No te vayas ahora que te encontré [Priv. Beltaine]

por **Lyssandro F. Pizzorulli** Vie Ene 09, 2015 1:04 pm

Cara mía, dulce colibrí. Apenas te alcanzo.
Un segundo estás y al siguiente ya no.
Por ti perdí la cabeza y así de loco quiero amarte.

Resultaba un poco confuso el modo en que llegó al bosque. París le resultaba extraña y molesta, como un hormiguero pútrido lleno de cadáveres y bellezas desalmadas. No la habría visitado de no ser por la devastadora urgencia de hallar lo que había perdido hacía casi doscientos años. Recordaba vagamente haber encontrado al hombre que hincó por primera vez los colmillos en su carne, únicamente en post de la venganza y el castigo, pero no asimilaba cómo se había librado de él. ¿Acaso su desesperación venció a la rigurosa fuerza de Edric? ¿O este malvado vampiro había sucumbido a la piedad, dejándolo ir? No concebía ninguna posibilidad. Las hallaba absurdas.

Y sin embargo, tenía bajo sus pies la fresca tierra de los bosques, las hojas marchitas que acababan crujiendo en una sonata tierna. Al frente tenía una profunda oscuridad, como el túnel hacia el infierno que había creído ver cuando Edric lo había convertido. Era tan parecido que lo hizo detenerse, sujetándose un brazo adolorido, sólo para comprobar que no hubiera diablillos aguardando su siguiente paso, dispuestos a sujetar sus extremidades con el único fin de atormentarlo. "Dios, estoy demasiado atormentado ya", rezó para sus adentros, con una expresión que no podía definirse como humana, "Mi Señor, si no encontraré alivio, por lo menos..."

La humilde súplica se interrumpió cuando creyó divisar a la distancia un movimiento humano. La figura de una criatura que no podía ser un animal, aunque ninguna doncella tendría que estar haciendo nada a esas horas de la noche en el bosque. Acostumbrado a los delirios, el italiano avanzó hacia aquella persona.

Si era humana, no podría verle llegar, pues la luz de la luna era interrumpida completamente por la copa de los árboles. Si era un ser inmortal...

- ¿Quién anda ahí? -Preguntó, descubriendo que su voz conservaba una lucidez inescrutable. Lyssandro era, a esas alturas, lo más parecido a una estatua inmaculada. Sólo el ligero movimiento de esa figura en a oscuridad podía hacerlo caminar, hablar, cuestionar.- ¿Quién anda ahí? -Repitió, como si nunca hubiese formulado dicha pregunta con anterioridad.

Sus ojos, que habían mantenido la esencia de una piedra inflexible, se derritieron como la plata fundida. La observaron, justamente como si fuese la primera vez que la veía.

Quizá se debía a que en sus cuatros siglos de existencia no comprendía aún la magnitud de la inmortalidad, la realidad de los vampiros. O tal vez apenas entendía la magnitud de sus sentimientos, de la profundidad de algo que creyó mera obsesión. De cualquier forma, ver a Beltaine, tan exactamente igual a cómo la vio dos siglos atrás, hizo que su inmaculado corazón creyera saltar de nuevo, como en los viejos tiempos. Su expresión recobró la vida que había perdido en las últimas décadas, un poco de la cordura también, y pronto sintió la humedad de las lágrimas rosadas sobre sus mejillas.

- ¿Belt? -La llamó, encontrando una aspereza dolorosa al pronunciar su nombre. La miraba con una adoración desmesurada, pero en el fondo una pequeña voz (la que siempre lo acompañaba cuando estaba solo) se preguntaba por qué debía hallarla vagando en París, en una situación tan jodidamente peligrosa. Esa parte de él quería sacudirla y regañarla, cual criatura inocente que tuviera que aprender una gran lección. La misma parte que se preguntaba, con curiosidad, por qué el destino los había reunido de forma tan caprichosa en medio de un bosque cualquiera.- Belt... -Volvió a decir, con esa mala costumbre de repetirlo todo. Quiso extender un brazo, pero lo descubrió herido. ¿Se habría lastimado en algún punto de su caminata? Sacudió la cabeza, contrito.- No lo puedo creer, Cara mia... -Susurró cuando se encontró más cerca.- ¡No huyas de mi, te lo pido! -Rogó, aunque no estaba seguro de si esa era la intención de la muchacha.- Aguarda un segundo... déjame mirarte bien...