AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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A secret life | Privado
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A secret life | Privado
Lo había comentado por lo bajo entre sus informantes. Lo había mencionado de forma casi casual a sus proveedores, y al final solo había tenido que esperar. Sentarse en el cómodo butacón de su oficina y esperar a que aquel fino trabajo diera su buen fruto.
Y él había aparecido.
Jacquin no era un hombre normal. Dada su posición y su apellido, él podría quedarse en su casa y leer junto al fuego confortable hasta que no quedasen libros en la ciudad. Era el heredero de una fortuna, el dueño de una gran fábrica que estaba viendo su mejor momento de producción, pero aún así él no podía dejar de acudir a su amada Académie. No podía dejarle su puesto a alguien más, pese a que había varios profesores muy capacitados. Un obsesivo, un apasionado... así lo definían quienes lo conocían, los alumnos que lo admiraban, o no, por lo que él representaba para la ciencia.
Jacquin tenía metas, objetivos claros que le movían. ¿Por qué cambian los cambiantes? ¿Dónde radicaba la diferencia entre los humanos y ellos? ¿En los huesos? ¿En la sangre? ¿En el desarrollo durante la niñez? No encontraba las respuestas que buscaba, lejos de frustrarse con eso, Jacquin se apasionaba cada vez más por el tema, con cada libro que leía y con cada caso que oía de oídas.
Lo que había comentado por lo bajo entre sus informantes y lo que había mencionado de forma casual a sus proveedores, era que estaba dispuesto a pagar una suma de trescientos francos a cualquier cambiante –que efectivamente le pudiese demostrar sus cambios- que se dispusiese para una entrevista y chequeo físico. La idea se le había ocurrido en una de sus visitas a la negra liberta Ore’mé, que atendía en los barrios bajos y que, además era su informante de mayor confianza. Él tenía dinero y cabía la posibilidad de que hubiese cambiantes carentes que estuviesen pasando necesidades y que fuesen valientes también, ¡podían ayudarse mutuamente! Pese a que había prometido discreción –porque no le convenía tener a la inquisición tras él así como tampoco le convendría a cualquier cambiante-, sabía que presentarse en la Académie, puntualmente en el departamento de Ciencias, era un paso difícil de dar. Pero allí tenía al primer voluntario valiente, o inconciente…
-Bienvenido, caballero –le dijo, luego de abrirle la puerta tras los seguros golpecitos-. Adelante, por favor. Algo me dice que usted no es un estudiante que viene a consultarme en mi rol de director académico. –Le indicó que se pusiese cómodo, Jacquin siempre prefería el relax antes que la tensión innecesaria-. Dígame con confianza a qué ha venido, le aseguro que aquí nadie es juzgado... Todos tenemos una vida secreta.
Y él había aparecido.
Jacquin no era un hombre normal. Dada su posición y su apellido, él podría quedarse en su casa y leer junto al fuego confortable hasta que no quedasen libros en la ciudad. Era el heredero de una fortuna, el dueño de una gran fábrica que estaba viendo su mejor momento de producción, pero aún así él no podía dejar de acudir a su amada Académie. No podía dejarle su puesto a alguien más, pese a que había varios profesores muy capacitados. Un obsesivo, un apasionado... así lo definían quienes lo conocían, los alumnos que lo admiraban, o no, por lo que él representaba para la ciencia.
Jacquin tenía metas, objetivos claros que le movían. ¿Por qué cambian los cambiantes? ¿Dónde radicaba la diferencia entre los humanos y ellos? ¿En los huesos? ¿En la sangre? ¿En el desarrollo durante la niñez? No encontraba las respuestas que buscaba, lejos de frustrarse con eso, Jacquin se apasionaba cada vez más por el tema, con cada libro que leía y con cada caso que oía de oídas.
Lo que había comentado por lo bajo entre sus informantes y lo que había mencionado de forma casual a sus proveedores, era que estaba dispuesto a pagar una suma de trescientos francos a cualquier cambiante –que efectivamente le pudiese demostrar sus cambios- que se dispusiese para una entrevista y chequeo físico. La idea se le había ocurrido en una de sus visitas a la negra liberta Ore’mé, que atendía en los barrios bajos y que, además era su informante de mayor confianza. Él tenía dinero y cabía la posibilidad de que hubiese cambiantes carentes que estuviesen pasando necesidades y que fuesen valientes también, ¡podían ayudarse mutuamente! Pese a que había prometido discreción –porque no le convenía tener a la inquisición tras él así como tampoco le convendría a cualquier cambiante-, sabía que presentarse en la Académie, puntualmente en el departamento de Ciencias, era un paso difícil de dar. Pero allí tenía al primer voluntario valiente, o inconciente…
-Bienvenido, caballero –le dijo, luego de abrirle la puerta tras los seguros golpecitos-. Adelante, por favor. Algo me dice que usted no es un estudiante que viene a consultarme en mi rol de director académico. –Le indicó que se pusiese cómodo, Jacquin siempre prefería el relax antes que la tensión innecesaria-. Dígame con confianza a qué ha venido, le aseguro que aquí nadie es juzgado... Todos tenemos una vida secreta.
Jacquin Toussaint- Humano Clase Alta
- Mensajes : 44
Fecha de inscripción : 17/01/2017
Re: A secret life | Privado
Las habilidades de Herman para conseguir recursos habían empezado a dejar de dar sus frutos. Ya no le resultaba fácil conseguir alimento en el mercado, y sus trucos en las tabernas empezaban a ser conocidos por los más asiduos, con lo que conseguir engañarlos para que le invitaran a unas copas se estaba volviendo en algo puntual e insólito. Estaba claro que sin dinero no iba a sobrevivir mucho más tiempo, pero tampoco tenía ni idea de que podía hacer para ganarse esos francos que tanta falta le hacían (siendo sinceros, Herman no había trabajado en su vida). Había pensado en usar sus habilidades para ofrecer algún tipo de servicio de búsqueda, pero no parecía que eso fuera algo de primera necesidad, así que no consiguió ni un mísero cliente. Eso sin contar con que no podía publicitarse de la manera que a él le hubiera gustado, puesto que la Inquisición lo tendría demasiado fácil para darle alcance, y ¿quién se fiaría de un hombre que dice poder encontrar lo que sea después de ver su aspecto? El orgullo de Herman estaba intacto (o casi), y para él, que conocía su precaria situación mejor que nadie, su aspecto era tan digno como el del mismísimo rey. ¡A ver quién era capaz de seguir con ese porte después de tanta miseria!
Puesto que en las calles de más clase no era, en absoluto, bien aceptado, se vio obligado a vagar por los barrios bajos en busca de algo, o alguien, que quisiera pagar por sus servicios. Era consciente de que allí la miseria era mayor, pero ¿qué otra cosa podía hacer? Además, la vigilancia de la Inquisición sería menor allí, con lo que esperaba poder aventurarse un poco más.
Caminó sin rumbo escuchando las conversaciones ajenas, intentando captar aquellas que pudieran interesarle. La mayoría eran absurdas y prácticamente incomprensibles por la falta de contexto, y empezó a pensar que aquello era una completa pérdida de tiempo. Se apoyó en un poyete y sacó un cigarro que había robado el día anterior. Llegó a encender la cerilla, pero antes de prender el tabaco prensado escuchó algo que le interesó: un profesor de la Académie de París estaba buscando gente como él, cambiantes que pudieran demostrar que lo eran y que estuvieran dispuestos a hacerse un chequeo a cambio de trescientos francos, nada más y nada menos. Agitó la cerilla y la tiró, ya apagada, mientras se acercaba a la mujer que había hablado. Gracias a su carisma habitual, acompañado de una radiante sonrisa, consiguió la información necesaria y, además, dejó a la mujer increíblemente contenta tras dedicarle un par de halagos, completamente falsos, sobre su aspecto.
Guardó el cigarro y emprendió el viaje de vuelta, muy dispuesto a aceptar ese extraño trabajo que había encontrado. Llegados a ese punto ¿qué más podía pasarle? Puede que fuera una trampa, eso lo había valorado ya, pero siempre le quedaba la opción de salir corriendo si las cosas se ponían feas. O eso esperaba, al menos.
El edificio de la universidad lo recibió de manera solemne, y Herman sintió que se hacía pequeñito al entrar. Sus zapatos resonaban en el suelo de madera, y el eco de los mismos le instaba a caminar por los pasillos más deprisa que de costumbre. Llegó a la puerta que le habían indicado y leyó la inscripción que había colgada, grabada en una placa de bronce:
Sin pensarlo dos veces, tocó a la puerta y esperó. Un hombre elegantemente vestido lo recibió y lo invitó a entrar.
—Buenas tardes —saludó, y paseó la mirada por el despacho. Estaba impecable, y Herman, a pesar de que se había adecentado especialmente para la ocasión, destacaba allí en medio como una mancha de vino sobre un mantel blanco. Tomó asiento donde le había indicado y adoptó una postura relajada, pero no vulgar—. En efecto, no soy un estudiante de la Académie, aunque no negaré que me gustaría haberlo sido en mi juventud —contestó—. Si estoy aquí es porque he oído un rumor sobre cierto trabajo remunerado que se lleva a cabo en el departamento de ciencias de esta universidad, y creo que yo soy el tipo de persona que se busca. —No quería dar demasiados detalles porque, aunque no veía nada que temer en el aura de aquel hombre, no sabía qué oídos estarían escuchando—. Me interesa el dinero, no lo voy a negar, pero no tengo claro cuál es el trabajo a realizar. Según tengo entendido, es solo una entrevista y un chequeo. ¿Me equivoco?
Por trescientos francos, Hermana incluso le dejaría que le arrancará unas cuantas plumas, si quería. ¡Ah! Su mente ya había empezado a pensar qué haría con ese dinero, y las primeras ideas no eran, precisamente, asuntos de primera necesidad.
Puesto que en las calles de más clase no era, en absoluto, bien aceptado, se vio obligado a vagar por los barrios bajos en busca de algo, o alguien, que quisiera pagar por sus servicios. Era consciente de que allí la miseria era mayor, pero ¿qué otra cosa podía hacer? Además, la vigilancia de la Inquisición sería menor allí, con lo que esperaba poder aventurarse un poco más.
Caminó sin rumbo escuchando las conversaciones ajenas, intentando captar aquellas que pudieran interesarle. La mayoría eran absurdas y prácticamente incomprensibles por la falta de contexto, y empezó a pensar que aquello era una completa pérdida de tiempo. Se apoyó en un poyete y sacó un cigarro que había robado el día anterior. Llegó a encender la cerilla, pero antes de prender el tabaco prensado escuchó algo que le interesó: un profesor de la Académie de París estaba buscando gente como él, cambiantes que pudieran demostrar que lo eran y que estuvieran dispuestos a hacerse un chequeo a cambio de trescientos francos, nada más y nada menos. Agitó la cerilla y la tiró, ya apagada, mientras se acercaba a la mujer que había hablado. Gracias a su carisma habitual, acompañado de una radiante sonrisa, consiguió la información necesaria y, además, dejó a la mujer increíblemente contenta tras dedicarle un par de halagos, completamente falsos, sobre su aspecto.
Guardó el cigarro y emprendió el viaje de vuelta, muy dispuesto a aceptar ese extraño trabajo que había encontrado. Llegados a ese punto ¿qué más podía pasarle? Puede que fuera una trampa, eso lo había valorado ya, pero siempre le quedaba la opción de salir corriendo si las cosas se ponían feas. O eso esperaba, al menos.
El edificio de la universidad lo recibió de manera solemne, y Herman sintió que se hacía pequeñito al entrar. Sus zapatos resonaban en el suelo de madera, y el eco de los mismos le instaba a caminar por los pasillos más deprisa que de costumbre. Llegó a la puerta que le habían indicado y leyó la inscripción que había colgada, grabada en una placa de bronce:
Jacquin Toussaint
Rector del departamento de ciencias
Rector del departamento de ciencias
Sin pensarlo dos veces, tocó a la puerta y esperó. Un hombre elegantemente vestido lo recibió y lo invitó a entrar.
—Buenas tardes —saludó, y paseó la mirada por el despacho. Estaba impecable, y Herman, a pesar de que se había adecentado especialmente para la ocasión, destacaba allí en medio como una mancha de vino sobre un mantel blanco. Tomó asiento donde le había indicado y adoptó una postura relajada, pero no vulgar—. En efecto, no soy un estudiante de la Académie, aunque no negaré que me gustaría haberlo sido en mi juventud —contestó—. Si estoy aquí es porque he oído un rumor sobre cierto trabajo remunerado que se lleva a cabo en el departamento de ciencias de esta universidad, y creo que yo soy el tipo de persona que se busca. —No quería dar demasiados detalles porque, aunque no veía nada que temer en el aura de aquel hombre, no sabía qué oídos estarían escuchando—. Me interesa el dinero, no lo voy a negar, pero no tengo claro cuál es el trabajo a realizar. Según tengo entendido, es solo una entrevista y un chequeo. ¿Me equivoco?
Por trescientos francos, Hermana incluso le dejaría que le arrancará unas cuantas plumas, si quería. ¡Ah! Su mente ya había empezado a pensar qué haría con ese dinero, y las primeras ideas no eran, precisamente, asuntos de primera necesidad.
Herman van Haacht- Cambiante Clase Baja
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Fecha de inscripción : 17/07/2017
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Re: A secret life | Privado
Por su porte magnífico, Jacquin diría que estaba frente a un cambiante felino… En verdad eso no le importaba especialmente, solo quería que fuese cambiante y ya. No vampiro, no licántropo. Cambiante. Sabía bien cómo llegaban los vampiros a transformase, imaginaba –aunque no tenía certezas, y tampoco le importaban- cómo se convertían los licántropos. Pero para los cambiantes no había respuestas certeras y ahí nacía su obsesión por aquella raza.
-Nunca es tarde para el saber, está a tiempo de estudiar si así lo desea. Mi nombre es Jacquin Toussaint –le dijo, sentado ya frente a él, y le tendió la mano-, descuide que no debe decirme su nombre si no lo desea, no quiero que se comprometa innecesariamente. Sólo dígame cómo le gustaría que lo llame y así lo haré.
Rebuscó en sus cajones una libreta nueva. Tenía muchas, pues era de esas personas que vivían tomando nota de todos los pensamientos que a lo largo del día pudiesen resultar importantes a futuro. Un rasgo insoportable de su conducta, a decir verdad, pero Jacquin tenía cuarenta y dos años, ya no iba a cambiar su forma de proceder.
-En efecto, está muy bien informado, primero me gustaría hacerle algunas preguntas y luego bajar a los laboratorios con usted y allí poder… eh, ¿cómo decirlo? Ver su cuerpo, desnudo –aclaró, con su mirada fija en la del hombre-. Necesitaría tocar algunas zonas, tal vez rasgar otras. Seré muy cuidadoso –le aclaró, sabiendo de que la idea podía resultar poco atrayente. Saco una bolsa de dinero del último de los cajones del escritorio y la empujó hasta sus manos para que el hombre no se echase atrás-. Aquí tiene doscientos francos, le daré cien más cuando todo acabe.
Podía sonar horrible, pero así era y prefería ser sincero. Además sabía que si en verdad era lo que insinuaba ser, contaría a su favor con la sanación acelerada y un corte pequeño no representaría nada. De aquello se beneficiaban ambos y por eso Toussaint quería comenzar cuanto antes:
-Si le parece bien podemos comenzar con algunas preguntas sencillas, claro que usted es libre de responder lo que desee pero yo le pido que sea sincero, me es más útil que me diga que prefiere no responder alguna pregunta y no que me dé una falsa respuesta. Tómese su tiempo para pensar si quiere o no hablar sobre eso, pero le pido que si elige hablar lo haga con la verdad.
Sin preguntarle, porque le parecía obvio que igual él aceptaría, Jacquin se puso de pie y fue hasta la pequeña biblioteca en la pared opuesta, justo tras las espaldas del visitante. Abrió la pesada puertilla y sacó una botella de whisky y dos vasos. Ya de nuevo en el escritorio sirvió las dos medidas y lo invitó con un gesto a beber.
-Veamos, ¿por dónde comenzar? ¿Cuáles son sus cambios? ¿Cuándo fue la primera vez que descubrió que tenía estas facultades?
-Nunca es tarde para el saber, está a tiempo de estudiar si así lo desea. Mi nombre es Jacquin Toussaint –le dijo, sentado ya frente a él, y le tendió la mano-, descuide que no debe decirme su nombre si no lo desea, no quiero que se comprometa innecesariamente. Sólo dígame cómo le gustaría que lo llame y así lo haré.
Rebuscó en sus cajones una libreta nueva. Tenía muchas, pues era de esas personas que vivían tomando nota de todos los pensamientos que a lo largo del día pudiesen resultar importantes a futuro. Un rasgo insoportable de su conducta, a decir verdad, pero Jacquin tenía cuarenta y dos años, ya no iba a cambiar su forma de proceder.
-En efecto, está muy bien informado, primero me gustaría hacerle algunas preguntas y luego bajar a los laboratorios con usted y allí poder… eh, ¿cómo decirlo? Ver su cuerpo, desnudo –aclaró, con su mirada fija en la del hombre-. Necesitaría tocar algunas zonas, tal vez rasgar otras. Seré muy cuidadoso –le aclaró, sabiendo de que la idea podía resultar poco atrayente. Saco una bolsa de dinero del último de los cajones del escritorio y la empujó hasta sus manos para que el hombre no se echase atrás-. Aquí tiene doscientos francos, le daré cien más cuando todo acabe.
Podía sonar horrible, pero así era y prefería ser sincero. Además sabía que si en verdad era lo que insinuaba ser, contaría a su favor con la sanación acelerada y un corte pequeño no representaría nada. De aquello se beneficiaban ambos y por eso Toussaint quería comenzar cuanto antes:
-Si le parece bien podemos comenzar con algunas preguntas sencillas, claro que usted es libre de responder lo que desee pero yo le pido que sea sincero, me es más útil que me diga que prefiere no responder alguna pregunta y no que me dé una falsa respuesta. Tómese su tiempo para pensar si quiere o no hablar sobre eso, pero le pido que si elige hablar lo haga con la verdad.
Sin preguntarle, porque le parecía obvio que igual él aceptaría, Jacquin se puso de pie y fue hasta la pequeña biblioteca en la pared opuesta, justo tras las espaldas del visitante. Abrió la pesada puertilla y sacó una botella de whisky y dos vasos. Ya de nuevo en el escritorio sirvió las dos medidas y lo invitó con un gesto a beber.
-Veamos, ¿por dónde comenzar? ¿Cuáles son sus cambios? ¿Cuándo fue la primera vez que descubrió que tenía estas facultades?
Jacquin Toussaint- Humano Clase Alta
- Mensajes : 44
Fecha de inscripción : 17/01/2017
Re: A secret life | Privado
Aquel trabajo —si es que se le podía llamar así— empezaba bien: podía inventarse una identidad, ser quien él quisiera y no el barón desterrado y desposeído de sus maravillosas tierras neerlandesas. Pensó en contarle alguna mentira sobre su origen, algo mucho más exótico y atrayente que la cruda realidad de los hechos que el cambiante había vivido, pero recordó el miserable aspecto que presentaba y supo que nada exótico podía verse como él lo hacía en ese momento.
—Puede llamarme Herman —dijo simplemente, aceptando la mano que el otro le había tendido—. Por lo que veo, lo que pide no dista mucho de lo que me han contado. Al menos, me tranquiliza no haber venido en vano, porque, ¿sabe? He descubierto que hay mucho mentiroso aquí, en París.
Se acomodó de nuevo en el butacón que le había sido asignado y cruzó los dedos entre sí, apoyando las manos sobre su regazo. No iba a negar la inquietud sobre las pruebas que le haría en el laboratorio, en concreto esas que le causarían heridas en la piel, pero el saber estar que había aprendido desde niño permitió que no se le notara ni lo más mínimo. Si su interlocutor hubiera sido otro cambiante, un licántropo o incluso un vampiro, Herman estaba seguro de que lo habría notado; sólo el latir rápido de su corazón bastaría para delatarlo, pero se encontraba frente a un humano corriente, y en su presencia sentía que jugaba con ventaja.
Aceptó el vaso de whisky con gusto. Se lo llevó a los labios y aspiró profundamente antes de dar el primer sorbo. Olía delicioso, afrutado y con un ligero toque de madera. El trago le quemó la garganta con gusto, y le dejó un sabor ligeramente amargo que quitó con un carraspeo suave.
—Me parece un trato justo —dijo mirando la bolsa llena de francos sobre la mesa—. Puede confiar en que todo lo que le cuente sea verdad. Lo cierto es que tampoco tengo motivos para inventarme sucesos que no han ocurrido, e imagino que, si lo llego a hacer, terminará dándose cuenta —razonó sin apartar los ojos de los ajenos—. Es imposible mantener una mentira durante mucho tiempo, siempre terminan desmoronándose.
Dio otro trago, esta vez más largo, y dejó el líquido en la boca, moviéndolo con la lengua antes de llevárselo al estómago. Mantuvo el vaso entre las manos, moviéndolo en círculos y viendo el whisky girar dentro del recipiente.
—Soy un cambiante ave —contestó—. Me transformo en halcón durante el día y en búho real durante la noche. Si se pregunta por qué, la respuesta es sencilla: cada uno de los dos apareció en esas horas del día, y ya lo he adaptado como costumbre. —Dejó la copa sobre la mesa y apoyó los codos en los reposabrazos del asiento—. Además, es mucho más útil ser un búho de noche. Ven mejor que los halcones, y estos últimos son mucho más eficaces mientras haya luz.
Se encogió de hombros y dejó algo de tiempo para que tomara las notas que le hicieran falta. Al fin y al cabo, aquella no era una charla entre amigos sobre lo que habían hecho el día anterior, y todo lo que Herman dijera sería objeto de estudio.
—No sé si hubo un momento concreto, pero, si debo decir algo, descubrí todo esto con… cuatro, o cinco años —contestó, dubitativo. La memoria de Herman no empezó a ser perfecta hasta que no alcanzó los siete u ocho años, y aunque todo lo que le ocurrió antes de esa etapa lo recordaba bastante bien, había fechas y sucesos que se le escapaban—. En el fondo fue como si siempre hubiera sentido a los dos animales dentro, pero sin saber qué eran. Tuve la suerte, creo, de que la mujer que cuidaba de mí fuera una hechicera que me habló de mi condición de manera natural, así que cuando me transformé por primera vez no me supuso algo traumático. —Alcanzó el whisky y bebió para aclararse la garganta, además de para darle tiempo suficiente a que siguiera tomando sus notas—. El primer cambio de forma fue a los siete años, eso sí lo recuerdo bien: estaba subido en un árbol, me caí y, sin saber muy bien cómo, aterricé planeando sobre la hierba. Me costó un tiempo aprender a controlarlo, pero, una vez que lo conseguí, descubrí al búho intentando tranformarme de noche. Desde entonces y hasta hoy, no he alterado la norma, aunque tampoco sé si sería capaz de hacerlo. Al menos durante mucho tiempo —concluyó.
—Puede llamarme Herman —dijo simplemente, aceptando la mano que el otro le había tendido—. Por lo que veo, lo que pide no dista mucho de lo que me han contado. Al menos, me tranquiliza no haber venido en vano, porque, ¿sabe? He descubierto que hay mucho mentiroso aquí, en París.
Se acomodó de nuevo en el butacón que le había sido asignado y cruzó los dedos entre sí, apoyando las manos sobre su regazo. No iba a negar la inquietud sobre las pruebas que le haría en el laboratorio, en concreto esas que le causarían heridas en la piel, pero el saber estar que había aprendido desde niño permitió que no se le notara ni lo más mínimo. Si su interlocutor hubiera sido otro cambiante, un licántropo o incluso un vampiro, Herman estaba seguro de que lo habría notado; sólo el latir rápido de su corazón bastaría para delatarlo, pero se encontraba frente a un humano corriente, y en su presencia sentía que jugaba con ventaja.
Aceptó el vaso de whisky con gusto. Se lo llevó a los labios y aspiró profundamente antes de dar el primer sorbo. Olía delicioso, afrutado y con un ligero toque de madera. El trago le quemó la garganta con gusto, y le dejó un sabor ligeramente amargo que quitó con un carraspeo suave.
—Me parece un trato justo —dijo mirando la bolsa llena de francos sobre la mesa—. Puede confiar en que todo lo que le cuente sea verdad. Lo cierto es que tampoco tengo motivos para inventarme sucesos que no han ocurrido, e imagino que, si lo llego a hacer, terminará dándose cuenta —razonó sin apartar los ojos de los ajenos—. Es imposible mantener una mentira durante mucho tiempo, siempre terminan desmoronándose.
Dio otro trago, esta vez más largo, y dejó el líquido en la boca, moviéndolo con la lengua antes de llevárselo al estómago. Mantuvo el vaso entre las manos, moviéndolo en círculos y viendo el whisky girar dentro del recipiente.
—Soy un cambiante ave —contestó—. Me transformo en halcón durante el día y en búho real durante la noche. Si se pregunta por qué, la respuesta es sencilla: cada uno de los dos apareció en esas horas del día, y ya lo he adaptado como costumbre. —Dejó la copa sobre la mesa y apoyó los codos en los reposabrazos del asiento—. Además, es mucho más útil ser un búho de noche. Ven mejor que los halcones, y estos últimos son mucho más eficaces mientras haya luz.
Se encogió de hombros y dejó algo de tiempo para que tomara las notas que le hicieran falta. Al fin y al cabo, aquella no era una charla entre amigos sobre lo que habían hecho el día anterior, y todo lo que Herman dijera sería objeto de estudio.
—No sé si hubo un momento concreto, pero, si debo decir algo, descubrí todo esto con… cuatro, o cinco años —contestó, dubitativo. La memoria de Herman no empezó a ser perfecta hasta que no alcanzó los siete u ocho años, y aunque todo lo que le ocurrió antes de esa etapa lo recordaba bastante bien, había fechas y sucesos que se le escapaban—. En el fondo fue como si siempre hubiera sentido a los dos animales dentro, pero sin saber qué eran. Tuve la suerte, creo, de que la mujer que cuidaba de mí fuera una hechicera que me habló de mi condición de manera natural, así que cuando me transformé por primera vez no me supuso algo traumático. —Alcanzó el whisky y bebió para aclararse la garganta, además de para darle tiempo suficiente a que siguiera tomando sus notas—. El primer cambio de forma fue a los siete años, eso sí lo recuerdo bien: estaba subido en un árbol, me caí y, sin saber muy bien cómo, aterricé planeando sobre la hierba. Me costó un tiempo aprender a controlarlo, pero, una vez que lo conseguí, descubrí al búho intentando tranformarme de noche. Desde entonces y hasta hoy, no he alterado la norma, aunque tampoco sé si sería capaz de hacerlo. Al menos durante mucho tiempo —concluyó.
Herman van Haacht- Cambiante Clase Baja
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Re: A secret life | Privado
Le parecía tan increíble que aquello se estuviese llevando a cabo en su oficina… Así, sencillo y sin complicaciones, como si tal cosa tenía a un cambiante dispuesto a hablar de sí mismo. Jacquin observaba a Herman e intentaba que se sintiera comprendido por su mirada, no juzgado –en lo absoluto, pues Jacquin antes que nada admiraba a los sobrenaturales-, deseaba que se sintiese relajado para poder hablar en libertad. También le agradeció su pacto de sinceridad, aunque nunca podría estar seguro de la veracidad de sus palabras, Jacquin elegía creer todo lo que él le fuese a decir. No lo conocía en lo absoluto, pero tenía que estar frente a un hombre muy valiente porque no cualquiera se arriesgaba de la forma en la que él lo estaba haciendo al aceptar ese encuentro.
Tomaba nota en un cuadernillo especial que había comprado para las entrevistas y que con Herman estrenaba. Cada tanto levantaba la mirada y le sonreía, pero pronto volvía a su cuaderno para no perderse de apuntar nada de lo que él comentaba sobre su vida diaria, sus orígenes y naturaleza.
-Cuando está transformado en ave, ¿es su mente la que rige sobre el cuerpo o siente que tiene mentalidad de ave? ¿Cómo decide por dónde volar? –Tal vez no estaba explicándose bien, era difícil de entender todo aquello aunque le apasionaba el tema-. Quiero decir, ¿hace elecciones o es el instinto lo que determina sus movimientos cuando es usted un… bueno, un animal?
El relato se ponía interesante, mucho más cuando ahondó su invitado sobre la infancia pues era eso lo que más le interesaba a Jacquin. ¿Cuándo cambiaba por primera vez un cambiante? ¿Qué cambios notaba en primer instancia? ¿Cómo repercutía eso en la mentalidad de un niñito? Si bien en un principio había tomado notas de manera relajada, en ese punto ya no podía ocultar su interés y escribía tan de prisa que su mano derecha se acalambró.
-¿Se atrevería a decir, entonces, que los cambiantes son dependientes de los hechiceros? Al menos en sus comienzos. Verá, me aventuro a preguntarlo porque no es el primer caso en el que me relatan que un hechicero, o hechicera, fue de importancia vital para el desarrollo apropiado de la condición de cambiante –le explicó, su propia esposa había necesitado de una hechicera para entender el proceso de cambio, pero no podía confiarle aquello-. Al menos para resolver dudas en primera instancia.
Esperaría sus respuestas, la claridad de estas para echar algo más de luz a esas hipótesis que durante años había perfeccionado. Luego llegaría el tiempo de pasar al laboratorio, donde, con permiso del cambiante, Jacquin tomaría las muestras que necesitaba.
Tomaba nota en un cuadernillo especial que había comprado para las entrevistas y que con Herman estrenaba. Cada tanto levantaba la mirada y le sonreía, pero pronto volvía a su cuaderno para no perderse de apuntar nada de lo que él comentaba sobre su vida diaria, sus orígenes y naturaleza.
-Cuando está transformado en ave, ¿es su mente la que rige sobre el cuerpo o siente que tiene mentalidad de ave? ¿Cómo decide por dónde volar? –Tal vez no estaba explicándose bien, era difícil de entender todo aquello aunque le apasionaba el tema-. Quiero decir, ¿hace elecciones o es el instinto lo que determina sus movimientos cuando es usted un… bueno, un animal?
El relato se ponía interesante, mucho más cuando ahondó su invitado sobre la infancia pues era eso lo que más le interesaba a Jacquin. ¿Cuándo cambiaba por primera vez un cambiante? ¿Qué cambios notaba en primer instancia? ¿Cómo repercutía eso en la mentalidad de un niñito? Si bien en un principio había tomado notas de manera relajada, en ese punto ya no podía ocultar su interés y escribía tan de prisa que su mano derecha se acalambró.
-¿Se atrevería a decir, entonces, que los cambiantes son dependientes de los hechiceros? Al menos en sus comienzos. Verá, me aventuro a preguntarlo porque no es el primer caso en el que me relatan que un hechicero, o hechicera, fue de importancia vital para el desarrollo apropiado de la condición de cambiante –le explicó, su propia esposa había necesitado de una hechicera para entender el proceso de cambio, pero no podía confiarle aquello-. Al menos para resolver dudas en primera instancia.
Esperaría sus respuestas, la claridad de estas para echar algo más de luz a esas hipótesis que durante años había perfeccionado. Luego llegaría el tiempo de pasar al laboratorio, donde, con permiso del cambiante, Jacquin tomaría las muestras que necesitaba.
Jacquin Toussaint- Humano Clase Alta
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