AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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El sendero de la destrucción [Privado]
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El sendero de la destrucción [Privado]
Brașov, Rumanía. Año 1800
Una tenue iluminación bañaba la habitación testigo del horror. La sangre empapaba las paredes y los cuerpos de la familia que la había acogido, estaban esparcidos por el piso. Sonrió al evocar el momento en que el niño de nombre Dimitrii había creído que ella era una extranjera perdida y la llevó a su hogar para darle asilo. Había aceptado de buena gana el vino que le ofrecieron, y la conversación con los rumanos había sido amena. Le dieron un cuarto que se usaba para los huéspedes, y le dirigió una mirada prometedora al hijo mayor, que tras esperar que todos durmieran, se aventuró en su cama para saciar la pasión desbordante de la adolescencia, y se convirtió en la primera víctima. Luego fue el turno de asaltar al matrimonio, y se encontró con la grata sorpresa de que la bebé y el pequeño Dimitrii estaban durmiendo junto a ellos. Cerró la puerta con llave y todo fue un espectáculo de ruegos, gritos y sangre. Se sentó en una silla que había en un rincón con el moribundo nene sobre su regazo y le acarició las marcas en el cuello, no lo había mutilado como al resto de la familia, pero disfrutaba de la muerte lenta que éste iba teniendo. Una extraña punzada le surcó la boca del estómago, y rigiéndose por sus impulsos, se abrió un tajo en la muñeca izquierda con una uña de la mano contraria, y la sangre brotó a borbotones. Le abrió la boca y dejó que el fluido cayera en ella, le susurró que tragara, que todo iba a estar bien luego de eso. La respiración del pequeño volvió a la normalidad y éste cayó en un profundo sueño. Cuando despertara, creería que él había sido el autor de aquella masacre. Svetlana emitió una risa divertida al pensar en el tormento de aquel niño de tan sólo seis años, lo merecía, por ingenuo, por haber confiado en una desconocida y haberla arrastrado hasta su propio hogar para convertirlo en el sitio donde todos los que amaba serían destrozados. Él, de manera indirecta, había sido el homicida, ella sólo se había alimentado. Cuando se levantó, Dimitrii cayó como un peso muerto sobre el cuerpo de su madre –o lo que quedaba de ella–, y la vampiresa se dirigió al vestidor, eligió un hermoso vestido color azul intenso y salió de la alcoba, cuidando de no ensuciar la pieza.
En el tocador del pasillo, se quitó con agua y esenciar aromáticas la sangre que se le había pegado en la piel. Lamió sus dedos y se acarició el rostro con los ojos cerrados…eran tan suave… Miró el espejo y la visión que éste le devolvió le agradó. Sus pupilas centelleaban, rebosantes de lo que habían visto, de lo que habían sentido, sus labios estaban algo hinchados y enrojecidos, y resaltaban en la palidez natural de la que era propietaria. Su cabello como el fuego estaba ensortijado y le atribuía esa impronta sensual que tanto adoraba en ella. ¡Qué hermosa era! Sus padres habrían estado orgullosos de la mujer bellísima en la que se había convertido, tan parecida a su difunta madre, que el recuerdo de ella explotando por los aires, irremediablemente, se hizo presente, haciéndole bajar la mirada por un instante. Se aferró a la pared y apretó las yemas contra ésta. Debía volver a su eje, se repitió hasta convencerse, y la normalidad regresó a su estado de ánimo. Se vistió y el azul realzó todas y cada una de sus facciones. Había encontrado unos chapines haciendo juego, y se calzó con ellos. Se peinó y perfumó con una esencia de rosa china que había visto en uno de los muebles. Antes de irse, echó un vistazo a la habitación y observó detenidamente a Dimitrii, todavía desmayado. No sobreviviría mucho con Kournikov dando vueltas por allí. “Maldito Kournikov” pensó al evocarlo, que la había obligado a seguirlo hasta tan lejos, sacándola de la tranquilidad de París. Había jurado que se convertiría en su sombra, y así era, no había sitio al que éste se dirigiera, que Svetlana no fuera tras él. A veces no le hablaba, en ocasiones lo hostigaba, generalmente se ignoraban, aunque ella era tan consciente de su presencia, como él de la de ella. En ocasiones se preguntaba por qué no la mataba de una vez, y sí que había hecho méritos para que éste terminara asesinándola como a un perro, pero no, no lo hacía. La enfurecía pensar que le tuviera pena, aunque, solía atribuírselo al hecho de que si acababa con ella, acabaría con su tormento, porque detestaba ser lo que era, y si encontraba la muerte, quizá, por fin, estaría en paz. Su segunda teoría, al menos, le daba el consuelo de no sentirse humillada y desnuda ante él. Salió de la casa, y la fresca brisa de esa noche de verano, le acarició los pómulos y le restableció el humor que había perdido al pensar en Razvan. “Maldito Kournikov” susurró, mientras se encaminaba por la calle, en busca de su nueva víctima.
En el tocador del pasillo, se quitó con agua y esenciar aromáticas la sangre que se le había pegado en la piel. Lamió sus dedos y se acarició el rostro con los ojos cerrados…eran tan suave… Miró el espejo y la visión que éste le devolvió le agradó. Sus pupilas centelleaban, rebosantes de lo que habían visto, de lo que habían sentido, sus labios estaban algo hinchados y enrojecidos, y resaltaban en la palidez natural de la que era propietaria. Su cabello como el fuego estaba ensortijado y le atribuía esa impronta sensual que tanto adoraba en ella. ¡Qué hermosa era! Sus padres habrían estado orgullosos de la mujer bellísima en la que se había convertido, tan parecida a su difunta madre, que el recuerdo de ella explotando por los aires, irremediablemente, se hizo presente, haciéndole bajar la mirada por un instante. Se aferró a la pared y apretó las yemas contra ésta. Debía volver a su eje, se repitió hasta convencerse, y la normalidad regresó a su estado de ánimo. Se vistió y el azul realzó todas y cada una de sus facciones. Había encontrado unos chapines haciendo juego, y se calzó con ellos. Se peinó y perfumó con una esencia de rosa china que había visto en uno de los muebles. Antes de irse, echó un vistazo a la habitación y observó detenidamente a Dimitrii, todavía desmayado. No sobreviviría mucho con Kournikov dando vueltas por allí. “Maldito Kournikov” pensó al evocarlo, que la había obligado a seguirlo hasta tan lejos, sacándola de la tranquilidad de París. Había jurado que se convertiría en su sombra, y así era, no había sitio al que éste se dirigiera, que Svetlana no fuera tras él. A veces no le hablaba, en ocasiones lo hostigaba, generalmente se ignoraban, aunque ella era tan consciente de su presencia, como él de la de ella. En ocasiones se preguntaba por qué no la mataba de una vez, y sí que había hecho méritos para que éste terminara asesinándola como a un perro, pero no, no lo hacía. La enfurecía pensar que le tuviera pena, aunque, solía atribuírselo al hecho de que si acababa con ella, acabaría con su tormento, porque detestaba ser lo que era, y si encontraba la muerte, quizá, por fin, estaría en paz. Su segunda teoría, al menos, le daba el consuelo de no sentirse humillada y desnuda ante él. Salió de la casa, y la fresca brisa de esa noche de verano, le acarició los pómulos y le restableció el humor que había perdido al pensar en Razvan. “Maldito Kournikov” susurró, mientras se encaminaba por la calle, en busca de su nueva víctima.
Svetlana Metanova- Vampiro Clase Alta
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Re: El sendero de la destrucción [Privado]
El infierno se estaba congelando. Razvan había roto su voto de silencio. No importase cuán fuerte luchara contra el impulso de disparar su ira contra alguien – incluso cuando se tratase de sí mismo –, no podía ignorar esa maldita necesidad. Era tan primitiva como su insaciable sed de sangre. Su llegada a Rumanía había supuesto un festín para Dracul. El malnacido llevaba jodiéndole la paciencia desde su arribo, recordándole la traición de su esposa y mejor amigo. Jah. Como si necesitara del demonio para alimentar su rabia. Recordaba perfectamente todos los sucesos que sellaron su destino aquélla noche fría. Había escuchado los gemidos de Tatjana desde el pasillo. Ella y el hombre que había considerado su hermano, habían estado fornicando en su cama. La muy puta no había podido esperar a que estuviese lo suficientemente lejos de sus tierras para meter a su amante en su lecho. Cerró y abrió las manos. Las carcajadas estruendosas de Dracul le hacían más difícil pisotear esos recuerdos. Iba a golpearlo, iba a… ‘Carne. Sangre.’ Las palabras de Nicusor se alzaron en su cabeza. Era como si el asesino estuviese atrapado en una cueva y sus gritos fuesen sonoros ecos de auxilio. ‘Carne, sangre. ¡CARNE! ¡SANGRE!’ En cuestión de segundos, se sintió poseer – brevemente – por él. Aunque Dracul y Nicusor habían llegado – al parecer – a una tregua; ambos eran conscientes de que se traicionarían en cuanto se diesen las espaldas. ‘No seas estúpido. No nos puedes seccionar’. Se detuvo, nada le gustaba más que hacerse notar. ‘Aún no.’ Poco a poco, la voz de Nicusor se desvaneció. Estaba ahí, tras las rejas de su celda, esperando por el momento en que pudiese salir de juerga. Dracul le había calmado y aquello – para él – significaba una promesa. Más tarde, tendría un cuerpo para operar. La tierra temblaría si se trataba de una mentira. Ni siquiera Razvan podría detenerlo una vez empezara a joder con su propio cuerpo. ‘Cálmate, perro. No querrás despertarlo antes de tiempo.’ El inquisidor no se creyó ni por un momento la sarta de mentiras que decía su enemigo. Llevaba más de doscientos años aguantándolos. Sabía todos sus trucos. Era una desgracia que no pudiese hacer nada con ese conocimiento.
Salió como alma que lleva el diablo de sus tierras, como si pudiera dejar atrás su rabia y al demonio que se regocijaba de su pasado. La noche había caído hacía un par de horas. La Luna cuarto menguante se balanceaba en el firmamento. Las estrellas centelleaban con fuerza. En algún lugar, alguien estaría viendo la misma luna y las mismas estrellas mientras abrazaba a la muerte, cuestionándose porqué había estado en el sitio equivocado. Había sido enviado a su ciudad natal para encontrar a un vampiro que estaba masacrando a las familias de diversos pueblos. Salvar a inocentes de callejones oscuros no estaba en su lista de cosas por hacer. ‘Si te dicen ladra, tú ladras. Deberías aprender a morder. Oh, espera, ¡olvidaba que también eres un jodido vampiro!’ Esta vez le ignoró. Vio al cuervo descender y posarse sobre su hombro. Era la mascota en común de todos. Dracul disfrutaba del espectáculo cuando le veía alimentarse de la carroña, pero era Nicusor quien estaba más obsesionado con la pequeña ave. Al ser quien seccionaba a las víctimas hasta dejarlas irreconocibles, se tomaba su tiempo en seleccionar las partes para que le sirvieran de alimento. Irónico. El asesino nunca mostraba ni una pizca de emoción – al menos no otra diferente a la excitación de saberse con el cuerpo bañado con la sangre y vísceras de sus víctimas -, excepto cuando se encontraba en compañía del cuervo. Las noticias que éste traía actuaron como leña al fuego, haciendo enardecer todo su ser en ira. Svetlana, la vampiresa que se había mudado a su mansión en París y le había seguido la pista hasta Rumanía, había actuado con la misma irracionalidad que el vampiro que había ido a cazar. ‘Ahora, esto sí se pone interesante’. La excitación de Dracul era casi palpable. Nada le ponía más que una fémina haciendo gala del vampirismo. ‘Afloja la correa un poco o ella será el menor de tus problemas.’ Amenazas... ¿Desde cuándo funcionaban?
Salió como alma que lleva el diablo de sus tierras, como si pudiera dejar atrás su rabia y al demonio que se regocijaba de su pasado. La noche había caído hacía un par de horas. La Luna cuarto menguante se balanceaba en el firmamento. Las estrellas centelleaban con fuerza. En algún lugar, alguien estaría viendo la misma luna y las mismas estrellas mientras abrazaba a la muerte, cuestionándose porqué había estado en el sitio equivocado. Había sido enviado a su ciudad natal para encontrar a un vampiro que estaba masacrando a las familias de diversos pueblos. Salvar a inocentes de callejones oscuros no estaba en su lista de cosas por hacer. ‘Si te dicen ladra, tú ladras. Deberías aprender a morder. Oh, espera, ¡olvidaba que también eres un jodido vampiro!’ Esta vez le ignoró. Vio al cuervo descender y posarse sobre su hombro. Era la mascota en común de todos. Dracul disfrutaba del espectáculo cuando le veía alimentarse de la carroña, pero era Nicusor quien estaba más obsesionado con la pequeña ave. Al ser quien seccionaba a las víctimas hasta dejarlas irreconocibles, se tomaba su tiempo en seleccionar las partes para que le sirvieran de alimento. Irónico. El asesino nunca mostraba ni una pizca de emoción – al menos no otra diferente a la excitación de saberse con el cuerpo bañado con la sangre y vísceras de sus víctimas -, excepto cuando se encontraba en compañía del cuervo. Las noticias que éste traía actuaron como leña al fuego, haciendo enardecer todo su ser en ira. Svetlana, la vampiresa que se había mudado a su mansión en París y le había seguido la pista hasta Rumanía, había actuado con la misma irracionalidad que el vampiro que había ido a cazar. ‘Ahora, esto sí se pone interesante’. La excitación de Dracul era casi palpable. Nada le ponía más que una fémina haciendo gala del vampirismo. ‘Afloja la correa un poco o ella será el menor de tus problemas.’ Amenazas... ¿Desde cuándo funcionaban?
Razvan Kournikov- Condenado/Vampiro/Clase Alta
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