AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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| Atardecer |
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| Atardecer |
El sonido del ajetreo diario estaba presente en el puerto esa mañana. A pesar de hacer frío, muchos trabajadores debían dejar el calor de su hogar, o simplemente de la compañía de su esposa para poder ir a mar abierto y traer la comida necesaria para subsistir. Velkan no dejaba nunca ningún calor atrás, a no ser que se contara la compañía de alguna prostituta o amante esporádico, pero no solía quedarse lo suficiente como para amanecer a su lado, siempre era mejor evitar conflictos emocionales o acostumbrarse demasiado a la cercanía de otra persona.
Además, él donde más a gusto estaba era en su pequeño barco; Anhelo. Allí tenía todo lo que necesitaba, materiales para faenar y un pequeño camarote donde podía hacer toda su vida diaria, hasta tenía una pequeña zona donde poder prepararse algo de comer si lo necesitaba. No era un gran palacio, pero para él era totalmente perfecto. A veces no podía evitar pensar en lo mucho que le habría gustado poder compartir aquello con su hermano, pero era mejor dejar que esos pensamientos se fueran igual de rápido que habían llegado, o no podría seguir su rutina en paz.
Había pasado toda la mañana y parte de la tarde fuera, no solo pescando, por supuesto. Cuando estaba solo aprovechaba ese momento para poder dejar sus ropas a un lado y zambullirse en las profundas aguas, que había aprendido a conocer como si fueran su verdadero hogar. A veces le preguntaban qué hacía para conseguir pescas tan abundantes, él solo sonreía, se alzaba de hombros y decía que había sido pura suerte, aunque realmente es que conocía la vida marina y sabía más o menos por dónde se movían más o menos los mejores bancos de peces, ventajas a fin de cuentas.
Había ya atracado y atado todo para que estuviera bien a resguardo su casa y empleo, bajando la pesca de ese día que vendió a algunos mercaderes que siempre iban por la zona en busca de buenos precios. Una vez terminó, miró al cielo, estaba ya anocheciendo, estaba anaranjado y emitía una hermosa luz sobre el horizonte. Sonrió complacido y miró hacia el mar, perdido en sus propios pensamientos. Tendría que ir a lavarse y buscar algo que cenar, pero no había prisa, podía esperar.
Además, él donde más a gusto estaba era en su pequeño barco; Anhelo. Allí tenía todo lo que necesitaba, materiales para faenar y un pequeño camarote donde podía hacer toda su vida diaria, hasta tenía una pequeña zona donde poder prepararse algo de comer si lo necesitaba. No era un gran palacio, pero para él era totalmente perfecto. A veces no podía evitar pensar en lo mucho que le habría gustado poder compartir aquello con su hermano, pero era mejor dejar que esos pensamientos se fueran igual de rápido que habían llegado, o no podría seguir su rutina en paz.
Había pasado toda la mañana y parte de la tarde fuera, no solo pescando, por supuesto. Cuando estaba solo aprovechaba ese momento para poder dejar sus ropas a un lado y zambullirse en las profundas aguas, que había aprendido a conocer como si fueran su verdadero hogar. A veces le preguntaban qué hacía para conseguir pescas tan abundantes, él solo sonreía, se alzaba de hombros y decía que había sido pura suerte, aunque realmente es que conocía la vida marina y sabía más o menos por dónde se movían más o menos los mejores bancos de peces, ventajas a fin de cuentas.
Había ya atracado y atado todo para que estuviera bien a resguardo su casa y empleo, bajando la pesca de ese día que vendió a algunos mercaderes que siempre iban por la zona en busca de buenos precios. Una vez terminó, miró al cielo, estaba ya anocheciendo, estaba anaranjado y emitía una hermosa luz sobre el horizonte. Sonrió complacido y miró hacia el mar, perdido en sus propios pensamientos. Tendría que ir a lavarse y buscar algo que cenar, pero no había prisa, podía esperar.
Última edición por Velkan M. Schulze el Jue Dic 18, 2014 2:03 pm, editado 1 vez
Velkan M. Schulze- Cambiante Clase Baja
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Re: | Atardecer |
Por primera vez en varias semanas, la criada Tulipe no estaba para nadie; enfadado era su estado de ánimo. Un malhumor que ni ella soportaba. Tenía poco menos de una hora para volver a la residencia de los patrones si no quería que la echaran a patadas y no la desperdiciaría. No quería toparse con nadie. No después de… ¡ah! Es que sus cabellos se agitaban de sólo recordarlo.
¿Qué había ocurrido? Que un sirviente en la mansión se había hecho con parte del dinero para comprar los víveres para la cena. ¿Consecuencias? Habían descontado un trozo de paz de cada uno de los criados, y eso la incluía a ella. Parecía ser que sin importar cuánto sus dedos sangraran y su espalda se partiera trabajando, siempre el individuo carente de virtud se saldría con la suya y los que intentaban caminar una senda limpia, o como los delincuentes llamaban, «los idiotas», serían pisoteados por éstos.
Rauda y sin delicadeza, avanzaba ligera con sus pies empolvados por la tierra del camino del cual acababa de bajar en dirección al puerto. ¿Por qué en ese lugar en específico? Tenía una razón bastante especial: en barco había llegado a París; en barco quería hacer el viaje mental de volver a su pueblo natal con su madre. En Amiens, la tierra en la que había dejado a su madre, las esperanzas de superarse eran pocas, por no decir nulas, pero al menos era un sitio honesto. Estaba el abrazo de mamá, una sonrisa en el rostro. Cosas que ahora se preguntaba por qué había dejado atrás bajo la insistencia de su progenitora.
Su crucifijo de mujer católica golpeaba furioso su pecho. Tulipe bajó la vista a éste y lo apretó contra sí con una mano sin detener el feroz ritmo de sus pies.
—Te amo, Señor, te amo. —se repetía mentalmente intentando disculparse, sin embargo:— Pero estoy tan furiosa contigo.
Sólo quería que el aire marino limpiara sus pulmones de ese calor de la cólera, pero sabía que al volver tendría que justificar su salida con una excusa más aceptable que solamente un arranque de ánimos. Si los reyes descubrían que tenían a una adolescente inestable cuidando de su primogénito, entonces no habría nada que hablar ni alegar para no ser puesta de patitas en la calle. ¿Qué mejor que una compra en el puerto de ese apetecido manjar del mar? Así no llegaría con las manos vacías. Además, la iniciativa de la servidumbre parecía agradar a los ojos de los superiores. No era un mal plan. Eso haría.
Sin levantar la vista del suelo que pisaba, se puso frente a un hombre en medio de ese atardecer. Por sus pies y por su vestimenta, suponía que era un pescador.
—Dígame que tiene algo para venderme. Algún pescado fresco de temporada o marisco exclusivo de estas costas. Puedo pagarle. —prometió. No le importaba utilizar los pocos francos que ganaba en algo que la distrajese— En serio, lo que sea. Sé que es tarde y que pronto anochecerá pero… por favor no me pregunte.
Tomó aire una vez, y luego de nuevo hasta que por fin le dio tregua a sus pulmones. Quizás el oxígeno le ayudó a darse cuenta de que estaba siendo todo menos cortés. Y se sintió avergonzada. Lentamente alzó la mirada con los ojos vidriosos. No se había ido el coraje, pero el pudor había vuelto.
—Discúlpeme… n-no debí… —tartamudeó torpemente.
Se tomó la nuca con una mano.
¿Qué estaba haciendo?
¿Qué había ocurrido? Que un sirviente en la mansión se había hecho con parte del dinero para comprar los víveres para la cena. ¿Consecuencias? Habían descontado un trozo de paz de cada uno de los criados, y eso la incluía a ella. Parecía ser que sin importar cuánto sus dedos sangraran y su espalda se partiera trabajando, siempre el individuo carente de virtud se saldría con la suya y los que intentaban caminar una senda limpia, o como los delincuentes llamaban, «los idiotas», serían pisoteados por éstos.
Rauda y sin delicadeza, avanzaba ligera con sus pies empolvados por la tierra del camino del cual acababa de bajar en dirección al puerto. ¿Por qué en ese lugar en específico? Tenía una razón bastante especial: en barco había llegado a París; en barco quería hacer el viaje mental de volver a su pueblo natal con su madre. En Amiens, la tierra en la que había dejado a su madre, las esperanzas de superarse eran pocas, por no decir nulas, pero al menos era un sitio honesto. Estaba el abrazo de mamá, una sonrisa en el rostro. Cosas que ahora se preguntaba por qué había dejado atrás bajo la insistencia de su progenitora.
Su crucifijo de mujer católica golpeaba furioso su pecho. Tulipe bajó la vista a éste y lo apretó contra sí con una mano sin detener el feroz ritmo de sus pies.
—Te amo, Señor, te amo. —se repetía mentalmente intentando disculparse, sin embargo:— Pero estoy tan furiosa contigo.
Sólo quería que el aire marino limpiara sus pulmones de ese calor de la cólera, pero sabía que al volver tendría que justificar su salida con una excusa más aceptable que solamente un arranque de ánimos. Si los reyes descubrían que tenían a una adolescente inestable cuidando de su primogénito, entonces no habría nada que hablar ni alegar para no ser puesta de patitas en la calle. ¿Qué mejor que una compra en el puerto de ese apetecido manjar del mar? Así no llegaría con las manos vacías. Además, la iniciativa de la servidumbre parecía agradar a los ojos de los superiores. No era un mal plan. Eso haría.
Sin levantar la vista del suelo que pisaba, se puso frente a un hombre en medio de ese atardecer. Por sus pies y por su vestimenta, suponía que era un pescador.
—Dígame que tiene algo para venderme. Algún pescado fresco de temporada o marisco exclusivo de estas costas. Puedo pagarle. —prometió. No le importaba utilizar los pocos francos que ganaba en algo que la distrajese— En serio, lo que sea. Sé que es tarde y que pronto anochecerá pero… por favor no me pregunte.
Tomó aire una vez, y luego de nuevo hasta que por fin le dio tregua a sus pulmones. Quizás el oxígeno le ayudó a darse cuenta de que estaba siendo todo menos cortés. Y se sintió avergonzada. Lentamente alzó la mirada con los ojos vidriosos. No se había ido el coraje, pero el pudor había vuelto.
—Discúlpeme… n-no debí… —tartamudeó torpemente.
Se tomó la nuca con una mano.
¿Qué estaba haciendo?
Última edición por Tulipe Enivrant el Dom Ene 11, 2015 4:30 pm, editado 1 vez
Tulipe Enivrant- Humano Clase Baja
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Re: | Atardecer |
Le gustaba cuando el cielo estaba de aquel agradable color anaranjado, por algún motivo le hacía sentir una suave nostalgia, que le despertaba un calorcito por dentro. Estaba casi sonriendo como un idiota cuando escuchó una voz que llamó su atención. Se quedó observando a aquella muchacha, y lo primero que pudo pensar es que era de lo más mal geniada, simplemente por la forma en la que había hablado, así que alzó una ceja, en realidad, bastante divertido.
La dejó terminar, poniendo los brazos en jarra mientras la escuchaba, hasta que finalmente alzó la cabeza y pareció darse cuenta de su mala educación al exigir de aquella forma. La verdad es que en el mismo momento que levantó la mirada y los ojos de ambos se cruzaron, Velkan no pudo más que fijarse en esas preciosas orbes del color del mar. Despacio dejó caer las manos a ambos lados de su cuerpo, pensando que con unos ojos así estaría más que dispuesto a levarse a una mujer a los confines más remotos del mar en su pequeño barco.
— No se preocupe. — hizo un gesto con la mano, restando importancia a aquella entrada tan explosiva — Todos tenemos un mal día, o un momento desagradable. — le dedicó una de sus mejores sonrisas, acercándose un poco más a ella — Para serle sincero, ya vendí todo lo que tenía para comerciar hoy, pero me queda algo por ahí. — lo que se había reservado para comer al día siguiente, claro que no le importaría vendérselo, y no precisamente porque necesitara su dinero con urgencia. Hizo un gesto hacia el barco no muy lejos de ellos, invitándola a pasar — Si me acompaña le enseñaré la pesca fresca que tengo dentro guardad. No se preocupe, es pequeño pero muy resistente.
Tenía algo de marisco guardado en el cuarto con hielo, para mantenerlo fresco y así poder comerlo, con l o que era mejor que la muchacha fuera por su propio pie para que lo viera allí y no corría el peligro de que se pusiera en mal estado, o que no le gustara y lo hubiera sacado para nada. Era importante no estresar a los animales vivos, ni romper la cadena de frío de los muertos, algo que había aprendido gracias al trabajo de esos años. Solo esperó paciente a que la muchacha se decidiera a seguirlo, dejándola pasar delante, por supuesto.
La dejó terminar, poniendo los brazos en jarra mientras la escuchaba, hasta que finalmente alzó la cabeza y pareció darse cuenta de su mala educación al exigir de aquella forma. La verdad es que en el mismo momento que levantó la mirada y los ojos de ambos se cruzaron, Velkan no pudo más que fijarse en esas preciosas orbes del color del mar. Despacio dejó caer las manos a ambos lados de su cuerpo, pensando que con unos ojos así estaría más que dispuesto a levarse a una mujer a los confines más remotos del mar en su pequeño barco.
— No se preocupe. — hizo un gesto con la mano, restando importancia a aquella entrada tan explosiva — Todos tenemos un mal día, o un momento desagradable. — le dedicó una de sus mejores sonrisas, acercándose un poco más a ella — Para serle sincero, ya vendí todo lo que tenía para comerciar hoy, pero me queda algo por ahí. — lo que se había reservado para comer al día siguiente, claro que no le importaría vendérselo, y no precisamente porque necesitara su dinero con urgencia. Hizo un gesto hacia el barco no muy lejos de ellos, invitándola a pasar — Si me acompaña le enseñaré la pesca fresca que tengo dentro guardad. No se preocupe, es pequeño pero muy resistente.
Tenía algo de marisco guardado en el cuarto con hielo, para mantenerlo fresco y así poder comerlo, con l o que era mejor que la muchacha fuera por su propio pie para que lo viera allí y no corría el peligro de que se pusiera en mal estado, o que no le gustara y lo hubiera sacado para nada. Era importante no estresar a los animales vivos, ni romper la cadena de frío de los muertos, algo que había aprendido gracias al trabajo de esos años. Solo esperó paciente a que la muchacha se decidiera a seguirlo, dejándola pasar delante, por supuesto.
Velkan M. Schulze- Cambiante Clase Baja
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Re: | Atardecer |
¡Qué vergüenza por su propio comportamiento! Tulipe agradeció no haber mencionado el nombre de sus patrones a mitad de su abrupta primera impresión; los habría dejado muy mal parados. El joven frente a ella se hubiera preguntado: «¿pero qué señores poco criteriosos habrán contratado a esta perdida con aires de india?». Y no podía culparlo. La chica pecosa era, con mucha suerte, una campesina que llevaba polvo en los pies en vez de medias, pero aun así se esperaba un mínimo de ella con los modales. Hasta su propia madre le hubiera dado un buen tirón de mechas de haberla presenciado.
Únicamente dejó ir el aire contenido en sus pulmones cuando escuchó el amable tono de con quien había sido grosera. Al ver hacia arriba, sintió renacer su manía por jugar inútilmente con sus manos, pero se contuvo cuando le pareció oír la voz de Lavande a la lejanía diciéndole «te voy a poner estiércol en esos dedos, a ver si te gusta». Porque las manías eran una forma de desviarse del presente, buscó concentrarse en la persona con la que se encontraba. Era lo mínimo que podía hacer. Él… debía medir mínimo diez centímetros más que ella. Pero era curioso que, a pesar de su altura, no buscase intimidarla. A Tulipe también le dieron ganas de sonreír; ¿quién no sentiría deseos de expresar un inocuo gesto ante un gigante gentil?
—Lo sé, pero usted no es el culpable de que a mí… bueno, es que no es de una cristiana temerosa de Dios dar rienda suelta a la cólera, y menos con quienes debe respetar y amar. —se recordó a sí misma la enseñanza que le había dejado la misa de la semana pasada— Fui grosera y usted gallardo. Eso no hace más que engrandecerlo. L-Lo que estoy tratando de decirle es que le agradezco. Su blanda respuesta me hizo recordar que no hace justicia una áspera ira. —suspiró lentamente. A ver si entre hilos de aire salía la pesadumbre.
Pero cuando el extraño se acercó a ella, el camino recorrido volvió a un punto muerto, pues inevitablemente se le quedó atascada la respiración. Le faltaba ser un poco más abierta con el tema de las distancias, porque los nervios la sacudían como la brisa a las olas, con la misma fuerza con que el rojo golpeaba sus mejillas. Fue tan así que por poco tropezó hacia atrás. Buscó disimularlo con una pronta acción.
—C-Con su permiso. —hizo una breve reverencia antes de encaminarse hacia el barco frente al mancebo. «Boba, boba» se repitió en todo el trayecto.
Arribaron a su destino. Los ojos de Tulipe Él no había mentido cuando dijo que se trataba de un barco pequeño, pero…
—Es más grande que el cuarto que compartíamos con mamá. —pensó en voz alta. Una interrogante le surgió tras esa idea— Eh… ¿señor? Tal vez no me incumba, pero ¿usted vive aquí, como el resto de los marineros, o va de vuelta con su familia en tierra firme? Perdone la duda, pero el mar es inestable y dicen que lo que traga no lo devuelve. Y si lo hace, antes se roba su esencia.
¿Y si pertenecía a quienes no tenían a nadie esperando tras la orilla? La zagala rogó internamente para que no fuese ese el caso. Sería demasiado triste que alguien tan joven viviese en la piel de un viejo. Porque la vida de los mayores era observar la vida de los menores. Si aquel mozo salía a la mar a pescar, debía ser porque no provocaba mayor miedo en él no poder regresar; pocos lazos que alimentar. Ahí le pareció entender lo que decía mamá: «Enamorarse de un hombre de guerra es una imprudencia, pero lo que es locura es enamorarse de un lobo de mar. El primero al menos vuelve a casa en tiempos de paz. El segundo… la marea decidirá.»
Únicamente dejó ir el aire contenido en sus pulmones cuando escuchó el amable tono de con quien había sido grosera. Al ver hacia arriba, sintió renacer su manía por jugar inútilmente con sus manos, pero se contuvo cuando le pareció oír la voz de Lavande a la lejanía diciéndole «te voy a poner estiércol en esos dedos, a ver si te gusta». Porque las manías eran una forma de desviarse del presente, buscó concentrarse en la persona con la que se encontraba. Era lo mínimo que podía hacer. Él… debía medir mínimo diez centímetros más que ella. Pero era curioso que, a pesar de su altura, no buscase intimidarla. A Tulipe también le dieron ganas de sonreír; ¿quién no sentiría deseos de expresar un inocuo gesto ante un gigante gentil?
—Lo sé, pero usted no es el culpable de que a mí… bueno, es que no es de una cristiana temerosa de Dios dar rienda suelta a la cólera, y menos con quienes debe respetar y amar. —se recordó a sí misma la enseñanza que le había dejado la misa de la semana pasada— Fui grosera y usted gallardo. Eso no hace más que engrandecerlo. L-Lo que estoy tratando de decirle es que le agradezco. Su blanda respuesta me hizo recordar que no hace justicia una áspera ira. —suspiró lentamente. A ver si entre hilos de aire salía la pesadumbre.
Pero cuando el extraño se acercó a ella, el camino recorrido volvió a un punto muerto, pues inevitablemente se le quedó atascada la respiración. Le faltaba ser un poco más abierta con el tema de las distancias, porque los nervios la sacudían como la brisa a las olas, con la misma fuerza con que el rojo golpeaba sus mejillas. Fue tan así que por poco tropezó hacia atrás. Buscó disimularlo con una pronta acción.
—C-Con su permiso. —hizo una breve reverencia antes de encaminarse hacia el barco frente al mancebo. «Boba, boba» se repitió en todo el trayecto.
Arribaron a su destino. Los ojos de Tulipe Él no había mentido cuando dijo que se trataba de un barco pequeño, pero…
—Es más grande que el cuarto que compartíamos con mamá. —pensó en voz alta. Una interrogante le surgió tras esa idea— Eh… ¿señor? Tal vez no me incumba, pero ¿usted vive aquí, como el resto de los marineros, o va de vuelta con su familia en tierra firme? Perdone la duda, pero el mar es inestable y dicen que lo que traga no lo devuelve. Y si lo hace, antes se roba su esencia.
¿Y si pertenecía a quienes no tenían a nadie esperando tras la orilla? La zagala rogó internamente para que no fuese ese el caso. Sería demasiado triste que alguien tan joven viviese en la piel de un viejo. Porque la vida de los mayores era observar la vida de los menores. Si aquel mozo salía a la mar a pescar, debía ser porque no provocaba mayor miedo en él no poder regresar; pocos lazos que alimentar. Ahí le pareció entender lo que decía mamá: «Enamorarse de un hombre de guerra es una imprudencia, pero lo que es locura es enamorarse de un lobo de mar. El primero al menos vuelve a casa en tiempos de paz. El segundo… la marea decidirá.»
Tulipe Enivrant- Humano Clase Baja
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Re: | Atardecer |
Tras hacer pasar a la chica lo hizo él mismo, tratando de guiarla por el angosto camino hacia la zona inferior del barco. Ella parecía observar todo, ahora mucho más tímida que cuando le había hablado por primera vez. Al cambiante casi le parecía dulce, como si se hubiera caído de un árbol en el que había estado divagando sola, y se hubiera dado de bruces contra el suelo, volviendo a la dolorosa realidad.
— Me alegra, si fuera más pequeño que un cuarto definitivamente poco podría hacer. — bromeó animado, escuchándola con atención cuando volvió a hablar. Su curiosidad le arrancó una risita baja, y además alzó los hombros de manera despreocupada — Este es mi trabajo y mi hogar, debo reconocer. — suspiró con fingida nostalgia, negando con la cabeza — Mi familia vive bastante lejos, y de todas formas tampoco es como que quisiera verlos. — bajó un poco más, hasta llegar a la cámara donde tenía todas las cajas bien colocadas con el marisco — Y aquí no tengo nadie que me espere al llegar a puerto. — la miró, sonriendo con cierta picardía — Supongo que si tuviera una preciosa muchacha esperándome vendría a pernoctar con ella siempre que pudiera, pero no es el caso.
Suspiró una vez más, con ligero dramatismo, pero notándose que pretendía más bien tener una actitud divertida, bromista. Señaló hacia las cajas, poniéndolas a su disposición. Tenía diversos tipos de marisco, no mucha cantidad, pero sí que tenía variedad. Algunos incluso podrían considerarse bastante complicados de encontrar por la zona. Eran grandes y tenían un aspecto realmente bueno. Velkan se preocupaba de que su mercancía fuera la mejor, para así tener más ventas.
— Puede elegir lo que quiera, incluso le haré un precio especial, tal vez algo para usted, sus señores no tienen por qué enterarse. — le guiñó un ojo con complicidad, sabía que habían muchas chicas que trabajaban en casas de otras personas, por su aspecto, su actitud y demás, solía ser fácil identificarlas, iban y compraban para sus señores, pero él pensaba que debían tener el mismo derecho a comer cosas exquisitas alguna vez..
— Me alegra, si fuera más pequeño que un cuarto definitivamente poco podría hacer. — bromeó animado, escuchándola con atención cuando volvió a hablar. Su curiosidad le arrancó una risita baja, y además alzó los hombros de manera despreocupada — Este es mi trabajo y mi hogar, debo reconocer. — suspiró con fingida nostalgia, negando con la cabeza — Mi familia vive bastante lejos, y de todas formas tampoco es como que quisiera verlos. — bajó un poco más, hasta llegar a la cámara donde tenía todas las cajas bien colocadas con el marisco — Y aquí no tengo nadie que me espere al llegar a puerto. — la miró, sonriendo con cierta picardía — Supongo que si tuviera una preciosa muchacha esperándome vendría a pernoctar con ella siempre que pudiera, pero no es el caso.
Suspiró una vez más, con ligero dramatismo, pero notándose que pretendía más bien tener una actitud divertida, bromista. Señaló hacia las cajas, poniéndolas a su disposición. Tenía diversos tipos de marisco, no mucha cantidad, pero sí que tenía variedad. Algunos incluso podrían considerarse bastante complicados de encontrar por la zona. Eran grandes y tenían un aspecto realmente bueno. Velkan se preocupaba de que su mercancía fuera la mejor, para así tener más ventas.
— Puede elegir lo que quiera, incluso le haré un precio especial, tal vez algo para usted, sus señores no tienen por qué enterarse. — le guiñó un ojo con complicidad, sabía que habían muchas chicas que trabajaban en casas de otras personas, por su aspecto, su actitud y demás, solía ser fácil identificarlas, iban y compraban para sus señores, pero él pensaba que debían tener el mismo derecho a comer cosas exquisitas alguna vez..
Velkan M. Schulze- Cambiante Clase Baja
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Re: | Atardecer |
- Spoiler:
Qué extraño era aquel muchacho; su discurso no era alegre, sino más bien. Había un optimismo en sus gestos y en su voz que no se condecía con las palabras. Bromeaba con su situación; no se martirizaba con ella. A lo mejor ni él debía creérselo en ocasiones, pero era un consuelo imaginar que eso debía impulsar a que se levantara cada jornada con los brazos más abiertos y la sonrisa más amplia, con la mirada hacia el cielo y no hacia el suelo. No obstante, acababa de dejar en claro que no habían lazos fuertes en su vida, ningún puerto emocional donde pudiera anclar, y aquello era triste para quien los lazos era lo único que tenía para salvarse cada día.
Era una mirada que Tulipe poco y nada sabía interpretar, pero de alguna forma la hacía sentir extraña, como si estuviese internándose a oscuras en lo desconocido. Las mejillas se le llenaron de sangre. No estaba acostumbrada a recibir atención, a que la viesen con interés. Una vez alguien la vio así, pero se fue tan raudo y potente como llegó, una la sacudida de una brisa que de pronto se convierte en ventisca. ¿Sería algo natural en el pescador? «Deben ser imaginaciones mías» se dijo la criada. Intentó seguir lo más formal y educada en su habla, aunque el nerviosismo de igual manera salió ligeramente entremezclado. «No debe estar casado, entonces» dedujo.
—P-pero disponibles hay jovencitas casaderas y de virtud intachable como para habitar el cielo y vuestra merced es un hombre trabajador y aparentemente de excelente salud. Vea qué energía se trae. Posee un hogar, humilde como nosotros, pero es su sustento. Sé que habría padres que le entregarían gustosos a sus hijas. La experiencia del matrimonio no podría hacer más que ennoblecerlo aún más. A usted, a su mujer, ¿y por qué no decirlo?, a sus hijos venideros. ¿No sería maravilloso? Se lo encargo para que lo piense, a usted, que tiene la oportunidad. —animó con cierta melancolía, pues para ella aquello era imposible. Sin dote, sin propiedades, sin siquiera padre. La mayor bendición ya la había obtenido con la última gota de sudor de su madre. Dedicarse a servir a personas tan importantes sería lo máximo que alcanzaría la hija de una ex cortesana y madre soltera.
Salió de volar en las nubes otra vez cuando él hizo una oferta loca de generosa.
—Con la misma bondad con la que me hace tal ofrecimiento no puedo sino rechazarla con gratitud. No le haría tal deshonra, señor. Mis amos me regañarían con justa razón. Por lo demás, si usted los conociera, vería que nada les puedo ocultar. O mi señora es capaz de desbaratar con los ojos o mi torpeza me delata. —agregó con una sonrisa. Cada vez se sentía menos culpable de su incompetencia, aunque trabajaba por disminuirla.
Tímidamente se acercó a las cajas, maravillándose con el poco olor que desprendían. Realmente debían estar frescos los mariscos, ¿pero cómo? Ni los marineros más experimentados, esos verdaderos lobos marinos, lograban tamaña hazaña. Aquello no le calzaba a la muchacha, pero más le molestaba otra interrogante. Una que no se puedo callar.
—Er, disculpe. No puedo evitar preguntarme. —tomó un respiro— Sin tener a quién regresar, usted… ¿cómo logra sobrevivir? —pregunta inapropiada y fuera de lugar por mucho, pero no lo pensó. Porque había hablado desde el corazón, y éste no pensaba.
Tulipe Enivrant- Humano Clase Baja
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Re: | Atardecer |
Cuando aquella muchacha hablaba parecía que todo era como en una sociedad de la que él había decidido no formar parte hacía mucho. Su destino probablemente habría sido casarse con alguna muchacha de buena o muy buena familia, tener muchos hijitos correteando por casa y ser un decente hombre de negocios. Pero hacía ya tanto de haber tomado la decisión de dejar todo eso a un lado, que casi parecía estar escuchando a un cuenta cuentos contar historias de cosas fantasiosas y lejanas, muy lejanas.
— Supongo que es fácil pensar así. — aseguró, restando importancia a todo aquello con un simple gesto de la mano — Pero a mi no me interesa ennoblecerme, o casarme con una muchacha que tenga buena dote, nada de eso es importante. Cuando vives en el mar, entre tantos peligros, entre tanta naturaleza, aprendes que no hay que obligar al mar a seguir la corriente que se le ordena, va a donde quiere. — la miró, sonriendo ampliamente, muy seguro de sus propias palabras — Creo que los sentimientos son igual. Si algún día desposo a alguien será porque ella me ama y yo la amo, no porque sus padres quieren entregarla como si fuera un bulto sin sentimientos.
Escuchó entonces su negativa a la oferta que le había hecho y solo se alzó de hombros, comprendiendo. Cada casa era un mundo y cada amo uno aun más complicado, no podía saber cómo era la situación de aquella chicas de ojos azules como el cielo, así que solo la dejó hacer, esperando que se decidiera por parte de la pesca, aunque al parecer ella tenía otras cosas más importantes en la cabeza. Ante su pregunta no pudo más que alzar una ceja, soltando una risita baja y negando con la cabeza.
— ¿Necesito tener alguien a mi lado para poder vivir? — fue lo primero que preguntó, en voz alta, como si hablara consigo mismo — Me considero joven aun, mi señora. Lo cierto es que no pierdo la esperanza de que cualquier día aparezca la persona que llene por completo mi corazón y que me haga desear estar a su lado más de lo que deseo estar en alta mar. — la miró, entrecerrando un poco los ojos, bajando incluso la voz, como si estuvieran compartiendo algún tipo de secreto que nadie más tenía derecho a conocer — Tal vez no tengo nadie a quién regresar, pero sí la esperanza de encontrar a dicha persona en algún momento. Eso es lo que me mantiene vivo, ¿le parece demasiado extraño o soñador? — sonrió de nuevo, aprovechando para moverse y buscar una cesta en la que metería el marisco que la chica eligiera, para que así pudiera llevárselo — ¿La tiene usted? Ya sabe, a una persona a la que regresar. Porque la veo muy viva, tal vez es porque sí conoce esa fortuna. — y a él nunca le había importado ser indiscreto, así que no empezaría a suponerle un problema en ese momento, aunque le sacara los colores a una desconocida.
— Supongo que es fácil pensar así. — aseguró, restando importancia a todo aquello con un simple gesto de la mano — Pero a mi no me interesa ennoblecerme, o casarme con una muchacha que tenga buena dote, nada de eso es importante. Cuando vives en el mar, entre tantos peligros, entre tanta naturaleza, aprendes que no hay que obligar al mar a seguir la corriente que se le ordena, va a donde quiere. — la miró, sonriendo ampliamente, muy seguro de sus propias palabras — Creo que los sentimientos son igual. Si algún día desposo a alguien será porque ella me ama y yo la amo, no porque sus padres quieren entregarla como si fuera un bulto sin sentimientos.
Escuchó entonces su negativa a la oferta que le había hecho y solo se alzó de hombros, comprendiendo. Cada casa era un mundo y cada amo uno aun más complicado, no podía saber cómo era la situación de aquella chicas de ojos azules como el cielo, así que solo la dejó hacer, esperando que se decidiera por parte de la pesca, aunque al parecer ella tenía otras cosas más importantes en la cabeza. Ante su pregunta no pudo más que alzar una ceja, soltando una risita baja y negando con la cabeza.
— ¿Necesito tener alguien a mi lado para poder vivir? — fue lo primero que preguntó, en voz alta, como si hablara consigo mismo — Me considero joven aun, mi señora. Lo cierto es que no pierdo la esperanza de que cualquier día aparezca la persona que llene por completo mi corazón y que me haga desear estar a su lado más de lo que deseo estar en alta mar. — la miró, entrecerrando un poco los ojos, bajando incluso la voz, como si estuvieran compartiendo algún tipo de secreto que nadie más tenía derecho a conocer — Tal vez no tengo nadie a quién regresar, pero sí la esperanza de encontrar a dicha persona en algún momento. Eso es lo que me mantiene vivo, ¿le parece demasiado extraño o soñador? — sonrió de nuevo, aprovechando para moverse y buscar una cesta en la que metería el marisco que la chica eligiera, para que así pudiera llevárselo — ¿La tiene usted? Ya sabe, a una persona a la que regresar. Porque la veo muy viva, tal vez es porque sí conoce esa fortuna. — y a él nunca le había importado ser indiscreto, así que no empezaría a suponerle un problema en ese momento, aunque le sacara los colores a una desconocida.
Velkan M. Schulze- Cambiante Clase Baja
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