AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Oh, baby, it's cold outside {Löwe Von Meer}
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Oh, baby, it's cold outside {Löwe Von Meer}
12 de diciembre, 50's
No me había dado cuenta hasta esos momentos con Löwe la incomprensión que tenía yo misma de mi poder, mi condición. La pérdida prematura, cruel y violenta de Friedrich me había privado de tales conocimientos, que debería haber bebido de él. Una infantil Carolina había abrazado la oscuridad en 1796 por miedo. Miedo, ¿a qué? ¿A lo común? ¿A lo natural? ¿A la muerte? Tal vez así fuera. El haber experimentado tan de cerca las garras de la guadaña, arrebatándome a mi hermana Clotilde -¡oh! ¡hace ya tantísimo de eso y sigue clavándoseme cual aguijón en el pecho!- me había hecho más cobarde. La monstruosidad de una vida arrancada en un tiempo que no le correspondía había terminado por sellar mi carácter.
Con los años entendí que esa decisión había sido un arma de doble filo, porque ni tan siquiera nosotros podemos burlar a la mortífera dama, bien claro lo dejó Friedrich con su aciago destino. Volvía entonces a romperse otra de las columnas que sostenían mi mundo -ese mundo tan novedoso para mí- y, desamparada, quedé sin guía creyendo que la inmortalidad no existía, y que de hacerlo sólo lo haría por medio de las almas humanas, esas que no fallecen nunca, esa misma alma que yo había rechazado en el momento en el que la sangre de Dvorak penetró por mi garganta, untándome de oscuridad. ¡Qué maravillosa paradoja! ¡Yo, queriendo ser más lista que la Muerte, había eliminado con mi elección toda oportunidad de serlo!
Las primeras noches con Löwe fueron noches tranquilas. Ninguno hablaba más de lo que quería o necesitaba, pero la compañía estaba allí. Hacía tantos siglos que vagaba sola que había olvidado lo bien que sienta el olor de otro, aunque éste fuera el metálico y dulzón aroma de la sangre.
Nueva York era bella, no había ningún vestigio de guerra en ella y eso la hacía maravillosa. Los americanos se habían propuesto hacía cuarenta años en convertir su Estatua de la Libertad en un icono de los nuevos tiempos, los tiempos modernos, y habían conseguido engañar al resto del mundo. Por instante, pensé; ¿qué habrá sido de todos los inmigrantes mandados a combatir en sus guerras?
El olor fuerte del Hudson penetraba en mí como el perfumo caro de señora. Una suave brisa agitó mis bucles dorados y me sujeté el sombrero con una mano. No había sol del que resguardarse y la noche perlada de estrellas se duplicaba en las aguas del río con su reflejo.
-He leído que Sinatra va a dar un espectáculo en el Carneige Hall. Por Navidad. -comenté. A veces hablábamos de cosas que no importaban realmente. Caminábamos por el paseo del Hudson como si fuésemos una pareja, aunque en realidad nuestras manos no se rozaban.
No me había dado cuenta hasta esos momentos con Löwe la incomprensión que tenía yo misma de mi poder, mi condición. La pérdida prematura, cruel y violenta de Friedrich me había privado de tales conocimientos, que debería haber bebido de él. Una infantil Carolina había abrazado la oscuridad en 1796 por miedo. Miedo, ¿a qué? ¿A lo común? ¿A lo natural? ¿A la muerte? Tal vez así fuera. El haber experimentado tan de cerca las garras de la guadaña, arrebatándome a mi hermana Clotilde -¡oh! ¡hace ya tantísimo de eso y sigue clavándoseme cual aguijón en el pecho!- me había hecho más cobarde. La monstruosidad de una vida arrancada en un tiempo que no le correspondía había terminado por sellar mi carácter.
Con los años entendí que esa decisión había sido un arma de doble filo, porque ni tan siquiera nosotros podemos burlar a la mortífera dama, bien claro lo dejó Friedrich con su aciago destino. Volvía entonces a romperse otra de las columnas que sostenían mi mundo -ese mundo tan novedoso para mí- y, desamparada, quedé sin guía creyendo que la inmortalidad no existía, y que de hacerlo sólo lo haría por medio de las almas humanas, esas que no fallecen nunca, esa misma alma que yo había rechazado en el momento en el que la sangre de Dvorak penetró por mi garganta, untándome de oscuridad. ¡Qué maravillosa paradoja! ¡Yo, queriendo ser más lista que la Muerte, había eliminado con mi elección toda oportunidad de serlo!
Las primeras noches con Löwe fueron noches tranquilas. Ninguno hablaba más de lo que quería o necesitaba, pero la compañía estaba allí. Hacía tantos siglos que vagaba sola que había olvidado lo bien que sienta el olor de otro, aunque éste fuera el metálico y dulzón aroma de la sangre.
Nueva York era bella, no había ningún vestigio de guerra en ella y eso la hacía maravillosa. Los americanos se habían propuesto hacía cuarenta años en convertir su Estatua de la Libertad en un icono de los nuevos tiempos, los tiempos modernos, y habían conseguido engañar al resto del mundo. Por instante, pensé; ¿qué habrá sido de todos los inmigrantes mandados a combatir en sus guerras?
El olor fuerte del Hudson penetraba en mí como el perfumo caro de señora. Una suave brisa agitó mis bucles dorados y me sujeté el sombrero con una mano. No había sol del que resguardarse y la noche perlada de estrellas se duplicaba en las aguas del río con su reflejo.
-He leído que Sinatra va a dar un espectáculo en el Carneige Hall. Por Navidad. -comenté. A veces hablábamos de cosas que no importaban realmente. Caminábamos por el paseo del Hudson como si fuésemos una pareja, aunque en realidad nuestras manos no se rozaban.
Carolina Van de Valley- Vampiro Clase Media
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Re: Oh, baby, it's cold outside {Löwe Von Meer}
El crujido de las pequeñas piedras húmedas bajo sus pies creaba un chisporroteo contra la suela de sus zapatos, creando un lamento tan excitante como el sonido de las hojas secas rompiéndose en pleno otoño, castañeando al ser pisadas. Sus zapatos oscuros hacían juego con el resto de sus prendas, teniendo sólo su corbata de un color azul, tan eléctrico, como el tono de sus ojos. Sabía que muchos hombres solían burlarse de su forma de vestir, a veces le decían que parecía un "dandy". Si hubieran tenido el valor de decir lo que pensaban, indudablemente le habrían lanzado un insulto propio de aquella época: "el inglesito".
Sonrió al pensar lo absurdo que era todo, él que no tenía ya lugar de procedencia, tenía que sentirse ofendido acerca de un insulto que ponía en duda su nacionalidad. Cuando ésta cambiaba tanto como sus innumerables vidas humanas, cada vez que se aburría, sólo tenía que cambiar de nombre, lugar y casa. Aunque sus bienes seguían siendo los mismos. Era asquerosamente rico, tenía diferentes tipos de inversiones y ya pocas cosas eran capaces de sorprenderlo. Aún así, seguía disfrutando de la vida que robaba cada noche, no le importaba quebrar los futuros de aquellos que asesinaba, pues él también tenía el peso de sus muertos sobre los hombros. Hacer eternos a quienes había amado era un trabajo arduo, diario.
Miró sobre su hombro a la mujer que lo acompañaba, aquella a la que le ensañaba a andar por el mundo haciendo lo que había aprendido: vivir intensamente todo, empapándose de cada experiencia como si no hubiera certeza de abrir los ojos en la siguiente noche. Ya le había repetido que los humanos eran como estrellas fugaces, y como tal debía tratarlos. Sus vidas no debían quebrar la suya, mucho menos ceder al impulso de convertir a alguien sólo por la crueldad de obligarlos a hacerles compañía. Darle a alguien el poder de caminar en la oscuridad debía ser entregado con cuidado. No todos estaban preparados para existir hasta el fin de los tiempos.
- Sinatra..- Murmuró antes de llevar su cigarrillo a los labios, dando una calada a aquel pequeño placer que podía permitirse. De todas las cosas fungibles de la tierra, sólo podía consumir los líquidos y todas aquellas distintas formas de drogas que creaban los humanos. De todas las formas que había de destruir el interior de su cuerpo, los cigarrillos eran sus favoritos. Tenía una amplia colección de puros y tipos de cigarros. Los seleccionaba por época, zona y tamaño. Su calidad variaba dependiendo del tabaco usado, pero no había intentado llevar a la hermosa Carolina por sus malas costumbres.
Mantuvo el humo del cigarro lejos de ella, exhalando por el lado contrario al que estaba la vampiresa, manteniendo esa aura de caballerosidad que le debía. Carolina era la única mujer que aún trataba como la mujer que era, de una época cuyos modales se desdibujaban, cayéndose en pedazos para desaparecer para siempre. Sólo los libros aún conservaban algunos de los tratamientos.
- Me gusta su voz, aunque creo que tiene la misma debilidad que yo.- Le ofreció una sonrisa pícara a ella y no pudo evitar dejar un silencio entre ellos a modo de suspense, para después inclinarse sobre ella para susurrarle de forma conspiradora.- Adora las cosas hermosas. -
Rió como el canalla que era y tocó su sombrero a modo de saludo para las mujeres que caminaban hacia ellos en el sentido contrario, recibiendo un coro de risas nerviosas y juveniles. Era adorable ver como algunas cosas, afortunadamente, no cambiaban tanto como las ciudades.
- Si lo deseas puedo conseguir entradas, estoy seguro de que sería un cambio agradable para nuestra rutina de hoy.- Elevó sus ojos al cielo, cuestionándose si el tiempo llegaría a enfriar lo suficiente como para que nevara la noche siguiente. No sería la primera vez que estropeaba alguno de sus abrigos gracias al tiempo cambiante de Nueva York. Aunque debía concederle algo a aquel lugar, sabía cómo hacer que alguien inmortal se sintiera sobrecogido por los altos edificios de mezclados tipos arquitectónicos.
Sonrió al pensar lo absurdo que era todo, él que no tenía ya lugar de procedencia, tenía que sentirse ofendido acerca de un insulto que ponía en duda su nacionalidad. Cuando ésta cambiaba tanto como sus innumerables vidas humanas, cada vez que se aburría, sólo tenía que cambiar de nombre, lugar y casa. Aunque sus bienes seguían siendo los mismos. Era asquerosamente rico, tenía diferentes tipos de inversiones y ya pocas cosas eran capaces de sorprenderlo. Aún así, seguía disfrutando de la vida que robaba cada noche, no le importaba quebrar los futuros de aquellos que asesinaba, pues él también tenía el peso de sus muertos sobre los hombros. Hacer eternos a quienes había amado era un trabajo arduo, diario.
Miró sobre su hombro a la mujer que lo acompañaba, aquella a la que le ensañaba a andar por el mundo haciendo lo que había aprendido: vivir intensamente todo, empapándose de cada experiencia como si no hubiera certeza de abrir los ojos en la siguiente noche. Ya le había repetido que los humanos eran como estrellas fugaces, y como tal debía tratarlos. Sus vidas no debían quebrar la suya, mucho menos ceder al impulso de convertir a alguien sólo por la crueldad de obligarlos a hacerles compañía. Darle a alguien el poder de caminar en la oscuridad debía ser entregado con cuidado. No todos estaban preparados para existir hasta el fin de los tiempos.
- Sinatra..- Murmuró antes de llevar su cigarrillo a los labios, dando una calada a aquel pequeño placer que podía permitirse. De todas las cosas fungibles de la tierra, sólo podía consumir los líquidos y todas aquellas distintas formas de drogas que creaban los humanos. De todas las formas que había de destruir el interior de su cuerpo, los cigarrillos eran sus favoritos. Tenía una amplia colección de puros y tipos de cigarros. Los seleccionaba por época, zona y tamaño. Su calidad variaba dependiendo del tabaco usado, pero no había intentado llevar a la hermosa Carolina por sus malas costumbres.
Mantuvo el humo del cigarro lejos de ella, exhalando por el lado contrario al que estaba la vampiresa, manteniendo esa aura de caballerosidad que le debía. Carolina era la única mujer que aún trataba como la mujer que era, de una época cuyos modales se desdibujaban, cayéndose en pedazos para desaparecer para siempre. Sólo los libros aún conservaban algunos de los tratamientos.
- Me gusta su voz, aunque creo que tiene la misma debilidad que yo.- Le ofreció una sonrisa pícara a ella y no pudo evitar dejar un silencio entre ellos a modo de suspense, para después inclinarse sobre ella para susurrarle de forma conspiradora.- Adora las cosas hermosas. -
Rió como el canalla que era y tocó su sombrero a modo de saludo para las mujeres que caminaban hacia ellos en el sentido contrario, recibiendo un coro de risas nerviosas y juveniles. Era adorable ver como algunas cosas, afortunadamente, no cambiaban tanto como las ciudades.
- Si lo deseas puedo conseguir entradas, estoy seguro de que sería un cambio agradable para nuestra rutina de hoy.- Elevó sus ojos al cielo, cuestionándose si el tiempo llegaría a enfriar lo suficiente como para que nevara la noche siguiente. No sería la primera vez que estropeaba alguno de sus abrigos gracias al tiempo cambiante de Nueva York. Aunque debía concederle algo a aquel lugar, sabía cómo hacer que alguien inmortal se sintiera sobrecogido por los altos edificios de mezclados tipos arquitectónicos.
Löwe Von Meer- Vampiro Clase Alta
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Re: Oh, baby, it's cold outside {Löwe Von Meer}
Guardé mi mano derecha enguantada en el bolsillo del abrigo color maquillaje. Un gesto estúpido, pues no había frío que pudiera sentir en mi cenicienta piel, pero que había salido tan dentro de mi que por un instante ni lo llegué a pensar. Qué distinto era caminar por el mundo con Löwe y qué parecido a la vez cuando lo hacía con Friedrich, aunque la violencia siempre lo había hecho más excitante me avergüenzo ahora de la sangre derramada sin motivo. O con el único motivo de hacer feliz a aquel a quien había querido tanto. Ojalá pudiese arrancarme la conciencia.
El camino con Löwe lo sentía como un camino diferente, más introspectivo a pesar de acompañarnos mutuamente. Quizá era porque nos lo contábamos todo de nada.
Un par de señoritas sonrieron como colegialas cuando mi acompañante las saludó, y yo no pude aguantarme otra sonrisa.
-Vaya descarado. -comenté en tono jocoso mientras observaba como las jóvenes desaparecían hacia el otro lado del parque-¿Y por qué no? -retomé entonces la conversación, encogiéndome levemente de hombros- Hace mucho que no disfruto de la música. Quizá me traiga recuerdos agradables y ayude a crear otros nuevos.
Hacía ya casi cuarenta años que no tocaba. Cuarenta años que si bien para un ser inmortal podrían suponer un suspiro, el tan sólo pensar en el número ya pesaba. Aquello que había sido mi forma de vida y expresión desde los tiernos quince años había desaparecido. ¿Recordaría tan siquiera cómo colocar las frías yemas de mis dedos en el marfil de las teclas? Suspiré. La decisión había venido a mi a raíz de todas las decepciones que había experimentado. Nunca estrené aquel ballet, y las partituras habían quedado abandonadas en unas carpetas en mi apartamento de París, que no visitaba desde finales del pasado siglo. El pseudónimo masculino con el que vendía mis pequeñas obras se había emborronado con el tiempo. Había perdido la inspiración y todavía era muy pronto para reencontrarme con ella de nuevo.
Me descolgué del brazo de mi acompañante un segundo y me detuve para apreciar la nieve amontonada sobre el pasamanos que bordeaba el lago helado del parque. Liberé mi mano oculta en el bolsillo del abrigo de su guante y me llevé un puñado de blanco. No podía sentir su gélido contacto pero sí su rugosa fricción.
-Dios, es como la nieve de Viena. -exclamé con ensoñación. Luego me fijé en el lago helado y en la gente con sus patines haciendo piruetas imposibles. Recordé a mi hermano Hans y a mi hermana Clotilde juntos de la mano por el Danubio. Y a mi hermana Lotte y a mi hermano Franz, los mayores, observándonos desde la distancia para comprobar que no nos hacíamos daño-¿Alguna vez has patinado, Löwe?
El camino con Löwe lo sentía como un camino diferente, más introspectivo a pesar de acompañarnos mutuamente. Quizá era porque nos lo contábamos todo de nada.
Un par de señoritas sonrieron como colegialas cuando mi acompañante las saludó, y yo no pude aguantarme otra sonrisa.
-Vaya descarado. -comenté en tono jocoso mientras observaba como las jóvenes desaparecían hacia el otro lado del parque-¿Y por qué no? -retomé entonces la conversación, encogiéndome levemente de hombros- Hace mucho que no disfruto de la música. Quizá me traiga recuerdos agradables y ayude a crear otros nuevos.
Hacía ya casi cuarenta años que no tocaba. Cuarenta años que si bien para un ser inmortal podrían suponer un suspiro, el tan sólo pensar en el número ya pesaba. Aquello que había sido mi forma de vida y expresión desde los tiernos quince años había desaparecido. ¿Recordaría tan siquiera cómo colocar las frías yemas de mis dedos en el marfil de las teclas? Suspiré. La decisión había venido a mi a raíz de todas las decepciones que había experimentado. Nunca estrené aquel ballet, y las partituras habían quedado abandonadas en unas carpetas en mi apartamento de París, que no visitaba desde finales del pasado siglo. El pseudónimo masculino con el que vendía mis pequeñas obras se había emborronado con el tiempo. Había perdido la inspiración y todavía era muy pronto para reencontrarme con ella de nuevo.
Me descolgué del brazo de mi acompañante un segundo y me detuve para apreciar la nieve amontonada sobre el pasamanos que bordeaba el lago helado del parque. Liberé mi mano oculta en el bolsillo del abrigo de su guante y me llevé un puñado de blanco. No podía sentir su gélido contacto pero sí su rugosa fricción.
-Dios, es como la nieve de Viena. -exclamé con ensoñación. Luego me fijé en el lago helado y en la gente con sus patines haciendo piruetas imposibles. Recordé a mi hermano Hans y a mi hermana Clotilde juntos de la mano por el Danubio. Y a mi hermana Lotte y a mi hermano Franz, los mayores, observándonos desde la distancia para comprobar que no nos hacíamos daño-¿Alguna vez has patinado, Löwe?
Carolina Van de Valley- Vampiro Clase Media
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Re: Oh, baby, it's cold outside {Löwe Von Meer}
El humo continuó su ascenso revoltoso por encima de sus dedos enguantados, el cuero negro brillaba bajo la luz de las farolas que se erguían a ambos lados de la amplia calle que bordeaba el paseo. Aún sonaban algunos barcos en el río Hudson, emitiendo un gruñido nocturno que no terminaba de apagar el ambiente festivo que solía rodear a los jóvenes americanos. Tanta juventud y deseos de vivir rivalizando con su ansiedad por servir y proteger el país.
- Creo recordar que hice algunas tonterías sobre el hielo - Respondió a Carolina con cortesía, acercándose lentamente hacia ella para no molestar el rumbo de sus pensamientos.
Era obvio que una parte suya se había marchado para rememorar viejas andanzas. Su mente parecía ser tan melancólica como las leves sonatas que alguna vez interpretó con sus dedos elegantes y flexibles.
Apagó su cigarrillo, tirándolo al suelo ligeramente nevado para aplastarlo después con la suela de su zapato. El siseo del fuego apagándose le hizo estremecer, habían muchos recuerdos agradables sumados a aquel siseo. Pero no se permitió ir más allá.
- Carolina..- Murmuró su nombre antes de tomar su muñeca para poder elevar la mano hacia la luz de la farola. Dejó que la nieve brillara bajo la exposición a la que la hacía partícipe, emitiendo un brillo multicolor en el borde de la misma. Algo imperceptible para el ojo humano, salvo para criaturas como ellos. Un efecto explicable gracias a los avances científicos; Algo tan hermoso era explicado como una mera "descomposición de la luz solar en el espectro visible". Tal aberrante significado le hería la escasa parte poética que componía su esencia vampírica.
Levantó su otra mano para limpiar la nieve de su mano, lanzándola al suelo con un movimiento rápido. Tomó varios minutos para acariciar sus dedos, notando sus nudosos nudillos, la perfección de sus uñas redondeadas y limpias; mano frágil y pequeña comparada con las suyas aún enguantadas.
- Regresa a mí Carolina - Sus labios se acercaron hacia sus dedos, para calentarlos con su aliento. Sabía que aquel gesto era algo inútil, pero aún así, no podía privarse de aquellos reflejos de humanidad. Era considerado una muestra galante hacia Carolina, demostrando que su persona cuidaría de cada nimio gesto de su seguridad, incluso cuando pudiera privarse de ello por no ser productivo. Y besó suavemente la palma de su mano, haciéndole sentir su presencia para espantar el espejismo de su pasado. Como un príncipe que despertaba a la joven de un sueño encantado; del veneno de aquella manzana llamada conciencia y amor.
- Vayamos a bailar, extasiémonos con esta juventud robada. - Sonrió mientras liberaba su mano con suavidad.- Vivamos éste presente, creando nuevos lamentos para el futuro. - Colocó sus hermosos y pálidos cabellos con galantería, incitándola a vivir.
Su papel era tentarla, hacerla vibrar, suavizando su carácter para después obligarla a saltar, y, con suerte, algún día volar. Debía aprender a mover rápido sus alas para no caerse, si no salía del nido en que se había metido cuando la encontró, nunca saldría de allí. Él sabía que la hora de irse estaba cerca, Carolina no estaba preparada para su lado salvaje. Su carácter volátil e indomable no le permitía ser estable durante mucho tiempo. Y, egoístamente, no deseaba que viera ése lado suyo. El vikingo que fue de humano, el berseker en cada loca batalla en la que se enzarzaba o el amante pasional y salvaje que era.
- Te prometo ser tan pícaro como puedas soportar. - Rió y le tomó su codo para acercarla varios pasos hacia el refugio de su pecho. Protegió su espalda con uno de sus brazos y alzó su barbilla con un sólo dedo.- Por favor, Carolina, seamos malos. Muestra tus encantadores tobillos bajo el dobladillo de tu vestido, serás la mujer más arrebatadora con ése collar de perlas.- Su voz emitía una inconfundible nota de humor, divertido con cómo la provocaba de forma infantil, casi como un adolescente. Aquella diversión danzaba en sus ojos azules, un mar tempestuoso que solía reflejar demasiado sus emociones. Su tonalidad era tan pálida como irreal, oscureciéndose o aclarándose según su estallido de cólera o pasión. Quizás por eso ahora eran tan claros como el cielo soleado, cálido y agradable, invitando a una zambullida en la primavera de su jovialidad.
- Creo recordar que hice algunas tonterías sobre el hielo - Respondió a Carolina con cortesía, acercándose lentamente hacia ella para no molestar el rumbo de sus pensamientos.
Era obvio que una parte suya se había marchado para rememorar viejas andanzas. Su mente parecía ser tan melancólica como las leves sonatas que alguna vez interpretó con sus dedos elegantes y flexibles.
Apagó su cigarrillo, tirándolo al suelo ligeramente nevado para aplastarlo después con la suela de su zapato. El siseo del fuego apagándose le hizo estremecer, habían muchos recuerdos agradables sumados a aquel siseo. Pero no se permitió ir más allá.
- Carolina..- Murmuró su nombre antes de tomar su muñeca para poder elevar la mano hacia la luz de la farola. Dejó que la nieve brillara bajo la exposición a la que la hacía partícipe, emitiendo un brillo multicolor en el borde de la misma. Algo imperceptible para el ojo humano, salvo para criaturas como ellos. Un efecto explicable gracias a los avances científicos; Algo tan hermoso era explicado como una mera "descomposición de la luz solar en el espectro visible". Tal aberrante significado le hería la escasa parte poética que componía su esencia vampírica.
Levantó su otra mano para limpiar la nieve de su mano, lanzándola al suelo con un movimiento rápido. Tomó varios minutos para acariciar sus dedos, notando sus nudosos nudillos, la perfección de sus uñas redondeadas y limpias; mano frágil y pequeña comparada con las suyas aún enguantadas.
- Regresa a mí Carolina - Sus labios se acercaron hacia sus dedos, para calentarlos con su aliento. Sabía que aquel gesto era algo inútil, pero aún así, no podía privarse de aquellos reflejos de humanidad. Era considerado una muestra galante hacia Carolina, demostrando que su persona cuidaría de cada nimio gesto de su seguridad, incluso cuando pudiera privarse de ello por no ser productivo. Y besó suavemente la palma de su mano, haciéndole sentir su presencia para espantar el espejismo de su pasado. Como un príncipe que despertaba a la joven de un sueño encantado; del veneno de aquella manzana llamada conciencia y amor.
- Vayamos a bailar, extasiémonos con esta juventud robada. - Sonrió mientras liberaba su mano con suavidad.- Vivamos éste presente, creando nuevos lamentos para el futuro. - Colocó sus hermosos y pálidos cabellos con galantería, incitándola a vivir.
Su papel era tentarla, hacerla vibrar, suavizando su carácter para después obligarla a saltar, y, con suerte, algún día volar. Debía aprender a mover rápido sus alas para no caerse, si no salía del nido en que se había metido cuando la encontró, nunca saldría de allí. Él sabía que la hora de irse estaba cerca, Carolina no estaba preparada para su lado salvaje. Su carácter volátil e indomable no le permitía ser estable durante mucho tiempo. Y, egoístamente, no deseaba que viera ése lado suyo. El vikingo que fue de humano, el berseker en cada loca batalla en la que se enzarzaba o el amante pasional y salvaje que era.
- Te prometo ser tan pícaro como puedas soportar. - Rió y le tomó su codo para acercarla varios pasos hacia el refugio de su pecho. Protegió su espalda con uno de sus brazos y alzó su barbilla con un sólo dedo.- Por favor, Carolina, seamos malos. Muestra tus encantadores tobillos bajo el dobladillo de tu vestido, serás la mujer más arrebatadora con ése collar de perlas.- Su voz emitía una inconfundible nota de humor, divertido con cómo la provocaba de forma infantil, casi como un adolescente. Aquella diversión danzaba en sus ojos azules, un mar tempestuoso que solía reflejar demasiado sus emociones. Su tonalidad era tan pálida como irreal, oscureciéndose o aclarándose según su estallido de cólera o pasión. Quizás por eso ahora eran tan claros como el cielo soleado, cálido y agradable, invitando a una zambullida en la primavera de su jovialidad.
Löwe Von Meer- Vampiro Clase Alta
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Re: Oh, baby, it's cold outside {Löwe Von Meer}
Me dejé extasiar unos momentos por la helada brisa del Hudson. El sonido de remembranzas de otra época supuraba por cada poro de aquel río, surcado en esos momentos por un barco a vapor. Me sorprendí a mí misma sonriendo por ese sonido lejano, taimado y, de una extraña forma, relajante. Quizá era la presencia de Löwe, que amansaba mis pensamientos sin dejarlos fluir. ¡Qué curioso! ¡Él, salvaje de alma, conseguía apaciguar la mía!
-Tienes razón. Tienes razón, Löwe, querido mío. Siempre la has tenido.
Apreté sus manos contra las mías cuando se las llevó a los labios. ¡Oh! ¿Ahora le llamaba querido? Se había ganado el apelativo. Con el traspasar de los siglos muy pocos eran los que consideraba apreciados. Löwe se había tornado contra todo pronóstico en una de las constantes del larguísimo fluir de mi inmortalidad.
Cerré los ojos unos momentos, disfrutando del contacto con el milenario vampiro, mientras éste colocaba mis cabellos. ¿Cómo era posible que un ser nacido en la crueldad de una casta guerrera, fuera a la misma vez tan considerado?
-¿Qué te hace pensar que no disfruto de las picardías, señor Von Meer?
Me permití bromear. Con él todo surgía de manera tan natural como el curso de un riachuelo. Podía reír, podía llorar, podía sentirme herida o podía sentirme alegre; en su presencia, nada de eso parecía fuera de contexto. Ni siquiera con Friedrich, aquel a quien guardo con tanta fuerza en mis pensamientos, me permitía el lujo de desencorsetar lo que yo era.
Lo agarré del brazo, esta vez con más brío, porque ya teníamos un destino a donde ir.
-Muy bien, bailemos pues. ¿Dónde quieres ir? Me muero por conocer el Cotton Club.
Sonreí. ¡Qué cosa extraña era eso!
-Te advierto que no soy una gran bailarina. Mejor que cuides tus pies.
Caminamos. Caminamos por la ciudad hasta llegar a uno de los clubes de alternes donde ofrecían una buena dosis de swing moderno. Me quité el fular que tapaba mis hombros, y los guantes blancos que complementaban el estilo que había escogido para aquella noche. El fuerte olor a sudor y humano no me desagradó. Olía a vida.
-Tienes razón. Tienes razón, Löwe, querido mío. Siempre la has tenido.
Apreté sus manos contra las mías cuando se las llevó a los labios. ¡Oh! ¿Ahora le llamaba querido? Se había ganado el apelativo. Con el traspasar de los siglos muy pocos eran los que consideraba apreciados. Löwe se había tornado contra todo pronóstico en una de las constantes del larguísimo fluir de mi inmortalidad.
Cerré los ojos unos momentos, disfrutando del contacto con el milenario vampiro, mientras éste colocaba mis cabellos. ¿Cómo era posible que un ser nacido en la crueldad de una casta guerrera, fuera a la misma vez tan considerado?
-¿Qué te hace pensar que no disfruto de las picardías, señor Von Meer?
Me permití bromear. Con él todo surgía de manera tan natural como el curso de un riachuelo. Podía reír, podía llorar, podía sentirme herida o podía sentirme alegre; en su presencia, nada de eso parecía fuera de contexto. Ni siquiera con Friedrich, aquel a quien guardo con tanta fuerza en mis pensamientos, me permitía el lujo de desencorsetar lo que yo era.
Lo agarré del brazo, esta vez con más brío, porque ya teníamos un destino a donde ir.
-Muy bien, bailemos pues. ¿Dónde quieres ir? Me muero por conocer el Cotton Club.
Sonreí. ¡Qué cosa extraña era eso!
-Te advierto que no soy una gran bailarina. Mejor que cuides tus pies.
Caminamos. Caminamos por la ciudad hasta llegar a uno de los clubes de alternes donde ofrecían una buena dosis de swing moderno. Me quité el fular que tapaba mis hombros, y los guantes blancos que complementaban el estilo que había escogido para aquella noche. El fuerte olor a sudor y humano no me desagradó. Olía a vida.
Carolina Van de Valley- Vampiro Clase Media
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Re: Oh, baby, it's cold outside {Löwe Von Meer}
Tuvo el suficiente buen sentido de callar cuando la hermosa Carolina le cuestionó su aparente apego a la picardía, no sería correcto empujarla a una charla que terminaría en un camino demasiado pedregoso para alguien cuyo corazón a penas comenzaba a quitar los puntos de aquellas costuras con las que había intentado sanar cada herida recibida.
A veces le sorprendía ver cuánto había cambiado, quizás era cierto que el tiempo ponía cada cosa en su lugar, incluso el sentido común en un vikingo. Pues, tan vanidoso como era, se negaba a reconocer que había una posibilidad de que él, al igual que las frutas, podría llegar a madurar. Envejecer no le era algo agradable. La vejez traía consigo la muerte, y de eso, tenía de sobra en su vida.
- Vayamos entonces al Cotton Club, no me atrevería a contradecir a una dama dispuesta y emocionada - Su leve sonrisa, curvada en un gesto pícaro, la conducía a continuar con aquella recién descubierta seguridad. Siempre había sido un hombre débil a las mujeres de carácter, esas que bailaban descalzas y exponían sus despeinadas cabelleras al sol.
Se rió sin poder imaginarse a Carolina en medio del bosque, descalza, correteando entre los árboles como un cervatillo jovial y encantador. Ella era algo más palpable y real que la idea de un hada o los recuerdos de su pasado. El ruido de sus tacones, al caminar a su lado, le devolvían aquella certeza de que los tiempos habían cambiado. Quizás con ello debieran hacerlo sus gustos.
- Créeme, tomaré cada pisotón con todo el valor que pueda reunir. - Sus carcajadas atrevidas los acompañó durante una buena parte del camino, pues su imaginación no podía evitar relacionar lo que había pensado, con lo que indudablemente pasaría en el Club. Sería divertido volver a soportar algunas de las cosas de las que se había esforzado por evitar en el siglo XVIII. Todos aquellos bailes de salón, las larguísimas horas entre personas sobrecargadas con telas y la pomposidad de sus peinados. ¡ Qué horror !
La llegada al club fue más rápida de lo que creyó, quizás había apurado demasiado a Carolina con su forma rápida de caminar, aunque ella parecía extasiada con aquella introducción al ocio estadounidense.
Agitó su cabeza con cierta incredulidad, viéndola brillar con aquella sonrisa capaz de cegar a todos los atrevidos que posasen sus ojos en ella en aquel momento. Si ella pudiera verse con sus ojos, podría entender muchas cosas, incluso su tendencia a callar a muchas preguntas que podrían haberlos llevado a un final que seguramente no habrían terminado deseando a la larga.
Desenredó la bufanda de cachemir de su cuello, al igual que sus guantes de cuero y su pesado abrigo. Se encargó de guardar todo en los bolsillos interiores del mismo, antes de dárselo al hombre que custodiaba todas las pertenencias de aquellos que pagaban para olvidarse de ellas mientras se divertían dentro del local. Le dejó varios dólares y tomó el brazo de Carolina para poder guiarla a su lado.
La forma en que su brazo rodeó su hombro, estrechándola contra su costado, evitando así que su cuerpo tocase el de otra persona al pasar y buscar sus asientos, era una forma dominante de demandar el respeto de los demás ante ella. Nadie en su sano juicio iría a molestarla si le veía custodiarla hasta su asiento.
- ¿Te apetece tomar algo en una mesa o prefieres la barra? - Dudó mientras caminaba a su lado, pues no sabía si ella preferiría tener un lugar al que regresar y descansar después de bailar varias canciones, o quizás sólo deseaba una copa antes de unir sus cuerpos al resto que ya estaban siguiendo el compás con alegres sonrisas.
A veces le sorprendía ver cuánto había cambiado, quizás era cierto que el tiempo ponía cada cosa en su lugar, incluso el sentido común en un vikingo. Pues, tan vanidoso como era, se negaba a reconocer que había una posibilidad de que él, al igual que las frutas, podría llegar a madurar. Envejecer no le era algo agradable. La vejez traía consigo la muerte, y de eso, tenía de sobra en su vida.
- Vayamos entonces al Cotton Club, no me atrevería a contradecir a una dama dispuesta y emocionada - Su leve sonrisa, curvada en un gesto pícaro, la conducía a continuar con aquella recién descubierta seguridad. Siempre había sido un hombre débil a las mujeres de carácter, esas que bailaban descalzas y exponían sus despeinadas cabelleras al sol.
Se rió sin poder imaginarse a Carolina en medio del bosque, descalza, correteando entre los árboles como un cervatillo jovial y encantador. Ella era algo más palpable y real que la idea de un hada o los recuerdos de su pasado. El ruido de sus tacones, al caminar a su lado, le devolvían aquella certeza de que los tiempos habían cambiado. Quizás con ello debieran hacerlo sus gustos.
- Créeme, tomaré cada pisotón con todo el valor que pueda reunir. - Sus carcajadas atrevidas los acompañó durante una buena parte del camino, pues su imaginación no podía evitar relacionar lo que había pensado, con lo que indudablemente pasaría en el Club. Sería divertido volver a soportar algunas de las cosas de las que se había esforzado por evitar en el siglo XVIII. Todos aquellos bailes de salón, las larguísimas horas entre personas sobrecargadas con telas y la pomposidad de sus peinados. ¡ Qué horror !
La llegada al club fue más rápida de lo que creyó, quizás había apurado demasiado a Carolina con su forma rápida de caminar, aunque ella parecía extasiada con aquella introducción al ocio estadounidense.
Agitó su cabeza con cierta incredulidad, viéndola brillar con aquella sonrisa capaz de cegar a todos los atrevidos que posasen sus ojos en ella en aquel momento. Si ella pudiera verse con sus ojos, podría entender muchas cosas, incluso su tendencia a callar a muchas preguntas que podrían haberlos llevado a un final que seguramente no habrían terminado deseando a la larga.
Desenredó la bufanda de cachemir de su cuello, al igual que sus guantes de cuero y su pesado abrigo. Se encargó de guardar todo en los bolsillos interiores del mismo, antes de dárselo al hombre que custodiaba todas las pertenencias de aquellos que pagaban para olvidarse de ellas mientras se divertían dentro del local. Le dejó varios dólares y tomó el brazo de Carolina para poder guiarla a su lado.
La forma en que su brazo rodeó su hombro, estrechándola contra su costado, evitando así que su cuerpo tocase el de otra persona al pasar y buscar sus asientos, era una forma dominante de demandar el respeto de los demás ante ella. Nadie en su sano juicio iría a molestarla si le veía custodiarla hasta su asiento.
- ¿Te apetece tomar algo en una mesa o prefieres la barra? - Dudó mientras caminaba a su lado, pues no sabía si ella preferiría tener un lugar al que regresar y descansar después de bailar varias canciones, o quizás sólo deseaba una copa antes de unir sus cuerpos al resto que ya estaban siguiendo el compás con alegres sonrisas.
Löwe Von Meer- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 12/01/2013
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Re: Oh, baby, it's cold outside {Löwe Von Meer}
El Cotton Club amparaba a los más necesitados de Nueva York. Y no estaba hablando de necesidad física, era una necesidad espiritual. Miles de ánimas como Löwe y como yo que buscaban refugio en el vaivén de unas sonrisas tan sinceras como embusteras. El club permanecía cerrado oficialmente para los humanos americanos. No obstante, si se sabía cómo entrar, unos pocos afortunados podían disfrutar de un edificio al que ya se le tildaba de histórico, por la sangre y el sudor de los músicos entregados que lo habían mantenido a flote en durante la Prohibición.
Nos dejaron pasar por lo que éramos. El Cotton había cambiado su selecta clientela mafiosa por una sobrenatural, pero igual de feroz. Sus olores me llegaban todos entremezclados. Brujas, licántropos, y un largo etcétera que haría las delicias de aquellos escritores del XIX que tanto adoraba y que tan bien habían sabido plasmar el horror hermoso en los cementerios, las abadías abandonadas y las noches de luna llena cubierta por una niebla atroz y mágica.
Me quité el sombrero que adornaba mi tocado aquella noche. Era tan sólo una muestra burda de la frialdad de la moda de aquellos años. Lo deposité encima del abrigo, que danzaba colgando en mis manos.
-Aquella mesa estará bien. -dije, apuntando con la mirada a una que se encontraba cerca del escenario. Tomé asiento y, sin casi presentirlo, una sonrisa placentera cruzó mi rostro- Es curioso... Siempre acabamos en clubes como estos. Cualquiera diría que somos unos alcohólicos, o que nos entusiasma el jolgorio.
Ni una cosa ni la otra. Tal vez -y eso era lo más maravilloso de todo, lo más increíble de haberme topado con Löwe Von Meer en un infinito mundo lleno de gente, y de gente como nosotros (incluso si ese adjetivo no era apropiado para los de nuestra naturaleza)- perseguíamos el calor de otros solo para mentirnos y hacernos sentir más cerca de otros.
-Aquí al menos no desentonamos tanto, ¿no crees?
Nadie se detuvo a mirarnos si quiera. Esa palidez enfermiza, esas venas surcando nuestros cuellos. Esa elegancia espectral, misteriosa y aterradora que hipnotizada a los humanos pasó desapercibida entre tantas otras cosas excepcionales que había allí.
Nos dejaron pasar por lo que éramos. El Cotton había cambiado su selecta clientela mafiosa por una sobrenatural, pero igual de feroz. Sus olores me llegaban todos entremezclados. Brujas, licántropos, y un largo etcétera que haría las delicias de aquellos escritores del XIX que tanto adoraba y que tan bien habían sabido plasmar el horror hermoso en los cementerios, las abadías abandonadas y las noches de luna llena cubierta por una niebla atroz y mágica.
Me quité el sombrero que adornaba mi tocado aquella noche. Era tan sólo una muestra burda de la frialdad de la moda de aquellos años. Lo deposité encima del abrigo, que danzaba colgando en mis manos.
-Aquella mesa estará bien. -dije, apuntando con la mirada a una que se encontraba cerca del escenario. Tomé asiento y, sin casi presentirlo, una sonrisa placentera cruzó mi rostro- Es curioso... Siempre acabamos en clubes como estos. Cualquiera diría que somos unos alcohólicos, o que nos entusiasma el jolgorio.
Ni una cosa ni la otra. Tal vez -y eso era lo más maravilloso de todo, lo más increíble de haberme topado con Löwe Von Meer en un infinito mundo lleno de gente, y de gente como nosotros (incluso si ese adjetivo no era apropiado para los de nuestra naturaleza)- perseguíamos el calor de otros solo para mentirnos y hacernos sentir más cerca de otros.
-Aquí al menos no desentonamos tanto, ¿no crees?
Nadie se detuvo a mirarnos si quiera. Esa palidez enfermiza, esas venas surcando nuestros cuellos. Esa elegancia espectral, misteriosa y aterradora que hipnotizada a los humanos pasó desapercibida entre tantas otras cosas excepcionales que había allí.
Carolina Van de Valley- Vampiro Clase Media
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