luz. Claire sentía vergüenza y no por el pasado, sentía vergüenza de su presente.

El amor que Claire siente por Nigel es vergonzoso, cruel, doloroso e inmarcesible.


Última edición por Claire Quartermane el Lun Mar 16, 2015 1:15 am, editado 1 vez
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Mensaje por Anne-Louise Delacroix Dom Mar 15, 2015 1:19 am

Es imposible que lo que ambos dijeran sea cierto. Anne-Louise espera que la luz del sol entre por su ventana y la despierte del mal sueño que está viviendo. Ese hombre inventa todo para poder alejarla, para que no tenga motivos para volver hasta conseguir hablar con su hija. Ese hombre es el demonio mismo disfrazado de buen señor que intenta hacerla trastabillar en el duro camino que ha recorrido para poder encontrarla. La mujer desea, secretamente, que Monsieur Vekel estuviera a su lado acompañándola, que pudiera sostenerla ahora que las rodillas le fallan y que le confirmara que aquello es la realidad y no una pesadilla. Nigel puede estar mintiendo, de seguro está mintiendo. ¿Pero entonces qué es lo que ha dicho Claire?

La empleada camina hasta que consigue apoyar las manos en una mesa de arrimo, el mundo le da vueltas y siente nauseas dolorosas que le revuelven el estómago. Su hija no sólo ha confirmado parte de lo que ese hombre ha dicho, sino que además no estuvo sola en tan deplorable profesión, fueron ambas quienes vivieron esa vida. Claire y Juliette, las niñas que le robaron el alma desde que las sintió en su vientre, las pequeñas que fueron fuente de todas sus angustias hasta el día de hoy. ¿Cómo es posible que pudieran dedicarse a eso porque quería hacerlo? ¿Cómo es posible que vendieran su cuerpo por voluntad propia? Aquello era todo su culpa, su culpa por alejarlas de su lado tan pronto, por no criarlas bien, por no asentar valores bien arraigados en ellas de modo que pudieran hacerle frente a las tentaciones que el dinero fácil provoca.


—¿Dónde está Juliette? ¿Dónde está tu hermana, Claire? No puedo irme sin saber donde esta ella… —el dolor era tan patente en sus palabras, que Anne-Louise no fue consciente de sus lágrimas pero sí de los ojos vidriosos de su hija. Aquella era la misma niña que consolaba después de alguna caída, la misma muchachita de mente vivaz y travesuras peligrosas. ¿Será esta otra más de ellas? Siempre tuvo que gustarle el camino más difícil. Pero esa vida que está llevando es algo más que una travesura de niña, más parece una tortura que tal vez no valga la pena. —Claire…—la ve alejarse y tomar a su hijo, dar con esas palabras la conversación por terminada. Escucharle pedir que se marche es un golpe duro pero lo comprende, puede ver en ella el dolor con el que las ha dicho, porque también la conoce aunque no la hubiese visto hace más de 10 años, porque si ella estuviera en los zapatos de su hija también pondría al pequeño León por sobre todo lo demás.

Le gustaría poder acercarse a ambos y despedirse, o tal vez llevárselos y alejarlos de aquel hombre detestable, pedante y violento que tienen por padre y esposo. ¿Le pegará a ella? Está segura de que no debe tocarle un pelo al pequeño León, pero quizás sí golpea a su esposa.
—¿Este hombre te hace daño, Claire? ¿Tu esposo te agrede? —la respuesta es obvia, la figura de su hija no luce como debería, pero el silencio es lo que mejor responde a todas las preguntas. Anne-Louise se siente más fuerte y se acerca a ellos, aún teme que Nigel vuelva a tocarla y la arrastre hasta la calle, pero quiere ver la verdad con sus propios ojos, quiere enfrentarlo a él sólo para que sepa que los ha encontrado y que ahora será parte de la vida de todos ellos. No se siente correcto entrometerse de ese modo, tampoco cuando ambos le han pedido que se vaya. Pero darse por vencido no está en el vocabulario de esta nueva Anne-Louise. Quizás debería agradecerle a Kristian por esta repentina fortaleza que experimenta.

—Trabajo para Monsieur Kristian Vekel, soy su ama de llaves. Si quieres buscarme hazlo cuando puedas salir y hablaremos ahí o donde tú prefieras… No condeno tus acciones, hija mía, no cuando fui yo quien las dejó partir a un destino tan incierto. Siempre las mantuve en mis oraciones y ahora seguiré haciéndolo por ti, tu hermana, tu hijo e incluso por usted Lord Quartemane… —dijo esta última frase mirando los ojos de Nigel. Un escalofrío le recorrió la espalda al encontrar los ojos de ese hombre, eran ojos extraños, tenían el mismo brillo diferente que los de su patrón. —Espero que nuestro Señor alguna vez perdone su comportamiento y también lo que le ha hecho pasar a mi hija… porque se nota que de parte de ella, usted ya encontró el perdón. — se mantuvo quieta, expectante, paciente mientras esperaba una tosca despedida que ojalá no viniera cargada de más violencia. Todo lo que ha sucedido no es la última página de la historia.
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Mensaje por Nigel Quartermane Dom Mayo 31, 2015 1:06 pm

Pronto la diversión de Nigel se transformó en amargura. Claire jamás le había hablado de ese modo, pero se lo había ganado, después de todo el último mes se había esmerado como nunca en hacerle la vida miserable, insultándola de todas las maneras posibles. Su suegra tenía razón: él le hacía daño, la agredía constantemente. Alguien como Nigel sabía que mejor que los golpes, era el maltrato psicológico, porque las palabras, si se elegían cuidadosamente, también dolían, se clavaban como cuchillos en todo el cuerpo y sus heridas eran todavía más difíciles de cerrar. Por eso recurría a los insultos, las humillaciones, las burlas. Todo era tan degradante, y por supuesto, nada justo para Claire. Nigel Quartermane estaba destruyendo su matrimonio, y todo por culpa de los malditos celos. Era increíble que un hombre de su linaje llegara a caer tan bajo. Pero ella también era culpable, por permitírselo. Hacía mucho tiempo que podría haberse ido de su lado, encontrar la manera de abandonarlo, no podía ser tan complicado como parecía, pero seguía allí, soportando, aguantándolo todo. ¿Por qué? ¿Era posible que ya se hubiera acostumbrado y resignado a esa forma de vida? ¿Seguiría amándolo a pesar de todo? Por momentos parecía que no, pero otras veces –que ocurrían bastante a menudo– lo miraba de tal modo, con los ojos enrojecidos y vidriosos, que pareciera que en el fondo estuviera esperando un milagro caído del cielo que de pronto lo regenerara todo. No obstante, el matrimonio de los Quartermane yacía tan destruido que la idea parecía tan improbable, tan lejana, como esperar que el corazón de Nigel de pronto volviera a recuperar sus latidos y le devolviera la humanidad perdida. Nunca había sido especialmente reconocido por ser un hombre generoso y sensible, pero resultaban evidentes los estragos que había ocasionado en su personalidad su todavía reciente conversión. Su crueldad se había elevado a niveles insospechados.

Maldita sea, ¿acaso no ha escuchado a su hija? —interrumpió, harto de la situación, antes de que la mujer continuara diciendo tonterías que empezaban a aburrirlo. Además de insolente era una maldita criada entrometida que no entendía de razones. En venganza decidió clavar un poco más la daga de la crueldad contra su piel—. ¿Cuántas veces más tendremos que pedirle que se largue para que finalmente lo entienda? Fuera. Váyase de una vez. Aquí no es ni será nunca bienvenida. No regrese o la próxima vez se encontrará con algo mucho peor, créame.

Le dedicó una mirada de desprecio, que no sería la última, antes de darle la espalda. Entonces, una vez más, enfrentó a Claire. La miró como si realmente estuviera loco, aunque a esas alturas ni él estaba seguro de no estarlo. La rabia y los malditos celos lo consumían.

En cuanto a ti, Claire, ¿crees que me falta pericia o fuerza para deshacerme de ti y que por eso no lo he hecho? Tal vez me creas sin voluntad de hacerlo, pero no te equivoques. Si no lo hecho es solamente porque estoy seguro que al verte libre correrás a los brazos de ese mal nacido, y no estoy dispuesto a que me avergüences de tal modo —la fulminó con la mirada. Era un maldito necio—. Te quedarás aquí todo el tiempo que sea necesario, el que yo decida, siendo mi maldita esposa. Tendrás que matarme si realmente quieres ser libre, porque jamás te concederé la libertad —notó que Claire se estremecía por la crudeza de sus palabras, la frialdad con la que las pronunciaba.

Poco le importó que su suegra fuera espectadora de tan desagradable amenaza, que presenciara lo detestable que se había vuelto la convivencia entre los señores de la casa, después de todo, si eran familia, más valía que se fuera acostumbrando a cómo serían las cosas, quizá de ese modo la mujer finalmente entendería que en esa casa no había lugar para nadie más y desistiera de su terquedad. Antes de partir, Nigel le dedicó una última mirada.

Tienes cinco minutos para despedirte de esta mujer, Claire —indicó a su esposa sin dejar de mirar a Anne-Louise—. En cuanto a usted, señora, más vale que termine de irse, si no quiere que haga que la echen a la calle. Es mi última advertencia —sentenció para luego desaparecer de la vista de las dos mujeres.

Fue así como dio por finalizado el detestable encuentro.
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Mensaje por Claire Quartermane Sáb Jun 27, 2015 11:15 pm

Claire siempre ha creído que tiene las respuestas a todo lo que alguien pueda preguntarle o decirle. Por lo general es una mujer contestataria, de carácter fuerte y con la frase irónica en la punta de la lengua lista para salir afilada y dañar a alguien. A Claire le gusta usar las palabras para hacer daño porque sabe que no tiene mejor método para hacerlo. O mejor dicho “solía hacerlo”. Desde hace algunos años que nada de esto puede suceder, encontró a quien la deja callada y aunque al comienzo era una característica muy romántica, atractiva e incluso desafiante; ahora es lo que más odia. Y no se debe a que no sea capaz de responderle, es sólo que está cansada.

Cansada de vivir encerrada, cansada de un niño llorón que muchas veces no obedece, cansada de los reclamos de sus trabajadores, cansada del peso que tiene sobre los hombros, cansada de no poder pasar ni siquiera un día acostada leyendo en el diván de la terraza. Cansada de Nigel, de su actitud de mierda, de su mente cerrada y de sus piernas cerradas, cansada de aún sentir algo por él cada vez que lo ve y al mismo tiempo odiarlo tan intensamente que llega a preguntarse si podrá volver a sólo amarlo. Cansada de la mirada acusadora y llena de juicios de su recién descubierta madre. Porque ¡maldita sea! Desde la época en el burdel que no veía ojos como esos, tan cargados de decepción que incluso le hacen preguntarse por qué tendría que interesarle.

Pero le interesa, quizás más de lo que le gustaría.

—Mamá, tiene que irse. Ya escuchó lo que él dijo… sus amenazas nunca son vacías, le pido que se vaya pero volveremos a vernos, no sé cuándo pero lo haremos. —las manos de Claire tiemblan y se detienen a medio camino. Es mejor que no toque a su madre o la despedida se hará más difícil. No quiere que hable tampoco, que la reproche con palabras que salen en un tono suave como el de aquellos que ya se han rendido.

—Yo enviaré por usted, le enviaré una nota y el lugar donde nos reuniremos, no puede ser acá… él se entera de todo… —¿desde cuándo comenzó a temer pronunciar el nombre de Nigel?

La abraza con tanta rapidez que luego se pregunta que si en realidad lo hizo. Ni siquiera el aroma de su mamá le quedaba grabado en la memoria. ¿Qué pasaría si volvieran a separarse? ¿Qué pasaría si Nigel cumpliera sus promesas por primera vez y la hiciera desaparecer? Ya no recuerda el sonido de su voz gastada ni el olor a limpio que se mezcla con las hierbas de su jardín. No recuerda lo que pasó hace minutos, mucho menos lo que sucedió hace tantos años.

Ahora es Claire quien se aleja y da por terminada la conversación. No quiere mirar atrás, no quiere volver a ver más ojos decepcionados. León vuelve a llorar y su madre apura el paso, suspira porque sigue cansada y al parecer ha olvidado algo, también verá los ojos decepcionados de su hijo cuando él sea mayor y recuerde las palabras que su padre ha dicho hoy.
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