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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Francine Capet Miér Jun 10, 2015 1:22 am

En todo caso había un solo túnel, oscuro y solitario: el mío, el túnel en el que había transcurrido mi infancia, mi juventud, toda mi vida.
Ernesto Sábato

Luchar contra sí misma. A eso se había resumido la vida de Francine, a la que cada minuto de abstinencia le parecía una eternidad. Debía batallar contra el temblor de su cuerpo, contra el deseo de ingerir cualquier bebida alcohólica que cruzase ante sus ojos. Se sorprendía de su propia fortaleza; quizá el no querer humillarse ante la presencia de Narcisse la llevaba a aquel padecimiento que día a día se volvía más insoportable. Se instaba a no flaquear y el estoicismo del que hacía gala le hinchaba el pecho de algo parecido al orgullo. Para su espíritu alicaído, semejante prueba, era un aliciente, y era esa pequeña llama de dignidad encendida en su autoestima, a la que se aferraba como un náufrago. Sabía que era difícil, pero se estaba demostrando que no imposible. Además, la constante presencia de su hermana mayor le daba una seguridad que no había sentido en mucho tiempo. Claro, Narcisse era una roca, fuerte y altiva, todo su cuerpo era exuberante en consonancia con su personalidad arrasadora, y Francine se contagiaba de los aires de su también superior. Ella había sido así, se había llevado el mundo por delante, pero el mundo la había pasado por encima, aplastándola, y allí estaba, intentando recoger los pedazos de su maltrecho destino. La mayoría de las veces, flaqueaba y terminaba presa de su vicio, las menos, como aquella oportunidad, se enfrentaba a sí misma.

De hecho, lo que le había insuflado valor, había sido conseguir una información tan valiosa que había precipitado el viaje de las hermanas Capet al Vaticano. No había sido adrede, sin embargo, había terminado tropezando con las llaves de un compartimiento secreto que ocultaba archivos clasificados que sus padres habían depositado en la sede del Santo Oficio. En una de las visitas que Francine hacía a su antigua casa repleta de fantasmas y recuerdos tan alegres que le partían el corazón, se había encontrado con el cofre que contenía indicaciones y la tan preciada pieza. No sabía con qué se encontrarían, pero si entre la documentación que ellas tenían y la que había en la dependencia francesa de la Inquisición no había más que aquella carpeta que Narcisse tenía repleta de información, seguramente en Roma podían hallar las piezas que completasen el rompecabezas que la mayor se había empecinado en armar y al cual Francine se veía arrastrada más por no querer decepcionar nuevamente a su jefa, que por una convicción personal. No encontraba motivaciones en su existencia, y cada día despertaba como una autómata. Pero allí estaba y no había vuelta atrás.

Hace tanto tiempo que no vengo —dijo casi en un susurro, mientras se hacía sombra con una mano y observaba la Piazza San Pietro. —A papá le encantaba pararse aquí y relatar historias —comentó con nostalgia. Maurice había sido un gran narrador. Aún podía sentir cómo le apretaba la mano y el sonido de su voz melodiosa y grave contándole cuentos –algunos inventados, otros reales- en italiano para ayudarla a perfeccionar el suyo. Había sido de esos que pisaban fuerte en la Inquisición, y por ello le permitían ir con sus hijos, a pesar de que ellos aún no eran miembros. La invadió una añoranza tan profunda que los ojos se le calentaron y sus labios pespuntaron una suave sonrisa. —Él estaría orgulloso de la mujer que eres, Narcisse —giró suavemente su cabeza para observarla. —Tengo la seguridad de que él y mamá nos guiarán en esto —lo cierto era que Francine no tenía ninguna certeza, ni siquiera si de la pesadilla que vivía era real o una mera creación de su mente.

El Sol se ocultó tras una nube y la Plaza se tiñó de oscuridad. Llovería. En el aire se olía aquel aroma que anunciaba la lluvia. La viuda no sabía en qué momento el radiante Astro Rey italiano había decidido darle lugar a la tormenta. No la había visto en el camino que separaba el hotel en el que estaban del Vaticano. Un suave viento comenzó a soplar y a la muchacha se le erizó la piel del cuello, que tenía descubierto, pues su vestido negro –del luto recio que llevaba al pie de la letra- no era alto, y el cabello lo llevaba recogido. Había lamentado tener que dar todas sus prendas, pero todas le quedaban demasiado holgadas. Francine no ganaba peso y su delgadez casi extrema era preocupante, pero agradecía el escaso instinto maternal de su hermana mayor, pues no le había dicho nada sobre su aspecto tan demacrado y que, inútilmente, buscaba contrarrestar con algún accesorio discreto y unas pizcas de maquillaje, que sólo disimulaban las ojeras.
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Mensaje por Narcisse Capet Jue Jun 25, 2015 4:08 pm

La vida daba tantas vueltas, las suficientes para que ella decidiera no aferrarse a nadie. Quienes le importaron, ya no estaban, y quienes podrían importarle, podrían ya no estar. Por eso, y más, Narcisse no era una mujer cargada de emociones. Aprendió de una manera cruel a protegerse de todos aquellos que pasaban frente a ella. No lo lamentaba, por el contrario, aquellos detalles la hacían fuerte, invencible, todo una guerrera que era tanto temida, como respetada, y en más de las veces, admirada. Por eso reflexionaba un poco, frente a la arquitectura exquisita del Vaticano. Ella sabía, que de entrar ahí su vida volvería a dar un giro, ( ¡Ja! Como si no estuviera cambiando desde hace poco tiempo). La verdad que ella sabía podría ser reafirmada, o su mente cambiaría de escenarios, tanto, como de nombres. ¿Debía seguir ese camino? Claro que si, un camino incierto que le daría incremento de fortaleza. ¿Qué pasaría con su destino si estaba ya trazado? ¿Eso iba dentro del plan? Seguramente no, porque los giros que su vida habían tomado fueron de un momento a otro, y ella, una no tan creyente a Dios, no creía que un ser supremo hubiera trazado su camino, su vida. Ella era su propia dueña, nadie más tenía poder sobre ella.

Cuando se trataba de lo incierto, y ella. Se olvidaba de todos. Se había convertido en una mujer extremadamente dura e independiente, y por eso no le importaba lo que llegara a pasarle a los demás, sin embargo, regresar a la realidad no era difícil, no cuando las personas pasaban frente a ella reclamando atención. Primero apareció su frágil hermana. Parecía una muerta en vida, cada paso que Francine daba, le llevaba a sentir que su hermana podría romperse. En ocasiones le desagradaba que portaran el mismo apellido. Ningún Capet había sido tan pequeño, con todo y las circunstancias malas de la vida. Pudo dudar que tuvieran la misma sangre, incluso en una ocasión llegó a pensar que su madre cometía adulterio, pero lo descartaba con rapidez al recordar lo mucho que se parecían. La piel, los ojos, los labios, incluso el cuerpo curvilíneo, y el cabello negro azabache. ¡Que desperdicio de mujer! Si ella la hubiera entrenado en la vida, otra cosa sería. Su hermana era bella, obviamente no como ella, pero lo era, y con ese don se podía obtener lo que se quisiera.

No hablemos de lo evidente, sino de lo lamentable — Interrumpió a su hermana pequeña. — Está más que claro que nuestros padres estarían orgullosos de mi, pero ¿Qué hay de ti? ¿Nunca te lo cuestionaste? Tanto sufrimiento te dejó a lo último, es una pena, Francine — Negó chasqueando un par de veces la lengua. Hablaba en serio, pero de la misma manera se estaba burlando de ella — No te voy a dejar entrar al Vaticano con esa apariencia — Volvió a negar ¿no hacía otra cosa? Se la pasaba reprochando el aspecto, conducta… ¡La existencia de su hermana! — Ven aquí — Sus pasos fueron firmes, y el camino tomó otro rumbo. Debían alimentarse, más su hermana que ella en realidad, pero a fin de cuentas lo necesitaban. La comida les daría energía, las pondría alerta para lo que sea que fueran a enfrentar. Enseguida entraron a un restaurante fino que se encontraba cerca de la zona. Les sonrieron al entrar, y Narcisse con su perfecto Italiano pidió una mesa para dos, y una para cuatro. Debían alimentarse también sus empleados, aunque lejos de ellas.

No puedes titubear, requieres mostrarte firme, segura e inteligente con todo lo que les hagas saber. Tampoco des información de más, a ellos no les interesa, pero si escuchan lo utilizarán en tu contra. Tú apellido te hace privilegiada, a nuestros padres los tienen aquí como héroes, como ejemplos, incluso hay cuadros de ellos con nosotras de pequeña, sé que no los has visto, pero lo disfrutarás — Eran archivos que líderes tenían acceso de ver, pero que otorgaría a su hermana el privilegio. En su interior, Narcisse sabía que su hermana lo  merecía, demasiado fue el sufrimiento que ella cargó durante su vida tan nefasta, sería un pequeño regalo de su parte, recordar un pasado maravilloso, algo que la hiciera seguir luchando, que le regresara parte de su brillo, aunque claro, nunca le diría que lo hacía por su bien. — Cada tiempo vengo para recoger información, para ellos es algo así, aunque el Papa siempre duda, y envía cada tiempo a vigilarme, sin embargo el pierde, si me tiene de enemiga, pierde — Sonrió mientras pedía algo de beber.
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Mensaje por Francine Capet Lun Ago 31, 2015 11:41 pm

La pregunta de su hermana la hizo reflexionar; sintió que su alma se elevaba y podía verse como una espectadora, como una persona ajena a sí misma, y desde un sitio diferente se contempló. ¿Qué había hecho de su vida? Había cumplido con sus deberes de una forma más que correcta, había amado hasta la demencia, había formado una hermosa familia, y había perdido todo; desde su capacidad hasta sus hijos, pasando por su marido. Se había arrojado a los vicios como una enferma mental y había pactado con su eterna enemiga, con una eterna enemiga de la Inquisición, que seguramente sobreviviría a cualquier embate que ésta se prestase a hacer en contra de ella. Francine moriría, sí, no vería al Santo Oficio derrumbarse, pero estaba segura que algún día lo haría; los Capet serían una leyenda, una leyenda en la cual ella no entraría. Sus padres no estarían orgullosos de la mujer en la que se había convertido, seguramente se retorcían en su tumba cada vez que la menor de sus hijas despertaba, sus ancestros debían maldecirla desde el Cielo o desde el Infierno, y seguramente rezaban para que, por fin, la muerte decidiese llevarla hacia la casa de Satanás, donde purgaría el haber avergonzado el honorable apellido. Y a pesar de que no admitiría jamás que la posición le hacía daño, sabía que ello la afectaba.

Se limitó a dejarse llevar por Narcisse, demasiado ensimismada en su complejo universo interno, como para prestar atención a su alrededor. Sólo se percató de la realidad en el momento que su hermana habló en italiano. Ambas lo hablaban a la perfección. Sus padres se habían encargado de que tuviesen amplios conocimientos en idiomas. Le agradeció en un susurro al mesero, cuando éste le corrió la silla para que tomase asiento. Tenían una vista maravillosa junto al vidrio, el aroma de los jazmines del arreglo floral que decoraba la mesa le provocó una suave sonrisa en su demacrado rostro. Escuchó con atención la historia de Narcisse, que realmente le pareció maravillosa. Le habría encantado poder ver la imagen de su familia plasmada en un lienzo, inmortalizando la memoria de quienes fueron y eran grandes exponentes de la Inquisición. <<Si Narcisse forma una familia, ellos también serán retratados>> pensó con alegría, e inmediatamente recordó el cuadro que había colgado en el salón de su antiguo hogar: Nikôlaus, ella y Noah, enmarcados en oro. Intentando acatar la orden de su hermana, hizo acopio de su escasa fuerza de voluntad, y resistió el recuerdo que no la abandonaba.

Admito que es algo que realmente me gustaría ver. ¿No te ocurre que has olvidado la voz de mamá? Y su rostro es demasiado difuso para mí —comentó. En ese instante, el mesero se acercó, le sirvió vino en la copa a Narcisse, pero cuando llegó el turno de hacerlo en la de Francine, ésta lo interrumpió. —Beberé agua, gracias —escondió sus manos en el regazo, ocultando el temblor. Sabía que, si tomaba un solo sorbo de vino, sucumbiría ante la tentación. No dejaría esa terrible imagen en el Vaticano. —A papá sí lo recuerdo, hasta su voz, pero seguramente porque ya era más grande cuando él murió —morir era un eufemismo, había sido asesinado como un cordero utilizado para sacrificio. No lo olvidaría jamás tirado desangrándose y pidiéndole que entrase a la Inquisición.

Creo que el Santo Padre sabe que debe tenerte de su lado —continuó. —Es inteligente, y también sabe que lo eres, que en ti se resume la competencia de la Inquisición. Eres la columna vertebral del sistema. Sin ti, todo se vendría abajo —no lo decía por condescendencia, ni siquiera para halagar a su hermana, sino porque sabía lo fundamental que Narcisse era para la estructura religiosa. —No es novedad para nadie que en ti recae gran parte de lo que nos sostiene —sorbió un pequeño trago de agua antes de continuar. —De todas maneras, si yo fuera el Papa, también intentaría cubrir mis espaldas espiando a todos los que ostentan el poder suficiente para derrocarme, tal es el caso de tu persona —desvió la mirada un instante para contemplar la lluvia que comenzaba a caer con fuerza, obligando a los transeúntes a refugiarse. —Sin embargo, creo que, si algún día decides traicionar a la Iglesia, ésta no se daría cuenta hasta que fuese demasiado tarde —sonrió con complicidad. Admiraría por siempre la astucia de su hermana, aunque no sería capaz de introducirse en los tratos non sanctos que ella tenía. Francine respetaba al Santo Oficio, había aprendido a hacerlo.
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Mensaje por Narcisse Capet Dom Ene 10, 2016 8:18 pm

“Francine y Narcisse eran completamente iguales”. Ese pensamiento aparecido en su mente. Algo que notablemente la hizo torcer los labios, pero también la hizo sentir encara. Una combinación extraña, para muchos descabellada, pero nada fuera de lo normal. ¿Y por qué serian iguales una guerrera y una damisela? Ambas tenían dolor, destrucción y fuerza en su interior. ¿Fuerza Francine? Evidentemente sí. Después de todas las desgracias que había vivido, seguía en pie. Era verdad, se notaba demacrada, lastimada, destruida y casi a un paso de la muerte, pero seguía de pie, luchando con su interior. Esa era la guerra más difícil, la batalla más complicada. Quien llegara a vencerse a sí mismo, llegaría a ser invencible. Ella era el mejor ejemplo de ello, cuando creyó que no podría más se levantó, y no sólo lo notó ella, sino todo aquel que estaba a su alrededor, porque la tierra temblaba a su paso, y las miradas prestaban atención por temor a ser destruidos. ¿Por qué la menor de las Capet no notaba aquello? ¿Por qué no podía enfocarse de la misma manera de ella?

Si tú lo quisieras, podrías ser indestructible — Articuló sincera. No miraba a su hermana, observaba la bebida que le acababan de colocar sobre la mesa. Sintió nostalgia, también que su responsabilidad no había sido bien cumplida, quizá sus padres también se sentirían decepcionados de ella. Narcisse era la mayor de los hermanos Capet (al menos de los que quedaban), en ella quedaba la responsabilidad de cuidarlos, guiarlos, educarlos, e incluso volverlos tan fuertes como ella. Desde siempre había sido egoísta, sus celos irracionales la llevaron a desviarse del verdadero camino. Se había vuelto mala, un corazón de piedra se alojaba dentro de su pecho, sus padres siempre habían sido grandes ejemplos. Los mejores guerreros, la mejor pareja, y encima de todo, los de mejor corazón. Si lo pensaban bien, ella era la más alejada de la figura que le habían enseñado. Triste pero cierto. Lo que le daba fuerza a Narcisse, era pensar que muy probablemente por eso ella seguía con vida, porque era fuerte, indiferente, poco sentimental y siempre buscaba su beneficio. Nunca cambiaría esas manías tan suyas,

No la olvido, ninguna de las dos, más bien ninguna de las tres — Uno de sus hermanos había muerto durante aquel terrible atentado — Todas las noches al cerrar los ojos, hago memoria, siempre lo he hecho, desde que soy una niña — Lo bien aprendido, nunca se olvida. Eso siempre le decía su padre, y aquellas voces, miradas, sonrisas e incluso caricias, nunca las olvidaría, porque se las había grabado en el corazón. Narcisse le estaba contando uno de sus más grandes secretos, quizás el más vergonzoso, o el más valioso, dependía mucho del ojo en el que se mirara. Después de todo seguía siendo humana — Estoy segura que si haces el esfuerzo necesario, la volverás a escuchar con mucha claridad. A mamá diciendo tú nombre — Se encogió de hombros antes de sorber un poco de su bebida. — Deberías ser también un pilar en el vaticano, la estructura religiosa también está al pendiente de ti, saben que en este estado eres inofensiva, pero también saben que puedes ser un peligro en caso de reaccionar — No mentía, no tenía porque hacerlo, eran hermanas, y deseaba las miraran casi de la misma manera. Y el casi era porque Narcisse siempre desearía estar un paso adelante.

¿Desde cuando eres alcohólica, Francine? — Cuestionó arqueando una ceja — Pensé que te gustaba la bebida, pero no que perdieras el control al respecto — Suspiró con profundidad. — No creas que no puedes corregirlo, se puede, pero el tratamiento es algo complicado, ¿quieres dejarlo? — Sin duda estaba preocupada por su hermana. Una emoción extraña, algo que no imaginaba, pero deseaba ayudarla. — Hay métodos, buscaría el menos doloroso para ti, sólo es cuestión que lo digas — Sus palabras estaban claras, le estaba diciendo la verdad, quizás si se hubieran acercado un poco más antes, nada de eso estaría pasando, y muchos de sus propósitos estarían resueltos. — ¿Qué quieres? ¿Qué es lo que verdaderamente deseas? — Cuestionó. Todo el tiempo hablaban de venganzas, pero nunca de lo que cada una deseaba, soñaba o anhelaba. ¿Era momento de? ¿Necesitaban hablar al respecto? Quizás el momento del cambio estaba por llegar, el momento en que todo lo que habían sufrido, padecido y vivido se quedaría atrás, y lo mejor estaba por comenzar.
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Mensaje por Francine Capet Dom Mar 27, 2016 10:00 pm

Francine no quería ser indestructible. Tampoco quería ser como Narcisse. Si le preguntaban qué era lo que realmente deseaba, la respuesta tendría que haberse mantenido escondida bajo los escombros de su alma destrozada, porque a nadie le gusta escuchar las penas, a nadie le gusta escuchar que alguien ya no tiene ganas de vivir. Había perdido el deseo, había perdido el rumbo, y boyaba de un sitio a otro, aparentando ser algo que no era, entregándose al turbio frenesí en el que se inmolaba cuando el alcohol ingresaba a su organismo. Era libre en esos momentos, porque podía llorar, podía gritar, podía orinarse en la cama, podía reír a carcajadas, podía dejar que la vida pasase frente a sus ojos y colocarse en una posición de contemplación, sin preocuparse por lo que pudieran decir de ella. Estaba harta de aparentar, pero no cometería la estupidez de emborracharse en los sitios que frecuentaban sus conocidos; lo último que le habría gustado, era una mancha semejante en el legado familiar. Lo único que el alcohol no le daba, aún, era el valor para suicidarse. Lo había intentado, algunos cortes en las muñecas, que se esmeraba en disimular, eran la prueba cabal de que lo había intentado sin éxito.

Le agradaba escuchar a Narcisse hablar con aquella naturalidad de algo tan doloroso. Había caído en la cuenta de que nunca lo habían hecho, jamás se habían atrevido a conversar sobre sus padres, los recuerdos que éstos les habían dejado. Los diálogos, hasta ese momento, se habían basado en la venganza, en el plan ideado para que la muerte espantosa de sus padres y hermanos no fuera en vano. Respondió con una suave sonrisa y un asentimiento con su cabeza, no le diría que la única voz que retumbaba en su cabeza era la de su pequeño Noah, momentos antes de que su cuñado le robase la vida. Los ojos de miedo de su hijo, sus gritos llamándola, se habían grabado a fuego, incapaz de ser borrados por otros recuerdos. Era lo único que le quedaba de él, la última memoria. Solía alucinar con su vocecita dulce despojada del pánico y el dolor, pero cuando despertaba, era el horror el que acudía a sus mañanas y la acompañaba en los largos días. Francine solía preguntarse si algún día acabaría aquel martirio, si podría caminar sin que las piernas le pesasen, sin sentir que en su pecho había una piedra en lugar de un corazón.

Se había convertido en una mujer de pocas palabras. Cuando conversaba con alguien, generalmente, sus pensamientos vagaban por inhóspitas reminiscencias, perdiendo el hilo de las charlas, que tanto le costaba entablar. Quizá por eso, porque había dejado de prestarle atención a lo que su hermana decía, fue que la pregunta que le hizo la abofeteó. “¿Desde cuándo eres alcohólica, Francine?” repitió en sus pensamientos. ¿Quién le había contado? ¿Cómo se había enterado? ¿Hacía cuánto que tenía conocimiento sobre ello? Era imposible que alguien supiera de su miseria, sólo había un ser en la Tierra que conocía el oscuro secreto, pero estaba segura de que no había hecho llegar la negra noticia a oídos de Narcisse. Se había cuidado, a pesar de su lamentable condición, de instalarse en lugares donde nadie la reconocería, y tenía la certeza de que nadie lo había hecho, hasta ese momento. Abrió grandes los ojos, la boca se le secó y tragó con dificultad; creyó que le había reemplazado la garganta por una lija.

Desde nunca, Narcisse —mintió. Creyó que la voz iba a titubearle, pero de algún lugar que pensó que ya no existía, sacó el temple para faltar a la verdad con convicción. —No soy alcohólica, no sé de dónde sacaste una barrabasada semejante —sonó ofendida, y lo estaba. No supo por qué, pero sintió que su hermana la estaba traicionando, exponiéndola de aquella manera en un lugar público, haciéndola una pregunta tan privada a oídos de cualquiera. Si se hubiera tomado la molestia de encerrarse con ella, de buscarla en el hotel en el que vivía y ofrecerle su ayuda, quizá hasta habría pensado en la posibilidad de aceptarla, pero no así, no de aquella manera tan espantosa, humillante e hiriente. —Tu sinceridad siempre ha sido un defecto, y eres demasiado directa, crees que puedes decir lo que quieras —le dolía hondamente la falta de tacto. Narcisse era de lo peor, no creía en aquella hermana que estaba intentando ser. —Tus informantes se han equivocado, quien quiera que haya sido el que te dijo que soy alcohólica, te mintió. Debes revisar de quién te rodeas —por el rabillo del ojo, percibió que el mesero se acercaba con una entrada de quesos y pan humeante, cortesía de la casa, tal como dijo cuando interrumpió la conversación. Francine no emitió más sonido, y se dedicó a comer como si fuera el día del Juicio Final.
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Mensaje por Narcisse Capet Dom Abr 10, 2016 10:17 pm

La situación resultaba más complicada de lo que imaginó. Su hermana sí era una alcohólica, pero el negarle aquello dejaba en claro que no se expondría a revelar un secreto tan humillante a alguien más, y que my probablemente ni siquiera se diera cuenta de la magnitud del problema. Se mordió el labio inferior, se dio cuenta que quizá no había sido la manera de decirlo. Narcisse extrañamente había perdido cierto tacto humano, a veces no sabía si sus palabras perjudicaban, cuando lo único que ella deseaba era beneficiar, y claro, raramente ella deseaba hacer un bien a quien no fuera ella misma. Aunque pareciera que la mujer no guardaba amor a su hermana, existía ese sentimiento que no deseaba aceptar, pero que entendía existía en su interior. ¿Por qué es que aquella que llevaba su sangre resultaba tan frágil? ¿Por qué no habían tenido el mismo carácter, o al menos la misma fuerza para querer mandar al carajo a quien los dañaba? Estaba cansada de tanta fragilidad, pero comprendía que parte de eso era su culpa, por haberla olvidado y dejado sola por tanto tiempo. La culpa no era un sentimiento en ella, pero estaba claro existía, porque la estaba experimentando.

Narcisse sintió incomodidad.

Según ella, por que al menos eso lo pensó, aquella platica en el restaurante sería una especie de tregua entre ambas. Ella por su parte había bajado la guardia, su posición defensiva se cayó. Se había dado cuenta que su carácter, pero sobretodo su actitud le había alejado amistades, mayormente del sexo femenino; resultaba muy difícil llevarle el ritmo. Con los varones la situación cambiaba, a veces su belleza influía sólo para tener compañía, obtener lo que deseaba, o dejar de lado esa soledad maldita que había aprendido a amar, pero que en ocasiones aborrecía. ¿Cómo ayudar a su hermana si ambas no se soportaban? ¿Cuál sería la siguiente estrategia? Se sintió asqueada de ella misma, durante mucho tiempo había aprendido a tener el control de todo, ser analítica, pensar en los pros y los contras, en fin, una cantidad exagerada de planeaciones para poder tener orden y poder, pero lamentablemente el dejarse llevar por el sentimiento no era su tema favorito, y querer hacer un cambio no era de la noche a la mañana. ¿Podría hacerlo? De alguna manera no eran tan distintas, las dos estaban solas, probablemente siempre lo estarían de seguir así.

La inquisidora en jefe suavizó su postura, eso era una clara señal de rendición, aunque no sabía si su hermana la entendería del todo, muy probablemente sí, porque aquel detalle corporal también podía ser interpretado como sumisión, algo que en ocasiones parecía saber de memoria. Detuvo la mano de su hermana sosteniéndola, al principio aquel gesto fue muy a la fuerza por parte de Francine, después pareció sede, de todas formas la Capet mayor estaría alerta. Se planteó un par de veces lo que podría decir, o llegar a decir, incluso hizo un par de frases en su mente para poder articular, pero al final decidió que se dejaría llevar por sus arrebatos, quizás esos podrían ser catalogados como sentimentalismos, o quizás corazonadas, dependía de quien quisiera verlo. Se acomodó el cabello, tomó un poco de la bebida que tenía enfrente, y después de aclarar su garganta se dio cuenta que era momento de romper el hielo entre las dos.

Las dos siempre nos encontramos a la defensiva de la otra, aunque yo resalto más con el deseo de hacerte sentir mal, no te ofendas, no es con la finalidad de volverte más miserable, en ocasiones siento que es una buena forma de hacer que reacciones, pero veo que no, quizás mis métodos son poco efectivos por la crudeza, podríamos pasar a los tuyos, a veces creo paso demasiado tiempo entre archivos o seres de la noche, que mi humanidad se está comenzando a apagar, probablemente creas lo mismo — Se encogió de hombros, había hablado rápido, y también demasiado, sus labios se habían secado, era momento de relamerlos y seguir con sus frases poco preparadas — Quizá sea momento de que las cosas sean de tu forma, podríamos probar, sino funciona podríamos hacer un acuerdo, una especie de mediación, podría funcionar. Quizá dar un poco el brazo a torcer — Volvió a beber, su vaso tenía alcohol, lo puso frente a su hermana esperando la reacción clara de un alcohólico, no precisamente que bebiera de jalón, más bien habían otras señales, las corporales siempre delataban — Estas padeciendo algo terrible, y para tu mala suerte solo nos tenemos la una a la otra, no contamos con Maximiliano — Le costaba aceptar también eso — Necesitamos ayudarte, curarte, así avanzaremos, y quizás podríamos llegar a ser eso que nuestros padres siempre anhelaron, dos hermanas que se apoyan y aman — ¿Estaba siendo absurda? Probablemente, pero dependía de las dos.
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Mensaje por Francine Capet Sáb Jul 16, 2016 7:53 pm

Lejos de sentirse contenida y acompañada por su hermana, Francine retiró la mano con incomodidad, luego del discurso que Narcisse le dio. Antes, la había tratado como a una pobre viuda y madre sin hijo, ahora como a una enferma que necesita que la cuiden. Si la mayor estaba intentando consolarla, no estaba consiguiéndolo; con su actitud, sólo le recordaba lo miserable que era, lo humillada que se encontraba y la mierda en la que se había convertido cada maldito segundo de su existencia. No quería eso, no quería que su hermana la mirase de aquella manera, no quería que continuara teniéndole lástima. Francine necesitaba ser respetada, creyó que aquel viaje significaría volver a vivir, retomar aquel camino que había dejado a la mitad, cuando eligió a su familia por sobre todo. Pero no, parecía que estaba ideado para hundirla más. Narcisse demostró ser igual al resto. Antes la había valorado porque había sido la única que no se había mostrado condescendiente, la única que, lejos de lamentar su suerte, le había brindado una nueva esperanza y le había permitido volver a tener el lugar que otrora ocupaba en la Inquisición.

Creo que no me entendiste —comentó, aunque en su voz había más tristeza que reproche. Estaba rogándole que dejase ese tema de lado. Estaba matándola, ¿no se daba cuenta? Francine había esbozado un milímetro de alegría al encontrase allí, en el sitio que había sido tan importante para sus padres, un lugar tan significativo para los Capet. Su hermana lo había arruinado, pero la inquisidora no la culpaba. Era ella la que había optado por vivir su desgracia en soledad; no quería a nadie más inmiscuido en sus asuntos, esos tan oscuros y siniestros. No podía permitirle a nadie que la ayudase a salir de su infierno, simplemente, porque no quería hacerlo. Así de contradictoria era.

Tú eres lo que nuestros padres querían, Narcisse. No hace falta que me incluyas en ese plan —ya de nada servía ser amable. Necesitaba a su hermana, esa que no iba con sentimentalismos y la trataba como a un igual. —Eres poderosa y diriges una de las facciones de la Inquisición, ¿por qué te esmeras en hacer caridad conmigo? No lo entiendo —intentaba no impregnarle malicia a su tono, pero las palabras brotaban como el agua de una fuente. —Te agradezco, sinceramente, que quieras ayudarme. Pero no hay nada que puedas hacer por mí, porque no soy alcohólica —y se repitió lo mismo en sus pensamientos. —Agradezco, también, tu preocupación, pero es vana; simplemente, soy una mujer triste que perdió lo único que amaba en la vida. Con eso no puedes ayudarme —se apoyó en el respaldar, como si le fuese imposible seguir cargando con todo sobre sus espaldas. —Ya no quiero vivir, lucho día a día contra ese sentimiento, pero no me abandona. No puedes devolverme el deseo de vivir, Narcisse, no puedes.

Extendió el brazo y tomó el agua. Se mojó los labios y los relamió. Extrañamente, no quería llorar, quizá demasiado harta de hacerlo. No daría un espectáculo en público, no uno más. Habían sido suficientes en las calles de París, donde había terminado tirada y delirante durante días, donde le habían ocurrido cosas que había preferido olvidar. Francine no había buscado ni pedido el favor de nadie, ¿por qué las personas se creían con derecho a ofrecérselo?

Discúlpame por no poder aceptar tus sentimientos —terció. —Sé que son nobles y que te está costando mucho, pero no quiero que fuerces tu personalidad por mí. No lo merezco. Jamás nos llevamos bien, desde que tengo uso de razón, tú y yo, nunca congeniamos. ¿Por qué habríamos de hacerlo ahora? ¿Porque estamos solas? ¿No te parece patético? Tú eres una mujer que puede obtener todo lo que desee, desde compañía hasta la vida de los otros; no me necesitas para nada. De hecho, tú misma puede atrapar al asesino de nuestra familia y acabar con él, pero no te dejaré en eso; porque si hay algo que quiero tener antes de morir, es el sabor de haber vengado a los Capet. Es lo único que necesito para irme en paz —Francine no era capaz de dimensionar el poder que tenían sus palabras y el significado que poseían. Ya había decidido que, una vez que concluyeran con su plan, se suicidaría y se reencontraría con su amado esposo en el Infierno.
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Mensaje por Narcisse Capet Vie Oct 28, 2016 3:58 pm

Tal parece que crees soy una completa desalmada —  Negó —  Puede que no estés en un error, o puede que sí, quien sabe. —  Recargó su espalda en el respaldo de su asiento. Observar a su hermana también resultaba un buen entretenimiento, no porque fuera un bufón, sino por la obviedad de sus emociones en cada uno de sus gestos. Narcisse envidiaba ser un poco como ella. Extrañaba tener bondad clara y dolor evidente, sin embargo no dejaba de elogiarse por ser cómo era. —  No te tengo lastima, creo que la única que tiene lastima de sí misma eres tú —  No iba a dejar la crueldad sólo porque en sus heridas empezaba a volverse más abundante el correr de su sangre —  Creo que eres muy valiente, más fuerte que cualquiera, aunque me haces dudar sí también de mi —  Aquel par de hermanas podría resultar contradictorio, enfermizo o quizás enternecedor, quien sabe, todo dependía del ojo en que le miraran. —  Te necesitaba en este viaje por eso que te hace seguir de pie, y que ambas no sabemos por completo que es, sin embargo todo lo que te diga parece molestarte, no te odio, particularmente no me gustas demasiado, pero eso no significa que no te odie, o que te quiera. Eres mi hermana —  Existían detalles en Narcisse que nadie entendería, por ejemplo, esa lealtad hacía los que eran su sangre, aunque no quisieran nada de ella.

¿De verdad crees que estoy sola? —  De alguna manera lo estaba, sin embargo no del todo, ella lo había elegido de esa manera, no confiaba en nadie, no deseaba involucrar a nadie en sus asuntos, prefería la soledad antes de perder más de lo que había ganado. Tener un nombre que hace el mundo tiemble es importante, también suele tener grandes ventajas, pero no era algo muy significativo. Narcisse podía tener a quien quisiera a su lado, aprender a amarlo, o por lo menos sentirse agradecida con su compañía, pero había elegido ser una contra los fantasmas de su pasado. No lamentaba nada de eso, sólo se dejaba fluir para no tener que sufrir.

La vida le había visto un par de veces pruebas gigantes, sin embargo no iba a darse por vencida, cualquier se sobrenatural las habría realizado sin problema alguno, ¿por qué ella no? ¿Acaso debía tener miedo porque era sólo una mortal? Para nada, el riesgo de muerte existe incluso en aquellos que la existencia es infinita, porque los factores de los alrededores no son un control por completo de unos mismos. Negó de nuevo, pero sólo para ella misma. De verdad creyó que iba a poder ayudar a su hermana, que la liberaría de aquel mal.

— Esto es demasiado frustrante. —  Bebió un poco el agua, con eso buscaba sacar el nudo que se le había formado en la garganta. —  Te creía triste, pero jamás tan rota, además, no se puede volver a unir lo que tiene piezas perdidas —  Estaba claro que aquellas piezas habían sido el hijo y el esposo. —  No puedo juzgarte, mi vida también ha sido dolorosa, pero no al nivel que cargas sobre tus hombros. —  Sintió un gran vacío, a ella también le dolió en su momento la perdida de su sobrino, fue un golpe duro, algo que también la marcó. Estaba cansada de las muertes de las personas que amaba. Quizá ese había sido su único y verdadero vinculo con su hermana: su sobrino. La relación entre ellas también se había roto, tal como su hermana, y quizás sus piezas se habían perdido.

Narcisse había bajado la guardia para intentar reencontrarse, pero sí su hermana no tenía la intención, ella debía descartarlo. Un rechazo no se dejaba pasar tan alto.

—  No te preocupes, hermana, puedes irte en el momento que creas adecuado —  Suspiró de mala gana, odiaba tener que perder el tiempo, odiaba tener que perder siempre. Francine era una pieza clave en esa venganza, además, quería darle la sorpresa que pronto volverían a ver a su hermano, pero quizás ni siquiera eso volvería a animarla de nueva cuenta. Su hermana se moría lentamente, jamás creyó ver a alguien morir por amor, por dolor, o por algo relacionado con los sentimientos, sin embargo aquella mujer era el claro ejemplo de que eso sí existía, sí podía ocurrir, y quizá ya había pasado tiempo atrás. —  El viaje de regreso está cubierto, es más, todo lo que desees estará cubierto por mi, no te preocupes —  Se levantó de su asiento con esa elegancia que la caracterizaba, aunque estaba claro que en su rostro también reinaba la decepción. —  Ojalá hubiese ayudado —  Comentó sin poder evitarlo y caminó lejos de aquella mesa, necesitaba meditar.
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