Raimondo di Medici // El Sanguinario

Color de cabello: Castaño.
Ojos: Marrones oscuros.
Altura: 188cm / 6'2”
Alergias: Ninguna
Rasgo más característico: Severidad en sus ojos.
Aroma: Eucalipto.
Contextura: Media/delgada

Responsable, trabajador, organizado, meticuloso, lúdico, iracundo, generoso con sus súbditos y por sobre todo narcisista. Fue el cardenal Rezzonico quien inculcó al futuro rey el sentido de la realeza y le enseñó que debía aprender a servirse de los hombres para que éstos no se sirvieran de él. No hay duda de que Raimondo respondió de modo positivo a tales lecciones, pues Rezzonico escribió: "Hay en él cualidades suficientes para formar varios grandes reyes y un gran hombre."

En su educación Raimondo se convenció de que era preciso alejar del gobierno de la nación tanto al pueblo llano, ignorante, como a la nobleza, permanente enemiga de la monarquía (no caería bajo la misma guillotina que la anterior reina). En cuanto a los prohombres de la patria, los parlamentarios, jueces y abogados, decidió que los mantendría siempre bajo el poder absoluto de la corona, sin permitirles la menor discrepancia.

No es de amistades, sólo de socios. La única persona con la que tiene un vínculo estrecho es con su madre, pero ni ella es capaz de ahondar en esos ojos oscuros de ira. Ella sabe que es prudente mantener distancia hasta de su propio hijo, de su propio “monstruo” como se llama a sí mismo Raimondo con orgullo.

Gusta de tener amantes en la corte y fuera de ella. Mientras le sean útiles, las llevará de lujos. Dice que no conoce a mujer con un corazón como el suyo y no cree hacerlo nunca, por loq eu las toma para satisfacción carnal y nada más. Está consciente de que algún día deberá casarse y dejar herederos para mantener el poder y asegurar la paz y potencia de Italia, pero planea retrasar ese acontecimiento hasta que el consejo le insista hasta en la cena.

Sorprendentemente respeta a sus enemigos. Nunca cometería el error de subestimarlos, por lo que calculará con frialdad e incluso disfrutará con las estrategias para sacarlos del camino.

Es agresivo cuando sus demandas no son satisfechas. No por nada le llaman el “rey sanguinario”. Sus sirvientes le temen por sus crudas represalias, llegando a usar instrumentos de tortura para mantener a raya a sus empleados. ¿Despreciable? Sí, él se sabe que es así y lo disfruta. La verdad para Raimondo es que ser como es le es útil.

No obstante, incluso el desierto más árido del mundo florece en raras ocasiones. Es humano después de todo, pero cuando sufre lo hace en silencio, encerrado y pobre del que quiera inmiscuirse. La muerte no es algo a lo que le tema, por lo que no se siente atraído ni con la longevidad vigorosa de los licántropos ni por la inmortalidad de los vampiros. Según él, la manzana contaminada pudre a los demás, ¿por qué querría él que hubieran más como él? Dice que le basta consigo mismo para tener que aguantar a otro como él.

Cuando Raimondo di Medici subió al trono de Italia, nadie hubiera podido imaginar que ese joven de mirada severa y carácter intransigente transformaría la nación italiana y las costumbres de todo un Estado con sus aficiones políticas, culturales y estéticas. La verdad, al momento de su nacimiento, no se esperaba siquiera que fuera más que un excelente banquero, como sus ancestros antes que él. He aquí un breve recuento de cómo el «rey sanguinario» combinó con maestría el poder absoluto con el refinamiento.

Hijo mayor del matrimonio entre el noble dueño de bancos a lo largo de toda Italia Ottavio di Medici, de cincuenta años y la joven aristócrata de dieciocho años Viola di Visconti (tía segunda de Valentino di Visconti). Esta unión, si bien fue bendecida, también fue escandalosa por la diferencia de edad de los cónyuges, no por el hecho mismo de los años, sino porque tanto nobleza como sus familiares dudaron sobre si podrían darle al acaudalado negocio familiar un heredero a tiempo. Para sorpresa de todos, durante el primer año de la unión de los esponsales, se anunció el primer embarazo de Viola del cual nació Raimondo. Al tercer año de matrimonio, nació la segunda hija; Mercede. La vida de la familia era estable en materia económica, siempre en lo más alto de la pirámide, pero olas oscuras atravesaban ese mar en calma silenciosamente, lejos de los ojos de los demás.

Ottavio bebía en exceso, y cuando lo hacía se ponía tan inestable y agresivo que tanto su Viola como Raimondo y Mercede se encerraban en la biblioteca de la mansión bajo llave, intentando salir ilesos de sus arranques de ira. Tuvieron éxito por mucho tiempo, pero un mes en que hubo baja en las utilidades de las bancas Ottavio se puso de peor carácter y logró alcanzar a Raimondo de un tobillo cuando lo vio siguiendo tanto a su hermana como a su madre a la librería. No recuerda haber recibido peor paliza en toda su vida; una oreja partida; dos costillas rotas; fracturas en ambas piernas y una herida en la cabeza que de no haber sido por la pronta intervención de los criados hubiera terminado en un desangramiento fatal.

Sí… varias huellas quedaron en el cuerpo de Raimondo esa noche, pero no fueron lo único. Comenzó a sentir algo a medida que su padre le gritaba cosas como <> o <> y se volvió adicto a esa sensación. Se llamaba Ira. ¡Sentirse desamparado y débil era lo peor! Transformó eso en una energía más potente que el odio y más perdurable que el amor eterno. Se sentía poderoso cada vez que al adrenalina se embetunaba en su sangre, dándole el máximo de los alientos. Su mirada comenzó a oscurecerse cada vez más con cada paliza de su progenitor, incluso llegando a sonreír por lo que Raimondo consideraba un creciente poder. Bastó que lo provocara un poco más de lo debido una ocasión en que también golpeó a su madre para que a sus doce años empujara a su padre hasta hacerlo caer y golpear su cabeza contra la baldosa a tal nivel que le provocara una hemorragia que lo llevaría a la muerte. Nadie, ni su madre ni su hermana dijeron nada al respecto.

Raimondo no lloró durante el funeral de su padre; ni siquiera le preguntó a su madre o a sus tutores sobre el inquietante tema de la muerte. Lo único que le importó a aquel niño fue que los hematomas de su cuerpo finalmente podrían descansar. Poco sabía en ese entonces que la heridas más profundas la cicatrización no las haría sanar ni mucho menos desaparecer. Sería él el siguiente en el negocio de la banca y con eso bastaba.

Mientras alcanzaba la mayoría de edad, Raimondo estuvo bajo el cuidado de su madre, Viola di Visconti —que se crió en la corte de Roma— y de su tutor, el cardenal Carlo Rezzonico; este último le inculcó su amor por la estética refinada y el lujo, y también le enseñó ciertos códigos teatrales empleados en la liturgia barroca que el monarca supo aprovechar para afianzar su personalidad carismática y arrolladora. Pero esa personalidad requería de un teatro donde pudiera lucir todo su genio y esplendor: un escenario sin precedentes, pero algo se interponía en ello.

Al educar Viola a ambos niños, tanto a Raimondo como Mercede, empezó a surgir la competencia entre ambos. Ambos hermanos eran igualmente inteligentes y eficientes estudiantes, pero nadie maravillaba a los tutores como Mercede, con ese capacidad que tenía para llamar la atención, en parte por su belleza insultante. Eso hizo temer a Raimondo por un destino incierto que le hacía preguntarse si acaso preferirían negociar con su hermana y a él dejarle el puesto segundón; ¿tendría acaso que condenarse a ser el sumiso de ambos, estar siempre a la sombra? La ira volvía a él, con la diferencia de que esta vez si osaba enfrentarse a su hermana, se lo harían pagar. La historia terminaría escribiéndose a su favor.

Cuando Raimondo tenía catorce años y Mercede doce, ambos hermanos fueron a jugar a las escondidas en el jardín. Los arbustos anchos y los árboles altos ayudaban a idear maneras entretenidas de recreo, pero llegó un momento en que por más que Raimondo buscó, a su hermana no encontró. Estuvo así por una hora hasta que se decidió volver al interior de su hogar, pero antes de ingresar una vista en una ventana de la sala en la que él y su hermana estudiaban lo marcó para siempre. El cardenal Rezzonico se encontraba violando a una inerte Mercedes sobre la mesa y los libros que habían visto a los hermanos di Medici instruirse. Raimondo se quedó sin habla, solamente podía observar en silencio como la sangre se escurría tanto de la cabeza como de la entrepierna de su hermana menor, manchando las páginas de ilustres autores de rojo. Estaba muerta, y aún muerta era profanada por el hombre que había jurado lealtad eterna a Dios.

Después de más o menos treinta minutos, el religioso abandonó el cuerpo de la muchacha en el mismo sitio en el que había abusado de ella, pero Raimondo no pudo salir jamás de esa escena ni siquiera apartándose físicamente del lugar. Cuando se descubrió el macabro hecho, acordaron los investigadores que se trató de un desafortunado accidente provocado por algún perdido que ingresó inadvertidamente a la mansión. Raimondo guardó silencio y lo hace hasta el día de hoy. Su madre ni siquiera cuestionó el hecho. Al parecer ella también había vendido su alma al diablo al empeñar su corazón ciegamente a un falso servidor de Cristo.

Con tantas cosas dentro que no pensaba ni por un segundo sacar a la luz, comenzó a practicar la esgrima italiana, caracterizándose por su agresividad en cada uno de sus ataques, como si estuviera ahuyentando algo con cada movimiento. Ya a sus veintidós años fue considerado uno de los grandes exponentes en aquella disciplina. Fue precisamente en uno de estos encuentros con sus pares que recibió una carta llamándolo al palacio real. Acudió al lugar intrigado, y ahí le fue enterado que ya no había reina (más detalles no le dieron acerca de la anterior monarca) y que el heredero al trono ya había sido nombrado Zar de Rusia. El que más se acercaba a la familia real de Italia era Raimondo, por lo que los nobles, conocedores del poder de los di Medici, lo nombraron su líder para no tenerlo de enemigo.

El rey decidió que su nación se convertiría en una superpotencia mercantil y que alcanzaría ese estatus por sus propios medios. Tuvo la determinación de hacerse con un inmenso y lucrativo mercado: el negocio del lujo, afirma la autora, dando el nacimiento de la alta cocina, la aparición de peluqueros célebres, las nuevas boutiques, la moderna industria turística, los cafés de moda, la vida nocturna o los cambios de temporada. En el fondo, quería que Italia se volviera la postal de Europa y una superpotencia.

Mejoró el castillo real para demostrarle al resto de Europa el camino a seguir en arquitectura y decoración de interiores, pero también para que el rey vigilara a sus enemigos de cerca.

La nobleza fue una de las principales instigadoras de esos conflictos (la mayoría tenía malos recuerdos de la anterior monarca), porque rechazaba el poder absoluto de la corona y ansiaba volver a los tiempos del feudalismo, cuando el rey tenía poca autoridad sobre ellos. Si bien los nobles perdieron la segunda Fronda, aún conservaban un profundo resentimiento y sólo esperaban una oportunidad para levantarse de nuevo contra la monarquía.

Por lo anterior, Raimondo participó personalmente en el diseño del palacio real, cuidando que toda la corte tuviera cabida en él. El dormitorio del monarca se ubicó en el centro geográfico de Roma, como signo de que nada podía ocurrir en la nación sin que él lo autorizara. Con ello, las disputas de la nobleza por el poder fueron reducidas al protocolo cortesano, en el que se debían seguir estrictas normas de comportamiento, si es que pretendían conservar sus privilegios.

Luego de amagar a la nobleza, Raimondo impuso una inflexible política de conversión de los protestantes al catolicismo y limitó el poder del papado en su territorio. Su manera de gobernar se volvió tan intransigente con los errores que su agresividad se volvió notoria con sus empleados. Recordado es el episodio en que le sacó un ojo a una sirvienta por derramar una copa en sus atuendos para luego dárselo a comer a sus perros. Desde ese entonces lo llaman el «rey sanguinario».

● En ocasiones tiene cambios de humor repentinos que parecen no tener explicación.
● Es primo segundo de Valentino di Visconti.
● Su narcicismo le impide sentir empatía por los demás.
● Sabe manipular a la nobleza a su antojo.
● Sólo tolera que quiera acercarse a él su madre, pero no dudaría Raimondo en hacerla desaparecer si llega a intervenir en su camino.
● A veces sueña con el fantasma de su hermana. No sabe si sentirse culpable o aliviado por su muerte.
● No acepta un “no” por respuesta en aquellas materias que de verdad le interesan. Matar o maltratar no es un impedimento.