Guíame a tus brazos, perdona mi alma herida - Privado

por **Shura Rosso** Vie Ago 24, 2018 4:34 pm

Los años, las décadas, le habían hecho acostumbrarse a ese sol plateado, bajo el cual podía recorrer los campos, las praderas, con la misma libertad, que lo hiciera antes, cuando en su caballo recorría los paisajes bendecidos de su tierra natal. Hoy, todo su pasado estaba enterrado, o casi todo su pasado, pues en el fondo de su alma, unos ojos femeninos permanecían grabados a fuego. Con ese recuerdo clavado en su mente, se dirigió por las distintas calles de París, hasta detenerse frente a uno de los comercios mas prestigiosos de la ciudad, allí, la luz, le indicaba que ella se encontraba aún trabajando, como cada noche, que al realizar su recorrido nocturno, terminaba parado allí, observándole desde la distancia, como si se tratara de un espía, sin valor suficiente para presentarse ante ella y decirle que lamentaba haberla dejado sola. Aunque contemplarla, por unos breves segundos, podía causarle un dolor insoportable en mitad del pecho, allí en donde se suponía, su muerto corazón debería haber latido, no podía dejar de intentar contemplar aquella dulce sonrisa, o las delicadas manos, atareadas en la confección de uno de sus mas noveles y destacados diseños de moda.

Tras poder verle, se dispuso a partir, mas al escuchar que sollozaba, no pudo contenerse, se acercó al vidrio, y le contempló. Sin siquiera proponerlo, su mano derecha se elevó, hasta apoyarse en el cristal, acariciándolo, como si en ese reflejo, en aquel acto, pudiera darle un poco de consuelo, - No llores mi querida niña - susurró, - ¿acaso no sabes que tus tristezas, logran destruirme lentamente? ¿que preferiría convertirme en polvo, cuando el sol llegue con el amanecer, antes de no poder darte el consuelo que tanto desearía ofrecerte? -, bajó su cabeza, dejando que su frente se recargara en el cristal, cerró los ojos y apretó su mandíbula. - Fui egoísta, pero... pero no podía dejar que tu dulce corazón dejara de latir... aunque al final... terminó muerto, tan muerto, como mi propio corazón - se quejó, realmente conmovido por aquella decisión que había tomado años atrás, al convertirla en su vástago.

Tras verla por última vez, por aquella noche, se giró, alejándose del edificio, trepando de un salto a la grupa del caballo, y huyendo de aquel lugar, lo mas lejos que pudiera, pues no podía enfrentarla, aún sentía que no podía hacerlo. Así llegó al faro, a ese acantilado que acunaba aquella linterna, que podría hacer que los barcos llegaran seguros de sus largos y cansados viajes. Con sus poderes, pronto se encontró encaramado a la parte mas alta de aquella construcción, desde allí, podía divisar lugares lejanos, deseó poder viajar, ir a algún lugar en donde poder ser feliz, en el que junto con su amor secreto, el pasado, las tristezas, no pudieran tocarlos, y así, comenzar una nueva vida, sin miedo a que el dolor los separara nuevamente, sin culpas, y solo dejando que el amor, lograra cicatrizar las heridas que ambos tenían.