AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Niñas errantes | Privado
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Niñas errantes | Privado
Una cosa terrible acerca de la búsqueda de la verdad es que se la encuentre.
Remy De Gourmont
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—Definitivamente, no lo haré —la voz de Tatiana sonaba agitada, mientras fregaba las sábanas y se lastimaba los nudillos en la tarea.
—No seas gallina, Taneshka…
—No soy gallina —se incorporó levemente, inclinando su cabeza, hacia el sitio donde estaba Vera levitando— Solamente que no tengo el dinero suficiente para un gasto semejante. ¿Cuánto crees que me paga la abuela?
—Puedes hacer algún sacrificio, sonreírle dulcemente, con ese rostro lindo que tienes, y quizá te haga una rebaja.
—De todas maneras, no podría costearlo —retomó su tarea, con más fuerza, a pesar del dolor de los pequeños callos que se le habían formado en sus largos y delgados dedos.
—Si fueras tú la que estuviera muerta, yo haría lo que sea por ti…
—Veroshka… —la conocía a la perfección, y sabía que su hermana no hubiera movido un dedo por ella. Sin embargo, no pudo evitar una punzada de culpa al reflexionar sobre aquella frase. — ¿Es tan bueno como dices? ¿O sólo lo estás inventando?
—Lo he seguido en varias oportunidades, y puedo asegurarte que es un gran profesional. Y muy guapo… —lo sugerente del tono provocó una mueca de disgusto en Tatiana, lo que le arrancó una sonrisa socarrona a Vera.
—Bueno…está bien. Iremos a verlo, pero no prometo nada —y aunque no pudiese verla, la conocía perfectamente, y sabía que su melliza estaba sonriendo triunfal.
—No seas gallina, Taneshka…
—No soy gallina —se incorporó levemente, inclinando su cabeza, hacia el sitio donde estaba Vera levitando— Solamente que no tengo el dinero suficiente para un gasto semejante. ¿Cuánto crees que me paga la abuela?
—Puedes hacer algún sacrificio, sonreírle dulcemente, con ese rostro lindo que tienes, y quizá te haga una rebaja.
—De todas maneras, no podría costearlo —retomó su tarea, con más fuerza, a pesar del dolor de los pequeños callos que se le habían formado en sus largos y delgados dedos.
—Si fueras tú la que estuviera muerta, yo haría lo que sea por ti…
—Veroshka… —la conocía a la perfección, y sabía que su hermana no hubiera movido un dedo por ella. Sin embargo, no pudo evitar una punzada de culpa al reflexionar sobre aquella frase. — ¿Es tan bueno como dices? ¿O sólo lo estás inventando?
—Lo he seguido en varias oportunidades, y puedo asegurarte que es un gran profesional. Y muy guapo… —lo sugerente del tono provocó una mueca de disgusto en Tatiana, lo que le arrancó una sonrisa socarrona a Vera.
—Bueno…está bien. Iremos a verlo, pero no prometo nada —y aunque no pudiese verla, la conocía perfectamente, y sabía que su melliza estaba sonriendo triunfal.
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Tatiana se había visto obligada a levantarse dos horas antes de lo habitual, y de esa manera, lograr terminar al atardecer con sus tareas. Estaba cansada. Había trabajado de Sol a Sol, y sólo deseaba su cama –por más incómoda que ésta fuese-. Sin embargo, no podía resistir el destello de alegría que notaba en la mirada, generalmente repleta de rencor, de su melliza. Había tenido una semana para intentar convencerla de que aquello era una locura, que hasta podía llegar a ser peligroso, pero conforme pasaban los días, el entusiasmo de Vera iba in crescendo. La descubría dando volteretas en su habitación, como cuando eran niñas. Se había acostumbrado tanto a su presencia huraña y melancólica, que hasta le parecía otro ser aquella muchacha con la cual había compartido el vientre materno. La conexión entre ellas, a concepto de Tatiana, siempre había sido sólo de su parte; la rubia, desde pequeñas, sabía cuándo su hermana estaba bien, mal, preocupada o alegre, aunque no se encontrasen en el mismo sitio o no la tuviese a la vista. Algo en su corazón se lo dictaba. Sin embargo, Vera no había tenido jamás aquellos presentimientos, y eso desilusionaba un poco a la menor, aunque había terminado acostumbrándose a la cuasi indiferencia de su hermana.
Se había colocado un uniforme limpio, el de las ocasiones especiales. No tenía variedad de ropa, aunque había obviado la cofia, y a cambio, había hecho una trenza que le llegaba hasta la cintura. Su cabello era larguísimo, y a pesar de que le habían dicho que lo mejor era que se lo cortase, a ella le gustaba así. Tampoco llevaba puesto el delantal, y había lustrado sus zapatos hasta que pareciesen nuevos, por más que tuviesen más de un año. Su aspecto era, claramente, el reflejo de lo que era: una muchacha sin recursos, empleada de una residencia. A pesar de lo humilde del diseño de su ropaje, era de buena calidad. Al menos, la abuela se encargaba de que sus empleados no pareciesen vagabundos. Caminó por las largas calles de París, un poco perdida y desconfiada de seguir a Vera, quien se suponía, había perseguido al detective sin que notase su presencia. En ocasiones, a Tania le parecía una locura lo que vivía; podía ver al espíritu de su hermana muerta. El Sol ya casi estaba oculto en el horizonte, detrás de los edificios, y a la rubia poco le agradaba la idea de caminar sola por una ciudad que le resultaba enorme y desconocida. A veces, sentía el terrible impulso de volver al pequeño pueblo de Rusia en el que había nacido, levantarse al alba a ordeñar las vacas, estudiar durante la mañana, y ayudar en las tareas del hogar el resto del día. Aquella vida monótona, como la denominaba la difunta de los Belov, era la máxima expresión de la felicidad para Taneshka.
Place du Tertre era un sitio desconocido para ella, sin embargo, la morena parecía manejarlo a la perfección. Y por más que un gesto de preocupación le ensombreciese el gesto, Tatiana no podía evitar al sorprenderse rodeada de aquellos artistas, aunque la mayoría ya abandonaban el lugar, todavía quedaban algunos pintores. La muchacha no pudo evitar pararse frente a un retratista, que estaba culminando con el rostro de una dama joven, evidentemente de la alta alcurnia; sin embargo, a ella el lujo no le atraía, pero sí el talento del hombre, que la miró de reojo y le sonrió. Ella le devolvió inmediatamente el gesto, y lanzó un suave suspiro cuando Vera reclamó su presencia y que dejase de distraerse con estupideces que a nadie le importaban. Murmuró una disculpa, no supo por qué, y se marchó. Siguió embelesada con el paisaje urbano que le ofrecía ese lugar, en contadas ocasiones había salido de la mansión, y sólo para hacer algunas compras, sin reparar demasiado en derredor. Ahora entendía por qué muchos se enloquecían con París, y si bien ella no tenía aquella fascinación por lo excéntrica que podía llegar a ser esa ciudad, y prefería el campo, no podía negar que no era infeliz allí, aunque a diario se quisiese convencer de ello.
Vera tiró de su manga; y como en muchas ocasiones, a la rubia la habían mirado como a una loca, había aprendido a no hablar en vos alta con su hermana cuando se encontrasen en la vía pública. Se limitó a seguirla, como venía haciéndolo desde hacía casi una hora. Las piernas le pesaban del cansancio, y un leve rugido en su estómago le recordaba que ese día casi no había ingerido alimento. Le hubiera gustado contar con suficiente dinero para comprar algo en la calle o en alguna de las tiendas que aún no habían cerrado, pero negó con la cabeza, a sabiendas que no podía darse ese lujo. Los pocos francos que ganaba, se los enviaba a sus padres. Sabía que tardaban mucho en cruzar el continente, pero a ella no le importaba, sabía que ellos los necesitaban más, pues ella tenía techo y comida asegurados. Vera se quejaba de su mediocridad, y la instaba a que ahorra para que adquiriese alguna prenda bonita, pero la rubia se negaba rotundamente.
—Es él —murmuró entusiasmada, y se paró sobre el banco, señalando a un caballero alto, elegante, guapo, conversando con otro un poco más bajo, menos atlético, y de mayor edad.
—No puedo creer que te hayas dedicado a seguir a un hombre, inmiscuyéndote en sus asuntos privados —murmuró, cuidando de que nadie la escuchase.
—Si fueras tú la que pasó por lo mismo que yo, no harías ese comentario —el tono gélido de su voz, no dio derecho a réplica. Esperaron unos minutos, unos largos y eternos minutos, hasta que terminó la charla y quedó solo. —Ahora, ve, Tania… —vio a su hermana levantarse sin demasiada convicción, y la siguió a distancia prudente, no quería presionarla.
—Disculpe, Monsieur… —murmuró Tatiana, acercándose desde su costado derecho. — ¿Podría hablar un instante con usted? Mi nombre es Tatiana Belova —le extendió la mano, rogando ser lo suficientemente cortés; a pesar de que el francés le salía con fluidez, no podía quitar el acento ruso del mismo. —No le quitaré mucho tiempo —sonrió dulcemente, parecía amable.
Se había colocado un uniforme limpio, el de las ocasiones especiales. No tenía variedad de ropa, aunque había obviado la cofia, y a cambio, había hecho una trenza que le llegaba hasta la cintura. Su cabello era larguísimo, y a pesar de que le habían dicho que lo mejor era que se lo cortase, a ella le gustaba así. Tampoco llevaba puesto el delantal, y había lustrado sus zapatos hasta que pareciesen nuevos, por más que tuviesen más de un año. Su aspecto era, claramente, el reflejo de lo que era: una muchacha sin recursos, empleada de una residencia. A pesar de lo humilde del diseño de su ropaje, era de buena calidad. Al menos, la abuela se encargaba de que sus empleados no pareciesen vagabundos. Caminó por las largas calles de París, un poco perdida y desconfiada de seguir a Vera, quien se suponía, había perseguido al detective sin que notase su presencia. En ocasiones, a Tania le parecía una locura lo que vivía; podía ver al espíritu de su hermana muerta. El Sol ya casi estaba oculto en el horizonte, detrás de los edificios, y a la rubia poco le agradaba la idea de caminar sola por una ciudad que le resultaba enorme y desconocida. A veces, sentía el terrible impulso de volver al pequeño pueblo de Rusia en el que había nacido, levantarse al alba a ordeñar las vacas, estudiar durante la mañana, y ayudar en las tareas del hogar el resto del día. Aquella vida monótona, como la denominaba la difunta de los Belov, era la máxima expresión de la felicidad para Taneshka.
Place du Tertre era un sitio desconocido para ella, sin embargo, la morena parecía manejarlo a la perfección. Y por más que un gesto de preocupación le ensombreciese el gesto, Tatiana no podía evitar al sorprenderse rodeada de aquellos artistas, aunque la mayoría ya abandonaban el lugar, todavía quedaban algunos pintores. La muchacha no pudo evitar pararse frente a un retratista, que estaba culminando con el rostro de una dama joven, evidentemente de la alta alcurnia; sin embargo, a ella el lujo no le atraía, pero sí el talento del hombre, que la miró de reojo y le sonrió. Ella le devolvió inmediatamente el gesto, y lanzó un suave suspiro cuando Vera reclamó su presencia y que dejase de distraerse con estupideces que a nadie le importaban. Murmuró una disculpa, no supo por qué, y se marchó. Siguió embelesada con el paisaje urbano que le ofrecía ese lugar, en contadas ocasiones había salido de la mansión, y sólo para hacer algunas compras, sin reparar demasiado en derredor. Ahora entendía por qué muchos se enloquecían con París, y si bien ella no tenía aquella fascinación por lo excéntrica que podía llegar a ser esa ciudad, y prefería el campo, no podía negar que no era infeliz allí, aunque a diario se quisiese convencer de ello.
Vera tiró de su manga; y como en muchas ocasiones, a la rubia la habían mirado como a una loca, había aprendido a no hablar en vos alta con su hermana cuando se encontrasen en la vía pública. Se limitó a seguirla, como venía haciéndolo desde hacía casi una hora. Las piernas le pesaban del cansancio, y un leve rugido en su estómago le recordaba que ese día casi no había ingerido alimento. Le hubiera gustado contar con suficiente dinero para comprar algo en la calle o en alguna de las tiendas que aún no habían cerrado, pero negó con la cabeza, a sabiendas que no podía darse ese lujo. Los pocos francos que ganaba, se los enviaba a sus padres. Sabía que tardaban mucho en cruzar el continente, pero a ella no le importaba, sabía que ellos los necesitaban más, pues ella tenía techo y comida asegurados. Vera se quejaba de su mediocridad, y la instaba a que ahorra para que adquiriese alguna prenda bonita, pero la rubia se negaba rotundamente.
—Es él —murmuró entusiasmada, y se paró sobre el banco, señalando a un caballero alto, elegante, guapo, conversando con otro un poco más bajo, menos atlético, y de mayor edad.
—No puedo creer que te hayas dedicado a seguir a un hombre, inmiscuyéndote en sus asuntos privados —murmuró, cuidando de que nadie la escuchase.
—Si fueras tú la que pasó por lo mismo que yo, no harías ese comentario —el tono gélido de su voz, no dio derecho a réplica. Esperaron unos minutos, unos largos y eternos minutos, hasta que terminó la charla y quedó solo. —Ahora, ve, Tania… —vio a su hermana levantarse sin demasiada convicción, y la siguió a distancia prudente, no quería presionarla.
—Disculpe, Monsieur… —murmuró Tatiana, acercándose desde su costado derecho. — ¿Podría hablar un instante con usted? Mi nombre es Tatiana Belova —le extendió la mano, rogando ser lo suficientemente cortés; a pesar de que el francés le salía con fluidez, no podía quitar el acento ruso del mismo. —No le quitaré mucho tiempo —sonrió dulcemente, parecía amable.
Tatiana/Vera Belova- Humano Clase Baja
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Fecha de inscripción : 03/06/2014
Re: Niñas errantes | Privado
El trabajo resultaba productivo, no podía quejarse de que su socio le hubiese dejado mal parado en ese aspecto y ¿Cómo podía haber sido eso? Si su padre le quiso y le cuido toda la vida, mostrándole lo que necesitaba saber para sobrevivir una vez que partiera de aquel mundo. Para Dylan el descubrir cosas para otros era fascinante, pero cuando se trataba de él mismo, ahí prefería lanzar la toalla. Tuvo todo cuanto pudo pedir y por ese motivo dejo a su madre de lado; si ella no había pensado jamas en su hijo o en el hombre que le amo hasta que sus días terminaron, entonces al menos Dylan, no pensaría más en ella.
Ese día debía entregar los resultados de una de sus pequeñas investigaciones. Era curioso como la mayor parte de los hombres temían el ser engañados por sus esposas. Los egos masculinos heridos eran en gran parte los que le daban la oportunidad de vivir de una manera decente, por eso es que daba infinitas gracias por aquellas mujeres que no podían mantenerse con una sola persona; claro que igual agradecía no formar parte de los hombres con dudas sobre sus parejas, aunque eso se debía claramente a la carencia de una mujer estable en su vida. Él era en esos tiempos, el tipo con quien se engañaba, no al que engañaban.
La cita dio comienzo a la tarde y se demoro lo que ya Dylan sabía. Siempre era lo mismo ¿Cómo es él? ¿Lo ve continuamente? Preguntas que ya se sabia de sobra y que unicamente dañaban; sin embargo, continuaban haciéndolas, como si preguntar fuera a cambiar algo. ¿Por qué los demás no eran como él? ¿Por qué no les era suficiente conocer el engaño sin entrar en los detalles? Igual, aquello no era su problema. Si los hombres buscaban herirse más, al ellos. Preciso quien le contratara le mantuvo en la plaza mucho más tiempo del esperado y lo único bueno de todo aquello fue que recibio el pago y dio por finalizada aquella investigación.
– Hasta pronto, sabe que puede llamarme para cualquier asunto – dijo con una sonrisa divertida mientras su cliente se alejaba, con la verdad y cuestas y las ilusiones rotas. Giraba entonces para alejarse e ir a casa cuando una bella criatura de ojos hermosos y cabello rubio le detuvo.
Era poco usual que fuera abordado de esa manera pero no del todo imposible, así que miro a la joven y le analizo. Sus ropas eran de confección sencilla pero buena calidad, su cabello recogido y a juzgar por la visión general, a pesar de lo guapa que era, seguramente pertenecía a una clase baja y era mujer de servicio; aún así le sonrío de manera educada.
– Por supuesto – estiro la mano para sujetar la femenina y deposito un beso en ella – Dylan Laurent, para servirle Tatiana – Rusa; el tono de su voz e lo dijo pero con una obviedad como aquella no valía la pena preguntar – ¿En qué puedo ayudarle? – había perdido bastante tiempo con un hombre en aquella plaza, pero perder un poco más por una hermosa mujer, bien valía la pena.
Ese día debía entregar los resultados de una de sus pequeñas investigaciones. Era curioso como la mayor parte de los hombres temían el ser engañados por sus esposas. Los egos masculinos heridos eran en gran parte los que le daban la oportunidad de vivir de una manera decente, por eso es que daba infinitas gracias por aquellas mujeres que no podían mantenerse con una sola persona; claro que igual agradecía no formar parte de los hombres con dudas sobre sus parejas, aunque eso se debía claramente a la carencia de una mujer estable en su vida. Él era en esos tiempos, el tipo con quien se engañaba, no al que engañaban.
La cita dio comienzo a la tarde y se demoro lo que ya Dylan sabía. Siempre era lo mismo ¿Cómo es él? ¿Lo ve continuamente? Preguntas que ya se sabia de sobra y que unicamente dañaban; sin embargo, continuaban haciéndolas, como si preguntar fuera a cambiar algo. ¿Por qué los demás no eran como él? ¿Por qué no les era suficiente conocer el engaño sin entrar en los detalles? Igual, aquello no era su problema. Si los hombres buscaban herirse más, al ellos. Preciso quien le contratara le mantuvo en la plaza mucho más tiempo del esperado y lo único bueno de todo aquello fue que recibio el pago y dio por finalizada aquella investigación.
– Hasta pronto, sabe que puede llamarme para cualquier asunto – dijo con una sonrisa divertida mientras su cliente se alejaba, con la verdad y cuestas y las ilusiones rotas. Giraba entonces para alejarse e ir a casa cuando una bella criatura de ojos hermosos y cabello rubio le detuvo.
Era poco usual que fuera abordado de esa manera pero no del todo imposible, así que miro a la joven y le analizo. Sus ropas eran de confección sencilla pero buena calidad, su cabello recogido y a juzgar por la visión general, a pesar de lo guapa que era, seguramente pertenecía a una clase baja y era mujer de servicio; aún así le sonrío de manera educada.
– Por supuesto – estiro la mano para sujetar la femenina y deposito un beso en ella – Dylan Laurent, para servirle Tatiana – Rusa; el tono de su voz e lo dijo pero con una obviedad como aquella no valía la pena preguntar – ¿En qué puedo ayudarle? – había perdido bastante tiempo con un hombre en aquella plaza, pero perder un poco más por una hermosa mujer, bien valía la pena.
Fabrice Laurent- Humano Clase Media
- Mensajes : 115
Fecha de inscripción : 25/02/2013
DATOS DEL PERSONAJE
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Re: Niñas errantes | Privado
Había cavilado durante aquellos interminables días qué aspecto tendría el detective; lo había imaginado mucho mayor, rechoncho, con un bigote poblado y sonrisa amable, intentando no guiarse por las palabras de Vera que, ahora que Tatiana lo tenía en frente, habían sido egoístas. El hombre era alto, guapo, atlético y tenía una sonrisa luminosa –lo único a lo que le había acertado su imaginación. No pudo evitar sonrojarse cuando depositó un beso en su mano, que ella había ofrecido para que él le diese un apretón, como si se tratase de otro hombre. Era la primera vez, en sus inocentes diecisiete años, que alguien la trataba con aquella caballerosidad. Lo había visto cientos de veces en las reuniones que organizaba su abuela; cómo aquellos distinguidos nobles de la alta sociedad, saludaban con coquetería a las damas, que devolvían el gesto con una reverencia elegante. La muchacha intentó imitarlas, pero el gesto le salió algo torpe, la falta de costumbre y de aprendizaje en aquellas cuestiones, la hizo avergonzarse, lo que acentuó aún más el rubor de sus mejillas pecosas. Se sintió una completa idiota, y la carcajada de Vera, a sus espaldas, no colaboró para mitigar el bochornoso momento. Inspiró profundo, para darse ánimos y enfrentar aquella situación con la madurez que requería.
—Por…por mi acento, se habrá dado cuenta que no s…soy de aquí —estaba nerviosa. No sabía cómo encarar esa loca y absurda idea de su hermana. No encontraba las palabras adecuadas, y para ella, que era una asidua lectora y se esmeraba por enriquece su educación, a pesar de los escasos recursos con los que contaba, era una completa afrenta. ¿Cómo dirigirse a una personalidad así? Sus pocas amistades y contactos sociales se habían limitado a los hijos de otros campesinos, y a algún que otro empleado de la mansión, que poco y nada le hablaban. París le quedaba demasiado grande, todo era extremadamente ostentoso, fuera de su alcance, y no se sentía cómoda ni siquiera en su ropa. —Disculpe, estoy muy nerviosa —agachó la cabeza, y pegó el mentón al pecho. Lloraría en cualquier momento.
Vera, que aún observaba, decidió intervenir. No para aliviar el peso de su melliza, sino porque no desperdiciaría esa valiosa oportunidad. Le había costado mucho dar con ese detective, se había esmerado en seguirlo, en conocer sus hábitos, para que Tatiana arruinase todo de un plumazo con su infantil personalidad. La muerte le había otorgado ciertas habilidades, lo único positivo de su nefasto estado, por lo que decidió acercarse a la joven y provocarle una mínima ilusión, del momento en que ella fue asesinada. La rubia dio un brinco, como si se tratase de una loca, abrió sus ojos de par en par. Vera nunca le había mostrado el pánico y la desesperación que la habían invadido en el momento de su inminente final, y sintió el calor de las lágrimas abnegándole los ojos. No podía decepcionarla, era la última esperanza que le quedaba para que su alma se elevase de una vez, y pudiera reposar en paz.
—Debe pensar que sólo he venido a molestarlo. Perdóneme, por favor —le rogó con la voz quebrada por el impacto de la visión. —Necesito… —tomó aire y agradeció cuando Vera apoyó la mano en su hombro. Ella la estaba acompañando; no era tan mala, al fin de cuentas. —Necesito encontrar a los asesinos de mi hermana —soltó finalmente. En ese momento, la magnitud de aquel hecho tomó forma. ¿Qué haría si obtenía aquella información? ¿Volver a Rusia y contarles todo a sus padres, o llevárselo directamente a la policía? ¿Y Vera? ¿Qué haría su hermana una vez que supiera quiénes eran los que habían arruinado su corta existencia? Acababa de ponerse al hombro una carga demasiado pesada, estaba aterrada por lo que su melliza pudiera hacer, pues estaba repleta de odio y resentimiento, y sería capaz de hacer cualquier cosa para llevar a cabo su venganza. ¡¿Cómo no había pensado en eso antes?! Ahora ya no había nada que hacer; el primer paso estaba dado, y le debía a Vera continuar aquel camino, no era momento de arrepentimientos. Alzó el mentón, insuflándose una altivez que no poseía, para demostrar que aquello no era una broma.
—Por…por mi acento, se habrá dado cuenta que no s…soy de aquí —estaba nerviosa. No sabía cómo encarar esa loca y absurda idea de su hermana. No encontraba las palabras adecuadas, y para ella, que era una asidua lectora y se esmeraba por enriquece su educación, a pesar de los escasos recursos con los que contaba, era una completa afrenta. ¿Cómo dirigirse a una personalidad así? Sus pocas amistades y contactos sociales se habían limitado a los hijos de otros campesinos, y a algún que otro empleado de la mansión, que poco y nada le hablaban. París le quedaba demasiado grande, todo era extremadamente ostentoso, fuera de su alcance, y no se sentía cómoda ni siquiera en su ropa. —Disculpe, estoy muy nerviosa —agachó la cabeza, y pegó el mentón al pecho. Lloraría en cualquier momento.
Vera, que aún observaba, decidió intervenir. No para aliviar el peso de su melliza, sino porque no desperdiciaría esa valiosa oportunidad. Le había costado mucho dar con ese detective, se había esmerado en seguirlo, en conocer sus hábitos, para que Tatiana arruinase todo de un plumazo con su infantil personalidad. La muerte le había otorgado ciertas habilidades, lo único positivo de su nefasto estado, por lo que decidió acercarse a la joven y provocarle una mínima ilusión, del momento en que ella fue asesinada. La rubia dio un brinco, como si se tratase de una loca, abrió sus ojos de par en par. Vera nunca le había mostrado el pánico y la desesperación que la habían invadido en el momento de su inminente final, y sintió el calor de las lágrimas abnegándole los ojos. No podía decepcionarla, era la última esperanza que le quedaba para que su alma se elevase de una vez, y pudiera reposar en paz.
—Debe pensar que sólo he venido a molestarlo. Perdóneme, por favor —le rogó con la voz quebrada por el impacto de la visión. —Necesito… —tomó aire y agradeció cuando Vera apoyó la mano en su hombro. Ella la estaba acompañando; no era tan mala, al fin de cuentas. —Necesito encontrar a los asesinos de mi hermana —soltó finalmente. En ese momento, la magnitud de aquel hecho tomó forma. ¿Qué haría si obtenía aquella información? ¿Volver a Rusia y contarles todo a sus padres, o llevárselo directamente a la policía? ¿Y Vera? ¿Qué haría su hermana una vez que supiera quiénes eran los que habían arruinado su corta existencia? Acababa de ponerse al hombro una carga demasiado pesada, estaba aterrada por lo que su melliza pudiera hacer, pues estaba repleta de odio y resentimiento, y sería capaz de hacer cualquier cosa para llevar a cabo su venganza. ¡¿Cómo no había pensado en eso antes?! Ahora ya no había nada que hacer; el primer paso estaba dado, y le debía a Vera continuar aquel camino, no era momento de arrepentimientos. Alzó el mentón, insuflándose una altivez que no poseía, para demostrar que aquello no era una broma.
Tatiana/Vera Belova- Humano Clase Baja
- Mensajes : 25
Fecha de inscripción : 03/06/2014
Re: Niñas errantes | Privado
Le saludo de manera amable, tal y como su padre le dijo que debía tratar a todas las personas porque de ellas era que lograba vivir. La muchacha trato de saludarle como debía ser lo esperado, pero el rubor en sus mejillas provoco que a Dylan le causara algo de gracia -no de burla- aquel intento. No dijo nada respecto a eso, se mantuvo con la misma sonrisa con que le recibiera y se dispuso a escuchar lo que la joven tenia para decirle. Aunque para esos instantes la atención del investigador estaba en las mejillas sonrojada y en lo guapa que lucía la jovencita con aquel aspecto; afortunadamente él no era de los que buscaban aprovecharse de las situaciones de aquellas que no sabían en lo que se metían, porque seguramente de demostrar ella un poco de más experiencia en la vida, él no hubiera dudado un segundo en coquetear con ella, tal cual lo hacía con otras mujeres.
– Si, lo he notado claramente – aseguro a la jovencita – Rusa ¿o me equivoco? – si algo que le ayudaba siempre a Dylan era el hecho de que lucía bastante relajado. Trataba de dar una apariencia de escucha, de que nada de lo que se dijese le sonaría ridículo o imposible; quería que los que buscaban su ayuda le vieran como un amigo al que podían contarle todo, total, el no hablaría de nada. Una vez que las peticiones de investigación era cumplidas, Dylan no volvía a tocar esos temas, se volvían secretos y nada podía hacerle hablar nuevamente – Tranquila que no voy a hacerte nada, de hecho ahora tengo bastante curiosidad por saber para que es lo que me necesitas – la joven agacho el rostro y él suspiro calmadamente, la desesperación o los nervios no iban a llevarles a ninguna parte – Estaremos aquí hasta que puedas decirme tranquila que es lo que necesitas, así que no te apresures – poseía la capacidad de mantenerse aguardando bastante tiempo, todo gracias a lo que había vivido y a la manera en que su padre siempre le dijo como debía proceder.
Un silencio nació entre ambos y el investigador no mostró intención de moverse ni un milímetro de ese sitio en el que se encontraba plantado, así que ella podía tener la certeza de que se quedaría ahí hasta que estuviese lista para hablar. Ya si aquello les demoraba mucho más, lo más prudente sería que le dijese que le acompañara a un sitio donde no estuvieran tan a la intemperie y a la vista de todos aquellos que pasaban cerca y podían ver un poco fuera de lugar que ellos permanecieran inamovibles. Cuando Tatiana dio un respingo, Dylan enarco la ceja curioso. No creía haber hecho nada para que la joven se exaltara, claro que, él desconocía que no solo se encontraban ellos dos, sino que otra mujer se encontraba al lado de ella, vigilando que hiciera tanto como deseaba.
– Claro que no, usted no sabe lo que realmente es que lo molesten a uno así que no entra en esa categoría – Verdaderamente existían personas que solo se acercaban a él para molestarle, hablar de tonterías como si él pudiera hacer milagros, comentar cosas que no tenían nada que ver con su rama de trabajo. Tatiana no decía aún que le había llevado a buscarle pero sospechaba que no era una molestia. Los nervios de la muchacha y su rostro, se lo decían de cierta manera. Y finalmente la joven tomo la valentía que hasta esos momentos le hacía falta e hizo la petición, la que confirmo que tal como él lo espero, no era para nada una tontería. No demostró el impacto que le generaba aquella petición; la misma Tatiana parecía impactado por sus palabras y demostrar que eso le dejaba a él de la misma manera no sería de mucha ayuda para la muchacha.
Espero unos instantes, apenas los que creía necesarios para poder comenzar a hablar, pero antes de comenzar, se acercó más a ella y le ofreció el brazo.
– ¿Te parece si caminamos mientras hablamos de esto? – le miro con calma y sonrió, aguardando porque la rusa aceptara su brazo y se embarcaran a caminar tranquilamente por las calles – Puedo ayudarte en eso, claro que si, sin embargo necesito toda la información que seas capaz de proporcionarme al respecto. Todo lo que sepas será de vital importancia – Podía ayudarle, seguro que sí. Pero saber simplemente que su hermana se encontraba muerta no era lo único que necesitaba para comenzar una investigación que seguro requeriría de mucha paciencia por parte de ambos – Así que comencemos por el principio. Necesito datos de tu hermana – poco a poco, la información fluiría.
– Si, lo he notado claramente – aseguro a la jovencita – Rusa ¿o me equivoco? – si algo que le ayudaba siempre a Dylan era el hecho de que lucía bastante relajado. Trataba de dar una apariencia de escucha, de que nada de lo que se dijese le sonaría ridículo o imposible; quería que los que buscaban su ayuda le vieran como un amigo al que podían contarle todo, total, el no hablaría de nada. Una vez que las peticiones de investigación era cumplidas, Dylan no volvía a tocar esos temas, se volvían secretos y nada podía hacerle hablar nuevamente – Tranquila que no voy a hacerte nada, de hecho ahora tengo bastante curiosidad por saber para que es lo que me necesitas – la joven agacho el rostro y él suspiro calmadamente, la desesperación o los nervios no iban a llevarles a ninguna parte – Estaremos aquí hasta que puedas decirme tranquila que es lo que necesitas, así que no te apresures – poseía la capacidad de mantenerse aguardando bastante tiempo, todo gracias a lo que había vivido y a la manera en que su padre siempre le dijo como debía proceder.
Un silencio nació entre ambos y el investigador no mostró intención de moverse ni un milímetro de ese sitio en el que se encontraba plantado, así que ella podía tener la certeza de que se quedaría ahí hasta que estuviese lista para hablar. Ya si aquello les demoraba mucho más, lo más prudente sería que le dijese que le acompañara a un sitio donde no estuvieran tan a la intemperie y a la vista de todos aquellos que pasaban cerca y podían ver un poco fuera de lugar que ellos permanecieran inamovibles. Cuando Tatiana dio un respingo, Dylan enarco la ceja curioso. No creía haber hecho nada para que la joven se exaltara, claro que, él desconocía que no solo se encontraban ellos dos, sino que otra mujer se encontraba al lado de ella, vigilando que hiciera tanto como deseaba.
– Claro que no, usted no sabe lo que realmente es que lo molesten a uno así que no entra en esa categoría – Verdaderamente existían personas que solo se acercaban a él para molestarle, hablar de tonterías como si él pudiera hacer milagros, comentar cosas que no tenían nada que ver con su rama de trabajo. Tatiana no decía aún que le había llevado a buscarle pero sospechaba que no era una molestia. Los nervios de la muchacha y su rostro, se lo decían de cierta manera. Y finalmente la joven tomo la valentía que hasta esos momentos le hacía falta e hizo la petición, la que confirmo que tal como él lo espero, no era para nada una tontería. No demostró el impacto que le generaba aquella petición; la misma Tatiana parecía impactado por sus palabras y demostrar que eso le dejaba a él de la misma manera no sería de mucha ayuda para la muchacha.
Espero unos instantes, apenas los que creía necesarios para poder comenzar a hablar, pero antes de comenzar, se acercó más a ella y le ofreció el brazo.
– ¿Te parece si caminamos mientras hablamos de esto? – le miro con calma y sonrió, aguardando porque la rusa aceptara su brazo y se embarcaran a caminar tranquilamente por las calles – Puedo ayudarte en eso, claro que si, sin embargo necesito toda la información que seas capaz de proporcionarme al respecto. Todo lo que sepas será de vital importancia – Podía ayudarle, seguro que sí. Pero saber simplemente que su hermana se encontraba muerta no era lo único que necesitaba para comenzar una investigación que seguro requeriría de mucha paciencia por parte de ambos – Así que comencemos por el principio. Necesito datos de tu hermana – poco a poco, la información fluiría.
Fabrice Laurent- Humano Clase Media
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Re: Niñas errantes | Privado
Le fue realmente sorpresivo que el detective hubiese adivinado su nacionalidad, y para la muchacha eso fue un buen paso. Sin embargo, los nervios seguían carcomiéndola. Le estaba pidiendo algo peligroso, y si bien no dudaba del profesionalismo de Laurent, quien le pareció confiable desde el primer momento, creía que quienes habían asesinado vilmente a su melliza eran verdaderos criminales, no sólo por los relatos de Vera o por lo que su ilimitada imaginación podía deducir, sino porque lo había visto en el rostro desencajado y maltrecho de sus padres, devastados ante el horror. Jamás se le borraría de la mente la mirada de ellos, que a pesar de los desgastes de la cotidianeidad y de las carencias, siempre se habían mostrado íntegros y unidos. Tatiana había visto a sus progenitores devastados, arrollados por un huracán, y no era sólo el saber que su querida y preferida hija estaba muerta, sino que el espectáculo que había significado reconocerla, les había dado muestras sobradas de la tortura a la que la habían sometido. Todas las noches, la rubia, recordaba la expresión de ellos, y se estremecía de sólo imaginar el sufrimiento que había sentido Vera en sus últimos instantes de vida, y era por ello que soportaba el rencor de su melliza, porque podía sentir el odio, el padecimiento y la tristeza.
—Sí, caminemos… —murmuró con timidez. Intercaló su mirada, varias veces, entre el rostro del detective y su brazo, y no supo qué hacer, hasta que comprendió que debía tomarlo. Había visto a muchos caminar de aquella manera, pero jamás pensó que se vería envuelta en esa situación, y se sintió una verdadera idiota.
—No seas tonta, Taneshka. No va a violarte, eso me lo hacen a mi —se quejó Vera, con su voz grave cargada de resentimiento. Hubiera dado lo que fuera por poder tomar el brazo de un hombre guapo y recorrer las calles de París escoltada por alguien como él. Sus ojos verdes se inyectaron cuando la mano de su hermana se apoyó en el antebrazo de Dylan y desvió la mirada, no quería presencia la vida que se le había negado.
—Sé que esto es una locura —dijo finalmente, tras dar varios pasos en completo silencio; no sólo sobrepasada por la empresa en la que Vera la había metido, sino porque era muy extraño caminar del brazo de un caballero. —Mi hermana melliza se llama…ba —le costaba pensar en pasado, pues la morena era su presente, estaba allí— Vera, Vera Belova. Tenía diecisiete años, y era realmente muy hermosa. El cabello negro largo y ondulado, ojos verdes, y era muy coqueta, siempre sonriente y repleta de dicha para dar a todo el mundo —la recordó con nostalgia, y añoró darle un fuerte abrazo. —Era ella la que debía venir a París, aquí vive nuestra abuela, y le pidió a nuestro padre que la enviara para cuidarla. Vera desapareció pocos minutos antes del viaje, yo la vi irse con un muchacho —la voz se le quebró, si tan sólo se lo hubiera impedido… — y ella me dijo que no me preocupara, que pronto volvería, pero el tiempo pasó. Nuestros padres dieron aviso a la policía y luego…luego encontraron su cadáver —se apuró en barrer dos lágrimas que le surcaron las mejillas. Jamás había hablado de aquel fatídico día con alguien, y ahora parecía que no podía callarse, las palabras brotaban con una facilidad atroz. —La habían…corrompido —el término “violación” no pudo decirlo.
— ¡Me violaron, Tatiana! ¡No me corrompieron! —se quejó Vera, que estaba atenta al relato y el eufemismo le había parecido insultivo, recordando cada segundo de aquella tarde. — ¡Me mataron como a un animal salvaje! —gritaba al oído de su melliza, que se detuvo en seco, se deshizo del contacto con Laurent, se encogió de hombros, apretó los puños y lloró en silencio —¿Por qué lloras? ¡Fue a mi a quien destrozaron! —se enojó.
—Esto es muy difícil, perdón —continuó. Alzó la vista y sus orbes se instalaron en las del detective. —La mataron, la mataron… —murmuró con desesperación— Y me enviaron en su lugar, ni siquiera pude despedir sus restos —finalizó el relato. —No tengo el dinero suficiente para pagarle, Monsieur, pero haré lo que sea necesario para cubrir los gastos, lo que sea —reafirmó. Se lo debía a su querida hermana, le vendería su alma al diablo si fuese necesario.
—Sí, caminemos… —murmuró con timidez. Intercaló su mirada, varias veces, entre el rostro del detective y su brazo, y no supo qué hacer, hasta que comprendió que debía tomarlo. Había visto a muchos caminar de aquella manera, pero jamás pensó que se vería envuelta en esa situación, y se sintió una verdadera idiota.
—No seas tonta, Taneshka. No va a violarte, eso me lo hacen a mi —se quejó Vera, con su voz grave cargada de resentimiento. Hubiera dado lo que fuera por poder tomar el brazo de un hombre guapo y recorrer las calles de París escoltada por alguien como él. Sus ojos verdes se inyectaron cuando la mano de su hermana se apoyó en el antebrazo de Dylan y desvió la mirada, no quería presencia la vida que se le había negado.
—Sé que esto es una locura —dijo finalmente, tras dar varios pasos en completo silencio; no sólo sobrepasada por la empresa en la que Vera la había metido, sino porque era muy extraño caminar del brazo de un caballero. —Mi hermana melliza se llama…ba —le costaba pensar en pasado, pues la morena era su presente, estaba allí— Vera, Vera Belova. Tenía diecisiete años, y era realmente muy hermosa. El cabello negro largo y ondulado, ojos verdes, y era muy coqueta, siempre sonriente y repleta de dicha para dar a todo el mundo —la recordó con nostalgia, y añoró darle un fuerte abrazo. —Era ella la que debía venir a París, aquí vive nuestra abuela, y le pidió a nuestro padre que la enviara para cuidarla. Vera desapareció pocos minutos antes del viaje, yo la vi irse con un muchacho —la voz se le quebró, si tan sólo se lo hubiera impedido… — y ella me dijo que no me preocupara, que pronto volvería, pero el tiempo pasó. Nuestros padres dieron aviso a la policía y luego…luego encontraron su cadáver —se apuró en barrer dos lágrimas que le surcaron las mejillas. Jamás había hablado de aquel fatídico día con alguien, y ahora parecía que no podía callarse, las palabras brotaban con una facilidad atroz. —La habían…corrompido —el término “violación” no pudo decirlo.
— ¡Me violaron, Tatiana! ¡No me corrompieron! —se quejó Vera, que estaba atenta al relato y el eufemismo le había parecido insultivo, recordando cada segundo de aquella tarde. — ¡Me mataron como a un animal salvaje! —gritaba al oído de su melliza, que se detuvo en seco, se deshizo del contacto con Laurent, se encogió de hombros, apretó los puños y lloró en silencio —¿Por qué lloras? ¡Fue a mi a quien destrozaron! —se enojó.
—Esto es muy difícil, perdón —continuó. Alzó la vista y sus orbes se instalaron en las del detective. —La mataron, la mataron… —murmuró con desesperación— Y me enviaron en su lugar, ni siquiera pude despedir sus restos —finalizó el relato. —No tengo el dinero suficiente para pagarle, Monsieur, pero haré lo que sea necesario para cubrir los gastos, lo que sea —reafirmó. Se lo debía a su querida hermana, le vendería su alma al diablo si fuese necesario.
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Re: Niñas errantes | Privado
Que aceptara caminar a su lado ya le aseguraba que obtendría mucho más información de aquel caso, algo que era completamente necesario para que él pudiera darse a la tarea de emprender una búsqueda. Aquella no era la primera vez que se encargaba de una petición como aquella y si bien sus investigaciones siempre estaban más bien ligadas con otra clase de sucesos, los de asesinatos eran los más reconfortantes al ser resueltos; aún así, se debía proceder con cautela con temas como aquel pues no a todos les gustaba desenterrar los fantasmas del pasado y mucho menos si esos fantasma eran desenterrados a la fuerza por alguien ajeno a toda la situación. La misión que deseaba encomendarle Tatiana requería todo su profesionalismo y esfuerzo, así como la mayor cantidad de datos y detalles por parte de ella.
Le miro y después a su propio brazo, tratando de darle a entender que tomara su brazo, todo sin hablarlo directamente y una vez que ella hizo lo que esperaba, ambos comenzaron a abandonar aquel lugar. Al andar Dylan podría detectar las miradas de curiosidad sobre la figura de ambos y la realidad es que no era de extrañarse, pues la belleza de su acompañante era notoria y eso, ayudaría a que no se sospechara sobre la charla que ambos estaban desarrollando. Quien quiera que los viera, únicamente notaba a una pareja que andaba de paseo por las calles de París y no comprendían que aquella era una mujer en busca de ayuda, una que él estaba dispuesto a ofrecerle.
– Nada es una locura, la locura sería no intentar descubrir quienes han sido los que asesinaron a tu hermana. Así que yo soy todo oídos para cuando sientas la necesidad de comenzar a hablar – anduvieron como si nada, como si lo que hablaban fueran meras palabras románticas que se encontraban muy alejadas de la realidad que se llevaba a cabo entre ambos.
La voz femenina salía suavemente de aquellos labios y pese a ser una de las voces más hermosas que hubiera escuchado, la historia distaba mucho de ser algo agradable. Vera, asesinada a los diecisiete años de edad, seguramente tan bella como su hermana pero con nada de suerte. Para aquella mujer debía ser sumamente complicado hablar de aquello, él podía notarlo en la manera en que contenía las lagrimas y en la forma en que un par de ellas lograron escapar para ser retiradas antes de que fueran mucho mas evidentes. Dylan no menciono palabra alguna al respecto, se limito a escuchar más de las palabras de la rusa. Su mente ya había trazado parte de los sucesos que llevaron a la desaparición y muerte de la melliza de Tatiana y aún así, necesitaba hacerle un par de preguntas. Era un investigador, pero no era un insensible y por eso es que pensaba en la manera más adecuada de cuestionarle, cuando entonces la mano que le sujetaba abandono su brazo y Tatiana se detuvo para comenzar a derramar lagrimas silenciosas.
A su alrededor algunas personas los miraron, para todo aquellos debía ser una pelea de amante que pasaría después de unos minutos; y aún con aquellas creencias a su alrededor, Dylan se centro en ella y puso sus manos en los hombros femeninos.
– Sé muy bien que esto te es complicado pero ya has dado el primer paso que es buscarme para ayudarte así que descuida encontraremos a quienes hicieron mal a tu hermana – y entonces una verdad que ya le parecía venir pero que no tomo a consideración real, sino hasta ese momento salió de los labios de la rusa. Tatiana no tenía la posibilidad de pagar los gastos de una investigación y seguramente nunca lo tendría porque al tratarse de un asesinato, la cuota ascendía mucho más – Nada de eso, tengo trabajo suficiente como para tomar de vez en cuando un caso en el que no sea necesario obtener ganancia alguna – menciono a la joven justo después de que ella dijera que haría cualquier cosa para pagar sus servicios – Para ti, haré la investigación de manera gratuita siempre que estés dispuesta a cooperar conmigo pese a lo doloroso y difícil que sea hacerlo. ¿Comprendes? – le miro fijamente, dejando que el mundo a su alrededor rodara – Tatiana, necesito que me respondas algunas preguntas ¿Crees poder hacerlo? Porque necesito que te encuentres sumamente concentrada para que pueda decirme todo lo que necesito.
Le miro y después a su propio brazo, tratando de darle a entender que tomara su brazo, todo sin hablarlo directamente y una vez que ella hizo lo que esperaba, ambos comenzaron a abandonar aquel lugar. Al andar Dylan podría detectar las miradas de curiosidad sobre la figura de ambos y la realidad es que no era de extrañarse, pues la belleza de su acompañante era notoria y eso, ayudaría a que no se sospechara sobre la charla que ambos estaban desarrollando. Quien quiera que los viera, únicamente notaba a una pareja que andaba de paseo por las calles de París y no comprendían que aquella era una mujer en busca de ayuda, una que él estaba dispuesto a ofrecerle.
– Nada es una locura, la locura sería no intentar descubrir quienes han sido los que asesinaron a tu hermana. Así que yo soy todo oídos para cuando sientas la necesidad de comenzar a hablar – anduvieron como si nada, como si lo que hablaban fueran meras palabras románticas que se encontraban muy alejadas de la realidad que se llevaba a cabo entre ambos.
La voz femenina salía suavemente de aquellos labios y pese a ser una de las voces más hermosas que hubiera escuchado, la historia distaba mucho de ser algo agradable. Vera, asesinada a los diecisiete años de edad, seguramente tan bella como su hermana pero con nada de suerte. Para aquella mujer debía ser sumamente complicado hablar de aquello, él podía notarlo en la manera en que contenía las lagrimas y en la forma en que un par de ellas lograron escapar para ser retiradas antes de que fueran mucho mas evidentes. Dylan no menciono palabra alguna al respecto, se limito a escuchar más de las palabras de la rusa. Su mente ya había trazado parte de los sucesos que llevaron a la desaparición y muerte de la melliza de Tatiana y aún así, necesitaba hacerle un par de preguntas. Era un investigador, pero no era un insensible y por eso es que pensaba en la manera más adecuada de cuestionarle, cuando entonces la mano que le sujetaba abandono su brazo y Tatiana se detuvo para comenzar a derramar lagrimas silenciosas.
A su alrededor algunas personas los miraron, para todo aquellos debía ser una pelea de amante que pasaría después de unos minutos; y aún con aquellas creencias a su alrededor, Dylan se centro en ella y puso sus manos en los hombros femeninos.
– Sé muy bien que esto te es complicado pero ya has dado el primer paso que es buscarme para ayudarte así que descuida encontraremos a quienes hicieron mal a tu hermana – y entonces una verdad que ya le parecía venir pero que no tomo a consideración real, sino hasta ese momento salió de los labios de la rusa. Tatiana no tenía la posibilidad de pagar los gastos de una investigación y seguramente nunca lo tendría porque al tratarse de un asesinato, la cuota ascendía mucho más – Nada de eso, tengo trabajo suficiente como para tomar de vez en cuando un caso en el que no sea necesario obtener ganancia alguna – menciono a la joven justo después de que ella dijera que haría cualquier cosa para pagar sus servicios – Para ti, haré la investigación de manera gratuita siempre que estés dispuesta a cooperar conmigo pese a lo doloroso y difícil que sea hacerlo. ¿Comprendes? – le miro fijamente, dejando que el mundo a su alrededor rodara – Tatiana, necesito que me respondas algunas preguntas ¿Crees poder hacerlo? Porque necesito que te encuentres sumamente concentrada para que pueda decirme todo lo que necesito.
Fabrice Laurent- Humano Clase Media
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Re: Niñas errantes | Privado
Era un ángel. Tatiana no tuvo dudas de que Dylan Laurent era el ser más bondadoso que se había cruzado en su camino. Si bien era una joven que difícilmente distinguiera la maldad, podía ver en los ojos de aquel caballero una bondad como nunca, quizá sentía algo de lástima por la pobre difunta y también por la mala situación económica de la rubia, pero a Tatiana le pareció que en él había vocación. ¡Cuán alentador resultaba! De pronto, no se sintió tan sola; de pronto, París se volvió un lugar reconfortante; de pronto, tenía alguien que la ayudase; de pronto, tenía esperanza. Por momentos, había creído que el egoísmo de los citadinos acabaría por absorberla, que terminaría siendo una muchacha vacía, que trabajaría hasta el último día de su vida y que nunca volvería a sentirse acompañada por nadie más que el fantasma de su querida Vera. Había días en los que imaginaba que estaba en su pequeño pueblo, y que al final de la jornada volvería a su hogar, donde comería la rica comida de su madre, donde leería un libro hasta muy tarde y que, al día siguiente, se levantaría muy entrada la mañana, e iría a dar volteretas en el lago junto a sus amigos de la infancia. Pero nada de eso ocurría, y cada hora que pasaba en la prisión que significaba la casa de su abuela, la alegría innata iba esfumándose como una lágrima que cae al mar.
Vera, en cambio, sintió una profunda satisfacción. Había intuido que, un hombre con la sensibilidad del detective, caería rendido ante el encanto y las lágrimas de su melliza. Si hasta a ella misma le dio pena el espectáculo lacrimógeno que montó. Pero no esperaba menos de la rubia, sabía que en su corazón de niña tenía una gran angustia por todo lo que le había sucedido a la morena, y ella debía explotar al máximo la tristeza de Tatiana. La ira que había envuelto las palabras que le gritó a su hermana, se convirtió en la frialdad necesaria para asestar el golpe de gracia. Era consciente de que, por más que Taneshka se esforzase al máximo en su trabajo, no alcanzaría a cubrir los gastos. Si bien se le cruzó por la cabeza incitarla a la prostitución, pues en ese mundo sí conseguiría el dinero suficiente no sólo para pagarle a Laurent, sino también para vivir mejor, había terminado descartando la idea. Si bien los celos solían carcomerla, no soportaría ver a su dulce melliza envuelta en aquel ambiente tan aterrador. No quería admitirlo, pero prefería la impunidad de su crimen, a la condena de su hermana.
—No puedo aceptarlo —susurró, avergonzada. —Es su trabajo. Si no quiere aceptar mi dinero, no puedo continuar con esto —obvió los insultos que exclamaba Vera. Tatiana era demasiado digna para aceptar la limosna de alguien, y si bien la reconfortaba la solidaridad genuina del hombre, simplemente se negaba a que le hicieran ese favor. No era tonta. Sabía que Laurent debía trasladarse a Rusia y allí vivir hasta que consiguiese lo necesario, y que eso costaba mucho dinero. —Le agradezco que sea tan amable —se secó las lágrimas y, por fin, se atrevió a mirarlo a los ojos fijamente. —Pero, entienda mi situación. No vine aquí a pedirle que haga su trabajo gratuitamente, no me malinterprete. Yo trabajo duramente, y sé lo que es conseguir el pan para comer todos los días, por ello, no quiero que usted pierda su tiempo en mí, cuando podría conseguir otros casos que le reditúen. Estoy dispuesta a lo que sea para pagarle, pero si usted no acepta mi dinero, me veré obligada a buscar a otro investigador que lo haga —dio un paso atrás, alejándose de sus manos. Cuando el contacto terminó, sintió cierta angustia; la calidez se le había impregnado en los hombros.
— ¡Eres de lo peor! —exclamó Vera a sus espaldas. —Dime que todo esto es una estrategia para que te insista, ¡dímelo! —le gritó al oído, pero era en vano. Conocía a su hermana como nadie, y la decisión le destilaba por los poros. Se sintió desesperada y traicionada, no podía creer que, luego de haber conseguido algo casi imposible, la tonta de Tatiana desperdiciase aquella oportunidad como si se tratase de negarse a aceptar un caramelo. — ¡No puedes hacerme esto! ¡Sabes muy bien que no podrás pagarle! ¡Ojala te suceda lo mismo que a mí! ¡Ojala te violen en un callejón cuatro hombres y luego te torturen hasta que ruegues para que te maten! —notó el impacto en la palidez del rostro de su melliza, que hasta perdió color en sus pecas. Satisfecha, desapareció. La dejaría sola en todo aquello, pues sabía que la menor necesitaba de su apoyo para sentirse fuerte.
Vera, en cambio, sintió una profunda satisfacción. Había intuido que, un hombre con la sensibilidad del detective, caería rendido ante el encanto y las lágrimas de su melliza. Si hasta a ella misma le dio pena el espectáculo lacrimógeno que montó. Pero no esperaba menos de la rubia, sabía que en su corazón de niña tenía una gran angustia por todo lo que le había sucedido a la morena, y ella debía explotar al máximo la tristeza de Tatiana. La ira que había envuelto las palabras que le gritó a su hermana, se convirtió en la frialdad necesaria para asestar el golpe de gracia. Era consciente de que, por más que Taneshka se esforzase al máximo en su trabajo, no alcanzaría a cubrir los gastos. Si bien se le cruzó por la cabeza incitarla a la prostitución, pues en ese mundo sí conseguiría el dinero suficiente no sólo para pagarle a Laurent, sino también para vivir mejor, había terminado descartando la idea. Si bien los celos solían carcomerla, no soportaría ver a su dulce melliza envuelta en aquel ambiente tan aterrador. No quería admitirlo, pero prefería la impunidad de su crimen, a la condena de su hermana.
—No puedo aceptarlo —susurró, avergonzada. —Es su trabajo. Si no quiere aceptar mi dinero, no puedo continuar con esto —obvió los insultos que exclamaba Vera. Tatiana era demasiado digna para aceptar la limosna de alguien, y si bien la reconfortaba la solidaridad genuina del hombre, simplemente se negaba a que le hicieran ese favor. No era tonta. Sabía que Laurent debía trasladarse a Rusia y allí vivir hasta que consiguiese lo necesario, y que eso costaba mucho dinero. —Le agradezco que sea tan amable —se secó las lágrimas y, por fin, se atrevió a mirarlo a los ojos fijamente. —Pero, entienda mi situación. No vine aquí a pedirle que haga su trabajo gratuitamente, no me malinterprete. Yo trabajo duramente, y sé lo que es conseguir el pan para comer todos los días, por ello, no quiero que usted pierda su tiempo en mí, cuando podría conseguir otros casos que le reditúen. Estoy dispuesta a lo que sea para pagarle, pero si usted no acepta mi dinero, me veré obligada a buscar a otro investigador que lo haga —dio un paso atrás, alejándose de sus manos. Cuando el contacto terminó, sintió cierta angustia; la calidez se le había impregnado en los hombros.
— ¡Eres de lo peor! —exclamó Vera a sus espaldas. —Dime que todo esto es una estrategia para que te insista, ¡dímelo! —le gritó al oído, pero era en vano. Conocía a su hermana como nadie, y la decisión le destilaba por los poros. Se sintió desesperada y traicionada, no podía creer que, luego de haber conseguido algo casi imposible, la tonta de Tatiana desperdiciase aquella oportunidad como si se tratase de negarse a aceptar un caramelo. — ¡No puedes hacerme esto! ¡Sabes muy bien que no podrás pagarle! ¡Ojala te suceda lo mismo que a mí! ¡Ojala te violen en un callejón cuatro hombres y luego te torturen hasta que ruegues para que te maten! —notó el impacto en la palidez del rostro de su melliza, que hasta perdió color en sus pecas. Satisfecha, desapareció. La dejaría sola en todo aquello, pues sabía que la menor necesitaba de su apoyo para sentirse fuerte.
Tatiana/Vera Belova- Humano Clase Baja
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Re: Niñas errantes | Privado
Una chica tan clara que se puede ver a través de ella
Anthony Doerr
Llevaba por las calles a Tatiana, analizando cada movimiento y palabra de ella, pensando en lo complicado que debió haber sido para ella toda la situación del asesinato de su hermana. Nunca existía caso sencillo, pero definitivamente los de homicidio eran los que más afectaban no solo a los implicados, sino también al mismo Dylan que de cierta manera se volvía uno más de los involucrados, uno más de aquellos que conocía lo sucedido. Le era imposible no resultar empático en aquellas ocasiones y aunque resolver esos casos le llenaba de felicidad, sabía que una parte suya también sufría y moría junto con los familiares, amigos y con las mismas victimas. El caso de Vera no sería diferente, también ella se llevaría un trozo de Dylan pero si es que era capaz de ayudar a Tatiana y alejar de ella al menos un poco del dolor, entonces estaba dispuesto a cualquier cosa.
No existía nada que le impidiera tomar aquel trabajo de manera gratuita. Él era su propio jefe y podía hacer lo que se le viniese en gana con respecto a su negocio, fue por eso que no le importó ofrecer su ayuda a Tatiana sin esperar nada a cambio. La joven no poseía maldad alguna en su interior, eso le había quedado claro desde el momento en que se acercó a él para pedir ayuda pero en el momento en que ella le aseguro que no podía continuar si es que no pagaba, Dylan comprendió que la bondad y pureza de aquella joven sobrepasaban incluso lo que él vio en un inicio. El investigador se llevó la mano a los labios, ocultando de esa manera una sonrisa de verdadera satisfacción al haber sido él, precisamente el elegido por la rusa para aquel caso.
– Eres increíble – esas palabras salieron de sus labios sin que se diera cuenta de ello y en seguida, la sonrisa desapareció de sus labios y carraspeo nervioso antes de volver a hablar con una mayor seriedad – Yo sé que es mi trabajo y bueno, sinceramente no quiero que sea alguien más quien tome este caso, quiero ser yo quien te ayude así que deberemos llegar a un acuerdo ¿Te parece bien? – deseaba saber detalles sobre el homicidio, pero antes debía estar completamente seguro de que Tatiana se sentía cómoda con el trato que hicieran para que ella pagara sus servicios – Debe existir una forma de que ambos quedemos satisfechos – con suavidad, estiro la mano hasta tomar la ajena y de nuevo le hizo que se sujetara a su brazo, todo para continuar andando ya que desde su perspectiva, habían atraído demasiado la atención en ese sitio donde se mantenían inmóviles. Una notoria palidez fue detectada por él en el rostro femenino, mientras reanudaban su camino, así que entre cerro los ojos ligeramente – ¿Te encuentras bien? ¿Deseas que busquemos un sitio donde sentarnos y podamos hablar mejor? – preguntaba aquello por mera cortesía, porque en realidad al ver la palidez ajena ya sabía a que lugar la llevaría a tomar asiento y descansar un poco.
No volvió a hablar sino hasta que caminaron unas cuantas calles más, hasta llegar cerca de una fuente, alrededor de la cual existían algunas bancas. La mayoría de aquellas bancas estaba ocupada pero para la fortuna de ambos, existía una vacía, que fue hasta la cual guió el investigador a la rusa para que tomara asiento.
– Tatiana ¿En qué trabajas? – preguntó con curiosidad cuando se sentó al lado de ella. Si bien aquella pregunta estaba fuera de lugar, a Dylan se le había ocurrido una manera de que ambos se ayudasen mutuamente haciendo de esa manera que su trabajo fuera más bien un intercambio – Lo pregunto porque cabe la posibilidad de que yo necesite ayuda en algunas cosas así que en lugar de pagarme con dinero, ¿Qué tal si me pagas con tu ayuda? No será nada complicado, lo prometo – una enorme sonrisa apareció entonces en los labios del investigador. No era simplemente el hecho de que realmente necesitaba ayuda, sino que además, existía algo en Tatiana que le hacía querer tenerla cerca y cuidar de ella. Quizás fuera por su juventud, todo lo que había sufrido o su hermosa personalidad. Razones podían existían muchas y Dylan no iba a buscarlas todas en ese momento, sino que esperaría por descubrirlas poco a poco si es que la rusa aceptaba su trato – O dime ¿Tienes alguna idea de cómo podríamos llegar a un acuerdo?
Anthony Doerr
Llevaba por las calles a Tatiana, analizando cada movimiento y palabra de ella, pensando en lo complicado que debió haber sido para ella toda la situación del asesinato de su hermana. Nunca existía caso sencillo, pero definitivamente los de homicidio eran los que más afectaban no solo a los implicados, sino también al mismo Dylan que de cierta manera se volvía uno más de los involucrados, uno más de aquellos que conocía lo sucedido. Le era imposible no resultar empático en aquellas ocasiones y aunque resolver esos casos le llenaba de felicidad, sabía que una parte suya también sufría y moría junto con los familiares, amigos y con las mismas victimas. El caso de Vera no sería diferente, también ella se llevaría un trozo de Dylan pero si es que era capaz de ayudar a Tatiana y alejar de ella al menos un poco del dolor, entonces estaba dispuesto a cualquier cosa.
No existía nada que le impidiera tomar aquel trabajo de manera gratuita. Él era su propio jefe y podía hacer lo que se le viniese en gana con respecto a su negocio, fue por eso que no le importó ofrecer su ayuda a Tatiana sin esperar nada a cambio. La joven no poseía maldad alguna en su interior, eso le había quedado claro desde el momento en que se acercó a él para pedir ayuda pero en el momento en que ella le aseguro que no podía continuar si es que no pagaba, Dylan comprendió que la bondad y pureza de aquella joven sobrepasaban incluso lo que él vio en un inicio. El investigador se llevó la mano a los labios, ocultando de esa manera una sonrisa de verdadera satisfacción al haber sido él, precisamente el elegido por la rusa para aquel caso.
– Eres increíble – esas palabras salieron de sus labios sin que se diera cuenta de ello y en seguida, la sonrisa desapareció de sus labios y carraspeo nervioso antes de volver a hablar con una mayor seriedad – Yo sé que es mi trabajo y bueno, sinceramente no quiero que sea alguien más quien tome este caso, quiero ser yo quien te ayude así que deberemos llegar a un acuerdo ¿Te parece bien? – deseaba saber detalles sobre el homicidio, pero antes debía estar completamente seguro de que Tatiana se sentía cómoda con el trato que hicieran para que ella pagara sus servicios – Debe existir una forma de que ambos quedemos satisfechos – con suavidad, estiro la mano hasta tomar la ajena y de nuevo le hizo que se sujetara a su brazo, todo para continuar andando ya que desde su perspectiva, habían atraído demasiado la atención en ese sitio donde se mantenían inmóviles. Una notoria palidez fue detectada por él en el rostro femenino, mientras reanudaban su camino, así que entre cerro los ojos ligeramente – ¿Te encuentras bien? ¿Deseas que busquemos un sitio donde sentarnos y podamos hablar mejor? – preguntaba aquello por mera cortesía, porque en realidad al ver la palidez ajena ya sabía a que lugar la llevaría a tomar asiento y descansar un poco.
No volvió a hablar sino hasta que caminaron unas cuantas calles más, hasta llegar cerca de una fuente, alrededor de la cual existían algunas bancas. La mayoría de aquellas bancas estaba ocupada pero para la fortuna de ambos, existía una vacía, que fue hasta la cual guió el investigador a la rusa para que tomara asiento.
– Tatiana ¿En qué trabajas? – preguntó con curiosidad cuando se sentó al lado de ella. Si bien aquella pregunta estaba fuera de lugar, a Dylan se le había ocurrido una manera de que ambos se ayudasen mutuamente haciendo de esa manera que su trabajo fuera más bien un intercambio – Lo pregunto porque cabe la posibilidad de que yo necesite ayuda en algunas cosas así que en lugar de pagarme con dinero, ¿Qué tal si me pagas con tu ayuda? No será nada complicado, lo prometo – una enorme sonrisa apareció entonces en los labios del investigador. No era simplemente el hecho de que realmente necesitaba ayuda, sino que además, existía algo en Tatiana que le hacía querer tenerla cerca y cuidar de ella. Quizás fuera por su juventud, todo lo que había sufrido o su hermosa personalidad. Razones podían existían muchas y Dylan no iba a buscarlas todas en ese momento, sino que esperaría por descubrirlas poco a poco si es que la rusa aceptaba su trato – O dime ¿Tienes alguna idea de cómo podríamos llegar a un acuerdo?
Fabrice Laurent- Humano Clase Media
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Re: Niñas errantes | Privado
Lo peor que podía sentir, era que Vera no estaba. Se había acostumbrado a su presencia constante, la sentía aún más viva que antes de aquella fatídica jornada, pues la acompañaba y hacía reír, a pesar de todo. Cuando ambas estaban en Rusia, y su melliza aún existía materialmente, compartían muy pocas cosas; Tatiana se sentía lejos y que jamás llegaría a tocar el corazón de su hermana, sin embargo, lo que rescataba del horror que las envolvía, era que habían aprendido mucho la una de la otra. Que Vera hubiese permanecido en éste mundo como un espíritu, era la forma que la rubia tenía de mantenerla cerca, como si no hubiera muerto. Pero lo cierto era que sí había muerto y padecido horrores los instantes previos a su trágico final, y que algún día la paz debía llegar a su alma y Tatiana debería dejarla partir. Pero se negaba a hacerlo, aún. La necesitaba, y a pesar de que ya no podía abrazarla, adoraba su espíritu. Cuando la mayor no lo notaba, Tatiana la observaba, y su pecho se oprimía al notar la nostalgia en sus ojos, el deseo de volver a sentir el calor de un ser humano, el aroma de las flores, la caricia del viento, el calor del Sol.
Suspiró larga y amargamente cuando el detective insistió, y muy a su pesar, no quería alejarse de él. En su compañía se sentía segura, y sin Vera, debía contentarse con esa pequeña migaja que le había dado la vida. Agachó la cabeza y asintió cuando Laurent le ofreció ir a otro lugar donde se encontrasen más tranquilos y pudiesen conversar con tranquilidad. Internamente, Tatiana lo agradeció, pues comenzaba a atormentarla la cantidad de gente que los rodeaba. Se había acostumbrado al confinamiento y la vida solitaria que significaba el vivir en la mansión de su abuela. Las rutinas diarias se le habían hecho carne, las hacía como autómata, y su mundo se había terminado reduciendo a las paredes de su pequeña habitación, convertida en su refugio y, extrañamente, el único lugar donde podía ser ella misma. Podía canturrear en paz, bailar, escribir y soñar, que era lo que no tenía permitido en su horario laboral. Y a pesar de que, cuando la noche llegaba se encontraba sumamente agotada, se tomaba su tiempo de escribir alguna anécdota y, como su existencia se había vuelto bastante aburrida, inventaba algo divertido que le podría haber ocurrido y reía hasta volverla real.
—Trabajo en la residencia de mi abuela —comentó con cierta vergüenza. No quería que nadie juzgase a la anciana por haber convertido a su nieta en servidumbre. Se acomodó en el asiento, y con las mejillas ruborizadas, se alejó un poco más de Dylan. Se preguntó por qué el corazón le latía tan fuerte, y se convenció de que era por la emoción de, por fin, haber encontrado un alma caritativa. —Si le parece bien, puedo hacer el aseo de su casa. Estoy acostumbrada a esas tareas. En Rusia, ayudaba a mi madre, y aquí soy empleada doméstica. No sería un problema ni una molestia para mí, todo lo contrario. Me esforzaría por dejar todo reluciente, así compenso lo que no pueda pagarle en efectivo —lo miró de reojo, y antes de permitirle hablar, se enderezó en banco. —Porque le pagaré en efectivo, compensando lo que no pueda con mi trabajo —su rostro serio y su voz firme, daban la pauta de que no aceptaría un no como respuesta.
Desde lejos, Vera observa a su hermana sentada junto al apuesto detective, y la envidia le provocó un acceso de ira. Quería golpear los árboles, llorar y gritar su desgracia. ¡Ella debía estar en su lugar! ¡Era Vera la que tenía que estar en París en compañía de un hombre agradable y lindo! ¿Cómo podía ser tan maldita su suerte? ¿Por qué tenía que pasarle todo aquello? Tatiana no era una niña frívola ni coqueta, jamás encontraría placer en intentar seducir a un hombre ni en sentirse hermosa para él. Vera era la que encontraría un marido maravilloso en esa ciudad, que la sacaría de la pobreza y que la amaría profundamente. Tatiana podía tener todo lo que ella había deseado, ¡y nunca lo disfrutaría! Sería siempre una nena soñadora, que pensaría en los demás antes que en su bienestar y se conformaría con pocas cosas. Ser explotada por la vieja insoportable, quizá conseguir un marido mediocre y llenarse de hijos, para morir gorda y pobre, como la mayoría de las mujeres que pisaban el firmamento. Vera odiaba a su hermana, ya no le cabían dudas de ello.
Suspiró larga y amargamente cuando el detective insistió, y muy a su pesar, no quería alejarse de él. En su compañía se sentía segura, y sin Vera, debía contentarse con esa pequeña migaja que le había dado la vida. Agachó la cabeza y asintió cuando Laurent le ofreció ir a otro lugar donde se encontrasen más tranquilos y pudiesen conversar con tranquilidad. Internamente, Tatiana lo agradeció, pues comenzaba a atormentarla la cantidad de gente que los rodeaba. Se había acostumbrado al confinamiento y la vida solitaria que significaba el vivir en la mansión de su abuela. Las rutinas diarias se le habían hecho carne, las hacía como autómata, y su mundo se había terminado reduciendo a las paredes de su pequeña habitación, convertida en su refugio y, extrañamente, el único lugar donde podía ser ella misma. Podía canturrear en paz, bailar, escribir y soñar, que era lo que no tenía permitido en su horario laboral. Y a pesar de que, cuando la noche llegaba se encontraba sumamente agotada, se tomaba su tiempo de escribir alguna anécdota y, como su existencia se había vuelto bastante aburrida, inventaba algo divertido que le podría haber ocurrido y reía hasta volverla real.
—Trabajo en la residencia de mi abuela —comentó con cierta vergüenza. No quería que nadie juzgase a la anciana por haber convertido a su nieta en servidumbre. Se acomodó en el asiento, y con las mejillas ruborizadas, se alejó un poco más de Dylan. Se preguntó por qué el corazón le latía tan fuerte, y se convenció de que era por la emoción de, por fin, haber encontrado un alma caritativa. —Si le parece bien, puedo hacer el aseo de su casa. Estoy acostumbrada a esas tareas. En Rusia, ayudaba a mi madre, y aquí soy empleada doméstica. No sería un problema ni una molestia para mí, todo lo contrario. Me esforzaría por dejar todo reluciente, así compenso lo que no pueda pagarle en efectivo —lo miró de reojo, y antes de permitirle hablar, se enderezó en banco. —Porque le pagaré en efectivo, compensando lo que no pueda con mi trabajo —su rostro serio y su voz firme, daban la pauta de que no aceptaría un no como respuesta.
Desde lejos, Vera observa a su hermana sentada junto al apuesto detective, y la envidia le provocó un acceso de ira. Quería golpear los árboles, llorar y gritar su desgracia. ¡Ella debía estar en su lugar! ¡Era Vera la que tenía que estar en París en compañía de un hombre agradable y lindo! ¿Cómo podía ser tan maldita su suerte? ¿Por qué tenía que pasarle todo aquello? Tatiana no era una niña frívola ni coqueta, jamás encontraría placer en intentar seducir a un hombre ni en sentirse hermosa para él. Vera era la que encontraría un marido maravilloso en esa ciudad, que la sacaría de la pobreza y que la amaría profundamente. Tatiana podía tener todo lo que ella había deseado, ¡y nunca lo disfrutaría! Sería siempre una nena soñadora, que pensaría en los demás antes que en su bienestar y se conformaría con pocas cosas. Ser explotada por la vieja insoportable, quizá conseguir un marido mediocre y llenarse de hijos, para morir gorda y pobre, como la mayoría de las mujeres que pisaban el firmamento. Vera odiaba a su hermana, ya no le cabían dudas de ello.
Tatiana/Vera Belova- Humano Clase Baja
- Mensajes : 25
Fecha de inscripción : 03/06/2014
Re: Niñas errantes | Privado
Vivir del propio ingenio es saber siempre dónde están las avispas
Stephen King
Preocuparse por aquellas personas que serían sus clientes era perfectamente normal para el investigador. Su padre había inculcado muchas cosas a Dylan y entre ellas estaba atender a los demás como él mismo deseaba ser atendido, por eso era que aunque Tatiana le dijera que no poseía dinero y pese a que las ropas femeninas lucieran humildes, el investigador tomaba su mano y le guiaba como si fuera una mujer de alta sociedad. Otras personas mal intencionadas creerían que aquello era una manera de burla, pero para él, era todo lo contrario; de hecho, Dylan era mucho más atento con Tatiana que con otras mujeres que hubiese atendido y eso se debía enteramente a la curiosidad y deseos de protección que generaba la rusa en él. Era desgarrador para cualquiera saber que a una edad tan temprana la joven cargaba con un dolor tan grande como lo era la muerte de su hermana y sin embargo, pese a esa pena, al mirar a los ojos de la rusa, existía una luz que demostraba que tenía unas inmensas ganas de vivir.
El investigador se alegro de no recibir una negativa por parte de la fémina cuando tomo su mano y le llevó hasta un sitio apartado de la multitud curiosa que les observaba con detenimiento. Tatiana se dejo guiar por él como si fuesen conocidos de toda la vida y eso dio alegría al corazón del francés. Al parecer ella siempre había sido una buena chica y las desgracias no afectaron en gran medida su manera de ser y de confiar en otros, cosa que jugaba a favor de él pero no de ella; eso, le daba un motivo muy importante para dejarle algunas cosas en claro a la joven pero antes de poder decir cualquier respecto a la seguridad de ella, pregunto otros aspectos en los que tenía duda.
Escuchó con atención como es que Tatiana le decía que trabajaba para su abuela, cosa que no le pareció para nada extraña a Dylan. Ayudar a la familia le parecía algo de esperarse, después de todo, él había trabajado durante mucho tiempo para su padre y esos habían sido los mejores años de su vida. Claro que las circunstancias eran diferentes para ambos y Dylan aún no lo sabía, tampoco necesitaba ahondar en esos detalles y simplemente, los paso por algo. La vergüenza de la joven le fue evidente y una sonrisa divertida asomo a sus labios mientras que ella daba la idea de servir en su casa. La idea de tener quien mantuviera su casa limpia no le desagradaba en lo absoluto. El francés se la pasaba tanto tiempo fuera de casa que todo en su hogar era un completo desastre; la mayoría de las veces le era imposible dar con las cosas que necesitaba.
– Te aseguro que no tendrás que pagarme nada en efectivo una vez que te des cuenta en lo que te has metido, pero como te sientas mejor – Sabía a la perfección a lo que Tatiana debería enfrentarse en su cosa. El hogar de Dylan no era simplemente un sitio que pudiera limpiarse sin más; por su trabajo, poseía un montón de documentos que siempre se juraba organizaría debidamente y que después, terminaban por cualquier lugar de la casa. Lo único que ayudaba a Laurent era su buena memoria, la que le ayudaba a saber por que zonas dejaba las cosas aunque igual, requería de una búsqueda minuciosa para encontrar la mayoría. Observo a la chica. – Tatiana, ¿Estas segura de que quieres ayudarme con el aseo? Porque creo que ayudar a tu abuela ya debe ser bastante pesado para ti y de verdad que no has visto mi casa es un completo desastre.
Y su bien parecía ser que el trabajo era del todo suyo y el asunto de cómo se manejarían los pagos estaba claro; existía algo más que deseaba pedir a la joven rusa y que no sería beneficioso solo para él sino que creía bastante conveniente para ella. Tatiana no mostraba desconfianza alguna, lucía vulnerable y una mujer que se podía engañar fácilmente.
– Bueno, si vamos a investigar sobre tu hermana como te he dicho ya, necesito saber tanto como pueda sobre ella y lo sucedido pero, también quiero que me prometas algo – le miro fijamente y con seriedad – que no vas a confiar en nadie y no harás caso a lo que nadie que no conozcas te diga. Confía únicamente en mi Tatiana y no hagas nada que sea impudente o pueda ponerte en peligro. ¿Esta claro? – y le decía todo aquello porque sabía que ella estaría expuesta a peligros ya fuera porque tuviera acceso a su casa, documentos, por la investigación que estaba por iniciarse o por cualquier otra razón y Dylan quería sentir al menos un poco de seguridad, no por él sino por ella.
Stephen King
Preocuparse por aquellas personas que serían sus clientes era perfectamente normal para el investigador. Su padre había inculcado muchas cosas a Dylan y entre ellas estaba atender a los demás como él mismo deseaba ser atendido, por eso era que aunque Tatiana le dijera que no poseía dinero y pese a que las ropas femeninas lucieran humildes, el investigador tomaba su mano y le guiaba como si fuera una mujer de alta sociedad. Otras personas mal intencionadas creerían que aquello era una manera de burla, pero para él, era todo lo contrario; de hecho, Dylan era mucho más atento con Tatiana que con otras mujeres que hubiese atendido y eso se debía enteramente a la curiosidad y deseos de protección que generaba la rusa en él. Era desgarrador para cualquiera saber que a una edad tan temprana la joven cargaba con un dolor tan grande como lo era la muerte de su hermana y sin embargo, pese a esa pena, al mirar a los ojos de la rusa, existía una luz que demostraba que tenía unas inmensas ganas de vivir.
El investigador se alegro de no recibir una negativa por parte de la fémina cuando tomo su mano y le llevó hasta un sitio apartado de la multitud curiosa que les observaba con detenimiento. Tatiana se dejo guiar por él como si fuesen conocidos de toda la vida y eso dio alegría al corazón del francés. Al parecer ella siempre había sido una buena chica y las desgracias no afectaron en gran medida su manera de ser y de confiar en otros, cosa que jugaba a favor de él pero no de ella; eso, le daba un motivo muy importante para dejarle algunas cosas en claro a la joven pero antes de poder decir cualquier respecto a la seguridad de ella, pregunto otros aspectos en los que tenía duda.
Escuchó con atención como es que Tatiana le decía que trabajaba para su abuela, cosa que no le pareció para nada extraña a Dylan. Ayudar a la familia le parecía algo de esperarse, después de todo, él había trabajado durante mucho tiempo para su padre y esos habían sido los mejores años de su vida. Claro que las circunstancias eran diferentes para ambos y Dylan aún no lo sabía, tampoco necesitaba ahondar en esos detalles y simplemente, los paso por algo. La vergüenza de la joven le fue evidente y una sonrisa divertida asomo a sus labios mientras que ella daba la idea de servir en su casa. La idea de tener quien mantuviera su casa limpia no le desagradaba en lo absoluto. El francés se la pasaba tanto tiempo fuera de casa que todo en su hogar era un completo desastre; la mayoría de las veces le era imposible dar con las cosas que necesitaba.
– Te aseguro que no tendrás que pagarme nada en efectivo una vez que te des cuenta en lo que te has metido, pero como te sientas mejor – Sabía a la perfección a lo que Tatiana debería enfrentarse en su cosa. El hogar de Dylan no era simplemente un sitio que pudiera limpiarse sin más; por su trabajo, poseía un montón de documentos que siempre se juraba organizaría debidamente y que después, terminaban por cualquier lugar de la casa. Lo único que ayudaba a Laurent era su buena memoria, la que le ayudaba a saber por que zonas dejaba las cosas aunque igual, requería de una búsqueda minuciosa para encontrar la mayoría. Observo a la chica. – Tatiana, ¿Estas segura de que quieres ayudarme con el aseo? Porque creo que ayudar a tu abuela ya debe ser bastante pesado para ti y de verdad que no has visto mi casa es un completo desastre.
Y su bien parecía ser que el trabajo era del todo suyo y el asunto de cómo se manejarían los pagos estaba claro; existía algo más que deseaba pedir a la joven rusa y que no sería beneficioso solo para él sino que creía bastante conveniente para ella. Tatiana no mostraba desconfianza alguna, lucía vulnerable y una mujer que se podía engañar fácilmente.
– Bueno, si vamos a investigar sobre tu hermana como te he dicho ya, necesito saber tanto como pueda sobre ella y lo sucedido pero, también quiero que me prometas algo – le miro fijamente y con seriedad – que no vas a confiar en nadie y no harás caso a lo que nadie que no conozcas te diga. Confía únicamente en mi Tatiana y no hagas nada que sea impudente o pueda ponerte en peligro. ¿Esta claro? – y le decía todo aquello porque sabía que ella estaría expuesta a peligros ya fuera porque tuviera acceso a su casa, documentos, por la investigación que estaba por iniciarse o por cualquier otra razón y Dylan quería sentir al menos un poco de seguridad, no por él sino por ella.
Fabrice Laurent- Humano Clase Media
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Fecha de inscripción : 25/02/2013
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