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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Cyrille Vezier Mar Jun 12, 2012 11:13 pm

Te haré entender, y te enseñaré el camino en que andarás; sobre ti fijaré mis ojos. Salmos 32

Había terminado de encender las velas que alumbraban parte del lugar, y cada rincón de la catedral pronto se impregno con el olor de la cera quemada en discusión con el incienso de la mañana. Se mezclaban en el aire dándole lugar a un nuevo y aun más fétido olor que danzaba suspendido en la atmosfera encerrada, reposando sobre cada baldosa, cada banca y cada lustrosa figura de marfil y alabastro. Lo santos y beatos poseían ahora dicha esencia que, sin habérselo propuesto había creado con torpeza. Pudo adivinarlo, por las narices arrugadas de los presentes, aquella noche nadie se quedaría más de lo necesario para limpiar y purificar su alma del pecado que los agobiaba. Para él, sin embargo, mantenerse en aquel lugar implicaba una absolución mayor a todos aquellos pecados se habían cernido a su alma por la brecha, diminuta, que había en su fe. Primero había ingreso el egoísmo, seguido de la curiosidad y la lasciva y quien sabía cuantos más habían conseguido adentrarse en su interior. Rezaba, por su alma y todas aquellas a las cuales había condenado junto con la de él.

Llevaba los labios curtidos de tanto rezar, en latín y en francés, a La Virgen, a Jesús, a la Santísima Trinidad, al Espíritu Santo para que se manifestara en él, iluminando su interior, alimentando la ígnea antorcha que resplandecía en su pecho, acunada entre la débil carne humana que sucumbía a los instintos primarios que compartían con el resto de las creaciones de Dios “Lamento se débil padre, te pido perdón” pronuncio por centésima vez. Deslizando entre sus dedos las cuentas de madera que llevaba sujetas al brazo, un rosario que le había comprado a un anciano en un caluroso día de verano, y al cuello llevaba colgando aquel que el abad le había ofrecido poco antes de tener que partir ¿Haría un año de aquel infortunio? Poco más o poco menos, y no se decidía aun a manifestar sus votos para otorgar no solo castidad pero fidelidad a Dios y a la iglesia, y por ende, a un papa que no conocía sino por nombre y, un nombre que no sonaba dulce sobre sus labios sino que más bien dejaba en su lengua el amargo sabor de la bilis.

Inspiro hondamente avanzando por el lateral, refugiándose por donde las parpadeantes lenguas de fuego no alumbraban con claridad, donde las sombras jugaban a ser ángeles y demonios que se enfrentaban por el dominio de aquel sacrosanto lugar. Avanzo en su compañía, como mediador de la pelea que tenía lugar y a la cual nadie parecía prestarle atención ¿Sería la muestra clara de lo que ocurría en todo ser? De lo que ocurría en él. Desde la huida con László había pasado inclusive algunas noches en aquel lugar, solo rogando por no tener que regresar. Haber perdido la capacidad de decantar sus sentimientos postrado sobre un piano era castigo suficiente para hacerle comprender “Era un regalo de mi madre” el único que en vida había significado algo, él único que con sinceridad había arrancado una sonrisa de incredulidad, se pregunto, si le permitirían tocar durante la eucaristía.

-Vaya con Dios- sonrió, a la mujer de avanzada edad que salía refunfuñando a paso lento y tambaleante, molesta, por permitir a los padres y “siervos del Señor” dejar sufrir de aquella manera a su nariz. El, se había acostumbrado ya muy a su pesar, y lo que había escocido en sus ojos en un inicio ahora le era imposible de diferenciar. Volvió los pasos avanzados al refugio de la casa de Dios, dejando las puertas abiertas de par en par, porque no debían yacer de ninguna otra manera, el hogar de Dios estaba siempre abierto para las almas que buscaban refugio en el, las almas en pena que buscaban una solución, una salvación. Nada podía alegrarle más que ver a un pecador, como el mismo, confesarse bajo la mirada celestial, cualquiera que fuese capaz de arrepentirse de corazón era merecedor de la absolución “Busca el camino de vuelta a su sendero”.

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Mensaje por Zavannah Zöllner Miér Jun 13, 2012 3:25 pm

Tres. Sólo se trataban de tres meses viviendo en Paris, aquello podía ser un corto periodo de tiempo, para ella, como si se tratara de una vida entera. No es que tuviera una edad muy avanzada, o que hubiera vivido demasiado, pero de verdad ese corto tiempo le había parecido eterno. Las primeras dos semanas a su llegada, todo le había parecido maravilloso, Paris era bastante colorido, con grandes jardines, con bosques, con lagos, con personas sonrientes, y calles modernas, se sentía casi en casa, pero no lo estaba, y tenía la mejor compañía: Su hermano. Zavannah había escapado de su infierno personal, se había librado de ese vida de condena que tenía después de la muerte de su padre, junto con Zigmund, su hermano, habían logrado que no se casara con un señor de ya entrada edad, y eso la había hecho feliz, sin embargo, su vida había tomado un giro tan grande, que en ocasiones ya no sabía como sonreír, como levantarse. Como si de una adolescente se tratara, se enamoró al llegar a la ciudad, otro gran error que estaba pagando caro, y no comprendía correctamente el porque.

Las últimas dos semanas, se la había pasado peleando con su hermano mayor, cualquier cosa que la pequeña Zöllner hiciera, era criticado, recriminado, y castigado, desde que su hermano la había visto besar al hijo de los dueños del circo donde trabajaban, todo se había vuelto un tormento. Ni siquiera podía bañarse a gusto sola, pues aquel muchacho que portaba su sangre, la escoltaba fuera del baño, Sentía que poco a poco se ahogaba, de verdad lo estaba haciendo. Es día, por la mañana, habían discutido de una manera bastante salvaje, Zigmund incluso había golpeado con el puño una pared, ocasionando que sangrara su mano, en un mar de lagrimas, Zavannah se dedico a curar sus heridas, y a caer en el juego de chantaje de su hermano para hacer lo que él deseara. Ahora así era su vida, Zigmund la tenía en sus manos, bajo su poder, y no le importaba el daño que le estaba produciendo, simplemente lo hacía de manera desesperada para no perderla, para no dejar que se fuera a su lado. Aquello era enfermizo, pero era cierto. El joven estaba enamorado de su propia hermana, y ella aun no sabía, o quizás si lo sabía pero no lo deseaba aceptar.

¿Cómo pudo escapar de su encierro en el remolque? Aquello había sido demasiado sencillo, siempre había maldecido su condición de cambiante, y aquel día simplemente se sintió bendecida, su figura esbelta y hermosa se había transformado en un precioso gatito, que sin pensarlo dos veces, escapó por una de las ventanas del remolque. Ya había decidido hacer eso de hace noches atrás, no entendía porqué su hermano la mirada y trataba de esa manera, de hecho, en uno de los arboles dentro del bosque, había dejado algunas prendas para poder ponerse por si una situación como esas llegará a pasar. Escuchó los gritos enardecidos de Zigmund al notar que se había ido, no dio marcha atrás, necesitaba salir. Ya lejos del peligro, volvió a su forma humana, y se colocó el único que vestido que aun tenía con vida en su cuerpo. Ya no pudo aguantar mucho tiempo más, deseaba sacar el dolor de su alma, y las lagrimas que caían por su rostro, le ayudarían un poco. Zavannah se percató que su mundo se estaba viniendo abajo porque desde su llegada a Paris, se había alejado de su Dios, Zigmund le prohibía creer en un Dios que no respetara que dos hermanos vivieran juntos, pero ella sabía que Dios no la juzgaría por esos pecados, pues al menos de su parte, no existían dobles intenciones. La joven se dedicó a caminar en silencio, con el único sonido de su respiración agitada, mantenía la cabeza gacha, no quería llamar la atención.

Pronto llegó al lugar que deseaba pisar de hace mucho tiempo: La iglesia. Asomó su rostro mojado por la puerta, y notó que solo, a lo mucho, unas tres personas se encontraban ahí, suspiró aliviada, caminó de manera lenta, pues no deseaba que el sonido de sus pisaras rompieran la conexión de las personas con la divinidad de un Dios que escucha, abraza, y ama. Zavannah se percibo en la entrada, y se arrodilló juntando ambas manos frente a ella, recargando su frente en esa unión. Empezó a rezar - Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tú nombre - Lo hizo de manera muy poco perceptible, para ella, estar en ese lugar era un reto, por lo que le imponía su hermano, y por lo que estaba por descubrir, sin embargo, no le importaba, le gustaba mantener ese lado espiritual vivo. Terminó su pequeña oración, y sin poder evitarlo, más lagrimas comenzaron a brotar de sus hermosos y expresivos ojos - Por favor padre, dígame que estoy haciendo mal… Solo quiero verle bien. ¿Acaso soy egoísta por desear formar una vida bajo sus leyes? - Zavannah deseaba escuchar una voz que le dijera que no lo era, que estaba en su derecho, pero sabía que nadie respondería, que su Dios sólo podía escucharla pero no responderle, y sin embargo, lo sentía a su lado, abrazándola con todo el cariño que hace tiempo no recibida, pues su padre terrenal estaba segura estaba con su padre espiritual, y le hacía falta tenerlos a su lado.
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Mensaje por Cyrille Vezier Jue Jun 14, 2012 12:25 am

Se había adentrado en el confesionario, aquellas tres paredes de madera que le mantenían encerrado en un mundo diferente. Recordaba su confesión con el padre Laurent, no solo un sacerdote pero un amigo y uno al cual estimaba por encima de tantos otros aun cuando Dios se manifestaba ante él rogando por un trato equitativo hacia sus feligreses. Después de confesarle lo que en aquel tiempo había sido una suposición y hogaño se convertía en una aseveración, después de recibir la penitencia y absolución el demonio le había tentado en sueños. Se había aparecido ante él con la forma de un espectro deformado por el mar de lava y vapores que como cera derretían su piel, recordaba la voz sinuosa que se había colado por sus oídos, lo que le había susurrado y no se atrevía a repetir. Aquella noche, sin embargo, los santos y beatos no le observaban con severidad, si conseguían leer en su interior lograrían comprender que la culpa le carcomía las entrañas, la culpa naciente de la debilidad.

Salió de su encierro para el encuentro con nadie en particular, una catedral más carente de fieles que el rio en época de nevada. Aun no comprendía como siendo el lugar solía yacer con un puñado selecto de personas durante la semana los domingos y en fiestas de guardar los niños tenían que agarrarse de las manos de las estatuas para poder permanecer dentro y observar, en aquellas épocas todas las personas que antes no habían asistido parecían ponerse de acuerdo ya aglomerarse durante la eucaristía, pensando quizás, que un día de fingida fe salvaría sus marchitas almas de una eternidad en el infierno, entre demonios, llagas y dolor. Le gustaba pensar que, durante la semana mantenían una familia, un oficio, un trabajo, que les impedía pasar las horas que desearían en compañía de Dios padre. Que no era su negligencia e indiferencia el detonante de su ausencia. Le gustaba pensar, que todos encontrarían el perdón.

Te pedimos que tengas piedad de las Almas del Purgatorio! Aleja de ellas el dolor de tu enojo y concédeles la tranquilidad eterna” No estaba dispuesto a dejar a ningún ánima en aquella dolorosa purificación más tiempo del necesario, rezándoles a nombres olvidados y a rostros yacentes en el anonimato apresuraba su subida al cielo. Quizás salvándolos expiaría sus propias culpas y la de todos aquellos que como él, habían sido untados por el demonio y el pecado “Te pido Señor, tengas piedad por las almas que e manchado” El, él y sus temores. Desde que había llegado a París su vida se volvía una dura prueba, se disfrazaban de mujeres las serpientes y los hombres perdían ya su fe. Necesitaba, creer que la causa no estaba perdida y el simple hecho de dudar le hacía saberse cada vez más ajeno a lo que en la abadía tanto ansió.

Fue entonces, entre dolores y pensares que la voz de la joven se acuno en el corazón de su oído, no había querido escuchar pero sus palabras se mecieron sobre el aire con tanta delicadeza que perfectas y tersas las comprendió ¡Dios le ponía un alma necesitada para comprobarle que seguía en su camino! –No existe el egoismo cuando buscamos la alegría de otro- se acerco a ella silencioso, conteniendo las ganas de apartar aquellas perladas gotas que manaban de sus ojos como de una fontana ancestral, se suicidaban por su mentón encontrando el final ante el suelo bajo sus pies. Tuvo que observar con atención para comprobar que no se tratase de una visión ¿Podían unos ojos como aquellos poseer tanto dolor y aflicción? ¿Qué mal era el que lo causaba? Que atroz vida la que había decantado en aquella escena.

Extendió su brazo hacia ella –Sera mejor que entremos ¿No crees?- quizás no fuese un sacerdote u obispo de renombre por París, Francia y Europa sin embargo, poseía la misma convicción de ayudar “Préstame tu antorcha que yo la encenderé” y por un segundo su pecho volvió a temblar, cálido, acogiendo la enseñanza de Dios.
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Mensaje por Zavannah Zöllner Lun Jun 18, 2012 1:15 am

Cuando era pequeña, su madre la llevaba todos los días, a las siete en punto de la noche, a la pequeña capilla que tenían en casa. Ambas se arrodillaban frente al altar que habían puesto, la pequeña cambiante apenas y podía observar a las imágenes y estatuas de los dioses que su madre había puesto ahí, era tan pequeña que sus ojos apenas y veían el techo cuando alzaba por completo la mirada. En esa pequeña capilla aprendió a rezar, su madre le colocaba ambas manos a la altura de su pecho, pegando palma con palma, cerrando sus ojos adormitados, pues aquella era casi hora de dormir, y como buena hija, siempre dormía temprano. En esa pequeña capilla había aprendido a tener fe, también había aprendido a creer en un Dios, uno que estaba arriba, en un cielo donde sólo existía amor, paz, y armonía, dónde todos eran una familia, y todos se protegían, había aprendido a rezar por su alma, por las de su familia, y también por aquellos que no conocía, su fe era demasiado grande, pues su alma siempre había sido blanca, llena de pureza, y cada petición que hacía, se iba haciendo realidad, como si Dios la escuchara con atención y quisiera sacarle una sonrisa. Para Zavannah era así, su Dios, siempre la hacía sonreír, y sólo por una razón. La amaba.

La vida nos da golpes bastante fuertes, de esos que al ser un simple humano, con malas influencias te hacen hundirte. Zavannah se alejó de su Dios, le reprochó el haberla dejado sola, le reprochó haberse llevado a su padre, también que su madre se hubiera casado con rapidez, y poco después los malos tratos que recibía en su casa. Todo se le había juntado en un abrir y cerrar de ojos. Su religión había cambiado, tenía un nombre, y el apellido idéntico al de ella. Zigmund Balcombe-Kelley se había vuelto su religión, había sido la única persona que no le había dado la espalda, el único ser humano que le había abrazado cuando más necesitaba de un abrazo, y le había prometido amor eterno, cuando pensaba que ese no existía, y hasta la fecha su promesa seguía en pie. Su hermano se había vuelto su todo, no había nada que no fuera él, y nada podía ser posible para ella sin él. Zavannah no tenía ni fuerza ni valor sin él, estaba cegada por las manipulaciones del aquel hombre, este quien no dejaba que volteara a ver a alguien más, ese hombre que sólo la había visto sonreír, llorar, y volver a sonreír. Sus apellidos habían cambiado al pisar el suelo parisino, pero ese era un secreto que ella se llevaría a la tumba, o quizás sólo le diría a ese Dios que había olvidado, y ahora necesitaba.

La cambiante respingó al escuchar una voz interrumpir sus oraciones y peticiones. Tenía tanto miedo de ser encontrada por su hermano, no es que le fuera a hacer algo, pero temía que por el enojo que tenían entre ellos volvieran a pelear, no quería pelear en terreno sagrado, y Zavannah sabía que él nunca había creído en Dios, y no le importaría profanar su casa. Rápidamente se dio cuenta que la voz no era de su hermano, era de un desconocido. Se frotó los ojos con fuerza, impidiendo que salieran más lagrimas, y también para limpiar su mirada ahora borrosa por el color cristalino de las gotas que salían por sus ojos. Le sonrió como pudo, intentando que su sonrisa fuera sincera, pues no deseaba preocupar a un desconocido. - ¿No lo existe? ¿Entones por que se me tacha de egoísta? - Dios, ese Dios que había abandonado le había mandado a alguien, a alguien que pudiera escuchar su historia y no compartirla. Tomó la mano ajena y se puso de pie. La mano cálida del hombre le hizo sonreír ahora con naturalidad, ella estaba segura que era un enviado de su Dios - Yo no hice nada malo - Le contestó, intentando creérselo. Zigmund se había encargado de hacerle creer que lo que hacía estaba mal - De verdad no lo hice, ¿Usted me cree verdad? - Volteó a verlo a los ojos, las lagrimas comenzaron a salir de nueva cuenta, como si le hubiesen abierto una llave de agua, era una cantidad de lagrimas bastante abundante.

Se caminó con el hombrecillo. No pudo evitar abrazarlo mientras caminaban, se abrazaba a la esperanza, a las palabras de aliento que no había escuchado en mucho tiempo, aunque ni siquiera se las hubiera dado. - ¿A dónde vamos? - Tanto había sido el tiempo lejos de la iglesia que había olvidado las cosas que se hacían, ella sólo había venido a rezar, y a hablar como si alguien la escuchara. - ¿Me va a escuchar? - Llevaba sus manos en repetidas ocasiones a sus mejillas, limpiando los restos de ese dolor que no la dejaba descansar. ¿Qué le diría Zigmund si la viera de esa manera? ¿La regañaría? ¿La abrazaría? ¿Dónde había quedado ese hermano que no le peleaba? ¿Dónde había quedado ese hermano que sólo la llenaba de amor? No lo sabía, pero sus sospechas se acrecentaban, esas sospechas dónde simplemente pecaban, ambos pecaban… Zavannah observó la pequeña sala en la que habían entrado. Se encontraba un hermoso confesionario de madera. Observó al hombre que tenía alado, y se sorprendió, era tan joven que apenas y podía atar cabos. Lo abrazo con fuerza, y hundió su rostro en su cuello - Gracias por aparecer en mi camino - Le susurró separándose al instante, aquel era su día de suerte, o quizás su día de bendiciones.
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Mensaje por Cyrille Vezier Sáb Jun 30, 2012 9:23 pm

Lo sopeso, por un segundo que inicio una revolución en su interior ¿Lo pensaban los demás o ella era quien lo aseguraba? Demonios personales que tomaban varias voces para atormentar, bullicio que provenía de su interior, de un temor desconocido para él. O quizás, realmente el juicio de la sociedad, aquella nunca exhausta de señalar la paja en el ojo ajeno. Y sin importar el verdadero motivo lo que aquella mujer necesitaba era ser escuchada, que su historia conociera un hogar en el aire del lugar y si Dios podía perdonarla y ofrecerle la vida eterna a su lado, en su reino, sus acciones se limitaban a intentar hacer de su vida en la tierra una digna y feliz -¿Quién lo hace?- la cuestión emergió de sus labios con suavidad, como si le preocupara que una voz severa y tosca pudiese atormentarla aun más.

-Creo que estas dolida, de lo que sea que haya hecho- aseguró pensando en algo tan funesto que mereciera su dolor. Avanzó sujetándola, sintiéndose de pronto diminuto al intentar resolver un problema que parecía sobrepasarlo con ansiadas creces ¿En qué pensaba?¿En ofrecerle una salvación? Un simple consuelo de un extraño, un hombro sobre el cual llorar –Pero…si se arrepientes de corazón y enmienda el error, supongo que todo estaría mejor- intentaba darle palabras de aliento mientras las opciones se manifestaban en sus pensamientos ¿Y si había asesinado a alguien? Quizás había robado la caridad de algún orfanato. Negó, dejando caer tales y cuales pensamientos al suelo que dejaban atrás, aguardando ser encontrados por alguien más y entonces ser expuestos a la sociedad que no dudaría en señalarla y juzgarla, juzgarlos nuevamente. Pues un monaguillo no debía hacer la labor del padre ungido por la gracia y leyes de Dios.

Había llegado hasta el confesionario, sabiendo que, adentrarse en el y fingir tener los votos para realizar la confesión seria ofensivo, pecaminoso. Mordió su labio inferior con tanto ahincó que verle sangrar no supondría una sorpresa y un dolor más bien merecido por los pensamientos que comenzaba a tener –Si te voy a escuchar, si es eso lo que desea- le expresó, estrechando su cuerpo con una caricia más que un abrazo, una caricia que se desvaneció con rapidez –No tiene nada que agradecer- Y en verdad creía que no debía ser, agradecería el por permitirle conocer su historia, reivindicar su propia fe –Pero- se avergonzó, de tener que poner una condición para realizar su labor, más bien una limitante, una confesión que debía hacer antes el mismo, un voto de silencio basado en sus principios e integridad. Quizás, carentes de valor para la mujer –No soy un padre, no puedo hacer una confesión, no puedo absolverla de sus pecados- aunque, creía, que de eso se encargaba cada quien.

-Puedo escucharte, y ayudarte…en lo que me sea posible. Y puedo jurarte frente a Dios- más nunca en su nombre –Que jamás diré ni una palabra de lo que me diga…si decide hacerlo, contarme lo que le preocupa, me refiero- meneó la cabeza nuevamente avanzando algunos pasos para quedar resguardado tras el confesionario, oculto a cualquiera que se adentrase al lugar. Aguardo, si bien no podía entrar en la cúpula de madera necesitaban privacidad, y en ese instante solo deseo fervientemente poderla ayudar. Tomo asiento, porque algo le hacía creer que de comenzar a escuchar su relato de una u otra manera habría de terminar sobre el piso y entonces se cuestiono ¿Lo iba a dejar entrar?

He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, cenaré con él, y él conmigo. (Apocalipsis 3:20)


{PD:Lamento la demora! Y lo corto}
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Mensaje por Zavannah Zöllner Jue Jul 12, 2012 3:18 am

La joven había soltado una gran cantidad de lagrimas abrazada al monaguillo, se había sentido toda esa tarde muy vulnerable, envuelta en aquellos brazos sintió confort, seguridad, y una paz infinita que pocas veces había sentido en su totalidad. Gracias a las lagrimas que había soltado, la ropa del muchacho estaba bañada por completo, o al menos la parte del pechero. Murmuró un par de palabras, ni siquiera ella pensaba con claridad, y también había entendido lo que había dicho. Levantó la cabeza para poder captar su mirada, y sus manos lo soltaron para poder limpiar su pequeña e hinchada cara, incluso limpió su nariz, que se había congestionado a causa de tanto llanto. Al notar la juventud del muchacho, respingo, con una sonrisa amplia, pero mostrando lo apenada que se sentía por lo que había hecho - Es muy joven - Indicó sorprendida, y sonriente. ¡Vaya descubrimiento!

Lo soltó con suavidad, y asintió repetidas veces a cada palabras que él le decía, pobre Zavannah, de verdad se veía afligida, la pobrecita mostraba una carita de sufrimiento que nunca antes había albergado dentro de su cuerpo y corazón, pero sin duda ahora mismo lo estaba experimentado, quería incluso vomitar a causa de ese pesar que tenía. La muchachita observó lo que había en ese gran salón, sus orbes viajaron con delicadeza y parsimonia por el confesionario de madera, entendió que él joven le estaba tratando de decir - Le quiero proponer algo - Ladeo la cabeza, de un lado a otro, intentando quitar la tensión de su cuerpo, sólo de ese lado. - Podemos… Podemos ir al parque de enfrente, platicar mientras las personas están dentro de la iglesia, sin problema alguno de que hagas algo que creen indebido - Se encogió de hombros - Sólo si quieres… - Sonrió de forma tranquila.

Mientras esperaba respuesta, la muchacha comenzó a caminar por aquel pequeño salón, estaba pintado de un color blanco, y le sorprendía lo limpias que se mantenían las paredes a pesar de los años que la iglesia se suponía que tenía, sabía que tenían mantenimientos, pero nada se comparaba a otros recintos como ese. Por primera vez algunas imágenes de santos no le dieron miedo, de hecho sintió que le sonreían y que le abrían los brazos para querer darle un fuerte y reconfortante abrazo - Es el lugar más bonito que he conocido - Su voz salió de manera alta y firme, pero no sintió culpa, ahí no había problema de hablar, y no era horario de misa, así que nadie la recriminaría. - Antes de que vayamos - Estiró si mano, pidiéndole la suya, que la tomará con suavidad y se posaron frente a la figura de un Jesucristo crucificado - Prométalo conmigo, aquí, frente a la figura de él, quien se sacrifico por nosotros - Zavannah no desconfiaba de Cyrille, sin embargo con aquella promesa sabía que también purificaría su alma.


Zavannah cerró los ojos con demasiada fuerte, y con la mano del hombre entrelazada a la suya, prometió en silencio. Le prometió a su Dios, a su hijo, a Cyrille y a ella misma que diría la verdad, que diría todo su sentir aunque no fuera ella la que correspondiera a lo que sería ante los ojos de cualquiera un pecado. Volvió a abrir sus ojos, y dio un tirón a la mano de Cyrille, para salir por donde había entrado minutos antes. Mientras caminaban de regreso a exterior, la cambiante dejó que su cabello cubriera parte de su rostro, evitando que notaran su rostro rojo a causa del llanto. En el transcurso había soltado la mano del monaguillo, con tanta mujer rezando, seguramente inventarían o harían cualquier tipo de chismes, y en ese momento era lo que menos quería, necesitaba un poco de paz, un lugar seguro en el cual poder decir todo ese dolor de su interior.
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Mensaje por Cyrille Vezier Dom Jul 22, 2012 12:05 pm

Rio cuando la joven hablo, escuchando lo que tantas veces había escuchado ya, que un alma joven no debía reducir su vida a la caridad, que un niño de cuna honrosa no era necesario en la casa del señor que mejor siguiera cultivando viñedos y vendiendo caballos de estirpe, como sus padres lo hubieran deseado –Espero que eso no sea motivo de incomodarle- aunque podía apostar que la joven no tendría muchos más años que él. Podría ser, y no descartaba la idea, que la mujer hubiese llegado a aquel sacrosanto lugar en busca del padre, de aquel viejo hombre que profesaba la misa a los feligreses. No dudaría entonces que su falta de edad supusiese una impedimenta más, sus acciones demostraban lo contrario.

Pasó sus dedos por su pecho humedecido, había servido de pañuelo a la consolación de sus pesares, se había impregnado de su dolor. Lo pensó unos instantes suponiendo sería la mejor opción, más en el exterior habrían de tener mayor cuidado de los que pecaban de curiosos, de no ser escuchados por nadie más que ellos dos. Sus palabras esa noche le pertenecían solo a ella y sus oídos serian solo para sus palabras de aflicción, aguardaba y en Dios confiaba que de algo pudiese servirle aquella sesión de franca preocupación –Creo, que es buena idea- asintió para sus adentros convenciéndose que era la mejor opción. Ninguno de los dos tendría entonces que infringir la ley divina porque aquella charla no sería una absolución, una simple platica de dos personas que buscaban en la otra la reivindicación de su propia fe.

La volteo a ver cuando su voz taño el aire del lugar por nueva cuenta, con un tono alto y firme diferente a la voz quebradiza y llorosa con que le había hablado anterior mente, sonrió, con una felicidad sincera producto exclusivo de ayudar a los demás –Es más acogedor que cualquier hogar- y por cualquiera debía haber mencionado exclusivamente al propio, pero las horas transcurridas en su vivienda le parecían tediosas, abrumantes, rebosantes de gritos y cuestionamientos que no lograba comprender. El piano había desaparecido, la desesperación comenzaba a llegar más estando en aquel lugar, rodeado de santos y beatos, de los discípulos y el mismo Jesús todos los pesares se dispersaban, reptaban por su cuerpo hasta perecer sobre el suelo. Como una serpiente ponzoñosa su madre haya en los cielos la habría de pisar y quitarla de encima suyo. Sonrió.

Sujeto su mano con suavidad, permitiéndole guiarle entre el lugar que conocía de arriba abajo mejor que su propia mano. Alzó la mirada para observar la obra de arte, quien hubiese esculpido aquel Cristo en la cruz debía haber entendido con exactitud el dolor, la aflicción y aquella sensación de unión que las personas debían sentir al verle colgando ahí, como siglos atrás debía haber sido ¿Qué habían sentido los hombres en primera fila? El mismo, seguramente, hubiese roto en un llanto amargo, cargado de desesperación –Lo prometo- susurro cerrando los parpados mientras estrechaba con delicadeza la mano ajena, lo prometía ante la divina trinidad, se lo prometía a María su madre y a todos los testigos del cielo.

Salieron de la catedral en silencio, dejando a algunas sollozantes mujeres detrás de ellos, bien resguardadas en la casa del Señor. Avanzaron hasta llegar al parque en búsqueda de un lugar apropiado para comenzar a conversar, porque era importante que no fuese un punto de flujo de personas -¿Te parece bien aquí?- señalo las raíces de un viejo y torcido árbol, de tronco ancho y corteza áspera, con hojas tupidas del color del musgo. A él le gustaba, le inspiraba paz además quien sabia cuantas platicas había escuchado ya una más no supondría mayor pesar.
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Mensaje por Zavannah Zöllner Miér Jul 25, 2012 11:45 pm

Estaba inquieta, muy inquieta, hace mucho tiempo que no hacía eso, se sentía bastante mal consigo misma. Odiaba tener que reconocer que la magia se había desvanecido. Ya no se sentía en esa burbuja de cristal dónde su hermano era el único protector, sentía que se había roto y todo por su culpa. ¿Qué pensaría Zigmund de verla tan cerca de otro hombre? Encima un desconocido. Seguramente estaría echando lumbre por cada parte de su cuerpo. Para la pobre cambiante era inevitable traerlo a su mente. Su vida gitana alrededor de él o quizás él gitana alrededor de ella, no lo sabía, pero esa relación tan diferente, tan única y extraña ya no era buena, ahora la estaba destrozando, y se notaba en aquella carita roja, aquellos ojos hinchados, esa nariz congestionada, y el constante temblar de su cuerpo, se notaba mal, bastante triste, y cómo si estuviera a punto de enfermar.

Movió de un lado a otro la cabeza, cuando sus ojos se volvieron a abrir se topó con la mirada llena de paz del joven, no pudo evitar soltar una sonrisa sincera, y sus pulmones, que ya se sentía bastante hinchados por el aire retenido, se sintieron liberados gracias a la expulsión del mismo. Era extraño de verdad tener a Cyrelle a un lado, se sentía como una especie de bálsamo sobre una quemadura. Zavannah había dejado de sonreír de manera natural hace unos días, y ahora lo hacía, para él, para ella, pero sobretodo para Dios. - Deje de ver el templo de Dios como un hogar hace mucho tiempo, sentí que me había abandonado, antes sentía sus brazos alrededor de mi cuerpo abrazándome, pero de la noche a la mañana dejé de sentirlo, es como si hubiese desaparecido ¿Acaso es posible? - Su rostro se contrajo formando una mueca evidente de insatisfacción. ¿Dónde se encontraba Dios en éste mundo maldito? ¿Acaso dejaba de escuchar a los desafortunados? Negó repetidas veces, siempre haciéndose interrogantes en la cabeza, sugestionándose, debía aprender a dejarse llevar.

Mientras avanzaban a la copa de ese hermoso árbol el silencio se hizo presente entre jóvenes. Se alegraba que no fuera incomodo, más bien se sentía abrazador, como si Dios la estuviera empujando en silencio a seguir alado del muchacho. Quizás nunca se había ido, quizás era ella la que había bloqueado su corazón para poder sentirlo. No lo sabía. Su animal interno danzaba de un lado a otro, le gustaba la naturaleza, quizás por eso se sentía tan a gusto con la elección del monaguillo - Es el lugar perfecto para hablar - Se encogió de hombros. El gatito interior se paró en cuatro patas y se estiró por completo, arqueando la espalda. Su boca se abría y bostezó, estaba segura se pondría a dormir, dejándolos hablar en privado. Siempre a creído que sus formas animales tienen su propia consciencia, quizás por eso le daba la oportunidad de no sentir su presencia al acecho mientras se confesaba. - ¿Me vas a regañar? - Preguntó en voz alta. Más bien aquello era un pensamiento travieso que no pudo guardarse en su interior.

- Mi hermano Zigmund, él es mi problema - Hizo una pequeña pausa, aquello sonaba verdaderamente mal - Es decir, no sé por dónde empezar - Miró hacía el frente, le daba miedo confesar sus secretos - Escapé de casa con mi hermano, no deseaba casarme con un hombre mucho más grande que yo sólo porqué mis padres arreglaron mi matrimonio, me daba miedo, y mi hermano tampoco estaba de acuerdo, es así como llegamos a Paris - Le daba un pequeño resumen, nada importante, sólo para empezar a adentrarse al tema principal - Verás, siento que… - Mordió su labio inferior inquieta - Siento que mi hermano está enamorado de mi, me ha dicho que me ama, y en sus ojos puedo notar que su amor no es por una simple hermana - De sólo pensarlo la joven sintió su cuerpo estremecer - Sé que es malo, y que él no lo ha dicho por completo, quizás sean ideas mías pero me siento culpable ¿Me entiende? - En ese preciso momento, la cambiante estaba tan abrumada y confundida, que no tenía idea si su explicación era la correcta o no, esperaba que lo fuera, decirlo dos veces en voz alta le causaba grandes problemas internos.
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Mensaje por Cyrille Vezier Miér Ago 08, 2012 2:01 pm

Negó apaciblemente ubicando sus manos tras su espalda –Siempre he pensado que su voz es tan tersa, es tan baja, que a veces nuestros problemas, nuestra propia voz no nos deja escucharlo- recordaba las palabras de algunas mujeres y hombres que llegaban buscando consuelo, un hombro en Dios donde llorar pero Dios no era un objeto, no era tangible, no era visible. Por lo menos no como tal pues se encontraba en todas las personas, en todos los seres vivientes que habitaban aquel mundo –Quizás no te abrazaba porque te trajo cargando hasta aquí- lo sopeso unos instantes sonriendo por el pensamiento. En realidad jamás la había abandonado, solo había decidido hacer algo más provechoso y ella, acostumbrada a lo anterior, no había conseguido reconocerlo. Podría, sin embargo, ser una prueba.

Se sentó con la espalda pegada a la corteza, intentando darle su espacio a la joven sin alejarse demasiado de ella. Ante el dolor había que estar listos, cerca, para alejarlo con cariño y consuelo, a los corazones atormentados nada servía más que la compañía –No soy quien para regañarte- confesó, una persona más, un pecador intentando encontrar su propio consuelo. Le miro por el rabillo del ojo, su hermano era su problema. El sabía que los hermanos compartían vínculos sanguíneos por nacer de los mismos padres, que era usual que crecieran en mutua compañía y bajo el mismo techo. Desconocía todo lo demás, porque sus padres habían decidido no tener más hijos después de él “Con uno me basta” había dicho su padre, y se sentía culpable ¿Qué había hecho mal?

Lo que había comenzado como un bello relato de solidaridad y cariño fraternal había terminado en un tema tormentoso, castigado por la biblia y la iglesia y por ende por Dios. Negó, buscando las palabras correctas para hablar, para decir pensamientos que no llegaban a formularse en su interior ¿Qué debía decir? ¡¿Qué le iba a decir?! -¿Y tú le correspondes ese amor?- Si el alma de su hermano estaba condenada quizás la suya aun se podía salvar, no, salvaría a las dos almas por igual. Recogió sus piernas jugueteando con las hierbas bajo él, doblando el césped con su mano, sin quebrarlo, dejando que le hiciera cosquillas a su piel –Alguna vez…- su rostro se ruborizo, y se apeno enormemente de lo que iba a preguntar -¿Alguna vez se han expresado afecto de una manera más allá de lo propio para los hermanos?- pensó a idear la mejor manera de abordar aquel problema.

Y de pronto todo pareció sobrepasarlo, que iluso había sido al creer que podía hacer algo al respecto para sanar su alma. Que el problema sería tan simple que el mismo lo podría solucionar. ¿Podía acaso? Lo intentaría, no la dejaría sola en aquel infierno y de ser necesario se adentraría entre las crepitantes lenguas de fuego para sacarla de ahí. Lo prometía –Si te arrepientes y enmiendas tu error…- Jesús había perdonado a las que pecaban de adulterio, a las prostitutas y a los leprosos, había comido sobre la misma mesa, había dejado que lo tocaran y con ello había salvado sus almas y no por el contrario condenado la suya. Pero él no era Jesús –Debes desear hacerlo de corazón. Si estas dispuesta te ayudare- sujeto su mano estrechándola contra la suya. No sabiendo si decidiría acceder o no.

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Mensaje por Zavannah Zöllner Vie Ago 10, 2012 1:54 am

Sus ojos comenzaron a llenarse de un liquido cristalino de nuevo, uno que cualquiera podría reconocer, y es que su alma estaba demasiado lastimada, como si la hubiesen llenado de golpes por todos lados, era difícil poder explicar como se sentía en realidad, las cosas se podían resumir en dolor, confusión, tristeza, irá, y culpabilidad. Lo último quizás no era muy apropiado, pero pensándolo bien, quizás ella había tenido mucha culpa, de manera inconsciente obviamente, pero quizás ella había provocado las cosas, la forma en que lo había abrazado desde pequeño, la forma en que le hablaba, los privilegios que le otorgó, por eso sentía aquella culpa que apoderaba su interior. Volteo a ver a Cyrille de reojo, intentando que le dijera algo que la calmara, pero dado que no había una respuesta esperada, volví a agachar la cabeza en señal de derrota. ¿Por qué su vida tenía que ser tan complicada? ¿Por qué se había muerto su padre? Él habría sabido que hacer, nadie más que él, pero estaba tan lejos, en un cielo idealizado.

- ¿Yo? ¿Corresponder? ¿Acaso cree que podría venir a este lugar si le correspondiera? Claro que no, estoy pidiendo un poco de ayuda para saber como tratarlo, además no estoy completamente segura, pero supongo que esas cosas se saben. Conozco la Biblia, de pequeña me hacían leerla, conozco las leyes del señor, sé que eso es un pecado bastante grave, nunca lo he visto de esa manera, simplemente es mi hermano mayor, ese hombre que me ha protegido, en ocasiones he descubierto que incluso mi amor por él es como el de una hija hacía un padre, porqué él me ha educado como corresponde, o al menos soy lo que soy gracias a él, tengo valores, sé que no son los mejores si me ama de la manera en que le digo, pero soy buena persona, siempre me lo dicen - Zavannah sintió una punzada en el corazón cuando el monaguillo le hizo esa pregunta, se sintió enojada y ofendida con él, quiso gritarle un par de cosas, pero aquel hombre sólo quería ayudarle, quizás de estar en su lugar haría las mismas preguntas, no lo sabía, no deseaba juzgarlo, él no lo hacía, él la estaba apoyando, como nunca nadie lo había hecho, bueno a no ser Zigmund y ahora Elouan, pero esas son otras historias.

Zavannah hasta ese momento había observando el suelo, el verde del pasto, había jugado con una mano con él al igual que Cyrille, no se había atrevido a verlo, pero la siguiente pregunta la hizo mover la cabeza con fuerza, sus ojos se abrieron demasiado, más de lo que imaginaba, y sus labios se separaron mostrando una perfecta "O", mostrando su sorpresa. - ¿Quieres decir…? - Ni si quiera sabía como hacer la pregunta - Soy virgen, y lo seré hasta el matrimonio - Dijo cambiando su semblante, sintiendo orgullo por permanecer así - No tengo prisa con ese tema, debe de ocurrir cuando sea el momento, mi hermano es bastante respetuoso en ese aspecto, dormimos juntos pero nunca me ha visto con morbo, al contrario - Le sonrió de forma amplia, orgullosa de sus palabras, pero dentro de ella comenzaron varios cuestionamientos. ¿Zigmund la vería de otra manera? Con morbo? Tragó saliva. - No vengo a arrepentirme por mi, pues yo lo amo como mi hermano, vengo para pedir ayuda por el Cyrille, no sé que hacer - Confesó apenas en un susurro.

- Estoy enamorada de alguien más, de un hombre que también me respeta, y me corresponde, de hecho está haciendo las cosas con calma, no sabía que el amor podía existir verdaderamente en las uniones, siempre creí que todo era un arreglo, pero entonces llegó él - La cambiante se sonrojó, recordar a Elouan le traía buenos sentimientos, y la ponía de un humor bastante especial, se le notaba en el brillo de los ojos. - El quiere pedir mi mano, pero cuando mi hermano me ve con esa persona, me regaña, pelea conmigo, y me prohibe salir por mucho tiempo, es extraño, por eso me he dado cuenta de esos sentimientos que tiene por mi, quizás simplemente estoy suponiendo, y suponer es malo ¿Verdad? - Apretó repetidas veces las manos de Cyrille de manera juguetona. - ¿Me contarás de ti? - Preguntó curiosa, sintiéndose en total confianza.
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Mensaje por Cyrille Vezier Vie Ago 10, 2012 5:34 pm

Sus palabras de pronto le azoraron y sus mejillas tomaron el color del arrebol mientras se sentía ser regañado, no había sido su intención ofenderla pero necesitaba comprender su situación para tomar la postura más conveniente, la que le parecía mejor –C-creo que sin importar el error todo-o-s somos capaces de arrepentirnos- tartamudeo, algo que nunca antes le había ocurrido. Tragó en seco con los ojos bien abiertos “Soy buena persona, siempre me lo dicen” sonrió de medio lado, pues si bien la primera parte de aquella frase estaba teñida de orgullo y soberbia todo aquello se desaparecía con el final, cargado de inocencia y credulidad “Pero no todo lo que dicen las personas es verdad” Su madre solía decirle que en el armario donde guardaban los toneles había un monstruo feroz, lo que había en aquel lugar eran lingotes de oro y joyas, su madre mentía y así le había enseñado que la demás gente también lo hacía.

Más Cyrille siempre creía en la veracidad de las palabras de los demás y aquello no era una decisión, las creía sin pensarlo, por lo menos los primeros minutos pues después de ver como el hombre no regresaba con el saco de monedas las dudas le comenzaban a inundar –Es bueno escuchar eso- confesó, pues aquello daba una senda mucho más amplia para su redención. Torció los labios rebuscando las palabras –Si sus sentimientos son lo que supones no creo que sea la mejor idea dormir en el mismo lecho- sabia por ante mano que muchas personas debían recurrir a aquello por la falta de dinero. Los fríos inviernos les harían perecer de no ser así. ¿Y si el pobre hombre luchaba internamente cada que sentía su esbelta figura junto a él?

Su corazón se alivio y regocijo al escucharle decir aquello, tanto más fácil seria todo con el poder del primer amor incentivando su actuar –Suponer no es malo- se precipito a puntuar, juzgar lo era, pero ella no juzgaba a su hermano por el contrario había acudido a aquel lugar para salvar su alma de su catastrófico final. Le permitió jugar con su mano sin sentirse incomodo por aquella proximidad, un año fuera de la abadía comenzaba a minar aquella extraña vergüenza que sentía al estar próximo a los demás. Un insulso cosquilleo que aprisionaba su cuerpo, acostumbrado como había estado a compartir espacio solo con los demás hombres que residían en aquel lugar. Había sido vivir en un estanque con iguales para salir a un mar repleto de peces brillantes, opacos, enormes, diminutos, tiburones, cangrejos, pulpos y estrellas de mar, cada uno con su singularidad.

-¿Has pensado en casarte con ese hombre?- podría ser una buena idea aunque debía suponer que una acción como aquella alejaría deliberadamente a su hermano de ella y pese a que desconocía los dolores de la fraternidad comprendía la lejanía de un ser querido, amado –Creo que la lejanía momentánea de tu hermano seria su mejor salvación, pero no una violenta sino una progresiva- su mirada se encontraba en el éter del universo ideando el plan ¿Es que ahora resolvía misterios? Y con imaginación digna de un infante la negra inmensidad se lleno de imágenes y salvaciones. Si tanto la amaba aquel ser debía comprender, si fuese todo tan fácil como lo decía –Lo lamento…si mis palabras más que darte una solución te causan más aflicción- sonrió, esta vez de manera agridulce, porque no deseaba ser regañado nuevamente por aquella joven mujer.

El ultimo cuestionamiento le hizo dar un pequeño respingo, no había demasiado que contar, eso le gustaba decir a las personas más en aquella ocasión, habiéndose abierto la joven tan ampliamente con él no corresponderle seria un pecado, un acto de total egoísmo –No suelo hablar de mi mismo- confesó suponiendo que una unión afianzada por la confianza sería el mejor consuelo para la mujer, y para él –Soy hijo de un vinicultor y una amaestradora de caballos, pero fui criado por Teva…- contuvo el dolor encerrándolo lejos de su rostro –Por ella fue que decidí entrar a una abadía y así lo hice pero hace un año tuve que venir a París a vivir con mi tío- sonrió de medio lado volteándola a ver, debía estar aburrida por su escuelita explicación, pero su corazón le impedía ahondar más en sus recuerdos –Lamento que no sea muy entretenido-.

Porque quien sufre comprende el dolor y en el dolor le es fácil ayudar.
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Mensaje por Zavannah Zöllner Dom Ago 26, 2012 12:23 am

Zavannah era una especie de dulce, de esos que no te empalagan, más bien de los que su presentación es hermosa, y el probarla, adentrarla a tú mundo, y conocer el suyo, se vuelve un verdadero placer en el paladar, hipotéticamente hablando claro. Era una chica como pocas, que no tenía malicia alguna, y que las que llegaba a tener, poco a poco se hacía a un lado buscando un método bueno, saludable, y amoroso. Ella era así, a pesar de haber escapado de casa, lo único que había recibido de su hermano era amor, y por lo consiguiente ella daba puro amor. Siempre escudaba a los demás, siempre les buscaba explicaciones para no echarles en cara lo malo que llegaran a hacer, y lo bueno se los apremiaba, y aplaudía, reconociendo siempre lo bueno, y soltando los errores para ir creciendo. Eran tan buena que en ocasiones llegaban a pensar que era ingenua, pero no lo era, se daba cuenta de cosas importantes, por ejemplo, la manera en que su hermano la veía, aquello era un verdadero enredo, pero si estaba frente a Cyrille, era por su deseo de sanción, y de encuentro en un buen camino, no sólo para ella, también para su hermano.

- ¿Casarme? No lo sé, siento que es muy precipitado, puedo decirle que estoy enamorada, pero quizás es la emoción de sentirme querida por alguien más, nunca había pensado en otro amor que no fuera el de mis padres, y el de mi hermano, quizás… - Se quedó pensativa - Él me lo ha pedido, pero no quiero casarme sin él consentimiento de mi hermano, es demasiado importante para mi, no debería hacer nada sin su consentimiento, él nunca buscaría mi mal - Se encogió de hombros. Movió su cuerpo un poco, sus piernas estaban en forma de posición de loto cuando tomó la posición deseada. Se encontraba frente a él, se atrevió a tomar ambas manos del monaguillo, sin dejar de sonreír, y sobretodo sin dejar de sentirse cómoda. - Lamento mucho si me porte grosera, o subí el tono de mis voz, cómo puede ver no es mi tema favorito, pues también amo a mi hermano - Volteó a verlo a los ojos, sin perder ese rubor en su rostro. - Muchas gracias por darme tú tiempo, el tiempo es valioso, y agradezco tú compromiso conmigo, prometo compensarlo - Sonrió de manera tímida, y se mordisqueó el labio inferior con suavidad.

- No, no… - Su animal interior ronroneó con suavidad, percibió como una especie de energía ligeramente pesada salía del cuerpo del monaguillo, no es que fuera mala, era una especie de tristeza. - No se ponga triste - Susurró, y se puso de rodillas frente a él, soltó una de sus manos, y se atrevió a alzarla hasta acariciar su rostro, la mejilla ajena, con lentitud, delineando las facciones masculinas. Zavannah notó lo atractivo que era, lo atribuyó al espíritu bueno que poseía. - ¿No quieres hablar de eso? ¿De tú vida? No deseo ser impertinente, si he preguntado es porqué no deseo que pienses soy egoísta, todos merecemos ser escuchados ¿No lo creé? - Sus dedos llegaron hasta su mentón, y lo alzó con suavidad para que sus ojos se encontraran directamente, y bastante cerca el uno del otro, la joven le sonrió de manera amplia, buscando contagiarlo un poco. Su corazón se afligió por hacerle pasar un mal rato, no era lo que deseaba.

- Seguramente Teva vio demasiada luz en tú interior, y por eso te ha impulsado a estar aquí, aunque no sé que haya detrás de eso - La mano de Zavannah se posó en la mejilla, y luego en el hombro de él, se sentía tan bien poder estar así, con alguien de confianza aunque apenas pudiera conocerle el alma, sin que su hermano pusiera objeción, la regañara, o la viera con odio. - ¿Ha conocido la vida fuera de este lugar? ¿Nunca decidió enamorarse? Digo, sé que lo está de Dios, pero… - Suspiró sonrojada pero ahora por la pena de sus palabras - Es decir, sabe a lo que me refiero ¿No? - Lo soltó, y se apartó un poco, sentándose en sus propias piernas, sin perder la posición, sin dejar de tenerlo frente a ella. Ahora sentía que lo había regado por completo, pero sus palabras habían salido, no había como regresar el tiempo y evitar que eso saliera de sus labios.
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Mensaje por Cyrille Vezier Lun Ago 27, 2012 6:59 pm

-Entiendo- se atrevió a pronunciar apenado por aquella situación, si su imaginación no había hecho estragos en el relato de la joven podía asegurar que su hermano no entregaría su mano, no sin antes comprender, colaborar y observar que el amor de aquel hombre era puro y mejor que el que el mismo le podía ofrecer ¿Sería aquella elección su perdición? ¿Condenaría su alma al egoísmo o la liberaría de su prisión? –No tienes porque apresurarte a tomar tu decisión, pero no deberías menospreciar tu felicidad por la de el, no digo que lo hagas pero dada la situación…- libraría entonces una batalla campal interna por inmiscuir sus narices donde no debía.

Su cálido tacto le obligo a dirigir aquella atención desviada de nuevo a su interlocutora –No tienes porque lamentarte y tampoco tienes que compensar nada- se actuaba sin desear nada a cambio y era aquel acto desinteresado el que agrandaba el alma y liberaba al ser, no felicidades plásticas ni edenes efímeros. Sus parpados se abrieron un palmo más de lo usual con aquella repentina proximidad, la rapidez del acto y no el acto mismo fue lo que le sobresalto pues no podía sentirse incomodo cerca de ella. Su pecho tembló cuando el aire se adentro a sus pulmones, sus labios danzaron como dos hojas contra el viento mientras le intentaba responder, un destello vidrioso perlo su mirada –Agradezco tu preocupación pero no es el momento para hablar de mí- aseveró, sonriendo.

Asintió ligeramente mientras las imágenes de las calles de Burdeos y París se pintaban en sus parpados como cuadros memorizados -¿Uno decide enamorarse?- sonrió observándola con aprecio. Hasta donde el sabía aquel sentimiento impertinente no pedía asilo en el corazón, se hospedaba sin mayor remedio, se negaba a seguir la razón, hasta donde el sabia amar no era una decisión. La decisión solo radicaba en seguir el sentimiento o no –Claro que amo a Dios, pero amo también a mis hermanos los hombres- lo pensó unos instantes antes de explicarle con amplitud –Cuando decidí irme a la abadía era demasiado pequeño para entender la grandeza del amor entre dos personas- si lo hubiese conocido quizás no hubiera poseído la fuerza para seguir fiel a la Trinidad. El amor más grande que había sentido era aquel expresado por Teva, como el de una madre, inclusive mayor al que sentía por su propia madre.

Rio, un canto melódico que se ahogo entre sus labios –Tengo un compromiso con Dios, amar a todos por igual- quizás había sido la ruptura de aquella promesa el motivo por el cual había alejado a la morra de su lado. El motivo por el cual lo había arrojado a París, una prueba de fe y fidelidad “Pero Dios siempre quera lo que nosotros queremos” Meneo la cabeza inspirando, inflando su pecho con obviedad –Y no sé si es algo bueno o malo pero no, nunca me he enamorado de una mujer aunque siempre existe la tentación. Supongo…- irrumpió sus palabras para voltearle a ver quizás un poco curioso de aquel sentimiento que ella misma decía sentir por alguien más.
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Mensaje por Zavannah Zöllner Lun Sep 24, 2012 6:29 pm

Decidió que lo mejor era permanecer en aquella posición, sin moverse ni un palmo aunque sus piernas sintieran hormigueo. Le hacía sentir comodidad la cercanía con el muchacho, era diferente, mucho muy diferente, pues con Elouan, a pesar del agradecimiento que le tenía y el aprecio, siempre existía un poco de incomodidad, primero por lo que su hermano pudiera pensar cuando no estaba con él, y segundo porque Elouan estaba empeñando en sacarle el tema de Zigmund, por otro lado, cuando se encontraba con su hermano, éste se empeñaba en dejarle en claro lo mucho que la amaba, le recalcaba que nadie más estaba dispuesto a dar tanto por ella como él, pero sobre todo quitarle de la cabeza a Elouan, aquellos hombres no se daban cuenta que de atacarse de esa manera la ponían entre la espada y la pared, pero lo que no veían era el daño que le estaba haciendo, la forma en que la estaban destruyendo con su forma de ser tan egoísta, al solo pensar en lo que ellos querían y no en lo que ella también buscaba. Pero ella no lo reprochaba pues quizás si estuviera en esa situación haría lo mismo.

- ¿Entonces es sólo eso? ¿Amar a Dios? ¿Y luego amar a los demás? Cuando era pequeña siempre me dijeron que el amor a Dios debe ser lo principal, pero también a la familia, y que nuestra ley de vida es formar una familia, después procrear para dejar descendencia, y formar un poderío con nuestro apellido y riquezas, siempre supe que, debía obedecer a todo lo que mis padres decían, pero después mi vida cambio, y partí con mi hermano - Zavannah estaba diciendo más cosas sobre su vida que no le había dicho a nadie, y que sólo ella y su hermano eran conscientes de las cosas, lo decía a Cyrille porque en poco tiempo, o quizás en escasos minutos se había ganado toda su confianza, y ahora se sentía cómoda cerca de él. Agarraba con insistencia sus manos, incluso jugueteaba con los dedos, y le sonreía de vez en cuando, con el afán de hacerlo sentir a gusto con ella, tal y como en ese momento la cambiante se sentía, cómoda, a justo, como en casa, de esas veces que su nana se preocupaba por hacerle liberar sus temores y cuestiones. Pero claro que todo era diferente con él.

- Creo que haces mal en meterte a algo sin conocer lo que hay afuera, pero no me mal entiendas, es decir, como vas a saber si de verdad mereces estar aquí, si tú destino es estar aquí sino conoces todo lo que Dios nos ha puesto en la vida, yo le tengo una interpretación diferente a la iglesia, o a las santas escrituras, de cierta manera puedo decirte que es un escrito hecho por hombres, para la interpretación de los hombres, pero cada cabeza es un mundo distinto, y eso hace que cada quien lo entienda de diferente manera - Se encogió de hombros un poco cohibida, no sabía si se había dado a entender o no - Por ejemplo amarás a Dios por sobre todas las cosas, es un mandamiento ¿O me equivoco? Pero dicen que el amor de Dios no se sabe medir, ni se sabe explicar, ¿Entonces como saber si lo amas más o menos que a los que puedes abrazar? - Suspiró contrariada por sus palabras.

- En ocasiones no puedo medir mis palabras - Se disculpó bastante apenada - Yo no sé si en realidad éste enamorada, o en realidad es la emoción de sentirme querida por alguien más que no sea mi hermano - Lo miro pestañeando repetidas veces - Es complicado - Y guardó silencio por unos momentos, dejando que se escucharan oraciones, risas, y juegos. - ¿Quieres enamorarte de alguien? - Lo miro con detenimiento, con curiosidad, y esperando una respuesta afirmativa - No creo que sea una tentación mala, por algo Dios nos pone la vida en matrimonio, a veces creo que tu iglesia es un poco controlador, demasiado en realidad - Le dijo con tranquilidad, no estaba diciendo mentiras, de hecho sólo decía aquello que su corazón le dictaba, y Zavannah también recordó que se había alejado de la iglesia al notar como usaba con pecados y malas enseñanzas a los necesitados que iban a pedir por sus almas.
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