Mercede di Medici

Es una muchacha frágil y delicada, cuyas facciones revelan a quien la mire su alta alcurnia. Sus ojos son de un suave tono aguamarina que parecieran haber absorbido todo el dolor del mundo en su interior, enmarcados en delicadas cejas que apenas se dibujan en su rostro; cuando está bien, su mirada brilla como si fuera dos luceros; pero cuando cae presa de su demonio interior, se vuelve opaca y vacía. Sus labios son de un delicado rosa pálido, ni muy gruesos ni muy delgados; en general, sus delicadas facciones parecen a menudo haberse congelado en la expresión constante de cándido sufrimiento. Su cuerpo, aún joven, mantiene las curvas infantiles, y pareciera que no hubiera llegado a desarrollarse del todo; sin embargo, la ropa disimula sus verdaderos atributos físicos. Mide 1,70, lo que acentúa su delgadez natural. Despide un aura angelical que todos aman, incluso en sus momentos de peor delirio.

Mercede es, ante todo, la digna heredera de su madre, por cuanto su gracia natural, la elegancia de sus movimientos y la belleza de su mirada frágil y nostálgica fueron heredades de Viola. De su padre, por el contrario, sólo puede decir que heredó su extraordinaria inteligencia y nada más. A menudo le parece que es imposible que Ottavio fuera el hombre que la engendró, así de distinta es la muchacha respecto de su progenitor. De modales tranquilos y pausados, se caracteriza por un carácter introvertido y sereno, inclinado a los actos compasivos y gentiles... o al menos es así, mientras no pierda los estribos de su poderosa locura interior. Es tan capaz del más piadoso de los actos como de la peor de las crueldades, toda esta ambivalencia gatillada en las terribles experiencias de su infancia. Es extremadamente inteligente, aunque sus arrebatos psiquiátricos no siempre permitan comprender sus acciones; pese a ello, lo mejor de sí aún se mantiene a la vista la mayor parte del tiempo. Tiene una enorme capacidad de amor, pero no lo sabe, por lo que nunca ha podido demostrar su instinto generoso sin que éste se vea empañado por algún pequeño acto de venganza o maldad. Por esto mismo, no sabe relacionarse con los hombres; los evita la mayor parte del tiempo y, en las pocas oportunidades en que ha mantenido algún tipo de vínculo amoroso, sólo ha sido a través de relaciones sádicas en donde necesita competir por el poder sexual. Nunca olvidó la impronta de su tutor: utiliza todos los recursos de sí misma para que jamás nadie pueda nunca servirse de ella.

Es la hija menor de Ottavio Di Medici, noble dueño de bancos a lo largo de toda Italia, y de Viola Di Visconti, quien está emparentada con la realeza italiana. Desde el principio, el matrimonio de Ottavio y Viola fue escandaloso –acalladas estas quejas sólo por su opulento poder económico– al doblarle el banquero la edad a su joven mujer. Sin embargo, el nacimiento del hijo mayor acalló rápidamente cualquier venenosa especulación.

Sin embargo, fue el nacimiento de Mercede lo que acabó para siempre con cualquier cuestionamiento a la sucesión del lucrativo negocio, pues (aun cuando su sexo la ponía en clara desventaja ante su hermano), ella siempre sería la llave segura para cualquier alianza estratégica, de tal modo que la belleza que desde temprana edad reveló la niña le dio un valor extra a su ya privilegiado nacimiento. No obstante, la grandeza aparente no alcanzaba el corazón de la joven familia, pues Ottavio, a vista de todos el más correcto marido e intachable padre, era (en el secreto familiar) un bebedor empedernido cuyo carácter, de por sí despiadado y práctico, rayaba en lo demencial e inhumano. Viola, pese a su alcurnia real, fue incapaz de abandonar al marido, demasiado consciente del destino que le esperaba sin la protección masculina; lo más lejos que pudo huir del maltrato marital fue encerrarse en la biblioteca con sus hijos. Funcionó hasta el día en que Ottavio dio con Raimondo y casi le mató.

Ese día, tanto Viola como Mercede fueron partícipes del brutal cambio que se gestó en el niño. Pese a la tremenda golpiza recibida, Raimondo parecía disfrutar del maltrato que su padre le daba, como si en vez de debilitarse, cada golpe lo fortaleciera y lo moldeara para el terrible tirano en que se iba a convertir. Pese a su carácter arisco y cruel, una de las pocas muestras de afecto que Raimondo tuvo para con su hermana fue la protección que le dio de los arranques furiosos de su padre; nunca permitió que Ottavio marcase el delicado cuerpo o la mente gentil de Mercede. Ella lo tomó como un acto de amor filial.

Demasiado tarde comprendería que su hermano era un monstruo aún más despiadado que su padre.

Así las cosas, no tardó en ocurrir el fatal accidente. Un día, a Ottavio simplemente se le fue la mano y dio rienda suelta a la verdadera locura del muchacho, quien sin el menor miramiento, provocó la caída de su padre, producto de la cual el gran señor acabó con su cabeza burdamente reventada cual sandía. El funeral, aunque ostentoso, estuvo carente de toda emoción sincera. Ni Raimondo ni Mercede lloraron la muerte del tirano que los había acosado por tanto tiempo. Probablemente allí fue donde se dio la primera muestra de su terrible discordancia emocional; ambos hermanos estaban juramentados en la muerte del padre y nunca nadie, ni siquiera después, pudo convencer a la niña de desacreditar a su hermano, ni aun para su propio beneficio. Los dos niños ese día compartieron el primer momento de su retorcida relación, cuando ella le tomó la mano y él la estrechó contra sí en muda contemplación del féretro de su padre. A simple vista, eran dos hermanos enfrentando la muerte; pero quien hubiese mirado con atención habría visto en el gesto una sordidez sexual impropia entre ellos. Por supuesto, nadie lo advirtió… o no quiso hacerlo.

Sin embargo, el aparente vínculo entre los hermanos se disolvió prontamente, no por falta de interés de ellos, sino más bien por las complejidades de la herencia que ahora se empezaban a disputar. Es justo decir que Mercede nunca estuvo interesada en heredar el negocio familiar, pese a las notables aptitudes que demostró en el mundo de las finanzas. Para ella, el conocimiento era una fuente de felicidad y realización personal, más que un escalón social. Sus motivos para dedicarse al estudio eran puramente sofistas; nada en la vida le entusiasmaba más que descubrir hasta dónde podía empujar los límites de su capacidad intelectual. El tutor escogido por su madre era, de lejos, su más fehaciente admirador; todo lo que en Raimondo era forzado y martirizante, en Mercede era natural y bello; siempre fue la niña más brillante, más gentil, más amable que su hermano y, si no se la amaba por su belleza física, se la amaba por las indudables virtudes morales e intelectuales que su hermano jamás llegaría a tener. Fue esto, y no otra cosa, lo que finalmente acabó con la tierna infancia de Mercede, ya torcida por la brutalidad del padre y la crueldad del hermano, que ahora se avizoraba interminable.

No fue Mercede una niña inocente, pues sus tiernos sueños infantiles fueron despedazados, primero por Ottavio, y luego (ya muerto el padre) por su tutor, el Cardenal Rezzonico, quien demostró por ella una atención devota que nunca dio a Raimondo. No tardaría en descubrir la niña que los hombres esperan de las mujeres algo más que belleza, inteligencia e ingenuidad; pero nunca el sacerdote traspasó la barrera física de Mercede. Como si esperara a que ella alcanzara cierta madurez, la envolvió con sus encantos, la trató con mimos y la sedujo emocionalmente. Sin embargo, la mente de la pequeña ya estaba torcida y, aunque le gustaban las curiosas venias del Cardenal, ya ella sentía una enfermiza devoción por su hermano, a quien secretamente había jurado lealtad.

Por eso, no pudo entender por qué Raimondo le abandonó de ese modo el día en que Rezzonico la destrozó de todas las formas posibles. Aquella mañana, la joven Di Medici había iniciado un inocente juego con su hermano, como de vez en cuando tenía la suerte de compartir con él. Estaba segura de que él jamás daría con ella, escondida como estaba en el patio de la sala de estudios que su madre había dispuesto para ellos. En efecto, no fue Raimondo quien la encontró, sino Carlo, su tutor; el hombre, apuesto pese a sus años, le habló de un modo que nunca antes nadie se había dirigido a ella; Mercede, sonrojada y furiosa, trató de resistirse a él, quien, no viendo cumplidas sus expectativas, la cogió con violencia y la azotó contra el suelo, dejándola semiinconsciente. Lo que pasó después, para ella es como una pesadilla, algo que no recuerda porque tuvo la capacidad sobrehumana de bloquear la traumática experiencia de la violación.

No fue su hermano quien la rescató, como una parte de sí misma deseaba, sino su madre. Viola, nuevamente, prefirió guardar silencio antes que enfrentar la terrible infamia. Por el contrario, lo único que hizo fue enviar a Mercede lejos de todos, para protegerla del destino aciago; así la muchacha llegó a vivir con una tía hermana de su difunto padre, radicada en las afueras de Venecia, mientras todos en su natal Florencia lloraban la muerte de la hermosa hija menor de la familia Di Medici.

De tal modo, mientras su hermano ascendía en las intrincadas escalas de poder, Mercede fue educada por su tía con el rigor austero de una solterona que veía en los hombres el origen de toda desgracia y maldad. Fue su tía quien le enseñó a desconfiar del encanto masculino y quien le inculcó la fiereza de carácter necesaria para cumplir con las enseñanzas que su agresor le había predicado años antes. Así fue que Mercede aprendió a utilizar sus encantos, conocimientos y atributos todo en beneficio de sí misma. Ya estaba la locura instaurada en su personalidad como ama y señora de su destino, pero fue con la muerte de su tía, tan parecida a la de su padre lo que terminó de desquiciarla.

Quiso la mala fortuna que la mujer intentara dar una lección ejemplar a Mercede castigando a uno de los criados más ancianos, producto de lo cual la joven se abalanzó sobre ella, sin medir sus fuerzas, lo que provocó la caída de la solterona y provocando su instantánea muerte. La joven cayó en un estado de violento paroxismo que culminó con ella internada durante meses en el hospital psiquiátrico de Venecia y la posterior retención de su testamento. Estuvo a punto, Mercede, de perderlo todo, pero sus criados, fieles a ella, pese a sus arranques de violenta locura, fueron quienes la rescataron del sanatorio, hicieron valer su legado y le devolvieron, por primera vez, parte del esplendor que ella siempre mereció ostentar.

Cuando cumplió 19 años tomó dos decisiones, rayanas ambas en la determinante locura: vendió todas las posesiones de tu tía y juró vengarse del hombre que la ultrajó. Así las cosas, volvió a Roma, dispuesta por su amor infantil a buscar a su hermano. Sin embargo, al enterarse de que éste había ascendido demasiado alto en el poder, concluyó que era mejor ocultar su identidad, por lo que se hizo de un nombre falso (Bella Moretti) y, aunque adquirió grandes terrenos olivícolas (los que administra con maestra rigurosidad), optó por comprarse una sencilla casita en la zona norte de Roma, fingiéndose parte de la pujante clase media.

En la actualidad, finge ser una bibliotecaria de la Scuola Italiana, donde tiene oportunidad de conversar con los jóvenes talentos romanos y mantener así fresca su inagotable capacidad intelectual. Ha jurado matar con sus propias manos al Cardenal Rezzonico y castigar a su hermano de manera ejemplar por haberla abandonado cuando más le necesitó.

Padre:
▶ Ottavio Di Medici (+).
Noble; dueño de toda la banca financiera de Italia.

Madre:
▶ Viola Di Visconti.
Prima de Valentino Di Visconti.

Hermano:
▶ Raimondo Di Medici.

► Está completamente loca; no obstante, su extraordinaria inteligencia supera a sus más desquiciados arrebatos
► Además de italiano, sabe francés, inglés y español; los habla como si fueran su lengua materna. Está aprendiendo algo de ruso.
► Pese a que no puede perdonarle a su hermano el haberla abandonado, en lo más secreto de sí misma, la verdad es que está incestuosamente enamorada de él.