AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Secret Garden || Privado
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Secret Garden || Privado
“Arriba en la aireada montaña,
Abajo en la sombría cañada,
Nos desafiamos a la caza
Por temor a la pequeña gente,
Diminuta gente, buena gente,
Marchando unidos, diligentes,
¡Chaquetas verdes, gorros rojos
Y blancas plumas relucientes!”
—The fairies, William Allingham.
Abajo en la sombría cañada,
Nos desafiamos a la caza
Por temor a la pequeña gente,
Diminuta gente, buena gente,
Marchando unidos, diligentes,
¡Chaquetas verdes, gorros rojos
Y blancas plumas relucientes!”
—The fairies, William Allingham.
¿Quién dijo que los problemas eran malos? Obviamente alguien con el que Loreena no se la llevaría nada bien. Ella era feliz metiéndose en líos, pues tenía un espíritu demasiado aventurero para su edad. Se supone que en esa época, las señoritas se ocupaban aprendiendo modales y comprometiéndose. Menos Loreena Mckennitt, ella no era así. Odiaba los vestidos, las etiquetas y las aburridas fiestas. Prefería estar metida en el bosque o en las zonas aledañas a la ciudad, no dando paseos precisamente. Aprender magia elemental la hacía querer explorar más allá de lo que la rodeaba. Poner en práctica el uso de aquellos conocimientos era demasiado bueno para la pelirroja, descendiente de druidas e irlandesa de corazón. Una vez más se había internado en el bosque, curioseando alguno que otro encantamiento, haciéndose amiga de… ¿Espíritus elementales? Pues sí, la joven bruja poco se relacionaba con humanos. Según ella “le daban piquiña”. Y es que su empatía tampoco se lo permitía, desconfiaba de las emociones de otros y si eran muy negativas, pues prefería alejarse. De en cambio aquellos seres siempre le ofrecían su sincera amistad y se acercaban a ella animados por la energía desbordante que emanaba. La bruja canturreaba algunas melodías de la vieja Irlanda, mientras movía su cabeza de un lado a otro, alborotando más sus rojizos y rebeldes cabellos. Loreena vestía como muchacho, siempre encontrando más cómodas las prendas masculinas. Estar correteando de un lugar a otro con un ataviado vestido podía resultar algo verdaderamente frustrante para ella.
El viejo bosque le daba la bienvenida, mostrándole el más hermoso paisaje a plena luz del día, aquel cantaba en su idioma natural y le refugiaba bajo las elevadas copas de los árboles, por donde se colaban los alegres rayos del sol. Era un día perfecto para ir a dar un poco común paseo. La ciudad le aburría enormemente y aunque esta vez no estuviera en compañía de alguno de sus amigos cambiantes, se sentía acompañada. Sí, por su séquito de extraños fantasmas. Casi iban marchando tras ella, siguiendo el ritmo de sus recitaciones. Ya hasta les había perdido fobia a los insectos y cuando una pequeña mariposa monarca se le acercó al rostro, sólo se detuvo dejando que esta reposara en su nariz.
—Oh miren, tengo complejo de… de… ¡Flor! —Largó un fuerte estornudo—. Casi olvido que soy alérgica a sus polvorientas alas o es que soy una flor parlanchina y escandalosa.
Loreena se sacudió la nariz mientras sonreía, la mariposa volaba a su alrededor a pesar de que aquel sonido causado por la bruja pudo haberla ahuyentado. Entonces siguió su marcha ansiando llegar a su lugar favorito de todo el paraje, el riachuelo. Solía sentarse en las rocas a reposar y a leer; esa vez no era muy distinto. Llevaba un bolso lleno de libros viejos, uno que otro escrito en galo y los demás en su idioma natal. Durante el camino recogía alguna que otra seca que llamara su atención y la guardaba en el bolsillo del levita que cargaba puesto. Ignoraba que aparte de sus espectros, alguien más la siguiera y si era así, pues en que problema se había metido aquel. Ella mientras estuviera en su ambiente estaba más que protegida y no tenía porque preocuparse. Animada por el sonido del agua, que parecía estar cada vez más cerca, apresuró el paso y al encontrarse frente a su amado y siempre preferido lugar, abrió sus brazos y respiró profundamente, aspirando el olor a tierra húmeda mezclado con aquel que era propio de la arboleda circúndate y del moho de las rocas. Tiró su bolso a un lado y fue exclusivamente a una roca de gran tamaño ubicada justo en el medio del riachuelo.
—En Irlanda se decía que había gente diminuta que vivían en los troncos de los árboles y en las rocas… Disculpe gente que vive en esta roca, pero su casa es cómoda. Aunque realmente dudo que viva gente debajo del agua, al menos que sean “atlantidianos” —comentó Loreena a sus espíritus, quienes se habían esfumado de un momento a otro, custodiando el lugar—. Oigan, no sean maleducados, déjenme contarles una historia hermosa y colorida… Y luego se andan quejando porque prefiero al gato gordo. Él si me escucha y me presta atención y esas cosas dramáticas que se dicen los recién casados. Conste que no quiero quejas de que no les cuento nada.
Cualquiera que la escuchase pensaría que estaba loca, quizás un poco. Pero lo cierto es que Loreena si le hablaba a aquellos espectros que la escuchaban atentamente, pero era más su deber de cuidarla que no prestaron demasiado atención y continuaron con su vigilia, llamando la atención de aquellos que habitaban en el bosque y que intuían la presencia de la hechicera, quien reposaba cómodamente en su roca, deseando no ser interrumpida por nadie.
Loreena Mckennitt- Hechicero Clase Alta
- Mensajes : 609
Fecha de inscripción : 17/06/2013
Localización : Por aquí, por allá... Por ajullá.
Re: Secret Garden || Privado
Iba a matarlo. ¡Ahora sí que lo haría! Su hermano y cuñada podrían tener otro niño en unos diez o veinte años. Una vez aceptaran la idea de que Maximus había pasado a una mejor vida, seguramente hasta se lo agradecerían. El elfo daba muchísimos problemas. Se escapaba por las noches, no hacía los deberes y era más listo que él. Eso último, por sí solo, debía ser motivo suficiente para que caminara directito a la horca. El muy infeliz, había robado todos sus brillantes tesoros. No. En realidad, no los había ‘robado’, había dicho el sabihondo. “Los había movido a un lugar más seguro.” ¡Más seguro y un cuerno! Esa sonrisa de no mato ni a una mosca, no lo engañaba. A él, no. Sonnenschein, había dado luz a un demonio. Pero por supuesto, ¿qué podía esperarse de una bruja? La mujer había hechizado a su hermano y el muy idiota había caído enamorado. No conforme, lo habían estado haciendo como conejos, como si el fin del mundo los hubiese alcanzado y necesitasen repoblar el planeta. Calló, con un gruñido, la vocecita en su cabeza que le decía que había sido él, quien había malcriado a su sobrino. Maximus siempre se las arreglaba para salir bien varado de sus travesuras. El condenado elfo, sabía a quién hacerle sus maldades. Si no fuese porque hacía un par de noches, el crío había quedado atrapado en las catacumbas, lo habría acusado de hurtarle. Para Max, la culpa de que quedara encerrado en ese oscuro, feo y maloliente lugar, era suya. “Si no quieres que le diga a mamá, juguemos a los piratas.” No era que le tuviera miedo a una bruja. ¡Eso jamás! Solo le tenía respeto. Era ella quien preparaba las deliciosas comidas y su estómago y paladar, le estaban agradecido. Un hombre debía saber cuándo luchar sus batallas. De modo que allí estaba, en las entrañas del bosque, “buscando el tesoro perdido”. Arrugó la hoja que Max le había dado por millonésima vez, solo para desarrugarla un segundo después.
Inhala, exhala. Inhala, exhala. Inhala, gruñe. Inhala, maldice. Ah, eso estaba mucho mejor. Se bajó del árbol, tomando su forma humana de nuevo. Se puso los pantalones, la única prenda que le gustaba utilizar debido a que mucha ropa era asfixiante. Además, casi siempre andaba huyendo, mejor no dejar mucha evidencia atrás. Desde su posición, había visto el riachuelo. Tal vez, nadar un poco le haría bien a su mente. Seguramente, eso le relajaría y quizás entonces, podría entender qué diablos era ese mapa. Definitivamente, Maximus no era un niño prodigio en el arte. Sus obras no iban a exhibirse jamás en un museo. Sus letras tampoco eran entendibles, le parecían puros garabatos. ¿Tenía algo que ver que era analfabeta? El pequeño estaba aprendiendo a escribir y leer, obligado por su madre. “Así no terminarás como tu tío,” decía la bruja sonriente, aunque eso era ofensivo. Pero le entendía, estaba celosa porque no era un cambiante. Todo mundo sabía que su especie era la más codiciada. Ellos nacían, no se convertían. Chúpate esa, chupasangre. Estaba bajándose los pantalones cuando la vio. Una inofensiva y muy roja bruja. ¿Por qué el mundo conspiraba en su contra? ¡¿Por qué?! Las de su tipo parecían seguirlo como imanes. ¡Demonios! Sabía que era atractivo y todo eso, pero no estaba disponible en el mercado. A diferencia de su gemelo, no tenía ninguna intención de caer bajo el influjo de alguna de ellas. Además, la pelirroja parecía estar cucú. No lo había visto, pero hablaba con el aire. Mejor que siguiera en lo suyo, él disfrutaría del agua, como si la fémina no existiera. Excepto que, a último segundo, se le ocurrió una grandiosa idea. ¿Sabría leer? – Hey, ¡tú! Sí, ¡tú! – Forzó una sonrisa en su boca mientras se acercaba. – No, no quiero hablar con tus amiguitos imaginarios. – Le puso frente al rostro, la hoja toda arrugada. – ¿Puedes leer esto para mí? –
Inhala, exhala. Inhala, exhala. Inhala, gruñe. Inhala, maldice. Ah, eso estaba mucho mejor. Se bajó del árbol, tomando su forma humana de nuevo. Se puso los pantalones, la única prenda que le gustaba utilizar debido a que mucha ropa era asfixiante. Además, casi siempre andaba huyendo, mejor no dejar mucha evidencia atrás. Desde su posición, había visto el riachuelo. Tal vez, nadar un poco le haría bien a su mente. Seguramente, eso le relajaría y quizás entonces, podría entender qué diablos era ese mapa. Definitivamente, Maximus no era un niño prodigio en el arte. Sus obras no iban a exhibirse jamás en un museo. Sus letras tampoco eran entendibles, le parecían puros garabatos. ¿Tenía algo que ver que era analfabeta? El pequeño estaba aprendiendo a escribir y leer, obligado por su madre. “Así no terminarás como tu tío,” decía la bruja sonriente, aunque eso era ofensivo. Pero le entendía, estaba celosa porque no era un cambiante. Todo mundo sabía que su especie era la más codiciada. Ellos nacían, no se convertían. Chúpate esa, chupasangre. Estaba bajándose los pantalones cuando la vio. Una inofensiva y muy roja bruja. ¿Por qué el mundo conspiraba en su contra? ¡¿Por qué?! Las de su tipo parecían seguirlo como imanes. ¡Demonios! Sabía que era atractivo y todo eso, pero no estaba disponible en el mercado. A diferencia de su gemelo, no tenía ninguna intención de caer bajo el influjo de alguna de ellas. Además, la pelirroja parecía estar cucú. No lo había visto, pero hablaba con el aire. Mejor que siguiera en lo suyo, él disfrutaría del agua, como si la fémina no existiera. Excepto que, a último segundo, se le ocurrió una grandiosa idea. ¿Sabría leer? – Hey, ¡tú! Sí, ¡tú! – Forzó una sonrisa en su boca mientras se acercaba. – No, no quiero hablar con tus amiguitos imaginarios. – Le puso frente al rostro, la hoja toda arrugada. – ¿Puedes leer esto para mí? –
Julius/Maximus Gaffigan- Cambiante Clase Baja
- Mensajes : 95
Fecha de inscripción : 07/12/2010
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Re: Secret Garden || Privado
“¿Cómo podía reparar mi error? ¿Se pueden decir misas por el descanso de almas que, en noches como ésta, están lejos, «por espíritus que son llevados de acá para allá por vientos caprichosos», y que aparecen en la tormenta y la oscuridad con signos y presagios que sugieren recuerdos y augurios de condenación?”
—Ambrose Bierce.
—Ambrose Bierce.
El séquito de espíritus divagaba de un lado a otro, sólo Loreena era capaz de ver a aquellos espectros, pues siendo liderados por la terrible Morrigan y con la misión de cuidar a sus descendientes, sólo se mostraban cuando querían, siendo los únicos capaces de verlos los que pertenecían al linaje de la antigua hechicera gala. Sus formas eran atemorizantes, lucían cráneos de animales en su pecho y algunas plumas negras adornaban sus cabellos. Pero a la bruja eso no le asustaba, al menos vestían con ropas más cómodas que aquellos horrorosos vestidos que debían usar las mujeres en aquella época. Loreena estaba acostumbrada a ellos y eran mejor compañía que la misma gente viva con la que tenía que lidiar cuando vivía con su tía Amalur en Irlanda. Era intolerante a tanta hipocresía junta. Vivir en París junto con su abuelo era realmente bueno. Había aprendido de tantas cosas en el tiempo en que llevaba en aquella ciudad, que aunque extrañara su tierra natal, regresar no estaba entre sus planes. El lenguaje natural de aquel bosque era enigmático como si se tratara de lenguas tan antiguas como el planeta mismo. Y efectivamente así era. Aquellos susurros provenían de los silfos.
—Shhh… La gente decente intenta dormir, quise decir, leer —le reclamó la bruja a aquellos que hablaban a sus oídos. Le advertían de presencias ajenas y no era precisamente la de los espectros—. Hmmm, entonces nos pondremos cacerolas en la cabeza y usaremos una paleta como espada, será la cosa más divertida del mundo mundial.
Loreena continuaba concentrada en su libro mientras las energías de la naturaleza la rodeaban con una danza invisible ante los ojos de cualquier ser común. La lectura estaba demasiado interesante como para prestarle atención a sus fantasmas, que ya se habían colocado a sus espaldas, como temibles vigilantes. La pelirroja los observó de reojo y negó al momento en que liberaba un inevitable suspiro “la muerte los vuelve más paranoicos” pensó al pasar a la siguiente página. Las historias que narraban los druidas en sus tratados eran realmente interesantes, pero recordar a Morrigan le erizaba la piel, aquella realmente la asustaba. Trató de obviarla de sus pensamientos y siguió con su placida lectura, tratando de apaciguar a la vez la inquietud de su séquito de fantasmas y la de los espíritus elementales que buscaban de refugiarse de “algo” más. Loreena frunció el ceño y al ver a sus costados, cerró el libro de inmediato, ya estaba perdiendo la paciencia por la repentina actitud de éstos.
—A ver, ¿Y ahora qué? ¿Es que acaso les cuesta dejarme leer en paz? Al menos el gato gordo si me permite leer en paz. No sean…—Sus labios se cerraron al notar un papel frente a su rostro.
Aquel muchacho había interrumpido su lectura y no sólo eso, también causó una gran intranquilidad en el impasible entorno. La hechicera enarcó una ceja al escuchar sus palabras y estaba más centrada en su aura que en lo que decía el demacrado papel que estaba ante sus ojos. Aquellos colores le eran familiares, ¡Un cambiante! Lo había deducido con facilidad, pues convivía con dos de éstos. Loreena no pudo evitar esbozar una sonrisa burlona “amigos imaginarios… Claro, sobretodo eso”. Si ese cambiante supiera de lo que sus “amiguitos imaginarios” eran capaces, no se hubiera referido a aquellos con esa altanería. Las energías de los espectros se volvió un tanto agresiva y la pelirroja sabía que sus miradas vacías se clavaban en la figura masculina como queriendo traspasarle. Negó con un deje de fastidio y manoteó el papel arrugándolo en su propia mano. Observó desafiante al cambiapieles.
— ¿Y acaso me ves cara de traductora personal, eh? Aparte… Deberías cuidar tus palabras. Yo no me hubiera referido a ellos de esa manera —Loreena negó con una sonrisa maliciosa. Su advertencia fue clara.
Los espíritus se alzaron en el aire volviéndose hacia el cambiante con intenciones de darle una pequeña lección. Loreena se quedó tranquila observando la escena. Si que se iba a reír de aquello. Aquellos espectros atraparon la figura del muchacho con sus lánguidos brazos y otros más le tomaron desde los tobillos empujándolo hasta hacerlo caer en el agua. Querían ahogarlo. Fastidiaron al cambiante hasta mostrarse ante sus ojos. Loreena se sorprendió, pues pocas veces esos espíritus tomaban su incorporeidad ante algún extraño. Pero qué diablos, era una escena bastante divertida. Seguro la reacción ajena al ver a aquellos pálidos y derruidos rostros iban a causarle pesadillas.
—Y luego no digas que no te lo advertí... Oh, espera. Falta el más grandote de todos. Se llama Teutates, en su tiempo eran un gran guerrero y también un excelente nigromante. Murió en combate y siempre se le ve llevando una gran hacha. Fue ascendido a dios dentro del panteón celta y justo está a mis espaldas, quiere conocerte —mencionó Loreena con evidente ironía, señalando al fornido espectro detrás de ella. Aquel se abalanzó encima del cambiante queriendo atravesarlo con su arma, pero antes de que el objeto pudiera rozar la piel del muchacho, Loreena lo detuvo—. Uimh!
La criatura se desvaneció frente a sus ojos, siguiendo las indicaciones de la bruja, quien murmuraba algunas palabras en galo antiguo. Sin embargo, los otros fantasmas sostenían el cuerpo del cambiante sin intenciones de soltarlo, al menos que la chica se los ordenara. Cosa que Loreena no iba a ordenarles todavía. Exhaló al saber que Teutates se había esfumado y observó al joven, volviendo a abrir la hoja de papel que le había quitado. Hizo una mueca al ver aquellos garabatos, no entendía nada.
— ¿Y qué se supone que es esto? ¿Ni tú mismo eres capaz de descifrar lo que escribes? Ah por favor, aparte de altanero, bruto…
Loreena Mckennitt- Hechicero Clase Alta
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