AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Secret Garden — Privado
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Secret Garden — Privado
Dio un paso y luego otro, y así, hasta darse cuenta que estaba lejos de la casa de Odette. Le había prometido a las criadas que sólo jugaría en el jardín, pero terminó saliéndose del lugar y ya no sabía bien en donde estaba. Las vistosas mariposas que perseguía la llevaron a otro jardín amplio, con flores de todos colores y tamaños; era muy parecido al de la residencia de los Bourgeois, pero mucho más bonito. Neliel se quedó impresionada por todo el colorido que sus ojos pequeños ojos veían. Tuvo el deseo de entrar a jugar, sin embargo, no se atrevía, ya que el enorme portón no permitía el acceso. Pensó en que si llamaba a sus amigas lucecitas, éstas le ayudarían. Y fue precisamente eso lo que iba a hacer cuando una mariposa brillante voló cerca suyo, posándose en el suelo, señalando algo que dejó a la niña sorprendida. Un hombrecito bajito, de abundante barba; llevaba puesta una calza de rayas, un abrigo rojo y unos zapatos puntiagudos como su sombrero. Aquel ser parecía empeñado en jalar el tallo de una planta, pero no podía.
—Señor gnomito, ¿le ayudo con esa plantita? Pero… ¿No está mal arrancar las flores? —inquirió la niña, apegando el rostro en los barrotes de hierro—. Mi brazo es corto y no alcanzo.
La mariposa voló hasta posarse en la cabeza de Neliel y el enano la miró pasmado al percatarse que la niña si podía verlo. Éste se cruzó de brazos y observó de manera inquisitiva a la infanta, sonriendo y diciéndole algo en voz baja. Luego, las puertas de aquel enorme portón se abrieron como por arte de magia y Neliel entró en puntitas para que nadie la viera. Ayudó al pequeño gnomo a recolectar flores y luego huyó con él a la parte del jardín en donde se encontraba un frondoso árbol; el gnomo la invitó a pasar luego de él y cuando Neliel lo hizo, se quedó atascada.
—Señor gnomito, no puedo salir. Este agujero es muy chico —se quejó, mientras movía sus piernas—, ayúdeme. —Extendió los brazos y el enano, como podía, le jalaba por las manos junto con otro que apareció tras el extraño túnel que estaba en el interior del árbol—. Ay, creo que estoy muy gordita. No debí comer tantas galletitas… Ay, ay, ay…
Se quejó una y otra vez, haciendo que alguien en la propiedad se diera cuenta de su presencia. Lo que asustó más a Neliel, pues escuchó pasos atrás suyo y no era capaz de ver nada. La mariposa brillante que la acompañaba hacía como si le empujara las piernas, pero era inútil.
Alguien le habló a sus espaldas y Neliel se quedó quieta, con los ojos cerrados.
—Oh, oh —agregó en voz muy baja—. ¡Ayuda, ayuda, ayuda! —Empezó a patalear, desesperada por liberarse de aquella prisión—. Prometo no cortar más florecitas. Perdón, perdón, perdón. Ay, no puedo salir. ¡Los gnomitos no pueden sacarme! Soy muy grande para ellos. Me quedaré aquí para siempre por no hacerle caso a la señorita Margaret.
Los gnomos que Neliel veía intentaron tranquilizarla, pero la niña, en vez de llorar, sólo entrelazó los brazos y se quedó pensativa, como si estuviera buscándole alguna solución a su problema.
—¿Y si le digo a mami que me haga más pequeña para poder…? Ay, ay, ay. —Empezó a reír—.¡Me hace cosquillas en mis piernitas!
—Señor gnomito, ¿le ayudo con esa plantita? Pero… ¿No está mal arrancar las flores? —inquirió la niña, apegando el rostro en los barrotes de hierro—. Mi brazo es corto y no alcanzo.
La mariposa voló hasta posarse en la cabeza de Neliel y el enano la miró pasmado al percatarse que la niña si podía verlo. Éste se cruzó de brazos y observó de manera inquisitiva a la infanta, sonriendo y diciéndole algo en voz baja. Luego, las puertas de aquel enorme portón se abrieron como por arte de magia y Neliel entró en puntitas para que nadie la viera. Ayudó al pequeño gnomo a recolectar flores y luego huyó con él a la parte del jardín en donde se encontraba un frondoso árbol; el gnomo la invitó a pasar luego de él y cuando Neliel lo hizo, se quedó atascada.
—Señor gnomito, no puedo salir. Este agujero es muy chico —se quejó, mientras movía sus piernas—, ayúdeme. —Extendió los brazos y el enano, como podía, le jalaba por las manos junto con otro que apareció tras el extraño túnel que estaba en el interior del árbol—. Ay, creo que estoy muy gordita. No debí comer tantas galletitas… Ay, ay, ay…
Se quejó una y otra vez, haciendo que alguien en la propiedad se diera cuenta de su presencia. Lo que asustó más a Neliel, pues escuchó pasos atrás suyo y no era capaz de ver nada. La mariposa brillante que la acompañaba hacía como si le empujara las piernas, pero era inútil.
Alguien le habló a sus espaldas y Neliel se quedó quieta, con los ojos cerrados.
—Oh, oh —agregó en voz muy baja—. ¡Ayuda, ayuda, ayuda! —Empezó a patalear, desesperada por liberarse de aquella prisión—. Prometo no cortar más florecitas. Perdón, perdón, perdón. Ay, no puedo salir. ¡Los gnomitos no pueden sacarme! Soy muy grande para ellos. Me quedaré aquí para siempre por no hacerle caso a la señorita Margaret.
Los gnomos que Neliel veía intentaron tranquilizarla, pero la niña, en vez de llorar, sólo entrelazó los brazos y se quedó pensativa, como si estuviera buscándole alguna solución a su problema.
—¿Y si le digo a mami que me haga más pequeña para poder…? Ay, ay, ay. —Empezó a reír—.¡Me hace cosquillas en mis piernitas!
Neliel Stendhal- Hechicero Clase Baja
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Fecha de inscripción : 07/05/2014
Re: Secret Garden — Privado
Estaba aprendiendo lentamente a lidiar con la ausencia de su padre, algo que no le resultaba para nada sencillo a la Rilke y que diariamente le costaba a la joven muchas lagrimas, sin embargo, había sido capaz de encontrar un poco de consuelo en aquello que de cierta manera aún mantenía vivo a su padre. Los libros de cuentos de hadas, historias de amores entre príncipes y princesas que se realizaban con ayuda de seres mágicos; historias que siempre provocaban que la mente de Dorothea soñara con un amor increíble, uno que lograría gracias a la ayuda de seres mágicos que querrían su bienestar en todo momento. Claro que aquellos eran únicamente sueños en los que Dorothea trataba de ocultar su dolor y tristeza.
Esa mañana después de una importante reunión llevada a cabo en su hogar, la joven Rilke despidió a todos los socios de negocios de su padre, satisfecha por poder demostrar que era una heredera digna de confianza pero sobre todo, feliz de saber que podría seguir manteniendo aún los negocios de su padre sin que nadie se opusiera a ello o le insistiesen en que debía encontrar un hombre con quien casarse pronto. La idea del matrimonio le hizo enrojecer las mejillas, no porque no soñara con ello sino porque era la primera vez que al pensar en ello se le veía un rostro a la mente. Tratando entonces de alejar el rostro de Timeus de su mente, Dorothea tomó el primer libro de cuentos que se encontró y salió al jardín de su mansión en busca de un sitio agradable para leer.
Con pasos calmos y la mirada enfocada en el libro que llevaba entre las manos, la muchacha avanzó por varios de sus sitios favoritos de lectura encontrando que en ninguno de ellos se sentía lo suficientemente cómoda como para leer así que simplemente continuo con su andanza, misma que se detuvo en el instante que escucho una voz infantil y levantó la vista del libro para encontrarse con un par de piernas que se sacudían de arriba a abajo en el tronco de uno de los arboles más amados por el padre de Dorothea.
– Dios mío… – dijo al tiempo que dejaba caer el libro en el suelo y se acercaba más hasta el enorme árbol – ¿Estas bien? No tengas miedo que voy a ayudarte – aseguró, observando de un lado a otro en espera de que alguna de las sirvientas o el jardinero aparecieran para auxiliarla pero al no ver a nadie, la francesa suspiro. Escuchaba la voz infantil a través del tronco aunque no podía entender completamente que era lo que estaba diciendo debido a que el sonido no parecía viajar muy bien por madera – No hay otra opción, debes hacerlo tu – menciono para si misma, antes de con cuidado tomar las piernas que ya para ese instante detenían su balanceo, y una vez que las tomaba firmemente tiró de ellas con cuidado para liberar poco a poco el cuerpo que se mantenía atascado en el agujero del tronco.
–Ya…. Casi… – el esfuerzo empleado por Dorothea rindió sus frutos cuando el cuerpo infantil atascado salió finalmente del agujero, lo único malo de todo eso fue que tanto el cuerpo atascado como el de Dorothea, terminaron por caer al suelo de manera un tanto estrepitosa, detalle que no afecto en mucho el buen animo de la Rilke al saberse ganadora de aquel enfrentamiento humana contra árbol – Lo hice… – susurró tirada de espaldas en el pasto – ¡LO HICE! – gritó al aire antes de echarse a reír como no lo había hecho desde la muerte de su padre.
Esa mañana después de una importante reunión llevada a cabo en su hogar, la joven Rilke despidió a todos los socios de negocios de su padre, satisfecha por poder demostrar que era una heredera digna de confianza pero sobre todo, feliz de saber que podría seguir manteniendo aún los negocios de su padre sin que nadie se opusiera a ello o le insistiesen en que debía encontrar un hombre con quien casarse pronto. La idea del matrimonio le hizo enrojecer las mejillas, no porque no soñara con ello sino porque era la primera vez que al pensar en ello se le veía un rostro a la mente. Tratando entonces de alejar el rostro de Timeus de su mente, Dorothea tomó el primer libro de cuentos que se encontró y salió al jardín de su mansión en busca de un sitio agradable para leer.
Con pasos calmos y la mirada enfocada en el libro que llevaba entre las manos, la muchacha avanzó por varios de sus sitios favoritos de lectura encontrando que en ninguno de ellos se sentía lo suficientemente cómoda como para leer así que simplemente continuo con su andanza, misma que se detuvo en el instante que escucho una voz infantil y levantó la vista del libro para encontrarse con un par de piernas que se sacudían de arriba a abajo en el tronco de uno de los arboles más amados por el padre de Dorothea.
– Dios mío… – dijo al tiempo que dejaba caer el libro en el suelo y se acercaba más hasta el enorme árbol – ¿Estas bien? No tengas miedo que voy a ayudarte – aseguró, observando de un lado a otro en espera de que alguna de las sirvientas o el jardinero aparecieran para auxiliarla pero al no ver a nadie, la francesa suspiro. Escuchaba la voz infantil a través del tronco aunque no podía entender completamente que era lo que estaba diciendo debido a que el sonido no parecía viajar muy bien por madera – No hay otra opción, debes hacerlo tu – menciono para si misma, antes de con cuidado tomar las piernas que ya para ese instante detenían su balanceo, y una vez que las tomaba firmemente tiró de ellas con cuidado para liberar poco a poco el cuerpo que se mantenía atascado en el agujero del tronco.
–Ya…. Casi… – el esfuerzo empleado por Dorothea rindió sus frutos cuando el cuerpo infantil atascado salió finalmente del agujero, lo único malo de todo eso fue que tanto el cuerpo atascado como el de Dorothea, terminaron por caer al suelo de manera un tanto estrepitosa, detalle que no afecto en mucho el buen animo de la Rilke al saberse ganadora de aquel enfrentamiento humana contra árbol – Lo hice… – susurró tirada de espaldas en el pasto – ¡LO HICE! – gritó al aire antes de echarse a reír como no lo había hecho desde la muerte de su padre.
Dorothea Rilke- Humano Clase Alta
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Re: Secret Garden — Privado
Sólo con cuatro años de edad, Neliel había tenido las mejores aventuras, mejores que las de un adulto. Su talento para poder ver seres espirituales eran grandioso; acababa metiéndose en donde fuera por ir detrás de aquellas peculiares criaturas. Quizá por ser tan joven, su imaginación era mucho más amplia que la de cualquiera; pero no sólo eso, Neliel era una bruja natural. Descendía de un linaje de hechiceros poderosos, cuya magia estaba ligada con la naturaleza y a sus guardianes. Aunque su madre había fallecido, el espíritu de ella la acompañaba, protegiéndola como un ángel. ¡Que dichosa era siendo tan pequeña! Ojalá muchos niños tuvieran esa suerte tan maravillosa. Es más, muchos no eran capaces de poder ver más allá; ni siquiera contemplar seres como los que intentaban ayudar a Neliel en el interior del tronco.
Pataleó, se rió, y luchó con todas sus fuerzas para poder salir. Tenía miedo de que la fueran a regañar por meterse en una casa ajena sin permiso; pero más susto le daba el pensar que se quedaría atrapada en un árbol para siempre. Su padre se iba a poner triste si no la veía más. Sin embargo, cuando Neliel pensó en ello, para su sorpresa, logró salir. Los gnomos lograron usar alguna magia para expulsarla, y lo lograron.
—¡Ay! todo da muchas vueltas —dijo, sintiendo como su pequeña cabecita se balanceaba. Estaba despeinada, y con la mitad del cuerpo lleno de tierra—. El mundo gira mucho, debería parar o le dará dolorcito de barriga.
La niña sacudió su cabeza un par de veces, y aún sentada en el suelo, se giró para ver a quien la había ayudado a salir. Era una muchacha joven, quien se echaba a reír por haber hecho algo que Neliel no terminaba de entender. Ella simplemente rió con ella, como si fuera testigo de una travesura.
—Dicen los gnomitos que gracias. Yo también digo gracias. Pensé que me iba a quedar por siempre ahí —expresó con mucho entusiasmo. Su apariencia era graciosa; hasta las mejillas tenían algo de tierra—. Los gnomitos tienen su casita por ese arbolito. Muy, muy, muy, muy abajo. Quise ir, pero estoy grandecita y no cabo. —Afirmó con mucha seguridad, asintiendo con la cabeza—. ¿Cómo te llamas? Yo soy Neliel y tengo cuatro años y medio. —Se quedó pensativa unos segundos, llevando su dedo índice a la boca, como lo haría un adulto—. No sé cómo hacer eso con los deditos.
Se encogió de hombros y se puso de pie, sacudiéndose la falda y luego los cabellos.
—¿Este es tu jardín? Es muy bonito, a los gnomitos les gusta mucho, mucho. Dicen que es el mejor hogar que han tenido en todos sus añotes —comentó, con esa carisma propia de ella—. ¿No estás enojada? Es que los gnomitos son muy geniales y quería ir a su casita y tenía que pasar por tu jardín. Lo siento mucho. Mi mami me dice que no es bueno meterse en otras casas sin ser invitado. Soy una niña mala, mala. No comeré galletitas en la cena. No señor.
Pataleó, se rió, y luchó con todas sus fuerzas para poder salir. Tenía miedo de que la fueran a regañar por meterse en una casa ajena sin permiso; pero más susto le daba el pensar que se quedaría atrapada en un árbol para siempre. Su padre se iba a poner triste si no la veía más. Sin embargo, cuando Neliel pensó en ello, para su sorpresa, logró salir. Los gnomos lograron usar alguna magia para expulsarla, y lo lograron.
—¡Ay! todo da muchas vueltas —dijo, sintiendo como su pequeña cabecita se balanceaba. Estaba despeinada, y con la mitad del cuerpo lleno de tierra—. El mundo gira mucho, debería parar o le dará dolorcito de barriga.
La niña sacudió su cabeza un par de veces, y aún sentada en el suelo, se giró para ver a quien la había ayudado a salir. Era una muchacha joven, quien se echaba a reír por haber hecho algo que Neliel no terminaba de entender. Ella simplemente rió con ella, como si fuera testigo de una travesura.
—Dicen los gnomitos que gracias. Yo también digo gracias. Pensé que me iba a quedar por siempre ahí —expresó con mucho entusiasmo. Su apariencia era graciosa; hasta las mejillas tenían algo de tierra—. Los gnomitos tienen su casita por ese arbolito. Muy, muy, muy, muy abajo. Quise ir, pero estoy grandecita y no cabo. —Afirmó con mucha seguridad, asintiendo con la cabeza—. ¿Cómo te llamas? Yo soy Neliel y tengo cuatro años y medio. —Se quedó pensativa unos segundos, llevando su dedo índice a la boca, como lo haría un adulto—. No sé cómo hacer eso con los deditos.
Se encogió de hombros y se puso de pie, sacudiéndose la falda y luego los cabellos.
—¿Este es tu jardín? Es muy bonito, a los gnomitos les gusta mucho, mucho. Dicen que es el mejor hogar que han tenido en todos sus añotes —comentó, con esa carisma propia de ella—. ¿No estás enojada? Es que los gnomitos son muy geniales y quería ir a su casita y tenía que pasar por tu jardín. Lo siento mucho. Mi mami me dice que no es bueno meterse en otras casas sin ser invitado. Soy una niña mala, mala. No comeré galletitas en la cena. No señor.
Neliel Stendhal- Hechicero Clase Baja
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Fecha de inscripción : 07/05/2014
Re: Secret Garden — Privado
Dorothea era una simple humana si, pero sus sueños iban mucho más allá de lo que podían. Para la joven heredera de la fortuna Rilke el mundo tenía sus tintes oscuros cargados de dolor, pero en general, era un lugar lleno de color y alegría. Ella se decía que sus ojos eran incapaces de verlo, pero que conviviendo con su mundo existía uno diferente, uno donde los sueños y los seres mágicos conspiraban para crear en el mundo donde ella vivía, cosas maravillosas. Claro que en su mente esa clase de cosas maravillosas eran las que ocurrían en los cuentos de hadas, esas que incluían el amor de verdad, las maldiciones que se rompían con besos y otras tantas cursilerías que su padre se encargo de hacer que ellas las creyera reales, sin embargo, en su realidad, las cosas maravillosas llegaban como una pequeña niña.
Tirada de espaldas, exhausta por el esfuerzo de tirar de los pies de la infante, con lagrimas en los ojos y con dolor de estomago por tanto reír, Dorothea miró a la pequeña que acababa de salvar. La infante de cabellos rubios, ropas y mejillas sucias reía de la misma manera en que lo hacía la Rilke.
Poco a poco, la excitación del momento pasaba dejando a la muchacha en calma pero aún incapaz de hablar, y no fue sino hasta que se limpio las lagrimas de los ojos y tomo un buen respiro que finalmente las palabras salieron de sus labios.
– No ha sido nada – respondió mientras se sentaba – y no te hubiera dejado ahí. Yo habría traído ayuda para poder sacarte del árbol – con atención, Dorothea escuchó entonces la historia de la niña sobre como termino atrapada en aquel tronco – Bueno, pero si eres muy grande para ir ¿Por qué no vienen ellos a jugar contigo? Así no quedaras atrapada y podrán divertirse – Otro adulto en su situación quizás no seguiría la charla de la pequeña, excusándose en la idea de que eso era cosa de niños y que las criaturas mágicas no existían, pero para fortuna de la niña, se topaba con una adulta que creía en todo eso – Yo soy Dorothea, tengo 20 años y te diré un secreto Neliel – se acercó un poco más a la pequeña – Tampoco se hacer medios con los dedos – susurró antes de sonreír.
Con la sonrisa aun en los labios, la Rilke observo su propio jardín.
– Sí, este jardín es mío y me hace muy feliz que a los gnomitos les guste porque sabes, este jardín lo diseño mi papá y él quería que todos fueran felices en él – le aseguró a la pequeña, recordando las palabras de su padre sobre la magia de aquel jardín. Tomando un poco de aire, Dorothea se puso de pie, negando al tiempo que lo hacía – No estoy enojada, y claro que mereces galletas. No eres una niña mala, ¿Te digo por qué? – hizo una pausa antes de agregar – Esta es mi casa, pero también esta la de los gnomitos. Es la casa de todos nosotros, así que pueden invitar a quien quieran, además que tú eres invitada de ellos y mía también – se sacudió un poco la falda del vestido – Y ya que hablaste de galletas ¿Quieres comer algunas? Podemos traerlas al jardín y tener una fiesta con los gnomitos.
Tirada de espaldas, exhausta por el esfuerzo de tirar de los pies de la infante, con lagrimas en los ojos y con dolor de estomago por tanto reír, Dorothea miró a la pequeña que acababa de salvar. La infante de cabellos rubios, ropas y mejillas sucias reía de la misma manera en que lo hacía la Rilke.
Poco a poco, la excitación del momento pasaba dejando a la muchacha en calma pero aún incapaz de hablar, y no fue sino hasta que se limpio las lagrimas de los ojos y tomo un buen respiro que finalmente las palabras salieron de sus labios.
– No ha sido nada – respondió mientras se sentaba – y no te hubiera dejado ahí. Yo habría traído ayuda para poder sacarte del árbol – con atención, Dorothea escuchó entonces la historia de la niña sobre como termino atrapada en aquel tronco – Bueno, pero si eres muy grande para ir ¿Por qué no vienen ellos a jugar contigo? Así no quedaras atrapada y podrán divertirse – Otro adulto en su situación quizás no seguiría la charla de la pequeña, excusándose en la idea de que eso era cosa de niños y que las criaturas mágicas no existían, pero para fortuna de la niña, se topaba con una adulta que creía en todo eso – Yo soy Dorothea, tengo 20 años y te diré un secreto Neliel – se acercó un poco más a la pequeña – Tampoco se hacer medios con los dedos – susurró antes de sonreír.
Con la sonrisa aun en los labios, la Rilke observo su propio jardín.
– Sí, este jardín es mío y me hace muy feliz que a los gnomitos les guste porque sabes, este jardín lo diseño mi papá y él quería que todos fueran felices en él – le aseguró a la pequeña, recordando las palabras de su padre sobre la magia de aquel jardín. Tomando un poco de aire, Dorothea se puso de pie, negando al tiempo que lo hacía – No estoy enojada, y claro que mereces galletas. No eres una niña mala, ¿Te digo por qué? – hizo una pausa antes de agregar – Esta es mi casa, pero también esta la de los gnomitos. Es la casa de todos nosotros, así que pueden invitar a quien quieran, además que tú eres invitada de ellos y mía también – se sacudió un poco la falda del vestido – Y ya que hablaste de galletas ¿Quieres comer algunas? Podemos traerlas al jardín y tener una fiesta con los gnomitos.
Dorothea Rilke- Humano Clase Alta
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Re: Secret Garden — Privado
Tal vez Neliel había tenido la dicha de encontrarse con una nueva amiga, varios años mayor que ella, pero que podía compartir fácilmente sus creencias. Claro, para la pequeña bruja todas aquellas historias no eran simples relatos de cuentos de hadas, eran reales, porque sus habilidades le daban la posibilidad de ver el mundo espiritual, algo que pocos podían hacer. Sin embargo, siendo tan inocente, no tenía precaución alguna en compartir sus aventuras con otras personas, sin importar si le creían o no, ella siempre hallaba la manera de que otros pudieran ser capaces de ver a sus queridísimos amigos del reino mágico. Por eso Neliel pudo hablar con tanta soltura con la jovencita que la había sacado del tronco del árbol, la misma que reía como una infanta a su lado, y era sumamente divertido. Pasaba que los adultos no solían ser tan recíprocos con algunas actitudes, más bien parecían ogros de las montañas.
Estaba sucia, hasta parecía un enano, de esos que trabajan en las grutas, extrayendo oro y joyas preciosas para sus tesoros. Pero eso no era importante para una niña, porque el aspecto físico nunca era de tal relevancia para los infantes, ellos sólo podían dejarse guiar por las actitudes de las personas, que sus actos fueran los más sinceros posibles; tal vez por eso muchos terminaban en manos equivocadas. Aunque este no era el caso.
—Dorothea es un bonito nombre, y también te queda bien. Mami decía que los nombres son parte de las personas, aunque no sé a qué se refería —frunció el ceño, como si intentara hallarle sentido a esas palabras—. Pero eso no importa, igual sigue siendo bonito, como tú. —Giró la cabeza hacia el árbol, observando el agujero en el tronco, y luego se miró, percatándose de que era muy grande para entrar por aquel hueco—. La puertecita de la casa de los gnomos es pequeña. Deberían hacer una más grande para gente como nosotras —aseguró—, para que también puedas ir tú.
Por alguna razón, tan propia de los niños pequeños, Neliel invitaba a Dorothea a unirse a sus travesuras. Sin embargo, no pudo descartar la idea de que sus amigos gnomos aceptaran la propuesta de la joven.
—¡Es cierto! Los gnomitos podrían venir y se divertirían mucho, mucho. Pero —se puso de pie y se dirigió hacia el árbol, observando por el orificio en donde había quedado atascada—. No sé si ellos quieran venir, a veces son muy penosos. Les gusta mucho este jardín y me dijeron que tu papi era muy bueno, que les había dado un hogar muy lindo y seguro. —De repente, dio un salto, aplaudiendo con sus pequeñas manos, como si se le hubiera ocurrido algo muy bueno—. A ellos les gustan las galletitas. Si te acercas y los invitas, entonces vendrán a visitarte. Pero tienes que darles galletitas de cereales, son sus favoritas. Las mías son las que tienen chocolate. ¿Te gusta el chocolate? A mi mami también le gustaba, pero no puede comerlo más.
A pesar de que aquella última frase sonara algo triste, en el rostro de Neliel no se reflejaba tal emoción, y no era por algo negativo, sino porque, aunque no resultara creíble, ella podía ver a su madre siempre, todas las veces que quisiera.
Estaba sucia, hasta parecía un enano, de esos que trabajan en las grutas, extrayendo oro y joyas preciosas para sus tesoros. Pero eso no era importante para una niña, porque el aspecto físico nunca era de tal relevancia para los infantes, ellos sólo podían dejarse guiar por las actitudes de las personas, que sus actos fueran los más sinceros posibles; tal vez por eso muchos terminaban en manos equivocadas. Aunque este no era el caso.
—Dorothea es un bonito nombre, y también te queda bien. Mami decía que los nombres son parte de las personas, aunque no sé a qué se refería —frunció el ceño, como si intentara hallarle sentido a esas palabras—. Pero eso no importa, igual sigue siendo bonito, como tú. —Giró la cabeza hacia el árbol, observando el agujero en el tronco, y luego se miró, percatándose de que era muy grande para entrar por aquel hueco—. La puertecita de la casa de los gnomos es pequeña. Deberían hacer una más grande para gente como nosotras —aseguró—, para que también puedas ir tú.
Por alguna razón, tan propia de los niños pequeños, Neliel invitaba a Dorothea a unirse a sus travesuras. Sin embargo, no pudo descartar la idea de que sus amigos gnomos aceptaran la propuesta de la joven.
—¡Es cierto! Los gnomitos podrían venir y se divertirían mucho, mucho. Pero —se puso de pie y se dirigió hacia el árbol, observando por el orificio en donde había quedado atascada—. No sé si ellos quieran venir, a veces son muy penosos. Les gusta mucho este jardín y me dijeron que tu papi era muy bueno, que les había dado un hogar muy lindo y seguro. —De repente, dio un salto, aplaudiendo con sus pequeñas manos, como si se le hubiera ocurrido algo muy bueno—. A ellos les gustan las galletitas. Si te acercas y los invitas, entonces vendrán a visitarte. Pero tienes que darles galletitas de cereales, son sus favoritas. Las mías son las que tienen chocolate. ¿Te gusta el chocolate? A mi mami también le gustaba, pero no puede comerlo más.
A pesar de que aquella última frase sonara algo triste, en el rostro de Neliel no se reflejaba tal emoción, y no era por algo negativo, sino porque, aunque no resultara creíble, ella podía ver a su madre siempre, todas las veces que quisiera.
Neliel Stendhal- Hechicero Clase Baja
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