Pecado Capital [Libre]

Gemido.
Suspiro.
Gemido.
Me aferro a las sábanas.
Grito.
Fin.

Aunque lo paso bien (casi siempre) no negaré que la mayoría de hombres son absurdamente rutinarios. Sin embargo.. ¿quién soy yo para juzgar a nadie? Me gusta y, seguramente, me seguirá gustando. Me río ¿En qué demonios estoy pensando? El hombre que hasta hace dos segundos tenía entre las piernas acude raudo a lavar su cuerpo y yo; yo sigo en la misma posición, mirando el techo rojo de aquella vulgar habitación. Es uno de los mejores “locales de alterne” de la sociedad parisina y, aún así, encuentro la decoración espantosa. Colores chillones y adornos exageradamente brillantes o grandes, eso era lo que le gustaba a esa gente. El rubio musculoso que me acompañaba se incluía en esa categoría, como la mayoría de mis “clientes”. Al fin y al cabo, no soy una prostituta. ¿No una cualquiera? Pensándolo bien, no recuerdo la última vez que me acosté con alguien sin remuneración a cambio. Puf.

－ ¡Alina! ¿Vienes ya o qué? Voy a enfriarme, joder.
Suspiro tan exageradamente que creo que me ha salido un grito de frustración. ¿Por qué demonios tengo que ducharme con él también? ¿No le vale con follarme, también tiene que enjabonarme? O peor, lo mismo quiere que le enjabone yo. ¡Ah, no! Definitivamente, eso sí que no. Puede que sí sea una prostituta, pero sin duda no voy a ser una cualquiera.

Me levanto y con mi desnudez camino hasta el pequeño habitáculo anexo donde se encuentra el baño. Observo con disgusto al hombre bajo el agua. Con la boca cerrada, y esas gotas cayéndole por todo el cuerpo en una pose poco menos que sensual aceptaré que me resulta atractivo. Vale, me lo estoy comiendo con los ojos ¡pero sólo un segundo! En cuánto me mira, vuelvo a mi cara de pocker; tirando a rancia. － Este jueguito － Con el dedo le apunto primero a él, luego a mi. － Costará doscientos más ¿estamos? Lo que me has pagado sólo incluye lo que pase en la cama. － En realidad ni mucho menos incluía “todo” lo que pasara en la cama, pero él no tenía por qué saber ese detalle. － ¡¿Qué?! ¡Ni lo sueñes! He pagado cuatrocientos por una noche y todavía estás de noche. Así que ya estás moviendo el culo hasta aquí haciendo lo que yo te diga. － ¿Q-q-queeeeeeé? Este se había fumado más opio de la cuenta, o probablemente algo peor.  Seguro. Tssss, ¿En qué momento se me ocurrió aceptar su dinero? O, mejor dicho, en qué momento se me ocurrió aceptar un nuevo cliente.

Aunque tengo ganas de decirle de todo, no hablo. Mientras él se piensa que me ha callado con su patético discurso, camino hasta la cama y cojo mis cosas. No hay tiempo para entretenerme así que me pongo la bata de seda sin ropa debajo, como estamos en un día cálido de verano no hay peligro de coger un resfriado. En la mesilla están los cuatrocientos; me guardo en el pequeño bolso que siempre cargo a cuestas la mitad. － Mira, si pensabas que el precio era por toda la noche entonces lamento la confusión. Dejémoslo en doscientos ¿De acuerdo? Ha sido un placer, cariño － No ha sido un placer en realidad pero me despido como es costumbre, con un guiño, antes de salir con un portazo. Estoy indignada, odio los malos negocios ¡Y este lo había sido! Un polvo que ni siquiera valía la pena recordar por doscientos míseros francos. Me río por no echarme a llorar.

－ ¡Furcia! ¡Espera! ¡Oye TÚ!
Me parece escuchar una voz de fondo, que ignoro completamente todavía ensimismada en lo que acababa de ocurrir. No es hasta que siento un tirón en el brazo que me paro a prestar atención. Y observo con asombro que es el rubio semidesnudo (sólo le cubre una toalla la parte inferior del cuerpo) el que me aprieta con ganas. ¿Qué? Le miro perpleja, no hace falta que le pregunte algo tan estúpido como “¿Qué mierdas haces?” － Eres una maldita ladrona, devuélveme mi dinero ahora mismo. ¡Devuélvemelo! －Con ese último énfasis aprieta más y me duele. － ¡Como me dejes marca es que te mato! ¿Me oyes? ¡TE MATO! － Le abofeteo con todas mis ganas y cuándo de repente se hace el silencio, es que me doy cuenta que de alguna forma he acabado en una de las salas del antro. Una sala abarrotada de gente que observaba el show. Maldigo. Maldigo mucho y muchas palabras malsonantes mientras me escabullo entre el gentío. El salón es grande, la gente enseguida ha vuelto a la normalidad (hacer ruido y moverse) y además sorprendí al estúpido, así que no me costó desaparecer. Él también maldijo al darse cuenta de en qué situación se encontraba y, teniendo en cuenta que tendría un nombre mínimamente conocido por allí, fue cuestión de segundos que desapareciera. Suspiro. Menudo gilipollas.

Llego al minibar y me siento en el primer taburete que encuentro. － Frank, un idiota quería que me duchara con él de gratis ¿Te lo puedes creer? － Conozco al barman de las varias veces que he estado allí así que no necesito decirle lo que quiero. Siempre pido el mismo cóctel, que es el que me pone por delante. Suspiro. Después de dar un sorbo, un pinchazo en el brazo me recuerda el desagradable encuentro. － Imbécil － Me subo la manga y observo las marcas rojas. ¡¡Que rabia!!

El hombro me duele. Cuanto más miro las marcas por dónde me agarró, más me enfurezco. Ardo en cólera y el remover de mis entrañas hace que mi malestar empeore. Siempre evito llegar a tal punto de enojo, pues he llegado a tardar días en ponerme de buen humor. Un humor que tolere compañía, que es a fin de cuentas de lo que sobrevivo. Por lo tanto, no es bueno para mi ser intolerante. Un suspiro. Un sorbo. Otro suspiro más. Cierro los ojos, abstrayéndome de todo lo que me rodea. Ya no oigo el jolgorio de los borrachos, ni el parlotear de las rameras. Sólo escucho el sonido de mi respiración por encima de todos ellos. Noto que mis pulsaciones, antes aceleradas, bajan hasta normalizarse. Más o menos. Podría estar en ese estado durante horas, habiendo pasado para mi sólo unos minutos. ¿No es increíble? Fue de las pocas cosas que me enseñó mi madre y que todavía recuerdo; pues ya desde pequeña sufría este tipo de ataques. No en vano, mejoré la técnica con los años, siendo capaz a día de hoy de abstraerme en cualquier lugar.

Pero que descaro de su parte. ¿Acaso no sabe que aquí todo tiene un precio?
¿Qué?

Abro los ojos. ¿Quién demonios me ha interrumpido la meditación? Pues.. alguien inesperado. Una cara inesperada es la que estoy viendo. Inesperadamente hermosa. Le escucho, cuánto más habla más sorprendida me quedo. ¿Cuál es el precio por una ducha contigo? Pregunta, con descaro. Se acerca cada vez más y no sé por qué, permanezco callada e inmóvil, cual muñeca. Veo la mano furtiva que se acerca a mi bata, pero tampoco hago ningún movimiento ante ello. Ni siquiera cuándo noto sus gélidos dedos tocar la suave piel de mi pecho derecho. Todavía le miro a los ojos ¿embobada? ¡No, por dios! Que soberana tontería. ¿Desde cuánto me quedo yo embobada por un hombre? Desde hace tanto.. Y, sin embargo, ese dulce rostro aniñado me está embelesando y no puedo más que aceptar los hechos. De repente el peso de la verdad cae sobre mi como un jarro de agua fría y, como si de una cascada se tratara, fluye la risa a través de mis labios. Veloz cubro mis mejillas, algo sonrojadas, con ambas manos. － Pffff, qué patética soy － Aunque parece un comentario despectivo, en realidad me sigo riendo. Una risa que transmite de todo menos negatividad. Separo los dedos, viendo a través de ellos ese rostro que sigue ahí. Y siento que podría quedarme viéndolo una vez más. Cierro las manos, carraspeo y las quito de mi rostro. Debo de verme fatal. Como una cría. ¡Pero es él el de rostro aniñado! Yo jamás lo tuve. Le miro, ahora más decidida. － Primero － Levanto un dedo frente a sus ojos, separando nuestras miradas. － Por favor, quita la mano de mi pecho. Segundo － Enseño el siguiente. － No me acuesto con niños. Tercero － Voy a levantar el siguiente pero mi fuerza de voluntad flaquea. Muerdo mi labio inferior indecisa. Suspiro. － ¿Por qué eres tan guapo? － Apoyo el codo en la barra y le miro, ladeando ligeramente la cabeza. Una mano se alarga hasta acariciar la punta de uno de sus cabellos, pasando después a los ojos y terminando en sus labios. ¡Queee boocaaaaa! Muero. － No, no. Imposible. No puedo. Definitivamente ¡no! － Formo una “x” con mis brazos, alejando la tentación. La gran tentación indecente que ese mocoso acababa de proponerme. Pues aunque mi cabeza y mis labios digan que no, mi cuerpo había aceptado incluso antes de escucharlo.

Bajo del taburete, intentando que no se note por ningún lado lo que mi cuerpo grita. Espero que aunque sea un niño hermoso y descarado, en mismo grado resulte estúpido. － A-Adii..os － No tengo el valor de mirarle, ya que si lo hago me costará más aún decir que no. Y me quedaré. Y entonces acabaré follando con un niño. Un niño. Niño. Un niño tan guapo… Que no.

Vuelvo a la habitación dónde he dejado toda mi ropa; para mi alivio el imbécil ya se ha marchado. － Qué dem… － No puedo creermelo, pero no está. Mi ropa, no está. Mi vestido, mi corsé, mis medias.. ¡Mi maldita ropa interior! ¡NO HAY NADA! －Me cago en la madre que le pario － Pateo lo primero que tengo delante. Me siento en la cama, reflexiono sobre lo ocurrido. Y, por si no fuera poco lo que tengo encima, me doy cuenta de que el neceser con el que salí de allí tampoco está entre mis manos.