AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Siluetas [Löwe Von Meer]
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Siluetas [Löwe Von Meer]
** En la obscuridad abrió los ojos, los recuerdos aún eran dolorosos, seguían impregnados en cada cosa que él veía, las cicatrices aún permanecían, abiertas. Agudizó los sentidos y estudió el lugar, las altas y húmedas paredes que parecían derrumbarse en cualquier instante. Apenas se sostenían, sobre ellas podían verse plasmadas figuras caprichosas y deformes. Grotescas.
Imperaba una espantosa fealdad en la habitación y parecía encontrarse solo en aquellos momentos, apartado del resto del mundo, expulsado del seno mortal hacía unos años atrás, nadie habría descubierto su presencia, estaba cansado de vagar de un lado a otro, harto de flotar como una hoja muerta en Otoño a merced del viento, sin embargo a través de estos años había adquirido una fuerza de voluntad increíble. Consciente de sus habilidades de espectro, de su nueva condición, había experimentado ya el ser traspasado por los niños en las aceras de cada uno de los rincones que visitó, ahora se encontraba aquí alejado de todo esa revolución de sonidos y palabras, no veía sino desconsuelo en este lugar. Los cuadros que pendían en los muros se encontraban maltrechos su mirada les recorría cuando se topó con su reflejo, un enorme espejo ovalado le mostró a sí mismo, se observó ahí de pie, agachó la mirada y sus pensamientos flotaron, remontándose a la fría Rusia, a las calles donde había descubierto su nueva forma.
-Basta.
Tenía que alejarse de sus memorias, por más difícil que le pareciera, debía hacerlo por respeto a sus difuntos. Colocó suavemente la bolsa de terciopelo verde oscuro sobre una mesa que se hallaba a su derecha y con cierta nostalgia y cuidado sacó el instrumento, sus dedos acariciaron la madera, pensó en hacerlo sonar, pero estaba muy débil, habría sido demasiado doloroso entonar una melodía ahí, que caso tendría derramar suaves notas en un lugar como ese. Nada podría darle color a esa escena, ni siquiera la sonoridad perfecta de su viejo Stradivarius lo despertaría de su letargo.
El cielo coronaba la noche y ocultaba el brillo de los diminutos astros que colgaban su oscuridad, el aire estaba perfumado, olía a lirios tal vez, el olor a húmedo se sobreponía y lo impregnaba todo, crispaba los sentidos sin lugar a dudas, caminó a lo largo y ancho del salón, un par de ventanales daban entrada al viento que caprichosamente se colaba en forma de pequeñas ráfagas. Se aproximó a uno de ellos, el crujir de sus botas sobre la madera resonó mientras descansaba los brazos en el marco del ventanal, se quedó quieto, escuchando solo los rumores que acarreaba el viento, le traía paz, aunque todo estaba tan silencioso, incluso sus pensamientos podrían haber sido escuchados, su mente se tornó en blanco, quería perderse. Se dejó confortar por los sonidos débiles que se mezclaban afuera, constituían una simbiosis de elementos, pese a la congoja que se vivía, experimento una inmersa alegría, solo, perdido, danzando entre abatidas siluetas. **
Imperaba una espantosa fealdad en la habitación y parecía encontrarse solo en aquellos momentos, apartado del resto del mundo, expulsado del seno mortal hacía unos años atrás, nadie habría descubierto su presencia, estaba cansado de vagar de un lado a otro, harto de flotar como una hoja muerta en Otoño a merced del viento, sin embargo a través de estos años había adquirido una fuerza de voluntad increíble. Consciente de sus habilidades de espectro, de su nueva condición, había experimentado ya el ser traspasado por los niños en las aceras de cada uno de los rincones que visitó, ahora se encontraba aquí alejado de todo esa revolución de sonidos y palabras, no veía sino desconsuelo en este lugar. Los cuadros que pendían en los muros se encontraban maltrechos su mirada les recorría cuando se topó con su reflejo, un enorme espejo ovalado le mostró a sí mismo, se observó ahí de pie, agachó la mirada y sus pensamientos flotaron, remontándose a la fría Rusia, a las calles donde había descubierto su nueva forma.
-Basta.
Tenía que alejarse de sus memorias, por más difícil que le pareciera, debía hacerlo por respeto a sus difuntos. Colocó suavemente la bolsa de terciopelo verde oscuro sobre una mesa que se hallaba a su derecha y con cierta nostalgia y cuidado sacó el instrumento, sus dedos acariciaron la madera, pensó en hacerlo sonar, pero estaba muy débil, habría sido demasiado doloroso entonar una melodía ahí, que caso tendría derramar suaves notas en un lugar como ese. Nada podría darle color a esa escena, ni siquiera la sonoridad perfecta de su viejo Stradivarius lo despertaría de su letargo.
El cielo coronaba la noche y ocultaba el brillo de los diminutos astros que colgaban su oscuridad, el aire estaba perfumado, olía a lirios tal vez, el olor a húmedo se sobreponía y lo impregnaba todo, crispaba los sentidos sin lugar a dudas, caminó a lo largo y ancho del salón, un par de ventanales daban entrada al viento que caprichosamente se colaba en forma de pequeñas ráfagas. Se aproximó a uno de ellos, el crujir de sus botas sobre la madera resonó mientras descansaba los brazos en el marco del ventanal, se quedó quieto, escuchando solo los rumores que acarreaba el viento, le traía paz, aunque todo estaba tan silencioso, incluso sus pensamientos podrían haber sido escuchados, su mente se tornó en blanco, quería perderse. Se dejó confortar por los sonidos débiles que se mezclaban afuera, constituían una simbiosis de elementos, pese a la congoja que se vivía, experimento una inmersa alegría, solo, perdido, danzando entre abatidas siluetas. **
Última edición por Ruslan Dominkovich el Dom Jun 09, 2013 2:59 pm, editado 1 vez
Lasher- Fantasma
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Fecha de inscripción : 06/12/2012
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Re: Siluetas [Löwe Von Meer]
" Y así, la muerte cabalgó en la noche, en busca del fantasma".
La oscuridad de la noche había llegado a París, desertándose en el alba con hambre. Sabía lo que debía hacer hoy. No sería agradable para su víctima, mucho menos rápido. Disfrutaba del olor del miedo, ése perfume único e idílico de las débiles personas que componían este mundo incierto, extraño con tantas cosas nuevas. Las ideas de igualdad, fraternidad y solidaridad, surgían como estrellas fugaces ante sus ojos azules. Nuevos términos, nuevos inventos, y un mundo nuevo en el que perderse. Uno de los defectos de su raza, era intentar encajar en un mundo que no era el suyo. En su caso, éso no era un problema, siempre que no intentasen colocarle esas estúpidas pelucas perfumadas. No se pondría nada tan femenino, ni aunque su vida dependiera de ello. Prefería una muerte apacible, lejos de la batalla, que una vida de florituras y artificios.
Se vistió con unos pantalones de cuero negro, tan pegados a sus piernas, que necesitó la ayuda de su pequeño siervo, Maurice, para colocárselos. Una camisa de seda blanca, con volantes en las mangas y en la altura del pecho, le otorgaban un aire mucho más afrancesado de lo que hubiera esperado, pero era lo que debía usar. Disfrutó de la suave sensación de la seda envolviendo su cuerpo. Como si fuera la caricia de un amante, se movía en su pecho, mientras ataba sus botas en la parte trasera de sus rodillas, adaptándose a sus brazos, mostrando los músculos perfectamente delineados bajo la tela. Sabía que no eran demasiado exagerados para crear sorpresas, pero aún así, era mucho más musculosos que aquellos jóvenes aristócratas que jamás habían participado en tareas duras que pudieran fortalecer tanto los brazos. Era una de las cosas que hacían que las mujeres acudieran a él, a pesar de la frialdad de su mirada azulada. Terminando su atuendo, una chaqueta de cuero viejo, también negra, lo cubrió. Una delgada tira de cuero negro se encargaba de mantener la camisa dentro de sus pantalones.
No se miró en el espejo, ni siquiera se molestó en salir por la puerta. Abrió la ventana y se abalanzó al vacío. Su cuerpo cayó al duro suelo asfaltado, adornado con unas baldosas elegantes y oscuras, que dominaba el exterior de su castillo. Su cuerpo cayó con gracia en el suelo, como si no hubiese saltado desde un torreón de más de 10 metros. Se irguió y sonrió a la noche. Respiró con suavidad, llenando su pecho de las esencias que lo rodeaban, excitándose con la anticipación de la caza. Sabía dónde debía ir para encontrar un inquisidor. Rió mientras se acercó a las cuadras, y sacó su caballo para partir en la noche.
Cabalgó con un ritmo salvaje, escuchando varios gritos sorprendidos y excitados. Todos sus vecinos lo odiaban y admiraban, porque era tan salvaje e indomable, que no le importaba no cumplir las normas sociales. Todos pensaban que era el típico militar poderoso, que al pasar mucho tiempo en el mar, se había convertido en un hombre primario y solitario. Rodeado de mujeres deseosas de aventuras, pero nunca atado en matrimonio. Pero no era así, era sólo que era demasiado arrogante como para seguir las normas de unos humanos. Nadie le decía qué hacer, decir o pensar. Era un guerrero. Un vikingo. Amaba la lucha y la guerra, los bailes, sonrisas corteses y demás fruslerías no iban con él. ¡Demonios!. Él estaba por encima de todo eso.
Cabalgó como un demonio, aproximándose a las afueras de París, y siguió sobre su corcel negro, hasta que llegó a las mansiones avandonadas. Un hombre le había dicho que había una encantada, que cuando pasas cerca, podías sentir cómo el bello de tus brazos se erizaba. Y cuando las noches eran tan silenciosas como la misma muerte, podías escucha al demonio tocando el violín. El demonio. Rió con todas sus fuerzas mientras aminoraba la marcha de su cabalgadura, acercándose a una casa cualquiera. DEtuvo su caballo, y se bajó de él con un movimiento elegante y felino. Los años de experiencia, haciendo lo mismo una y otra vez, lo habían hecho perfeccionar el arte de montar y desmontar. Dejando que todos admirasen sus movimientos sobre el caballo, como si fuese el animal una parte de él. Y tal vez, así fuera, porque mientras cabalgaba, el mundo desaparecía. Cerraba los ojos, y por un instante, podía volver a oler el rico aroma de las praderas salvajes. EL cuero y el olor de la madera quemada, mezclados con el único perfume del bosque de su juventud. Todo aquello había desaparecido. Su pueblo ahora formaba un amplio territorio, lleno de casas elegantes, tan diferentes de las cabañas y el castillo que habían estado allí. Su gente, sus hombres valerosos, habían perecido y sus hijos ya no recordaban el idioma de sus ancestros. Ni siquiera habían adoradores de Odín. Nadie conocería la perfección de Valhalla .
Caminó por las piedras irregulares de la ajada mansión. Sus paredes se inclinaban en un ángulo peligroso, llenando de sombras todo lo que la rodeaba. Permitiendo que sus ojos brillasen, de una forma imposible, en la oscuridad. Era una característica que siempre había tenido. Era el brillo azul iridiscente de la estirpe más peligrosa de los vikingos, los bersekers. Cerró los ojos y escuchó el silencio. Las hojas de los árboles se agitaban en la noche, creando una melodía silbante. El correteo de varios ratones, dentro de la casa, podía percibirse con total claridad, al menos si tenías un oído tan sensible como el de un vampiro. Sonrió y abrió los ojos, levantando el rostro y encontrando una imagen sobrecogedora. Un hombre lo miraba desde un ventanal, como si él fuese un demonio, una bestia surgida de la oscuridad de la noche. Lo miró con serenidad, dejando que sus labios se abriesen, casi como si estuvieran esperando ser acariciados por el otro.
- Saludos, sorglegt-eyed maðr- Le susurró a la aparición. Su voz se escuchó con claridad en la silenciosa noche, mientras su cuerpo inmóvil, dejaba que el viento meciera su cabello rubio oscuro, su chaqueta se abrió, dejando que su camisa mostrase parte de su pecho y cuello. La palidez de su piel destacaba en la oscuridad, como si la noche lo hubiera amado tanto, que lo favoreciera aún más de lo que su rostro, masculino y sereno por ahora, podría hacerlo. Por que en el fondo, su belleza residía en su alma oscura y torturada, en la valentía de sus actos, y en el coraje perverso de su voz. Extendió uno de sus brazos hacia él, acariciando el rostro en el aire, como haría cualquier niño, contento de tapar el sol con un dedo. Sabía que su caricia no le llegaría, pues estaban a varios metros de distancia, él en el suelo junto a su caballo, y él en el ventanal de la derruida mansión. Aún así, pudo sentir el electrificante escalofrío que sacudió las yemas de sus dedos. Extraño. Irreal. Y aún así, sus labios reproducieron un gemido placentero, respondiendo a la sensación que había creado su imaginación.
La oscuridad de la noche había llegado a París, desertándose en el alba con hambre. Sabía lo que debía hacer hoy. No sería agradable para su víctima, mucho menos rápido. Disfrutaba del olor del miedo, ése perfume único e idílico de las débiles personas que componían este mundo incierto, extraño con tantas cosas nuevas. Las ideas de igualdad, fraternidad y solidaridad, surgían como estrellas fugaces ante sus ojos azules. Nuevos términos, nuevos inventos, y un mundo nuevo en el que perderse. Uno de los defectos de su raza, era intentar encajar en un mundo que no era el suyo. En su caso, éso no era un problema, siempre que no intentasen colocarle esas estúpidas pelucas perfumadas. No se pondría nada tan femenino, ni aunque su vida dependiera de ello. Prefería una muerte apacible, lejos de la batalla, que una vida de florituras y artificios.
Se vistió con unos pantalones de cuero negro, tan pegados a sus piernas, que necesitó la ayuda de su pequeño siervo, Maurice, para colocárselos. Una camisa de seda blanca, con volantes en las mangas y en la altura del pecho, le otorgaban un aire mucho más afrancesado de lo que hubiera esperado, pero era lo que debía usar. Disfrutó de la suave sensación de la seda envolviendo su cuerpo. Como si fuera la caricia de un amante, se movía en su pecho, mientras ataba sus botas en la parte trasera de sus rodillas, adaptándose a sus brazos, mostrando los músculos perfectamente delineados bajo la tela. Sabía que no eran demasiado exagerados para crear sorpresas, pero aún así, era mucho más musculosos que aquellos jóvenes aristócratas que jamás habían participado en tareas duras que pudieran fortalecer tanto los brazos. Era una de las cosas que hacían que las mujeres acudieran a él, a pesar de la frialdad de su mirada azulada. Terminando su atuendo, una chaqueta de cuero viejo, también negra, lo cubrió. Una delgada tira de cuero negro se encargaba de mantener la camisa dentro de sus pantalones.
No se miró en el espejo, ni siquiera se molestó en salir por la puerta. Abrió la ventana y se abalanzó al vacío. Su cuerpo cayó al duro suelo asfaltado, adornado con unas baldosas elegantes y oscuras, que dominaba el exterior de su castillo. Su cuerpo cayó con gracia en el suelo, como si no hubiese saltado desde un torreón de más de 10 metros. Se irguió y sonrió a la noche. Respiró con suavidad, llenando su pecho de las esencias que lo rodeaban, excitándose con la anticipación de la caza. Sabía dónde debía ir para encontrar un inquisidor. Rió mientras se acercó a las cuadras, y sacó su caballo para partir en la noche.
Cabalgó con un ritmo salvaje, escuchando varios gritos sorprendidos y excitados. Todos sus vecinos lo odiaban y admiraban, porque era tan salvaje e indomable, que no le importaba no cumplir las normas sociales. Todos pensaban que era el típico militar poderoso, que al pasar mucho tiempo en el mar, se había convertido en un hombre primario y solitario. Rodeado de mujeres deseosas de aventuras, pero nunca atado en matrimonio. Pero no era así, era sólo que era demasiado arrogante como para seguir las normas de unos humanos. Nadie le decía qué hacer, decir o pensar. Era un guerrero. Un vikingo. Amaba la lucha y la guerra, los bailes, sonrisas corteses y demás fruslerías no iban con él. ¡Demonios!. Él estaba por encima de todo eso.
Cabalgó como un demonio, aproximándose a las afueras de París, y siguió sobre su corcel negro, hasta que llegó a las mansiones avandonadas. Un hombre le había dicho que había una encantada, que cuando pasas cerca, podías sentir cómo el bello de tus brazos se erizaba. Y cuando las noches eran tan silenciosas como la misma muerte, podías escucha al demonio tocando el violín. El demonio. Rió con todas sus fuerzas mientras aminoraba la marcha de su cabalgadura, acercándose a una casa cualquiera. DEtuvo su caballo, y se bajó de él con un movimiento elegante y felino. Los años de experiencia, haciendo lo mismo una y otra vez, lo habían hecho perfeccionar el arte de montar y desmontar. Dejando que todos admirasen sus movimientos sobre el caballo, como si fuese el animal una parte de él. Y tal vez, así fuera, porque mientras cabalgaba, el mundo desaparecía. Cerraba los ojos, y por un instante, podía volver a oler el rico aroma de las praderas salvajes. EL cuero y el olor de la madera quemada, mezclados con el único perfume del bosque de su juventud. Todo aquello había desaparecido. Su pueblo ahora formaba un amplio territorio, lleno de casas elegantes, tan diferentes de las cabañas y el castillo que habían estado allí. Su gente, sus hombres valerosos, habían perecido y sus hijos ya no recordaban el idioma de sus ancestros. Ni siquiera habían adoradores de Odín. Nadie conocería la perfección de Valhalla .
Caminó por las piedras irregulares de la ajada mansión. Sus paredes se inclinaban en un ángulo peligroso, llenando de sombras todo lo que la rodeaba. Permitiendo que sus ojos brillasen, de una forma imposible, en la oscuridad. Era una característica que siempre había tenido. Era el brillo azul iridiscente de la estirpe más peligrosa de los vikingos, los bersekers. Cerró los ojos y escuchó el silencio. Las hojas de los árboles se agitaban en la noche, creando una melodía silbante. El correteo de varios ratones, dentro de la casa, podía percibirse con total claridad, al menos si tenías un oído tan sensible como el de un vampiro. Sonrió y abrió los ojos, levantando el rostro y encontrando una imagen sobrecogedora. Un hombre lo miraba desde un ventanal, como si él fuese un demonio, una bestia surgida de la oscuridad de la noche. Lo miró con serenidad, dejando que sus labios se abriesen, casi como si estuvieran esperando ser acariciados por el otro.
- Saludos, sorglegt-eyed maðr- Le susurró a la aparición. Su voz se escuchó con claridad en la silenciosa noche, mientras su cuerpo inmóvil, dejaba que el viento meciera su cabello rubio oscuro, su chaqueta se abrió, dejando que su camisa mostrase parte de su pecho y cuello. La palidez de su piel destacaba en la oscuridad, como si la noche lo hubiera amado tanto, que lo favoreciera aún más de lo que su rostro, masculino y sereno por ahora, podría hacerlo. Por que en el fondo, su belleza residía en su alma oscura y torturada, en la valentía de sus actos, y en el coraje perverso de su voz. Extendió uno de sus brazos hacia él, acariciando el rostro en el aire, como haría cualquier niño, contento de tapar el sol con un dedo. Sabía que su caricia no le llegaría, pues estaban a varios metros de distancia, él en el suelo junto a su caballo, y él en el ventanal de la derruida mansión. Aún así, pudo sentir el electrificante escalofrío que sacudió las yemas de sus dedos. Extraño. Irreal. Y aún así, sus labios reproducieron un gemido placentero, respondiendo a la sensación que había creado su imaginación.
- Spoiler:
- *sorglegt-eyed maðr = hombre de ojos tristes
Löwe Von Meer- Vampiro Clase Alta
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Re: Siluetas [Löwe Von Meer]
** Le pareció una eternidad, estar ahí de pie frente al ventanal contemplando la oscuridad, dejando que esta engullera sus recuerdos más tortuosos, se abrazó a ella mientras dejaba que el silbido del viento tocara una sinfonía para sus oídos, ni una sola criatura viviente se movía alrededor, sin embargo el espectáculo que la vida nocturna le ofrecía era engañoso, estaba sumergido en las profundidades de sus propias consideraciones y enigma, caminaba en laberintos hacia rumbos inhóspitos, siempre lo hacía, pero el paisaje hipnótico siempre era el mismo: las calles frías, las personas charlando de temas tan triviales, el desteñido cielo que se erguía portentoso sobre esa zona apartada de París. Las cigarras emitían sus sórdidos cantos desde la arboleda que crecía alrededor, gigantescos vigías que derramaban sus suaves sombras sobre el follaje espeso, los tonos verduscos se confundían con los azulados creando una bella simbiosis que se antojaba una eternidad.
El fantasma contuvo el aliento y sonrió, cerró los ojos y aguardó un par de minutos antes de vislumbrar el paisaje nuevamente, un estrepitoso ruido rasgó la tranquilidad de la noche, de la nada la tupida maleza se agitaba de un lado a otro y el canto de las criaturillas nocturnas cesó de golpe, las escasas nubes viajeras se deslizaban por el firmamento danzaban inquietas y abrían camino a la luz natural de la noche, el espectro parpadeó e intentó asimilar el cambio que se suscitaba. Lentamente una presencia ajena a los elementos se aproximaba sobre la tierra blanda, el eco de un cabalgar resonaba estruendoso, un ente insoportable se reveló en el claro.
Era un varón de tez clara, muy atractivo y distinto de todo lo que le rodeaba. Experimentó sensaciones conflictivas que le dejaron paralizado, curiosidad tal vez, ¿temor? No podía ser posible, ningún ente tenía la capacidad de amedrentarlo de tal forma, pero ese halo maldito que rodeaba al recién llegado sofocaba el lugar, la belleza del paisaje se había posado sobre él, no era como ningún otro personaje que había encarado antes, durante su errante camino tiempo atrás no había cruzado palabra con alguien como él. Maldito y divino, como si la sociedad misma le hubiera expulsado hasta él. Su postura gallarda de pie, a lado de su caballo, la seguridad con la que se mostraba
-Engreído– pensó.
Estaba absorto contemplándolo, cuando un par de palabras llegaron hasta el fantasma a través de las corrientes del viento, la lengua en que fueron pronunciadas era desconocida para él, nunca la había escuchado, la desconocía, todo era nuevo, los rasgos, esos ojos de un brillo cristalino que debía temer por alguna razón que aún no lograba explicarse. Sonrió y tomó la bolsa aterciopelada, la colgó como de costumbre en su hombro izquierdo y valiéndose de sus habilidades cruzó el umbral para posarse frente al hombre que le veía detenidamente, sentía una atracción sin lugar a dudas, debía penetrar en sus sentidos y en su mirada. De frente a él, su curiosidad le guió hasta ese ente desconocido, le miró
-Me llamo Ruslan- pronunció.**
El fantasma contuvo el aliento y sonrió, cerró los ojos y aguardó un par de minutos antes de vislumbrar el paisaje nuevamente, un estrepitoso ruido rasgó la tranquilidad de la noche, de la nada la tupida maleza se agitaba de un lado a otro y el canto de las criaturillas nocturnas cesó de golpe, las escasas nubes viajeras se deslizaban por el firmamento danzaban inquietas y abrían camino a la luz natural de la noche, el espectro parpadeó e intentó asimilar el cambio que se suscitaba. Lentamente una presencia ajena a los elementos se aproximaba sobre la tierra blanda, el eco de un cabalgar resonaba estruendoso, un ente insoportable se reveló en el claro.
Era un varón de tez clara, muy atractivo y distinto de todo lo que le rodeaba. Experimentó sensaciones conflictivas que le dejaron paralizado, curiosidad tal vez, ¿temor? No podía ser posible, ningún ente tenía la capacidad de amedrentarlo de tal forma, pero ese halo maldito que rodeaba al recién llegado sofocaba el lugar, la belleza del paisaje se había posado sobre él, no era como ningún otro personaje que había encarado antes, durante su errante camino tiempo atrás no había cruzado palabra con alguien como él. Maldito y divino, como si la sociedad misma le hubiera expulsado hasta él. Su postura gallarda de pie, a lado de su caballo, la seguridad con la que se mostraba
-Engreído– pensó.
Estaba absorto contemplándolo, cuando un par de palabras llegaron hasta el fantasma a través de las corrientes del viento, la lengua en que fueron pronunciadas era desconocida para él, nunca la había escuchado, la desconocía, todo era nuevo, los rasgos, esos ojos de un brillo cristalino que debía temer por alguna razón que aún no lograba explicarse. Sonrió y tomó la bolsa aterciopelada, la colgó como de costumbre en su hombro izquierdo y valiéndose de sus habilidades cruzó el umbral para posarse frente al hombre que le veía detenidamente, sentía una atracción sin lugar a dudas, debía penetrar en sus sentidos y en su mirada. De frente a él, su curiosidad le guió hasta ese ente desconocido, le miró
-Me llamo Ruslan- pronunció.**
Lasher- Fantasma
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Re: Siluetas [Löwe Von Meer]
" Con el mismo nombre, distintas almas, la misma historia. Acompáñame, espíritu, sigue mi estela de muerte y destrucción".
Observó la forma en la que el hombre se acercó a él, casi como si fuera una pluma mecida por el viento. No era posible cruzar el espacio, por un camino oculto, en el aire. Pero a pesar de ello, no podía evitar sentir que era algo natural. Su habilidad de moverse, fluyendo como el agua, hasta él, lo hacía aún más interesante a sus ojos. Había ido a buscar un espíritu, un alma atormentada, en la soledad de la noche. Nada lo había preparado para encontrar algo tan especial y único como él. Dese sus ojos, con esas pestañas tan largas y oscuras, que a pesar de ser femeninas, le otorgaban un aspecto mucho más masculino. Su mirada triste, a la par de curiosa. Sus labios, suaves arcos que se separaban para decir su nombre...
- Me llamo Ruslan- Su voz lo acarició en una parte de su interior, que ya había considerado muerta. Casi hipnotizado por su inocencia, le sonrió con picardía, intentando no expresar nada más que su arrogante personalidad. Pero su mente.... Su mente bullía, sus pensamientos se rizaban a toda velocidad, llevándolo a su pasado más lejano, al momento en el que era aún humano. Un vikingo, uno de los hombres más poderosos de su estirpe. Imparable, tonto de él, se creía invencible. Aunque, mil años después, seguía cometiendo el mismo error. Pero, a pesar de todo, sabía que él podía considerarse así. Era un exterminador, un guerrero, un luchador. La victoria, en cualquiera de sus aspectos, era siempre su meta. Ahora, frente a este hombre, sólo podía reírse del destino.
- Ruslan....- Sacudió su cabeza aún incrédulo. ¿Cómo podía suceder algo así?. Ni siquiera estaban en Rusia, no estaban en el antiguo territorio de "la Rus". Y aún así, tenía frente a sí, un hombre que respondía ante el mismo nombre que él había tenido. El nombre por el que, a su territorio conquistado, le llamó "la Rus". Tras varios siglos, había cambiado su nombre a Löwe, aunque su nombre seguía siendo el mismo, sólo que en otro idioma.
Alzó su mano, acercándola con lentitud hasta el rostro del otro hombre. Sus habilidades, podían decirle qué pensaba, qué sentía, qué era.... Podía incluso hacer que hiciera todo lo que deseaba, con sólo mover sus labios. Pero no lo haría, disfrutaría de su cercanía, torturándolo con su presencia, con su voz, con las suaves caricias otorgadas al aire. ¡Cuán maravilloso era!. Lo quería para sí, y al mismo tiempo, lo quería lejos de él. En un lugar oscuro, abandonado. Tan sólo cómo lo estaba él. Porque ambos eran Ruslan, porque ambos eran hojas mecidas por el destino. Una vez juntos, quizás para siempre, quizás un instante.
Con la mano aún cerca de su rostro, la detuvo a escasos centímetros de su mejilla. La arrastró en el aire, con la misma suavidad con la que lo haría si pudiera tocar su piel. Mostrándole, lo que podría ser, lo que podría sentir. Bajó la mano hasta su pecho, acariciando el lugar en el que debía estar su corazón en el lado izquierdo, mientras comenzaba a rodearlo. Se detuvo en su espalda, disfrutando de los pocos centímetros, con los que superaba al fantasma en altura. - Encantado, Ruslan.- Le susurró con suavidad junto a su oído derecho. Podría reír, porque sabía que su voz podía hacer muchas más cosas en el interior del otro hombre, que sus manos no podrían hacer. - Yo soy Löwe. Amante de la muerte, amo de la oscuridad, portador de guerras.- Inspiró sobre el cuello masculino, como si a pesar del aroma que dominaba la noche, podría captar su aroma personal. La esencia ausente de su cuerpo, aún no materializado, lo frustraba. Pero mantuvo la sonrisa, aunque él no pudiera verlo, y con sus manos, trazó la curva de su hombro derecho. - ¿Me harás compañía, dulce, dulce Ruslan?.- Le preguntó, poniendo un tono oscuro en su voz. El mismo, que usaba mientras desnudaba a sus amantes.
Observó la forma en la que el hombre se acercó a él, casi como si fuera una pluma mecida por el viento. No era posible cruzar el espacio, por un camino oculto, en el aire. Pero a pesar de ello, no podía evitar sentir que era algo natural. Su habilidad de moverse, fluyendo como el agua, hasta él, lo hacía aún más interesante a sus ojos. Había ido a buscar un espíritu, un alma atormentada, en la soledad de la noche. Nada lo había preparado para encontrar algo tan especial y único como él. Dese sus ojos, con esas pestañas tan largas y oscuras, que a pesar de ser femeninas, le otorgaban un aspecto mucho más masculino. Su mirada triste, a la par de curiosa. Sus labios, suaves arcos que se separaban para decir su nombre...
- Me llamo Ruslan- Su voz lo acarició en una parte de su interior, que ya había considerado muerta. Casi hipnotizado por su inocencia, le sonrió con picardía, intentando no expresar nada más que su arrogante personalidad. Pero su mente.... Su mente bullía, sus pensamientos se rizaban a toda velocidad, llevándolo a su pasado más lejano, al momento en el que era aún humano. Un vikingo, uno de los hombres más poderosos de su estirpe. Imparable, tonto de él, se creía invencible. Aunque, mil años después, seguía cometiendo el mismo error. Pero, a pesar de todo, sabía que él podía considerarse así. Era un exterminador, un guerrero, un luchador. La victoria, en cualquiera de sus aspectos, era siempre su meta. Ahora, frente a este hombre, sólo podía reírse del destino.
- Ruslan....- Sacudió su cabeza aún incrédulo. ¿Cómo podía suceder algo así?. Ni siquiera estaban en Rusia, no estaban en el antiguo territorio de "la Rus". Y aún así, tenía frente a sí, un hombre que respondía ante el mismo nombre que él había tenido. El nombre por el que, a su territorio conquistado, le llamó "la Rus". Tras varios siglos, había cambiado su nombre a Löwe, aunque su nombre seguía siendo el mismo, sólo que en otro idioma.
Alzó su mano, acercándola con lentitud hasta el rostro del otro hombre. Sus habilidades, podían decirle qué pensaba, qué sentía, qué era.... Podía incluso hacer que hiciera todo lo que deseaba, con sólo mover sus labios. Pero no lo haría, disfrutaría de su cercanía, torturándolo con su presencia, con su voz, con las suaves caricias otorgadas al aire. ¡Cuán maravilloso era!. Lo quería para sí, y al mismo tiempo, lo quería lejos de él. En un lugar oscuro, abandonado. Tan sólo cómo lo estaba él. Porque ambos eran Ruslan, porque ambos eran hojas mecidas por el destino. Una vez juntos, quizás para siempre, quizás un instante.
Con la mano aún cerca de su rostro, la detuvo a escasos centímetros de su mejilla. La arrastró en el aire, con la misma suavidad con la que lo haría si pudiera tocar su piel. Mostrándole, lo que podría ser, lo que podría sentir. Bajó la mano hasta su pecho, acariciando el lugar en el que debía estar su corazón en el lado izquierdo, mientras comenzaba a rodearlo. Se detuvo en su espalda, disfrutando de los pocos centímetros, con los que superaba al fantasma en altura. - Encantado, Ruslan.- Le susurró con suavidad junto a su oído derecho. Podría reír, porque sabía que su voz podía hacer muchas más cosas en el interior del otro hombre, que sus manos no podrían hacer. - Yo soy Löwe. Amante de la muerte, amo de la oscuridad, portador de guerras.- Inspiró sobre el cuello masculino, como si a pesar del aroma que dominaba la noche, podría captar su aroma personal. La esencia ausente de su cuerpo, aún no materializado, lo frustraba. Pero mantuvo la sonrisa, aunque él no pudiera verlo, y con sus manos, trazó la curva de su hombro derecho. - ¿Me harás compañía, dulce, dulce Ruslan?.- Le preguntó, poniendo un tono oscuro en su voz. El mismo, que usaba mientras desnudaba a sus amantes.
Löwe Von Meer- Vampiro Clase Alta
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Re: Siluetas [Löwe Von Meer]
** Se perdió por unos instantes en la mirada azul del visitante nocturno, la noche le había regalado a este personaje, como si el seno de la sociedad lo hubiera expulsado hasta el fantasma, le tenía frente a frente y ahora mismo no desearía estar en ningún otro lugar, sus años de eterno vagar lo había depositado en Francia, lo habían dejado quieto en esas zonas alejadas del país, era una hoja que por un momento se había dejado vencer.
Los tenebrosos cantos de las criaturas nocturnas apenas se podía escuchar, tan solo el quejido del viento chillaba entre los árboles cuando se paseaba entre el pequeño espacio que había entre aquellas dos figuras. Actuaba como una barrera apenas audible que los seguía separando. La detestaba, detestaba esa barrera, por primera vez una persona le mantenía la mirada, esa mirada a la que siempre rehuían.
Sin embargo su visitante seguía siendo un enigma para el espectro, la fachada perfecta podía cubrir sus secretos más íntimos, sus facciones tan elegantes tan solo le bastaban por ahora para continuar conociéndolo, quería penetrar en ese secreto que guardaba. El tacto extraño lo tomó por sorpresa, se limitó a mantener la misma postura y de manera inconsciente, casi mecánica el fantasma cobró forma, así dejó que el toque de muerte que se posaba sobre él le cubriera, las palabras apenas audibles se quedaron en su mente, se quedaron para siempre en su interior. Su nombre se había revelado.
Al mostrarse de forma corpórea elevó su mano derecha para unirse al toque de su acompañante, sintió la necesidad de contarle todo, de develar su pasado, sus caminos recorridos, deslizó su mano, se la quitó de encima, se sintió liberado.
-Un gusto Löwe, si mi compañía es de su agrado, puedo tocar algo para usted.
Silencio. Dejó que sus palabras llenaran la brecha que aún sentía entre ellos, espero con gusto la respuesta, esperó ansioso, quería tocar, tocar para él. **
Los tenebrosos cantos de las criaturas nocturnas apenas se podía escuchar, tan solo el quejido del viento chillaba entre los árboles cuando se paseaba entre el pequeño espacio que había entre aquellas dos figuras. Actuaba como una barrera apenas audible que los seguía separando. La detestaba, detestaba esa barrera, por primera vez una persona le mantenía la mirada, esa mirada a la que siempre rehuían.
Sin embargo su visitante seguía siendo un enigma para el espectro, la fachada perfecta podía cubrir sus secretos más íntimos, sus facciones tan elegantes tan solo le bastaban por ahora para continuar conociéndolo, quería penetrar en ese secreto que guardaba. El tacto extraño lo tomó por sorpresa, se limitó a mantener la misma postura y de manera inconsciente, casi mecánica el fantasma cobró forma, así dejó que el toque de muerte que se posaba sobre él le cubriera, las palabras apenas audibles se quedaron en su mente, se quedaron para siempre en su interior. Su nombre se había revelado.
Al mostrarse de forma corpórea elevó su mano derecha para unirse al toque de su acompañante, sintió la necesidad de contarle todo, de develar su pasado, sus caminos recorridos, deslizó su mano, se la quitó de encima, se sintió liberado.
-Un gusto Löwe, si mi compañía es de su agrado, puedo tocar algo para usted.
Silencio. Dejó que sus palabras llenaran la brecha que aún sentía entre ellos, espero con gusto la respuesta, esperó ansioso, quería tocar, tocar para él. **
Lasher- Fantasma
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Re: Siluetas [Löwe Von Meer]
La solidez del cuerpo fantasmal lo sorprendió. Él lo atormentaba, dejando que sus manos acariciasen perniciosamente su "figura" y él se solidificaba para el taimado ser que era. ¿Realmente es tan inocente?. Estaba tan sorprendido, que su cuerpo se paralizó, a su espalda, permitiendo que el joven fantasma alejase su mano de su hombro.
- Toca para mí, Ruslan. Haz que mi alma perdida pueda tocar la vuestra. Aunque, sólo tras el velo de las notas, puras y decadentes, de vuestra música llegue a unirme a vos, os advierto; no tentéis al demonio.- Rió mientras se deslizaba a su lado y le miraba a los ojos con intensidad.- No dudaré en tomar todo de ti.- Y como si nada, su expresión cambió con rapidez. Convirtiéndose en una expresión inocente y expectante. Todo su ser esperando, esperando...
Cerró los ojos y se relajó, dejando que su cuerpo se acostumbrase al aire que mecía sus ropajes y cabello. Alejándose del suave relinchar de su caballo, que paseaba tranquilamente olfateando un ratoncillo. Separando el golpeteo constante de las ventanas, ajadas por el tiempo pero aún unidas a sus bisagras, golpear la pared derruida de la casa. Ignorando el susurro del viento contra la madera desnuda del tejado. Fingiendo, que no había nada. Ningún sonido, salvo el golpeteo del corazón, ahora materializado, del cuerpo del fantasma. Para que así, sólo pudiera escuchar su melodía, y quizás, si tenía maestría, capturarlo como tantos otros habían intentado y habían fracasado. Porque algo, en su fuero interno, le decía que al final, la bestia siempre cedía ante las almas puras. Y Ruslan, era un joven puro. De ahí que le advirtiera que no lo tentara, pues sólo deseaba ser un compañero fugaz en su travesía. Quizás un confidente o protector. Y con el tiempo, podría ser su amigo. Siempre y cuando no te lo hayas comido por el camino, se recordó a sí mismo.
Löwe Von Meer- Vampiro Clase Alta
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