Estás en problemas - libre

Las sienes me punzan, hay un instante en el que ansío detenerme para mirar al frente y recapitular mis ideas. No es fácil mi trabajo, pero mucho menos mi existencia. Los cinco dedos de mi mano izquierda se deslizan por mi cabellera cadtaña, sedosa, brillante. El lugar que elijo para comer es una pantomima de lo que pudo ser el más lujoso restaurant , pero no es más que una barata imitación, por más dinero invertido en cuidar todos los detalles. Quien haya ido alguna vez a los pimposos restaurantes del norte verá todas esas diferencias: los manteles, las alfombras, el mobiliario. Incluso la atención de los empleados porque no hay más que zalamería en un nivel tan nauseabundo porque en Europa no son tan serviles, pero sí atentos. En la eficiencia está la razón de lo que permite apreciar y ansiar estar de nuevo en el Viejo Mundo. Mi abrigo es tomado y guardado por una joven de bastante buen ver, una rubia preciosa y me pregunto qué es lo que tienen para que los hombres les tomen como mujeres perfectas, el estereotipo de toda mente masculina, con sus debidas excepciones como lo soy yo. Prefiero las morenas, ese contraste cabello y tez, de preferencia aquéllas de piel blanca y guadaña oscura son las que me erizan la epidermis en formas inimaginables.

Mujeres, me temo que todas son un delicioso platillo, cada una diferente cuyo sabor es magnífico aunque sea la entrada, el plato fuerte, el postre, no importa. Todas ellas son tan subyugantes que si no tienes cuidado te puedes encontrar metido en una situación comprometida en un abrir y cerrar de ojos. Y eso, para un hombre adinerado como yo, es imperdonable. Así que me abstengo normalmente de hacer cualquier comentario agradable a toda hembra y sobre todo, de permitirles acercarse más de lo debido. Ni siquiera una sonrisa les ofrezco, mucho menos un saludo o un gesto que implique el tomarlas en cuenta, que se hagan ilusiones. Soy un hombre frío y no me apetece tener una mujer si no es bajo mis términos, con un contrato firmado y utilizando todas las artimañas para que jamás se me salga la situación de control. El menú, hablando propiamente de comida, es interesante aunque sé bien lo que quiero: carne, patatas, un poco de ensalada y un consomé de pollo con mucho arroz. Lo solicito mirando hacia el frente, he elegido una de las mesas orientadas.

Mis pensamientos se interrumpen al escuchar un estruendo, mi cabeza gira para buscar el motivo y lo encuentro: un camarero y una figura diminuta frente a él; en el piso, un destrozo completo de vasos, platos y tazas. Cubertería fina, vajilla de porcelana. Oh, sí, qué gran embrollo, ojalá que el causante tenga suficiente dinero para pagar porque eso no será nada barato. Con una sonrisa acaricio mi barba con los dedos índice y pulgar de mi derecha, esperando a ver el resultado mientras asiento cuando me sirven un café aromático, bien cargado y bebo lentamente. Son las 2:45 de la tarde y ésto empieza a ser interesante a pesar de que las nubes presagien tormenta.

El precario asunto de los cubiertos y la porcelana no parecía ir sobre seda, sino más bien sobre piedras. El accidente estaba convirtiéndose en un debate que se calentaba rumbo a la discusion. Una pequeña puesta en escena dedicada a los comensales interesados. El aroma del café es una suave invitación a poner mi atención en la infusion. Me recuerda al toque de una dama que oportunamente acaricia el dorso de tu mano, en una elegante, sencilla pero prometedora invitación. El líquido sabe tan bien como huele y en aquel idílico éxtasis dejo que el problema de los cubiertos y de la porcelana se perdiera.

Cuando me traen mi comida el eco del desastre se ha dispersado en el ruido de las conversaciones y el ruido de los cubiertos a los que me sumo en cuanto la mesera se marcha. Me toma unos momentos darme cuenta de que estoy más hambriento de lo que creo. Afuera, el clima nublado se ha vuelto más frio, aproximándose a la lluvia. La comida es deliciosa y puedo comerla sin queja pese a que no lleva el nivel insípido de la cocina burguesa de clase alta.

La carne y las papas combinan muy bien juntas y la salsa que las acompaña es deliciosa pero me detengo a medio bocado cuando una voz diferente, orgánica esta vez, se filtra hasta mi mesa interrumpiendo mi bocado. Es una dama, o lo que pretende serlo. Finjo que no he oido nada y continuo comiendo pero puedo verla de reojo y alcanzar con un vistazo su perfil. Es una dama hermosa, vestida con elegancia y sentada en un trono de cristal, pero cuyo egocentrismo manchaba toda posibilidad de gentileza o amabilidad, ¿Qué importa las mesas, el suelo o la calidad de los cubiertos si el lugar era de alta calidad en cuanto a la comida?

Frente a mí a través del cristal de la ventana, cayeron las primeras gotas de lluvia, y el cielo se oscureció otro tanto.