Aliados para la destrucción - privado

por **Isabelle Campionibusa** Dom Abr 19, 2015 6:44 pm

Salió de su celda, enfadada por su mala suerte, haber herido a un compañero no le traería buenos augurios, - pero de toda la culpa la tiene ese pasmarote – se quejó en voz baja, al recorrer los angostos pasillos del convento en donde se refugiaba y recordar lo ocurrido noches atrás cuando había acompañado a un inquisidor a dar caza a unos brujos en mitad del bosque, el muy tonto se había quedado entre medio de sus disparos y los hijos del maligno, era obvio que la culpa era solo suya.

No fueron muchos minutos los que le llevó salir a las calles adyacentes del convento, en todo momento se esforzó de pasar desapercibida, lo que menos deseaba era que alguna de las novicias, o hermanas de la orden le preguntara algo de la misión a la que se dirigía, una que no tenía nada que ver con la inquisición, pero que de algún modo, ésta saldría beneficiada, si sus planes funcionaban. Por eso se movió sigilosamente, aunque bien sabía que la rehuían, ya en su tiempo de monja había dejado claro que no gustaba de la compañía de las hermanas y menos en el aspaviento que solían hacer las novicias. Prefería pasar tiempo en la zona del huerto o en el cementerio o la cripta. Además, era la única que poseía un espacio exclusivo en el huerto para sus hierbas y plantas “especiales” que en verdad no eran otra cosa que plantas venenosas y algunas medicinales, la hermana superiora le permitía conservarlas, ya que bien podían servir para la gloria y gracia de la Inquisición.

Se escurrió por los callejones, evadiendo las calles principales y bien iluminadas en aquella noche. El objetivo de aquella noche era informarse sobre el paradero de su hermana, la hora en que salía habitualmente y la forma de sacársela de encima, - ese demonio que se disfraza de ángel entre encajes, muselinas y malgastaba la herencia de mi padre… que bien vendría esa fortuna para costearnos más armas y tecnología a nuestra lucha – se quejó.

Su blanquísimo rostro y sus cabellos rubios, hasta parecer blancos como la nieve, se asomaron dejando el oscuro callejón y parándose en una esquina, simulando esperar un carruaje de alquiler. Se había vestido como una dama de sociedad, pues aunque era una inquisidora, ex monja y que prefería vivir en un convento, cerca de su adorado jardín de muerte y destrucción, no dejaba de ser una rica mujer de clase alta. Allí se quedó observando la luz encendida de una de las ventanas de la pequeña pero coqueta residencia de su odiada hermana Emilia, hasta que la luz se apagó y la contempló salir, tomar un coche y desaparecer.

El trabajo de la noche había concluido, ahora necesitaba pensar y planear, con calma, su estrategia la que debía lograr borrar, a esa bruja, del mapa y sobre todo, encontrar a un aliado, alguien que odiara a los sobrenaturales y en especial a los brujos, tanto o más que ella.