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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Fiona Di Centa Mar Dic 30, 2014 10:08 am

La joven de cabellos dorados avanzaba por el pasillo con lentitud. Entre sus manos llevaba una jarra grande llena de agua caliente la cual ondulaba amenazando con desbordarse con cada paso que daba. Una capa de sudor perlado cubría su rostro. Era el sexto viaje como aquel que realizaba pero a pesar del cansancio y del dolor palpitante en los brazos, no se atrevería a emitir la más mínima queja en voz alta. Trabajaba en aquella casa desde hacía poco más de seis meses, tiempo suficiente para aprender lo que gustaba o no a su ama. La verdad era que la mujer pelirroja a quien servía le aterraba profundamente. Algo andaba mal en ella. Nadie debía ser tan hermoso y al mismo tiempo tan frio y distante. Un halo de maldad la envolvía y cuando posaba sus ojos verdes sobre sí la joven podría jurar que la examinaba hasta las más recónditas profundidades de su ser. No era la única que le temía, prácticamente todos los sirvientes tenían algún recelo aunque nadie se atreviese a decirlo. Se trataba más de una cuestión de suposición y percepción pues, hasta donde ella sabía, la mujer nunca había lastimado a nadie que viviese bajo su techo. No existía razón o justificación veraz que sirviese de prueba para que alguien le temiese y, aún así, todos lo hacían.

Sus pasos finalmente se detuvieron frente a una puerta en madera la cual se abrió dándole paso al que debía ser el más ostentoso cuarto de baño de toda la ciudad. El espacio era enorme, plagado de adornos costosos, tapices, cortinas y alfombras. Decenas de candelabros, estratégicamente ubicados, salpicaban el lugar con la luz calidad de las velas. En el centro estaba ella, entre la tina de la cual emanaban vapores del agua caliente. Su cabeza recostada en uno de los bordes, su roja cabellera escurriendo hacia el suelo, sus ojos cerrados, su rostro relajado. Parecía dormida pero, por supuesto, no lo estaba. Tres sirvientes más se encontraban en la estancia además de la joven, dos hombres y una mujer, todos atentos a las necesidades de su ama. Con paso ligeramente inseguro, la joven avanzó hasta la tina y, sin mediar palabra pues sabía que a la señorita Di Centa no le agradaba ser interrumpida en sus meditaciones, vació el contenido de la jarra ¿Cómo podría alguien soportar tal calor sin quemarse? Casi había esperado ver la blanca piel con ampollas, en su lugar se podía apreciar claramente a través del agua que permanecía tan iridiscente y perfecta como siempre. Ella se encontraba completamente desnuda, por supuesto, y la joven no pudo evitar observarla por un par de segundos antes de levantar nuevamente la mirada. Un escalofrío la recorrió al darse cuenta que su ama le observaba fijamente. Una rápida disculpa empezó a emanar pero la sonrisa en los labios de la pelirroja le obligó a guardar silencio. Al parecer no le importaba el que le estuvieran observando, por el contrario, le agradaba. Un nuevo escalofrío recorrió el cuerpo de la joven quien se apresuró a salir de la habitación con un sollozo atorado en su garganta.
________________________________

La oscuridad se cernía a su alrededor cada vez con más fuerza a medida que se alejaba de las zonas artificialmente iluminadas de la ciudad. Era lo que buscaba, un poco de oscuridad y de soledad. Por lo general prefería regodearse en medio del gentío, permanecer en lugares en donde conseguir distraerse y que le admirasen. Hoy, sin embargo, se encontraba melancólica y pensativa, un estado de ánimo muy poco característico en ella. La culpa la tenía aquella hechicera y sus estúpidas conjeturas. Lo que había comenzado como una noche aburrida en la cual buscaba un apetitoso e interesante bocadillo, terminó como una de las más extrañas y reveladoras de su existencia. Él estaba vivo y ella debía encontrarle. Eso la llevaba inevitablemente a otra conclusión: tenía que evitar situaciones de riesgo innecesario y absurdo. No buscaba la muerte final, nunca lo había hecho, pero su temperamento impulsivo le impelía a comportarse osada y estúpidamente en situaciones en las cuales debería acudir a la prudencia. Era algo que no podía evitar, lo admitía, por eso había tomado la determinación que le llevaba esa noche hasta una de las zonas boscosas que rodeaban al imponente Paris.

Su vestimenta debería ser diferente dadas las actividades que planeaba adelantar, pero en todo su guardarropas no existía nada parecido a un atuendo masculino, además el solo imaginarse a sí misma embutida entre prendas tan insulsas y poco agraciadas le resultaba repulsivo. En su lugar llevaba un vestido ligero de color verde oscuro, de mangas cortas, pocas enaguas y escote poco pronunciado. Se había adornado con las joyas apenas necesarias, unos pendientes pequeños y un delicado collar del cual pendía una sola perla blanca. Su cabellera se encontraba recogida en una moña alta sin adornos. Cola de caballo le llamaban algunos. Resultaba algo insípido para su gusto pero era funcional pues mantenía su cabellara alejada del rostro y contenida para evitar posibles enredos. Tenía que darle crédito a la joven sirvienta que se había encargado de su peinado. La rubia no paraba de temblar mientras en su mente repasaba una y otra vez la escena de la bañera y, aún así, sus manos habían concluido el trabajo con relativa perfección. Se trató de un acto de deliberada malicia haberle exigido justo a ella que se encargara de peinarla… y la verdad era que lo había disfrutado.

Empezó a internarse en la espesura, abandonando el camino de tierra que había seguido hasta ese momento y alejándose de otros posibles transeúntes nocturnos. Aunque era poco probable que alguien más anduviese por aquellos alejados parajes, dado lo avanzado de la noche, prefería asegurarse. Era una de las cosas que más odiaba del verano, el limitado tiempo de oscuridad con el que contaba para salir a sus andanzas. Se desplazó en completo silencio hasta llegar a un pequeño claro rodeado de vegetación. Entonces empezó a moverse con agilidad y precisión. Retorciendo su cuerpo en un baile bélico por medio del cual pretendía atacara a un adversario invisible. No estaba muy segura de lo que hacía, en realidad no era sencillo aprender a defenderse sin contar con un mentor versado en el arte de la guerra. Sin embargo no existía nadie a quien pudiese acudir y sabía que su supervivencia dependía, en gran medida, en que aprendiese a defenderse durante la hipotética ocurrencia de un ataque. Y se refería a una defensa física, por supuesto, pues su afilada lengua, y la suerte que solía acompañarle, no le sacarían para siempre de los apuros en los que acostumbraba meterse.



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Mensaje por Löwe Von Meer Miér Dic 31, 2014 11:42 am

Su cuerpo caía en un suave balanceo contra la silla de su caballo negro. Su cabello oscuro revoloteaba bajo la luz de la luna, haciendo que sólo su sonrisa perfectamente blanca y sus ojos azules fueran los únicos objetos coloreados en su persona. Podría contar su piel blanca como el alabastro entre ellas, pero él no era un romántico, jamás se le hubiera ocurrido que bajo la luna una piel blanca como el mármol pudiera siquiera obtener un brillo atrayente, como una perla pulida expuesta bajo un prisma, emitiendo destellos para ojos tan avanzados como los suyos. Dejando que los pocos vampiros que lo viesen deseasen realmente tocar la escasa porción de piel que revelaba el cuello de su camisa oscura.

El hueco que hacían sus huesos, bastante elegantes para ser un hombre tan grande como él, demostraban que procedía de una casta en la que las uniones se habían basado principalmente por belleza y dinero. Aunque sus músculos; demasiado desarrollados para poder pasar desapercibido entre aquella clase alta demasiado acostumbrada a que el trabajo duro lo hicieran los lacayos y demás sirvientes destinados por mucho tiempo a ser las manos y piernas de sus señores, también hablaba de una raza perdida en el tiempo. De hombres que se entrenaban desde que eran pequeñas criaturas inocentes que apenas podían levantar una espada, animados por los gritos de sus progenitores. Él había sido un claro ejemplo de una familia Vikinga, pues su padre jamás le dio nada que lo diferenciase de los vasallos, sólo su espada, una herencia de su fallecido abuelo, hablaba de su nacimiento noble. Aunque jamás le importó, para él su padre no era más que un hombre como otro cualquiera. Sólo Leónidas le había enseñado a luchar, a no perderse a sí mismo jamás. Por eso sólo él era la única criatura en la tierra que podía herirlo, engañarlo o incluso matarlo, sin que Löwe planeara venganza contra él. Unidos para siempre por lazos eternos, por sangre maldita; su padre en su no vida, su compañero de armas.

El ruido de los cascos de un segundo caballo persiguiéndolo lo hizo sonreír, sabía que esta vez había ido demasiado lejos provocando a un vampiro mucho más viejo que él, pero estaba frustrado. Su locura se acrecentaba cada día que pasaba lejos de Maurice; su pecado, su hombre. Pues por mucho que lo negase, él era una criatura nacida para sacar lo peor de él, para condenarlo a ser todo aquello que jamás quiso hacer. Jamás deseó pronunciar palabras hermosas, ni tener una habilidad para plasmar sus sentimientos en letras sobre un papel. No hasta que se dio cuenta que se había enamorado de alguien lo suficientemente astuto como para huir y conseguir no ser encontrado. ¿ Qué podía hacer cuando sus dedos se cerraban en el aire sin atrapar la muñeca delgada, pero fuerte, de alguien que siempre estuvo allí?. ¿ Cómo podía hablar si quiera cuando su nombre se había quedado atascado en el nacimiento de su garganta?. Su infierno tenía un nombre y, pobre de él, no podía escapar de aquellas puertas verdes de su iris.

- ¡¡ Mocoso, ser la estirpe de Leónidas no te salvará esta vez!!- Le grito el vampiro que espoleaba su caballo con crueldad para poder alcanzar a aquel caballo enorme y oscuro que llevaba a Löwe tan lejos como podía. A diferencia del perseguidor, quién parecía tener que tirar de las crines del pobre caballo para que éste respondiera a sus deseos de alcanzar al otro, el caballo de Löwe y él parecían un único ser. Moviéndose como sombras en la noche, esquivando ramas y árboles con una habilidad y destreza sorprendentes. Y es que aquel caballo había nacido sólo para él, había sido criado por el vampiro desde que había salido del vientre de su progenitora. Sólo respondía a él, tan alocado como su dueño, era capaz de dar coces y mordiscos a todo ser vivo, o no, que se atreviera a estirar sus dedos hacia él. Era terco y salvaje, casi como una piedra metida dentro de un zapato, molesto hasta la médula. Por eso le encantaba a su dueño, porque era casi una réplica de su carácter hecho animal.

- Ve al claro, saltaré y deberás ir a casa.- El caballo bufó a su orden, como si lo estuviera mandando a un lugar poco agradable, lo que hizo que Löwe llenara el bosque con el sonido de su carcajada. Sus ojos azules brillaban con ese pícaro reflejo que lo convertía en un hombre de aspecto salvaje, pero inocente. Como un diablillo capaz de mandarte al infierno de un solo puñetazo. Si el Vikingo supiera que sus sonrisas le daban el aspecto de un demonio encantador, no pararía de sonreír, cambiando su ceño fruncido por una mortal mueca de felicidad capaz de detener las piernas de los demás. Era casi una lástima que él sólo fuera inconsciente de ello.

Cuando el caballo llegó al claro, Löwe saltó, rodando por el suelo mientras el caballo se alejaba sólo para detenerse a varios metros de aquel lugar abierto al aire libre. El otro vampiro no tardó en lanzarse sobre él, mientras su caballo huía para, seguramente, no volver de nuevo cerca de aquel maltratador. Fiel a su carácter provocador, Löwe lo animó con sus manos, llamándolo mientras meneaba sus dedos en el aire hacia el otro vampiro. Aún no podía comprender quién podría haber convertido a un negro en vampiro, pero allí estaba aquel hombre de piel como la oliva, lanzándose con un gruñido salvaje. Casi podría haber tenido miedo, pero sus ansias de pelear superaron ese miedo ancestral de estar luchando con alguien que tenía 500 años más que él tras sus espaldas.

Con un fluído movimiento se quió la chaqueta para, cuando el vampiro estuvo a tan sólo unos centímetros de arrancarle la yugular de un solo mordisco,envolver la cabeza del otro con ella cegándolo mientras tiraba de sus mangas alejándose de sus peligrosas garras. Aunque cuandogiró para colocarse a la espalda del otro, recibió un gran arañazo en el pecho que lo hizo gruñir. Eso sólo le dio la fuerza necesaria para patear la espalda del vampiro de tez oscura y partirle la columna de un solo movimiento. Así que, cuando el otro cayó al suelo, no perdió el tiempo y le tiró del pelo para morderle con crueldad el cuello, desgarrando su piel mientras el otro le arañaba el rostro con fuerza, dejándole un peligroso corte que le recorría desde la frente hasta la mejilla. Supo que su mejilla se había llevado la peor parte, ya que la carne colgó sobre su hombro, mostrando el lateral de su dentadura y así, como sus dientes trabajaban en separar la carne del vampiro negro para, de un solo tirón, arrancarle la cabeza con un poderoso gruñido de bestia vencedora.

El sonido de la carne siendo desgarrada se unió al grito de aquella criatura. Un sonido tan agudo que era capaz de traspasar el alma, de detener incluso el cauce de un río o el ritmo del viento. Como el chillido de un pobre ratoncito atrapado por las uñas de un gato. Un eco que el viento se encargó de alejar, extinguiéndose por completo cuando la cabeza rodó por la hierba verde. Dejando a Löwe con su rostro y ropas salpicadas de sangre, marcando su piel con aquella tinta deliciosamente roja.

Sus heridas comenzaron a regenerarse mientras él bebía la sangre del poderoso vampiro muerto, antes de que ésta se enfriase y ya no le permitiera recuperarse de las heridas. Pero un olor diferente hizo que tensara su espalda. Su boca se separó del cadáver, ahora seco, sólo para chocar con los ojos de una pelirroja que no había visto en su pelea. La carne de su mejilla comenzó a volver a su lugar, cerrándose mientras él no separaba los ojos de ella, creando un sonido chispeante mientras las terminaciones nerviosas volvían a unirse entre ellas, tapando sus dientes con una masa de músculo que se hizo una perfecta mejilla sonrojada por la sangre del vampiro, perfectamente enmarcada por el hueso de sus pómulos. Quedando así un rostro masculino igual de hermoso que antes. Aunque ahora su cabeza estaba llena de voces antiguas, de la energía de aquel hombre que había matado. Su poder se fundió con el suyo, haciendo que cerrara sus ojos mientras su mano se adentraba por el hueco del cuerpo en el que debía haber estado la cabeza; buscando, tentando. Esbozó una sonrisa cuando sus dedos rozaron el corazón y lo arrancaba de un solo tirón, despidiéndose así de toda posibilidad de que el otro ser reviviera.

- Polvo eres y en polvo te convertirás.- Dijo con una risa estúpida, repitiendo aquel salmo que se hacía realidad mientras el cuerpo del vampiro desaparecía ante ambos, dejando una nube de polvo entre ellos, elevándose en la noche como el único elenco que demostraba que realmente había existido. Desapareciendo en la noche, fundiéndose con la luna para no regresar jamás.


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Mensaje por Fiona Di Centa Miér Ene 28, 2015 9:43 pm

“«Zig et zig et zig», la mort en cadence
Frappant une tombe avec son talon,
La mort à minuit joue un air de danse,
«Zig et zig et zag», sur son violon”


Ante la pelirroja se formaba la imagen de una vampiresa ancestral de cabellera oscura y rostro angelical. La recordaba tan vívidamente que no le provocó mayor esfuerzo el visualizar su físico, gestos y movimientos. Trataba de recrear por medio de su imaginación una manera para desenvolverse durante ese encuentro en particular, una que fuera mejor que solo dedicarse a espolear la paciencia de su adversaria para luego escurrirse cual ardilla en busca de cobijo entre las ramas de un árbol. Al notar que se encontraba más bailando que peleando había decidido detener el desastroso intento de entrenamiento y enfocarse en los recuerdos de encuentros reales, algo que le permitiese practicar de una manera más efectiva. Así empezó con uno de los más recientes, su encuentro en el pantano con Ophelia. Sin embargo, los minutos pasaban mientras ella permanecía solo observando hacia adelante y cavilando. Eran muchas las ideas que surgían pero ni su vanidad ni su ego le impedían darse cuenta de que con ninguna de todas las opciones analizadas habría podido salir victoriosa.

Cruzó los brazos y frunció el ceño. Se sentía frustrada y el sentimiento de abandono que tanto eludía le mordisqueaba en la punta de los dedos de las manos. Solo para sí misma llegaría a admitir lo inexperta y desprotegida que se sentía en esos momentos. Era como una hoja a merced del viento provocado por su impetuoso y volátil carácter y no había nada que pudiese hacer al respecto. Un suspiro desalentado surgió de los labios de la vampiresa. Aquello había sido una completa pérdida de tiempo. Lo mejor sería regresar a Paris, perseguir y torturar al primer desafortunado que se cruzara por su camino y cebarse en sangre hasta que no pudiese más o hasta que el amanecer le anunciase la necesidad de su irremediable retirada (lo que ocurriese primero). Odiaba darse por vencida pero no veía otra alternativa bajo sus pies. Ella no había nacido para la lucha cuerpo a cuerpo en igualdad de condiciones, era más bien una adepta al beneficio de las circunstancias y de las debilidades ajenas. Solo contaba con su suerte y la irreflexión que solía tomar el control cuando se encontraba en una situación de peligro. Incluso, en muchas oportunidades, ni siquiera se percataba del riesgo real hasta que todo concluía y tenía el tiempo de recapacitar al respecto.

Se encontraba dispuesta a abandonar el claro cuando un sonido se elevó por sobre los sonidos naturales del bosque. Las carcajadas resonaron en sus oídos haciéndola girar sobre sus talones, descubrir los dientes y emitir un siseo de advertencia. Se trató de un acto reflejo de su cuerpo más que de una acción voluntaria. Por supuesto no había ningún atacante en las proximidades, existía una distancia considerable entre ella y el causante de la risa, pero no tenia duda de que esa distancia se estaba reduciendo con celeridad. Con la velocidad propia de su especie corrió hasta el lado opuesto del claro y se interno entre la espesa vegetación. Podría huir, contaba con la ventaja para hacerlo, pero la curiosidad, otro de sus grandes defectos, le obligó a permanecer oculta y observar.

Al poco tiempo varias figuras hicieron la aparición. Dos vampiros y sus monturas. La pelirroja permaneció inmóvil mientras la escena se desarrollaba. En su mente una vocecilla le recordaba el propósito de evitar situaciones que no pudiese manejar, desafortunadamente también estaba acostumbrada a ignorarle por lo que, en lugar de huir mientras los dos inmortales se arrancaban trozos de carne uno al otro, se quedó con toda su atención puesta en los movimientos realizados en el violento enfrentamiento. Aunque resultaba evidente que los dos poseían bastos conocimientos en defensa y ataque, el enfrentamiento duró poco. Fue sangriento e impredecible. Si hubiese podido apostar en un principio lo habría hecho por el vampiro de tez oscura. Pero había sido el otro, el alto y apuesto, el que había dado por finalizada la sesión. Un estremecimiento de regocijo le recorrió al escuchar el grito de agonía del vencido un segundo antes de que su cabeza rodara por el suelo. ¿Y ahora qué? Se preguntó al ver como el sobreviviente se apresuraba a beber la sangre del otro inmortal. La respuesta era sencilla, debía dar media vuelta y correr alejándose del claro, pero su curiosidad se encontraba demasiado lejos de estar saciada.

Y allí estaba otra vez, ignorando la cordura y entregándose a un acto de impulsividad, poniéndose en peligro sin razón alguna y ensalzándose en una falsa seguridad. Emergió de la espesura con todo el sigilo del que fue capaz, acercándose al vampiro vendedor con una sonrisa de suficiencia en los labios. Podía ver el contenido de su boca a través de la horrorosa herida en la mejilla, una que al parecer no le importunaba en lo más mínimo. Por supuesto su presencia, ahora que había terminado la trifulca, no pasó desapercibida y los ojos masculinos terminaron posándose sobre los suyos. Debería haber tenido la prudencia de sentir temor ante aquella mirada, pero era Fiona y la sensatez como la sabiduría se encontraban al margen de su actual no vida.

Permaneció de pie, con una expresión de satisfacción mientras el inmortal arrancaba de cuajo el inerte corazón. – Todo un detalle de su parte el no provocar una nueva incisión – comentó sin dejar de sonreír para luego saltar hacia atrás, alejándose del polvo que se elevaba del lugar donde antes reposase el cuerpo poderoso de un vampiro - ¡Oh, demonios! – se quejó adoptando de improviso una postura enojada mientras sacudía con elegancia el poco polvo que había ensuciado la tela de su vestido – Odio que eso ocurra – gruñó antes de retornar la atención a su acompañante – Supongo que usted no se entera de que hablo – espetó con displicencia – dado el estado en el que se encuentra en este momento asumo que poco le importa su propia apariencia – – ¿Podrías callarte por una condenada vez? ¿Es que no viste como decapitó a ese otro vampiro? – la voz en su cabeza vociferó con tal potencia que le resultó imposible ignorarla. Sin embargo el daño estaba hecho y ahora solo le quedaba enfrentar las consecuencias. De ninguna manera daría a entender al desconocido la aprehensión que sentía ante la posible reacción por sus palabras, así que esperó, mirándole con aparente desinterés mientras repasaba con sus manos su peinada cabellera – Entonces, monsieur ¿Qué planea hacer ahora que sus problemas inmediatos retornaron a su origen? – le cuestionó de manera desprevenida. Sin quererlo su subconsciente salió a la defensiva intentado hacerle entender con una indirecta al inmortal que ella no pretendía convertirse en su nuevo objetivo… Como odiaba a su subconsciente y su mal hábito de hacerle ver débil ante los demás.



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Mensaje por Löwe Von Meer Vie Feb 20, 2015 12:11 pm

¿Que yo del vino soy devoto ciego?
       Y bien, lo soy.
¿Que soy infiel, idólatra del fuego?
       Y bien, lo soy.




Lo que más se disfrutaba después de una batalla era el silencio atroz que quedaba después del último grito creado por las voces de los últimos combatientes, un inhumano sonido creado para erizar el bello del cuerpo de aquellos que pudieran llegar a escuchar desde la lejanía. Extrañaba el sonido metálico que creaban las espadas al chocar entre sí, generando una vibración potente que recorría el brazo,  hasta llegar al hombro. Un eco que podía doler más o menos, un aviso de la potencia que tenía el adversario en fuerza bruta. Sí, todo ello no era más que un eco en su cabeza, una melodía tardía de unas voces ya muertas.


Pero toda esa paz quedó interrumpida con la voz de una mujer. Aquella inmortal que, como él, compartía la maldición oscura. Ese don oscuro que los convertía en criaturas sangrientas acostumbradas a la muerte. No había otra criatura sobrenatural que se moviera tanto entre la vida y la muerte como ellos, al fin y al cabo eran muertos vivientes. Seres que debían exterminar a otros para alargar su propia vida. Toda aquella carne que había dado muerte al vampiro no podría moverse sin la sangre de los demás. Y aún así, él seguía creyendo que para ser muertos vivientes, podían llegar a sentir todo con tal intensidad, que nadie creería que todo aquel dolor o alegría podría pertenecer a alguien que no viviera intensamente.


Su cabeza se echó hacia atrás para permitir que su garganta soltara todas las carcajadas que manaban como respuesta a sus palabras. Tan encantadoramente estúpida, que era adorable. ¿ Enserio le preocupaba ensuciar su vestido con el polvo que había levantado el cadáver del vampiro que había matado?. Era sorprendentemente interesante. Quizás precisamente por esa pose altiva que exigía una disculpa  a alguien que acababa de decapitar a un vampiro ante ella. O, tal vez, solo era su estupidez la que lo hizo mirarla con esa curiosidad que se sentía ante algo nuevo. Como si ella fuera una mascota que no había tenido la intención de adquirir, pero que había despertado cierto grado de interés por su parte.

- Lo cierto es que me gusta disfrutar intensamente todo lo que hago.- Se levantó y peinó su pelo revuelto con los dedos, sacudiéndolo con rapidez para que quedara enmarcando su rostro con esas ondas ligeramente rebeldes y oscuras que poseía. Un cabello negro que permitía ver mejor la extraña tonalidad clara de sus ojos. – Sé que soy de esas personas que pueden lucir bien incluso lleno de sangre.

Como si fuera un juego, se levantó y sacudió la tela de sus pantalones, irguiéndose con tal elegancia que parecía un caballero en medio de un baile y no un bárbaro con las prendas salpicadas de sangre. Aunque la pose relajada con la que dejaba que su cuerpo se apoyara más sobre una de sus piernas, haciendo que la tela de su pantalón se estirase y marcase sus muslos, demostrando que tenía unos músculos firmes debajo de la cara tela, y esa sonrisa cautivadora de demonio salido del infierno para tentar a los demás a pecar, le hacían parecer lo que realmente era, un vikingo que se congratulaba de la potencia salvaje de sus acciones. Un hombre fuerte que sabía cómo tentar a la muerte y salir ileso noche tras noche.

- La pregunta es, ¿ Podría usted acaso lucir hermosa incluso cuando su vestido esté impregnado con los restos de otro congénere?.- Le ofreció una lenta sonrisa mientras la revisaba de pies a cabeza.- Supongo que no, ya que se está quejando. – Lanzó un suspiro y mantuvo sus ojos en el rostro de la muchacha con aire pensativo.

Tenía un dilema sobre sus hombros. Normalmente no solía tener espectadores cuando mataba a alguien, era un problema el no haber caído antes en su presencia, ya que de ser así, podría haber actuado de otra manera. No quería tener a alguien detrás suya recordándole constantemente que era un asesino, que tomar la sangre de otro vampiro podría llegar a considerarse canibalismo y todas esas tonterías que solían emitir por la boca todos los vampiros moralistas. Tenía mejores cosas en las que perder su tiempo.

- ¿ Qué voy a hacer contigo, muchacha insolente?- Se preguntó sin que su calificativo sonase como un insulto, sino más bien como un susurro admirado. No todos tendrían el valor necesario como para enfrentarlo, no cuando estaba en medio de una crisis existencial en la que necesitaba  golpear, morder, desgarrar y matar. La vida era un juego en el que todos podían llegar a morir entre sus manos si no hallaba paz pronto.


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Mensaje por Fiona Di Centa Mar Mar 24, 2015 8:17 pm

“Para los vanidosos todos los demás hombres son admiradores”
Antoine de Saint-Exupery


Se había equivocado en cuento a sus afirmaciones. No era que no le importara su apariencia sino que tenía tal confianza en la misma que poca atención prestaba a aquello que podía llegar a tergiversarla. Ella también disfrutaba de poner todo su empeño en aquello que le gustaba, no por eso perdía de vista el estado de su propia persona. – ¿No puede acaso usted discernir la diferencia entre la propia percepción y la real apariencia? Una rosa puede ser hermosa aunque esté cubierta de rocío, no por ello el deseo de la misma ha de menguar en cuanto a pretender la perfección. Ese es el atino de mis quejumbres monsieur. En cuanto a mi aspecto no me inclino por la conformidad, la cual evoluciona inevitablemente en mediocridad, a pesar de tener en claro los dotes con los que fui imbuida – respondió entre irritada por los comentarios del vampiro y curiosa por la revelación que le hacía con sus palabras y movimientos. – Además, si la misma rosa se salpicara con lodo, aunque se intuyera su belleza, muy seguramente ésta quedaría relegada bajo una capa de repugnancia debido al influjo externo. Muchos son los rostro hermosos que desaparecen tras el mugre y la suciedad de las calles, incontables los cuerpos casi perfectos que se disuelven bajo capas de tela poco favorecedoras – reflexionó cruzando las manos frente a sí en delicada pose.

Aquel ser la intrigaba. Acababa de destruir a uno de los suyos (lo cual le importaba solo en la medida en que pudiese ella convertirse en su próxima víctima) y aun así estaba discutiendo con ella los términos de lo que consideraba como aceptable en cuanto al aspecto. Aunque prácticamente todos los inmortales poseían una belleza irreal y un atractivo innegable, no muchos hacían alarde de una vanidad tan inflada que podía llegar a rivalizar, incluso, con la de ella. Si esto era o no conveniente también estaba por verse, pues el que tuviesen la vanidad como algo en común podría generar más conflictos que acuerdos. Un encuentro fortuito de dos extraños con egos inflados convencidos, cada cual, de poseer la última palabra en cuanto al tema en cuestión.

Le observó con detalle aunque manteniendo cierto desdén en la mirada. No negaría su incuestionable buena apariencia, la cabellera oscura que contrastaba a la perfección con los atractivos rasgos masculinos, la fuerza de los muslos que la tela del pantalón no podía ocultar, pero tampoco lo reconocería en voz alta. Tendría que encontrarse en una situación especial para que ella demostrase admiración ante otro, pero a él definitivamente no lo complacería con ningún tipo de alago, menos aun cuando se había atrevido a cuestionar el máximo exponente de su orgullo, su propia belleza. Muy a su pesar había mantenido su mente abierta por costumbre, por lo que no se concentró en lo que él pensaba. Este descuido la incomodó en gran medida, en especial cuando le llegó una impresión vaga y difusa de lo que pensaba sobre ella. Si hubiese estado más atenta habría podido dilucidar, sin ningún inconveniente, exactamente lo que pasaba por aquella cabeza. Se trataba de un error pueril, otro de tantos, que le ofrecía la oportunidad para retarse a sí misma por su falta de astucia. Sin embargo si percibió el matiz de las reflexiones del otro, el menosprecio con el que la categorizaba.

Una nueva sonrisa de altanería se vislumbró en el rostro de la pelirroja – Permítame recordarle que no soy un objeto de su colección privada y por tanto no tiene que atribularlo una cuestión tan fuera de su alcance – la ira asumía nuevamente el control, desplazando casi por completo el prudente temor que debería sentir por el vampiro que tenía en frente – Además, pienso solucionar tan insubstancial cuestionamiento por mí misma – se encontraba ahora cruzada de brazos, con una expresión que denotaba todo su enfado y un fingido desprecio por las facultades y poderes de su acompañante – No puedo decir que haya sido precisamente un placer… au revoir y sin mediar otra palabra dio media vuelta y empezó a caminar rumbo a la espesura. Incluso ahora cedió a los impulsos de su propia temeridad. En lugar de huir como una liebre, aprovechando al máximo la velocidad sobrenatural que poseía, se limitó a desplazarse con la lentitud propia de un humano corriente mientras contoneaba rítmicamente sus caderas. Deseaba regresar a la ciudad, desatar su ira y frustración sobre algunos de sus habitantes, desgarrar gargantas hasta que su ánimo se calmase. Los planes con los que había acudido en primer lugar al claro estaban ya descartados. Podría intentarlo de nuevo otro día aunque muy en su interior empezaba a admitir las bajas probabilidades de mejorar en solitario las habilidades que le interesaban. Sospechaba que, aunque practicara todas las noches por el próximo decenio, los resultados en un eventual enfrentamiento serían básicamente los mismos.


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Fiona Di Centa
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