AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Perdona si te llamo amor | Privado
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Perdona si te llamo amor | Privado
Estábamos juntos, el resto del mundo se me olvidó.
Federico Moccia.
Federico Moccia.
La quería. La quería más que nunca ahora, sumergidos ambos en el reencuentro, fingiendo que habían olvidado las traiciones –todas cometidas por él, por supuesto que Lazarus no se engañaba al respecto-, que podían ser sólo una pareja que paseaba y disfrutaba la mañana soleada al aire libre.
La había pasado a buscar temprano, engalanado con su traje de oficial del ejército ucraniano –pese a que estaba de permiso por haber sido gravemente herido en la última batalla- y con un ramo de flores frescas. Eso hacían los prometidos, ¿no? Eso había hecho él por ella hacía tiempo… Porque ya no eran esos jóvenes de antaño que buscaban complacer tímidamente al otro. Ya habían vivido y llorado mucho. Habían estado al pie del altar, a punto de unirse en aquella unión sagrada, a un paso solamente de ser vistos por Dios como una nueva familia… pero no había podido ser, la traición se había colado entre ellos como una enfermedad que poco a poco corroe la salud y las fuerzas.
“Ya, deja el tema. Deja de pensar tanto”, se amonestó al tiempo que abría la puerta del carruaje para que ella, hermosa siempre hermosa, pudiese subir.
Había planeado un desayuno en el jardín botánico. Solos, ya estaban más allá de las innecesarias damas de compañía. Así lo prefería él, solos sin nadie que los viese o interrumpiese, sin nadie que pudiese oír los posibles reproches que ella estaba en derecho de hacerle.
Durante el viaje corto, Lazarus tomó la mano de Lyudmilla y la apretó dentro de la suya sintiendo su pulso. Gracias a su reciente cambio, podía sentir mucho más, tenía hiperdesarrollados sus cinco sentidos. Su perfume lo envolvía, porque se mezclaba con el de las flores que le había regalado y que reposaban ahora entre ellos dos…
“¿Qué idiota le regala flores a una muchacha minutos antes de visitar el jardín botánico?”, se preguntó. Era tan estúpido… sentía que cargaba una mala suerte merecida. Todo le salía mal y la bruja ya le había dicho lo que debía hacer si quería cortar con esa cadena de mala fortuna.
Recién cuando bajaron del carro y comenzaron a caminar –él llevando en un brazo a su prometida y en el otro una canasta provista de desayuno-, Lazarus se dio cuenta de lo agotada que Lyudmilla lucía. No acertaba en descifrar si se trataba de cansancio físico o mental, pero era evidente que ella no había dormido bien…
-Luces cansada, amor mío –le dijo, sin pensar demasiado en sus palabras, sin notar que tal vez eso, que la llamase amor, podía ofenderla-. ¿No has pasado una buena noche de descanso? Ven, podemos sentarnos allí en aquel banco junto a la fuente. Te diría de hacerlo directamente en el piso, sobre una tela especial, como se ha hecho costumbre ahora entre las parejas en nuestra patria, pero ya sabes que mis heridas no me permiten hacer algunos movimientos.
¡Qué egoísta era! ¡Y qué mentiroso! Debía fingir, con ella y con todos. ¿Cómo podría decirle la verdad? Decirle que sus heridas no tardaban en sanar ahora que era un demonio era lo mismo que perderla otra vez, casi que podía verla alejarse de él envuelta en furia si cerraba los ojos. Era egoísta, sí, pero la amaba y ya no quería continuar desilusionándola.
Lazarus Belov- Licántropo Clase Alta
- Mensajes : 23
Fecha de inscripción : 13/06/2017
Re: Perdona si te llamo amor | Privado
Se sentía sucia. Sucio su cuerpo, sucia su alma, sucia su mente. Mentirosa, manipuladora, hipócrita. Aceptaba una invitación de Lazarus, de él, justo de él, luego de una noche de pecado. ¿Cómo haría para mirarlo a los ojos, para sonreírle? Ponía su mejor cara de inocencia y jugaba el papel de muchacha recatada. ¿Era una actuación o, verdaderamente, era ella? Le costaba diferenciar la Lyudmilla que era prostituta, de la Lyudmilla que cuidaba sacrificadamente a su padre y coqueteaba sutilmente con quien fuera su prometido. Al reencontrarse con Lazarus, había tenido que luchar con mil demonios. Especialmente, con los propios. No pudo evitar asociarlo a la desgracia de Víktor, postrado en una cama, marchitándose conforme pasaban los días. Lo vio y nubes negras acudieron a su corazón, pero se despojaron con rapidez y un tenue arcoíris le entibió el pecho. Él se había arriesgado al notar su error y los había ayudado a huir. Y la vivienda que tenían era de su propiedad; sin pedirles nada a cambio, les había permitido vivir allí por más de diez años.
Observó la imagen que le devolvía el espejo. Tenía la mirada cansada, algunas ojeras, el cabello revuelto y una marca roja en la clavícula derecha. Desnuda, se abrazó a sí misma y lloró. Nunca se había sentido tan desdichada. Lazarus, cuando se enterase de lo que realmente hacía, la repudiaría. Los castillos en el aire que habían comenzado a trazar, serían arrasados con la furia de un huracán. No quedarían ni los escombros. Tomó un baño, se enfundó en un atuendo sencillo en color rosa pastel, se recogió el cabello rubio y largo, en un rodete suelto y se empolvó un poco el rostro, el cuello y el pecho, para ocultar los rastros de su profesión. Besó a su padre en la frente, se asomó al cuarto vacío de Rhostislav y abrazó a la enfermera que llegaba para cuidar al agonizante Víktor. Esa mujer era un ángel. Al salir, Lazarus la esperaba en la puerta del carruaje, con flores, y tuvo un profundo deseo de meterse a su casa y llorar días enteros. No lo hizo, porque se sintió arrastrada por su sonrisa, flotó hacia él, tomó el presente con ambas manos, se puso en puntas de pie, y le besó la mejilla, un roce suave, imperceptible, casto.
Caminar de su brazo le revolucionaba el alma. Una profunda felicidad la invadía y, al mismo tiempo, la tristeza de saber que todo aquello terminaría. La verdad saldría en algún momento, y cada minuto que pasaban juntos, acrecentaba la tormenta. El sentimiento que crecía entre ambos parecía irrefrenable, y las consecuencias de la traición se volvían proporcionales. <> se instó, pero no podía. Simplemente, no lo lograba. Ilusionarlo y luego romperle el corazón, eran las únicas posibilidades para ellos dos. Saber que nunca la perdonaría sería la condena con la que tendría que cargar. Su comentario la tomó por sorpresa, y a pesar de que hubiera querido alegrarse por el “amor mío” tan sentido que pronunció, un escalofrío le recorrió la columna. Alzó el rostro y lo observó: se veía preocupado, compungido.
—Mi padre no tuvo una buena noche —mintió, como siempre. Encima, usaba la enfermedad de Víktor. Se iría al Infierno, ¿o ya vivía en él? —Dormí muy poco, pero ya me repondré. Lo prometo —le sonrió. Apoyó su mano, pequeña ante su inmensidad, en el antebrazo del militar. — ¿No sería conveniente que descanses? Podemos volver, Lazarus —qué hermoso era pronunciar su nombre con aquella confianza. —No debes esforzarte, mucho menos por mí. Tienes que recuperarte para poder volver al ejército, y junto a tu familia —víbora, no lo quería lejos, pero debía instalar aquello entre los dos. Si se iba, no le arruinaría la vida. —Aún estamos a tiempo —¿verdaderamente lo estaban?
Observó la imagen que le devolvía el espejo. Tenía la mirada cansada, algunas ojeras, el cabello revuelto y una marca roja en la clavícula derecha. Desnuda, se abrazó a sí misma y lloró. Nunca se había sentido tan desdichada. Lazarus, cuando se enterase de lo que realmente hacía, la repudiaría. Los castillos en el aire que habían comenzado a trazar, serían arrasados con la furia de un huracán. No quedarían ni los escombros. Tomó un baño, se enfundó en un atuendo sencillo en color rosa pastel, se recogió el cabello rubio y largo, en un rodete suelto y se empolvó un poco el rostro, el cuello y el pecho, para ocultar los rastros de su profesión. Besó a su padre en la frente, se asomó al cuarto vacío de Rhostislav y abrazó a la enfermera que llegaba para cuidar al agonizante Víktor. Esa mujer era un ángel. Al salir, Lazarus la esperaba en la puerta del carruaje, con flores, y tuvo un profundo deseo de meterse a su casa y llorar días enteros. No lo hizo, porque se sintió arrastrada por su sonrisa, flotó hacia él, tomó el presente con ambas manos, se puso en puntas de pie, y le besó la mejilla, un roce suave, imperceptible, casto.
Caminar de su brazo le revolucionaba el alma. Una profunda felicidad la invadía y, al mismo tiempo, la tristeza de saber que todo aquello terminaría. La verdad saldría en algún momento, y cada minuto que pasaban juntos, acrecentaba la tormenta. El sentimiento que crecía entre ambos parecía irrefrenable, y las consecuencias de la traición se volvían proporcionales. <
—Mi padre no tuvo una buena noche —mintió, como siempre. Encima, usaba la enfermedad de Víktor. Se iría al Infierno, ¿o ya vivía en él? —Dormí muy poco, pero ya me repondré. Lo prometo —le sonrió. Apoyó su mano, pequeña ante su inmensidad, en el antebrazo del militar. — ¿No sería conveniente que descanses? Podemos volver, Lazarus —qué hermoso era pronunciar su nombre con aquella confianza. —No debes esforzarte, mucho menos por mí. Tienes que recuperarte para poder volver al ejército, y junto a tu familia —víbora, no lo quería lejos, pero debía instalar aquello entre los dos. Si se iba, no le arruinaría la vida. —Aún estamos a tiempo —¿verdaderamente lo estaban?
Lyudmilla Blavatsky- Prostituta Clase Media
- Mensajes : 94
Fecha de inscripción : 24/10/2011
Re: Perdona si te llamo amor | Privado
Sentirla tan pendiente y preocupada por su bienestar no hacía más que atizar los fuegos de la culpa en su interior. Ya no se preguntaba por qué seguía fingiendo ser lo que no era, sabía la respuesta: no era tan valiente como para enfrentarse nuevamente a aquella mirada de desilusión con la que Lyudmilla ya lo había visto una vez.
-Oh, tu padre –pensar en su antiguo mentor todavía le dolía, Lazarus no había reunido el valor para visitarle ni aún sabiendo el estado delicado de salud que el hombre atravesaba. ¿Cómo podría mirarlo a los ojos? ¿Qué debía decirle? No, no podía. No podría jamás-. ¿Necesitas dinero para medicinas? ¿Lo ha visto algún doctor? Díme qué puedo hacer por él, qué puedo hacer por ustedes –la frase se fue apagando poco a poco en su boca hasta ser solo un susurro-. Puedo darte más dinero, Lyudmilla, puedo darte todo lo que necesites. No deben pasar penurias, querida.
Finalmente se dirigieron hacia el banco de piedra junto a la fuente, el agua que de allí corría tenía un efecto hipnótico para los oídos desarrollados de Lazarus, se sentía relajado, poco a poco fue abandonando la rigidez de sus movimientos siempre estudiados –como los de un digno militar-, para poder relajarse en compañía de Lyudmilla.
-No debes preocuparte por mí, soy fuerte –le aseguró y eso sí que era cierto-. Y mi descanso está a tu lado, quizás esté siendo demasiado romántico pero es eso lo que siento. –No pudo evitar el impulso y acarició su mejilla con el dorso de su mano derecha, quería besarla. ¿Cuánto más se contendría antes de lanzarse sobre su boca casta, virginal, para marcarla con su pasión?-. No creo que seas consiente de la paz que irradias, cuando estoy a tu lado me siento completo.
No tenía deseos de volver, aunque sabía que en algún momento debería hacerlo. Su permiso por herida en batalla no duraría eternamente, pero prefería no pensar en eso. Pese a saberlo, a Lazarus Belov le dolió que ella lo mencionase, como si no sintiese lo mismo que él, como si le diese igual verlo que no. Sería hipócrita culparla, Lyudmilla tenía más motivos para odiarlo que para amarlo… Todavía no se explicaba cómo era posible que a pesar de todo lo vivido –del dolor, la angustia, los miedos y el odio- ellos siguieran comprometidos.
-¿Es eso lo que quieres? –le preguntó, pese a que no quería oír su respuesta-. Dímelo, te lo ruego, ¿a ti te gustaría que me marchase? ¿A eso te refieres cuando dices que estamos a tiempo? Yo ya no lo estoy, Lyudmilla –le aseguró y tomó su mano pequeña entre las suyas, la escondió dentro de ellas como si se tratase de un tesoro preciado-, ya no podría olvidarte. Sé que no podría alejarme de ti, me enfermaría si no tuviese el sonido de tu voz envolviéndome. La vida ya es difícil para mí, y sé que para ti también –agregó, porque el sufrimiento de ella era mucho mayor que el propio y ambos lo sabían bien-, pero créeme que sin ti moriría.
-Oh, tu padre –pensar en su antiguo mentor todavía le dolía, Lazarus no había reunido el valor para visitarle ni aún sabiendo el estado delicado de salud que el hombre atravesaba. ¿Cómo podría mirarlo a los ojos? ¿Qué debía decirle? No, no podía. No podría jamás-. ¿Necesitas dinero para medicinas? ¿Lo ha visto algún doctor? Díme qué puedo hacer por él, qué puedo hacer por ustedes –la frase se fue apagando poco a poco en su boca hasta ser solo un susurro-. Puedo darte más dinero, Lyudmilla, puedo darte todo lo que necesites. No deben pasar penurias, querida.
Finalmente se dirigieron hacia el banco de piedra junto a la fuente, el agua que de allí corría tenía un efecto hipnótico para los oídos desarrollados de Lazarus, se sentía relajado, poco a poco fue abandonando la rigidez de sus movimientos siempre estudiados –como los de un digno militar-, para poder relajarse en compañía de Lyudmilla.
-No debes preocuparte por mí, soy fuerte –le aseguró y eso sí que era cierto-. Y mi descanso está a tu lado, quizás esté siendo demasiado romántico pero es eso lo que siento. –No pudo evitar el impulso y acarició su mejilla con el dorso de su mano derecha, quería besarla. ¿Cuánto más se contendría antes de lanzarse sobre su boca casta, virginal, para marcarla con su pasión?-. No creo que seas consiente de la paz que irradias, cuando estoy a tu lado me siento completo.
No tenía deseos de volver, aunque sabía que en algún momento debería hacerlo. Su permiso por herida en batalla no duraría eternamente, pero prefería no pensar en eso. Pese a saberlo, a Lazarus Belov le dolió que ella lo mencionase, como si no sintiese lo mismo que él, como si le diese igual verlo que no. Sería hipócrita culparla, Lyudmilla tenía más motivos para odiarlo que para amarlo… Todavía no se explicaba cómo era posible que a pesar de todo lo vivido –del dolor, la angustia, los miedos y el odio- ellos siguieran comprometidos.
-¿Es eso lo que quieres? –le preguntó, pese a que no quería oír su respuesta-. Dímelo, te lo ruego, ¿a ti te gustaría que me marchase? ¿A eso te refieres cuando dices que estamos a tiempo? Yo ya no lo estoy, Lyudmilla –le aseguró y tomó su mano pequeña entre las suyas, la escondió dentro de ellas como si se tratase de un tesoro preciado-, ya no podría olvidarte. Sé que no podría alejarme de ti, me enfermaría si no tuviese el sonido de tu voz envolviéndome. La vida ya es difícil para mí, y sé que para ti también –agregó, porque el sufrimiento de ella era mucho mayor que el propio y ambos lo sabían bien-, pero créeme que sin ti moriría.
Lazarus Belov- Licántropo Clase Alta
- Mensajes : 23
Fecha de inscripción : 13/06/2017
Re: Perdona si te llamo amor | Privado
Puta endemoniada. ¿Quién te hizo creer que podías tener una vida normal? ¿Quién te metió aquella ilusión en la cabeza? Y allí estaba, con sus fantasmas y demonios gritándole bajezas al oído, martillando sin cesar su corazón, minando su espíritu sensible y enamorado, que se reconocía solo al lado de Lazarus, aquel que la había condenado y que, también, le había devuelto la vida. A veces tenía pesadillas con la boda inconclusa, lo veía a él parado en el altar, acusándola. Lo había mirado a los ojos mientras se llevaban a su familia y a ella, y quien iba a ser su marido, no la defendió. Dejó que la arrastraran hacia la cárcel como una delincuente. Una traidora. Ese había sido el cargo. Era la hija de un traidor y eso la convertía en una. Despertaba con un fuerte dolor en el pecho, el recuerdo aún le dolía, aunque ya no como los primeros años. La enfermedad de su padre y la doble vida que había decidido tener, tapaban cualquier otro sentimiento.
—No puedes haber hecho más por nosotros —le sonrió. Miraba su rostro y ella, que le había abierto las piernas a tantos, entendió lo afortunada que era. No había, sobre la faz de la Tierra, un hombre más hermoso que Lazarus Belov. —No sabes cuán agradecida estoy contigo. No necesitamos nada, a mi padre lo han visto los médicos y todos han coincidido en su voluntad de hierro —que era lo único que le quedaba a su cuerpo maltrecho y enfermo.
Sentada a su lado, con aquel armonioso sonido de la cascada endulzándole los oídos, tuvo la certeza de que era el día más feliz de su vida, y que no quería que nada lo oscureciese. Acalló a su mente, esa que la devastaba con pensamientos atroces y humillantes, y se centró en su corazón, allí donde solo primaba el amor y la alegría. No había lugar para la nostalgia. Después vería qué hacer con su vida, lo único que existía era el aquí y el ahora.
Lo escuchó con emoción, con profunda emoción. Porque ella sentía lo mismo, lo había sentido durante todos aquellos años separados. En el calabozo creía que lo había perdido para siempre, y ese era motivo suficiente para dejarse morir. Pero murió Yulia, su madre, y a ella la dejaron sin más opciones que meter aquel dolor en un rincón de su alma y resistir. Pero Lazarus regresó por ella y sacó del infierno. La salvó, salvó a Víktor y también a Rhostislav, que era un niño demasiado pequeño para tanto padecimiento. Y de esa forma, subsanó su terrible accionar. Ya no había rencores por parte de los Tereschenko, devenidos en Blavatsky. Hasta a su identidad habían tenido que renunciar…
—No te merezco… —susurró con resignación, tras la declaración de Lazarus. Y estaba siendo genuina. Realmente no merecía un hombre como aquel, pero él la había elegido, y ella lo quería para siempre. Y no importaba cuánto durase ese “para siempre”. Se inclinó con cierta timidez, cerró los ojos y le acarició los labios con los propios. Con decoro, como si fuese la primera vez que lo hacía, pues así se sentía… Nunca había besado una boca amada, y todo su estómago se revolucionó y su pecho se entibió. —Pero también moriría sin ti… Quédate conmigo, Lazarus. Por favor —se pasó la lengua por las comisuras, sentía una sequedad tortuosa y, al mismo tiempo, una humedad insoportable.
Y abandonó cualquier vestigio de pudor y lo besó. Separó levemente los labios y los apoyó en los del militar. ¿Le respondería? ¿Sospecharía? ¿La abandonaría por su desenfado? Ya no importaba. Había anhelado aquello desde hacía diez años, ya no podía volver sobre sus pasos.
—No puedes haber hecho más por nosotros —le sonrió. Miraba su rostro y ella, que le había abierto las piernas a tantos, entendió lo afortunada que era. No había, sobre la faz de la Tierra, un hombre más hermoso que Lazarus Belov. —No sabes cuán agradecida estoy contigo. No necesitamos nada, a mi padre lo han visto los médicos y todos han coincidido en su voluntad de hierro —que era lo único que le quedaba a su cuerpo maltrecho y enfermo.
Sentada a su lado, con aquel armonioso sonido de la cascada endulzándole los oídos, tuvo la certeza de que era el día más feliz de su vida, y que no quería que nada lo oscureciese. Acalló a su mente, esa que la devastaba con pensamientos atroces y humillantes, y se centró en su corazón, allí donde solo primaba el amor y la alegría. No había lugar para la nostalgia. Después vería qué hacer con su vida, lo único que existía era el aquí y el ahora.
Lo escuchó con emoción, con profunda emoción. Porque ella sentía lo mismo, lo había sentido durante todos aquellos años separados. En el calabozo creía que lo había perdido para siempre, y ese era motivo suficiente para dejarse morir. Pero murió Yulia, su madre, y a ella la dejaron sin más opciones que meter aquel dolor en un rincón de su alma y resistir. Pero Lazarus regresó por ella y sacó del infierno. La salvó, salvó a Víktor y también a Rhostislav, que era un niño demasiado pequeño para tanto padecimiento. Y de esa forma, subsanó su terrible accionar. Ya no había rencores por parte de los Tereschenko, devenidos en Blavatsky. Hasta a su identidad habían tenido que renunciar…
—No te merezco… —susurró con resignación, tras la declaración de Lazarus. Y estaba siendo genuina. Realmente no merecía un hombre como aquel, pero él la había elegido, y ella lo quería para siempre. Y no importaba cuánto durase ese “para siempre”. Se inclinó con cierta timidez, cerró los ojos y le acarició los labios con los propios. Con decoro, como si fuese la primera vez que lo hacía, pues así se sentía… Nunca había besado una boca amada, y todo su estómago se revolucionó y su pecho se entibió. —Pero también moriría sin ti… Quédate conmigo, Lazarus. Por favor —se pasó la lengua por las comisuras, sentía una sequedad tortuosa y, al mismo tiempo, una humedad insoportable.
Y abandonó cualquier vestigio de pudor y lo besó. Separó levemente los labios y los apoyó en los del militar. ¿Le respondería? ¿Sospecharía? ¿La abandonaría por su desenfado? Ya no importaba. Había anhelado aquello desde hacía diez años, ya no podía volver sobre sus pasos.
Lyudmilla Blavatsky- Prostituta Clase Media
- Mensajes : 94
Fecha de inscripción : 24/10/2011
Re: Perdona si te llamo amor | Privado
Mentiría si dijese que no había fantaseado con besar a Lyudmilla aquella mañana, en aquel sitio lleno de belleza natural y fragancia mágica. El jardín botánico, paraíso íntimo y expuesto a la vez… Lazarus lo deseaba, pero se había propuesto no presionar a su amada en ningún aspecto, mucho menos en ese. Era demasiado joven para el peso que ya llevaba sobre sus hombros, para toda la crueldad por la que había pasado, lo último que él quería era que se sintiese obligada a ser la prometida perfecta cuando él mismo distaba mucho de ser perfecto para ella. Además, le parecía percibir cierto halo virginal en torno a ella, una inocencia y pureza especial que no hacían más que realzar su hermosura y suavizar sus, de por sí, dulces rasgos.
Lyudmilla lo besó y eso lo descolocó. ¡Que mujer valiente era! ¡Cuánto la admiraba! Y qué beso más bonito, casto y hasta algo avergonzado, pero lleno de verdades, Lazarus pudo apreciar eso que ella le estaba ofreciendo al darle ese beso.
-No quiero que nos separemos nunca –le confesó, tras respirar hondamente, cuando sus bocas se separaron. Solo fue durante los segundos que tardó en pronunciar aquella frase, pues no tardó en abrazarla para atraerla hacia él, quería besarla otra vez y no se reprimió. Porque intentaba imitarla, Lazarus fue suave, dulce, se ocupó de camuflar su naturaleza apasionada-. Lyudmilla, mi preciosa Lyudmilla –le susurró-: este es el beso más bonito que me han dado jamás.
¡Cuánto deseba poder llamarla Lyudmilla Belova! Egoísta, Lazarus se permitía fantasear con la familia que ellos formarían. Uno o dos niñitos, sin duda muchas niñas porque consideraba que ellas eran la alegría de cualquier hogar, alguna mascota que ella quisiese tener… Se permitía soñar aquello porque se permitía olvidar por algunos momentos cuál era su realidad ahora, esa que jamás podría decirle. ¡Era una bestia horrible y destructiva! ¡Un demonio que solo lograría poner a Lyudmilla en peligro si no se alejaba de ella.
-Y, para que veas que no miento cuando te digo que deseo estar siempre junto a ti… -dijo, y rebuscó en el bolsillo de su chaqueta militar el regalo que había elegido especialmente para ella, iba dentro de una cajita de madera laqueada y se trataba de un brazalete de oro y perlas blancas colgantes-. Mira, es para que me sientas siempre cerca –abrió él mismo la cajita, aguardando expectante su reacción-, cada vez que la uses me tendrás que recordar, recordarás esta mañana que estamos compartiendo. –No solo le sonreían sus labios, sino también sus ojos irremediablemente enamorados.
Sí, era egoísta. Prefería ignorar el demonio que era hasta que no tuviese más opción que marcharse y dejarla sola y enamorada, con el corazón en la mano y las perlas del brazalete rebotando junto a sus pies.
Lyudmilla lo besó y eso lo descolocó. ¡Que mujer valiente era! ¡Cuánto la admiraba! Y qué beso más bonito, casto y hasta algo avergonzado, pero lleno de verdades, Lazarus pudo apreciar eso que ella le estaba ofreciendo al darle ese beso.
-No quiero que nos separemos nunca –le confesó, tras respirar hondamente, cuando sus bocas se separaron. Solo fue durante los segundos que tardó en pronunciar aquella frase, pues no tardó en abrazarla para atraerla hacia él, quería besarla otra vez y no se reprimió. Porque intentaba imitarla, Lazarus fue suave, dulce, se ocupó de camuflar su naturaleza apasionada-. Lyudmilla, mi preciosa Lyudmilla –le susurró-: este es el beso más bonito que me han dado jamás.
¡Cuánto deseba poder llamarla Lyudmilla Belova! Egoísta, Lazarus se permitía fantasear con la familia que ellos formarían. Uno o dos niñitos, sin duda muchas niñas porque consideraba que ellas eran la alegría de cualquier hogar, alguna mascota que ella quisiese tener… Se permitía soñar aquello porque se permitía olvidar por algunos momentos cuál era su realidad ahora, esa que jamás podría decirle. ¡Era una bestia horrible y destructiva! ¡Un demonio que solo lograría poner a Lyudmilla en peligro si no se alejaba de ella.
-Y, para que veas que no miento cuando te digo que deseo estar siempre junto a ti… -dijo, y rebuscó en el bolsillo de su chaqueta militar el regalo que había elegido especialmente para ella, iba dentro de una cajita de madera laqueada y se trataba de un brazalete de oro y perlas blancas colgantes-. Mira, es para que me sientas siempre cerca –abrió él mismo la cajita, aguardando expectante su reacción-, cada vez que la uses me tendrás que recordar, recordarás esta mañana que estamos compartiendo. –No solo le sonreían sus labios, sino también sus ojos irremediablemente enamorados.
Sí, era egoísta. Prefería ignorar el demonio que era hasta que no tuviese más opción que marcharse y dejarla sola y enamorada, con el corazón en la mano y las perlas del brazalete rebotando junto a sus pies.
Lazarus Belov- Licántropo Clase Alta
- Mensajes : 23
Fecha de inscripción : 13/06/2017
Re: Perdona si te llamo amor | Privado
Bruja. Pérfida. Jugaba con los sentimientos y el corazón de un buen hombre, porque no podía controlar los suyos. Pero, ¿cómo hacerlo? Había soñado con aquel momento, se había permitido fantasear con la familia que formarían con Lazarus. La furcia y el militar. Un título hermoso para un libro, de esos que las señoritas leían a escondidas de sus padres. Cuando los labios de quien fue su prometido se entregaron a los suyos, controló aquellos impulsos que nacían en las intimidades de su pelvis. Solo dejo que una de sus manos se apoyara en la mejilla del hombre, y con el pulgar lo acarició con delicadeza, como si estuviera rozando la pieza más preciosa. Porque lo era. Lazarus era la joya más preciada que Lyudmilla tenía. Y por eso, debía cuidarla. Debía protegerlo de sí misma, de sus secretos. ¿Qué sentido tendría darle rienda suelta a aquel amor si no tardaría demasiado en salir a la luz qué clase de mujer era? Quería alejarse de él, por el bien de ambos, y cuando el contacto se separó y vio aquellos labios húmedos de ambos, supo que no podría. Que Dios la condenase y la perdonase.
—Yo tampoco quiero que volvamos a separarnos, Lazarus —confesó, con las mejillas sonrosadas. Le hubiera gustado responder lo que una muchacha de bien haría. Que nunca un hombre la había besado. Pero no podría mentirle. Se llamó al silencio y se dedicó a admirar el entusiasmo con el que rebuscaba en uno de sus bolsillos. Cuando el militar abrió la cajita, ella hizo lo propio con su mandíbula y sus párpados. Sacudió levemente la cabeza, para espantar la sorpresa e, inmediatamente, los ojos se le llenaron de lágrimas. ¡Qué belleza! Lyudmilla tomó el cofre con una mano, y con la otra, acarició la joya. Recordó una muy parecida que su madre le había mostrado, había sido el regalo que Víktor le había dado por el compromiso. Tragó con dificultad, presa de la emoción.
—Es demasiado… —sabía que debía rechazar aquel regalo, pero Lazarus estaba tan entusiasmado que, de hacerlo, le rompería el corazón. Ya habría tiempo para eso… No faltaba demasiado para desintegrarle el alma con la verdad. —No era necesario. Gracias. —alzó la mirada y quedó prendada de aquella sonrisa. De esos dientes blancos y brillantes, que la iluminaban como el Sol. Quiso besarlo de nuevo, pero se contuvo. Suficiente atrevimiento había tenido anteriormente. Aunque ya no eran niños, y Lazarus debía suponer que ella no era una jovencita inexperta. Era una mujer de casi veintisiete años, que estaba muy sola cuidando de un padre enfermo.
Cerró la cajita, porque lo material no era lo importante. La dejó a un costado y lo abrazó. Su s brazos se cerraron en torno a la nuca de Lazarus y ella escondió el rostro en su cuello. Inspiró su aroma, el de su perfume y el de su humanidad. Cada persona tiene su propio olor. Ella ansiaba recordar, para siempre, el del único hombre que había amado y que amaría. Lo acarició suavemente con la punta de la nariz y pudo sentir cómo su piel se erizaba. Se separó levemente, solo para apoyar su frente en la de él. Lo miró a los ojos, repleta de promesas que sería incapaz de cumplir.
—Ya no tengo nada para darte, Lazarus. Ya no soy la misma mujer que dejaste en el pasado. Ya no soy esa Lyudmilla. Ni siquiera tengo una posición social, esa que tuve alguna vez. Estos años me han cambiado sustancialmente. No tienes idea de todo por lo que mi padre, hermano y yo hemos pasado —reprimió el llanto. Aquel debía ser un día feliz. —Y a pesar de que no debería, no soporto la idea de no volver a verte. Te amo, Lazarus Belov. Te he amado desde que te vi por primera vez hace once años, y en este tiempo ese sentimiento no ha retrocedido ni un paso —internamente, le pidió perdón porque algún día, no muy lejano, él la odiaría.
—Yo tampoco quiero que volvamos a separarnos, Lazarus —confesó, con las mejillas sonrosadas. Le hubiera gustado responder lo que una muchacha de bien haría. Que nunca un hombre la había besado. Pero no podría mentirle. Se llamó al silencio y se dedicó a admirar el entusiasmo con el que rebuscaba en uno de sus bolsillos. Cuando el militar abrió la cajita, ella hizo lo propio con su mandíbula y sus párpados. Sacudió levemente la cabeza, para espantar la sorpresa e, inmediatamente, los ojos se le llenaron de lágrimas. ¡Qué belleza! Lyudmilla tomó el cofre con una mano, y con la otra, acarició la joya. Recordó una muy parecida que su madre le había mostrado, había sido el regalo que Víktor le había dado por el compromiso. Tragó con dificultad, presa de la emoción.
—Es demasiado… —sabía que debía rechazar aquel regalo, pero Lazarus estaba tan entusiasmado que, de hacerlo, le rompería el corazón. Ya habría tiempo para eso… No faltaba demasiado para desintegrarle el alma con la verdad. —No era necesario. Gracias. —alzó la mirada y quedó prendada de aquella sonrisa. De esos dientes blancos y brillantes, que la iluminaban como el Sol. Quiso besarlo de nuevo, pero se contuvo. Suficiente atrevimiento había tenido anteriormente. Aunque ya no eran niños, y Lazarus debía suponer que ella no era una jovencita inexperta. Era una mujer de casi veintisiete años, que estaba muy sola cuidando de un padre enfermo.
Cerró la cajita, porque lo material no era lo importante. La dejó a un costado y lo abrazó. Su s brazos se cerraron en torno a la nuca de Lazarus y ella escondió el rostro en su cuello. Inspiró su aroma, el de su perfume y el de su humanidad. Cada persona tiene su propio olor. Ella ansiaba recordar, para siempre, el del único hombre que había amado y que amaría. Lo acarició suavemente con la punta de la nariz y pudo sentir cómo su piel se erizaba. Se separó levemente, solo para apoyar su frente en la de él. Lo miró a los ojos, repleta de promesas que sería incapaz de cumplir.
—Ya no tengo nada para darte, Lazarus. Ya no soy la misma mujer que dejaste en el pasado. Ya no soy esa Lyudmilla. Ni siquiera tengo una posición social, esa que tuve alguna vez. Estos años me han cambiado sustancialmente. No tienes idea de todo por lo que mi padre, hermano y yo hemos pasado —reprimió el llanto. Aquel debía ser un día feliz. —Y a pesar de que no debería, no soporto la idea de no volver a verte. Te amo, Lazarus Belov. Te he amado desde que te vi por primera vez hace once años, y en este tiempo ese sentimiento no ha retrocedido ni un paso —internamente, le pidió perdón porque algún día, no muy lejano, él la odiaría.
Lyudmilla Blavatsky- Prostituta Clase Media
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Fecha de inscripción : 24/10/2011
Re: Perdona si te llamo amor | Privado
Verla sonreír, oír la emoción en su voz… ¿Había algo en el mundo mejor que eso? Quería llevarse esas sensaciones en el pecho, recordarlas cuando estuviera solo en su litera o cuando arma en mano luchase en el frente de batalla, quería a su Lyudmilla para siempre con él, en él.
-No es demasiado, nada es demasiado. ¡Mira qué sonrisa más hermosa! Te aseguro que esa sonrisa tuya, y mía porque me la dedicas, vale mucho más para mí que este brazalete.
La recibió en sus brazos con orgullo, deseando que todos vieran aquella expresión de amor de parte de la joven. Quería que ese abrazo fuese eterno, ser su refugio para siempre y que a su vez ella fuese sus fuerzas. Quería a Lyudmilla, aunque no debía porque no la merecía, la quería con todo su corazón.
-¿Por qué dices eso? ¿Cómo que no tienes nada para darme? –le acarició la frente, disfrutando de la sueva textura de sus cabellos-. ¿No tienes acaso tu futuro? ¿No te gustaría que esté unido al mío? ¿No tienes sueños que desees cumplir? Puedes cumplir tú los míos, puedes darme hijos –le dijo, atreviéndose a apoyar su palma abierta en el vientre de ella.
Volvió a abrazarla, la acunó como si fuese una niña que acababa de despertarse a medianoche producto de una pesadilla. ¡Qué equivocada estaba! ¿Cómo no veía que era su vida entera y que él estaba loco por ella? Lazarus no podía desear aquello, su condición de bestia le decía que la desgraciaría si unía su vida a la de la muchacha, pero seguiría siendo egoísta porque amarla cada día del resto de su vida era una tentación a la que no se podía resistir.
-Nada de eso me importa. ¿Necesitas dinero? Todo mi dinero es tuyo, absolutamente. Te amo, Lyudmilla. Nada podría hacer que te ame menos, ni tu posición social ni lo que hayas hecho en estos años junto a tu padre y tu hermano, nada haría que te ame menos. Es esta sensación en el pecho... ¿acaso no la sientes? ¿No sientes plenitud cuando estamos juntos, cuando nos abrazamos? Quiero sentirme pleno cada día de mi vida, quiero estar contigo y abrazarte así cada mañana al despertar.
Acarició su rostro angelado y lamentó profundamente no haber comprado un anillo en lugar de ese brazalete, pero ya no importaba. Además ellos estaban prometidos hacía mucho, no necesitaban de un nuevo anillo que lo dijera.
-Lyudmilla, estamos prometidos hace tiempo y las cosas no han salido como esperábamos, los sueños que soñamos la primera vez que nos vimos no se han cumplido… pero tengo tantos otros, no te imaginas, y no podría cumplirlos junto a nadie más que no seas tú. Así que… ¿te casarías conmigo pronto? Esta vez de verdad, sin que nada ni nadie arruine nuestro momento, sin que la guerra nos lo estropee todo. Tú con el vestido más bonito de toda la Francia, tu padre como testigo de esto… ¿lo imaginas? –le sonrió, estaba emocionado como si fuese un muchacho de quince años que por primera vez declaraba su amor-. Lyudmilla, te lo ruego, cásate conmigo.
-No es demasiado, nada es demasiado. ¡Mira qué sonrisa más hermosa! Te aseguro que esa sonrisa tuya, y mía porque me la dedicas, vale mucho más para mí que este brazalete.
La recibió en sus brazos con orgullo, deseando que todos vieran aquella expresión de amor de parte de la joven. Quería que ese abrazo fuese eterno, ser su refugio para siempre y que a su vez ella fuese sus fuerzas. Quería a Lyudmilla, aunque no debía porque no la merecía, la quería con todo su corazón.
-¿Por qué dices eso? ¿Cómo que no tienes nada para darme? –le acarició la frente, disfrutando de la sueva textura de sus cabellos-. ¿No tienes acaso tu futuro? ¿No te gustaría que esté unido al mío? ¿No tienes sueños que desees cumplir? Puedes cumplir tú los míos, puedes darme hijos –le dijo, atreviéndose a apoyar su palma abierta en el vientre de ella.
Volvió a abrazarla, la acunó como si fuese una niña que acababa de despertarse a medianoche producto de una pesadilla. ¡Qué equivocada estaba! ¿Cómo no veía que era su vida entera y que él estaba loco por ella? Lazarus no podía desear aquello, su condición de bestia le decía que la desgraciaría si unía su vida a la de la muchacha, pero seguiría siendo egoísta porque amarla cada día del resto de su vida era una tentación a la que no se podía resistir.
-Nada de eso me importa. ¿Necesitas dinero? Todo mi dinero es tuyo, absolutamente. Te amo, Lyudmilla. Nada podría hacer que te ame menos, ni tu posición social ni lo que hayas hecho en estos años junto a tu padre y tu hermano, nada haría que te ame menos. Es esta sensación en el pecho... ¿acaso no la sientes? ¿No sientes plenitud cuando estamos juntos, cuando nos abrazamos? Quiero sentirme pleno cada día de mi vida, quiero estar contigo y abrazarte así cada mañana al despertar.
Acarició su rostro angelado y lamentó profundamente no haber comprado un anillo en lugar de ese brazalete, pero ya no importaba. Además ellos estaban prometidos hacía mucho, no necesitaban de un nuevo anillo que lo dijera.
-Lyudmilla, estamos prometidos hace tiempo y las cosas no han salido como esperábamos, los sueños que soñamos la primera vez que nos vimos no se han cumplido… pero tengo tantos otros, no te imaginas, y no podría cumplirlos junto a nadie más que no seas tú. Así que… ¿te casarías conmigo pronto? Esta vez de verdad, sin que nada ni nadie arruine nuestro momento, sin que la guerra nos lo estropee todo. Tú con el vestido más bonito de toda la Francia, tu padre como testigo de esto… ¿lo imaginas? –le sonrió, estaba emocionado como si fuese un muchacho de quince años que por primera vez declaraba su amor-. Lyudmilla, te lo ruego, cásate conmigo.
Lazarus Belov- Licántropo Clase Alta
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Fecha de inscripción : 13/06/2017
Re: Perdona si te llamo amor | Privado
¿Y cómo detener lo que se había desatado? Ya no había marcha atrás. Había batallado contra sus sentimientos, instándose a ser fuerte, a resistir, a no sucumbir a aquella marea de sensaciones y emociones que se desataba cuando estaba con Lazarus, pero todo había sino en vano. El amor la desbordaba, la sobrepasaba, y Lyudmilla quería entregarse a todo lo que estaba atravesándole el alma. Por primera vez en todos aquellos años, se sintió feliz, algo que jamás pensó que volvería a ocurrirle. Ya no había pasado, ni tampoco presente, que le opacase aquella felicidad, y haría todo lo que estuviera a su alcance para preservarla. La decisión estaba tomada, ya la había tomado incluso antes de tener real consciencia de lo que iba a ocurrir. Dejaría la prostitución, enterraría esa vida de vergüenza y cuidaría con recelo de que jamás saliera a la luz. Lazarus, por más que la amase profundamente, no sería capaz de perdonarle haber tomado ese camino, sin importar los motivos –valederos o no- que ella pudiera exponerle.
—No quiero tu dinero. No me importa si eres un mendigo o un heredero. Yo solo quiero compartir mi vida contigo —le acunó el rostro con ambas manos y con los pulgares le acarició la sonrisa. Lyudmilla se dio cuenta que podía pasar la eternidad mirándolo, contemplando aquel amado y bello rostro. Le gustaba lo que reflejaban los ojos del militar: se veía a sí misma completamente feliz. —Anhelo un futuro juntos, que formemos una familia y que envejezcamos uno al lado del otro. Quiero morir tomada de tu mano, cuando sea una ancianita y haya visto crecer a nuestros hijos y a nuestros nietos —la rubia se permitió soñar, porque Lazarus le abrió un camino para eso. Se animó a expresar en voz alta todo aquello que había acallado en su corazón, porque creía que pensarlo le haría daño, la destrozaría. Pero su ruleta había girado, y ahora tenía frente a ella, la posibilidad de tener lo que siempre deseó.
—Con todo esto, Lazarus, quiero decirte que…acepto casarme contigo —y aquella frase significó un alivio enorme, como si se quitara de encima un gran peso. Pero tenía un sabor agridulce, aún había mucho por acomodar. —Pero con una condición —impostó levemente la voz, para darle un marco de mayor seriedad al asunto. —Solo aceptaré si me permites renunciar a los derechos económicos. No quiero figurar como heredera —antes de que él pudiera replicar, depositó un beso muy suave en sus labios. —Lo único que quiero de ti, es tu amor —era la gran verdad de todo, sin embargo, aquel requisito tenía como objetivo que la familia de Lazarus no opusiera aún más resistencia. ¿Cómo harían para solucionar el asunto de que continuaba siendo una prófuga de la justicia ucraniana? ¿Cómo harían para casarse?
—Tampoco haremos una gran fiesta. Una ceremonia íntima, algo sencillo —ya no quedaba nada de aquella Lyudmilla del pasado, esa que había estado meses colaborando en el diseño de su vestido y eligiendo hasta los más mínimos detalles para la celebración de la unión. Se preguntó, con amargura, qué habrá sido de todo lo que habían comprado para la fiesta, qué habrían hecho con los regalos. ¿Y la casa en la que iban a vivir? Nunca había abierto aquellos interrogantes, pero ahora todo aparecía ante ella como una lluvia negra y cruel. —Me convertí en otra mujer, Lazarus. No busques en mí los resquicios de aquella muchacha que conociste, porque ya no queda ninguno. Soy una persona simple, sin demasiadas pretensiones. Solo quiero que mi padre esté bien, amarte, que me ames y que seamos felices. Es lo único que pido —y como ya no pudo contener las lágrimas, ocultó el rostro en el cuello de su prometido.
—No quiero tu dinero. No me importa si eres un mendigo o un heredero. Yo solo quiero compartir mi vida contigo —le acunó el rostro con ambas manos y con los pulgares le acarició la sonrisa. Lyudmilla se dio cuenta que podía pasar la eternidad mirándolo, contemplando aquel amado y bello rostro. Le gustaba lo que reflejaban los ojos del militar: se veía a sí misma completamente feliz. —Anhelo un futuro juntos, que formemos una familia y que envejezcamos uno al lado del otro. Quiero morir tomada de tu mano, cuando sea una ancianita y haya visto crecer a nuestros hijos y a nuestros nietos —la rubia se permitió soñar, porque Lazarus le abrió un camino para eso. Se animó a expresar en voz alta todo aquello que había acallado en su corazón, porque creía que pensarlo le haría daño, la destrozaría. Pero su ruleta había girado, y ahora tenía frente a ella, la posibilidad de tener lo que siempre deseó.
—Con todo esto, Lazarus, quiero decirte que…acepto casarme contigo —y aquella frase significó un alivio enorme, como si se quitara de encima un gran peso. Pero tenía un sabor agridulce, aún había mucho por acomodar. —Pero con una condición —impostó levemente la voz, para darle un marco de mayor seriedad al asunto. —Solo aceptaré si me permites renunciar a los derechos económicos. No quiero figurar como heredera —antes de que él pudiera replicar, depositó un beso muy suave en sus labios. —Lo único que quiero de ti, es tu amor —era la gran verdad de todo, sin embargo, aquel requisito tenía como objetivo que la familia de Lazarus no opusiera aún más resistencia. ¿Cómo harían para solucionar el asunto de que continuaba siendo una prófuga de la justicia ucraniana? ¿Cómo harían para casarse?
—Tampoco haremos una gran fiesta. Una ceremonia íntima, algo sencillo —ya no quedaba nada de aquella Lyudmilla del pasado, esa que había estado meses colaborando en el diseño de su vestido y eligiendo hasta los más mínimos detalles para la celebración de la unión. Se preguntó, con amargura, qué habrá sido de todo lo que habían comprado para la fiesta, qué habrían hecho con los regalos. ¿Y la casa en la que iban a vivir? Nunca había abierto aquellos interrogantes, pero ahora todo aparecía ante ella como una lluvia negra y cruel. —Me convertí en otra mujer, Lazarus. No busques en mí los resquicios de aquella muchacha que conociste, porque ya no queda ninguno. Soy una persona simple, sin demasiadas pretensiones. Solo quiero que mi padre esté bien, amarte, que me ames y que seamos felices. Es lo único que pido —y como ya no pudo contener las lágrimas, ocultó el rostro en el cuello de su prometido.
Lyudmilla Blavatsky- Prostituta Clase Media
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Fecha de inscripción : 24/10/2011
Re: Perdona si te llamo amor | Privado
Mentiría si dijese que no le sorprendió el pedido de Lyudmilla, pero Lazarus estaba tan feliz al saber que ella sentía y deseaba lo mismo que él para el futuro en común, que era capaz de decirle que sí a todo. ¿Fiesta íntima? Le parecía bien. ¿Solo las familias? Perfecto por él. ¿Qué no figurase como heredera? Bueno, eso no le gustaba tanto… pero no quería contrariarla porque la veía tan feliz, tan radiante, que temía arruinar el momento.
-Lo mío es tuyo, ya te lo he dicho. –Ante la insistencia de ella, Lazarus acabó por ceder-: Se hará como tu desees, Lyudmilla –le aseguró, aunque ya encontraría la forma de no dejarla jamás desprotegida-. ¿Lo has notado? ¡Soñamos los mismos sueños, amada mía! –exclamó y la apretó aún más entre sus brazos.
Tras unos instantes de silencio, Lazarus tomó la mano pequeña de su futura esposa y la besó. Solo quería hacerla feliz y ese deseo lo cegaba, haciéndole desechar su secreto como si no tuviese importancia, como si no fuera una maldición que cargaría para siempre. Meditó que decir para siempre podía ser un concepto carente de peso, pero al usarlo se refería a cada día de su vida, a cada luna llena sobre su cabeza… mentiría siempre, le ocultaría ese secreto cada día y cada noche a Lyudmilla. Pensarlo así le devolvía la real dimensión que su secreto tenía.
-Te amaba antes, me gustaba como eras y las cosas que deseabas. Y te sigo amando ahora, con tus cambios y evoluciones. Se hará la ceremonia como tú dictamines –le repitió-, vestiré lo que quieras que vista –se rió, al oírse decir aquello-. Confío en que tendremos la mejor boda, la que mejor refleje por todo lo que ha tenido que pasar nuestro amor.
Tenía que buscar una casa. ¿Dónde vivirían? ¿Qué le diría el General del ejército cuando se apareciese de pronto con la novedad de pedirle días para un viaje de boda? Porque claro que tendrían un viaje de boda, podía sonar egoísta –y sí que el pensamiento lo era-, pero Lazarus deseaba tener a Lyudmilla unos días solo para él, sin tener que compartir su amor con el hermano pequeño de la muchacha ni con el padre de ésta que tantos cuidados de su parte requería. ¡Pero qué idea más terrible! Se avergonzaba de estar sintiendo celos de un hombre terriblemente enfermo, ¡cuánto más sabiendo que él tenía responsabilidad en todo lo que a su suegro le había ocurrido!
Un viaje de bodas, qué idea absurda. Ya lo pensarían luego, de momento Lazarus solo podía concentrarse en el perfume de Lyudmilla y en como ella lo abrazaba buscando en él refugio. ¿Podía un hombre enamorado necesitar algo más para vivir?
-Lo mío es tuyo, ya te lo he dicho. –Ante la insistencia de ella, Lazarus acabó por ceder-: Se hará como tu desees, Lyudmilla –le aseguró, aunque ya encontraría la forma de no dejarla jamás desprotegida-. ¿Lo has notado? ¡Soñamos los mismos sueños, amada mía! –exclamó y la apretó aún más entre sus brazos.
Tras unos instantes de silencio, Lazarus tomó la mano pequeña de su futura esposa y la besó. Solo quería hacerla feliz y ese deseo lo cegaba, haciéndole desechar su secreto como si no tuviese importancia, como si no fuera una maldición que cargaría para siempre. Meditó que decir para siempre podía ser un concepto carente de peso, pero al usarlo se refería a cada día de su vida, a cada luna llena sobre su cabeza… mentiría siempre, le ocultaría ese secreto cada día y cada noche a Lyudmilla. Pensarlo así le devolvía la real dimensión que su secreto tenía.
-Te amaba antes, me gustaba como eras y las cosas que deseabas. Y te sigo amando ahora, con tus cambios y evoluciones. Se hará la ceremonia como tú dictamines –le repitió-, vestiré lo que quieras que vista –se rió, al oírse decir aquello-. Confío en que tendremos la mejor boda, la que mejor refleje por todo lo que ha tenido que pasar nuestro amor.
Tenía que buscar una casa. ¿Dónde vivirían? ¿Qué le diría el General del ejército cuando se apareciese de pronto con la novedad de pedirle días para un viaje de boda? Porque claro que tendrían un viaje de boda, podía sonar egoísta –y sí que el pensamiento lo era-, pero Lazarus deseaba tener a Lyudmilla unos días solo para él, sin tener que compartir su amor con el hermano pequeño de la muchacha ni con el padre de ésta que tantos cuidados de su parte requería. ¡Pero qué idea más terrible! Se avergonzaba de estar sintiendo celos de un hombre terriblemente enfermo, ¡cuánto más sabiendo que él tenía responsabilidad en todo lo que a su suegro le había ocurrido!
Un viaje de bodas, qué idea absurda. Ya lo pensarían luego, de momento Lazarus solo podía concentrarse en el perfume de Lyudmilla y en como ella lo abrazaba buscando en él refugio. ¿Podía un hombre enamorado necesitar algo más para vivir?
TEMA FINALIZADO
Lazarus Belov- Licántropo Clase Alta
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