AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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La Destrucción || Privado
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La Destrucción || Privado
“A mi lado sin pausa el Demonio se agita;
A mi lado flota como el aire impalpable;
Lo bebo y siento cómo abrasa mis pulmones
ahogándome en un deseo culpable y eterno.”
—Charles Baudelaire.
A mi lado flota como el aire impalpable;
Lo bebo y siento cómo abrasa mis pulmones
ahogándome en un deseo culpable y eterno.”
—Charles Baudelaire.
Malacoda estaba hecho una furia había rondado durante largos minutos por cada rincón de San Pedro en busca de Malebranche, ni siquiera sus lacayos lo habían visto, es como si la tierra se lo hubiera tragado. Vaya ironía, viniendo de un demonio. Quizás había decidido refugiarse en su círculo mientras que a Caraffa se le pasaba la ira que lo consumaba lentamente. El Papa prácticamente le dijo inepto en su cara y eso al vampiro nada le agradaba. Y en partes tenía razón, que era lo que más le hacía arder en cólera. La misión a Egipto fracasó vergonzosamente. Lo sabía perfectamente, pero eso no significaba que se iba a quedar de brazos cruzados, a cambio de aquella pérdida habían obtenido información selecta y que les serviría para continuar con su perverso y elaborado plan. Pero por los momentos era mejor evitar un rato a Caraffa y así fue como lo hizo. La brillante excusa de ir en búsqueda de Malebranche había resultado perfecta, de no ser porque ahora el otro demonio no estaba por ninguna parte.
—Maldita sea, Malebranche, ¿Te fuiste al infierno o qué? —Masculló el vampiro. Sus pasos lo habían guiado a la Capilla Sixtina.
Al elevar su mirada notó aquel fresco de Buonarroti que decoraba majestuosamente la bóveda del recinto con escenas que recordaban constantemente al hombre que no era más que un pedazo de carne y que estaba destinado a condenarse a sí mismo en este mundo. Malacoda frunció el ceño, levemente irritado por recordar al escultor. Aunque, extrañamente le causaba gracia ver aquellas imágenes, pues había algo de verdad en ellas. Era divertido plagar al mundo de vicios y de ir condenando a las almas a los círculos del infierno. Largó una sonora de carcajada y hubiera seguido riendo de no ser porque un clérigo le interrumpió. Obviamente conocía a Malacoda, eso se notó al momento en que decidió acercarse. Al parecer Malebranche se había dirigido a las estancias destinadas a los inquisidores. Enterarse de ello hizo que el vampiro entornara los ojos frotándose luego el rostro con la diestra. Asintió levemente y siguió de inmediato al hombre que le entregaba el mensaje. Necesitaba a alguien que lo acompañara para dirigirse a aquel lugar. A pesar de que Caraffa ya lo había presentado como su servidor, siempre había uno que otro desconfiado.
El vampiro esperaba pacientemente que el clérigo terminara de conversar con el inquisidor que se encontraba resguardando el lugar, aquel había reconocido a Malacoda y no pudo tensar los músculos de su rostro al verlo. Pudo haberse burlado de aquel pobre hombre, pero no lo hizo, el demonio supo disimular perfectamente la gracia que le causó la reacción ajena. Así sería mucho más fácil obtener el pase al famoso Salón de los Arcángeles. Al momento en que el canónigo le indicó que lo acompañase, Malacoda lo siguió haciendo una leve referencia antes de ingresar al salón. Al hombre le temblaron las piernas; rumores se colaban en los pasillos sobre las verdaderas identidades de los seguidores del nuevo Papa. Y eso hacía reír internamente a aquel monstruo.
Cuando finalmente estuvo solo en la estancia se dio un paseo entre los libreros, muchos textos que carecían de interés para alguien como él que había vivido demasiados siglos en la tierra. La yema de sus dedos tocaron las rusticas superficies de los lomos de aquellos libros. Malacoda evitaba toparse con las miradas ausentes de las imponentes esculturas dedicadas a los arcángeles del Creador. Terminó alejándose y encaró finalmente a aquellas figuras. No le agradaban. Agartha no era nada comparada con esos seres que hacían uso de la ira divina para destruir todo a su paso, castigando a todo aquel que osara si quiera a rebelarse a las leyes del Todopoderoso. Recordar tal cosa hizo gruñir al sobrenatural quien evitó nuevamente ver a aquellos seres petrificados. Esperaba ansioso con que Malebranche estuviera en algún lugar y así poder largarse de inmediato. Y en realidad se iba a largar de no ser por el eco de unos pasos. Alguien se acercaba cada vez más y llevaba prisa.
—Esperemos que seas tú, Malebranche. Si no tendré que verme en la difícil tarea de hacer rodar las malditas cabezas de estos arcángeles de piedra… —bramó Malacoda estando ya bastante impaciente.
Malacoda- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 09/10/2014
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Re: La Destrucción || Privado
Fue cruzando puertas una tras otra, consciente de que nunca volvería a entrar por ellas.
Neil Gaiman.
Las cosas habían cambiado. Un día simplemente todo el sueño hermoso en el que Scarlett parecía haber vivido se había desvanecido; ya no quedaba nuevamente nada para ella más que su fiel sombra y la iglesia. Patrick había desparecido, dejándole un enorme vació en la vida y el corazón completamente roto. Ya no existía persona en la que pudiera confiar y tampoco existían lagrimas suficientes para traer de regreso a alguien que probablemente descubriera su oscura profesión y le detestara como nunca.
Al descubrir la desaparición o partida de Patrick, se mantuvo en su hogar durante días. La inquisidora debía dejar de sentir tanto para poder regresar a sus deberes, lo único en lo que debía centrarse desde ese punto y en delante. No era para nada sencillo cerrar su corazón, pero ya lo había conseguido en una ocasión y esta vez, no tenía porque ser diferente. Lograría olvidar todo, tal y como al parecer el hombre a quien le prometiera tanto la olvido a ella. La tristeza y el dolor le destrozaron por dentro, hasta que paulatinamente todo se convirtió de nuevo en ira; una que solo desaparecería cuando ella pudiera volver a ser la mujer de antes y destruir todo aquel sobre natural que se atravesar en su camino.
Fue hasta que se sintió capaz de recoger las partes de si misma cuando se levanto de la cama que tenía hecha un completo desastre. La inglesa se miro al espejo y vio la mujer frágil que nunca más en la vida planeaba volver a ser; tomo una larga ducha y después de por primera vez en días dirigir la palabra a la servidumbre, indico que necesitaba salir con urgencia y que a su regrese deseaba todo ordenado tal cual le gustaba, así como dio indicaciones para el cuidado de Sombra mientras estaba ausente ya que se dirigiría a atender asuntos urgentes fuera de París.
La inquisición era su único lugar seguro en el mundo, aquel donde podía ser la mujer fuerte que deseaba y que había sido durante buena parte del tiempo, hasta que el sentimentalismo ridículo y sin provecho se apoderara de ella. Esa época de pensamientos sobre familia y abandonar la institución a la que servia, quedaba de lado, Scarlett le pertenecía únicamente a la inquisición. Durante todo el camino hasta los Estados Pontificios no pensó en otra cosa que no fuera lo que debía hacer. Conforme avanzaban en el camino, dejaba de sentirse vulnerable para tornarse en algo más oscuro de lo que antes había sido; ahora no existía nada que le atara, no tenía preocupación alguna, sus deberes eran lo más importante y morir era lo de menos.
Prácticamente iba llegando a los cuarteles de la Inquisición cuando ya le indicaban a donde era que debía ir en esos momentos. La presencia de Scarlett era requerida en el Salón de los Arcángeles y tal y como se lo pidieron, fue directamente hasta aquel lugar. En su camino observo a varios de los que eran sus compañeros en misiones conjuntas y en la mirada de todos ello veía la incertidumbre del futuro; no porque ella tuviese incertidumbre, sino porque se había enfocado tanto en cosas que le hacían perder el tiempo que era al parecer de las únicas que no había tomado con la seriedad debida los rumores que corrían por los pasillos de la Inquisición, al igual que en el exterior de las filas. Se decía que es Sumo Pontífice estaba ligado con malas compañías y que la Inquisición tenía los días contados como una institución protectora de los desvalidos humanos pero eso no eran más que rumores y según la inquisidora, no tenia porque prestar atención a cosas carentes de una base solida.
Saludo con la cabeza a cuantos conocidos pasaron a su lado y antes de llegar al Salón de lo Arcángeles se topo con un clérigo que parecía estar huyendo de algo. Una sonrisa apareció en los labios de la fémina, que creía aquel hombre se topaba por primera vez con alguien de la facción de condenados y por eso fue que sin anuncio previo, creyendo que se toparía con alguien más de su categoría, entro en la gran aula que conformaba el lugar donde se suponía era necesaria. Apenas se había abierto la puerta cuando sus ojos se posaron sobre una figura masculina y de manera amable realizo una ligera reverencia, al tiempo que en su mente corrían los rostros de todos aquellos que conocía y en los cuales, no se encontraba el hombre aquel.
– Lamento la abrupta interrupción, pensé que era la única citada con tanta urgencia a este lugar – mintió de manera deliberada, después de todo no tenía porque decir la verdad a todos con quienes se encontraba – ¿Esperando ordenes superiores? – pregunto con curiosidad, avanzando más dentro de aquel salón donde las nuevas con respecto a sus misiones estaban por ser reveladas.
Neil Gaiman.
Las cosas habían cambiado. Un día simplemente todo el sueño hermoso en el que Scarlett parecía haber vivido se había desvanecido; ya no quedaba nuevamente nada para ella más que su fiel sombra y la iglesia. Patrick había desparecido, dejándole un enorme vació en la vida y el corazón completamente roto. Ya no existía persona en la que pudiera confiar y tampoco existían lagrimas suficientes para traer de regreso a alguien que probablemente descubriera su oscura profesión y le detestara como nunca.
Al descubrir la desaparición o partida de Patrick, se mantuvo en su hogar durante días. La inquisidora debía dejar de sentir tanto para poder regresar a sus deberes, lo único en lo que debía centrarse desde ese punto y en delante. No era para nada sencillo cerrar su corazón, pero ya lo había conseguido en una ocasión y esta vez, no tenía porque ser diferente. Lograría olvidar todo, tal y como al parecer el hombre a quien le prometiera tanto la olvido a ella. La tristeza y el dolor le destrozaron por dentro, hasta que paulatinamente todo se convirtió de nuevo en ira; una que solo desaparecería cuando ella pudiera volver a ser la mujer de antes y destruir todo aquel sobre natural que se atravesar en su camino.
Fue hasta que se sintió capaz de recoger las partes de si misma cuando se levanto de la cama que tenía hecha un completo desastre. La inglesa se miro al espejo y vio la mujer frágil que nunca más en la vida planeaba volver a ser; tomo una larga ducha y después de por primera vez en días dirigir la palabra a la servidumbre, indico que necesitaba salir con urgencia y que a su regrese deseaba todo ordenado tal cual le gustaba, así como dio indicaciones para el cuidado de Sombra mientras estaba ausente ya que se dirigiría a atender asuntos urgentes fuera de París.
La inquisición era su único lugar seguro en el mundo, aquel donde podía ser la mujer fuerte que deseaba y que había sido durante buena parte del tiempo, hasta que el sentimentalismo ridículo y sin provecho se apoderara de ella. Esa época de pensamientos sobre familia y abandonar la institución a la que servia, quedaba de lado, Scarlett le pertenecía únicamente a la inquisición. Durante todo el camino hasta los Estados Pontificios no pensó en otra cosa que no fuera lo que debía hacer. Conforme avanzaban en el camino, dejaba de sentirse vulnerable para tornarse en algo más oscuro de lo que antes había sido; ahora no existía nada que le atara, no tenía preocupación alguna, sus deberes eran lo más importante y morir era lo de menos.
Prácticamente iba llegando a los cuarteles de la Inquisición cuando ya le indicaban a donde era que debía ir en esos momentos. La presencia de Scarlett era requerida en el Salón de los Arcángeles y tal y como se lo pidieron, fue directamente hasta aquel lugar. En su camino observo a varios de los que eran sus compañeros en misiones conjuntas y en la mirada de todos ello veía la incertidumbre del futuro; no porque ella tuviese incertidumbre, sino porque se había enfocado tanto en cosas que le hacían perder el tiempo que era al parecer de las únicas que no había tomado con la seriedad debida los rumores que corrían por los pasillos de la Inquisición, al igual que en el exterior de las filas. Se decía que es Sumo Pontífice estaba ligado con malas compañías y que la Inquisición tenía los días contados como una institución protectora de los desvalidos humanos pero eso no eran más que rumores y según la inquisidora, no tenia porque prestar atención a cosas carentes de una base solida.
Saludo con la cabeza a cuantos conocidos pasaron a su lado y antes de llegar al Salón de lo Arcángeles se topo con un clérigo que parecía estar huyendo de algo. Una sonrisa apareció en los labios de la fémina, que creía aquel hombre se topaba por primera vez con alguien de la facción de condenados y por eso fue que sin anuncio previo, creyendo que se toparía con alguien más de su categoría, entro en la gran aula que conformaba el lugar donde se suponía era necesaria. Apenas se había abierto la puerta cuando sus ojos se posaron sobre una figura masculina y de manera amable realizo una ligera reverencia, al tiempo que en su mente corrían los rostros de todos aquellos que conocía y en los cuales, no se encontraba el hombre aquel.
– Lamento la abrupta interrupción, pensé que era la única citada con tanta urgencia a este lugar – mintió de manera deliberada, después de todo no tenía porque decir la verdad a todos con quienes se encontraba – ¿Esperando ordenes superiores? – pregunto con curiosidad, avanzando más dentro de aquel salón donde las nuevas con respecto a sus misiones estaban por ser reveladas.
Scarlett Duchannes- Inquisidor Clase Alta
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Fecha de inscripción : 24/10/2013
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Re: La Destrucción || Privado
“Y ahora os traigo la última palabra auténtica,
Atestiguada por cada ser vivo y muerto;
Buenas nuevas de gran alegría para ti, para todos:
No hay ningún Dios, ningún demonio en el cielo
Conjura nuestras torturas al descansar,
Nada se sacia en la hiel de nuestro desconsuelo.”
—James Thomson.
Atestiguada por cada ser vivo y muerto;
Buenas nuevas de gran alegría para ti, para todos:
No hay ningún Dios, ningún demonio en el cielo
Conjura nuestras torturas al descansar,
Nada se sacia en la hiel de nuestro desconsuelo.”
—James Thomson.
Entre todos los cuarteles que componían aquella edificación colosal, tuvo que ir a parar justamente a aquel poco impresionante salón. Malacoda sentía las miradas ausentes de esas figuras taladrándole la espalda, como si le reprocharan que no debiera estar así. El vampiro largó una maldición en silencio, estaba demasiado enojado con Malebranche. Justo en aquel momento tan crucial, al otro le dio por desvanecerse entre las sombras, como si se hubiera largado al mismísimo infierno. Malacoda conocía a Gian Pietro Caraffa, su líder era un hombre que no toleraba ningún tipo de excusas y los presionaba hasta que cumplieran adecuadamente cada una de las misiones que se les asignaba exclusivamente a ellos. Ni siquiera pertenecían a las filas inquisitoriales como para estar tan cerca del hombre más poderoso de Roma, sin embargo, a la religión dominante le convenía relacionarse con gente de poder y así lo hizo ver Caraffa. Era la única manera de no levantar demasiadas sospechas hacia aquellos hombres que le servían sin más. Conformaban una selecta logia a la cual era casi imposible entrar, sólo los que se ganaban la simpatía del Papa podían pertenecer a tan importante y riguroso grupo. Pero la verdad era otra, y sólo los hombres del grupo herético de Agartha lo sabían. Para los hombres comunes sólo eran mitos que quedaron en las mentes de los hombres medievales.
Iracundo como estaba, Malacoda estuvo a punto de cumplir sin más sus advertencias. Haría rodar la cabeza del arcángel Miguel, pero esos pasos lo distrajeron. Sus sentidos se alertaron, podría tratarse del otro demonio, pero la energía que emanaba Malebranche estaba tan ausente que hizo dudar al vampiro. Su compañero no aparecía por ninguna parte, de seguro había ido tras Alichino, quien se había rehusado a asistir a la citación hecha por Caraffa. El hombre gruñó no sin antes plantearse ahorcar con sus propias manos al clérigo que lo había conducido al Salón de Los Arcángeles. No toleraba un engaño de esa magnitud, ¿Acaso se estaba burlando de él? O quizás a Malebranche se le ocurrió desaparecer antes de que Malacoda asistiera a su encuentro.
Peinó sus cabellos con frustración, eso no le podía estar pasando, pero debía reservarse los reclamos para después. No podía aparecer frente al Papa con aquel semblante enrojecido por la ira. Finalmente la puerta del vestíbulo se abrió anunciando la llegada de un nuevo personaje y no, no se trataba de Malebranche. Malacoda se giró al escuchar aquella voz femenina que se dirigía a él, quien era la única persona presente en el gran salón. No le era para nada familiar y sabiendo que estaba en territorio de inquisidores no pudo evitar enarcar una ceja. El vampiro no le era tan fiel a Carlisle y descaradamente reparó en la hermosa mujer que estaba frente a él, detallando cada curva que formaba aquel cuerpo. Pero la realidad era otra, su paciencia escaseaba y prefirió dejar sus deseos carnales atrás. Exhaló con un deje de fastidio y tomó postura ante su “nueva” acompañante. A Malacoda poco le interesaba hacerse pasar por inquisidor, estaba bajo el amparo del Papa Gian Pietro Caraffa y eso bastaba.
— ¿Quién te ha citado aquí? —Interrogó Malacoda, evadiendo la pregunta de la dama, pensando en la posibilidad que tal vez fue Malebranche quien la citaría en el recinto—. Yo sólo tengo por superior a Gian Pietro Carrafa, señorita. Y debo reconocer que no esperaba a nadie más en este lugar que a Malebranche, ¿lo conoce?
Malacoda conocía bien a su compañero, aquel sabía perfectamente como buscar aliados dentro de los grupos que conformaban a la Iglesia y lo lograba bastante bien. No se extraña pues, que la mujer que hace poco había irrumpido en el lugar fuera alguna conocida suya, pero ahora la pregunta era, ¿sabría ella acerca de la logia de Los Ángeles Custodios o simplemente era un peón en el juego del otro vampiro? Eso tendría que averiguarlo y significaba que debía retenerla más tiempo. Haciendo el disgusto a un lado, se acercó un par de pasos más a la mujer, ¿usaría un nombre falso? No. Ya tenía demasiados, pero antes de siquiera develar su actual apodo, quería saber cuál era la respuesta de ella. Tenía que asegurarse que tanto sabía sobre el nuevo Papa. Malacoda no confiaba demasiado en los Inquisidores, por eso, entre los planes a futuro, quería deshacerse de semejante grupo y fundar una alianza militar más rígida, sin tantos miembros inseguros.
—Y bien, aún espero por su respuesta, junto con su nombre. Estaría de más si le llegase a preguntar si es inquisidora —agregó Malacoda con completa calma, volviendo a su acostumbrado estado neutral—. Gian Pietro Caraffa me ha enviado, ahí tiene mi mejor justificación para estar aquí presente.
Malacoda- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 09/10/2014
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Re: La Destrucción || Privado
Mira que a veces el demonio nos engaña con la verdad, y nos trae la perdición envuelta en dones que parecen inocentes.
William Shakespeare
El Salón de los Arcángeles no se encontraba a solas como lo espero, o más bien dicho, no se encontraba allá a quien ella esperaba ver. Si bien había regresado a las labores después de pedir descanso para reponerse de la perdida de alguien importante, la inquisidora había ya conocido a alguien que aseguraba ella sería indispensable para los cambios pensados a la inquisición y cuando se era como la inglesa; aquello solo lograba llenarle del deseo de ser la mejor en eso que le pedían. Además, ahora que estaba sola nuevamente podía concentrarse completamente en lo que se le pidiera que hiciera.
Sabía perfectamente que a su regreso aquel hombre pediría de su presencia; y precisamente era así como fue, por eso era que había terminado llegando a aquel salón, para encontrarse con alguien que no conocía y a quien sin esperar un segundo cuestiono a su manera. Algo básico cuando trabajabas en la inquisición era que no podías confiar en todos los que se encontraran en aquel lugar, pero igual uno debía limitarse a responder las preguntas que se les realizaran y a vigilar si es que existía algo raro en la otra persona, algo que encendiera las alarmas de que quizás fuera un espía o alguien que trataba de escapar de un interrogatorio. Cuestionando a aquel hombre que se hallaba tan cómodamente en el Salón de los Arcángeles, Scarlett hacía precisamente eso, cerciorarse de que no era alguien tratando de escapar. Una sonrisa apareció en los labios femeninos, pues la respuesta que estaba buscando fue dada precisamente por los labios masculinos. Otro citado en ese lugar por Malebranche.
– Tener por superior a Gian Pietro Carrafa es básico para quienes estamos aquí, pero debe decir que no estoy en este lugar por ordenes de él. Fue precisamente Malebranche el que me mando llamar a este sitio, así que creo que eso responde a su pregunta de si le conozco, ¿o no?– le miro divertida.
La inglesa se estaba metiendo en territorios complicados, cosas de las cuales una vez dentro le sería imposible salir. Al menos eso era lo que Malebranche había dicho y desde el momento en que lo mencionara, ella comenzó a pensar si era lo más sensato. Claro que ahora, estaba lista para conocer todos los detalles, todo aquello que sería necesario para no dejarle salir, porque Scarlett, no tenía razón para ahora desear salir. Ya un tanto más tranquila por la presencia masculina ahí, que definitivamente no era un enemigo, comenzó a caminar con calma por aquel salón. Las estatuas de los Arcángeles eran algo que desde siempre le habían gustado y no existía un motivo especial para eso, simplemente eran algo que le gustaba contemplar. Fue hasta que llego frente a su estatua favorita que se detuvo y suspiro, escuchando nuevamente las palabras del hombre aquel.
– Scarlett Seligman, ese es mi nombre – dijo antes de reírse y girar para observarlo a él – Es más que obvio lo que soy, por qué otro motivo estaría yo aquí de no ser así – cruzo los brazos frente a su pecho, sin separar la mirada del hombre aquel – Bueno esta aquí por ordenes de Gian Pietro y esperaba a Malebranche, le he dicho mi nombre pero no me ha dicho el suyo – enarco la ceja – así que… – estiro su mano, dando la palabra al hombre aquel. En lo que llegaba Malebranche - su es que se dignaba a hacer aparición – tendría que sacarle toda la información que pudiera a aquel hombre. Igual, ya estaba dispuesta a lanzarse de lleno a aquello que le pidieran y empezar de una vez era lo mejor.
William Shakespeare
El Salón de los Arcángeles no se encontraba a solas como lo espero, o más bien dicho, no se encontraba allá a quien ella esperaba ver. Si bien había regresado a las labores después de pedir descanso para reponerse de la perdida de alguien importante, la inquisidora había ya conocido a alguien que aseguraba ella sería indispensable para los cambios pensados a la inquisición y cuando se era como la inglesa; aquello solo lograba llenarle del deseo de ser la mejor en eso que le pedían. Además, ahora que estaba sola nuevamente podía concentrarse completamente en lo que se le pidiera que hiciera.
Sabía perfectamente que a su regreso aquel hombre pediría de su presencia; y precisamente era así como fue, por eso era que había terminado llegando a aquel salón, para encontrarse con alguien que no conocía y a quien sin esperar un segundo cuestiono a su manera. Algo básico cuando trabajabas en la inquisición era que no podías confiar en todos los que se encontraran en aquel lugar, pero igual uno debía limitarse a responder las preguntas que se les realizaran y a vigilar si es que existía algo raro en la otra persona, algo que encendiera las alarmas de que quizás fuera un espía o alguien que trataba de escapar de un interrogatorio. Cuestionando a aquel hombre que se hallaba tan cómodamente en el Salón de los Arcángeles, Scarlett hacía precisamente eso, cerciorarse de que no era alguien tratando de escapar. Una sonrisa apareció en los labios femeninos, pues la respuesta que estaba buscando fue dada precisamente por los labios masculinos. Otro citado en ese lugar por Malebranche.
– Tener por superior a Gian Pietro Carrafa es básico para quienes estamos aquí, pero debe decir que no estoy en este lugar por ordenes de él. Fue precisamente Malebranche el que me mando llamar a este sitio, así que creo que eso responde a su pregunta de si le conozco, ¿o no?– le miro divertida.
La inglesa se estaba metiendo en territorios complicados, cosas de las cuales una vez dentro le sería imposible salir. Al menos eso era lo que Malebranche había dicho y desde el momento en que lo mencionara, ella comenzó a pensar si era lo más sensato. Claro que ahora, estaba lista para conocer todos los detalles, todo aquello que sería necesario para no dejarle salir, porque Scarlett, no tenía razón para ahora desear salir. Ya un tanto más tranquila por la presencia masculina ahí, que definitivamente no era un enemigo, comenzó a caminar con calma por aquel salón. Las estatuas de los Arcángeles eran algo que desde siempre le habían gustado y no existía un motivo especial para eso, simplemente eran algo que le gustaba contemplar. Fue hasta que llego frente a su estatua favorita que se detuvo y suspiro, escuchando nuevamente las palabras del hombre aquel.
– Scarlett Seligman, ese es mi nombre – dijo antes de reírse y girar para observarlo a él – Es más que obvio lo que soy, por qué otro motivo estaría yo aquí de no ser así – cruzo los brazos frente a su pecho, sin separar la mirada del hombre aquel – Bueno esta aquí por ordenes de Gian Pietro y esperaba a Malebranche, le he dicho mi nombre pero no me ha dicho el suyo – enarco la ceja – así que… – estiro su mano, dando la palabra al hombre aquel. En lo que llegaba Malebranche - su es que se dignaba a hacer aparición – tendría que sacarle toda la información que pudiera a aquel hombre. Igual, ya estaba dispuesta a lanzarse de lleno a aquello que le pidieran y empezar de una vez era lo mejor.
Scarlett Duchannes- Inquisidor Clase Alta
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Re: La Destrucción || Privado
Y arroja ante mis ojos, de confusión repleta,
Vestiduras manchadas y entreabiertas heridas,
¡Y el sangriento artificio en donde habita la Destrucción!
—Charles Baudelaire.
Vestiduras manchadas y entreabiertas heridas,
¡Y el sangriento artificio en donde habita la Destrucción!
—Charles Baudelaire.
Malebranche había estado reclutando inquisidores para sus propósitos, lo hacía sin consultar, pero, ¿acaso Malacoda pidió opinión alguna cuando decidió tener a gente bajo su mando? Para nada. Estaban en las mismas condiciones. Como buenos líderes y tribunales dentro de Los Ángeles Custodios, era adecuado tener bajo tutela a algunos inquisidores que fueran de absoluta confianza. Almas que podían marcarse fácilmente. Si bien Graffiacane poseía alimañas en forma de cuervos, Calcabrina y Rubicante manejaban espíritus. Los vampiros del clan manipulaban a seres terrenales; a veces éstos eran igualmente citados por Caraffa para hacer de la cofradía un grupo solido. Una orden como tantas que la sucedieron en el pasado, pero que ahora sólo tomaba otro nombre diferente y se volvía más selecta que las anteriores.
Sin lugar a duda, la mujer había sucumbido ante los ofrecimientos de su compañero, estaba bien. Pero resultaba que él no era Malebranche y no tenía muchos ánimos para iniciar un dialogo de presentación en la situación en la que estaba envuelto esa noche. El Papa esperaba en su despacho a los nueve demonios que le servían, aunque algunos no iban a presentarse por razones mayores, al menos, debían estar los demás y Malacoda era uno de esos. Y tal parece que el otro diablo estaba tentando la paciencia de todos, ¿qué pretendía con decir que estaba en un lugar y luego desaparecer? No era nada sensato de su parte, parecía más bien como si estuviera escondiendo algo para alimentar su propio ego. Malacoda estaba irritado, eso se le notaba en el semblante. El brillo de sus ojos así lo delataba, pero estando en ese salón rodeado, irónicamente, de arcángeles, prefería guardarse su ira. Ya tendría la ocasión de reclamarle a Malebranche su falta de consideración.
El vampiro alzó una ceja ante las palabras de la mujer, se notaba a leguas que ella no estaba enterada de cómo funcionaban las cosas con el nuevo Papa y lo más probable es que también ignorase quienes eran Malacoda y Malebranche. De seguro esa noche la pondrían al tanto de todo y la obligarían a firmar con sangre su sentencia. El hombre observó el reloj de bolsillo, no era tan tarde como creía y a la falta de su compañero, sería él quien se encargara de marcar el alma de la inquisidora.
—Muy bien, Scarlett, pero ya que ambos coincidimos en conocer a Malebranche, debe saber que no precisamente todos los que sirven al Papa o se pasean por estos lugares son inquisidores. Bien, ahora que está enterada de eso, puedo decirle que ni mi compañero ni yo, pertenecemos a las filas inquisitoriales —cuidó de nuevo sus palabras, ya había dicho lo suficiente y no pretendía decir algo más relevante sin mayores motivos—. Malacoda, ese es mi nombre.
Malacoda repasó cada rincón de la estancia, cada libro, cada detalle. La puerta del salón estaba cerrada y esperaba que ninguno otro ser que no fuera Malebranche se atreviera siquiera en asomar las narices ahí. Juntó sus manos en la parte baja de su espalda y rodeó a la inquisidora con natural paciencia. No como un depredador, sino como alguien que se toma su tiempo para exponer sus pensamientos, cuidando de no cometer ningún error. Echó un vistazo a los imponentes arcángeles sin evitar sentir repudio ante la escena y de nuevo sus orbes se clavaron en la figura femenina.
—Supongo que ya habrá escuchado mi nombre entre algunos clérigos e inquisidores que, aunque no lo crea, están bajo mis órdenes —mencionó como si no le importara el tiempo que demorase en hablar—. Pero aquí la cuestión es otra y dado a su falta de conocimiento, estoy seguro de que Malebranche no le habló demasiado sobre la nueva misión que le habría encomendado Gian Pietro Caraffa, ¿no es así?
Malacoda- Vampiro Clase Alta
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Re: La Destrucción || Privado
La religión es un formidable medio para tener quieta a la gente.
Napoleón Bonaparte
Inquisiores. Almas condenadas desde el preciso instante en que asesinaban a algún sobrenatural; era una mentira no decir que eran un grupo de ingenuos que trataban de hacer del mundo un “lugar mejor” cuando en realidad las cosas eran sencillamente como debían serlo y sin nada más que agregar. Aún así, Scarlett sentía que actuaba de la manera en que debía y desde que se quedara nuevamente sola, se encontraba completamente dispuesta a hacer lo necesario para lograr un equilibrio mucho más que justo, aunque eso significara trabajar con los condenados u otros sobrenaturales, cosa que no solía tolerar antes.
Con una sonrisa en el rostro y las dudas quedando en su mente, la inquisidora observaba a aquel hombre que parecía sentirse en su lugar ideal. No se notaba que temiera a estar en un sitio como aquel lleno de inquisidores sobre todo porque no parecía formar parte de los suyos o al menos eso le decían sus ojos y memoria, que no podían evocar aquel rostro de una situación previa y generalmente la mayoría de los inquisidores eran capaces de reconocerse entre si. Aunque al mencionar a Malebranche cambiaba todo, aquel sujeto también debía ser parte de los cambios que estaban sucediendo y por eso es que se sentía cada vez más interesada en saber si nombre y conocer sus intenciones reales en la sala de los arcángeles.
Los ojos de ambos se encontraron cuando la inglesa le cuestiono de manera un tanto sutil. Necesitaba saber más de él para que su comodidad en aquella sala fuera completa. Las palabras del hombre le hicieron sonreír mucho más de lo que lo hizo antes y asintió con educación a sus palabras.
– Descuide, sé muy bien que no todos los que entran en estos lugares trabajan aquí. Además, su rostro no me he familiar de ningún lado por lo que ya había sospechado que no debía ser parte de los inquisidores, cosa que me deja aún más intrigada – avanzo algunos pasos hacia él y se detuvo a una distancia que considero prudente. Escucho su nombre entonces antes de seguir con sus palabras – De Malebranche ya lo sabía pero usted ¿Qué es lo que viene a buscar, Malacoda? – ella claro no era quien para estar interrogando de esa manera, pero cuando dijera algo que no debía, sospechaba que él se lo haría saber de inmediato y por eso mismo era que hablaba sin temor alguno. Realmente buscaba saber más de aquello que apenas fuera un comentario por parte de Malebranche y para eso, deseaba sacar información de Malacoda. Aquel nombre tampoco le era desconocido, pero no tenia porque demostrar eso.
Entrecerro los ojos porque era evidente que nada se le escapaba a aquel individuo y por tanto agradecía que estuviesen solos en aquel lugar y que pudieran hablar de manera tan libre como al parecer estaba sucediendo.
– Tiene razón, he oído su nombre de algunos otros pero no imagine que se encontraran bajo su servicio – frunció los labios ligeramente antes de proseguir – Malebranche solo menciono algunas cosas, todo muy superficial pero me dijo que si decidía saber más, viniera a este lugar, aunque ahora me he encontrado contigo y no con él. Creo que con eso respondo entonces que no sé tanto como podría sobre la misión – volvió entonces a sonreír – ¿Me ilustraras acerca de eso?
Napoleón Bonaparte
Inquisiores. Almas condenadas desde el preciso instante en que asesinaban a algún sobrenatural; era una mentira no decir que eran un grupo de ingenuos que trataban de hacer del mundo un “lugar mejor” cuando en realidad las cosas eran sencillamente como debían serlo y sin nada más que agregar. Aún así, Scarlett sentía que actuaba de la manera en que debía y desde que se quedara nuevamente sola, se encontraba completamente dispuesta a hacer lo necesario para lograr un equilibrio mucho más que justo, aunque eso significara trabajar con los condenados u otros sobrenaturales, cosa que no solía tolerar antes.
Con una sonrisa en el rostro y las dudas quedando en su mente, la inquisidora observaba a aquel hombre que parecía sentirse en su lugar ideal. No se notaba que temiera a estar en un sitio como aquel lleno de inquisidores sobre todo porque no parecía formar parte de los suyos o al menos eso le decían sus ojos y memoria, que no podían evocar aquel rostro de una situación previa y generalmente la mayoría de los inquisidores eran capaces de reconocerse entre si. Aunque al mencionar a Malebranche cambiaba todo, aquel sujeto también debía ser parte de los cambios que estaban sucediendo y por eso es que se sentía cada vez más interesada en saber si nombre y conocer sus intenciones reales en la sala de los arcángeles.
Los ojos de ambos se encontraron cuando la inglesa le cuestiono de manera un tanto sutil. Necesitaba saber más de él para que su comodidad en aquella sala fuera completa. Las palabras del hombre le hicieron sonreír mucho más de lo que lo hizo antes y asintió con educación a sus palabras.
– Descuide, sé muy bien que no todos los que entran en estos lugares trabajan aquí. Además, su rostro no me he familiar de ningún lado por lo que ya había sospechado que no debía ser parte de los inquisidores, cosa que me deja aún más intrigada – avanzo algunos pasos hacia él y se detuvo a una distancia que considero prudente. Escucho su nombre entonces antes de seguir con sus palabras – De Malebranche ya lo sabía pero usted ¿Qué es lo que viene a buscar, Malacoda? – ella claro no era quien para estar interrogando de esa manera, pero cuando dijera algo que no debía, sospechaba que él se lo haría saber de inmediato y por eso mismo era que hablaba sin temor alguno. Realmente buscaba saber más de aquello que apenas fuera un comentario por parte de Malebranche y para eso, deseaba sacar información de Malacoda. Aquel nombre tampoco le era desconocido, pero no tenia porque demostrar eso.
Entrecerro los ojos porque era evidente que nada se le escapaba a aquel individuo y por tanto agradecía que estuviesen solos en aquel lugar y que pudieran hablar de manera tan libre como al parecer estaba sucediendo.
– Tiene razón, he oído su nombre de algunos otros pero no imagine que se encontraran bajo su servicio – frunció los labios ligeramente antes de proseguir – Malebranche solo menciono algunas cosas, todo muy superficial pero me dijo que si decidía saber más, viniera a este lugar, aunque ahora me he encontrado contigo y no con él. Creo que con eso respondo entonces que no sé tanto como podría sobre la misión – volvió entonces a sonreír – ¿Me ilustraras acerca de eso?
Scarlett Duchannes- Inquisidor Clase Alta
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Re: La Destrucción || Privado
El día se marchaba, el aire oscuro a los seres
que habitan en la tierra quitaba sus fatigas;
y yo sólo me disponía a sostener la guerra,
contra el camino y contra el sufrimiento
que sin errar evocará mi mente
—Dante Alighieri.
que habitan en la tierra quitaba sus fatigas;
y yo sólo me disponía a sostener la guerra,
contra el camino y contra el sufrimiento
que sin errar evocará mi mente
—Dante Alighieri.
Malacoda no tenía demasiado tacto cuando tenía que decir lo que le importunaba, convirtiendo las palabras en un elaborado y cuidadoso discurso. Le gustaba sembrar la incertidumbre en quienes no lo conocían lo suficiente y eso era precisamente lo que estaba haciendo. Podría decirse que era el lobo que acechaba el rebaño de ingenuas ovejas o en su caso, era el demonio que acorralaba a los pecadores haciéndolos sucumbir ante sus propios deseos reprimidos. Pero antes de dar el primer paso adoptando una postura de grandeza y superioridad que delatara lo que realmente era, el vampiro prefería disfrazarse de otra criatura terrenal más, adquiriendo una posición completamente ajena a la de un demonio real.
Lo único que lo ofuscaba al estar en aquel salón era sin duda las figuras dedicadas a sus eternos rivales. Eso, sin duda alguna, era algunas de las cosas que tanto le irritaban del Vaticano. Las imágenes de santos, ángeles y figuras celestiales le agobiaban, pero no porque existía alguna fuerza divina en ellas, sino que era bastante indignante tener que acostumbrarse a la presencia de aquellas imágenes en uno de los lugares que servían como refugio de sus fechorías para con el mundo. Recordaba a todos los petulantes artistas florentinos y de haber podido gruñir, lo hubiera hecho. Algunos eran simples mortales con algunos cuantos talentos para los oficios artísticos, pero otros… Otros estaban siendo una piedra en el zapato, entre esos estaba Miguel Ángel Buonarroti. Recordar su nombre le revolvía las entrañas. Sin embargo evitó que su mente se desviara de lo realmente importante esa noche. Ahora tenía que cargar con los asuntos de Malebranche antes de ir a atender las órdenes del Papa.
No, Malacoda no era ningún idiota y de cierta manera, la forma en que la inquisidora lo abordó sin decoro alguno de sus palabras causó cierto malestar en el vampiro. Aún así, permaneció con una posición firme. La mujer preguntaba demasiado, ¿quién se creía? Quizás Malebranche le adelantó alguna información relevante para unirla a la logia, pero eso no lo evidenciaba demasiado y menos cuando ésta no reconoció su nombre, siendo él uno de los tribunales dentro de Los Ángeles Custodios. Iba a ser una noche difícil.
— ¿Qué es lo que vengo a buscar? Vaya —rió un poco y sólo se limitó a mover su cabeza ligeramente de un lado a otro, negando ante la interrogante de Seligman—. Es una pregunta compleja, señorita Seligman y debo decir que me asombra la osadía que ha tenido en formularla. Obviamente y para su información, yo carezco del tacto que posee Malebranche para tratar a los curiosos.
Sin querer continuar se alejó nuevamente de la mujer, dándole la espalda. Se quedó en silencio, mientras fingía repasar los títulos de los libros que se hallaban en las estanterías de la biblioteca del salón. Tomó uno que llamó su atención, aunque ya lo conocía desde hace mucho, sin embargo, no perdió ocasión para usarlo como antesala a lo que podría ocurrir en ese momento.
—Así bajé del círculo primero al segundo que menos lugar ciñe, y tanto más dolor, que al llanto mueve. Allí el horrible Minos rechinaba. A la entrada examina los pecados, juzga y ordena —Narró Malacoda un fragmento del texto que tenía en sus manos: El Infierno de Dante—. Dígame, Scarlett, ¿alguna vez leyó a Dante? Y no, no es una pregunta al azar si es lo que piensa… —Volvió a fijar su mirada en la figura de la inquisidora, con aquellos ojos de un demonio dormido—. Porque aunque usted no lo crea y ya que hemos entrado en una osada confianza, lo que ahí devela el poeta tiene mucho peso y más para la logia de la cual, supongo, le habló mi compañero.
Malacoda- Vampiro Clase Alta
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Re: La Destrucción || Privado
Abre la mente a lo que te manifiesto y aférralo adentro; que no se hace ciencia, sin retención de lo que se ha entendido.
Dante Alighieri
Ella no temía meterse en territorio delicado, no tenía a quién perder más que a su perro Sombra y bueno, Sombra era su fiel compañero incluso en las misiones de la inquisición por lo que ella era consciente de que en algún momento, ella o el perro podrían morir. Aún así, con la muerte bailando frente a ella e invitándole a seguirle, Scarlett no se alejo de aquel cuarto que bien debía ser lo que muchos antes de ella hicieron antes de saber un poco más. La inquisidora, no era como todos y quizás por eso era que Malebranche le había puesto el ojo y le había llevado a aquel lugar donde ahora se encontraba con aquel hombre que se hacía llamar Malacoda.
Sin saber a ciencia cierta que era lo que le esperaba en aquel lugar, la inquisidora se atrevió a formular preguntas y de en parte, a exigir respuestas. No tenía problema en servir a aquellos sujetos, pero si algo necesitaba era saber en que era lo que se estaba metiendo para de esa manera hacer una idea de lo que podría esperar.
Cuestionaba pues ella sin recato, sin duda y sin flaquear sus palabras o su voz. No tenía sentido sentirse como una chiquilla asustada cuando el deseo de conocer iba más allá. Le hablo de manera igualitaria al hombre aquel, simplemente por el hecho de que no sabía nada de lo que le correspondía hacer o decir y esperaba las respuestas de Malacoda a sus cuestionamientos.
– Osadía, curiosidad, deseos de conocer más sobre lo que dices y lamento mi carencia de tacto al hablar pero no sé como es que debo o no debo hablar – le sonrió – Mi curiosidad no es como la de cualquiera, creo que usted sabe que si fuera una curiosa cualquiera, Malebranche no me hubiera dicho que viniera e indagara más al respecto para tratar de asociarme a su circulo.
Observo entonces como Malacoda se alejaba de ella. Ninguna palabra que diera respuesta a las preguntas de Scarlett fue emitida así que ella termino por suspirar y observar en dirección a las estatuas que se encontraban en aquella habitación. El silencio nunca hacía mal a nadie y al parecer entre ellos era algo que se agradecía enormemente, al menos desde la perspectiva de Scarlett, quien volvió a mirar a aquel hombre una vez que tomo uno de los libros y comenzó a hojearlo. Era extraña la manera en que decida poner más atención a aquel libro que a lo que tenía que decirle a ella, pero apenas abrió los labios para emitir palabra, Scarlett puso toda su atención en él.
Una sonrisa apareció en los labios de la inquisidora, quien asintió suave a la pregunta de Malacoda.
– Por supuesto que he leído a Dante, pero creo que eso es algo natural ¿no? – los ojos de Scarlett se entrecerraron y una sonrisa mayor le fue dirigida a aquel hombre – Las palabras de todos tienen mucho peso, así que sería grato que pudiera ser un poco más especifico respecto a que es lo que tiene mucho peso sobre las palabras de Dante – dio un paso, acercándose más a Malacoda – tengo más dudas con cada palabra que sale de sus labios – admitió mirándole fijamente.
Dante Alighieri
Ella no temía meterse en territorio delicado, no tenía a quién perder más que a su perro Sombra y bueno, Sombra era su fiel compañero incluso en las misiones de la inquisición por lo que ella era consciente de que en algún momento, ella o el perro podrían morir. Aún así, con la muerte bailando frente a ella e invitándole a seguirle, Scarlett no se alejo de aquel cuarto que bien debía ser lo que muchos antes de ella hicieron antes de saber un poco más. La inquisidora, no era como todos y quizás por eso era que Malebranche le había puesto el ojo y le había llevado a aquel lugar donde ahora se encontraba con aquel hombre que se hacía llamar Malacoda.
Sin saber a ciencia cierta que era lo que le esperaba en aquel lugar, la inquisidora se atrevió a formular preguntas y de en parte, a exigir respuestas. No tenía problema en servir a aquellos sujetos, pero si algo necesitaba era saber en que era lo que se estaba metiendo para de esa manera hacer una idea de lo que podría esperar.
Cuestionaba pues ella sin recato, sin duda y sin flaquear sus palabras o su voz. No tenía sentido sentirse como una chiquilla asustada cuando el deseo de conocer iba más allá. Le hablo de manera igualitaria al hombre aquel, simplemente por el hecho de que no sabía nada de lo que le correspondía hacer o decir y esperaba las respuestas de Malacoda a sus cuestionamientos.
– Osadía, curiosidad, deseos de conocer más sobre lo que dices y lamento mi carencia de tacto al hablar pero no sé como es que debo o no debo hablar – le sonrió – Mi curiosidad no es como la de cualquiera, creo que usted sabe que si fuera una curiosa cualquiera, Malebranche no me hubiera dicho que viniera e indagara más al respecto para tratar de asociarme a su circulo.
Observo entonces como Malacoda se alejaba de ella. Ninguna palabra que diera respuesta a las preguntas de Scarlett fue emitida así que ella termino por suspirar y observar en dirección a las estatuas que se encontraban en aquella habitación. El silencio nunca hacía mal a nadie y al parecer entre ellos era algo que se agradecía enormemente, al menos desde la perspectiva de Scarlett, quien volvió a mirar a aquel hombre una vez que tomo uno de los libros y comenzó a hojearlo. Era extraña la manera en que decida poner más atención a aquel libro que a lo que tenía que decirle a ella, pero apenas abrió los labios para emitir palabra, Scarlett puso toda su atención en él.
Una sonrisa apareció en los labios de la inquisidora, quien asintió suave a la pregunta de Malacoda.
– Por supuesto que he leído a Dante, pero creo que eso es algo natural ¿no? – los ojos de Scarlett se entrecerraron y una sonrisa mayor le fue dirigida a aquel hombre – Las palabras de todos tienen mucho peso, así que sería grato que pudiera ser un poco más especifico respecto a que es lo que tiene mucho peso sobre las palabras de Dante – dio un paso, acercándose más a Malacoda – tengo más dudas con cada palabra que sale de sus labios – admitió mirándole fijamente.
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