AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Someone's gonna get hurt | Privado
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Someone's gonna get hurt | Privado
al mismo tiempo y con la misma intensidad.
Matrimonio. Lo había evitado durante tantos años y ahora lo tenía a la vuelta de la esquina. Suficiente había sido el tiempo que había tenido para hacerse a la idea, para asimilar los riesgos y las situaciones a las que se enfrentaría después de la ceremonia, pero, aún así, no podía decirse que se encontraba realmente tranquilo. Por supuesto, estaba convencido de que el camino que había decidido tomar era el único, el correcto, pero eso no significaba que no hubiera deseado en alguna ocasión, por lo menos por unos escasos segundos, haber tenido la posibilidad de tomar otro distinto. Una vocecita en su interior le murmuraba que lo pensara bien, que aún estaba a tiempo de arrepentirse. Él intentaba acallarla bebiendo un poco del té que le habían ofrecido al llegar a la residencia von Habsburg, pero ésta seguía murmurándole, y probablemente lo haría hasta el momento en que ambos dieran el sí ante el altar y estuvieran oficialmente convertidos en marido y mujer. Sólo entonces sería demasiado tarde para reconsiderar las cosas. En realidad, ya era demasiado tarde. Siempre había sido demasiado tarde. Lo había sido desde el momento en su madre había caído enferma a causa de la traición de su padre con esa mujer. Todo estaba claro. Ella era la culpable de todo. Así que Ralston no tenía ningún derecho a dudar de lo que hacía. No podía permitirse pensar que era una locura.
Motivado por el deseo de venganza, irguió los hombros y alejó cualquier duda que estuviera inundando su cabeza. Decidió que de ahora en adelante cosas como la lógica, la razón, o incluso la decencia, ya no le importarían, y más importante aún: no le impedirían cumplir su cometido. Porque él tenía una deuda con su madre desde que le había hecho aquella promesa, y no iba a defraudarla como su padre había hecho al abandonarla por esa mujer. Esa mujer que él esperaba sentado en la sala de estar de los von Habsburg, y que, justo en ese instante, entraba en la habitación para encontrarse con él, su prometido.
Ralston dejó la taza de té y se puso de pie para recibirla. No obstante, antes de decir cualquier cosa, la observó un momento. Una vez más, se dio cuenta de que todo lo que decían sobre ella era verdad. A simple vista, la actriz era una mujer encantadora. Tenía una piel hermosa, pestañas larguísimas, muy negras, y los ojos de un extraño matiz azul que, por momentos, parecían adquirir tonalidades verdosas y grisáceas, lo que a su vez los volvían todavía más enigmáticos a la vista de cualquiera. Cuando sonreía, un par de hoyuelos se dibujaban en sus mejillas, y su cabello, esa masa larga, rubia y sedosa, que flotaba por encima de sus hombros, sólo la embellecían aún más. Todo en ella era perfecto, y, aunque se tratara de una joven viuda, transmitía un aire de pureza que orillaba a todo el mundo a compararla con un ángel. Él también coincidía en que era muy bonita, se había dado cuenta de ello desde la primera vez que la había visto, momento justo en el que había pensado que era una verdadera lástima que no fuera también bella por dentro.
Ralston carraspeó para aclarar su garganta, y en un intento por clarificar sus pensamientos, mismos que se vieron momentáneamente nublados por su apabullante imagen. La notó un poco seria, quizá preocupada, lo que lo llevó a preocuparse también. En silencio se preguntó si era posible que a tan solo un día de la boda y después de lo mucho que le había costado acercarse a ella, ganarse su confianza, enamorarla y finalmente persuadirla para que aceptara su propuesta de matrimonio, ella se hubiera arrepentido y estuviera considerando lanzar todo por la borda. La sola idea lo mortificó y lo indignó por igual, porque no había duda de que Ralston Burgess había hecho un trabajo excepcional al conquistarla, valiéndose de toda clase de detalles, mismos que nunca había llegado a tener con nadie. Habiendo esperado treinta y cuatro años para poseer un buen motivo –desde luego, consideraba la venganza como tal- que lo llevase a pedir la mano de una mujer, ¿iba a negárselo ahora?
—Quería verte antes de la ceremonia —dijo rápidamente, antes de que ella pudiera tomar la palabra. Si sus sospechas eran ciertas, era el momento ideal para manipularla un poco a su manera—. Esta es nuestra última noche siendo solo prometidos, mañana serás oficialmente mi esposa. ¿Puedes creerlo? Estamos a tan solo unas horas —se acercó y la tomó de las manos, las cuales alzó y besó como habría hecho cualquier hombre enamorado. Luego la contempló con una sonrisa forzada que resultaba majestuosamente creíble.
¿Como podría ella rechazarlo con ese tipo de detalles? Imposible.
—¿Te encuentras bien? ¿Estás nerviosa? —Preguntó él con un tono dulce mientras ladeaba el rostro—. Desde hace unos días te noto muy pensativa. Pareces asustada, realmente asustada. No te has arrepentido ya y estás considerando seriamente el dejarme plantado en el altar, ¿verdad? —Intentó bromear para liberar la tensión del momento, pero ella no respondió. Tan solo le devolvió la mirada, tan reservada como al inicio—. Viktóriya… ¿tengo motivos reales para preocuparme? ¿Hay algo de lo que debamos hablar antes de dar este gran paso? —Mirándola de nuevo a los ojos, Ralston añadió rápidamente.
Tenía miedo. Miedo de que esa mujer que tanto odiaba se arrepintiera del compromiso y echara abajo lo planeado. Que lo dejara sin la oportunidad que él había considerado como la más sencilla para llevar a cabo su venganza, forzándolo a llevar a cabo otro plan, el cual podría no ser tan “amable” y sencillo, como era el pretender convertirla en su esposa.
Motivado por el deseo de venganza, irguió los hombros y alejó cualquier duda que estuviera inundando su cabeza. Decidió que de ahora en adelante cosas como la lógica, la razón, o incluso la decencia, ya no le importarían, y más importante aún: no le impedirían cumplir su cometido. Porque él tenía una deuda con su madre desde que le había hecho aquella promesa, y no iba a defraudarla como su padre había hecho al abandonarla por esa mujer. Esa mujer que él esperaba sentado en la sala de estar de los von Habsburg, y que, justo en ese instante, entraba en la habitación para encontrarse con él, su prometido.
Ralston dejó la taza de té y se puso de pie para recibirla. No obstante, antes de decir cualquier cosa, la observó un momento. Una vez más, se dio cuenta de que todo lo que decían sobre ella era verdad. A simple vista, la actriz era una mujer encantadora. Tenía una piel hermosa, pestañas larguísimas, muy negras, y los ojos de un extraño matiz azul que, por momentos, parecían adquirir tonalidades verdosas y grisáceas, lo que a su vez los volvían todavía más enigmáticos a la vista de cualquiera. Cuando sonreía, un par de hoyuelos se dibujaban en sus mejillas, y su cabello, esa masa larga, rubia y sedosa, que flotaba por encima de sus hombros, sólo la embellecían aún más. Todo en ella era perfecto, y, aunque se tratara de una joven viuda, transmitía un aire de pureza que orillaba a todo el mundo a compararla con un ángel. Él también coincidía en que era muy bonita, se había dado cuenta de ello desde la primera vez que la había visto, momento justo en el que había pensado que era una verdadera lástima que no fuera también bella por dentro.
Ralston carraspeó para aclarar su garganta, y en un intento por clarificar sus pensamientos, mismos que se vieron momentáneamente nublados por su apabullante imagen. La notó un poco seria, quizá preocupada, lo que lo llevó a preocuparse también. En silencio se preguntó si era posible que a tan solo un día de la boda y después de lo mucho que le había costado acercarse a ella, ganarse su confianza, enamorarla y finalmente persuadirla para que aceptara su propuesta de matrimonio, ella se hubiera arrepentido y estuviera considerando lanzar todo por la borda. La sola idea lo mortificó y lo indignó por igual, porque no había duda de que Ralston Burgess había hecho un trabajo excepcional al conquistarla, valiéndose de toda clase de detalles, mismos que nunca había llegado a tener con nadie. Habiendo esperado treinta y cuatro años para poseer un buen motivo –desde luego, consideraba la venganza como tal- que lo llevase a pedir la mano de una mujer, ¿iba a negárselo ahora?
—Quería verte antes de la ceremonia —dijo rápidamente, antes de que ella pudiera tomar la palabra. Si sus sospechas eran ciertas, era el momento ideal para manipularla un poco a su manera—. Esta es nuestra última noche siendo solo prometidos, mañana serás oficialmente mi esposa. ¿Puedes creerlo? Estamos a tan solo unas horas —se acercó y la tomó de las manos, las cuales alzó y besó como habría hecho cualquier hombre enamorado. Luego la contempló con una sonrisa forzada que resultaba majestuosamente creíble.
¿Como podría ella rechazarlo con ese tipo de detalles? Imposible.
—¿Te encuentras bien? ¿Estás nerviosa? —Preguntó él con un tono dulce mientras ladeaba el rostro—. Desde hace unos días te noto muy pensativa. Pareces asustada, realmente asustada. No te has arrepentido ya y estás considerando seriamente el dejarme plantado en el altar, ¿verdad? —Intentó bromear para liberar la tensión del momento, pero ella no respondió. Tan solo le devolvió la mirada, tan reservada como al inicio—. Viktóriya… ¿tengo motivos reales para preocuparme? ¿Hay algo de lo que debamos hablar antes de dar este gran paso? —Mirándola de nuevo a los ojos, Ralston añadió rápidamente.
Tenía miedo. Miedo de que esa mujer que tanto odiaba se arrepintiera del compromiso y echara abajo lo planeado. Que lo dejara sin la oportunidad que él había considerado como la más sencilla para llevar a cabo su venganza, forzándolo a llevar a cabo otro plan, el cual podría no ser tan “amable” y sencillo, como era el pretender convertirla en su esposa.
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Ralston Burgess- Humano Clase Media
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Fecha de inscripción : 16/11/2014
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Re: Someone's gonna get hurt | Privado
a una persona imperfecta.
Pese al miedo que nos produce.
Abrió los ojos lentamente, deshaciéndose poco a poco de los últimos resquicios de su sueño. Bostezó levemente y sonrió de medio lado, como cada mañana cuando el Sol la recibía dándole los buenos días desde aquel enorme ventanal. Se revolvió bajo las sábanas durante unos minutos. Se sentía abrazada, protegida por la calidez de la tela, y era una sensación de la que le resultaba difícil desprenderse, aun a sabiendas de que tenía cosas importantes que hacer, que requerían totalmente su atención. Se levantó de un salto, dispuesta a dejar de remolonear y ponerse manos a la obra. Su vestido de boda la saludó desde el fondo de la habitación, como recordándole con exactitud qué era aquello que le urgía hacer... Viktóriya se acercó lentamente, y a medida que la distancia se reducía entre ella y el traje, aquel nerviosismo que la llevaba acompañando desde hacía semanas se fue haciendo más y más intenso cada vez. El estrés y miedo de las novias, supuso. Y tras colocarse el vestido sobre los hombros y darse una mirada rápida al espejo, una repentina sensación de inquietud la embargó por completo segundos después, haciendo que tuviera que retroceder volver a sentarse en el lecho. No tenía ni idea de por qué, pero presentía que algo iba tremendamente mal. Le había pasado la noche anterior, y la anterior a esa, aunque no había sido capaz de explicarlo, ni siquiera a su prometido.
Ah, Ralston... A aquellas alturas de la mañana ya debía estar esperándola en el piso de abajo, como buen caballero, y como el fantástico prometido que era. No pudo, sin embargo, evitar suspirar. En el tercer cajón de la mesilla de noche que había a su derecha, un pequeño lienzo yacía bocabajo. Un retrato que ella misma había encargado para su difunto esposo, en el segundo año de su matrimonio. Él, alto y fuerte, como aún lo recordaba, abrazaba a una Viktóriya que ni ella misma podía reconocer. Estaba radiante, joven y en la flor de la vida. Nada parecido a lo que era ahora. Una mujer seria, responsable y visiblemente más envejecida. O madura, como solían decirle. Y aunque ciertamente no había perdido aquella belleza que su madre le regaló, no podía mirarse al espejo sin evitar temblar. No se reconocía, o no quería reconocerse... A excepción de a través de los ojos del que mañana sería su segundo esposo. Él la hacía sentir diferente, completa, como hacía mucho que no era capaz de sentirse. Gracias a él, a veces podía olvidarse de su pena y de esa melancolía propia de los artistas, y centrarse en la vida que se abría ante ellos. Sería una vida feliz, llena de matices y de momentos para recordar, o esa era su esperanza. Entonces... ¿por qué, pese a todo, no podía dejarse llevar? ¿Por qué no podía olvidar? ¿Por qué no podía dejar de preocuparse, de pensar que finalmente todo iría mal? ¿De verdad el mundo sería tan cruel para con ella como para hacer fracasar también su segundo matrimonio? ¡No podría soportarlo!
En más de una ocasión quiso confesar sus miedos a Ralston, esperando que él pudiese responder a tantas y tantas dudas como le acosaban aquellos días. Él era un hombre comprensivo, atento, cariñoso. El hombre perfecto, según cualquiera a quien preguntara. Pero por encima de todas aquellas virtudes, indudablemente deseadas por cualquiera, estaba claro que la amaba con la intensidad necesaria como para comprender de aquel amor constante y eterno que siempre profesaría hacia su antiguo esposo. Y aún así, aunque ella misma tenía claro que nadie más que él podría liberarla de sus tensiones, de sus miedos, cuando estaba en su presencia era incapaz de mencionar nada al respecto. Temía que aquella paciencia infinita que demostraba con todas y cada una de sus manías, de sus giras, de sus idas y venidas, se resquebrajara por mostrarse como un manojo de dudas y de nervios, a tan sólo unas horas de que ambos dieran el sí quiero. Porque podía reconocer que aquella confesión, aunque su intención no fuera esa, era fácilmente malinterpretable como la constatación de que no quería casarse con él. Y nada más lejos de la realidad. A pesar de lo mucho que Viktóriya se había resistido a corresponder sus sentimientos al principio, los pequeños y delicados gestos del joven la atraparon de tal manera, con tal intensidad, que cuando quiso darse cuenta estaba tan perdidamente enamorada de él, como creía que él lo estaba de ella. Como una vez ya se había sentido, por Él...
La historia se repetía. Dejó el vestido a un lado, encima del lecho, y volvió a sonreír, esta vez de forma más relajada. Cuando su marido murió, se dijo a sí misma que los días de amor, de locura, de pasión, habían acabado para ella. Ella, que tantos y tantos planes había hecho para ambos, se había quedado sola, y así lo seguiría estando, por siempre. Hasta que Ralston entró a su vida, casi de casualidad, y lo revolucionó todo. Ella ya se había acostumbrado al tono gris de la soledad, a la frialdad de una vida vacía de las emociones que siempre recreaba en sus actuaciones, y él lo llenó todo de matices, de color, de nuevos sueños y de deseos antiguos que siempre deseó llegar a cumplir. Y estaba cerca, muy cerca de conseguirlo. ¿Qué sentido tenían ahora las dudas, o el temor? Él era el segundo hombre de su vida, y estaba segura de que sería el último. Lo había escogido, y él a ella. Y eso era lo único que le importaba. Así, con el ánimo renovado, se enfundó en uno de sus vestidos favoritos y bajó las largas escaleras casi corriendo, como la adolescente enamorada que va a encontrarse con su amor después de no verle en algún tiempo. Porque su amor era así, fresco, e inmensamente dulce. Casi tanto como intenso.
Pero entonces, al girar la esquina y pasar a la sala en que su prometido aguardaba por ella, una nueva punzada de temor, de inquietud, la hizo quedarse helada de repente. De pronto, la visión del hombre de pie, frente a ella, la hizo sentirse más desprotegida que amada. Y no tenía ni idea de por qué. Sólo sentía que algo malo estaba por ocurrir. Tuvo que aguantar la respiración para no echarse a llorar ahí mismo. Al oír su voz, su cuerpo se calmó casi instantáneamente, no así su alma, ni su mente, que no comprendían qué demonios le estaba pasando. Dejó que besara sus manos, como venerándola, sin poder decir ni hacer nada más que sonreír. Aunque su sonrisa no llegó a ocultar su verdadero estado, y él mismo se lo hizo saber. La conocía perfectamente, después de todo. - No, por supuesto que no, amado mío. Nunca me arrepentiría de casarme con alguien tan atento... Sabéis cuáles son mis sentimientos hacia vos. Es sólo que... - La llegada de una de las doncellas la hizo distraerse un momento, que aprovechó para tomar una fuerte bocanada de aire para tranquilizarse. - Sentaos, por favor. ¿Habéis desayunado? Puedo mandar que os preparen algo... - Indicó a la joven que se alejara a por algo con un gesto de la mano y entonces, sólo entonces, pudo sonreír de forma más relajada. - Estoy nerviosa, sólo es eso. No tenéis nada de lo que preocuparos, mi Señor. Ya sabéis que siempre me he puesto sensible al hablar del matrimonio después de... Bueno, de aquello. Supongo que aún no me creo que de nuevo esté dando este paso, y nada menos que con vos... Me siento inmensamente agradecida, no sabéis cuánto... -Ni siquiera ella lo sabía. Siempre soñó tener su propia familia, y tras la muerte de su esposo, el mundo se le vino encima. Ralston había vuelto a despertar esa posibilidad, ¿cómo no iba a agradecérselo?
La doncella regresó momentos después, con una bandeja con croissants, zumo de naranja y una tetera con un par de tazas. Tomó el azúcar de la mesa y les sirvió a ambos. Viktóriya le sonrió y le dijo que podía marcharse. Apenas dio dos sorbos de la humeante bebida cuando decidió que tenía el estómago tan revuelto que ni siquiera tenía hambre. - En cuanto a lo de si debemos hablar de algo antes... Pues eso sí es cierto. Aún no pude decidir qué ramo de flores llevar finalmente. ¿Rosas blancas o rojas, mi Señor? La verdad es que los que me han traído son tan hermosos que soy incapaz de decidirme... -Necesitaba cambiar de tema, porque a poco que perdiera de vista a su prometido, aquellos pensamientos inconexos de peligro, de inquietud, no hacían más que asaltarla. Y no pensaba dejar que eso la afectara. Se amaban. Superarían cualquier cosa. Lo sabía. Y ella se esforzaría por ser la mejor de las esposas.
Última edición por Viktóriya P. von Habsburg el Lun Mar 23, 2015 12:54 am, editado 3 veces
Viktóriya P. von Habsburg- Humano Clase Alta
- Mensajes : 102
Fecha de inscripción : 07/09/2014
Re: Someone's gonna get hurt | Privado
Ralston acompañó a su prometida y tomó asiento justo a su lado, a apenas escasos centímetros, mostrándole así que no deseaba separarse de ella ni un solo instante. Tomó sus manos nuevamente entre las suyas y escuchó con atención sus preocupaciones. Ella le habló de cosas que eran tan naturales en novias primerizas, mismos que iban desde el ya común nerviosismo por el que pasaban todos los que decidían dar el gran paso, hasta la aparentemente insignificante indecisión entre elegir un ramo u otro. Él no lo comprendió. ¿Era normal que una mujer que era viuda y que ya había pasado por eso, sintiera lo mismo que la primera vez? ¿Estaría fingiendo? ¡Pero por supuesto que sí! Así tenía que ser. Él no podía ser tan tonto y creerse toda su actuación… después de todo ella era una actriz, y si por un momento lo había hecho dudar, debía ser una muy buena, seguramente. También debía ser una mujer despiadada y sin ningún tipo de remordimientos, porque se atrevía a hacer mención de su difunto marido frente a él. Por supuesto, ella no tenía idea de quién era Ralston, pero, de haber sabido que era el hijo de su anterior marido, ¿habría mostrado algún tipo de consideración? Sinceramente, lo dudaba. Ella era arpía, y éstas se caracterizaban por su falta de escrúpulos. Ella no podía ser la excepción.
En el instante en que se hizo mención de su padre, el cuerpo de Ralston se tensó. Su intento de sonrisa se volvió más forzado y tuvo que apretar la mandíbula para morderse la lengua y no soltarle lo que tenía en mente, para no gritarle lo hipócrita que era. Él sabía de antemano lo importante que era no perder su confianza, así que con toda su alma, intentó disimular. No soltó las manos de Viktóriya, pero su agarre se intensificó hasta volverse áspero. La rabia lo llenó de pies a cabeza y se instaló en su estómago, haciéndolo sentir un ligero malestar, una especie de punzada, pero él decidió controlarse y actuar inteligentemente. Antes de convertir la caricia en una agresión, la soltó y decidió ponerse de pie tomando como excusa la elección de los ramos.
—Así que de eso se trata todo… —comentó con la voz más calmada y neutra que fue capaz de utilizar, cuando le hubo dado la espalda— eres incapaz de decidirte entre uno y otro —añadió cuando tuvo las dos muestras de los ramos entre las manos.
Esos breves instantes, en los que estuvo fuera del alcance de la mirada profunda de su prometida, Ralston los aprovechó para inhalar y exhalar. Eso lo ayudó a tranquilizarse, a calmar su sangre alterada, pero lo que realmente lo hizo lograrlo, fue la firme determinación de que no echaría a perder todo, no cuando estaba a tan solo unas horas de lograr lo que se había propuesto y cuando tanto esfuerzo le había costado. Fingiría como Viktóriya, y sería tan magistral en su interpretación que le demostraría que podía ser tan buen actor como ella. Cuando estuvo listo para enfrentarla nuevamente, se giró un poco hasta quedar de lado y así poder mirarla, luego le dirigió una sonrisa cómplice, mientras permanecía de pie observando, sopesando entre una opción y otra.
—Bien, pues parece que tenemos un ganador —anunció triunfal sosteniendo en alto el ramo de rosas blancas, ensanchando su sonrisa, hasta mostrar su perfecta y blanca dentadura. Era simplemente encantador, imposible sospechar que bajo sus caballerescos modos y su gallarda presencia escondiera los más ruines anhelos. Dejó sobre el sofá el ramo de rosas rojas y se acercó a ella con el ramo elegido. Alargó la mano y la invitó a ponerse de pie, junto a él.
—Ahora tienes una preocupación menos —dijo colocándole el ramo entre las manos, sin dejar de sonreírle. Alzó la mano para acariciar la suave y rosada mejilla de la joven y sobre ella depositó un beso casto. Era inquietante ver cómo Ralston no demostraba el menor indicio de su ira, se había bloqueado totalmente. Era realmente impresionante—. Querida mía, una mujer tan bella y dulce como tú no tiene porqué sentirse afligida, y menos un día antes de su boda —continuó con su cálida voz, grave, pero aterciopelada—. ¿Acaso no confías en mí y en mi capacidad para hacerte feliz? No hay razones para preocuparse o tener miedo. Vamos a casarnos y te prometo que todo será maravilloso. Voy a darte la vida que te mereces.
Entonces, la besó; dulcemente, apasionadamente. La besó como toda mujer desea ser besada, para demostrarle que él era el indicado. La besó para enamorarla, para que dejara de pretender y empezara a sentir, para que bajara la guardia y se entregara por completo al sentimiento, porque, mientras más involucrado se viera su corazón en aquella treta, más duro sería el golpe, más sangre se derramaría.
¿Qué tipo de vida se merecía una mujer como Viktóriya, que por su avaricia y vanidad había destruido una familia entera? De todas las cosas, eso era lo que Ralston más claro tenía.
En el instante en que se hizo mención de su padre, el cuerpo de Ralston se tensó. Su intento de sonrisa se volvió más forzado y tuvo que apretar la mandíbula para morderse la lengua y no soltarle lo que tenía en mente, para no gritarle lo hipócrita que era. Él sabía de antemano lo importante que era no perder su confianza, así que con toda su alma, intentó disimular. No soltó las manos de Viktóriya, pero su agarre se intensificó hasta volverse áspero. La rabia lo llenó de pies a cabeza y se instaló en su estómago, haciéndolo sentir un ligero malestar, una especie de punzada, pero él decidió controlarse y actuar inteligentemente. Antes de convertir la caricia en una agresión, la soltó y decidió ponerse de pie tomando como excusa la elección de los ramos.
—Así que de eso se trata todo… —comentó con la voz más calmada y neutra que fue capaz de utilizar, cuando le hubo dado la espalda— eres incapaz de decidirte entre uno y otro —añadió cuando tuvo las dos muestras de los ramos entre las manos.
Esos breves instantes, en los que estuvo fuera del alcance de la mirada profunda de su prometida, Ralston los aprovechó para inhalar y exhalar. Eso lo ayudó a tranquilizarse, a calmar su sangre alterada, pero lo que realmente lo hizo lograrlo, fue la firme determinación de que no echaría a perder todo, no cuando estaba a tan solo unas horas de lograr lo que se había propuesto y cuando tanto esfuerzo le había costado. Fingiría como Viktóriya, y sería tan magistral en su interpretación que le demostraría que podía ser tan buen actor como ella. Cuando estuvo listo para enfrentarla nuevamente, se giró un poco hasta quedar de lado y así poder mirarla, luego le dirigió una sonrisa cómplice, mientras permanecía de pie observando, sopesando entre una opción y otra.
—Bien, pues parece que tenemos un ganador —anunció triunfal sosteniendo en alto el ramo de rosas blancas, ensanchando su sonrisa, hasta mostrar su perfecta y blanca dentadura. Era simplemente encantador, imposible sospechar que bajo sus caballerescos modos y su gallarda presencia escondiera los más ruines anhelos. Dejó sobre el sofá el ramo de rosas rojas y se acercó a ella con el ramo elegido. Alargó la mano y la invitó a ponerse de pie, junto a él.
—Ahora tienes una preocupación menos —dijo colocándole el ramo entre las manos, sin dejar de sonreírle. Alzó la mano para acariciar la suave y rosada mejilla de la joven y sobre ella depositó un beso casto. Era inquietante ver cómo Ralston no demostraba el menor indicio de su ira, se había bloqueado totalmente. Era realmente impresionante—. Querida mía, una mujer tan bella y dulce como tú no tiene porqué sentirse afligida, y menos un día antes de su boda —continuó con su cálida voz, grave, pero aterciopelada—. ¿Acaso no confías en mí y en mi capacidad para hacerte feliz? No hay razones para preocuparse o tener miedo. Vamos a casarnos y te prometo que todo será maravilloso. Voy a darte la vida que te mereces.
Entonces, la besó; dulcemente, apasionadamente. La besó como toda mujer desea ser besada, para demostrarle que él era el indicado. La besó para enamorarla, para que dejara de pretender y empezara a sentir, para que bajara la guardia y se entregara por completo al sentimiento, porque, mientras más involucrado se viera su corazón en aquella treta, más duro sería el golpe, más sangre se derramaría.
¿Qué tipo de vida se merecía una mujer como Viktóriya, que por su avaricia y vanidad había destruido una familia entera? De todas las cosas, eso era lo que Ralston más claro tenía.
Ralston Burgess- Humano Clase Media
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Fecha de inscripción : 16/11/2014
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Re: Someone's gonna get hurt | Privado
Y justo cuando aquellas palabras salieron de entre sus labios, pudo notar el cambio de actitud de Ralston, que pareció tensarse repentinamente, probablemente a causa de lo que había dicho al principio. Ella siempre le había hablado abiertamente de su anterior matrimonio, sobre todo porque antes de aceptar casarse con él, su viudedad era la excusa que más utilizaba para intentar alejarlo de su lado, así que al principio la confundió un poco el hecho de que se alterase por mencionarlo. Cualquiera que la conociese sabía que la mayor parte de su discurso siempre estaba relacionado con la pérdida del que fue su primer amor, del que ella creía que sería el único, hasta la llegada de Ralston a su vida. El motivo era bastante simple y evidente, ese dolor, aunque latente, aún no había desaparecido del todo. Y quizá nunca lo hiciera, a pesar de que ante ella se habría nuevamente la posibilidad de ser feliz. Muchas veces se había preguntado si precisamente aquel recuerdo era lo que la impedía entregarse por completo a la novedad que suponía aquel nuevo matrimonio. Porque aunque su alma, su corazón y sus deseos estuvieran con aquel hombre que henchía su corazón de gratitud y de amor, sus pensamientos, aunque ella quisiera evitarlo a toda costa, siempre acababan volviendo a la muerte de su primer marido. Pero eso era algo que su prometido sabía. Aunque no conocía la inquietud que se había instalado en su cuerpo desde hacía unos días, aquellos sentimientos de pérdida no le eran desconocidos. ¿Por qué molestarse por ellos ahora? ¿Por qué dar muestras de sentirse incómodo con un tema del que solía hablar tan a menudo?
Cuando vio las flores en las manos de su futuro esposo, la respuesta, tan evidente para cualquiera, se abrió paso en su cabeza a velocidad de vértigo, y un amargo sabor le ascendió por la garganta. ¿Cómo había podido ser tan tonta? Que en otros momentos mencionara a su difundo esposo era una cosa, pero hacerlo a escasas horas de su boda con aquel hombre era algo muy distinto. Y se sintió culpable. Culpable por nunca haberse preguntado cómo se sentía él al respecto de aquello, y mucho más por haberlo ido a mencionar justo en un día tan importante. Ella, de estar en el lugar ajeno, probablemente se hubiera sentido igual de ofendida, o incluso más. Se mordió el labio inferior, debatiendo internamente cuál era la mejor forma de pedirle disculpas por su grosería, sin dejar de observarlo ni por un momento. Él era lo mejor que le había pasado en mucho, mucho tiempo. No podía perderlo. No quería perderlo. Pero lo haría si continuaba comportándose así. El pasado, pasado estaba. El futuro junto a Ralston era lo único que importaba, lo único que debía importarle. Y las palabras hacia aquel que se marchó únicamente deberían permanecer desde aquel momento en el interior de sus recuerdos. Porque no tenía ningún derecho a hacerlo sentir mal. Ni quería hacerlo. Quería demostrarle que lo superaría, gracias a él, y que todo sería como si nada hubiera pasado, si es que eso era posible...
Y justo entonces él habló, recordándole por qué se había enamorado de él, cuando siempre pensó que no podría volver a hacerlo. La hizo sonreír, despejar su cabeza por un momento de preocupaciones, de dudas, de resentimiento hacia sí misma por lo que acababa de decir. Con una sola mirada suya, acompañada de la respuesta a aquella pregunta que había hecho simplemente para cambiar de tema, le demostró que a pesar de sus errores, realmente la amaba. Y no tenía palabras suficientes para agradecérselo. - No se por qué, pero tenía la impresión de que escogeríais las blancas... -Realmente, ella misma ya se había decidido por las blancas hacía mucho tiempo, en parte porque sabía que a él también le gustarían. Eran mucho más similares de lo que a simple vista pudiera parecer, lo que acentuaba la creencia de que, de alguna forma, estaban hechos a medida, que estaban predestinados... Algo que empezaba a plantearse seriamente. Nunca había creído posible nada que tuviera que ver con el destino, ¿pero cómo no creer en él cuando parece tan obvio? Nunca hubiera encontrado a nadie mejor que Ralston. Porque era simplemente perfecto. En todos los aspectos y facetas. Tomó su mano y se levantó, para luego aferrar con fuerza el ramo, con una renovada sonrisa que estaba segura que no desaparecería, no en su presencia. Ladeó el rostro para sentir la palma de su mano con mayor intensidad, mirándole a los ojos. Era dichosa por tenerle. Y lo haría sentir igual de dichoso.
- No hay otra cosa en la que confíe más que en que me haréis la mujer más feliz del mundo. Lo sé, y siento haberos ofendido con tales inquietudes a tan poco tiempo de nuestra boda. No deseo que penséis ni por un segundo que no estoy segura del paso que vamos a dar. Porque si hay algo sobre lo que no tengo ninguna duda, es que esto es lo que quiero hacer. Me habéis devuelto la vida, Ralston, mi alma, la sonrisa... Y nunca podré agradecéroslo lo suficiente... -Dijo para luego dejarse envolver por un beso tan dulce como intenso. Y no pudo contenerse más. Cuando sus manos abrazaron la espalda ajena, las lágrimas comenzaron a caer por sus mejillas sin que ella pudiera hacer nada por contenerlas. Ni tampoco lo deseaba. Porque por una vez, aquellas lágrimas no eran de pena, no eran de angustia. Eran lágrimas de felicidad, de gozo. Porque se había reencontrado a sí misma estando con él, la fe, las esperanzas por lograr una vida como siempre la había soñado. - No sabéis cuánto os amo, Ralston... -Murmuró contra sus labios, para luego separarse lentamente, al notar la llamada de una de las doncellas, que los observaba desde la puerta.
- Señorita, ya está preparado. Cuando deseen les acompañaré...
Una sonrisa entre pícara y divertida se dibujó en el semblante de la joven, que miró a su prometido, expectante. - Tengo un presente para vos. ¿Queréis venir a verlo? -Dijo, para luego tomarle del brazo sin dejarle responder siquiera. Sus pasos apresurados los guiaron hacia la parte de atrás de la casa, y a un lado del cuidado jardín, un hermoso ejemplar de Shire los observaba con atención. - Espero que sea de vuestro agrado, y que algún día me enseñéis a montar... Es un poco salvaje, pero estoy segura de que lograréis apaciguarlo. -Desde aquel momento, y para siempre, su misión sería hacer a Ralston el hombre más feliz de la tierra. Se acercó al caballo lentamente, sin dejar de sonreír. Algún día ella también aprendería a montar, y tendrían algo más para hacer juntos, cuando su profesión le diera tiempo para ello.
Cuando vio las flores en las manos de su futuro esposo, la respuesta, tan evidente para cualquiera, se abrió paso en su cabeza a velocidad de vértigo, y un amargo sabor le ascendió por la garganta. ¿Cómo había podido ser tan tonta? Que en otros momentos mencionara a su difundo esposo era una cosa, pero hacerlo a escasas horas de su boda con aquel hombre era algo muy distinto. Y se sintió culpable. Culpable por nunca haberse preguntado cómo se sentía él al respecto de aquello, y mucho más por haberlo ido a mencionar justo en un día tan importante. Ella, de estar en el lugar ajeno, probablemente se hubiera sentido igual de ofendida, o incluso más. Se mordió el labio inferior, debatiendo internamente cuál era la mejor forma de pedirle disculpas por su grosería, sin dejar de observarlo ni por un momento. Él era lo mejor que le había pasado en mucho, mucho tiempo. No podía perderlo. No quería perderlo. Pero lo haría si continuaba comportándose así. El pasado, pasado estaba. El futuro junto a Ralston era lo único que importaba, lo único que debía importarle. Y las palabras hacia aquel que se marchó únicamente deberían permanecer desde aquel momento en el interior de sus recuerdos. Porque no tenía ningún derecho a hacerlo sentir mal. Ni quería hacerlo. Quería demostrarle que lo superaría, gracias a él, y que todo sería como si nada hubiera pasado, si es que eso era posible...
Y justo entonces él habló, recordándole por qué se había enamorado de él, cuando siempre pensó que no podría volver a hacerlo. La hizo sonreír, despejar su cabeza por un momento de preocupaciones, de dudas, de resentimiento hacia sí misma por lo que acababa de decir. Con una sola mirada suya, acompañada de la respuesta a aquella pregunta que había hecho simplemente para cambiar de tema, le demostró que a pesar de sus errores, realmente la amaba. Y no tenía palabras suficientes para agradecérselo. - No se por qué, pero tenía la impresión de que escogeríais las blancas... -Realmente, ella misma ya se había decidido por las blancas hacía mucho tiempo, en parte porque sabía que a él también le gustarían. Eran mucho más similares de lo que a simple vista pudiera parecer, lo que acentuaba la creencia de que, de alguna forma, estaban hechos a medida, que estaban predestinados... Algo que empezaba a plantearse seriamente. Nunca había creído posible nada que tuviera que ver con el destino, ¿pero cómo no creer en él cuando parece tan obvio? Nunca hubiera encontrado a nadie mejor que Ralston. Porque era simplemente perfecto. En todos los aspectos y facetas. Tomó su mano y se levantó, para luego aferrar con fuerza el ramo, con una renovada sonrisa que estaba segura que no desaparecería, no en su presencia. Ladeó el rostro para sentir la palma de su mano con mayor intensidad, mirándole a los ojos. Era dichosa por tenerle. Y lo haría sentir igual de dichoso.
- No hay otra cosa en la que confíe más que en que me haréis la mujer más feliz del mundo. Lo sé, y siento haberos ofendido con tales inquietudes a tan poco tiempo de nuestra boda. No deseo que penséis ni por un segundo que no estoy segura del paso que vamos a dar. Porque si hay algo sobre lo que no tengo ninguna duda, es que esto es lo que quiero hacer. Me habéis devuelto la vida, Ralston, mi alma, la sonrisa... Y nunca podré agradecéroslo lo suficiente... -Dijo para luego dejarse envolver por un beso tan dulce como intenso. Y no pudo contenerse más. Cuando sus manos abrazaron la espalda ajena, las lágrimas comenzaron a caer por sus mejillas sin que ella pudiera hacer nada por contenerlas. Ni tampoco lo deseaba. Porque por una vez, aquellas lágrimas no eran de pena, no eran de angustia. Eran lágrimas de felicidad, de gozo. Porque se había reencontrado a sí misma estando con él, la fe, las esperanzas por lograr una vida como siempre la había soñado. - No sabéis cuánto os amo, Ralston... -Murmuró contra sus labios, para luego separarse lentamente, al notar la llamada de una de las doncellas, que los observaba desde la puerta.
- Señorita, ya está preparado. Cuando deseen les acompañaré...
Una sonrisa entre pícara y divertida se dibujó en el semblante de la joven, que miró a su prometido, expectante. - Tengo un presente para vos. ¿Queréis venir a verlo? -Dijo, para luego tomarle del brazo sin dejarle responder siquiera. Sus pasos apresurados los guiaron hacia la parte de atrás de la casa, y a un lado del cuidado jardín, un hermoso ejemplar de Shire los observaba con atención. - Espero que sea de vuestro agrado, y que algún día me enseñéis a montar... Es un poco salvaje, pero estoy segura de que lograréis apaciguarlo. -Desde aquel momento, y para siempre, su misión sería hacer a Ralston el hombre más feliz de la tierra. Se acercó al caballo lentamente, sin dejar de sonreír. Algún día ella también aprendería a montar, y tendrían algo más para hacer juntos, cuando su profesión le diera tiempo para ello.
Viktóriya P. von Habsburg- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 07/09/2014
Re: Someone's gonna get hurt | Privado
Cuando ella se abandonó entre sus brazos y correspondió a su beso, Ralston se sintió más cerca de la victoria. No era que de pronto se hubiera vuelto ingenuo y hubiera empezado a creer ciegamente en ella, en sus palabras, en sus lágrimas, pero se mostraba perseverante en su objetivo y tenía claro que era casi imposible que alguien pudiera resistirse a los buenos tratos y una pasión tan intensa como la que él le prometía. Incluso ella, a quien consideraba hipócrita y falsa, la creía capaz de sucumbir ante los encantos de un hombre. Era mujer después de todo, y como buena fémina, debía tener anhelos, necesidades, y tal vez un corazón, aunque éste estuviera corroído por la ambición y el egoísmo.
—Me complace escucharlo, porque eso es lo único que quiero, lo único que me importa en esta vida, que me ames —firme en su propósito de enamorarla hasta la locura, respondió a su prometida, retirando sus labios apenas unos escasos milímetros y luego retomando la cercanía, haciendo de ese beso algo intermitente que parecía no tener fin—. Ámame, Viktóriya, hasta que sientas que tu cuerpo es demasiado pequeño, incapaz de contener un sentimiento tan grande y poderoso. Ámame hasta que no concibas la vida si no es conmigo, mi lado, siendo mi esposa. Ámame así, con locura, porque así es como yo te amo. Si tú me amas, entonces lo tengo todo —terminó susurrándole con vehemencia cuando acercó la boca a su oído.
Fue un momento muy íntimo, apasionado y electrizante para la pareja, tan intenso y real que cuando finalmente se separó de ella, el corazón de Ralston estaba acelerado, lo que lo dejó perplejo pero al mismo tiempo satisfecho por el gran empeño que estaba poniendo en su cometido, volviéndolo todo tan realista, tan profesional, un trabajo muy digno de una actriz como ella. Sabía que ella había experimentado lo mismo porque podía sentir su estremecimiento. No obstante, el momento fue interrumpido cuando una de las empleadas acudió al salón en busca de su ama y le dio indicaciones sobre algo que hasta entonces era un secreto para Burgess. Se dejó guiar por ella cuando ésta lo cogió de la mano y lo llevó hasta el exterior, donde un precioso animal aguardaba en la parte trasera de la casa. Ralston se sorprendió cuando ella le indicó que era su regalo.
—¿Para mí? —Preguntó sin poder contener una sonrisa—. Dios mío, Viktóriya, no debiste… —añadió al tiempo que se acercaba al animal y acariciaba su pelaje que era suave y de color marrón.
No era ningún secreto que Ralston profesaba un amor profundo hacia los animales desde muy pequeño, pero los que lo conocían bien sabían que sus favoritos siempre habían sido los equinos. Por eso su entusiasmo. Aquel, desde luego, era un bello ejemplar que no se parecía en nada a los caballos que había tenido en América, era un pura sangre que debía costar una fortuna incalculable. Sin duda, era un espléndido presente el que ella le hacía a su futuro marido. Ojalá las circunstancias hubieran sido otras, tal vez de ese modo él realmente hubiera podido agradecerle desde el fondo de su alma por complacerlo con un regalo tan extraordinario como ese. No obstante, por un momento la sonrisa se le borró del rostro, específicamente cuando ella se mostró emocionada ante la posibilidad de que él le enseñara a montar algún día, tal y como él se había presentado ante su padre antes de que él le hubiera instruido eficaz y pacientemente en el arte de la equitación, hasta convertirlo en un excelente jinete.
—Por supuesto, será un placer instruirte —respondió vagamente a la muchacha, tragándose de golpe la melancolía que trajo consigo el recuerdo de su padre—. Muchas gracias, ha sido una grata sorpresa —dijo regresando a ella, tomándola de las manos y depositando en ellas un beso a modo de agradecimiento—. Yo tengo algunas para ti… pero no las conocerás hasta que estemos casados. Estoy seguro de que van a sorprenderte; te dejarán perpleja… —la miró fijamente a los ojos, mientras una nueva sonrisa se dibujaba en sus labios. No era una sonrisa que proviniera de algo bueno, sino una que era producto de sus palabras, mismas que solo él entendía a la perfección, pues solo Ralston sabía lo que le esperaba después de que estuvieran oficialmente casados. Su mirada cambió y por esos instantes se tornó turbia, casi malévola, pero su semblante se suavizó antes de que ella pudiera detectarlo.
—Y, hablando de eso… creo que debería irme —añadió, y moduló la voz hasta lograr que ésta se escuchara con pesar, como si realmente le doliera en el alma tener que separarse de ella—. El tiempo que paso contigo es invaluable, pero me temo que aún quedan algunos detalles de los que debo encargarme —mintió. La realidad era que, después de lo ocurrido esa tarde y la boda que estaba a la vuelta de la esquina, lo que verdaderamente necesitaba era alejarse de ella para despejar su mente y mentalizarse ante lo que estaba a punto de ocurrir… antes de que pudiera arrepentirse y echarlo todo a perder—. Quiero que mañana todo sea perfecto. Además, ésta será la última noche en que dormiremos en lugares diferentes, después de la boda nunca más volveremos a separarnos. ¿No te entusiasma eso? —Mientras hablaba, le regaló otra sonrisa—. Sí, sé que es así. También a mí.
Ambos entraron nuevamente a la casa, dejando atrás al caballo del que más tarde se haría cargo. Burgess todavía no había decidido si se quedaría o no con él. De haber sido cualquier otra cosa probablemente habría desechado al instante cualquier posibilidad de quedársela, pero tratándose de ese animal que lo había conquistado con apenas mirarlo, le costaba un poco más desairarlo. Sí, definitivamente lo pensaría. Cuando llegaron a la sala de estar, Ralston se detuvo y con él, ella.
—Ten una buena noche, mi amor. Descansa para que mañana puedas verte más hermosa de lo que ya eres. Te veré en el altar —la tomó de las manos y, deliberadamente, Ralston depositó un prolongado beso en los labios a Viktóriya a modo de despedida, mientras acomodaba un mechón de cabello rubio detrás de su oreja—. Estaré contando los minutos… —le susurró al oído como si se tratara de un secreto. Y sonrió. Sonrió porque tenía claro que el gran día finalmente había llegado, a tan solo unas horas; porque de algún modo supuso que nada de lo que había hecho era en vano. Sonrió porque la muerte de sus padres no sería impune.
—Me complace escucharlo, porque eso es lo único que quiero, lo único que me importa en esta vida, que me ames —firme en su propósito de enamorarla hasta la locura, respondió a su prometida, retirando sus labios apenas unos escasos milímetros y luego retomando la cercanía, haciendo de ese beso algo intermitente que parecía no tener fin—. Ámame, Viktóriya, hasta que sientas que tu cuerpo es demasiado pequeño, incapaz de contener un sentimiento tan grande y poderoso. Ámame hasta que no concibas la vida si no es conmigo, mi lado, siendo mi esposa. Ámame así, con locura, porque así es como yo te amo. Si tú me amas, entonces lo tengo todo —terminó susurrándole con vehemencia cuando acercó la boca a su oído.
Fue un momento muy íntimo, apasionado y electrizante para la pareja, tan intenso y real que cuando finalmente se separó de ella, el corazón de Ralston estaba acelerado, lo que lo dejó perplejo pero al mismo tiempo satisfecho por el gran empeño que estaba poniendo en su cometido, volviéndolo todo tan realista, tan profesional, un trabajo muy digno de una actriz como ella. Sabía que ella había experimentado lo mismo porque podía sentir su estremecimiento. No obstante, el momento fue interrumpido cuando una de las empleadas acudió al salón en busca de su ama y le dio indicaciones sobre algo que hasta entonces era un secreto para Burgess. Se dejó guiar por ella cuando ésta lo cogió de la mano y lo llevó hasta el exterior, donde un precioso animal aguardaba en la parte trasera de la casa. Ralston se sorprendió cuando ella le indicó que era su regalo.
—¿Para mí? —Preguntó sin poder contener una sonrisa—. Dios mío, Viktóriya, no debiste… —añadió al tiempo que se acercaba al animal y acariciaba su pelaje que era suave y de color marrón.
No era ningún secreto que Ralston profesaba un amor profundo hacia los animales desde muy pequeño, pero los que lo conocían bien sabían que sus favoritos siempre habían sido los equinos. Por eso su entusiasmo. Aquel, desde luego, era un bello ejemplar que no se parecía en nada a los caballos que había tenido en América, era un pura sangre que debía costar una fortuna incalculable. Sin duda, era un espléndido presente el que ella le hacía a su futuro marido. Ojalá las circunstancias hubieran sido otras, tal vez de ese modo él realmente hubiera podido agradecerle desde el fondo de su alma por complacerlo con un regalo tan extraordinario como ese. No obstante, por un momento la sonrisa se le borró del rostro, específicamente cuando ella se mostró emocionada ante la posibilidad de que él le enseñara a montar algún día, tal y como él se había presentado ante su padre antes de que él le hubiera instruido eficaz y pacientemente en el arte de la equitación, hasta convertirlo en un excelente jinete.
—Por supuesto, será un placer instruirte —respondió vagamente a la muchacha, tragándose de golpe la melancolía que trajo consigo el recuerdo de su padre—. Muchas gracias, ha sido una grata sorpresa —dijo regresando a ella, tomándola de las manos y depositando en ellas un beso a modo de agradecimiento—. Yo tengo algunas para ti… pero no las conocerás hasta que estemos casados. Estoy seguro de que van a sorprenderte; te dejarán perpleja… —la miró fijamente a los ojos, mientras una nueva sonrisa se dibujaba en sus labios. No era una sonrisa que proviniera de algo bueno, sino una que era producto de sus palabras, mismas que solo él entendía a la perfección, pues solo Ralston sabía lo que le esperaba después de que estuvieran oficialmente casados. Su mirada cambió y por esos instantes se tornó turbia, casi malévola, pero su semblante se suavizó antes de que ella pudiera detectarlo.
—Y, hablando de eso… creo que debería irme —añadió, y moduló la voz hasta lograr que ésta se escuchara con pesar, como si realmente le doliera en el alma tener que separarse de ella—. El tiempo que paso contigo es invaluable, pero me temo que aún quedan algunos detalles de los que debo encargarme —mintió. La realidad era que, después de lo ocurrido esa tarde y la boda que estaba a la vuelta de la esquina, lo que verdaderamente necesitaba era alejarse de ella para despejar su mente y mentalizarse ante lo que estaba a punto de ocurrir… antes de que pudiera arrepentirse y echarlo todo a perder—. Quiero que mañana todo sea perfecto. Además, ésta será la última noche en que dormiremos en lugares diferentes, después de la boda nunca más volveremos a separarnos. ¿No te entusiasma eso? —Mientras hablaba, le regaló otra sonrisa—. Sí, sé que es así. También a mí.
Ambos entraron nuevamente a la casa, dejando atrás al caballo del que más tarde se haría cargo. Burgess todavía no había decidido si se quedaría o no con él. De haber sido cualquier otra cosa probablemente habría desechado al instante cualquier posibilidad de quedársela, pero tratándose de ese animal que lo había conquistado con apenas mirarlo, le costaba un poco más desairarlo. Sí, definitivamente lo pensaría. Cuando llegaron a la sala de estar, Ralston se detuvo y con él, ella.
—Ten una buena noche, mi amor. Descansa para que mañana puedas verte más hermosa de lo que ya eres. Te veré en el altar —la tomó de las manos y, deliberadamente, Ralston depositó un prolongado beso en los labios a Viktóriya a modo de despedida, mientras acomodaba un mechón de cabello rubio detrás de su oreja—. Estaré contando los minutos… —le susurró al oído como si se tratara de un secreto. Y sonrió. Sonrió porque tenía claro que el gran día finalmente había llegado, a tan solo unas horas; porque de algún modo supuso que nada de lo que había hecho era en vano. Sonrió porque la muerte de sus padres no sería impune.
Ralston Burgess- Humano Clase Media
- Mensajes : 38
Fecha de inscripción : 16/11/2014
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Someone's gonna get hurt | Privado
El corazón comenzó a latirle de forma apresurada, en parte por la emoción del momento, ya que aquel era el primer regalo de boda oficial que le había hecho a su futuro esposo; y en parte porque realmente deseaba que fuera de su agrado. Siempre supo que los caballos y la equitación eran cosas que le apasionaban. Ella, por su parte, había intentado montar una preciosa yegua cuando tenía unos diez años, pero el animal era demasiado nervioso para que alguien tan inseguro como Viktóriya pudiera montarlo. Tras caerse varias veces en pleno trote por la finca, y fracturarse el brazo la última vez que se subió al caballo, decidió que aquel deporte no era lo suyo y volvió a sus costumbres, para alegría de su madre a la que le aterraba la libertad que montar podría darle a su hija, a quien quería casar cuanto antes. Al final no le había conseguido cortar las alas, después de todo, pero ella jamás volvió a intentar subirse a una de aquellas bestias. De hecho, muchas veces llegó a pensar que no les causaba simpatía. Se alteraba demasiado ante ellos. Pero por Ralston, ¡por supuesto que lo haría! Le parecía encantador imaginarse junto a su esposo, cabalgando al atardecer. Compartir aficiones sería algo que podría unirles mucho, a pesar de que sus compromisos laborales los mantuvieran separados por algún tiempo.
- Entonces... ¿os gusta? ¡No sabéis lo feliz que me hace que os complazca! Temí haberme equivocado con el color, o la raza... Ya sabéis que a mi me sacáis de los gatos o los perros y no tengo mucha idea de animales... Mi profesión no me permite cuidar de ellos como me gustaría... ¡Aunque por eso no os preocupéis! Para cuando tengáis compromisos laborales he contratado a un cuidador, ya está todo pactado. También le están construyendo un establo para que esté cómodo. Bastante grande, ya sabéis, por si al final su familia también se amplía... -Solamente con ver el brillo en los ojos de Ralston ya se daba por satisfecha. Se aseguraría de que el animal tuviera todas las comodidades posibles, dando por hecho que tras casarse, ambos se mudarían a su actual residencia. Tampoco es que le hubiera importado trasladarse a otra parte, si su prometido así lo prefería, pero dado que no habían hablado del tema supuso que no estaba equivocada. Cuando él decidiera darle clases de equitación a ella, le pediría consejo para complar un ejemplar para sí misma, y si era de su agrado podrían dedicarse a la cría. A pesar de que no fuera una apasionada de los animales, siempre le habían gustado. Rodearse de ellos sólo podía hacer que el amor de la pareja fuese más equilibrado y estable. ¿Quién le dijo alguna vez que los animales, como los hijos, son quienes más alegría traen al hogar?
La joven se mordisqueó el labio cuando su prometido asintió a su petición de que la enseñara a montar. De pronto, aquella imagen que en su cabeza antes sólo era una fantasía, pasaba a tomar forma, a volverse casi palpable. Eso era algo que nunca pudo compartir con su difunto esposo. Nunca tuvieron nada más en común que su amor por el arte y el teatro y el que se tenían mutuamente. Aunque no es que necesitaran nada más. Pero el tiempo y el dolor la habían endurecido, la habían hecho madurar. Casi podía decir que el amor que sentía hacia Ralston era más puro, o por lo menos, más real que el que sintió por él. Por una sencilla razón: el amor que sintió hacia Reuben era pasional, intenso, casi loco, el primero que tuvo, el más especial, pero también el más frustrante. Aún ahora que había muerto, seguía sintiendo que había miles de secretos que nunca le había contado. Con Ralston era diferente. Lo que sentía por él era un amor sereno, se podía ver a sí misma compartiendo la vida, la vejez, con él. Quería compartir su vida, quería amar lo que él amaba. No faltaba el deseo, por supuesto, pero no se sentía desbordada por él. Era capaz de distinguirse a sí misma. Estar con él la hacía sentirse fuerte. La hacía sentirse segura. Le había devuelto una personalidad que se había visto arrastrada por el vendabal de emociones que en su momento sintió por Reuben. Antes era una niña, ahora, era una mujer.
- Mi amor... Sólo deseo que esta noche termine deprisa para que mañana al fin seamos marido y mujer... ¡Y también quiero ver esas sorpresas! Sé que me encantarán... Tenéis un gusto exquisito. -Se sentía dichosa de haber encontrado a alguien como él, de tenerlo para sí, y sobretodo, de volver a mencionar aquella promesa de amor y fidelidad eterna que ahora sí que se cumpliría. Le siguió hacia la casa sin soltarle, embelesada por aquellas palabras cargadas de afecto que le regalaba. ¿De verdad lo merecía? ¿De verdad aquello estaba ocurriéndole a ella? ¡No cabía en sí misma de la emoción! Correspondió a su beso con delicadeza, con lentitud, esperando alargar el momento todo lo posible. Pensar que quedaba toda una noche para que volvieran a verse se le antojó tremendamente doloroso. Sonrió contra sus labios y luego lo miró a los ojos con fijeza. Había encontrado a un príncipe azul, ella, que durante tanto tiempo no había sido más que una dama gris, retraída, escondida tras un velo de angustia. Había vuelto a florecer. Él la había hecho renacer. - Las horas se me harán eternas... -Le dejó ir, para poco después voltearse, levemente ruborizada. Ya faltaba menos de un día para su momento.
Al contrario de lo que había pensado, la noche no resultó ser para ella tan accidentada como pensó. Tras darse un largo baño con sales y burbujas, y tomar una copa de vino blanco que le habían traído desde Italia, había caído dormida profundamente sobre la cama. Los nervios, sin embargo, vinieron al despertar. La criada la sobresaltó al abrir las ventanas de par en par sin decir palabra. La luz le molestaba en los ojos, y sólo entonces se dio cuenta de que ya hacía rato que había amanecido. ¡No podía creérselo! ¡Con las muchas cosas que aún le quedaban por hacer! Rogó mentalmente, mientras se cubría con apenas una especie de batín de seda, que los sirvientes hubieran comenzado a preparar todo antes incluso de que ella se lo ordenara. Su mayordomo siempre había sido especialmente diligente con sus tareas, pero el resto de camareros y miembros del servicio, expresamente contratados con el motivo de la boda, los días anteriores se habían mostrado bastante confundidos y nerviosos. Al abrir las puertas, sin embargo, se tranquilizó. El delicioso aroma proveniente de las cocinas le indicó que hacía rato que estaban trabajando, y las flores blancas que decoraban lámparas y escaleras hicieron lo propio. Suspiró de alivio al comprobar que aún no habían llegado los primeros invitados, así que tenía tiempo para prepararse.
Aunque no demasiado.
Las damas de honor, compañeras del teatro y amigas de la infancia, en su mayoría, llegaron a la hora acordada y todas se mostraron convencidas de que no llegaría tarde al enlace, a pesar de sus muchas dudas. Y en menos de diez minutos se vio rodeada de manos que manipulaban las hebras rubias de su cabello, que trataban de ponerle un corsé, aunque ella no dejaba de decir que no, y que comenzaron a maquillarla sin mostrar demasiado interés en su opinión. No pudo más que echarse a reír cuando dos de ellas se pusieron a discutir si era mejor que sus mejillas fueran más o menos sonrosadas. Zanjó la discusión diciendo que no quería ningún tipo de maquillaje. Siempre había sido una mujer natural, también lo sería en su enlace. Al final tuvo que aceptar a regañadientes un poco de color en los labios y en los párpados, pero no le quedaba del todo mal. O al menos eso creía. Y en menos de lo que esperaba, llegó el momento del vestido. Apenas se lo había puesto una vez antes incluso de que todo lo demás estuviera planeado. Lo vio y se enamoró de él. Parecía hecho para ella.
Cuando se volteó, la mayoría de las chicas sonrieron con dulzura, y alguna que otra dejó caer lágrimas. Realmente parecía una princesa. Era un vestido sencillo pero que resaltaba su gracilidad, su naturalidad, y eso era lo que más le gustaba. El recogido, además, acentuaba sus rasgos a pesar de ser bastante informal. Entonces se miró en el espejo, y supo en ese instante que aquel sería el día más feliz de su vida. Junto al altar le esperaría Ralston. Todo era perfecto. La música comenzó a sonar poco después, ante la llegada de los invitados, mientras que la novia y sus amigas ultimaban los detalles. Estaba ansiosa por decir el sí quiero.
- Entonces... ¿os gusta? ¡No sabéis lo feliz que me hace que os complazca! Temí haberme equivocado con el color, o la raza... Ya sabéis que a mi me sacáis de los gatos o los perros y no tengo mucha idea de animales... Mi profesión no me permite cuidar de ellos como me gustaría... ¡Aunque por eso no os preocupéis! Para cuando tengáis compromisos laborales he contratado a un cuidador, ya está todo pactado. También le están construyendo un establo para que esté cómodo. Bastante grande, ya sabéis, por si al final su familia también se amplía... -Solamente con ver el brillo en los ojos de Ralston ya se daba por satisfecha. Se aseguraría de que el animal tuviera todas las comodidades posibles, dando por hecho que tras casarse, ambos se mudarían a su actual residencia. Tampoco es que le hubiera importado trasladarse a otra parte, si su prometido así lo prefería, pero dado que no habían hablado del tema supuso que no estaba equivocada. Cuando él decidiera darle clases de equitación a ella, le pediría consejo para complar un ejemplar para sí misma, y si era de su agrado podrían dedicarse a la cría. A pesar de que no fuera una apasionada de los animales, siempre le habían gustado. Rodearse de ellos sólo podía hacer que el amor de la pareja fuese más equilibrado y estable. ¿Quién le dijo alguna vez que los animales, como los hijos, son quienes más alegría traen al hogar?
La joven se mordisqueó el labio cuando su prometido asintió a su petición de que la enseñara a montar. De pronto, aquella imagen que en su cabeza antes sólo era una fantasía, pasaba a tomar forma, a volverse casi palpable. Eso era algo que nunca pudo compartir con su difunto esposo. Nunca tuvieron nada más en común que su amor por el arte y el teatro y el que se tenían mutuamente. Aunque no es que necesitaran nada más. Pero el tiempo y el dolor la habían endurecido, la habían hecho madurar. Casi podía decir que el amor que sentía hacia Ralston era más puro, o por lo menos, más real que el que sintió por él. Por una sencilla razón: el amor que sintió hacia Reuben era pasional, intenso, casi loco, el primero que tuvo, el más especial, pero también el más frustrante. Aún ahora que había muerto, seguía sintiendo que había miles de secretos que nunca le había contado. Con Ralston era diferente. Lo que sentía por él era un amor sereno, se podía ver a sí misma compartiendo la vida, la vejez, con él. Quería compartir su vida, quería amar lo que él amaba. No faltaba el deseo, por supuesto, pero no se sentía desbordada por él. Era capaz de distinguirse a sí misma. Estar con él la hacía sentirse fuerte. La hacía sentirse segura. Le había devuelto una personalidad que se había visto arrastrada por el vendabal de emociones que en su momento sintió por Reuben. Antes era una niña, ahora, era una mujer.
- Mi amor... Sólo deseo que esta noche termine deprisa para que mañana al fin seamos marido y mujer... ¡Y también quiero ver esas sorpresas! Sé que me encantarán... Tenéis un gusto exquisito. -Se sentía dichosa de haber encontrado a alguien como él, de tenerlo para sí, y sobretodo, de volver a mencionar aquella promesa de amor y fidelidad eterna que ahora sí que se cumpliría. Le siguió hacia la casa sin soltarle, embelesada por aquellas palabras cargadas de afecto que le regalaba. ¿De verdad lo merecía? ¿De verdad aquello estaba ocurriéndole a ella? ¡No cabía en sí misma de la emoción! Correspondió a su beso con delicadeza, con lentitud, esperando alargar el momento todo lo posible. Pensar que quedaba toda una noche para que volvieran a verse se le antojó tremendamente doloroso. Sonrió contra sus labios y luego lo miró a los ojos con fijeza. Había encontrado a un príncipe azul, ella, que durante tanto tiempo no había sido más que una dama gris, retraída, escondida tras un velo de angustia. Había vuelto a florecer. Él la había hecho renacer. - Las horas se me harán eternas... -Le dejó ir, para poco después voltearse, levemente ruborizada. Ya faltaba menos de un día para su momento.
********
Al contrario de lo que había pensado, la noche no resultó ser para ella tan accidentada como pensó. Tras darse un largo baño con sales y burbujas, y tomar una copa de vino blanco que le habían traído desde Italia, había caído dormida profundamente sobre la cama. Los nervios, sin embargo, vinieron al despertar. La criada la sobresaltó al abrir las ventanas de par en par sin decir palabra. La luz le molestaba en los ojos, y sólo entonces se dio cuenta de que ya hacía rato que había amanecido. ¡No podía creérselo! ¡Con las muchas cosas que aún le quedaban por hacer! Rogó mentalmente, mientras se cubría con apenas una especie de batín de seda, que los sirvientes hubieran comenzado a preparar todo antes incluso de que ella se lo ordenara. Su mayordomo siempre había sido especialmente diligente con sus tareas, pero el resto de camareros y miembros del servicio, expresamente contratados con el motivo de la boda, los días anteriores se habían mostrado bastante confundidos y nerviosos. Al abrir las puertas, sin embargo, se tranquilizó. El delicioso aroma proveniente de las cocinas le indicó que hacía rato que estaban trabajando, y las flores blancas que decoraban lámparas y escaleras hicieron lo propio. Suspiró de alivio al comprobar que aún no habían llegado los primeros invitados, así que tenía tiempo para prepararse.
Aunque no demasiado.
Las damas de honor, compañeras del teatro y amigas de la infancia, en su mayoría, llegaron a la hora acordada y todas se mostraron convencidas de que no llegaría tarde al enlace, a pesar de sus muchas dudas. Y en menos de diez minutos se vio rodeada de manos que manipulaban las hebras rubias de su cabello, que trataban de ponerle un corsé, aunque ella no dejaba de decir que no, y que comenzaron a maquillarla sin mostrar demasiado interés en su opinión. No pudo más que echarse a reír cuando dos de ellas se pusieron a discutir si era mejor que sus mejillas fueran más o menos sonrosadas. Zanjó la discusión diciendo que no quería ningún tipo de maquillaje. Siempre había sido una mujer natural, también lo sería en su enlace. Al final tuvo que aceptar a regañadientes un poco de color en los labios y en los párpados, pero no le quedaba del todo mal. O al menos eso creía. Y en menos de lo que esperaba, llegó el momento del vestido. Apenas se lo había puesto una vez antes incluso de que todo lo demás estuviera planeado. Lo vio y se enamoró de él. Parecía hecho para ella.
Cuando se volteó, la mayoría de las chicas sonrieron con dulzura, y alguna que otra dejó caer lágrimas. Realmente parecía una princesa. Era un vestido sencillo pero que resaltaba su gracilidad, su naturalidad, y eso era lo que más le gustaba. El recogido, además, acentuaba sus rasgos a pesar de ser bastante informal. Entonces se miró en el espejo, y supo en ese instante que aquel sería el día más feliz de su vida. Junto al altar le esperaría Ralston. Todo era perfecto. La música comenzó a sonar poco después, ante la llegada de los invitados, mientras que la novia y sus amigas ultimaban los detalles. Estaba ansiosa por decir el sí quiero.
Viktóriya P. von Habsburg- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 07/09/2014
Re: Someone's gonna get hurt | Privado
El día llegó. Viktóriya finalmente se convertiría en su esposa. ¿Estaba listo para el gran paso que daría inicio a la consolidación de su tan esperada venganza? Debía estarlo, porque no había marcha atrás. Al levantarse se lavó la cara, se miró en el espejo y éste le devolvió la imagen de un hombre que lucía cansado. La noche anterior no había dormido nada bien por estar pensando en la boda y habían sido pocas las horas que había tenido para intentar conciliar el sueño, por lo que era lógico que el cansancio se viera reflejado en su rostro en forma de ojeras. Y quizá no solo fuera eso, tal vez también era su alma que decidía expresar, por medio de pequeñas señales, el gran peso que le significaba aquella terrible decisión. No importaba, Ralston ya lo tenía decidido.
Se dio un largo baño con agua caliente para relajarse, se afeitó y, cuando terminó, se secó y buscó el traje de boda. Lo extendió con cuidado sobre la cama para observarlo un momento. Era un moderno y elegante ejemplar hecho a su medida, confeccionado por manos expertas, en color azul marino, muy oscuro, casi negro, y conformado por varias piezas: camisa blanca de cuello alto, chaleco ajustado color perla, chaqueta, pantalón y corbata del mismo color azul. Viktóriya había seleccionado el modelo y el tono, y aunque Ralston habría preferido adquirir cualquier otro traje, sin importar si era o no exclusivo, no podía negar que era bonito y que seguramente luciría bastante bien con el puesto. Cuando al fin se vio ataviado con las prendas, sus suposiciones no pudieron ser más acertadas: lucía regio. Para añadir aún más formalidad a su aspecto, con sus manos alisó y peinó hacia atrás su cabellera larga y ondulada y la sujetó con un listón para mantenerla en su lugar. Se calzó los zapatos y estaba listo.
—Que Dios me ayude… —murmuró para sí mismo antes de salir de casa, dejando escapar un profundo suspiro, que lo hizo detenerse un segundo en el umbral de la puerta principal, donde un carruaje ya lo esperaba.
Cuando llegó a su destino y bajó del coche, Ralston mantuvo una expresión neutra pero alzó la mano con discreción y se aflojó un poco la corbata. Podía sentir que el sudor le corría bajo la tela de la almidonada y ajustada prenda. Era evidente que estaba nervioso, aunque él se esmeraba en aparentar lo contrario. Pero ¿quién podía juzgarlo o sospechar por ello? ¿Acaso el nerviosismo no era algo normal en todos los novios primerizos?
Mantuvo la espalda erguida e hizo una leve reverencia cuando entró en la propiedad. Lo normal era que las ceremonias se llevaran a cabo en un templo religioso pero, cuando las mujeres eran viudas y contraían matrimonio por segunda ocasión, normalmente preferían algo mucho más discreto. Viktóriya no fue la excepción y Ralston estuvo de acuerdo en hacer de aquello algo íntimo. Para él, mientras menos alboroto se hiciera del evento, era mucho mejor. Y así sería, ya que menos de treinta personas serían las que estarían presentes en el enlace, todos familiares y amigos de la novia. Él agradecía la tranquilidad, no tener que lidiar con multitudes, aunque no logró librarse del todo de las miradas curiosas de aquellos a los que les parecía demasiado curioso, por no decir extraño, que de parte del novio no acudiera nadie, ni un solo invitado. En su momento, él se había encargado de comunicarle a su futura esposa que sus padres habían muerto –aunque no había entrado en detalles, por obvias razones-, que no tenía amigos en Francia y que el único pariente cercano que le sobrevivía era un hermano, pero que no eran precisamente cercanos como para que él los acompañase ese día. A Viktóriya le había parecido bastante triste su situación, que su amado estuviera tan solo, pero al final lo aceptó de buena gana y supo aprovechar el momento para abrazar y besar a su prometido, luego de asegurarle que la tenía a ella y que nunca lo dejaría.
El tiempo pasó rápidamente y con él se incrementó su nerviosismo. Ralston, domínate, se exigió a sí mismo, en silencio, y luego tomó una profunda bocanada de aire cuando la hora de la ceremonia llegó. Aunque todo aquello fuera una verdadera locura, no quiso dar más largas al momento y se encaminó al salón donde se llevaría a cabo la unión, mismo en el que ya se encontraban tanto los invitados como el sacerdote que oficiaría la ceremonia. Con las manos entrelazadas detrás de la espalda, se posicionó donde le correspondía, justo al frente del improvisado altar, donde en aproximadamente treinta minutos se encontraría con Viktóriya.
La marcha nupcial, interpretada por la pequeña orquesta, se dejó escuchar, anunciando así el inicio de la ceremonia. Viktóriya apareció en el salón y todos los presentes, Ralston incluido, se giraron para admirar su belleza. Él tragó saliva y entreabrió la boca, impresionado, y durante los escasos minutos que duró el trayecto que la llevaría hasta él, no fue capaz de apartar la mirada de ella. Estaba hermosa. Jamás la había visto así de bella. Vestida completamente de blanco y con el cabello recogido, parecía un ángel. Mientras la veía avanzar y sonreírle de aquella manera, con discreción, pero al mismo tiempo con la complicidad propia de los amantes, pensó en que era una lástima que no pudiera permitirse enamorarse de ella, que no fuera una mujer buena porque, de serlo, estaba seguro de que se habría declarado loco por ella en ese instante. Mientras la observaba avanzar, Ralston fue consciente de su respiración entrecortada, de los fuertes latidos de su corazón, de la oleada de excitación que recorrió todo su cuerpo. Algunos habrían dicho que eran los síntomas de la emoción, él estaba convencido de que solo eran nervios y tal vez algo de duda.
La recibió tomándola de la mano y ambos se giraron para mirar de frente al sacerdote, que inició la misa pidiendo a todos que se persignaran, dieran gracias a Dios y reflexionaran sobre los motivos que los habían orillado a estar allí ese día. Ralston no lo hizo, de pronto se sintió envuelto por una sensación de incomodidad. Quizá se debiera a que su madre, devota de corazón, se había encargado de inculcarle desde siempre que todo lo relacionado a Dios y a la iglesia era sagrado, y que por tanto debía ser tomado con respeto. Trató de pensar en lo que significaban las palabras que el sacerdote estaba pronunciando, pero estaba demasiado distraído, tan distraído que no se dio cuenta de cuando el padre le hizo aquella importante pregunta, la cual repitió, solo por si acaso él no había logrado escucharle.
—Ralston James Burgess, ¿aceptas a Viktóriya Persephónē von Habsburg como esposa y prometes amarla y respetarla, estar con ella en lo bueno y en lo malo, en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad, todos los días de tu vida, hasta que la muerte los separe?
Ralston dudó un segundo y giró su rostro para mirar a Viktóriya. ¿De verdad quería hacerle aquello? No, en el fondo no quería, pero debía hacerlo. Ella se lo merecía.
—Sí, padre, acepto —respondió al fin. Ahora nada podía salvarlo de su inevitable destino, a menos de que ella se arrepintiera al último momento.
El padre se dirigió esta vez a Viktóriya y le hizo la misma pregunta.
—Viktóriya Persephónē von Habsburg, ¿aceptas a Ralston James Burgess como esposo y prometes amarlo y respetarlo, estar con él en lo bueno y en lo malo, en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad, todos los días de tu vida, hasta que la muerte los separe?
La miró expectante, en verdad ansioso, sin saber realmente qué deseaba más: que aceptara o que no lo hiciera.
Se dio un largo baño con agua caliente para relajarse, se afeitó y, cuando terminó, se secó y buscó el traje de boda. Lo extendió con cuidado sobre la cama para observarlo un momento. Era un moderno y elegante ejemplar hecho a su medida, confeccionado por manos expertas, en color azul marino, muy oscuro, casi negro, y conformado por varias piezas: camisa blanca de cuello alto, chaleco ajustado color perla, chaqueta, pantalón y corbata del mismo color azul. Viktóriya había seleccionado el modelo y el tono, y aunque Ralston habría preferido adquirir cualquier otro traje, sin importar si era o no exclusivo, no podía negar que era bonito y que seguramente luciría bastante bien con el puesto. Cuando al fin se vio ataviado con las prendas, sus suposiciones no pudieron ser más acertadas: lucía regio. Para añadir aún más formalidad a su aspecto, con sus manos alisó y peinó hacia atrás su cabellera larga y ondulada y la sujetó con un listón para mantenerla en su lugar. Se calzó los zapatos y estaba listo.
—Que Dios me ayude… —murmuró para sí mismo antes de salir de casa, dejando escapar un profundo suspiro, que lo hizo detenerse un segundo en el umbral de la puerta principal, donde un carruaje ya lo esperaba.
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Cuando llegó a su destino y bajó del coche, Ralston mantuvo una expresión neutra pero alzó la mano con discreción y se aflojó un poco la corbata. Podía sentir que el sudor le corría bajo la tela de la almidonada y ajustada prenda. Era evidente que estaba nervioso, aunque él se esmeraba en aparentar lo contrario. Pero ¿quién podía juzgarlo o sospechar por ello? ¿Acaso el nerviosismo no era algo normal en todos los novios primerizos?
Mantuvo la espalda erguida e hizo una leve reverencia cuando entró en la propiedad. Lo normal era que las ceremonias se llevaran a cabo en un templo religioso pero, cuando las mujeres eran viudas y contraían matrimonio por segunda ocasión, normalmente preferían algo mucho más discreto. Viktóriya no fue la excepción y Ralston estuvo de acuerdo en hacer de aquello algo íntimo. Para él, mientras menos alboroto se hiciera del evento, era mucho mejor. Y así sería, ya que menos de treinta personas serían las que estarían presentes en el enlace, todos familiares y amigos de la novia. Él agradecía la tranquilidad, no tener que lidiar con multitudes, aunque no logró librarse del todo de las miradas curiosas de aquellos a los que les parecía demasiado curioso, por no decir extraño, que de parte del novio no acudiera nadie, ni un solo invitado. En su momento, él se había encargado de comunicarle a su futura esposa que sus padres habían muerto –aunque no había entrado en detalles, por obvias razones-, que no tenía amigos en Francia y que el único pariente cercano que le sobrevivía era un hermano, pero que no eran precisamente cercanos como para que él los acompañase ese día. A Viktóriya le había parecido bastante triste su situación, que su amado estuviera tan solo, pero al final lo aceptó de buena gana y supo aprovechar el momento para abrazar y besar a su prometido, luego de asegurarle que la tenía a ella y que nunca lo dejaría.
El tiempo pasó rápidamente y con él se incrementó su nerviosismo. Ralston, domínate, se exigió a sí mismo, en silencio, y luego tomó una profunda bocanada de aire cuando la hora de la ceremonia llegó. Aunque todo aquello fuera una verdadera locura, no quiso dar más largas al momento y se encaminó al salón donde se llevaría a cabo la unión, mismo en el que ya se encontraban tanto los invitados como el sacerdote que oficiaría la ceremonia. Con las manos entrelazadas detrás de la espalda, se posicionó donde le correspondía, justo al frente del improvisado altar, donde en aproximadamente treinta minutos se encontraría con Viktóriya.
La marcha nupcial, interpretada por la pequeña orquesta, se dejó escuchar, anunciando así el inicio de la ceremonia. Viktóriya apareció en el salón y todos los presentes, Ralston incluido, se giraron para admirar su belleza. Él tragó saliva y entreabrió la boca, impresionado, y durante los escasos minutos que duró el trayecto que la llevaría hasta él, no fue capaz de apartar la mirada de ella. Estaba hermosa. Jamás la había visto así de bella. Vestida completamente de blanco y con el cabello recogido, parecía un ángel. Mientras la veía avanzar y sonreírle de aquella manera, con discreción, pero al mismo tiempo con la complicidad propia de los amantes, pensó en que era una lástima que no pudiera permitirse enamorarse de ella, que no fuera una mujer buena porque, de serlo, estaba seguro de que se habría declarado loco por ella en ese instante. Mientras la observaba avanzar, Ralston fue consciente de su respiración entrecortada, de los fuertes latidos de su corazón, de la oleada de excitación que recorrió todo su cuerpo. Algunos habrían dicho que eran los síntomas de la emoción, él estaba convencido de que solo eran nervios y tal vez algo de duda.
La recibió tomándola de la mano y ambos se giraron para mirar de frente al sacerdote, que inició la misa pidiendo a todos que se persignaran, dieran gracias a Dios y reflexionaran sobre los motivos que los habían orillado a estar allí ese día. Ralston no lo hizo, de pronto se sintió envuelto por una sensación de incomodidad. Quizá se debiera a que su madre, devota de corazón, se había encargado de inculcarle desde siempre que todo lo relacionado a Dios y a la iglesia era sagrado, y que por tanto debía ser tomado con respeto. Trató de pensar en lo que significaban las palabras que el sacerdote estaba pronunciando, pero estaba demasiado distraído, tan distraído que no se dio cuenta de cuando el padre le hizo aquella importante pregunta, la cual repitió, solo por si acaso él no había logrado escucharle.
—Ralston James Burgess, ¿aceptas a Viktóriya Persephónē von Habsburg como esposa y prometes amarla y respetarla, estar con ella en lo bueno y en lo malo, en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad, todos los días de tu vida, hasta que la muerte los separe?
Ralston dudó un segundo y giró su rostro para mirar a Viktóriya. ¿De verdad quería hacerle aquello? No, en el fondo no quería, pero debía hacerlo. Ella se lo merecía.
—Sí, padre, acepto —respondió al fin. Ahora nada podía salvarlo de su inevitable destino, a menos de que ella se arrepintiera al último momento.
El padre se dirigió esta vez a Viktóriya y le hizo la misma pregunta.
—Viktóriya Persephónē von Habsburg, ¿aceptas a Ralston James Burgess como esposo y prometes amarlo y respetarlo, estar con él en lo bueno y en lo malo, en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad, todos los días de tu vida, hasta que la muerte los separe?
La miró expectante, en verdad ansioso, sin saber realmente qué deseaba más: que aceptara o que no lo hiciera.
Ralston Burgess- Humano Clase Media
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Fecha de inscripción : 16/11/2014
DATOS DEL PERSONAJE
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Re: Someone's gonna get hurt | Privado
Al bajar por la escalera principal, de no haber sentido aquellas mariposas removerse en su estómago, evidencia clave de la felicidad que la invadía, hubiera jurado que estaba aterrorizada. Todo era perfecto, tal y como lo había deseado. Las flores estaban en su lugar, milimétricamente colocadas. Los invitados ya se habían sentado en sus lugares, expectantes, elegantemente vestidos y con amplias sonrisas en sus rostros. Por la mirada de sus damas de honor, amigas y compañeras, también sabía que ella lucía hermosa. Y sin embargo, le temblaban las rodillas. El cuerpo entero. Nadie podría haber dicho que aquella no era la primera vez que hacía ese paseo desde la habitación principal hacia el altar. Y es que, después de todo, el día de su boda es el más feliz para una novia, pero sin duda, y ahora era mucho más consciente de ello, también era el más tenso. ¿Cuántas cosas podrían salir mal? Cuando planeas algo hasta el último detalle, es mucho más probable que algo falle de improviso. No podría soportar tanta presión, casi podía notar el sudor perlar su espalda, su frente. ¡Por favor, que todo fuera tal y como lo había soñado!
Porque sí, lo había soñado. No solamente estando dormida, sino también mientras sus ojos seguían abiertos. Había soñado con aquella pregunta que una vez ya había respondido, con la mala fortuna de perder a su esposo antes incluso de que pudieran conformar una verdadera familia. Había soñado con que, aquella segunda vez en que iba a responderla, su maldición finalmente se rompería, y tendría su final feliz. Ése del que hablaban los cuentos de hadas en los que su mente fantasiosa siempre había ansiado creer. Ése que había creído perdido para siempre, y cuya posibilidad Ralston le había devuelto. Y por eso mismo no quería responder con un simple "sí". Quería decirle más, muchísimo más. Quería entregarle su corazón por respuesta, darle las llaves de su alma para que hiciera y deshiciera a su antojo. Porque eso era lo que se merecía por haber sido capaz de sacarla del abismo, de alzarla, de hacerla volar de nuevo. De devolverle una sonrisa que sí fuera de verdad.
¡Cómo no iba a estar nerviosa, pensando en todo aquello mientras recorría los últimos escalones! Por un instante hubiera deseado que su mente se quedara simplemente en blanco. Pero no fue capaz. Y cuando la orquesta empezó a hacer sonar los primeros acordes de aquella canción que tan bien conocía, y que tanto temía como adoraba, tuvo que tragar saliva y detenerse un momento, consciente de que si seguía andando sin ayuda acabaría por caerse. La más joven de sus compañeras de teatro, también la más dulce, agarró su mano para darle fuerzas y le susurró que aquel día sin duda era la protagonista. Y esa frase, tan simple, tan gentilmente emitida, le dio las fuerzas que necesitaba para entrar finalmente al salón.
Con paso regio, lento pero seguro, la novia se dirigió al altar sin poder despegar su mirada de los ojos de su prometido. Allí estaba. Su mayor miedo evidentemente habría sido que él no apareciera. Pero allí estaba. Observándola con aquella intensidad que siempre había demostrado, como si escarbase en su alma, descubriendo todos sus secretos. Una sonrisa dulce, inocente, casi inadvertida, se posó en sus labios al darse cuenta de que había caído presa del enamoramiento probablemente con más fuerza de la que jamás hubiera imaginado. No podía creerse lo afortunada que era. Estaba rodeada de sus amigos más íntimos, y estaba a punto de dar el sí quiero a un hombre maravilloso, que la miraba como si no hubiera nadie más a su alrededor. ¿No era eso todo cuanto quería una persona, ser el centro del universo de otra, que a la vez la completase? Y a la vez, tener a otra persona como centro, ansiarla, amarla y desearla como si nada más importase. Eso era el amor. Ciego. En pura esencia. Y eso era lo que ellos tenían.
Cuando finalmente su mano se encontró con la de Ralston, esa sonrisa del principio, leve a pesar de intensa, se ensanchó notablemente. Ya no estaba nerviosa. Ya nada podía salir mal. Todo había sido perfecto, y así seguiría siéndolo a partir de ese momento. Sería la esposa de Ralston Burgess, y esa vez, sí sería para siempre.
- Sí, padre, acepto... Acepto con todo mi corazón. -Cuando se quiso dar cuenta, por sus mejillas se deslizaban dos pequeñas lágrimas, nacidas de la felicidad que en aquel momento la embriagaba. La dicha y la fortuna era lo que ahora se dibujaba ante ellos. El sacerdote sonrió a los novios, antes de pronunciar las siguientes palabras.
- Ustedes han declarado su consentimiento ante la Iglesia. Que el Señor en su bondad fortalezca su consentimiento para llenarlos a ambos de bendiciones. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre. -El sacerdote sonrió a ambos mientras se volteaban para mirarse, y dos chicos, de apenas seis años, se acercaban para entregarles los anillos. - Señor, bendice y consagra a Ralston y Viktóriya en su amor entre sí. Que estos anillos sean un símbolo de fe verdadera entre ellos, y recuérdales siempre de su amor. Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor. -La joven pareja se intercambió los anillos, dando así paso al final de la ceremonia, el esperado beso que los convertiría, de una vez y para siempre, en esposos. - Por el poder que me ha sido otorgado por Nuestro Señor Jesucristo y la Santa Madre Iglesia, yo os declaro, marido y mujer. Puedes besar a la novia. -La novia esperó, con un nudo en la garganta, sabiendo que a partir de ese momento, tenían toda una vida por delante.
Porque sí, lo había soñado. No solamente estando dormida, sino también mientras sus ojos seguían abiertos. Había soñado con aquella pregunta que una vez ya había respondido, con la mala fortuna de perder a su esposo antes incluso de que pudieran conformar una verdadera familia. Había soñado con que, aquella segunda vez en que iba a responderla, su maldición finalmente se rompería, y tendría su final feliz. Ése del que hablaban los cuentos de hadas en los que su mente fantasiosa siempre había ansiado creer. Ése que había creído perdido para siempre, y cuya posibilidad Ralston le había devuelto. Y por eso mismo no quería responder con un simple "sí". Quería decirle más, muchísimo más. Quería entregarle su corazón por respuesta, darle las llaves de su alma para que hiciera y deshiciera a su antojo. Porque eso era lo que se merecía por haber sido capaz de sacarla del abismo, de alzarla, de hacerla volar de nuevo. De devolverle una sonrisa que sí fuera de verdad.
¡Cómo no iba a estar nerviosa, pensando en todo aquello mientras recorría los últimos escalones! Por un instante hubiera deseado que su mente se quedara simplemente en blanco. Pero no fue capaz. Y cuando la orquesta empezó a hacer sonar los primeros acordes de aquella canción que tan bien conocía, y que tanto temía como adoraba, tuvo que tragar saliva y detenerse un momento, consciente de que si seguía andando sin ayuda acabaría por caerse. La más joven de sus compañeras de teatro, también la más dulce, agarró su mano para darle fuerzas y le susurró que aquel día sin duda era la protagonista. Y esa frase, tan simple, tan gentilmente emitida, le dio las fuerzas que necesitaba para entrar finalmente al salón.
Con paso regio, lento pero seguro, la novia se dirigió al altar sin poder despegar su mirada de los ojos de su prometido. Allí estaba. Su mayor miedo evidentemente habría sido que él no apareciera. Pero allí estaba. Observándola con aquella intensidad que siempre había demostrado, como si escarbase en su alma, descubriendo todos sus secretos. Una sonrisa dulce, inocente, casi inadvertida, se posó en sus labios al darse cuenta de que había caído presa del enamoramiento probablemente con más fuerza de la que jamás hubiera imaginado. No podía creerse lo afortunada que era. Estaba rodeada de sus amigos más íntimos, y estaba a punto de dar el sí quiero a un hombre maravilloso, que la miraba como si no hubiera nadie más a su alrededor. ¿No era eso todo cuanto quería una persona, ser el centro del universo de otra, que a la vez la completase? Y a la vez, tener a otra persona como centro, ansiarla, amarla y desearla como si nada más importase. Eso era el amor. Ciego. En pura esencia. Y eso era lo que ellos tenían.
Cuando finalmente su mano se encontró con la de Ralston, esa sonrisa del principio, leve a pesar de intensa, se ensanchó notablemente. Ya no estaba nerviosa. Ya nada podía salir mal. Todo había sido perfecto, y así seguiría siéndolo a partir de ese momento. Sería la esposa de Ralston Burgess, y esa vez, sí sería para siempre.
- Sí, padre, acepto... Acepto con todo mi corazón. -Cuando se quiso dar cuenta, por sus mejillas se deslizaban dos pequeñas lágrimas, nacidas de la felicidad que en aquel momento la embriagaba. La dicha y la fortuna era lo que ahora se dibujaba ante ellos. El sacerdote sonrió a los novios, antes de pronunciar las siguientes palabras.
- Ustedes han declarado su consentimiento ante la Iglesia. Que el Señor en su bondad fortalezca su consentimiento para llenarlos a ambos de bendiciones. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre. -El sacerdote sonrió a ambos mientras se volteaban para mirarse, y dos chicos, de apenas seis años, se acercaban para entregarles los anillos. - Señor, bendice y consagra a Ralston y Viktóriya en su amor entre sí. Que estos anillos sean un símbolo de fe verdadera entre ellos, y recuérdales siempre de su amor. Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor. -La joven pareja se intercambió los anillos, dando así paso al final de la ceremonia, el esperado beso que los convertiría, de una vez y para siempre, en esposos. - Por el poder que me ha sido otorgado por Nuestro Señor Jesucristo y la Santa Madre Iglesia, yo os declaro, marido y mujer. Puedes besar a la novia. -La novia esperó, con un nudo en la garganta, sabiendo que a partir de ese momento, tenían toda una vida por delante.
Viktóriya P. von Habsburg- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 07/09/2014
Re: Someone's gonna get hurt | Privado
Ralston tomó la sortija y la colocó en el dedo de Viktóriya, para luego recibir en el suyo el que ella le ofrecía. Cuando el padre le indicó que podía besarla, el corazón le latió acelerado. La miró de frente, le cogió las manos y se inclinó para rozar sus labios. Por ese momento se olvidó por completo de los motivos que lo habían llevado hasta ahí. Fue un beso tierno y profundo el que le dio, que finalizó demasiado pronto para su gusto. Cuando se separó, muy lentamente, abrió los ojos para mirarla de cerca. Tenía lágrimas en las mejillas. Ralston puso sus dedos con suavidad en el rostro de Viktóriya y las limpió con cuidado. Luego le sonrió, lo hizo de verdad, inconscientemente, enternecido quizá por el sensible momento, sin reparar en nada más. Una ola de aplausos se dejó escuchar en ese momento. El padre los felicitó y les deseó un feliz matrimonio, luego uno a uno fueron acercándose los invitados para estrechar la mano del novio y besar la mejilla de la novia. La orquesta se volvió a escuchar, esta vez con una melodía mucho más alegre y triunfal.
Así fue como Viktóriya von Habsburg, alemana de nacimiento, pasó a ser Viktóriya Burgess, esposa de uno de los hijos de su difunto ex marido, sin siquiera imaginarlo. Ella no los relacionaba porque, según las investigaciones previas de Ralston, al casarse por segunda ocasión, su padre no había utilizado el apellido Burgess, sino otro. Muy inteligente de su parte, desde luego, puesto que al estar todavía casado con su primera esposa y contraer matrimonio por segunda ocasión, quiso protegerse de una posible acusación de bigamia. Aún así, existían ciertas cosas que resultaban demasiado curiosas, por no decir extrañas. Por ejemplo, tanto su ex marido como su nuevo esposo eran americanos, ambos estadounidenses y con demasiadas similitudes físicas, a pesar de la gran diferencia de edad que existía entre uno y el otro. Nadie había dicho nada al respecto, ni siquiera la propia Viktóriya, probablemente porque lo consideraba como una simple casualidad de la vida.
La celebración del matrimonio se llevó a cabo en el jardín. Según Viktóriya, debían aprovechar que el invierno había terminado y que los primeros días de primavera se habían llegado. A Raslton le pareció bien y dio su consentimiento sin dudar; estaba acostumbrado a pasar bastante tiempo al aire libre y siempre le resultaba refrescante y motivante verse rodeado de un poco de naturaleza. La orquesta se instaló a una distancia considerable de las mesas y en ningún momento dejó de tocar. Todos los presentes incitaron a la pareja para que ejecutaran el que sería su primer baile oficial como esposos. Incapaz de ignorar el entusiasmo de los asistentes, Ralston buscó a su esposa y la cogió de la mano para llevarla al claro que esa tarde fungiría como pista. Posó una de sus manos sobre su cintura y la acercó a él.
—Y bien, señora Burgess, ¿está feliz? —preguntó, mientras sus pies comenzaban a moverse suavemente al compás de un calmo vals—. No ha dicho una palabra desde hace un buen rato. Espero que no sea porque se ha arrepentido de último momento, porque no pienso darle el divorcio bajo ningún concepto —bromeó, y al mismo tiempo no lo hizo—. Ya es mía, mía para siempre.
Una amplia sonrisa iluminó su rostro y entonces, sin esperar una respuesta, se acercó para besarla una vez más. Su beso en ningún momento pareció falso o vacilante. Era real. Su mundo se redujo a Viktóriya von Habsburg, ahora señora de Burgess. La suavidad de sus labios logró que los latidos desenfrenados volvieran a su pecho y que perdiera parte de su voluntad. En ese instante no importó nada más, a dónde irían o qué harían después; cómo sería su vida ahora que eran esposos y que la venganza había comenzado. Ya tendría tiempo de sobra para pensar en ello.
—Dilo. Di que eres mía. Di que me amas —le pidió. Quería escucharlo, que ella lo dijera, aún cuando no era plenamente consciente de por qué lo hacía.
Así fue como Viktóriya von Habsburg, alemana de nacimiento, pasó a ser Viktóriya Burgess, esposa de uno de los hijos de su difunto ex marido, sin siquiera imaginarlo. Ella no los relacionaba porque, según las investigaciones previas de Ralston, al casarse por segunda ocasión, su padre no había utilizado el apellido Burgess, sino otro. Muy inteligente de su parte, desde luego, puesto que al estar todavía casado con su primera esposa y contraer matrimonio por segunda ocasión, quiso protegerse de una posible acusación de bigamia. Aún así, existían ciertas cosas que resultaban demasiado curiosas, por no decir extrañas. Por ejemplo, tanto su ex marido como su nuevo esposo eran americanos, ambos estadounidenses y con demasiadas similitudes físicas, a pesar de la gran diferencia de edad que existía entre uno y el otro. Nadie había dicho nada al respecto, ni siquiera la propia Viktóriya, probablemente porque lo consideraba como una simple casualidad de la vida.
La celebración del matrimonio se llevó a cabo en el jardín. Según Viktóriya, debían aprovechar que el invierno había terminado y que los primeros días de primavera se habían llegado. A Raslton le pareció bien y dio su consentimiento sin dudar; estaba acostumbrado a pasar bastante tiempo al aire libre y siempre le resultaba refrescante y motivante verse rodeado de un poco de naturaleza. La orquesta se instaló a una distancia considerable de las mesas y en ningún momento dejó de tocar. Todos los presentes incitaron a la pareja para que ejecutaran el que sería su primer baile oficial como esposos. Incapaz de ignorar el entusiasmo de los asistentes, Ralston buscó a su esposa y la cogió de la mano para llevarla al claro que esa tarde fungiría como pista. Posó una de sus manos sobre su cintura y la acercó a él.
—Y bien, señora Burgess, ¿está feliz? —preguntó, mientras sus pies comenzaban a moverse suavemente al compás de un calmo vals—. No ha dicho una palabra desde hace un buen rato. Espero que no sea porque se ha arrepentido de último momento, porque no pienso darle el divorcio bajo ningún concepto —bromeó, y al mismo tiempo no lo hizo—. Ya es mía, mía para siempre.
Una amplia sonrisa iluminó su rostro y entonces, sin esperar una respuesta, se acercó para besarla una vez más. Su beso en ningún momento pareció falso o vacilante. Era real. Su mundo se redujo a Viktóriya von Habsburg, ahora señora de Burgess. La suavidad de sus labios logró que los latidos desenfrenados volvieran a su pecho y que perdiera parte de su voluntad. En ese instante no importó nada más, a dónde irían o qué harían después; cómo sería su vida ahora que eran esposos y que la venganza había comenzado. Ya tendría tiempo de sobra para pensar en ello.
—Dilo. Di que eres mía. Di que me amas —le pidió. Quería escucharlo, que ella lo dijera, aún cuando no era plenamente consciente de por qué lo hacía.
Ralston Burgess- Humano Clase Media
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Re: Someone's gonna get hurt | Privado
Fue mágico. ¿Cómo era posible? Que un instante tan minúsculo, tan corto y frágil como aquel beso, lograra hacer que el resto del mundo se difuminara por completo. Cuando los labios de Ralston se juntaron con los suyos, los rostros ajenos que sonreían ante la escena, el paisaje, incluso las exclamaciones y felicitaciones, todo se fundió repentinamente, hasta que solamente quedaban ellos dos. Juntos. Unidos. Un sólo ente, desde ahora y para siempre. ¿Sentiría él lo mismo? ¿Sería él también consciente de la irrelevancia de todo lo demás, ahora que finalmente habían sellado sus destinos con aquel beso? Nunca pensó que podría volver a sentirse de ese modo. En cierta forma, era un alivio. Sabía perfectamente la suerte que tenía no sólo de haber encontrado a Ralston, sino también de no haberlo alejado o espantado al inicio de su relación, con sus continuos rechazos. Era como si él, mejor que nadie, supiera se pertenecían el uno al otro.
Después, él volvió a sorprenderla, como tenía por costumbre, con ese pequeño y delicado gesto, limpiando las lágrimas de alegría que se habían escurrido por sus mejillas. Su rostro se iluminó, aún apenas a centímetros del ajeno, y súbitamente, besó su nariz con delicadeza. Esos detalles, tan íntimos, tan cercanos, era algo que no se veía todos los días. Muchos de los matrimonios seguían siendo concertados en aquella época, siendo pocos los afortunados -o los valientes- que decidían casarse simplemente por amor. Tenían no sólo la suerte de poder permitírselo, sino también el tipo de relación que parecía perfecta y que realmente lo era. Jamás discutían, eran capaces de compartir aficiones, y opiniones... Y francamente, a pesar de todos sus miedos e inseguridades, que más que nada estaban relacionados con el hecho de que él se marchara antes de la boda -algo que no había ocurrido-, no creía que nada de aquello fuera a cambiar cuando comenzaran la convivencia como marido y mujer.
Parecía que había pasado una eternidad cuando finalmente los invitados comenzaron a acercarse a ellos, entre vítores, palabras amables y expresiones de afecto varias. Sin embargo, Viktóriya era incapaz de fijarse en ningún otro rostro que no fuera el de su esposo. Incluso cuando las damas de honor comenzaron a caminar, tomándola por el brazo, de camino a donde se celebraría el baile y la celebración posterior. Se sentía abrumada, mareada, como si estuviera caminando sobre una nube que se movía incesantemente bajo sus pies. Cuando perdió de vista a Ralston, su corazón comenzó a latir a toda prisa, al menos, hasta que sus ojos descendieron hacia el hermoso anillo que ahora ocupaba su dedo. No había nada que temer, nada que dudar. Aceptó los abrazos y besos de casi todas las muchachas y señoras, así como consejos que no le apetecía escuchar, y quejas varias de lo que realmente era la vida de casada para una mujer acostumbrada a su trabajo. Nada de eso podía importarle lo más mínimo.
Y mucho menos cuando la música comenzó a sonar, y su esposo se acercó a ella con esa sonrisa dulce, cálida y cercana que tanto adoraba, para sacarla al que sería su primer baile de casados, ese que todos, ellos incluidos, estaban esperando. Tomó las manos de Ralston sabiéndose hecha para ellas, y siguió sus pasos cuando las primeras notas comenzaron a tomar forma. - Creo que feliz no expresa con exactitud cómo me siento en este instante, señor Ralston. Dichosa. Completa... -Sonrió ante sus palabras, aunque en ningún momento pensó que estuviera hablando en serio. No, una vez la joven de cabellos dorados entregaba su corazón y pronunciaba los sagrados votos, era realmente para siempre. Hasta que la muerte los separe. Sin embargo, asintió, dándole la razón, cuando sus labios volvieron a unirse. - Soy vuestra, desde ahora y para siempre. Mi corazón os pertenece. -Fue entonces cuando su diestra avanzó hasta su rostro, y acariciando su mejilla, volvió a besarle. Y el mundo, de nuevo, volvió a desaparecer.
Después, él volvió a sorprenderla, como tenía por costumbre, con ese pequeño y delicado gesto, limpiando las lágrimas de alegría que se habían escurrido por sus mejillas. Su rostro se iluminó, aún apenas a centímetros del ajeno, y súbitamente, besó su nariz con delicadeza. Esos detalles, tan íntimos, tan cercanos, era algo que no se veía todos los días. Muchos de los matrimonios seguían siendo concertados en aquella época, siendo pocos los afortunados -o los valientes- que decidían casarse simplemente por amor. Tenían no sólo la suerte de poder permitírselo, sino también el tipo de relación que parecía perfecta y que realmente lo era. Jamás discutían, eran capaces de compartir aficiones, y opiniones... Y francamente, a pesar de todos sus miedos e inseguridades, que más que nada estaban relacionados con el hecho de que él se marchara antes de la boda -algo que no había ocurrido-, no creía que nada de aquello fuera a cambiar cuando comenzaran la convivencia como marido y mujer.
Parecía que había pasado una eternidad cuando finalmente los invitados comenzaron a acercarse a ellos, entre vítores, palabras amables y expresiones de afecto varias. Sin embargo, Viktóriya era incapaz de fijarse en ningún otro rostro que no fuera el de su esposo. Incluso cuando las damas de honor comenzaron a caminar, tomándola por el brazo, de camino a donde se celebraría el baile y la celebración posterior. Se sentía abrumada, mareada, como si estuviera caminando sobre una nube que se movía incesantemente bajo sus pies. Cuando perdió de vista a Ralston, su corazón comenzó a latir a toda prisa, al menos, hasta que sus ojos descendieron hacia el hermoso anillo que ahora ocupaba su dedo. No había nada que temer, nada que dudar. Aceptó los abrazos y besos de casi todas las muchachas y señoras, así como consejos que no le apetecía escuchar, y quejas varias de lo que realmente era la vida de casada para una mujer acostumbrada a su trabajo. Nada de eso podía importarle lo más mínimo.
Y mucho menos cuando la música comenzó a sonar, y su esposo se acercó a ella con esa sonrisa dulce, cálida y cercana que tanto adoraba, para sacarla al que sería su primer baile de casados, ese que todos, ellos incluidos, estaban esperando. Tomó las manos de Ralston sabiéndose hecha para ellas, y siguió sus pasos cuando las primeras notas comenzaron a tomar forma. - Creo que feliz no expresa con exactitud cómo me siento en este instante, señor Ralston. Dichosa. Completa... -Sonrió ante sus palabras, aunque en ningún momento pensó que estuviera hablando en serio. No, una vez la joven de cabellos dorados entregaba su corazón y pronunciaba los sagrados votos, era realmente para siempre. Hasta que la muerte los separe. Sin embargo, asintió, dándole la razón, cuando sus labios volvieron a unirse. - Soy vuestra, desde ahora y para siempre. Mi corazón os pertenece. -Fue entonces cuando su diestra avanzó hasta su rostro, y acariciando su mejilla, volvió a besarle. Y el mundo, de nuevo, volvió a desaparecer.
Viktóriya P. von Habsburg- Humano Clase Alta
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Re: Someone's gonna get hurt | Privado
La cena estuvo realmente exquisita. Como platillo principal sirvieron faisán y codorniz, y para acompañar, sopa de crema, verduras, pasta y pan recién horneado. Cócteles y el mejor champán no podían faltar, desde luego. Ralston permaneció al lado de su esposa en todo momento, no se sentía cómodo con la idea de socializar con los familiares y amigos de Viktóriya, sobre todo porque algunos de ellos insistían en cuestionarle ciertas cosas que todavía no tenían demasiado claras. Por ejemplo, dónde vivirían. Para todos ellos, Ralston Burgess seguía siendo, hasta cierto punto, un misterio. Entendían que era el hombre que Viktóriya había elegido y que algo muy bueno debía tener para haber llegado al altar con él; estaban fascinados con la idea de que ella fuera feliz nuevamente, pero sabían tan poco de él que les era casi imposible no sentir curiosidad. Así como ocurriera con su difunto marido, la propia Viktóriya no sabía muchas cosas sobre su nuevo esposo. Ralston no hablaba demasiado de sí mismo, y cuando lo hacía, nunca hablaba de más. Con los invitados no fue diferente. Cumplió con el deber de ser cortés, pero ansió como nunca el verse libre de ellos.
—¿No es hora de hacer un brindis por los esposos? —Dijo de pronto uno de los amigos de la novia, sonriendo y alzando su copa llena de vino espumoso. Ralston apretó los labios, pero enseguida reemplazó el gesto con una forzada sonrisa que a todos les pareció muy convincente—. Vamos, amigos, acompáñenme y alcen sus copas. Debemos beber por la felicidad de Ralston y Viktóriya.
Así, todo el mundo se levantó de su asiento y brindó por ellos, deseándoles dicha y felicidad, dos cosas que jamás habría en su matrimonio. Ralston, cada vez más impaciente, sonrió y abrazó a su mujer, y aprovechó la cercanía para murmurarle al oído que la celebración debía terminar pronto, argumentando que se estaba haciendo tarde y no podía esperar más para llevarla a casa.
La convenció.
Media hora después, el festejo había culminado. Los invitados los vieron partir a bordo de un elegante y brillante carruaje negro con oropel e interior tapizado de cuero. El chofer se dirigió hacia el este, hasta que la ciudad se fue quedando atrás.
El carruaje se detuvo. Ralston salió primero y luego le tendió la mano a Viktóriya para ayudarla a bajar. Aunque estaba oscuro, todavía podía distinguirse el vasto terreno que se extendía a su alrededor. Estaban rodeados de campos de algodón, y a unos cuantos metros de allí, una casa. Ralston la condujo hasta la vivienda y juntos ingresaron en ella por la puerta principal. Encendió las velas para iluminar la estancia. Allí adentro no había nada que conmemorara una ocasión tan especial. Era la primera vez que el señor la llevaba a su casa, oficialmente convertida en su esposa… y nadie les daba la bienvenida. Tal vez Viktóriya esperaba encontrarse con una larga hilera de empleados domésticos poniéndose a sus servicios, o al menos un sin fin de frondosos arreglos florales esparcidos por toda la casa en su honor. Pero no. La casa lucía tan ordinaria como lo habría hecho cualquier otro día.
—¿Qué pasa? ¿No es lo que esperabas? —Inquirió él, alzando levemente una ceja, cuando le pareció detectar cierta decepción en su rostro. Un ligero tono de reproche se dejó entrever en su voz—. Tal vez te parezca poca cosa. Es decir, conozco las cosas a las que estás acostumbrada —le pasó por enfrente y la miró de reojo—. Sin embargo, lamento informarte que tu marido no es dueño de una bonita y costosa mansión. En este lugar no hay lujos ni riqueza, lo que tenemos lo ganamos a base de esfuerzo y trabajo. Dejamos nuestro sudor y sangre en ese campo de algodón. Ese es mi trabajo. Esto es lo que tengo para ofrecerte, Viktóriya. Sea o no de tu agrado, esta es tu casa ahora.
¿Qué diría ella a todo aquello? Desde que habían llegado no había dicho una sola palabra. Sin embargo, para Ralston, su silencio y la expresión en su rostro, lo decían todo. Era interesante. Muy curioso. Desde que empezó a cortejarla, Viktóriya procuró comportarse siempre como una mujer ejemplar. Era la primera vez que lograba percibir en ella a la arpía codiciosa que realmente era.
—¿No es hora de hacer un brindis por los esposos? —Dijo de pronto uno de los amigos de la novia, sonriendo y alzando su copa llena de vino espumoso. Ralston apretó los labios, pero enseguida reemplazó el gesto con una forzada sonrisa que a todos les pareció muy convincente—. Vamos, amigos, acompáñenme y alcen sus copas. Debemos beber por la felicidad de Ralston y Viktóriya.
Así, todo el mundo se levantó de su asiento y brindó por ellos, deseándoles dicha y felicidad, dos cosas que jamás habría en su matrimonio. Ralston, cada vez más impaciente, sonrió y abrazó a su mujer, y aprovechó la cercanía para murmurarle al oído que la celebración debía terminar pronto, argumentando que se estaba haciendo tarde y no podía esperar más para llevarla a casa.
La convenció.
Media hora después, el festejo había culminado. Los invitados los vieron partir a bordo de un elegante y brillante carruaje negro con oropel e interior tapizado de cuero. El chofer se dirigió hacia el este, hasta que la ciudad se fue quedando atrás.
***
El carruaje se detuvo. Ralston salió primero y luego le tendió la mano a Viktóriya para ayudarla a bajar. Aunque estaba oscuro, todavía podía distinguirse el vasto terreno que se extendía a su alrededor. Estaban rodeados de campos de algodón, y a unos cuantos metros de allí, una casa. Ralston la condujo hasta la vivienda y juntos ingresaron en ella por la puerta principal. Encendió las velas para iluminar la estancia. Allí adentro no había nada que conmemorara una ocasión tan especial. Era la primera vez que el señor la llevaba a su casa, oficialmente convertida en su esposa… y nadie les daba la bienvenida. Tal vez Viktóriya esperaba encontrarse con una larga hilera de empleados domésticos poniéndose a sus servicios, o al menos un sin fin de frondosos arreglos florales esparcidos por toda la casa en su honor. Pero no. La casa lucía tan ordinaria como lo habría hecho cualquier otro día.
—¿Qué pasa? ¿No es lo que esperabas? —Inquirió él, alzando levemente una ceja, cuando le pareció detectar cierta decepción en su rostro. Un ligero tono de reproche se dejó entrever en su voz—. Tal vez te parezca poca cosa. Es decir, conozco las cosas a las que estás acostumbrada —le pasó por enfrente y la miró de reojo—. Sin embargo, lamento informarte que tu marido no es dueño de una bonita y costosa mansión. En este lugar no hay lujos ni riqueza, lo que tenemos lo ganamos a base de esfuerzo y trabajo. Dejamos nuestro sudor y sangre en ese campo de algodón. Ese es mi trabajo. Esto es lo que tengo para ofrecerte, Viktóriya. Sea o no de tu agrado, esta es tu casa ahora.
¿Qué diría ella a todo aquello? Desde que habían llegado no había dicho una sola palabra. Sin embargo, para Ralston, su silencio y la expresión en su rostro, lo decían todo. Era interesante. Muy curioso. Desde que empezó a cortejarla, Viktóriya procuró comportarse siempre como una mujer ejemplar. Era la primera vez que lograba percibir en ella a la arpía codiciosa que realmente era.
Ralston Burgess- Humano Clase Media
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Re: Someone's gonna get hurt | Privado
No podía negar que, a medida que avanzaba la noche, el nerviosismo comenzaba a hacer mella en su interior. Cuando finalmente todos estuvieron sentados en los puestos que sus invitaciones indicaban, que en su mayoría había sido escogidos por la novia, dejó escapar un largo suspiro, tomando ella asiento también, junto al que ahora era su esposo. ¡Su esposo! Nunca imaginó que le costaría tanto acostumbrarse a aquel título nuevamente, y es que la persona que estaba sentada a su lado era probablemente todo con lo que ella había soñado que podría llegar a ser feliz. De nuevo. Y esta vez, para siempre. Sonrió ante este pensamiento, y buscó la mano de su esposo, pero esta vez sin esconderlas bajo la mesa, como hiciera cuando apenas estaban empezando como novios. Allí estaba, reluciente, el anillo que indicaba que Ralston Burgess era suyo, y en su propia mano, la prueba de que ella también le pertenecía. Pudo notar la tensión en el semblante y el gesto del hombre, algo que fácilmente atribuyó al hecho de que a medida que los invitados iban terminando de comer, comenzaban a acercarse a la mesa de los novios, donde ambos comían silenciosamente. Ella misma no se encontraba cómoda con la situación. A pesar de estar rodeada de personas que eran importantes y queridas para ella, le molestaba que quisieran entrometerse con los secretos de su marido. Ella misma desconocía mucho acerca de él, pero ahora tendrían todo el tiempo del mundo. Aún así, sonrió, y conversó con todos los que se acercaron a felicitarlos, especialmente con sus compañeras del teatro, y el que era su mecenas.
Finalmente, el momento llegó. En parte atendiendo a los deseos de Ralston, y en parte haciendo caso a los suyos propios, ambos partieron de la ceremonia dejando atrás la música, las luces, y a todas aquellas personas que habían compartido con ellos el que probablemente sería el mejor día de su vida. Una vez dentro del carruaje, se aferró a las manos de su esposo y no las soltó en ningún momento. Su mirada, sin embargo, permanecía gacha. Por alguna razón, una súbita timidez se había apoderado de sus pensamientos, y es que, el no saber hacia dónde se dirigía, además del hecho de que se trataba de su primera noche como "casada", la hacían estar incluso más nerviosa de lo que ya había estado durante la ceremonia y posterior celebración. Se rió mentalmente de sí misma, aunque conocía bien los motivos por los que se sentía así. Tenía miedo de perder lo que acababa de recuperar, y la razón era obvia: realmente amaba a Ralston, probablemente más de lo que era capaz de expresar con palabras.
Quizá por eso se tensó de forma tan abrupta cuando finalmente llegaron a su destino. Su nuevo hogar. La casa de Ralston, aquella que jamás había visto ni acudido con anterioridad. Ciertamente le sorprendió, aunque lo hizo aún más el tono acusador que el hombre dirigió en su contra, antes incluso de que ella mencionara palabra. No pensaba que fuera un mal sitio, sino más bien lo contrario. Por fuera le parecía lo bastante grande y confortable para ambos, y no es como si ella necesitara de un palacio para vivir. No, no era eso. Era el hecho de que no habían sirvientes lo que la había dejado paralizada. Quizá él lo ignoraba, pero ella no era demasiado buena con los menesteres concernientes a la vida de casada, nunca lo había sido. Y aunque aquella casa fuera claramente más pequeña que su anterior residencia, seguía siendo demasiado grande como para que una sola persona se ocupara de las labores. Y mucho más si esa persona se suponía que debía ser ella. No quería decepcionarlo. ¡No podía! Sin duda se esforzaría, pero tenía miedo de que eso no fuera suficiente... Miedo que se acentuó por la forma en que su marido expresó el hecho de que él era una persona trabajadora. Obviamente, eso era algo que ella ya sabía, y no es que pensara que su propio trabajo no era lo bastante digno o duro, pero era diferente. ¿Qué esperaba él de ella? Nunca se lo había preguntado, y ahora temía hacerlo.
- ¿Eh...? N-no... yo... es hermosa... Es confortable, luminosa, y amplia... -Su voz temblaba sin que ella pudiera remediarlo, y es que, ¿cómo reconocer tu propia incompetencia ante la persona que quieres, y a la que acababas de unirte en un vínculo que se suponía inquebrantable? Le resultaba complicado, pero no podía dejar que él creyera que estaba mirando de forma despectiva el hogar que había procurado para ambos, porque no era así. Tragó saliva y lo miró directamente a los ojos, mientras se aventuraba unos pasos frente a él, dando una grácil vuelta, como si estuviera bailando, para luego dibujar una gran sonrisa, dulce y cálida, aunque también tímida. - ¡Estamos solos! -Exclamó, para volver a acercarse y tomarle de la mano. - Creo que eso me ha tomado un tanto desprevenida... Quiero decir... Daré lo mejor de mi para complaceros, pero no estoy demasiado acostumbrada a realizar las labores que se esperan... bueno... ya sabéis... de una esposa... L-lo siento... -Bajó la mirada mientras esperaba una respuesta de la otra parte. ¿Qué tipo de respuesta deseaba? Posiblemente, palabras de consuelo, o algo que hiciera que dejara de preocuparse.
- Gracias, Ralston. Gracias por decidir compartir vuestro futuro conmigo. Por abrirme las puertas de vuestro corazón, y por aceptar el mío. Os... os amo. -Tras decir aquello, lo miró directamente a los ojos y volvió a sonreír, para luego depositar un casto beso en sus labios.
Finalmente, el momento llegó. En parte atendiendo a los deseos de Ralston, y en parte haciendo caso a los suyos propios, ambos partieron de la ceremonia dejando atrás la música, las luces, y a todas aquellas personas que habían compartido con ellos el que probablemente sería el mejor día de su vida. Una vez dentro del carruaje, se aferró a las manos de su esposo y no las soltó en ningún momento. Su mirada, sin embargo, permanecía gacha. Por alguna razón, una súbita timidez se había apoderado de sus pensamientos, y es que, el no saber hacia dónde se dirigía, además del hecho de que se trataba de su primera noche como "casada", la hacían estar incluso más nerviosa de lo que ya había estado durante la ceremonia y posterior celebración. Se rió mentalmente de sí misma, aunque conocía bien los motivos por los que se sentía así. Tenía miedo de perder lo que acababa de recuperar, y la razón era obvia: realmente amaba a Ralston, probablemente más de lo que era capaz de expresar con palabras.
Quizá por eso se tensó de forma tan abrupta cuando finalmente llegaron a su destino. Su nuevo hogar. La casa de Ralston, aquella que jamás había visto ni acudido con anterioridad. Ciertamente le sorprendió, aunque lo hizo aún más el tono acusador que el hombre dirigió en su contra, antes incluso de que ella mencionara palabra. No pensaba que fuera un mal sitio, sino más bien lo contrario. Por fuera le parecía lo bastante grande y confortable para ambos, y no es como si ella necesitara de un palacio para vivir. No, no era eso. Era el hecho de que no habían sirvientes lo que la había dejado paralizada. Quizá él lo ignoraba, pero ella no era demasiado buena con los menesteres concernientes a la vida de casada, nunca lo había sido. Y aunque aquella casa fuera claramente más pequeña que su anterior residencia, seguía siendo demasiado grande como para que una sola persona se ocupara de las labores. Y mucho más si esa persona se suponía que debía ser ella. No quería decepcionarlo. ¡No podía! Sin duda se esforzaría, pero tenía miedo de que eso no fuera suficiente... Miedo que se acentuó por la forma en que su marido expresó el hecho de que él era una persona trabajadora. Obviamente, eso era algo que ella ya sabía, y no es que pensara que su propio trabajo no era lo bastante digno o duro, pero era diferente. ¿Qué esperaba él de ella? Nunca se lo había preguntado, y ahora temía hacerlo.
- ¿Eh...? N-no... yo... es hermosa... Es confortable, luminosa, y amplia... -Su voz temblaba sin que ella pudiera remediarlo, y es que, ¿cómo reconocer tu propia incompetencia ante la persona que quieres, y a la que acababas de unirte en un vínculo que se suponía inquebrantable? Le resultaba complicado, pero no podía dejar que él creyera que estaba mirando de forma despectiva el hogar que había procurado para ambos, porque no era así. Tragó saliva y lo miró directamente a los ojos, mientras se aventuraba unos pasos frente a él, dando una grácil vuelta, como si estuviera bailando, para luego dibujar una gran sonrisa, dulce y cálida, aunque también tímida. - ¡Estamos solos! -Exclamó, para volver a acercarse y tomarle de la mano. - Creo que eso me ha tomado un tanto desprevenida... Quiero decir... Daré lo mejor de mi para complaceros, pero no estoy demasiado acostumbrada a realizar las labores que se esperan... bueno... ya sabéis... de una esposa... L-lo siento... -Bajó la mirada mientras esperaba una respuesta de la otra parte. ¿Qué tipo de respuesta deseaba? Posiblemente, palabras de consuelo, o algo que hiciera que dejara de preocuparse.
- Gracias, Ralston. Gracias por decidir compartir vuestro futuro conmigo. Por abrirme las puertas de vuestro corazón, y por aceptar el mío. Os... os amo. -Tras decir aquello, lo miró directamente a los ojos y volvió a sonreír, para luego depositar un casto beso en sus labios.
Viktóriya P. von Habsburg- Humano Clase Alta
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Re: Someone's gonna get hurt | Privado
Sí, estaban solos. Por primera vez. Como marido y mujer. Como si nunca antes hubiera cruzado la idea por su cabeza, Ralston de pronto comprendió lo que eso significaba. Ante Dios y el hombre estaban obligados a consumar la unión, comenzar a engendrar hijos y formar una familia, el verdadero y único propósito de un matrimonio. Su expresión cambió en cuestión de segundos. Se ensombreció. Como si de pronto un gran peso, una inmensa responsabilidad, le cayera encima. Había tanto que expresar sobre lo que estaba ocurriendo, sobre lo que Viktóriya decía, pero cuando ella se acercó a él, mirándolo de aquel modo, tuvo que tragárselo, dejarlo para después. El corazón le dio un vuelco cuando los labios de la rubia lo tocaron. En sus planes no estaba volver a besarla, esa no era su intención. No obstante, de pronto se sintió tan falto de voluntad, casi como si no fuera él mismo, y le correspondió.
Definitivamente, fue un beso distinto a todos los anteriores. Dulce, pero tentador. Se acercaron mucho más y a Ralston lo invadió un calor intenso que no había anticipado. Era tan ridículo que se sintiera así, total y completamente absurdo, pero pronto se dio cuenta de que la deseaba, con demasiada intensidad como para poder ignorarlo.
Eres demasiado hermosa, pensó, ahora todo tiene sentido. Tu belleza hace que todo lo demás parezca casi insignificante. Es eso. Por eso vuelves locos a los hombres.
Pero aun siendo parcialmente consciente de que él podría estar a punto de convertirse en uno de esos hombres, sin hacer un mínimo esfuerzo por dominar la situación, tomó el rostro de Viktóriya entre sus manos y se entregó a la pasión que lo consumía. Con una urgencia casi arrebatadora, volvió a besarla, acercándola más, intentando instintivamente hacer más profundo el contacto. Ralston albergaba demasiadas cosas en su alma, su mente estaba llena de pensamientos vengativos, pero hubo uno que logró sorprenderlo, incluso asustarlo un poco: necesitaba olvidarse de todo, por lo menos por esa noche, y hacerle el amor.
La cogió entre sus brazos y la llevó escaleras arriba, a su habitación. Era el dormitorio que a partir de esa noche debía ser el de ambos. Ralston la depositó al pie de la cama. Besó nuevamente sus labios, pero quería más. Deseaba acariciar lugares de su cuerpo que nunca había visto. Así, colocó su mano en la espalda de la muchacha y las puntas de sus dedos se situaron en las cintas del corsé. Tiró de él, y sin dejar de mirarla, rápidamente comenzó a deshacer los nudos. Cuando había desabrochado todas las cintas, cogió el resto del vestido por el cuello y lo deslizó hacia abajo. Poco a poco el cuerpo de Viktóriya fue quedando al descubierto. Ralston no pudo evitar clavar la mirada en él, admirándolo. No solo era hermoso; era perfecto. Con los ojos delineó su sexo, el contorno de sus caderas y cintura, pero fueron sus pechos lo primero que tocó. Eran tan suaves, como el resto de su piel. No quería apartar sus manos.
Definitivamente, fue un beso distinto a todos los anteriores. Dulce, pero tentador. Se acercaron mucho más y a Ralston lo invadió un calor intenso que no había anticipado. Era tan ridículo que se sintiera así, total y completamente absurdo, pero pronto se dio cuenta de que la deseaba, con demasiada intensidad como para poder ignorarlo.
Eres demasiado hermosa, pensó, ahora todo tiene sentido. Tu belleza hace que todo lo demás parezca casi insignificante. Es eso. Por eso vuelves locos a los hombres.
Pero aun siendo parcialmente consciente de que él podría estar a punto de convertirse en uno de esos hombres, sin hacer un mínimo esfuerzo por dominar la situación, tomó el rostro de Viktóriya entre sus manos y se entregó a la pasión que lo consumía. Con una urgencia casi arrebatadora, volvió a besarla, acercándola más, intentando instintivamente hacer más profundo el contacto. Ralston albergaba demasiadas cosas en su alma, su mente estaba llena de pensamientos vengativos, pero hubo uno que logró sorprenderlo, incluso asustarlo un poco: necesitaba olvidarse de todo, por lo menos por esa noche, y hacerle el amor.
La cogió entre sus brazos y la llevó escaleras arriba, a su habitación. Era el dormitorio que a partir de esa noche debía ser el de ambos. Ralston la depositó al pie de la cama. Besó nuevamente sus labios, pero quería más. Deseaba acariciar lugares de su cuerpo que nunca había visto. Así, colocó su mano en la espalda de la muchacha y las puntas de sus dedos se situaron en las cintas del corsé. Tiró de él, y sin dejar de mirarla, rápidamente comenzó a deshacer los nudos. Cuando había desabrochado todas las cintas, cogió el resto del vestido por el cuello y lo deslizó hacia abajo. Poco a poco el cuerpo de Viktóriya fue quedando al descubierto. Ralston no pudo evitar clavar la mirada en él, admirándolo. No solo era hermoso; era perfecto. Con los ojos delineó su sexo, el contorno de sus caderas y cintura, pero fueron sus pechos lo primero que tocó. Eran tan suaves, como el resto de su piel. No quería apartar sus manos.
Ralston Burgess- Humano Clase Media
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Re: Someone's gonna get hurt | Privado
Dicen que la pasión se inicia con una pequeña chispa. Una chispa minúscula, casi insignificante, pero que poco a poco va creciendo, tanto en intensidad como el tamaño, tornándose poco a poco en una llamarada, para finalmente convertirse en fuego; un fuego desbocado que se lo lleva todo a su paso. Ella había hecho arder esa chispa, tal había sido la intención de aquel beso, que aunque cargado de dulzura y repleto de timidez, los había acercado a ambos más de lo que nunca lo habían estado. No es algo que hubiera decidido, sin embargo. Si te paras a pensar en cómo provocar esa chispa, lo más probable es que fracases. Así que ella no lo pensó. Su cuerpo se movió por instinto, llevado por la emoción del momento, por las sensaciones que, aquella repentina oportunidad de estar a solas con Ralston, había despertado. Y es que, ¿quién no querría demostrar el amor con un beso? Ya no había motivo por el que ocultarse, ni razón por la que contenerse. Ahora se pertenecían el uno al otro. Y el deseo se evidenció, como respuesta a la chispa, aunque indudablemente de forma más intensa de la que ella había imaginado.
Sonrió mentalmente cuando el hombre la correspondió, dejando que todas las emociones que emanaban del cuerpo ajeno la embargaran, la embriagaran, quedándose parcialmente paralizada, sorprendida, y también maravillada, porque aquella era la primera vez que conocía a ese Ralston. Aquel que, movido por la pequeña y sutil provocación que ella misma había ocasionado, respondió con tal pasión que hizo que la joven se estremeciera de arriba abajo. Sí, ella había hecho surgir la chispa, pero él había terminado incendiándolo todo. Los brazos de la mujer, temblorosos y dubitativos, se desplazaron lentamente, hasta colocarse sobre sus hombros, sus delicadas manos entrelazadas entre las hebras de cabello de su esposo. Y el deseo los fundió a ambos casi inmediatamente, hasta el punto de que no era consciente de lo que pasaba a su alrededor. Ni siquiera se dio cuenta de ser alzada sobre el suelo, ni llevada escaleras arriba... Su mente estaba en blanco, sus ojos, entrecerrados, buceaban en la mirada ajena, como queriendo descubrir todos sus secretos. Todo lo que ese hombre encerraba que ella desconocía, y que pronto le sería desvelado... Jamás en su vida se había sentido de aquella forma, y quizá fuera eso lo que más la sorprendiera. Aquella intensidad nunca la había vivido, y le resultaba tan inesperada como fascinante.
Sólo fue capaz de volver en sí cuando notó que el suelo volvía a estar bajo sus pies, y vio a su espalda el lecho que desde aquella noche ambos compartirían. Su cuerpo se tensó de repente, a causa nuevamente de aquella timidez, pero también debido a la anticipación. Lo único que los separaba ahora eran los ropajes que poco a poco notó deslizarse sobre su piel, cayendo, desvelando lo que había debajo. Su mirada había caído nuevamente al suelo, sus mejillas, encendidas, e instintivamente sus brazos trataron de ocultar su desnudez, únicamente para ser luego delicadamente apartadas por su esposo. Sentía los ojos de Ralston escrutando su cuerpo detenidamente, oleadas de calor la recorrían de arriba abajo. Podía sentirlo, el deseo, podía sentirlo viniendo de él, y naciendo en su mismo interior también. Pero se sentía incapaz de moverse, de reaccionar. Y no lo hizo hasta que las manos de él se posaron sobre sus senos. Dejó que un suspiro se escapara de entre sus labios, un suspiro más parecido a un ruego, y luego ella misma dejó que su diestra se alzara, y se posara con delicadeza sobre el pecho ajeno. El alterado latido de un corazón que palpitaba por su culpa la recibió, y tras morderse el labio inferior, finalmente, alzó el rostro.
Ambas miradas se encontraron, y ella dio un minúsculo paso al frente, buscando nuevamente que sus labios se encontraran, respondiendo de aquella forma al deseo manifestado por su esposo. Después de un largo y sensual beso, Viktóriya dejó que sus labios danzaran por la mejilla ajena, ascendiendo hasta llegar hasta su oído. - Os pertenezco ahora, mi Señor... En cuerpo y alma. -Susurró, mientras la mano que hasta entonces descansaba en el pecho masculino, comenzaba a juguetear con uno de los botones, pícaramente, incitándole a responder. El juego de la seducción, después de todo, es lo que mejor alimenta el fuego que rodea a dos amantes que están el uno frente al otro.
Sonrió mentalmente cuando el hombre la correspondió, dejando que todas las emociones que emanaban del cuerpo ajeno la embargaran, la embriagaran, quedándose parcialmente paralizada, sorprendida, y también maravillada, porque aquella era la primera vez que conocía a ese Ralston. Aquel que, movido por la pequeña y sutil provocación que ella misma había ocasionado, respondió con tal pasión que hizo que la joven se estremeciera de arriba abajo. Sí, ella había hecho surgir la chispa, pero él había terminado incendiándolo todo. Los brazos de la mujer, temblorosos y dubitativos, se desplazaron lentamente, hasta colocarse sobre sus hombros, sus delicadas manos entrelazadas entre las hebras de cabello de su esposo. Y el deseo los fundió a ambos casi inmediatamente, hasta el punto de que no era consciente de lo que pasaba a su alrededor. Ni siquiera se dio cuenta de ser alzada sobre el suelo, ni llevada escaleras arriba... Su mente estaba en blanco, sus ojos, entrecerrados, buceaban en la mirada ajena, como queriendo descubrir todos sus secretos. Todo lo que ese hombre encerraba que ella desconocía, y que pronto le sería desvelado... Jamás en su vida se había sentido de aquella forma, y quizá fuera eso lo que más la sorprendiera. Aquella intensidad nunca la había vivido, y le resultaba tan inesperada como fascinante.
Sólo fue capaz de volver en sí cuando notó que el suelo volvía a estar bajo sus pies, y vio a su espalda el lecho que desde aquella noche ambos compartirían. Su cuerpo se tensó de repente, a causa nuevamente de aquella timidez, pero también debido a la anticipación. Lo único que los separaba ahora eran los ropajes que poco a poco notó deslizarse sobre su piel, cayendo, desvelando lo que había debajo. Su mirada había caído nuevamente al suelo, sus mejillas, encendidas, e instintivamente sus brazos trataron de ocultar su desnudez, únicamente para ser luego delicadamente apartadas por su esposo. Sentía los ojos de Ralston escrutando su cuerpo detenidamente, oleadas de calor la recorrían de arriba abajo. Podía sentirlo, el deseo, podía sentirlo viniendo de él, y naciendo en su mismo interior también. Pero se sentía incapaz de moverse, de reaccionar. Y no lo hizo hasta que las manos de él se posaron sobre sus senos. Dejó que un suspiro se escapara de entre sus labios, un suspiro más parecido a un ruego, y luego ella misma dejó que su diestra se alzara, y se posara con delicadeza sobre el pecho ajeno. El alterado latido de un corazón que palpitaba por su culpa la recibió, y tras morderse el labio inferior, finalmente, alzó el rostro.
Ambas miradas se encontraron, y ella dio un minúsculo paso al frente, buscando nuevamente que sus labios se encontraran, respondiendo de aquella forma al deseo manifestado por su esposo. Después de un largo y sensual beso, Viktóriya dejó que sus labios danzaran por la mejilla ajena, ascendiendo hasta llegar hasta su oído. - Os pertenezco ahora, mi Señor... En cuerpo y alma. -Susurró, mientras la mano que hasta entonces descansaba en el pecho masculino, comenzaba a juguetear con uno de los botones, pícaramente, incitándole a responder. El juego de la seducción, después de todo, es lo que mejor alimenta el fuego que rodea a dos amantes que están el uno frente al otro.
Viktóriya P. von Habsburg- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 07/09/2014
Re: Someone's gonna get hurt | Privado
¿Lograrían entonces una pacífica noche de bodas, libre de insanos pensamientos y oscuros deseos? Por un breve instante, eso parecía. Ralston no dio la impresión de estar teniendo demasiado en cuenta el verdadero motivo por el cual había llegado hasta allí. Es más, parecía haberlo olvidado por completo. Viktóriya, con su belleza y encanto, lo seducía, y él, carente de voluntad, respondía ciegamente a sus incitaciones. Él no era como su hermano, el seductor Wyatt, a quien nunca le faltaba la compañía de una mujer en la cama. A diferencia de él, Ralston llevaba un tiempo alejado de las mujeres, específicamente desde la muerte de su madre. ¿Era por eso que se sentía tan impaciente ahora que se encontraba frente a una? Porque sí, experimentaba un deseo y una urgencia que no recordaba haber sentido antes. Como si temiera que algo ocurriera de pronto y le arrebatara aquella oportunidad. Por ese motivo, sin pronunciar palabra, se apresuró a desnudarse y ya sin ningún impedimento de por medio, o al menos ninguno que fuera visible, condujo a la rubia hacia la cama y suavemente hizo que ésta se tumbara sobre ella.
Se trataba de una mujer que ya había estado casada, y eso le daba una ventaja que agradecía: no tenía que explicarle absolutamente nada. Ella sabía perfectamente lo que pasaría a continuación. Sin más preámbulos, Ralston subió al lecho y con cuidado se acomodó sobre ella. Se detuvo un momento, para observarla. Tenía las mejillas coloreadas, como si aquello le avergonzara. Para tranquilizarla, le besó un hombro y lentamente deslizó sus labios por su cuello, hasta llegar al nacimiento de sus pechos. Ralston se detuvo allí, permitiéndose probar con la boca lo que apenas segundos antes sus manos habían tocado. El aroma de Viktóriya era embriagante y comenzaba a ser adictivo.
Cuando sus bocas volvieron a unirse en un beso, percibió que ambos compartían la misma pasión, y que era muy probable que ella estuviera tan ansiosa y necesitada como él. Eso le dio la pauta para continuar. Hasta ese entonces había sido gentil y cuidadoso con ella, y no fue diferente cuando se situó entre sus piernas y tomó impulso para poseerla. El cuerpo de Viktóriya lo recibió sin la menor dificultad, y cuando estuvo completamente adentro, Ralston emitió un breve jadeo ante la agradable sensación que saturó todos sus sentidos. El pulso se le aceleró y la respiración se volvió entrecortada. Se deslizó hacia atrás y volvió penetrarla, una y otra vez, cogiendo un ritmo acompasado e ideal. Pero, justo cuando Ralston comenzaba a disfrutar de aquella unión, el pasado irrumpió con violencia, colisionando con el presente.
¿Qué estoy haciendo?, se cuestionó en silencio, quedándose inmóvil. Miró a Viktóriya, y como si acabara de despertar de un letargo, al fin pudo reconocerla: era ella, la mujer que había destruido a su familia. Su padre estaba muerto, porque ella lo había llevado a la perdición, ¿y qué hacía él? Jugar al matrimonio feliz con quien debía ver como a su enemiga. En ese momento, la odió más que nunca. Detestó que todo fuera una mentira; sus acciones del pasado, porque tales cosas descartaban por completo cualquier mínima posibilidad de que todo pudiera ser diferente entre ellos dos. Eso, inesperadamente, lo llenó de rabia. Debía memorizar que Viktóriya von Habsburg no era una buena mujer, y como tal, no se merecía ningún tipo de consideración de su parte. No le daría la satisfacción de obtener una noche de bodas perfecta. No podía permitir que aquel momento se convirtiera en un buen recuerdo, debía oscurecerlo, porque para eso se había casado con ella: para castigarla.
Con un movimiento brusco, Ralston tomó impulso y volvió a penetrarla, pero ésta vez con tanta fuerza que casi le pareció escuchar que Viktóriya se quejaba. ¿La estaría lastimando? Eso esperaba, porque era precisamente lo que quería. Qué tonto había sido al tratarla con delicadeza, considerándola, como si fuera una inocente muchacha. Aunque no lo aparentara –porque vaya que era buena interpretando su papel-, no era más que una arpía, una ramera, alguien que sin lugar a dudas carecía de escrúpulos. De pronto, ya no le pareció tan maravillosa como hacía un rato, y lo que en un inicio logró seducirlo, comenzó a provocarle repulsión.
No volvió a besarla. Todo el acto se concentró allí abajo, en sus sexos y las dolorosas embestidas. Ralston parecía otro, algo más parecido a un animal.
Se trataba de una mujer que ya había estado casada, y eso le daba una ventaja que agradecía: no tenía que explicarle absolutamente nada. Ella sabía perfectamente lo que pasaría a continuación. Sin más preámbulos, Ralston subió al lecho y con cuidado se acomodó sobre ella. Se detuvo un momento, para observarla. Tenía las mejillas coloreadas, como si aquello le avergonzara. Para tranquilizarla, le besó un hombro y lentamente deslizó sus labios por su cuello, hasta llegar al nacimiento de sus pechos. Ralston se detuvo allí, permitiéndose probar con la boca lo que apenas segundos antes sus manos habían tocado. El aroma de Viktóriya era embriagante y comenzaba a ser adictivo.
Cuando sus bocas volvieron a unirse en un beso, percibió que ambos compartían la misma pasión, y que era muy probable que ella estuviera tan ansiosa y necesitada como él. Eso le dio la pauta para continuar. Hasta ese entonces había sido gentil y cuidadoso con ella, y no fue diferente cuando se situó entre sus piernas y tomó impulso para poseerla. El cuerpo de Viktóriya lo recibió sin la menor dificultad, y cuando estuvo completamente adentro, Ralston emitió un breve jadeo ante la agradable sensación que saturó todos sus sentidos. El pulso se le aceleró y la respiración se volvió entrecortada. Se deslizó hacia atrás y volvió penetrarla, una y otra vez, cogiendo un ritmo acompasado e ideal. Pero, justo cuando Ralston comenzaba a disfrutar de aquella unión, el pasado irrumpió con violencia, colisionando con el presente.
¿Qué estoy haciendo?, se cuestionó en silencio, quedándose inmóvil. Miró a Viktóriya, y como si acabara de despertar de un letargo, al fin pudo reconocerla: era ella, la mujer que había destruido a su familia. Su padre estaba muerto, porque ella lo había llevado a la perdición, ¿y qué hacía él? Jugar al matrimonio feliz con quien debía ver como a su enemiga. En ese momento, la odió más que nunca. Detestó que todo fuera una mentira; sus acciones del pasado, porque tales cosas descartaban por completo cualquier mínima posibilidad de que todo pudiera ser diferente entre ellos dos. Eso, inesperadamente, lo llenó de rabia. Debía memorizar que Viktóriya von Habsburg no era una buena mujer, y como tal, no se merecía ningún tipo de consideración de su parte. No le daría la satisfacción de obtener una noche de bodas perfecta. No podía permitir que aquel momento se convirtiera en un buen recuerdo, debía oscurecerlo, porque para eso se había casado con ella: para castigarla.
Con un movimiento brusco, Ralston tomó impulso y volvió a penetrarla, pero ésta vez con tanta fuerza que casi le pareció escuchar que Viktóriya se quejaba. ¿La estaría lastimando? Eso esperaba, porque era precisamente lo que quería. Qué tonto había sido al tratarla con delicadeza, considerándola, como si fuera una inocente muchacha. Aunque no lo aparentara –porque vaya que era buena interpretando su papel-, no era más que una arpía, una ramera, alguien que sin lugar a dudas carecía de escrúpulos. De pronto, ya no le pareció tan maravillosa como hacía un rato, y lo que en un inicio logró seducirlo, comenzó a provocarle repulsión.
No volvió a besarla. Todo el acto se concentró allí abajo, en sus sexos y las dolorosas embestidas. Ralston parecía otro, algo más parecido a un animal.
Ralston Burgess- Humano Clase Media
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Re: Someone's gonna get hurt | Privado
A medida que aquellos dedos, firmes pero gentiles, iban paseándose por su piel, tomándose su tiempo, el cuerpo de la joven se fue arqueando, abriéndose como una flor ante los rayos de Sol procedentes del alba matutina. Tan dulce. Tan cálido. Aquel calor, que iba transmitiéndose de un cuerpo al otro, algo de lo que ya se había olvidado. Algo que no había vuelto a buscar en su día a día, sin lo que se había acostumbrado a vivir, y que ahora deseaba con todo su cuerpo y alma. El hecho de que alguien tan maravilloso como Ralston no sólo la aceptara, sino que también la quisiera y deseara, la hacía sentir viva, dichosa. Plena. Bella. En los instantes que se sucedieron desde que la desnudez de ambos se hiciera patente, hasta que el cuerpo de su esposo la presionara sensualmente contra el lecho, su propio deseo comenzó a arder con aún más intensidad. Aquellos labios que recorrían su anatomía eran suyos. Aquellos brazos fuertes que la sostenían, sin dejarla escapar de su agarre, le pertenecían. Aquel hombre que había jurado compartir su vida con ella, era dueño de su cuerpo, de su alma, y viceversa. ¿Había alguna otra forma de describir la felicidad que no fuera esa? Ella lo dudaba.
Sus cuerpos se unieron finalmente, y por primera vez en mucho, mucho tiempo, el vacío que a veces se hacía presente en su interior, desapareció por completo. ¿Acaso era eso lo que había sentido en el pasado? El acto de hacer el amor, en sí mismo, nunca le había resultado nada más allá que un intercambio mutuo de fluidos y emociones a flor de piel. Algo que carecía de sentido si no era con la persona ideal, con la persona a la que amabas. Quizá por eso ahora se sentía de aquel modo. El cosquilleo en su estómago, aquella dulce e intensa presión en el pecho, la agradable sensación de que la persona más importante en su mundo se encontraba en uno dentro de sí misma. Dejó que sus manos recorrieran delicadamente el cuerpo ajeno con cada embestida. Quería saborear aquel momento, recordar cada lunar, cada músculo, cada aspecto que lo hacía distintivo a cualquier otro. Buscó sus labios con avidez, desesperada por decir todo aquello que se quedaba entrecortado por sus dulces gemidos. Ella, que nunca había sido ruidosa, ahora apenas podía mantener el aliento. La intensidad de Ralston, sin duda, la había pillado por sorpresa.
Sin embargo, a pesar de lo hermoso del inicio, y de lo mucho que ambos parecían estar encendidos por el otro, el semblante de su esposo fue cambiando lentamente, captando su atención. El ceño de la joven se frunció, un tanto confusa. ¿Que podía estar causando que ahora, más que reflejar deseo, los ojos de su amado reflejaran rabia? - ¿Ralston? ¿T-te encuentras... bien? -Murmuró, antes de comenzar a moverse bajo él, intentando separarse. Si algo le incomodaba, deseaba que se detuviese. Pero en lugar de parar, el ritmo comenzó a ser cada vez más acelerado, haciendo difícil que pudiera zafarse. ¿Qué demonios pasaba? El hombre ni siquiera parecía estar centrado en ella, de hecho, no le estaba prestando ninguna atención. Había dejado de besarla, de tocarla, y sobre todo, de escucharla. Durante varios minutos Viktóriya había estado repitiendo que se detuviera: no sólo la ignoró, sino que siguió aumentando la fuerza de sus embestidas. Aquello ya no era agradable, hacía mucho que había empezado a ser doloroso.
- R-Rals...ton... ¡Para! ¡D-detente por favor! -Suplicó con lágrimas en los ojos, lágrimas que ya no eran fruto del disfrute mutuo, sino del pánico. No reconocía a la persona que estaba frente a ella, ignorándola y sólo prestando atención a su propia satisfacción. El siempre gentil, galante y benevolente Ralston no era capaz de algo como aquello. Cada vez que él se movía en su interior, dolía, como si la estuvieran rasgando desde adentro. El calor en su estómago que antes era agradable ahora era punzante, molesto, y sus gemidos se convirtieron en sollozos, en respiración rasgada, y en dos palabras que repetía continuamente, como si se hallara en trance. "Por favor". "Por favor". "Por favor..." Palabras a las que nadie respondía. Sus uñas se hundieron en los antebrazos ajenos, debido a sus intentos por alejarse, pero cada vez que retrocedía ella, él avanzaba. Y el miedo y la confusión se hacían también más y más intensos.
No supo cuánto tiempo había pasado, hasta que todo se hizo negro y el dolor y las dudas se esfumaron a medida que lo hacía su consciencia.
Sus cuerpos se unieron finalmente, y por primera vez en mucho, mucho tiempo, el vacío que a veces se hacía presente en su interior, desapareció por completo. ¿Acaso era eso lo que había sentido en el pasado? El acto de hacer el amor, en sí mismo, nunca le había resultado nada más allá que un intercambio mutuo de fluidos y emociones a flor de piel. Algo que carecía de sentido si no era con la persona ideal, con la persona a la que amabas. Quizá por eso ahora se sentía de aquel modo. El cosquilleo en su estómago, aquella dulce e intensa presión en el pecho, la agradable sensación de que la persona más importante en su mundo se encontraba en uno dentro de sí misma. Dejó que sus manos recorrieran delicadamente el cuerpo ajeno con cada embestida. Quería saborear aquel momento, recordar cada lunar, cada músculo, cada aspecto que lo hacía distintivo a cualquier otro. Buscó sus labios con avidez, desesperada por decir todo aquello que se quedaba entrecortado por sus dulces gemidos. Ella, que nunca había sido ruidosa, ahora apenas podía mantener el aliento. La intensidad de Ralston, sin duda, la había pillado por sorpresa.
Sin embargo, a pesar de lo hermoso del inicio, y de lo mucho que ambos parecían estar encendidos por el otro, el semblante de su esposo fue cambiando lentamente, captando su atención. El ceño de la joven se frunció, un tanto confusa. ¿Que podía estar causando que ahora, más que reflejar deseo, los ojos de su amado reflejaran rabia? - ¿Ralston? ¿T-te encuentras... bien? -Murmuró, antes de comenzar a moverse bajo él, intentando separarse. Si algo le incomodaba, deseaba que se detuviese. Pero en lugar de parar, el ritmo comenzó a ser cada vez más acelerado, haciendo difícil que pudiera zafarse. ¿Qué demonios pasaba? El hombre ni siquiera parecía estar centrado en ella, de hecho, no le estaba prestando ninguna atención. Había dejado de besarla, de tocarla, y sobre todo, de escucharla. Durante varios minutos Viktóriya había estado repitiendo que se detuviera: no sólo la ignoró, sino que siguió aumentando la fuerza de sus embestidas. Aquello ya no era agradable, hacía mucho que había empezado a ser doloroso.
- R-Rals...ton... ¡Para! ¡D-detente por favor! -Suplicó con lágrimas en los ojos, lágrimas que ya no eran fruto del disfrute mutuo, sino del pánico. No reconocía a la persona que estaba frente a ella, ignorándola y sólo prestando atención a su propia satisfacción. El siempre gentil, galante y benevolente Ralston no era capaz de algo como aquello. Cada vez que él se movía en su interior, dolía, como si la estuvieran rasgando desde adentro. El calor en su estómago que antes era agradable ahora era punzante, molesto, y sus gemidos se convirtieron en sollozos, en respiración rasgada, y en dos palabras que repetía continuamente, como si se hallara en trance. "Por favor". "Por favor". "Por favor..." Palabras a las que nadie respondía. Sus uñas se hundieron en los antebrazos ajenos, debido a sus intentos por alejarse, pero cada vez que retrocedía ella, él avanzaba. Y el miedo y la confusión se hacían también más y más intensos.
No supo cuánto tiempo había pasado, hasta que todo se hizo negro y el dolor y las dudas se esfumaron a medida que lo hacía su consciencia.
Viktóriya P. von Habsburg- Humano Clase Alta
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Re: Someone's gonna get hurt | Privado
El súbito cambio en la actitud de su esposo debió ser de lo más desconcertante para Viktóriya, quien no tardó en hacer evidente que el acto sexual que tan bien había empezado ya no le provocaba ningún placer, sólo dolor y mucho miedo. Y es que bastaba verle la cara a Ralston: parecía otro, como si un demonio hubiese irrumpido de pronto en la habitación, tomado posesión de su cuerpo y le obligase a actuar de aquella manera. Se movía dentro de ella con brutalidad, impulsándose cada vez con más fuerza. La mandíbula la mantenía apretada y su respiración era tan pesada, tan acelerada, que jadeaba como un toro. Puestos en ella tenía sus ojos, pero no la observaba; éstos le brillaban con furia, coléricos, denotando que, sin duda, algo turbio bullía en su interior. Eran las memorias, los malditos recuerdos que tanto lo atormentaban. Su mente se vio invadida de ellos, de pensamientos oscuros, de deseos de venganza.
Aterrada, la rubia le pidió que se detuviera, pero el hombre no dio señas de haberla escuchado. Ella optó por suplicárselo entonces, implorando una y otra vez, desesperada. Ralston, que realmente parecía extraviado en otro mundo, volvió a ignorarla y continuó sin mostrarle piedad, embistiéndola de aquella manera violenta, casi frenética, utilizando su miembro como un arma, hasta hacerla gimotear de puro dolor. Hubo un momento en el que la muchacha comenzó a luchar y retorciéndose trató de levantarse, pero lo único que consiguió fue liberar una mano. Con ella lo arañó y él gruñó, pero ni eso lo hizo detenerse. Más enfadado que nunca, hundió los dedos en la suave carne de sus brazos y con brusquedad los colocó a los lados del cuerpo femenino, a la altura de la rubia cabeza, aferrando así a la mujer a la cama, quedando ésta totalmente inmovilizada. Ralston, un hombre musculoso de hombros anchos y pecho poderoso, era infinitamente más fuerte que ella. Viktóriya se veía tan pequeña e indefensa debajo de él; era como tener encima una enorme roca. Jamás ganaría esa batalla.
Lo que estaba haciendo era vergonzoso, horrible, un acto inhumano, pero Ralston, que no buscaba placer en aquello sino exorcizar las voces en su cabeza, eso que tanto lo atormentaba, no pensó con claridad. En ese instante no tenía conciencia de lo que hacía, actuaba de manera irracional, incapaz de pensar en las consecuencias. Inconscientemente aceleró el ritmo, cerró los ojos y, manteniéndolos fuertemente apretados, casi en contra de su voluntad y en medio de un gutural sonido que provino desde lo más hondo de sus entrañas, increíblemente llegó al clímax y derramó su semilla dentro de ella. Fue el orgasmo más amargo de toda su vida, y se tornó aún peor cuando de golpe abrió los ojos, reaccionó y se dio cuenta de que Viktóriya yacía inmóvil.
Alarmado, rápidamente se apartó de ella y se quedó allí, de pie ante el lecho, tragando saliva, intentando recuperar el aliento, mientras miraba como un estúpido y se preguntaba internamente –y con algo de temor- si acaso la había matado. No, no era posible. Se auto convenció de que sólo se encontraba desmayada, aunque eso no lo hacía menos terrible. Sintiéndose incapaz de seguir un segundo más allí, cogió su ropa del suelo y poniéndose solamente el pantalón, se dio media vuelta dispuesto a salir huyendo cuanto antes, pero se detuvo antes de girar el pomo. La miró otra vez por encima del hombro. Estaba allí, tan pequeña, tan indefensa, ¿cómo podía ser tan cruel? No lo aguantó. Tuvo que darse valor, recordándose una vez más el porqué sólo podía sentir desprecio por ella. Al salir de la habitación, se llevó un sobresalto en el pasillo al ver que alguien permanecía entre las sombras. Era Serafina, su única sirvienta, que tenía una cara de espanto incapaz de disimular. Al ver a su patrón semidesnudo, alzó la mano y se la llevó rápidamente a la boca. No hacía falta preguntarle lo que era obvio: ella se había dado cuenta. Posiblemente había llegado hasta allí atraída por los gritos de Viktóriya.
Ralston sintió mucha vergüenza, asco de sí mismo, y de pronto tuvo el impulso de pedirle a la criada que fuera con ella para cerciorarse de que estuviera bien, que la ayudara, pero tuvo que tragarse sus palabras y simplemente desapareció. Se encerró en otra de las habitaciones, sacó una botella de vino que estaba prácticamente comenzada, y bebió de ella hasta que fue capaz de olvidar el poco hombre en el que se había convertido esa noche.
Aterrada, la rubia le pidió que se detuviera, pero el hombre no dio señas de haberla escuchado. Ella optó por suplicárselo entonces, implorando una y otra vez, desesperada. Ralston, que realmente parecía extraviado en otro mundo, volvió a ignorarla y continuó sin mostrarle piedad, embistiéndola de aquella manera violenta, casi frenética, utilizando su miembro como un arma, hasta hacerla gimotear de puro dolor. Hubo un momento en el que la muchacha comenzó a luchar y retorciéndose trató de levantarse, pero lo único que consiguió fue liberar una mano. Con ella lo arañó y él gruñó, pero ni eso lo hizo detenerse. Más enfadado que nunca, hundió los dedos en la suave carne de sus brazos y con brusquedad los colocó a los lados del cuerpo femenino, a la altura de la rubia cabeza, aferrando así a la mujer a la cama, quedando ésta totalmente inmovilizada. Ralston, un hombre musculoso de hombros anchos y pecho poderoso, era infinitamente más fuerte que ella. Viktóriya se veía tan pequeña e indefensa debajo de él; era como tener encima una enorme roca. Jamás ganaría esa batalla.
Lo que estaba haciendo era vergonzoso, horrible, un acto inhumano, pero Ralston, que no buscaba placer en aquello sino exorcizar las voces en su cabeza, eso que tanto lo atormentaba, no pensó con claridad. En ese instante no tenía conciencia de lo que hacía, actuaba de manera irracional, incapaz de pensar en las consecuencias. Inconscientemente aceleró el ritmo, cerró los ojos y, manteniéndolos fuertemente apretados, casi en contra de su voluntad y en medio de un gutural sonido que provino desde lo más hondo de sus entrañas, increíblemente llegó al clímax y derramó su semilla dentro de ella. Fue el orgasmo más amargo de toda su vida, y se tornó aún peor cuando de golpe abrió los ojos, reaccionó y se dio cuenta de que Viktóriya yacía inmóvil.
Alarmado, rápidamente se apartó de ella y se quedó allí, de pie ante el lecho, tragando saliva, intentando recuperar el aliento, mientras miraba como un estúpido y se preguntaba internamente –y con algo de temor- si acaso la había matado. No, no era posible. Se auto convenció de que sólo se encontraba desmayada, aunque eso no lo hacía menos terrible. Sintiéndose incapaz de seguir un segundo más allí, cogió su ropa del suelo y poniéndose solamente el pantalón, se dio media vuelta dispuesto a salir huyendo cuanto antes, pero se detuvo antes de girar el pomo. La miró otra vez por encima del hombro. Estaba allí, tan pequeña, tan indefensa, ¿cómo podía ser tan cruel? No lo aguantó. Tuvo que darse valor, recordándose una vez más el porqué sólo podía sentir desprecio por ella. Al salir de la habitación, se llevó un sobresalto en el pasillo al ver que alguien permanecía entre las sombras. Era Serafina, su única sirvienta, que tenía una cara de espanto incapaz de disimular. Al ver a su patrón semidesnudo, alzó la mano y se la llevó rápidamente a la boca. No hacía falta preguntarle lo que era obvio: ella se había dado cuenta. Posiblemente había llegado hasta allí atraída por los gritos de Viktóriya.
Ralston sintió mucha vergüenza, asco de sí mismo, y de pronto tuvo el impulso de pedirle a la criada que fuera con ella para cerciorarse de que estuviera bien, que la ayudara, pero tuvo que tragarse sus palabras y simplemente desapareció. Se encerró en otra de las habitaciones, sacó una botella de vino que estaba prácticamente comenzada, y bebió de ella hasta que fue capaz de olvidar el poco hombre en el que se había convertido esa noche.
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Ralston Burgess- Humano Clase Media
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