AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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La inquietud no llega sola |Priv
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La inquietud no llega sola |Priv
El destino no reina sin la complicidad secreta
del instinto y de la voluntad.
G.P
del instinto y de la voluntad.
G.P
A veces en las grandes familias ocurría que a menudo uno de los hijos era llamado “la oveja negra”. Normalmente ocurría por un comportamiento rebelde, mientras que otras veces se le llamaba así a quien no cumplía el ideal del grupo social al que pertenecía. Otras veces sencillamente era el ser más débil de entre todos. Y estos casos exclusivamente no eran solo de los humanos ya que tanto los vampiros, licántropos, brujos y cambiantes, en ciertos grupos se solía discriminar al miembro discordante. En este caso la anomalía de una de las jóvenes felinas de una manada de cambiantes, el no poder transformarse en una gran pantera, la había señalado ante los demás jóvenes del grupo, los que en ausencia de Gaspard, el líder actual y hermano mayor de la felina, solían molestarla hasta herirla y apartarla de los demás. Y Dianna era una de esas felinas, que pese a sus esfuerzos aún no había podido transformarse en la gran pantera que todos habían esperado que fuera. Mentras los más pequeños con diez años ya mostraban sus felinos, ella solo había logrado convertirse en un precioso gato común y en una blanca pantera de las nieves. Lo qué la había convertido en el hazmereír de todos. La vida no había sido fácil para la felina y aunque ahora fuera su hermano mayor el líder de la manada, tampoco había cambiado mucho su situación. Ya que al negarse al acercamiento con los jóvenes de la manada, no había contribuido para nada a cambiar su estatus en la mente de los demás jóvenes.
“Ella jamás será capaz, no la veis? No tenía que haber nacido, es una sangre impura por más que su hermano nos lidere” “Caza ratones y conejos… ¿No os resulta divertida?” “Esta invalida para cazar y por eso mismo su hermano no la deja salir a cazar.” “Una criatura así es una vergüenza para todos. Pobre Gaspard, lo compadecemos. Él no se merecía tener una hermana así” “Dianna Cossment es tan poco cosa…” Aquellas palabras, aquellas mofas seguían dando vueltas en su cabeza y no creía poder olvidarlas jamás. Tras tantos años de aquellas voces aún no las había olvidado. Ni creía poder hacerlo jamás.
***
Aquella misma mañana había acudido a acompañar a un grupo de felinos a voltear los terrenos, aprovechando que los adultos se encontraban cazando, cuando súbitamente los cambiantes se transformaron en oscuras y fuertes panteras. Dianna cambió a su pantera de las nieves, sin embargo enseguida fue sacudida por los demás que riéndose del blanco de su pelaje, y de su sangre diluida – eso decían ellos.- empezaron a perseguirla hasta que huyendo y más ágil que los demás escapó de ellos, encerrándose al llegar a la manada en su casa, abatida y triste.
— ¡Maldita sea¡—Gruñó golpeando su mano contra la pared. — ¿Por qué no sales ni cuando mi vida corre peligro? ¡Por qué! ¿No soy suficiente para ti? —Gritó sola en la soledad de aquellas cuatro paredes hablando consigo misma, intentando conectar con su gran felina. En ocasiones podía sentir el cambio, no obstante siempre se revertía y no terminaba saliendo. De pequeña no solía preocuparse ya que con el apoyo de su hermano y su madre, tenía todo lo que necesitaba, sin embargo ahora en la que se encontraba en edad para buscar una pareja entre los suyos y contribuir al crecimiento de la manada, no podía más que preocuparse por sus formas animal. Por más que odiara y no encontrara un joven que le gustase para su unión en la época de celo, la fecha se acercaba a grandes pasos hacia ella y aún no tenía claro que haría aquella noche en la que los felinos sin pareja intentarían reclamarla para sí. Quizás tuviera que huir de la manada y sobrevivir con las presas que en estado salvaje pudiera obtener del bosque. Pero no quería abandonar a su hermano, él lo era todo para ella.
Por un instante suspiró y oyendo las pisadas de sus perseguidores, salió de la casa y echó a correr en la dirección contraria, esperando que al salirse del territorio de su hermano, no fueran a por ella. Tras unos minutos corriendo, se ocultó bajo el tronco de un antiguo árbol y esperó escuchar a los felinos que se habían detenido unos metros más alejados.—Ha echado a correr en el territorio prohibido. —Dijo una voz con preocupación, sabiendo que de pasarle algo y descubrir que ellos la habían perseguido, Gaspard iría a por ellos. Y no era tiempo de enfrentarse a él por el liderato de la manada. No todavía. Aún eran muy jóvenes. — ¡Silencio! Ella es la estúpida que se ha metido en este problema por si sola. No es asunto nuestro lo que le pase a partir de aquí. Ahora será mejor que nos volvamos, no encendamos la alarma antes de hora. Sea con sea, no es diferente a cualquier otra felina y nosotros no somos sus vigilantes.—Otro par de gruñidos se escucharon y tras aquellas palabras, todos echaron a correr de vuelta a la seguridad de sus terrenos mientras dejaban atrás a la felina.
Por unos segundos Dianna restó en silencio aún escondida. Solo cuando se quedó sola pudo respirar tranquila y levantarse lentamente d su escondite, quitándose del vestido que llevaba las pequeñas ramas y hojas que se habían enganchado en las telas. — ¿Tenemos suerte de que no nos hayan seguido, sabes? Poco podría hacer contra ellos siendo una pantera de las nieves o un gato común. —Volvió a hablar consigo misma mientras ahora más calmada proseguía hacia adelante en su camino; alejándose así de la manada. Distraída, se le pasó toda la mañana e incluso al llegar la tarde siguió descubriendo aquel bosque que tenía prohibido y fuera de sus dominios. La vegetación era más abundante que en otras zonas boscosas y oyendo de fondo el gorgoteo tranquilo del rio pasar entre unas piedras, se dejó embelesar por el lugar y sus ruidos, hasta que un ruido atípico del bosque atrajo toda su atención. Sus vivos ojos se movieron hacia la lejanía del bosque por donde provenían los ruidos y estática escondida bajo la sombra de un árbol, observó un grupo de hombres armados que seguían el río. Por el aura pudo identificar a hombres corrientes, con una oscura aura que no sabía interpretar y uno o dos cambiantes que les acompañaban liderando el grupo.— ¿Cazadores?— Se preguntó sintiendo en su interior como su felina se ponía alerta y le arañaba por dentro, intentando que retrocediera y se alejara de aquellos hombres. El destino hoy no estaba a su favor.
Última edición por Dianna Cossment el Vie Ene 30, 2015 6:16 am, editado 1 vez
Dianne Cossment- Cambiante Clase Media
- Mensajes : 58
Fecha de inscripción : 11/09/2013
Re: La inquietud no llega sola |Priv
Tanto problema por culpa de la codicia. Si es que estaba claro que a este paso le habría resultado mucho más rentable seguir siendo pobre. Gerarld se había habituado desde niño a que la escasez era el pan de cada día, solo que el pan era duro la mejor de las veces y mohoso el resto del tiempo. No obstante, desde que había adquirido cierto estatus de ejecutor se había procurado una vida mucho más decente. No lujosa, pero si segura dentro de lo que se esperaba de un hombre que cobraba insignes cantidades de dinero por matar a otros. Sus barcos eran su mayor fuente de ingresos a pesar de ello. Todos ellos de contrabando y con contratos de corsarios pero, a pesar de ello, barcos comprados por su propio bolsillo. Un seguro de vida para cuando su jubilación le llegase. Así pues, que un saco de pulgas que se hacía llamar líder de un clan se creyese lo bastante fiera como para atracar uno de los medios de jubilación… digamos que mucha gracia no le hacía. Su muriente era un hombre bastante escurridizo, pues ni si quiera estaba en la guía de referencia del cazador, y eso que había llevado a cabo un gran número de golpes a lo largo de la campiña francesa y en Marsella, apoderándose de grandes cargamentos que desaparecían en la niebla como si tal cosa. Una especie de Robin Hood. No por primera vez en esa semana, a Gerarld se le revolvió el estómago al pensar en esa clase de comportamiento. ¿Qué clase de imbécil tomaba un botín y lo regalaba? Desde luego que aquello escapaba a su comprensión, pero tampoco iba a ponerse a filosofar sobre sus motivos, le bastaba con saber que ese minino había puesto las manos en algo de su propiedad, y eso, en el lugar de donde venía Gerarld, solo podía castigarse con que te cortasen las manos. Bueno, en realidad la violación también estaba incluida en todo aquello pero le gustaba tener un mínimo de amor propio y no caer en la zoofilia, muchas gracias.
Su traje de ejecutor negro, compuesto por barias capas de cuero flexible que le servía de armadura reforzada, estaba cubierta por un largo abrigo negro cerrado a la altura de la cintura por un cinturón de donde colgaban la mayoría de sus armas. El traje lo remataba una capucha que le ocultaba los ojos sin dejar de permitirle ver bien a su alrededor. Aquellos bosques estaban repletos de malos espíritus. No es que fuese alguien supersticioso pero meterse en un denso bosque oscuro donde posiblemente se convertiría en la presa no era algo que a ningún hombre le sentase bien. Había localizado la base desde donde operaba aquel clan de cambiantes, todos ellos felinos de gran tamaño por lo que había sacado a su confidente, con lo que había tomado la medida de acercarse con el viento en contra, pues si detectaban su olor estaba perdido. En la bolsa que colgaba a su espalda llevaba material suficiente como para preparar algunas sorpresas para su muy queridos ladrones, además de que la piel de tigres y panteras se estaba volviendo algo muy exótico entre la nobleza, llegando a pagar miles de francos por ellas. Con un poco de suerte, puede que hasta le saliese bien el negocio. Aparto unos cuantos matorrales cuando llego aquel sonido. “¿Pisadas?” Aquel paso decidió y nada silencioso no era típico de ningún cambiante, ni por asomo. Gerarl trepo por uno de los altos arboles hasta alcanzar una zona de difícil visión para los que estaban abajo. Avanzo entre las ramas de los arboles cercanos, tratando de mantener siempre la mejor posición de visión sin ser demasiado ruidoso. Finalmente logro identificar de donde venía el ruido. Cuatro hombres, todos ellos armados con rifles y sables de largo y medio alcance. ¿Qué hacían allí? Se acercó un poco más entre los árboles para ver si podía oír lo que decían. – Te digo que están por aquí Charles. Una manada entera de malditos cambiapieles. Imagina lo que el cardenal hará si le llevamos semejante premio. – “Oooh dime que no es verdad…” Aquella panda de idiotas se hacía llamar cazadores, y no tenían otra intención salvo llevar su presa a la iglesia. Por Dios, ¿es que solo había incompetentes en ese país?
Tal y como caminaban es posible que ya hubiesen alertado a medio bosque de que estaban allí. A ese paso, atraerían a toda la manada en su dirección y adiós a su factor sorpresa. Capturar a Vane se convertiría en una misión suicida como poco. Gerarld apretó los dientes, frustrado porque siempre ocurriesen imprevistos como ese. Sin embargo, Marcus le había enseñado que cuando se era ejecutor nada salía siempre según lo previsto, y que había que adaptarse a las situaciones tal como llegaban dentro de la complejidad del clan. – Que remedio. – Dijo con un susurro mientras seguía avanzando sobre las ramas. Cuando estuvo justo encima del grupo se dio cuenta de que había llegado su oportunidad. Se agarró a una de las ramas con cuidado, debía ser muy rápido. Antes de que los cazadores volviesen a moverse, Gerarld salto de la rama cayendo sobre ellos. Las cuchillas que siempre llevaba ocultas en las mangas salieron impulsadas hacia delante, clavándose una en el cuello y otra en el pecho de dos de los cazadores. Antes de que el estupor que sacudió al grupo perdiese su efecto, saco las cuchillas y corrió como una bala hacia el siguiente cazador, interrumpió el disparo colocando la mano sobre el percutor, para acto seguido perforarle la cuenca del ojo con la cuchilla de la otra mano. Murió en el acto. Se giró rápidamente y degolló al último antes de que tuviese la oportunidad de gritar. Los cuatro cuerpos derramaban sangre por el suelo del bosque, y confiaba en que si algún felino lo olía lo achacase a una partida de caza. Aun así, debía de darse… - ¡Quieto! – La voz insistente fue acompañada de un cañón de mosquete tocándole la nuca. Se le había escapado un quinto… debía de haber estado en la retaguardia, por eso no le vio. Debía pensar rápido, antes de que el muy idiota disparase y atrajese a todo el mundo.
Su traje de ejecutor negro, compuesto por barias capas de cuero flexible que le servía de armadura reforzada, estaba cubierta por un largo abrigo negro cerrado a la altura de la cintura por un cinturón de donde colgaban la mayoría de sus armas. El traje lo remataba una capucha que le ocultaba los ojos sin dejar de permitirle ver bien a su alrededor. Aquellos bosques estaban repletos de malos espíritus. No es que fuese alguien supersticioso pero meterse en un denso bosque oscuro donde posiblemente se convertiría en la presa no era algo que a ningún hombre le sentase bien. Había localizado la base desde donde operaba aquel clan de cambiantes, todos ellos felinos de gran tamaño por lo que había sacado a su confidente, con lo que había tomado la medida de acercarse con el viento en contra, pues si detectaban su olor estaba perdido. En la bolsa que colgaba a su espalda llevaba material suficiente como para preparar algunas sorpresas para su muy queridos ladrones, además de que la piel de tigres y panteras se estaba volviendo algo muy exótico entre la nobleza, llegando a pagar miles de francos por ellas. Con un poco de suerte, puede que hasta le saliese bien el negocio. Aparto unos cuantos matorrales cuando llego aquel sonido. “¿Pisadas?” Aquel paso decidió y nada silencioso no era típico de ningún cambiante, ni por asomo. Gerarl trepo por uno de los altos arboles hasta alcanzar una zona de difícil visión para los que estaban abajo. Avanzo entre las ramas de los arboles cercanos, tratando de mantener siempre la mejor posición de visión sin ser demasiado ruidoso. Finalmente logro identificar de donde venía el ruido. Cuatro hombres, todos ellos armados con rifles y sables de largo y medio alcance. ¿Qué hacían allí? Se acercó un poco más entre los árboles para ver si podía oír lo que decían. – Te digo que están por aquí Charles. Una manada entera de malditos cambiapieles. Imagina lo que el cardenal hará si le llevamos semejante premio. – “Oooh dime que no es verdad…” Aquella panda de idiotas se hacía llamar cazadores, y no tenían otra intención salvo llevar su presa a la iglesia. Por Dios, ¿es que solo había incompetentes en ese país?
Tal y como caminaban es posible que ya hubiesen alertado a medio bosque de que estaban allí. A ese paso, atraerían a toda la manada en su dirección y adiós a su factor sorpresa. Capturar a Vane se convertiría en una misión suicida como poco. Gerarld apretó los dientes, frustrado porque siempre ocurriesen imprevistos como ese. Sin embargo, Marcus le había enseñado que cuando se era ejecutor nada salía siempre según lo previsto, y que había que adaptarse a las situaciones tal como llegaban dentro de la complejidad del clan. – Que remedio. – Dijo con un susurro mientras seguía avanzando sobre las ramas. Cuando estuvo justo encima del grupo se dio cuenta de que había llegado su oportunidad. Se agarró a una de las ramas con cuidado, debía ser muy rápido. Antes de que los cazadores volviesen a moverse, Gerarld salto de la rama cayendo sobre ellos. Las cuchillas que siempre llevaba ocultas en las mangas salieron impulsadas hacia delante, clavándose una en el cuello y otra en el pecho de dos de los cazadores. Antes de que el estupor que sacudió al grupo perdiese su efecto, saco las cuchillas y corrió como una bala hacia el siguiente cazador, interrumpió el disparo colocando la mano sobre el percutor, para acto seguido perforarle la cuenca del ojo con la cuchilla de la otra mano. Murió en el acto. Se giró rápidamente y degolló al último antes de que tuviese la oportunidad de gritar. Los cuatro cuerpos derramaban sangre por el suelo del bosque, y confiaba en que si algún felino lo olía lo achacase a una partida de caza. Aun así, debía de darse… - ¡Quieto! – La voz insistente fue acompañada de un cañón de mosquete tocándole la nuca. Se le había escapado un quinto… debía de haber estado en la retaguardia, por eso no le vio. Debía pensar rápido, antes de que el muy idiota disparase y atrajese a todo el mundo.
Alec Windsor- Licántropo/Realeza
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Fecha de inscripción : 19/01/2015
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Re: La inquietud no llega sola |Priv
Durante unos minutos sus ojos siguieron cada uno de los pasos de los cazadores. Inmóvil la cambiante restó tras el árbol alejada del riesgo que pudieran verla. Como una sombra se unió al bosque y prestó atención a cada palabra de aquellos que como bandidos querían romper la paz de su propia manada. De los cambiantes que allí habitaban. Porque no solo se hablaba de los adultos, entre estos bosques también habían niños y camadas recientes de pequeñas panteras que corrían libres. Y ellos, pequeños inocentes no se merecían ser esclavos desde edades tan tempranas. Una breve sonrisa se formó en sus labios femeninos al oír las escandalosas pisadas de los humanos. Los cazadores ciertamente no eran nada silencioso, todo lo contrario. Parecían novatos, cachorros que solo buscaban llamar la atención y ciertamente, lo estaban consiguiendo. Todos los animales restaban atentos a sus movimientos e incluso un águila adulto que llevaba alimento a sus crías se quedó en una rama estático observando a los humanos. Dianna sé humedeció los labios repentinamente secos con toda aquella inquietud y esperó allí en la oscuridad con el corazón latiéndole con fuerza mientras confiaba en que los árboles y las raíces la ocultaran de cualquier curioso.
– Te digo que están por aquí Charles. Una manada entera de malditos cambia pieles. Imagina lo que el cardenal hará si le llevamos semejante premio.– Dijo uno de los cazadores provocando con sus palabras que de la garganta femenina naciera un gruñido. — No podemos librarnos de la inquisición ni viviendo alejados y en compañía de nuestros hermanos. ¿Qué les ocurre? ¿No tienen nada mejor que hacer? —Maldijo internamente cambiando de árbol desde el que espiarlos y mantenerles la vigilancia. Sus ligeros pies la llevaron más cerca de ellos. Sin ruido se movió entre las hojas con la precisión y el sigilo de un felino. De una pantera. Se detuvo bajo la protección de unos árboles y se escondió de nuevo. Por suerte los cazadores estaban tomando un camino alejado de la manada. Si seguían aquel recorrido jamás llegarían si quiera a entrar en los territorios de su hermano.
El águila adulto volvió a alzar el vuelo y el susurro emitido por el movimiento atrajo la atención de Dianna hacia las ramas de los árboles. Tan concentrada estaba con los cazadores que se le pasó por completo que en el bosque hubiera otra presencia humana, hasta que con la inquietud de su pantera encontró un humano subido a las ramas, justo encima de los cazadores. Con curiosidad cambió de posición y avanzó escondiéndose entre la vegetación. Deseaba estar más cerca. Sin hacer caso a su instinto cambiante que le transmitía inquietud y peligro, siguió moviéndose hacia ellos hasta que un movimiento en falso de su pie, alertó a los cazadores que se volvieron hacia su dirección. Rápidamente la cambiante se agachó cuando escuchó un grito entrecortado. El sonido prevenía de uno de los humanos; un grito ahogado de sorpresa seguido por el ruido terrorífico de la sangre rajar de un cuerpo moribundo. El bosque enseguida pareció silenciarse. Solo unos pocos pájaros ante los ruidos sobrevolaron sus cabezas mientras el resto de animales se escondían. Todos menos Dianna, que siguió avanzando hacia aquel ruido, parando justo para cuando unos pasos desconocidos irrumpieron en el bosque dirigiéndose hacia los ruidos. Levantando la vista observó como un cazador que se había separado de su grupo volvía hacia ellos con mosquete en la mano y preparado. —Sereís cobarde... —Musitó contrariada de que hubiera gente que atacara siempre por la espalda. Entre cambiantes atacar por la espalda estaba prohibido. Todo y que habían casos de ataques traicioneros, estos estaban muy mal vistos.
La cambiante siguió al cazador y entonces se dio cuenta de la escena. El joven humano que se había encontrado oculto en las ramas parecía haber saltado y matado a los cazadores, los que ya solo eran cadáveres moribundos o murientes bajo sus pies. Sin embargo aquel nuevo cazador se encontraba apuntándole directamente en la nuca. Un movimiento inesperado para quien estaba siendo amenazado. Un fuerte gruñido reverberó en el bosque y sin darse opciones de pensar bien sus movimientos, salió de su escondite yendo directamente contra el cazador que amenazaba a un buen hombre o a uno de los suyos. Aún no había podido descubrir quien era qué. El olor a cazador, el olor de la maldad era muy intensa por lo que el olfato de la cambiante se encontraba contaminado de aquel aroma. Y sin poder reconocer quienes eran cazadores o quienes no, se guío por los actos. Solo un cambiante podría haber sorprendido de esa forma a tres cazadores. Con aquel pensamiento y llena de odio por aquel ser que atacaba por la espalda -una forma vil y cobarde de terminar con sus enemigos– sin hacer ruido le sorprendió por la espalda, imitando sus propios movimientos y con una mano convertirá ahora en la garra de una pantera, le atravesó el pecho sin darle opción a resistirse o apartarse. Su mano le atravesó por la espalda, creando un hueco perfecto de donde un momento a otro solo rajo sangre. — En el bosque está prohibido atacar por la espalda. — Gruñó con odio en su oído retorciendo sus garras en la herida. Tras sus palabras, apartó la mano recuperando su forma habitual y el cazador moribundo tras soltar el arma que sujetaba, sin fuerzas y sin vida cayó a un lado junto a los demás cuerpos.
Dianna respiró hondo calmando el instinto asesino de su pantera que solo deseaba enzarzarse con el cuerpo del caído y se limpió la mano en la tela de su vestido. Jamás le había gustado la sangre. Como pantera si le gustaba, pero en su humanidad la aborrecía. La muerte… el dolor, eran situaciones en las que debía recurrir a su forma más fuerte y escudarse en ella para afrontarlas. Se agachó al lado del cazador muriente y tras asegurarse que ya no tenía pulso, suspiró aligerada. —Parece ser que hoy no tendremos visitas inesperadas. —murmuró levantando la vista hacia quien pensaba era un cambiante.— ¿Estáis bien? —Le preguntó con preocupación en su voz por no haber llegado a tiempo y estuviese herido. Antes de que sus ojos coincidieran con su mirada, sintió un estremecimiento y en ella todas sus pieles se tensaron. Al verle finalmente volverse ante ella, lo entendió. La mirada masculina irradiaba peligro y no cualquiera. En sus ojos brillaba el brillo intenso del depredador. Aquel joven no era un cambiante, tampoco un humano común. —Oh, oh… estamos en problemas. — Pensó sin apartar sus miradas. Acababa de matar al cazador que no debía.
– Te digo que están por aquí Charles. Una manada entera de malditos cambia pieles. Imagina lo que el cardenal hará si le llevamos semejante premio.– Dijo uno de los cazadores provocando con sus palabras que de la garganta femenina naciera un gruñido. — No podemos librarnos de la inquisición ni viviendo alejados y en compañía de nuestros hermanos. ¿Qué les ocurre? ¿No tienen nada mejor que hacer? —Maldijo internamente cambiando de árbol desde el que espiarlos y mantenerles la vigilancia. Sus ligeros pies la llevaron más cerca de ellos. Sin ruido se movió entre las hojas con la precisión y el sigilo de un felino. De una pantera. Se detuvo bajo la protección de unos árboles y se escondió de nuevo. Por suerte los cazadores estaban tomando un camino alejado de la manada. Si seguían aquel recorrido jamás llegarían si quiera a entrar en los territorios de su hermano.
El águila adulto volvió a alzar el vuelo y el susurro emitido por el movimiento atrajo la atención de Dianna hacia las ramas de los árboles. Tan concentrada estaba con los cazadores que se le pasó por completo que en el bosque hubiera otra presencia humana, hasta que con la inquietud de su pantera encontró un humano subido a las ramas, justo encima de los cazadores. Con curiosidad cambió de posición y avanzó escondiéndose entre la vegetación. Deseaba estar más cerca. Sin hacer caso a su instinto cambiante que le transmitía inquietud y peligro, siguió moviéndose hacia ellos hasta que un movimiento en falso de su pie, alertó a los cazadores que se volvieron hacia su dirección. Rápidamente la cambiante se agachó cuando escuchó un grito entrecortado. El sonido prevenía de uno de los humanos; un grito ahogado de sorpresa seguido por el ruido terrorífico de la sangre rajar de un cuerpo moribundo. El bosque enseguida pareció silenciarse. Solo unos pocos pájaros ante los ruidos sobrevolaron sus cabezas mientras el resto de animales se escondían. Todos menos Dianna, que siguió avanzando hacia aquel ruido, parando justo para cuando unos pasos desconocidos irrumpieron en el bosque dirigiéndose hacia los ruidos. Levantando la vista observó como un cazador que se había separado de su grupo volvía hacia ellos con mosquete en la mano y preparado. —Sereís cobarde... —Musitó contrariada de que hubiera gente que atacara siempre por la espalda. Entre cambiantes atacar por la espalda estaba prohibido. Todo y que habían casos de ataques traicioneros, estos estaban muy mal vistos.
La cambiante siguió al cazador y entonces se dio cuenta de la escena. El joven humano que se había encontrado oculto en las ramas parecía haber saltado y matado a los cazadores, los que ya solo eran cadáveres moribundos o murientes bajo sus pies. Sin embargo aquel nuevo cazador se encontraba apuntándole directamente en la nuca. Un movimiento inesperado para quien estaba siendo amenazado. Un fuerte gruñido reverberó en el bosque y sin darse opciones de pensar bien sus movimientos, salió de su escondite yendo directamente contra el cazador que amenazaba a un buen hombre o a uno de los suyos. Aún no había podido descubrir quien era qué. El olor a cazador, el olor de la maldad era muy intensa por lo que el olfato de la cambiante se encontraba contaminado de aquel aroma. Y sin poder reconocer quienes eran cazadores o quienes no, se guío por los actos. Solo un cambiante podría haber sorprendido de esa forma a tres cazadores. Con aquel pensamiento y llena de odio por aquel ser que atacaba por la espalda -una forma vil y cobarde de terminar con sus enemigos– sin hacer ruido le sorprendió por la espalda, imitando sus propios movimientos y con una mano convertirá ahora en la garra de una pantera, le atravesó el pecho sin darle opción a resistirse o apartarse. Su mano le atravesó por la espalda, creando un hueco perfecto de donde un momento a otro solo rajo sangre. — En el bosque está prohibido atacar por la espalda. — Gruñó con odio en su oído retorciendo sus garras en la herida. Tras sus palabras, apartó la mano recuperando su forma habitual y el cazador moribundo tras soltar el arma que sujetaba, sin fuerzas y sin vida cayó a un lado junto a los demás cuerpos.
Dianna respiró hondo calmando el instinto asesino de su pantera que solo deseaba enzarzarse con el cuerpo del caído y se limpió la mano en la tela de su vestido. Jamás le había gustado la sangre. Como pantera si le gustaba, pero en su humanidad la aborrecía. La muerte… el dolor, eran situaciones en las que debía recurrir a su forma más fuerte y escudarse en ella para afrontarlas. Se agachó al lado del cazador muriente y tras asegurarse que ya no tenía pulso, suspiró aligerada. —Parece ser que hoy no tendremos visitas inesperadas. —murmuró levantando la vista hacia quien pensaba era un cambiante.— ¿Estáis bien? —Le preguntó con preocupación en su voz por no haber llegado a tiempo y estuviese herido. Antes de que sus ojos coincidieran con su mirada, sintió un estremecimiento y en ella todas sus pieles se tensaron. Al verle finalmente volverse ante ella, lo entendió. La mirada masculina irradiaba peligro y no cualquiera. En sus ojos brillaba el brillo intenso del depredador. Aquel joven no era un cambiante, tampoco un humano común. —Oh, oh… estamos en problemas. — Pensó sin apartar sus miradas. Acababa de matar al cazador que no debía.
Dianne Cossment- Cambiante Clase Media
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Fecha de inscripción : 11/09/2013
Re: La inquietud no llega sola |Priv
Idiota, idiota y mas que idiota. Desde el principio había cometido un error tan simple como el subestimar al enemigo, pues aquella panda de inútiles le habían parecido precisamente eso: inútiles. Ningún cazador con dos dedos de frente descuidaba la retaguardia, precisamente porque los cazadores actuaban solos, sin nadie que les respaldase, por lo que la idea de que aquel grupito de niños que hacían mas ruido caminando que hablando hubiese mantenido la precaución de dejar un hombre un poco más atrás para estar seguros de que no los seguían era algo que… Soltó un pequeño gruñido como reprendiéndose a sí mismo, ya que aquella metedura de pata podría haberle costado la vida si se hubiese enfrentado a alguien remotamente competente. No es que el tener un cañón apuntándole a la cabeza fuese de su agrado ni mucho menos, pero ese mequetrefe tenía la misma habilidad que sus compañeros entonces ni a esa distancia le mataría siempre que Gerarld se moviese lo bastante rápido. Ahora bien, si aquella arma se disparaba en mitad del bosque todos los cambiantes de la zona se acercarían a ver qué pasaba y su plan de localizar a aquel saco de pulgas que perseguía sería casi imposible. Los cambiantes no es que fuesen muy cuidadosos cuando estaban en manadas, casi actuaban como cualquier grupo humano, pero cuando cazaban era algo completamente distinto. Todo pensamiento lógico quedaba relegado a un simple deseo instintivo que era matar a cualquiera que se metiese en su territorio sin invitación. Durante varios segundos se preguntó qué es lo que podía hacer para evitar que disparase, tenía que haber una manera de evitarlo o de amortiguar el disparo lo bastante como para que tuviese alguna oportunidad de salir de aquello de buenas maneras. De todas formas el tipo tenía que morir, le había visto la cara a Gerarld y si lo que les había oído sobre entregar a los cambiantes al cardenal era cierto, ¿cuánto tiempo tardaría este en enterarse de que un cazador estaba matando a los suyos? Antes de darse cuenta tendría a todos los inquisidores queriendo cogerle. Tenía claro que había que moverse ya le gustase o no, lo siguiente que pasaría sería peor que seguir pensando. No obstante, justo cuando empezaba a girarse a toda velocidad sintió el calor llegándole a la cara, y un líquido espeso y caliente le bañaba el traje de ejecutor en forma de perfectas gotas. Miro al infeliz que le estaba apuntando y lo vio.
Una garra de lo que parecía ser algún tipo de animal felino le atravesaba el pecho, el arma había caído inerte al suelo, sin dispararse siquiera. La imagen le dejo congelado durante unos cuantos segundos. ¿Cómo los cambiantes se habían dado cuenta de donde estaban? Era casi imposible que hubiesen oído la lucha desde su campamento, y aunque así fuese, ninguno con dos dedos de frente impediría que dos cazadores se matasen entre sí. La mano salió limpiamente del pecho de aquel hombre, dejando un huego de más de siete centímetros de diámetro, estaba claro que la fuerza de aquel espécimen no era de las que se desprecia, pero Gerarld aun la miraba como si fuese alguien que estaba completamente loco. Incluso las últimas palabras susurradas a su víctima eran extrañas. Para alguien con la educación del cazador, el ataque por la espalda era lo más normal del mundo, ya no solo física, sino también políticamente hablando, y aquel cambiante lo denunciaba como si fuese una aberración a un antiguo culto que nadie más que ella desconocía. Cuando por fin el cadáver dejo de ser un impedimento la miro con más detenimiento. Era una hembra, o así es como los definía el, ya que al ser más animales que humanos era normal usar tal denominación. Era joven, no debía de superar los veinte y pocos años, y aun así tenía la fuerza suficiente como para poder matar a un hombre sin más miramientos que un suspiro. Desde luego era alguien con quien se tenía que tener cuidado. – Oooh muy bien, la verdad. – Dijo con aquel tono frio y desprovisto de toda emoción. Casi parecía que estaba hablando con un amigo. Fue entonces cuando lo vio claro: por alguna razón la chica había pensado que el que estaba en un apuro había sido el propio Gerarld, que era la persona inocente que estaba siendo hostigada…. Craso error. Solo los cinco segundos restantes demostraron que, ciertamente, el hombre no tenía ni el más mínimo atisbo de ser alguien desamparado, ni tampoco uno de los suyos. Sus ojos le miraban estremecidos ante tal idea, pues había visto los ojos de la Parca y ahora no sabía que destino le aguardaba. – Y está a punto de mejorar muchísimo.
Durante un breve instante se quedó mirándola a aquellos ojos azules. Estaba claro que había cometido el mayor error de su vida. Empero, el propio Gerarld también estaba ante un problema serio. Sin duda, matar a una cambiante no supondría un esfuerzo demasiado grande, pero hacerlo en silencio no sería nada fácil, al menos no ahora que estaban frente a frente, por lo que volvía a estar en la disyuntiva de mantener el factor sorpresa o mantenerse con vida. Ante semejante encrucijada, cualquiera lo tendría bastante claro y escogería la segunda opción. Por eso escogió la tercera. Las alternativas evidentes nunca habían sido lo suyo, así que prefería escoger un camino que no dejase a la vista ninguna evidencia de sus intenciones, así era como un buen ejecutor sorprendía a sus presas, simplemente te acercabas por donde menos se lo esperaba, y le apuñalabas el corazón. – Esta bien gatita…. Creo que vas a venir conmigo. – No era una petición, por mucho que su tono de voz casi lo pareciese. Tenía muy claro que las posibilidades de que aceptase venir por su propio pie se habían desvanecido hace tiempo, así que ahora tenía que hacerlo por las malas. – Estas en un gran problema, sí. – Dijo respondiendo a sus últimas palabras, que casi ni parecían suyas. Aun así, por muy poco coherente que resultase, seguiría respondiendo a sus preguntas.
Con un suave movimiento de las muñecas, las cuchillas con las que había matado a los cazadores volvieron a su lugar en las mangas del traje. El objetivo principal de aquellas armas era que nadie se las esperaba, así que ahora que ella las había visto perdían casi por completo su utilidad. Así mismo, llevo la mano a la espalda, sacando un enorme machete nórdico con una hoja de palmo y medio de longitud, lo último que quería era sacar las pistolas, aquello se haría con tiento y de forma profesional. Como una sombra, se lanzó de cabeza hacia la joven, aprovechando el aturdimiento que parecía haberse apoderado de ella en los primeros segundos de encuentro. Con la mano izquierda lanzo un puñetazo directo al estómago, justo por debajo del esternón, que le dejaría sin respiración el tiempo suficiente como para cortarla en rodajas si hacía falta. La hoja bailo en su mano tomando una posición hacia abajo, como lo haría una daga en manos de un asesino antes de asestar el golpe mortal. Dirigió la hoja del machete hacia la pierna izquierda, con el fin de terminar de desestabilizarla y poder atraparla con vida antes de que se recuperase de la primera impresión.
Una garra de lo que parecía ser algún tipo de animal felino le atravesaba el pecho, el arma había caído inerte al suelo, sin dispararse siquiera. La imagen le dejo congelado durante unos cuantos segundos. ¿Cómo los cambiantes se habían dado cuenta de donde estaban? Era casi imposible que hubiesen oído la lucha desde su campamento, y aunque así fuese, ninguno con dos dedos de frente impediría que dos cazadores se matasen entre sí. La mano salió limpiamente del pecho de aquel hombre, dejando un huego de más de siete centímetros de diámetro, estaba claro que la fuerza de aquel espécimen no era de las que se desprecia, pero Gerarld aun la miraba como si fuese alguien que estaba completamente loco. Incluso las últimas palabras susurradas a su víctima eran extrañas. Para alguien con la educación del cazador, el ataque por la espalda era lo más normal del mundo, ya no solo física, sino también políticamente hablando, y aquel cambiante lo denunciaba como si fuese una aberración a un antiguo culto que nadie más que ella desconocía. Cuando por fin el cadáver dejo de ser un impedimento la miro con más detenimiento. Era una hembra, o así es como los definía el, ya que al ser más animales que humanos era normal usar tal denominación. Era joven, no debía de superar los veinte y pocos años, y aun así tenía la fuerza suficiente como para poder matar a un hombre sin más miramientos que un suspiro. Desde luego era alguien con quien se tenía que tener cuidado. – Oooh muy bien, la verdad. – Dijo con aquel tono frio y desprovisto de toda emoción. Casi parecía que estaba hablando con un amigo. Fue entonces cuando lo vio claro: por alguna razón la chica había pensado que el que estaba en un apuro había sido el propio Gerarld, que era la persona inocente que estaba siendo hostigada…. Craso error. Solo los cinco segundos restantes demostraron que, ciertamente, el hombre no tenía ni el más mínimo atisbo de ser alguien desamparado, ni tampoco uno de los suyos. Sus ojos le miraban estremecidos ante tal idea, pues había visto los ojos de la Parca y ahora no sabía que destino le aguardaba. – Y está a punto de mejorar muchísimo.
Durante un breve instante se quedó mirándola a aquellos ojos azules. Estaba claro que había cometido el mayor error de su vida. Empero, el propio Gerarld también estaba ante un problema serio. Sin duda, matar a una cambiante no supondría un esfuerzo demasiado grande, pero hacerlo en silencio no sería nada fácil, al menos no ahora que estaban frente a frente, por lo que volvía a estar en la disyuntiva de mantener el factor sorpresa o mantenerse con vida. Ante semejante encrucijada, cualquiera lo tendría bastante claro y escogería la segunda opción. Por eso escogió la tercera. Las alternativas evidentes nunca habían sido lo suyo, así que prefería escoger un camino que no dejase a la vista ninguna evidencia de sus intenciones, así era como un buen ejecutor sorprendía a sus presas, simplemente te acercabas por donde menos se lo esperaba, y le apuñalabas el corazón. – Esta bien gatita…. Creo que vas a venir conmigo. – No era una petición, por mucho que su tono de voz casi lo pareciese. Tenía muy claro que las posibilidades de que aceptase venir por su propio pie se habían desvanecido hace tiempo, así que ahora tenía que hacerlo por las malas. – Estas en un gran problema, sí. – Dijo respondiendo a sus últimas palabras, que casi ni parecían suyas. Aun así, por muy poco coherente que resultase, seguiría respondiendo a sus preguntas.
Con un suave movimiento de las muñecas, las cuchillas con las que había matado a los cazadores volvieron a su lugar en las mangas del traje. El objetivo principal de aquellas armas era que nadie se las esperaba, así que ahora que ella las había visto perdían casi por completo su utilidad. Así mismo, llevo la mano a la espalda, sacando un enorme machete nórdico con una hoja de palmo y medio de longitud, lo último que quería era sacar las pistolas, aquello se haría con tiento y de forma profesional. Como una sombra, se lanzó de cabeza hacia la joven, aprovechando el aturdimiento que parecía haberse apoderado de ella en los primeros segundos de encuentro. Con la mano izquierda lanzo un puñetazo directo al estómago, justo por debajo del esternón, que le dejaría sin respiración el tiempo suficiente como para cortarla en rodajas si hacía falta. La hoja bailo en su mano tomando una posición hacia abajo, como lo haría una daga en manos de un asesino antes de asestar el golpe mortal. Dirigió la hoja del machete hacia la pierna izquierda, con el fin de terminar de desestabilizarla y poder atraparla con vida antes de que se recuperase de la primera impresión.
Alec Windsor- Licántropo/Realeza
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Re: La inquietud no llega sola |Priv
Aquello ocurría cuando no se cuidaba todo al más pequeño detalle. Los errores podían incluso extinguir vidas y no tenía disculpa ninguna. Por qué por más que su pantera le hubiese echado contra aquel hombre que amenazaba al otro, una parte de ella debería de haber desconfiado de las intenciones tanto de uno como del otro y aún más haber desconfiado de su naturaleza supuestamente cambiante, cuando en ningún momento dio señales de ella. En estos descuidos que parecen pequeños pero que luego pueden incluso abarcar vida de inocentes, es cuando el destino erige sus mandatos y condena a la alma más descuidada a la desdicha de la parca y rápidamente la cambiante fue consciente con solo fijarse un poco, de que esta vez la descuidada había resultado ser ella.
Dianna supo de inmediato tras aquel reconocimiento breve que aquel hombre era peligroso y había algo alarmante en la forma de mirarla. En sus ojos veía lo mismo que había visto incontable ocasiones en aquellos predadores antes de abalanzarse sobre sus presas, sus víctimas. «Ten cuidado…»Le advirtieron sus instintos al tiempo en que la seguridad que instantes antes había mostrado al asesinar aquel humano sin miramientos pasaba a convertirse en una oleada de temor por ella y los suyos. Sin querer había salvado y dejado con vida al peor de esos hombres y estaban tan cerca del perímetro de seguridad de la manada que si llegase a salir con vida el cazador de aquel bosque, estaba segura podría regresar a su búsqueda desde el mismo punto donde se erguían. Solo tenía una solución, pensó al tanto sus ojos con recelo y cautela observaron los ajenos… De lograr transformarse podría hacerles llegar un aviso y con suerte, alguien la escucharía poniendo en aviso a los demás. Quizás para ella podría ser tarde, pero no para ellos. Su hermano seguro desearía matarla con sus propias manos de saber sus planes, pero para bien o para mal quizás para cuando su hermano la encontrase su vida ya no se encontrase pegada a su piel.
— ¿De verdad crees que voy a venir contigo como un sucio perro?— Arqueó una ceja y retrocedió a la par que él avanzaba unos pasos manteniendo así la distancia de prudencia entre ambos. No iba a lanzarse desesperadamente a luchar por su vida contra quien aún desconocía tanto sus movimientos como las armas que estaba segura escondía. Ignoró cuando la llamó gatita, todo y que crispó los labios. Siempre odió que la llamaran así y ahora que así se atrevía a llamarla un cazador; aún lo sentía peor. —Tú también estas en un gran problema y deberías salir de estos bosques… en cualquier momento algún cambiante puede acudir atraído por el olor de la sangre y no creo quieras estar aquí para verlo. Los gatitos también pueden ser feroces cuando se les molesta. — Le avisó sabiendo que cada una de sus palabras contenían una verdad irrefutable. Solo bastaría cualquier rugido, cualquier grito para que el eco del bosque se encargase de llevar el sonido de su voz a oídos de los vigilantes cambiantes que acechaban por aquel bosque en el que se encontraban y en el que el enemigo había entrado. Y estaba segura que tras que localizaran la procedencia de su voz, irían todos a por ella. La hermana del líder no era alguien con la que pudiesen hacer oídos sordos y por la lealtad que todos le tenían a Gaspard, acudirían. Estaba segura.
Los ojos de la cambiante volvieron a él y todos sus sentidos ahora se centraron sus movimientos. Estaba en sobre aviso de las cuchillas con las que había matado a los otros cazadores, las que ahora se escondían en las mangas del traje al que evitaría por toda costa. Si ella alguna arma había odiado eran esas cuchillas de plata que en vez de asistir rápido el golpe y hacer un daño irreparable por norma general solo solían hacer un daño lo bastante intenso para que te retorcieras del dolor hasta que hincándolo más profundamente decidieran tu final a manos de la parca. Más aquel no iba a ser el último día de la cambiante que tensando su cuerpo, preparada para luchar empezó a acordarse de las lecciones de su hermano. No muchas veces le había dejado participar en las clases de caza y defensa, sin embargo, se las había arreglado para permanecer en las sombras y así no perder ninguna de sus lecciones aprendiendo lo que podía de aquellas clases. Las que ahora tanto le harían falta. Lo esencial era que debía dejar salir su bestia, que su pantera hiciese y deshiciera a su gusto con la piel enemiga. No obstante, había un problema. La joven aún no controlaba la forma más agresiva y la única que controlada era la de pantera de las nieves. Ágil, veloz y resistente pero no tan fuerte en una lucha frente a frente contra un arma. Y aquello es lo que el cazador perseguía.
Sus azules ojos se hincaron en el machete que sacó de sus espaldas y un gruñido surcó su garganta, más felino que humano. Jamás había visto un arma como aquella y el desconocimiento muchas veces podía llevar al fracaso. «¡Cuidado! » Le avisaron sus pieles alentándola a despertar del aturdimiento en que se encontró por unos segundos que el cazador aprovechó para avanzar letalmente hacia ella. Dianna parpadeó a tiempo de ver el puño del cazador dirigirse directamente a su estómago. No pudo hacer nada y al recibir el golpe su respiración quedó atascada en sus pulmones, un agudo dolor pasó por cada una de sus terminaciones nerviosas y del dolor se dobló del mísero dolor. Sus ojos se entelaron de lágrimas silenciosas. Por unos segundos solo fue consciente de la seguridad del cazador por su mirada y aquellos segundos bastaron para que su pantera asumiese el control recuperándose rápidamente de aquel impacto y primera impresión que tan cara podría haberle costado. La cambiante respiró hondo y sintiendo el machete rasgar el aire antes de ser asestado hacia ella logró sobreponerse moviéndose hacia el lado derecho a tiempo de esquivarlo. Así mismo, no logró esquivar el segundo golpe que seguidamente se produjo sin vacilación alguna de parte del cazador. Dianna cayó sin remedio al suelo, desestabilizada y con un reguero de sangre en los labios tras morderse en la caida, respiró hondo encontrándose con que el cazador se encontraba sobre ella, acorralándola mientras su pierna latía dolorosamente tras aquel fortuito golpe. Herida que rápidamente sanaría, dando apenas unos segundos de ventaja al cazador.
—Más me habría valido dejaros que aquel cazador os hiriese y luego arrancaros la cabeza yo misma con mis garras. —Dijo con voz afilada como cuchillos, en una mezcla perfecta de humanidad y animal. Una voz que sin duda alguna, ningún humano podría llegar a poseer. —Jamás he entendido este afán por asesinar a quienes en parte son igual a vosotros. ¿Os hace esto sentiros superiores? ¿Te hace sentir superior el encontraros sobre mí?—Añadió molesta consigo misma y con aquel que se había propuesto enfrentarla. Quizás aún seguía siendo joven y en efecto lo era en comparación con aquel hombre. Sin embargo, siempre se había salido por si sola de cada uno de los peligros y no iba a dejar que aquella vez el aturdimiento inicial del encuentro jugase a favor del cazador, en contra de su propia vida. El cazador se acercó más a ella, hasta que la cambiante sintió la calidez del cuerpo masculino y sin demora, de su garganta nacieron gruñidos en forma de aviso. Aunque él tuviese sus cuchillas, ella seguía teniendo garras y colmillos lo suficientemente grandes junto a una fuerza superior a la de cualquier humano normal para enfrentarle tras aquel tropiezo. Y aún más ahora que sentía bajo su piel el cosquilleo del cambio. Su pantera le exigía salir de esa prisión de huesos y no iba a ser ella quien se lo negara. Solo que ahora debía aguardar a que el cazador se confiase y entonces sin más preámbulos daría rienda suelta a su pantera. Ahora solo sería una presa bajo su máscara. La más atemorizada de las presas.
Dianna supo de inmediato tras aquel reconocimiento breve que aquel hombre era peligroso y había algo alarmante en la forma de mirarla. En sus ojos veía lo mismo que había visto incontable ocasiones en aquellos predadores antes de abalanzarse sobre sus presas, sus víctimas. «Ten cuidado…»Le advirtieron sus instintos al tiempo en que la seguridad que instantes antes había mostrado al asesinar aquel humano sin miramientos pasaba a convertirse en una oleada de temor por ella y los suyos. Sin querer había salvado y dejado con vida al peor de esos hombres y estaban tan cerca del perímetro de seguridad de la manada que si llegase a salir con vida el cazador de aquel bosque, estaba segura podría regresar a su búsqueda desde el mismo punto donde se erguían. Solo tenía una solución, pensó al tanto sus ojos con recelo y cautela observaron los ajenos… De lograr transformarse podría hacerles llegar un aviso y con suerte, alguien la escucharía poniendo en aviso a los demás. Quizás para ella podría ser tarde, pero no para ellos. Su hermano seguro desearía matarla con sus propias manos de saber sus planes, pero para bien o para mal quizás para cuando su hermano la encontrase su vida ya no se encontrase pegada a su piel.
— ¿De verdad crees que voy a venir contigo como un sucio perro?— Arqueó una ceja y retrocedió a la par que él avanzaba unos pasos manteniendo así la distancia de prudencia entre ambos. No iba a lanzarse desesperadamente a luchar por su vida contra quien aún desconocía tanto sus movimientos como las armas que estaba segura escondía. Ignoró cuando la llamó gatita, todo y que crispó los labios. Siempre odió que la llamaran así y ahora que así se atrevía a llamarla un cazador; aún lo sentía peor. —Tú también estas en un gran problema y deberías salir de estos bosques… en cualquier momento algún cambiante puede acudir atraído por el olor de la sangre y no creo quieras estar aquí para verlo. Los gatitos también pueden ser feroces cuando se les molesta. — Le avisó sabiendo que cada una de sus palabras contenían una verdad irrefutable. Solo bastaría cualquier rugido, cualquier grito para que el eco del bosque se encargase de llevar el sonido de su voz a oídos de los vigilantes cambiantes que acechaban por aquel bosque en el que se encontraban y en el que el enemigo había entrado. Y estaba segura que tras que localizaran la procedencia de su voz, irían todos a por ella. La hermana del líder no era alguien con la que pudiesen hacer oídos sordos y por la lealtad que todos le tenían a Gaspard, acudirían. Estaba segura.
Los ojos de la cambiante volvieron a él y todos sus sentidos ahora se centraron sus movimientos. Estaba en sobre aviso de las cuchillas con las que había matado a los otros cazadores, las que ahora se escondían en las mangas del traje al que evitaría por toda costa. Si ella alguna arma había odiado eran esas cuchillas de plata que en vez de asistir rápido el golpe y hacer un daño irreparable por norma general solo solían hacer un daño lo bastante intenso para que te retorcieras del dolor hasta que hincándolo más profundamente decidieran tu final a manos de la parca. Más aquel no iba a ser el último día de la cambiante que tensando su cuerpo, preparada para luchar empezó a acordarse de las lecciones de su hermano. No muchas veces le había dejado participar en las clases de caza y defensa, sin embargo, se las había arreglado para permanecer en las sombras y así no perder ninguna de sus lecciones aprendiendo lo que podía de aquellas clases. Las que ahora tanto le harían falta. Lo esencial era que debía dejar salir su bestia, que su pantera hiciese y deshiciera a su gusto con la piel enemiga. No obstante, había un problema. La joven aún no controlaba la forma más agresiva y la única que controlada era la de pantera de las nieves. Ágil, veloz y resistente pero no tan fuerte en una lucha frente a frente contra un arma. Y aquello es lo que el cazador perseguía.
Sus azules ojos se hincaron en el machete que sacó de sus espaldas y un gruñido surcó su garganta, más felino que humano. Jamás había visto un arma como aquella y el desconocimiento muchas veces podía llevar al fracaso. «¡Cuidado! » Le avisaron sus pieles alentándola a despertar del aturdimiento en que se encontró por unos segundos que el cazador aprovechó para avanzar letalmente hacia ella. Dianna parpadeó a tiempo de ver el puño del cazador dirigirse directamente a su estómago. No pudo hacer nada y al recibir el golpe su respiración quedó atascada en sus pulmones, un agudo dolor pasó por cada una de sus terminaciones nerviosas y del dolor se dobló del mísero dolor. Sus ojos se entelaron de lágrimas silenciosas. Por unos segundos solo fue consciente de la seguridad del cazador por su mirada y aquellos segundos bastaron para que su pantera asumiese el control recuperándose rápidamente de aquel impacto y primera impresión que tan cara podría haberle costado. La cambiante respiró hondo y sintiendo el machete rasgar el aire antes de ser asestado hacia ella logró sobreponerse moviéndose hacia el lado derecho a tiempo de esquivarlo. Así mismo, no logró esquivar el segundo golpe que seguidamente se produjo sin vacilación alguna de parte del cazador. Dianna cayó sin remedio al suelo, desestabilizada y con un reguero de sangre en los labios tras morderse en la caida, respiró hondo encontrándose con que el cazador se encontraba sobre ella, acorralándola mientras su pierna latía dolorosamente tras aquel fortuito golpe. Herida que rápidamente sanaría, dando apenas unos segundos de ventaja al cazador.
—Más me habría valido dejaros que aquel cazador os hiriese y luego arrancaros la cabeza yo misma con mis garras. —Dijo con voz afilada como cuchillos, en una mezcla perfecta de humanidad y animal. Una voz que sin duda alguna, ningún humano podría llegar a poseer. —Jamás he entendido este afán por asesinar a quienes en parte son igual a vosotros. ¿Os hace esto sentiros superiores? ¿Te hace sentir superior el encontraros sobre mí?—Añadió molesta consigo misma y con aquel que se había propuesto enfrentarla. Quizás aún seguía siendo joven y en efecto lo era en comparación con aquel hombre. Sin embargo, siempre se había salido por si sola de cada uno de los peligros y no iba a dejar que aquella vez el aturdimiento inicial del encuentro jugase a favor del cazador, en contra de su propia vida. El cazador se acercó más a ella, hasta que la cambiante sintió la calidez del cuerpo masculino y sin demora, de su garganta nacieron gruñidos en forma de aviso. Aunque él tuviese sus cuchillas, ella seguía teniendo garras y colmillos lo suficientemente grandes junto a una fuerza superior a la de cualquier humano normal para enfrentarle tras aquel tropiezo. Y aún más ahora que sentía bajo su piel el cosquilleo del cambio. Su pantera le exigía salir de esa prisión de huesos y no iba a ser ella quien se lo negara. Solo que ahora debía aguardar a que el cazador se confiase y entonces sin más preámbulos daría rienda suelta a su pantera. Ahora solo sería una presa bajo su máscara. La más atemorizada de las presas.
Dianne Cossment- Cambiante Clase Media
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Fecha de inscripción : 11/09/2013
Re: La inquietud no llega sola |Priv
Que fácil había sido esto. Desde un inicio Gerarld supuso que existía la posibilidad de que los cambiantes se percatasen de que alguien había entrado en su territorio, y valientes no serían pero cuando tenían la oportunidad de realizar una emboscada en manada la cosa era para preocuparse. Aquellos bosques eran un paraje perfecto para aquellas criaturas. No es que el cazador tuviese prejuicios contra los cambiantes, al menos no contra los que no le robaban. Sin embargo, una de las primeras cosas que había aprendido cuando vivía en la pobreza más absoluta era que: si le dabas galletas a un rato, luego querría un vaso de leche. ¿Cuánto tiempo pasaría hasta que le robasen de nuevo? O lo hiciese otro grupo envalentonado por la falta inequívoca de consecuencias. Sus primeros ladrones no habían recibido castigo alguno, puede que otros lo tomasen como una debilidad, y eso era precisamente lo que te llevaba a la ruina. Pero que más podía pedir un hombre cuando el objeto de su cacería y persecución se colocaba delante de él con semejante facilidad… simplemente ese tipo de cosas se aprovechaban. Aquella mirada que la mujer le devolvió, estaba claro que sabía cuán grande había sido su error a la hora de exponerse y ayudarle. En ese preciso momento Gerarld la analizo, no por su aspecto físico, sino por su situación. La mejor manera de enfrentarse a un enemigo era siempre tener en cuenta que pensaba, y estaba claro que aquella joven no pensaba en nada que no fuese buscar ayuda. Lo que decíamos antes: carentes de valor si no es en conjunto. Según su guía de referencia, todos los cambiantes tenían posibilidad de comunicarse a larga distancia con sus semejantes cuando estaban transformados, era una especia de habilidad de grupo. Gerarld tenía claro que bajo ninguna circunstancia podía dejar que se transformase o tendría a más de una veintena de bestias cabreadas deseando sangre. Y no era tan bueno.
- ¿Quién te ha dicho que se trata de una elección tuya? – Dijo mientras levantaba una ceja imitando su gesto, como quien se sorprende al ver la comida sacar boca y empezar a hablar. No, no había sido una petición, ni tampoco una opción. Desde luego aquella joven podía proporcionarle más información que cualquier exploración inicial que el hiciese, así que tanto mejor, pero si tenía que utilizar la fuerza para que le contase lo que deseaba saber, pues obviamente no se iba a contener. El olor de la sangre ya era otra cuestión, pues no estaba seguro de si era verdad o si la joven simplemente se estaba tirando un farol, pero estábamos hablando de Gerarld, el siempre estudiaba a sus murientes casi tanto como el terreno donde tendría lugar el trabajo. – Dudo que eso pase, gatita. – Dijo moviéndose en círculos a su alrededor. – Este sitio es lo que se llama una depresión de colina, lo que significa que el viento es frenado por las elevaciones, así que el olor tardara por lo menos una hora en ser notable en tu casa. - ¿Se creía que había tomado esa ruta por amor al arte? En realidad era la mejor forma, pues era la única manera de llegar a su territorio sin que nadie se percatase, exceptuando que hubiese alguien dando un “paseo” claro. Igualmente no debía menospreciarla, pues sabía que la mujer solo estaba ganando tiempo hasta que su mente encontrase una manera de zafarse y seguir hasta un lugar donde pudiese permanecer a salvo, o donde los suyos pudiesen socorrerla. Precisamente por eso saco el machete.
Al principio fue un simple tanteo, ir comprobando cómo reaccionaba. Tenía lecciones básicas de defensa personal, eso al menos era cierto. No obstante, sus movimientos eran vagos y rudimentarios, como si hubiese visto esas posturas y movimientos pero ni hubiese tenido tiempo de practicarlas. Craso error. El cazador tenía una musculatura que había pasado por mil dolores, por mil golpes de vara con tal de ser algo muy simple: un arma. Su primer movimiento fue un éxito, y la respiración entrecortada de la cambiante lleno el claro como una música de desesperación y muerte próxima. Por alguna razón la gente temía muchísimo dejar de respirar, una de las muertes más agónicas, según decían. Por desgracia, su segundo golpe no tuvo tanto éxito, uno de los muchos defectos de los cambiantes felinos era su rápida respuesta, tenían una agilidad sorprendente, pero por nada del mundo estaba dispuesto a dejar que se le escapase mucho tiempo. Una segunda estocada directa del machete hacia la pierna mas cercana, adelantándose a la siguiente finta que pudiese hacer. Todos sus movimientos resultaban predecibles ahora, por lo que la sangre, que manchaba tanto el suelo como la afilada hoja de su cuchillo, suponía precisamente el final de toda resistencia. Ya derrumbada y contra la pared, solo le quedaba negociar. – Eso habría sido una decisión muy inteligente… pero no pareces de ese tipo, ¿verdad? – Se arrastraba como podía, tratando de mantener las distancias. – Te he seccionado el ligamento posterior de la rodilla. Por muy rápido que te regeneres dudo que puedas pelear sin cojear. – Dijo justo antes de pisar la pierna herida de la mujer. La sangre seguía fluyendo, a este paso se desmayaría y podría llevársela sin problemas. – Créeme, esto no es por placer o por orgullo…. Solo son negocios. – Su voz fría no dejaba lugar a dudas, aquello no era placer ni diversión, era simplemente trabajo.
¿De verdad se había terminado? Lo dudaba mucho, nadie se rinde tan fácilmente cuando su vida está en juego. Sin embargo, mientras estaba peleándose con la forma de matar al barón rápidamente, él ya tenía la forma perfecta de acabar con aquel asunto. Antes de que aquella voz que parecía sacada de otro mundo se volviese más peligrosa, Gerarld llevo su mano libre a otra de las bolsas que tenía a la espalda de donde saco lo que parecía una pequeña esfera de cerámica no más grande que su puño. - ¿Sabes lo que es esto, gatita? – Dijo acercándole la esfera para que oliese. Obviamente no estaba tan herida como para no oler la plata en su interior. Una sonrisa ladina y poco cariñosa apareció en el rostro del cazador. – Yo lo llamo “granada”. Aquí dentro hay un pequeño bote de cristal de nitro glicerina y pedazos de plata suficientes como para convertirte en picadillo. – Movió lentamente la granada delante de sus ojos. - ¿tienes idea de lo que hace la nitroglicerina? – Con su mano del cuchillo hizo fingir como si algo explotase dentro del artilugio. El más leve movimiento brusco y la granada estallaría, matándola en el acto. Eso era lo mejor de todo, que la plata la mataría, pero a Gerarld tal vez no. - ¿Vendrás ahora sin armar jaleo?
- ¿Quién te ha dicho que se trata de una elección tuya? – Dijo mientras levantaba una ceja imitando su gesto, como quien se sorprende al ver la comida sacar boca y empezar a hablar. No, no había sido una petición, ni tampoco una opción. Desde luego aquella joven podía proporcionarle más información que cualquier exploración inicial que el hiciese, así que tanto mejor, pero si tenía que utilizar la fuerza para que le contase lo que deseaba saber, pues obviamente no se iba a contener. El olor de la sangre ya era otra cuestión, pues no estaba seguro de si era verdad o si la joven simplemente se estaba tirando un farol, pero estábamos hablando de Gerarld, el siempre estudiaba a sus murientes casi tanto como el terreno donde tendría lugar el trabajo. – Dudo que eso pase, gatita. – Dijo moviéndose en círculos a su alrededor. – Este sitio es lo que se llama una depresión de colina, lo que significa que el viento es frenado por las elevaciones, así que el olor tardara por lo menos una hora en ser notable en tu casa. - ¿Se creía que había tomado esa ruta por amor al arte? En realidad era la mejor forma, pues era la única manera de llegar a su territorio sin que nadie se percatase, exceptuando que hubiese alguien dando un “paseo” claro. Igualmente no debía menospreciarla, pues sabía que la mujer solo estaba ganando tiempo hasta que su mente encontrase una manera de zafarse y seguir hasta un lugar donde pudiese permanecer a salvo, o donde los suyos pudiesen socorrerla. Precisamente por eso saco el machete.
Al principio fue un simple tanteo, ir comprobando cómo reaccionaba. Tenía lecciones básicas de defensa personal, eso al menos era cierto. No obstante, sus movimientos eran vagos y rudimentarios, como si hubiese visto esas posturas y movimientos pero ni hubiese tenido tiempo de practicarlas. Craso error. El cazador tenía una musculatura que había pasado por mil dolores, por mil golpes de vara con tal de ser algo muy simple: un arma. Su primer movimiento fue un éxito, y la respiración entrecortada de la cambiante lleno el claro como una música de desesperación y muerte próxima. Por alguna razón la gente temía muchísimo dejar de respirar, una de las muertes más agónicas, según decían. Por desgracia, su segundo golpe no tuvo tanto éxito, uno de los muchos defectos de los cambiantes felinos era su rápida respuesta, tenían una agilidad sorprendente, pero por nada del mundo estaba dispuesto a dejar que se le escapase mucho tiempo. Una segunda estocada directa del machete hacia la pierna mas cercana, adelantándose a la siguiente finta que pudiese hacer. Todos sus movimientos resultaban predecibles ahora, por lo que la sangre, que manchaba tanto el suelo como la afilada hoja de su cuchillo, suponía precisamente el final de toda resistencia. Ya derrumbada y contra la pared, solo le quedaba negociar. – Eso habría sido una decisión muy inteligente… pero no pareces de ese tipo, ¿verdad? – Se arrastraba como podía, tratando de mantener las distancias. – Te he seccionado el ligamento posterior de la rodilla. Por muy rápido que te regeneres dudo que puedas pelear sin cojear. – Dijo justo antes de pisar la pierna herida de la mujer. La sangre seguía fluyendo, a este paso se desmayaría y podría llevársela sin problemas. – Créeme, esto no es por placer o por orgullo…. Solo son negocios. – Su voz fría no dejaba lugar a dudas, aquello no era placer ni diversión, era simplemente trabajo.
¿De verdad se había terminado? Lo dudaba mucho, nadie se rinde tan fácilmente cuando su vida está en juego. Sin embargo, mientras estaba peleándose con la forma de matar al barón rápidamente, él ya tenía la forma perfecta de acabar con aquel asunto. Antes de que aquella voz que parecía sacada de otro mundo se volviese más peligrosa, Gerarld llevo su mano libre a otra de las bolsas que tenía a la espalda de donde saco lo que parecía una pequeña esfera de cerámica no más grande que su puño. - ¿Sabes lo que es esto, gatita? – Dijo acercándole la esfera para que oliese. Obviamente no estaba tan herida como para no oler la plata en su interior. Una sonrisa ladina y poco cariñosa apareció en el rostro del cazador. – Yo lo llamo “granada”. Aquí dentro hay un pequeño bote de cristal de nitro glicerina y pedazos de plata suficientes como para convertirte en picadillo. – Movió lentamente la granada delante de sus ojos. - ¿tienes idea de lo que hace la nitroglicerina? – Con su mano del cuchillo hizo fingir como si algo explotase dentro del artilugio. El más leve movimiento brusco y la granada estallaría, matándola en el acto. Eso era lo mejor de todo, que la plata la mataría, pero a Gerarld tal vez no. - ¿Vendrás ahora sin armar jaleo?
Alec Windsor- Licántropo/Realeza
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Fecha de inscripción : 19/01/2015
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Re: La inquietud no llega sola |Priv
Estaba en apuros y para su mala suerte se había topado con quizás uno de los más preparados y mejores cazadores de los alrededores. Gruñó ante cada palabra de los labios masculinos y se riñó a si misma por haber sido tan buena de perdonarle la vida, de salvarle, cuando él no parecía ser capaz de hacer lo mismo que ella. Si no todo lo contrario. Ahora más que nunca pensaba en llevarse a su salvadora y Diana no tenia, ni sentía ninguna curiosidad de saber para que la requería o que querría de ella un cazador como aquel que tenía en su mirada la muerte tatuada. Y por primera vez —tanto que había buscado ser independiente de Gaspard y la manada— se sintió vulnerable y débil contra quien sabía más de ella de lucha y supervivencia. A fin de cuentas ella era una cambiante, de tener que sobrevivir se volvería pantera y dejaría que sus instintos salvajes se ocuparan de ella y la mantuvieran a salvo. Pero él, él seguramente había sido entrenado y forjado para la lucha, para el combate y las armas. Y ella apenas contaba con una iniciación a ese nivel.
— No… Yo no soy de ese tipo de personas. — Pronunció tajante. Su voz poco a poco se iba tornando más ronca, producto de tener los nervios a flor de piel y su pantera enloquecida en su piel por salir a la superficie y alejarse o luchar con aquel que la amenazaba. — Yo tengo corazón, al contrario que vos.
Se habría podido echar a temblar y suplicar, pero jamás haría algo como aquello, aun cuando como en aquel momento no encontraba escapatoria y las lágrimas por el dolor de su pierna amenazaban con hacerse visibles. Jadeó de dolor al ser pisada en la pierna herida y rápidamente intentó sacar su pierna de debajo de su pie, lográndolo pero haciéndose aún más daño con su acción. Dianna se arrinconó entonces más y pegó sus piernas a su pecho mientras él se acercaba preparándose para lo inevitable, pero nunca habría podido estar preparada para cuando olió la plata y la nitro glicerina en esa esfera. Lo primero ya lo conocía y había visto de primera mano el intenso dolor de la plata en sus cuerpos y lo segundo, no lo conocía pero todas las alertas en su cuerpo se activaron al conocer de qué estaba hecho aquel artefacto, y no podía ser nada bueno.
— No podéis ser tan cruel… —Susurró sin poder creerse que así fueran como abatieran a los cambiantes, igual que a los licántropos; con la agónica plata. Pero claro que Gerarld podía ser así de cruel e incluso demostró que podía ser-lo más cuando hizo alarde de que sucedería de llegar a impactarse la granada en el suelo o que el cuchillo llegara a activarla. Ella sin ninguna duda de pasar eso moriría. Observando el artefacto Dianna titubeó sobre que debía hacer, con la entrada de esa nueva arma, se había quedado sin escapatoria o por lo menos una fácil escapatoria. El cosquilleó en su piel se intensificó a la par de que pensaba cada vez más y más en entregarse, hasta que finalmente el cosquilleo y la necesidad de su pantera en protegerla le dio a entender lo que necesitaba para afrontar aquello y solucionar la forma en que debía responder. De entregarse seguramente terminaría muerta o aún peor, quizás convertida en una alfombra o en mascota de algún inquisidor. Y de intentar escapar también terminaría muerta, pero existía una pequeña posibilidad de que solo saliera herida y pudiera así hacer llegar a los refuerzos y salvarse o morir en el intento. Él le preguntó si se entregaría y ella enseguida la respondió con una negativa que podía haberlo cambiado todo, o quizás en el fondo de la cuestión; no cambiaba nada, y la muerte fuera el destino final hiciera lo que hiciera.
— ¿Sin hacer ruido…? —Preguntó mirándole directamente, sin miedo por primera vez e incluso llegó a sonreír. Quizás es que ya nada le importaba y cuando nada te importa, te sientes libre de hacer lo que quieras. Libre del terror y el miedo. Libre de la jaula que siempre la acompañaba. Y sin temor era como se sentía, como una loca que no debía de rendir cuentas de sus fantasmas a los demás. — Ja-más. — Sentenció. Y tras musitar en un gruñido aquella palabra esperando a ver sorprendido a su contrincante con su elección suicida, empujó lejos de ella al cazador y en un arrebato salvaje, haciendo alarde de su naturaleza veloz de cambiante alteró su ser. Desde pequeña la felina había sido la más veloz de los suyos en cambiar de forma y en un segundo tanto la ropa, como sus extremidades y finalmente el torso y la cabeza cambiaron adoptando la forma oscura de una ágil pantera que impulsándose sobre el suelo, saltó inmediatamente sobre el cazador como un animal salvaje.
El salto fue rápido e inesperado e hincando con fuerza sus garras en los hombros ajenos, antes de que el cuchillo que él sostenía fuera a hacerle más daño y la pata trasera dejara de funcionarle debido a la herida anterior, apartó con una de sus garras la granada de su mano, enviándola lo más lejos posible de ellos. Seguidamente la felina sin más vacilación, saltó al suelo de nuevo y con prisa se alejó del cazador y de aquella granada que estaba a punto de impactar. Ahora su mente solo se centraba en huir. No había nada más importante que sobrevivir. Y cada paso que la pantera daba antes de que el artefacto hiciera contacto con el suelo y explotara, eran segundos de ventaja con los que poder burlar una muerte segura. Cada segundo contaba y Diana puso todas sus fuerzas en que su velocidad fuera suficiente, pero ni aun así, logró resguardarse totalmente de la fuerza y el daño del artefacto que solo había sido creado para el arte de matar y destrozar.
De pronto antes de que la granada diera contra el suelo, el bosque contuvo su aliento y como si todos fueran consciente del daño que aquel instrumento podría hacerles, no se oyó ni un animal. Ni un pájaro cantó o voló por los alrededores y ni el viento hizo presencia con su brisa. Todo ese silencio, era el mismo que procedía de la muerte. El frío vacío de la no vida. Incrementó el ritmo, y la pantera que se impulsó con sus agiles patas sobre el terreno fue la única que oyó un ruido ensordecedor, antes de que la pequeña explosión hiciera de añicos sus tímpanos y su consciencia. ¿Y que ruido era el que llenaba toda la mente de la cambiante en esos instantes antes del fin? Sus latidos; el latido fuerte de su corazón. Saboreó esos latidos. Sintió cada uno de ellos y por un instante la pantera sonrío en su interior. Ahora más que nunca estaba viva, y lo sabía. Por primera vez sintió el impulso de vivir, de la vida pulsando por sus venas y entonces, antes de que pudiera recrearse en aquella adrenalina, un breve pitido le dio el conocimiento de que no había logrado alejarse lo suficiente.
Tras aquel efímero pitido, la granada estalló y la felina fue impulsada lejos, muy lejos de donde se encontraba en el momento del impacto. Apenas dio una sacudida y la fuerza expansiva de unos metros la alcanza derribándola, llevándola hacia la ladera del río en el que se desploma. Le había dado, no de lleno por suerte, pero la plata ahora quemaba lentamente su piel, su pelaje. La pantera gruñó dolorida y luchando con todas sus fuerzas para mantenerse sobre sus patas, se alzó temblorosa. Una de las patas de delante no parecía responderle y se lamentó en un gruñido. A parte del dolor de la plata que hace estragos en ella, en la caída se ha roto la pata y llevándola colgando, a cado paso el dolor la aturde ya que al más leve movimiento, el dolor reaparece aún más fuerte cada vez. Únicamente en ese estado la felina consiguió dar unos pasos que la llevan a intentar salir del río y esconderse. Sin embargo, no fue capaz y sus fuerzas la abandonaron, siendo justo antes de desplomarse de nuevo entre las aguas que ahora se llevan su sangre, que la pantera desapareció y apareció la joven cambiante que lucía terriblemente malherida.
El mundo giró a su alrededor cuando abrió los ojos. Uno de los hombros de Dianna chocó sin poder controlar el impacto sobre las piedras del río y gimió. Un intenso dolor la atravesó y jadeando notó el intenso olor a cobre de su sangre. Sangre que escapaba lentamente de su cuerpo sin control. Tras unos segundos, intentó levantarse, apoyando sin querer el brazo roto y enseguida volvió a caer de nuevo sobre las aguas. Un sonido arde en la garganta de la felina, parte quejido, parte grito y parte gruñido. «Yo no, yo no…» pensó con desesperación consciente de que de estar ella aún viva, quizás el cazador hubiera contado con la misma suerte y de ser así; estaría perdida. Realmente la única solución para sobrevivir sería de ser que el cazador la encontrara y se la llevara, porque hasta que la manada pudiese oler su sangre y su rastro, ella ya estaría muerta de no quitarse la plata de su cuerpo a tiempo, por lo que de nada serviría que la encontrasen si no pudiera estar todavía viva para verlos. Y ella era incapaz de quitarse la plata, no en su estado.
Mordiéndose el labio intentó sofocar los gritos por el tremendo dolor que sentia en todo su cuerpo, un dolor que penetró profundamente hasta la espalda, entre los omoplatos y hace que sienta su sangre como lava liquida navegando sin control por su sistema. La plata dolía tanto o más, que mil agujas adentrándose lentamente por su piel, y de la fuerza con la que mordió sus labios para no gritar, terminó incluso sintiendo el sabor de su propia sangre en su paladar. Nada de aquello estaba saliendo bien. En un principio, pensó poder alejarse lo suficiente de la granada, sin embargo, infravaloro su alcance y los daños que pudiera producirle y ahí estaba, atrapada en la corriente del río que por suerte solo llegaba a acariciar y limpiar su cuerpo, sin ahogarla ni arrastrarla río abajo. Dianna cerró los ojos intentando pensar como sobrellevar el dolor que rompía su cuerpo y oyendo en sus oídos el latido de su corazón, alcanzó a oír algo más. Unos pasos lejanos… alguien se acercaba y por su aroma, por su perfume, supo quién era y por primera vez odió a alguien con todo su corazón. Lo odió —con todas sus fuerzas—, por haber nacido diferente de ella y encontrarse ahora tambaleante de dolor. Por los papeles intercambiados y porque él fuera el predador y por primera vez; ella la indefensa presa.
«Gaspard, ¡Hermano! Por favor…ayúdame. Encuéntrame y perdóname, por no poder volver hoy a casa.» Y tras ese pensamiento, un destello y un golpe seco; la oscuridad le arrebató cada uno de sus sentidos.
— No… Yo no soy de ese tipo de personas. — Pronunció tajante. Su voz poco a poco se iba tornando más ronca, producto de tener los nervios a flor de piel y su pantera enloquecida en su piel por salir a la superficie y alejarse o luchar con aquel que la amenazaba. — Yo tengo corazón, al contrario que vos.
Se habría podido echar a temblar y suplicar, pero jamás haría algo como aquello, aun cuando como en aquel momento no encontraba escapatoria y las lágrimas por el dolor de su pierna amenazaban con hacerse visibles. Jadeó de dolor al ser pisada en la pierna herida y rápidamente intentó sacar su pierna de debajo de su pie, lográndolo pero haciéndose aún más daño con su acción. Dianna se arrinconó entonces más y pegó sus piernas a su pecho mientras él se acercaba preparándose para lo inevitable, pero nunca habría podido estar preparada para cuando olió la plata y la nitro glicerina en esa esfera. Lo primero ya lo conocía y había visto de primera mano el intenso dolor de la plata en sus cuerpos y lo segundo, no lo conocía pero todas las alertas en su cuerpo se activaron al conocer de qué estaba hecho aquel artefacto, y no podía ser nada bueno.
— No podéis ser tan cruel… —Susurró sin poder creerse que así fueran como abatieran a los cambiantes, igual que a los licántropos; con la agónica plata. Pero claro que Gerarld podía ser así de cruel e incluso demostró que podía ser-lo más cuando hizo alarde de que sucedería de llegar a impactarse la granada en el suelo o que el cuchillo llegara a activarla. Ella sin ninguna duda de pasar eso moriría. Observando el artefacto Dianna titubeó sobre que debía hacer, con la entrada de esa nueva arma, se había quedado sin escapatoria o por lo menos una fácil escapatoria. El cosquilleó en su piel se intensificó a la par de que pensaba cada vez más y más en entregarse, hasta que finalmente el cosquilleo y la necesidad de su pantera en protegerla le dio a entender lo que necesitaba para afrontar aquello y solucionar la forma en que debía responder. De entregarse seguramente terminaría muerta o aún peor, quizás convertida en una alfombra o en mascota de algún inquisidor. Y de intentar escapar también terminaría muerta, pero existía una pequeña posibilidad de que solo saliera herida y pudiera así hacer llegar a los refuerzos y salvarse o morir en el intento. Él le preguntó si se entregaría y ella enseguida la respondió con una negativa que podía haberlo cambiado todo, o quizás en el fondo de la cuestión; no cambiaba nada, y la muerte fuera el destino final hiciera lo que hiciera.
— ¿Sin hacer ruido…? —Preguntó mirándole directamente, sin miedo por primera vez e incluso llegó a sonreír. Quizás es que ya nada le importaba y cuando nada te importa, te sientes libre de hacer lo que quieras. Libre del terror y el miedo. Libre de la jaula que siempre la acompañaba. Y sin temor era como se sentía, como una loca que no debía de rendir cuentas de sus fantasmas a los demás. — Ja-más. — Sentenció. Y tras musitar en un gruñido aquella palabra esperando a ver sorprendido a su contrincante con su elección suicida, empujó lejos de ella al cazador y en un arrebato salvaje, haciendo alarde de su naturaleza veloz de cambiante alteró su ser. Desde pequeña la felina había sido la más veloz de los suyos en cambiar de forma y en un segundo tanto la ropa, como sus extremidades y finalmente el torso y la cabeza cambiaron adoptando la forma oscura de una ágil pantera que impulsándose sobre el suelo, saltó inmediatamente sobre el cazador como un animal salvaje.
El salto fue rápido e inesperado e hincando con fuerza sus garras en los hombros ajenos, antes de que el cuchillo que él sostenía fuera a hacerle más daño y la pata trasera dejara de funcionarle debido a la herida anterior, apartó con una de sus garras la granada de su mano, enviándola lo más lejos posible de ellos. Seguidamente la felina sin más vacilación, saltó al suelo de nuevo y con prisa se alejó del cazador y de aquella granada que estaba a punto de impactar. Ahora su mente solo se centraba en huir. No había nada más importante que sobrevivir. Y cada paso que la pantera daba antes de que el artefacto hiciera contacto con el suelo y explotara, eran segundos de ventaja con los que poder burlar una muerte segura. Cada segundo contaba y Diana puso todas sus fuerzas en que su velocidad fuera suficiente, pero ni aun así, logró resguardarse totalmente de la fuerza y el daño del artefacto que solo había sido creado para el arte de matar y destrozar.
De pronto antes de que la granada diera contra el suelo, el bosque contuvo su aliento y como si todos fueran consciente del daño que aquel instrumento podría hacerles, no se oyó ni un animal. Ni un pájaro cantó o voló por los alrededores y ni el viento hizo presencia con su brisa. Todo ese silencio, era el mismo que procedía de la muerte. El frío vacío de la no vida. Incrementó el ritmo, y la pantera que se impulsó con sus agiles patas sobre el terreno fue la única que oyó un ruido ensordecedor, antes de que la pequeña explosión hiciera de añicos sus tímpanos y su consciencia. ¿Y que ruido era el que llenaba toda la mente de la cambiante en esos instantes antes del fin? Sus latidos; el latido fuerte de su corazón. Saboreó esos latidos. Sintió cada uno de ellos y por un instante la pantera sonrío en su interior. Ahora más que nunca estaba viva, y lo sabía. Por primera vez sintió el impulso de vivir, de la vida pulsando por sus venas y entonces, antes de que pudiera recrearse en aquella adrenalina, un breve pitido le dio el conocimiento de que no había logrado alejarse lo suficiente.
Tras aquel efímero pitido, la granada estalló y la felina fue impulsada lejos, muy lejos de donde se encontraba en el momento del impacto. Apenas dio una sacudida y la fuerza expansiva de unos metros la alcanza derribándola, llevándola hacia la ladera del río en el que se desploma. Le había dado, no de lleno por suerte, pero la plata ahora quemaba lentamente su piel, su pelaje. La pantera gruñó dolorida y luchando con todas sus fuerzas para mantenerse sobre sus patas, se alzó temblorosa. Una de las patas de delante no parecía responderle y se lamentó en un gruñido. A parte del dolor de la plata que hace estragos en ella, en la caída se ha roto la pata y llevándola colgando, a cado paso el dolor la aturde ya que al más leve movimiento, el dolor reaparece aún más fuerte cada vez. Únicamente en ese estado la felina consiguió dar unos pasos que la llevan a intentar salir del río y esconderse. Sin embargo, no fue capaz y sus fuerzas la abandonaron, siendo justo antes de desplomarse de nuevo entre las aguas que ahora se llevan su sangre, que la pantera desapareció y apareció la joven cambiante que lucía terriblemente malherida.
El mundo giró a su alrededor cuando abrió los ojos. Uno de los hombros de Dianna chocó sin poder controlar el impacto sobre las piedras del río y gimió. Un intenso dolor la atravesó y jadeando notó el intenso olor a cobre de su sangre. Sangre que escapaba lentamente de su cuerpo sin control. Tras unos segundos, intentó levantarse, apoyando sin querer el brazo roto y enseguida volvió a caer de nuevo sobre las aguas. Un sonido arde en la garganta de la felina, parte quejido, parte grito y parte gruñido. «Yo no, yo no…» pensó con desesperación consciente de que de estar ella aún viva, quizás el cazador hubiera contado con la misma suerte y de ser así; estaría perdida. Realmente la única solución para sobrevivir sería de ser que el cazador la encontrara y se la llevara, porque hasta que la manada pudiese oler su sangre y su rastro, ella ya estaría muerta de no quitarse la plata de su cuerpo a tiempo, por lo que de nada serviría que la encontrasen si no pudiera estar todavía viva para verlos. Y ella era incapaz de quitarse la plata, no en su estado.
Mordiéndose el labio intentó sofocar los gritos por el tremendo dolor que sentia en todo su cuerpo, un dolor que penetró profundamente hasta la espalda, entre los omoplatos y hace que sienta su sangre como lava liquida navegando sin control por su sistema. La plata dolía tanto o más, que mil agujas adentrándose lentamente por su piel, y de la fuerza con la que mordió sus labios para no gritar, terminó incluso sintiendo el sabor de su propia sangre en su paladar. Nada de aquello estaba saliendo bien. En un principio, pensó poder alejarse lo suficiente de la granada, sin embargo, infravaloro su alcance y los daños que pudiera producirle y ahí estaba, atrapada en la corriente del río que por suerte solo llegaba a acariciar y limpiar su cuerpo, sin ahogarla ni arrastrarla río abajo. Dianna cerró los ojos intentando pensar como sobrellevar el dolor que rompía su cuerpo y oyendo en sus oídos el latido de su corazón, alcanzó a oír algo más. Unos pasos lejanos… alguien se acercaba y por su aroma, por su perfume, supo quién era y por primera vez odió a alguien con todo su corazón. Lo odió —con todas sus fuerzas—, por haber nacido diferente de ella y encontrarse ahora tambaleante de dolor. Por los papeles intercambiados y porque él fuera el predador y por primera vez; ella la indefensa presa.
«Gaspard, ¡Hermano! Por favor…ayúdame. Encuéntrame y perdóname, por no poder volver hoy a casa.» Y tras ese pensamiento, un destello y un golpe seco; la oscuridad le arrebató cada uno de sus sentidos.
Dianne Cossment- Cambiante Clase Media
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Fecha de inscripción : 11/09/2013
Re: La inquietud no llega sola |Priv
Corazón. Que curiosa palabra… no solo era el nombre de un órgano vital, de hecho mucha gente asociaba esa palabra a tener alguna especie de brújula moral, además de una serie de inconvenientes a los que mal denominaban sentimientos. Para alguien que había vivido su vida a costa hacer que otros perdiesen la suya, Gerarld no veía el corazón como algo que fuese digno de poseer, simplemente era esa masa de musculo y sangre que se apelotonaba sobre si misma en el lado izquierdo del pecho de sus víctimas. Sabia su tamaño, su forma, su complexión y utilidad. Del mismo modo, era consciente de que introducir una hoja afilada entre la cuarta y la quinta costilla suponía seccionar la arteria aortica, que directamente suponía que el muriente se desangraría de forma rápida y efectiva sin que nadie pudiese evitarlo. También sabía que si apuñalabas en el sexto espacio intervertebral podías atravesar tanto la medula como el corazón, una táctica infalible y muy complicada. Todas esas técnicas eran las que le venían a la mente cuando hablaban del corazón. En todo lo demás… era un completo ignorante voluntario. Si, aquella mujer le acusaba de ser alguien sin compasión pero, ¿podía decir ella lo mismo de si misma? No lo tenía demasiado claro. Puestos a entrar en debates podría llegarse a la conclusión de que era mejor no sentir nada que sentir cosas completamente erróneas, y que te llevaban en última instancia a estar en apuros o muerto. El vivo ejemplo, ni más ni menos, era ella misma. Había creído de buen corazón que alguien como Gerarld necesitaba ayuda, que merecía ser salvado por algún tipo de misterio que solo ella podía comprender. Esa creencia, del todo errónea claro, le había llevado precisamente a esa situación, en la que acabaría como una simple victima colateral más. Un número más en la lista.
- Sin corazón… curiosa expresión para una mujer que ha asesinado por la espalda y sin miramientos a un hombre. – Cierto, había matado, y de una manera brutal y del todo desconsiderada. Al menos Gerarld solía matar rápido, a menos que el cliente solicitase expresamente lo contrario. No obstante, se imaginaba que el que le atravesasen a uno la caja torácica con una garra semitransformada no debía de ser del todo agradable. – Dime gatita: ¿podemos considerar que tienes corazón después de matar a un hombre a sangre fría para salvarme? No sé yo… - Dijo con una evidente sonrisa irónica. Como tantas otras veces, las personas con moral y convicciones profundas que creían irrefutables no tenían ni pies ni cabeza. Cuando las cosas dependían del punto de vista, lo menor era no planteárselas en absoluto. Podía decir lo que quisiese de él, tanto le importaba, pero siempre disfrutaba enseñando a la gente cuan equivocadas podían estar a pesar de que criticaban sus actos con tanta rectitud. A fin de cuentas, los ideales daban igual, era ella la que estaba en el suelo sin poder hacer nada, y el la persona que sostenía el arma que la mataría.
- Oooooh, claro que puedo gatita. – Como tantas otras personas estaba comprometida a escaparse. Y como tantas otras antes que ella: fracasaría. No era una cuestión de supervivencia, aquello simplemente consistía en escoger el mal menor. Pasase lo que pasase, era muy probable que ella acabase muerta después de semejante actuación, independientemente de que la granada estallase o no. Así pues, solo quedaba una cosa que tenía que pensar, pero no lo haría. Gerarld era capaz de ver en sus ojos el miedo, la duda, la necesidad intensa de su mente por tratar de concentrarse en hallar una salida. Y la desesperación por no encontrar ninguna. No importaba que plan diseñase para poder escapar del cazador porque, en el fondo, sabía que no importaba. El final estaba decidido desde el momento en que abandono su escondite entre los matorrales. Podría haber salido ilesa, incluso podría haber evitado que el cazador hiciese sus planes realidad, pero ahora ya era demasiado tarde. – Has cometido el mayor error que… - Pero no pudo terminar la frase, porque decidió que ahora era una buena idea apartar la granada de un manotazo. Rápida como una bestia, la joven salió disparada por encima de él, en aquella forma tan antinatural que podía llevar a cualquiera ante la locura, pero el cazador no se fijó en la bestia. La granada se resbaló de entre sus dedos, y el simple contacto con el suelo la hizo estallar. Antes de que tocase el suelo, Gerarld se cubrió el torso y la cabeza con los brazos justo para detener la metralla de plata que salió en todas direcciones. Daba gusto ver que al menos el invento funcionaba. Varios pedazos de metal plateado se incrustaron en su piel, atravesando el traje de ejecutor y desgarrando su piel. Uno de ellos, más o menos del tamaño de una pequeña piedra, se le había incrustado dentro del hombro.
Después de unos segundos agobiantes, el cazador recuperó noción de lo que le rodeaba. Aquella maldita felina había jugado de una manera muy arriesgada. No pensó que tuviese agallas para algo como eso, pero al menos había sobrevivido, aunque un tanto maltrecho, a la explosión. – Tengo que reconocerlo niña, tienes más valor del que creía. – Dijo mientras se levantaba del suelo, aun con el machete en la mano. La localizo en el arroyo cercano, posiblemente llevada allí por el estallido del artefacto. Sangraba profusamente, aunque no parecía mortal, por desgracia para ella. – Pero como suele decirse de la gente joven: una parte de valor por tres de estupidez. – Bajo hasta el arroyo hasta llegar a su lado. Tenía un brazo colocado en un ángulo extraño y, aun así, intentando arrastrarse. Gerarld la miro un segundo, pero no le dio ninguna pena. Antes de que la joven pudiese hacer nada más, el mango del machete descendió a toda velocidad, propinándole un golpe seco en la parte posterior de la cabeza. Aquello había sido lo mas placentero del día. Lo peor es que, aunque se había librado de la joven, la explosión atraería a más de los suyos, y tenía demasiadas cosas en mente como para permitirse dejar a la cambiante allí. Así que haciendo acopio de fuerzas, levanto el cuerpo inerte de la joven y se la cargo al hombre sano. Por mal que lo hubiese pasado, sería mucho por cuando decidiese despertarse. Mucho peor.
Pasaron varias horas. Varias hasta que el cazador pudo llegar a uno de sus pisos francos en el campo. Varias antes de que pudiese sacarse la plata del hombro y vendarse debidamente. Pero sobre todo, varias antes de tuviese todo listo. La cambiante estaba colocada en la sala, sentada en una silla de acero resistente y atornillada al suelo. Sus manos, completamente abiertas, estaban extendidas sobre una mesa del mismo material, e inmovilizadas por unos grilletes lo bastante fuertes como para que ni si quiera su lado más salvaje pudiese salir de allí. Se había asegurado de recolocarle el brazo, aunque lo de vendárselo primorosamente no había sido necesario. Podía serle útil más adelante. – Hora de despertarse, dormilona. – Llevaba demasiadas horas dormida, eso no le parecía bien, ya tendría tiempo de descansar cuando hubiesen acabado. Al ver que no despertaba solo con oírle, Gerarld le propino un bofetón lo bastante fuerte como para asegurarse de que se despertase. Cuando por fin abrió los ojos, le dejo tiempo. Debía de empaparse de la imagen que tenía delante para entender su situación, y así resultaría más fácil que le contestase después. – Bienvenida. – Dijo sentándose en una silla al otro lado de la mesa. – De acuerdo gatita, esto va a funcionar así. Yo te hare una serie de preguntas, y tú me responderás a ellas de una forma lógica, sincera y tranquila. – Se levantó de la silla y se acercó a otra mesa, colocada justo al lado suyo, donde ella pudiese verla. Empezó a destapar lo que había sobre la mesa despacio. Cuchillos, herramientas, botellas con plata liquida, jeringuillas, además de otros utensilios como tenazas o pinzas. – Si no… usare alguna de estas. ¿Entendido?
- Sin corazón… curiosa expresión para una mujer que ha asesinado por la espalda y sin miramientos a un hombre. – Cierto, había matado, y de una manera brutal y del todo desconsiderada. Al menos Gerarld solía matar rápido, a menos que el cliente solicitase expresamente lo contrario. No obstante, se imaginaba que el que le atravesasen a uno la caja torácica con una garra semitransformada no debía de ser del todo agradable. – Dime gatita: ¿podemos considerar que tienes corazón después de matar a un hombre a sangre fría para salvarme? No sé yo… - Dijo con una evidente sonrisa irónica. Como tantas otras veces, las personas con moral y convicciones profundas que creían irrefutables no tenían ni pies ni cabeza. Cuando las cosas dependían del punto de vista, lo menor era no planteárselas en absoluto. Podía decir lo que quisiese de él, tanto le importaba, pero siempre disfrutaba enseñando a la gente cuan equivocadas podían estar a pesar de que criticaban sus actos con tanta rectitud. A fin de cuentas, los ideales daban igual, era ella la que estaba en el suelo sin poder hacer nada, y el la persona que sostenía el arma que la mataría.
- Oooooh, claro que puedo gatita. – Como tantas otras personas estaba comprometida a escaparse. Y como tantas otras antes que ella: fracasaría. No era una cuestión de supervivencia, aquello simplemente consistía en escoger el mal menor. Pasase lo que pasase, era muy probable que ella acabase muerta después de semejante actuación, independientemente de que la granada estallase o no. Así pues, solo quedaba una cosa que tenía que pensar, pero no lo haría. Gerarld era capaz de ver en sus ojos el miedo, la duda, la necesidad intensa de su mente por tratar de concentrarse en hallar una salida. Y la desesperación por no encontrar ninguna. No importaba que plan diseñase para poder escapar del cazador porque, en el fondo, sabía que no importaba. El final estaba decidido desde el momento en que abandono su escondite entre los matorrales. Podría haber salido ilesa, incluso podría haber evitado que el cazador hiciese sus planes realidad, pero ahora ya era demasiado tarde. – Has cometido el mayor error que… - Pero no pudo terminar la frase, porque decidió que ahora era una buena idea apartar la granada de un manotazo. Rápida como una bestia, la joven salió disparada por encima de él, en aquella forma tan antinatural que podía llevar a cualquiera ante la locura, pero el cazador no se fijó en la bestia. La granada se resbaló de entre sus dedos, y el simple contacto con el suelo la hizo estallar. Antes de que tocase el suelo, Gerarld se cubrió el torso y la cabeza con los brazos justo para detener la metralla de plata que salió en todas direcciones. Daba gusto ver que al menos el invento funcionaba. Varios pedazos de metal plateado se incrustaron en su piel, atravesando el traje de ejecutor y desgarrando su piel. Uno de ellos, más o menos del tamaño de una pequeña piedra, se le había incrustado dentro del hombro.
Después de unos segundos agobiantes, el cazador recuperó noción de lo que le rodeaba. Aquella maldita felina había jugado de una manera muy arriesgada. No pensó que tuviese agallas para algo como eso, pero al menos había sobrevivido, aunque un tanto maltrecho, a la explosión. – Tengo que reconocerlo niña, tienes más valor del que creía. – Dijo mientras se levantaba del suelo, aun con el machete en la mano. La localizo en el arroyo cercano, posiblemente llevada allí por el estallido del artefacto. Sangraba profusamente, aunque no parecía mortal, por desgracia para ella. – Pero como suele decirse de la gente joven: una parte de valor por tres de estupidez. – Bajo hasta el arroyo hasta llegar a su lado. Tenía un brazo colocado en un ángulo extraño y, aun así, intentando arrastrarse. Gerarld la miro un segundo, pero no le dio ninguna pena. Antes de que la joven pudiese hacer nada más, el mango del machete descendió a toda velocidad, propinándole un golpe seco en la parte posterior de la cabeza. Aquello había sido lo mas placentero del día. Lo peor es que, aunque se había librado de la joven, la explosión atraería a más de los suyos, y tenía demasiadas cosas en mente como para permitirse dejar a la cambiante allí. Así que haciendo acopio de fuerzas, levanto el cuerpo inerte de la joven y se la cargo al hombre sano. Por mal que lo hubiese pasado, sería mucho por cuando decidiese despertarse. Mucho peor.
Pasaron varias horas. Varias hasta que el cazador pudo llegar a uno de sus pisos francos en el campo. Varias antes de que pudiese sacarse la plata del hombro y vendarse debidamente. Pero sobre todo, varias antes de tuviese todo listo. La cambiante estaba colocada en la sala, sentada en una silla de acero resistente y atornillada al suelo. Sus manos, completamente abiertas, estaban extendidas sobre una mesa del mismo material, e inmovilizadas por unos grilletes lo bastante fuertes como para que ni si quiera su lado más salvaje pudiese salir de allí. Se había asegurado de recolocarle el brazo, aunque lo de vendárselo primorosamente no había sido necesario. Podía serle útil más adelante. – Hora de despertarse, dormilona. – Llevaba demasiadas horas dormida, eso no le parecía bien, ya tendría tiempo de descansar cuando hubiesen acabado. Al ver que no despertaba solo con oírle, Gerarld le propino un bofetón lo bastante fuerte como para asegurarse de que se despertase. Cuando por fin abrió los ojos, le dejo tiempo. Debía de empaparse de la imagen que tenía delante para entender su situación, y así resultaría más fácil que le contestase después. – Bienvenida. – Dijo sentándose en una silla al otro lado de la mesa. – De acuerdo gatita, esto va a funcionar así. Yo te hare una serie de preguntas, y tú me responderás a ellas de una forma lógica, sincera y tranquila. – Se levantó de la silla y se acercó a otra mesa, colocada justo al lado suyo, donde ella pudiese verla. Empezó a destapar lo que había sobre la mesa despacio. Cuchillos, herramientas, botellas con plata liquida, jeringuillas, además de otros utensilios como tenazas o pinzas. – Si no… usare alguna de estas. ¿Entendido?
Alec Windsor- Licántropo/Realeza
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Re: La inquietud no llega sola |Priv
El golpe seco, aquel dolor instantáneo que arrebató cada uno de sus sentidos la hicieron caer al abismo de la inconsciencia. Fue tomada por el cazador como un vil trofeo y en su interior sus pieles felinas gruñían desesperadas por despertar y alejar aquellas manos que ahora la mantenían sujeta a los hombros desnudos del hombre. No fueron pocos los intentos de sus almas animales de despertarla de aquella dolorosa inconsciencia en la que todo su cuerpo le palpitaba y la plata se apoderaba de su riego sanguíneo muy lentamente. Intentó abrir los ojos al presentir que dejaban atrás su hogar y sus bosques; su refugio, pero apenas mantuvo los ojos entreabiertos unos segundos que volvió a caer en el pozo oscuro de la inconsciencia sintiendo la necesidad de escapar, pero encontrándose encadenada y tan débil, que no le era posible.
No supo cuánto tiempo pasó en aquel estado de duermevela, ni en qué posición o que movimientos hacían los de su alrededor. ¿Qué pensaba hacerle aquel cazador? ¿Por qué la había atrapado y no matado? Se preguntaba en su consciencia de momento a salvo de la verdad que le depararía el despertar. Dejando de pensar, soñó con su hermano. A ella le vinieron las imágenes de cachorros por el bosque en busca de aventuras. Ella metiéndose en líos y él saliendo a defenderla cuando todo lo creía perdido. Él con ella cuando todos se reían de su incapacidad de sacar la mayor de sus pieles y animales. El abrazo maternal que se daban cada noche cuando él salía a patrullar antes de la puesta del sol. La pantera negra de Gaspard y sus juegos con el lince cuando se dejaba ver con él. La alegría que sentía cuando le veía regresar sano y salvo de las persecuciones y lo feliz aunque meditabundo que parecía esas últimas semanas en que lo había visto más bien poco y distante. Gaspard, su hermano, escondía secretos como todos y ella desde la ventana de su cabaña le había observado, preocupada siempre por no ver esa sonrisa de antes en su rostro, pero igualmente había estado feliz. Si la preocupación que sentía en Gaspard no iba por ella ni por la manada, era que había descubierto o conocido a la culpable de sus insomnios y preocupaciones. Quizás otra felina como ellos, o quién sabe si alguna joven de la manada. La joven felina desearía saberlo y estar allí cuando la presentase ante los demás, pero tan claro apareció en su mente la dicha que sentiría de poder estar ese día junto a él, que unos ruidos y un golpe candente en su mejilla la sacaron de su sueño abruptamente.
Enseguida jadeó y gruñó dolorida empezando a despertarse.
Lo primero que hizo fue olisquear los alrededores, y oliendo a cabaña y a metal y plata por doquier arrugó la nariz. Lo del cazador parecía no ser un sueño y al abrir lentamente los ojos fue consciente de ello. Si el cazador no la había matado hasta ahora, era porque lo peor debía llegar. Lo que tenía claro era que viendo aquella cabaña hecha para matar a los suyos; ella de allí con vida no saldría. En su interior ante esa predicción su pantera se agitó rabiosa y pasando su mirada por cada lugar de aquella cabaña perdida, la agitación terminó por irrumpir en su corazón acerándolo de terror.
¿Qué pensaba hacer con ella? Se preguntó de nuevo sintiendo un sudor frío bajando por su piel. Mirando la silla en la que estaba sujeta, intentó con desesperación librarse de las ataduras de sus brazos consiguiendo únicamente que se hiciera más daño y terminara por soltar un gruñido de frustración. Se removió en la silla inquieta hasta que habiéndose olvidado del brazo roto, este le hizo gemir de dolor al moverlo sin darse cuenta. Aún no se habían soldado bien sus huesos y el malestar y el dolor seguían allí como una segunda piel adherida a ella. Volviendo a examinar mejor la cabaña, vio que cada uno del mobiliario estaba sujeto al suelo con lo que parecía plata e incluida ella misma, estaba sujeta por aquel material mortal para los de su condición cambiante y entonces lo entendió. De nuevo todo pintaba mal para ella. Paralizada del miedo y del odio que sentía, finalmente miró al cazador y a sus instrumentos de tortura y tragó fuerte. Ella jamás había llevado bien el dolor por más que sus animales pudiesen tolerarlo unos grados más altos que los de ella. Sintiendo el cuello reseco tras pasarse horas inconsciente, solo atinó a asentir con su cabeza con miedo de no ser capaz de pronunciar palabra y manteniendo su mirada en la ajena, gruñó por lo bajo. Esta vez no sabía cómo salir de aquello y nadie, ni sus pieles sabían que hacer para salvar la vida. — ¿Por qué hacéis esto? ¿Qué buscáis, que q-queréis de nosotras?
No supo cuánto tiempo pasó en aquel estado de duermevela, ni en qué posición o que movimientos hacían los de su alrededor. ¿Qué pensaba hacerle aquel cazador? ¿Por qué la había atrapado y no matado? Se preguntaba en su consciencia de momento a salvo de la verdad que le depararía el despertar. Dejando de pensar, soñó con su hermano. A ella le vinieron las imágenes de cachorros por el bosque en busca de aventuras. Ella metiéndose en líos y él saliendo a defenderla cuando todo lo creía perdido. Él con ella cuando todos se reían de su incapacidad de sacar la mayor de sus pieles y animales. El abrazo maternal que se daban cada noche cuando él salía a patrullar antes de la puesta del sol. La pantera negra de Gaspard y sus juegos con el lince cuando se dejaba ver con él. La alegría que sentía cuando le veía regresar sano y salvo de las persecuciones y lo feliz aunque meditabundo que parecía esas últimas semanas en que lo había visto más bien poco y distante. Gaspard, su hermano, escondía secretos como todos y ella desde la ventana de su cabaña le había observado, preocupada siempre por no ver esa sonrisa de antes en su rostro, pero igualmente había estado feliz. Si la preocupación que sentía en Gaspard no iba por ella ni por la manada, era que había descubierto o conocido a la culpable de sus insomnios y preocupaciones. Quizás otra felina como ellos, o quién sabe si alguna joven de la manada. La joven felina desearía saberlo y estar allí cuando la presentase ante los demás, pero tan claro apareció en su mente la dicha que sentiría de poder estar ese día junto a él, que unos ruidos y un golpe candente en su mejilla la sacaron de su sueño abruptamente.
Enseguida jadeó y gruñó dolorida empezando a despertarse.
Lo primero que hizo fue olisquear los alrededores, y oliendo a cabaña y a metal y plata por doquier arrugó la nariz. Lo del cazador parecía no ser un sueño y al abrir lentamente los ojos fue consciente de ello. Si el cazador no la había matado hasta ahora, era porque lo peor debía llegar. Lo que tenía claro era que viendo aquella cabaña hecha para matar a los suyos; ella de allí con vida no saldría. En su interior ante esa predicción su pantera se agitó rabiosa y pasando su mirada por cada lugar de aquella cabaña perdida, la agitación terminó por irrumpir en su corazón acerándolo de terror.
¿Qué pensaba hacer con ella? Se preguntó de nuevo sintiendo un sudor frío bajando por su piel. Mirando la silla en la que estaba sujeta, intentó con desesperación librarse de las ataduras de sus brazos consiguiendo únicamente que se hiciera más daño y terminara por soltar un gruñido de frustración. Se removió en la silla inquieta hasta que habiéndose olvidado del brazo roto, este le hizo gemir de dolor al moverlo sin darse cuenta. Aún no se habían soldado bien sus huesos y el malestar y el dolor seguían allí como una segunda piel adherida a ella. Volviendo a examinar mejor la cabaña, vio que cada uno del mobiliario estaba sujeto al suelo con lo que parecía plata e incluida ella misma, estaba sujeta por aquel material mortal para los de su condición cambiante y entonces lo entendió. De nuevo todo pintaba mal para ella. Paralizada del miedo y del odio que sentía, finalmente miró al cazador y a sus instrumentos de tortura y tragó fuerte. Ella jamás había llevado bien el dolor por más que sus animales pudiesen tolerarlo unos grados más altos que los de ella. Sintiendo el cuello reseco tras pasarse horas inconsciente, solo atinó a asentir con su cabeza con miedo de no ser capaz de pronunciar palabra y manteniendo su mirada en la ajena, gruñó por lo bajo. Esta vez no sabía cómo salir de aquello y nadie, ni sus pieles sabían que hacer para salvar la vida. — ¿Por qué hacéis esto? ¿Qué buscáis, que q-queréis de nosotras?
Dianne Cossment- Cambiante Clase Media
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Re: La inquietud no llega sola |Priv
- ¿Querer? – Oooh pero aquella pregunta era tan relativa. Por querer un hombre podía desear muchas cosas. Es cierto, Gerarld no era el tipo de hombre que tenía intensos deseos. Aquellas necesidades o, por llamarlas de otra manera, debilidades solo podían costarle la vida a un ejecutor. Eso no quitaba que fuese un hombre con deseos, por supuesto, pero no tenía por qué contestar ese tipo de cosas a una prisionera, y mucho menos a una que acabaría muerta antes o después. Seamos sinceros, ¿iba a dejarla escapar y volver con su familia? No. Dianne no saldría de aquella habitación entera, y desde luego no volvería a ninguna parte que pudiese considerar amigable. Ya había hecho bastante para ocuparse de que su familia no la localizase, y para cuando hubiese acabado de recuperarse, puede que ya no le quedase suficiente gente a la que llamar familia. – No creo que lo que yo pueda querer sea algo que este en tu mano, gatita. A no ser que hablemos de información. – Y esa, dicho sea de paso, era la última pregunta que haría. Estaba claro que su exposición de la situación no la había persuadido de hacer preguntas irrelevantes, por lo que el cazador tomo la determinación de ser un poco más… concienzudo en sus explicaciones. Sin hacer caso a la joven jadeante, preocupada por aquel hueso que todavía no estaba en su correcto ligar, Gerarl se desvió a una de las mesas donde estaba su instrumental. Cogio una jeringuilla de una de las mesas y comenzó a llenarla con el líquido de un botecito de cristal, todo mientras hablaba en voz alta, como para sí mismo. – En Japón, muy al este, hay un plato de comida muy famoso, sobre todo por ser peligroso: el Fugu. – El líquido amarillo entraba lentamente en la jeringuilla. – El fugu es un pez venenoso, que se tiene que cocinar con mucha precisión, de lo contrario, la persona que se lo come muere. – Saca la jeringuilla del botecito y se acerca a ella por un lateral para inyectársela en el cuello. – Ese veneno es el que tienes en el cuerpo ahora mismo.
Obviamente no le había puesto el veneno para matarla, como bien se ocuparía de aclararle después. No obstante, no estaba de más que empezase con un poco de miedo. Lo primero que tiene que entender una persona que va a ser torturada es que, pase lo que pase, la decisión de que reciba más o menos dolor es enteramente de ella. En realidad no era el cazador el que estaba haciéndole daño, más bien se lo hacia ella misma al no obedecer las normas. – Claro que, para una no humana como tú, esa cantidad no es suficiente. – Dijo rascándose la barbilla, como si acabase de recordarlo. - Pero sí que tiene unos efectos secundarios interesantes. Básicamente, y por lo que he podido comprobar, incapacita al cerebro para sentir dolor durante un periodo de tiempo breve. – Saco un pequeño reloj de bolsillo de su chaqueta. Calculaba que tenía unos veinte minutos antes de que se le pasase el efecto. Se acercó de nuevo a la mesa con el instrumental, y saco un pequeño estuche, dejándolo sobre la mesa, delante de ella. Al abrirlo, se veía dentro de él un conjunto de agujas planas, como si hubiesen aplastado las puntas con un partillo hasta dejarlas planas. – Esto es simple: tengo diez agujas y tus diez dedos. – Tomo uno de los dedos atados a la mesa, casi con delicadeza, e inserto lentamente una de las agujas por debajo de las uñas. La sangre empezó a brotar en cuanto fue cogiendo profundidad. Lentamente, la aguja llegaba hasta la raíz de la uña, todo ello sin separar del todo a esta de la carne, pues la aguja no era lo bastante ancha. Cuando la introdujo lo bastante, solo se veía un trozo fino de metal saliendo de la carne de la joven.
- ¿Lo ves? No sientes nada…. Aun. – Siguió con el siguiente dedo, despacio. Como era evidente, tenia que hacerlo a un ritmo en el que la joven viese lo que le ocurría, que asimilase la dura realidad de su situación. Era la única manera de que su mente se colapsase para lo que vendría después, y el dolor le impidiese pensar. Inserto la última aguja, y se recostó en la silla que ocupaba, observando aquellas garras de metal en las manos inmovilizadas. No, aquello no le causaba ningún placer, pero era lo que tenía que hacer para conseguir lo que quería. Era trabajo, una herramienta mas para sus fines y su objetivo. Nada más. – Bueno, yo calculo que, por tu nivel de regeneración, empezaras a sentir dolor en unos… cinco minutos. – Dejo que la joven absorbiese el silencio. Aun no le había hecho ninguna pregunta, pero tenia que enseñarle, tenia que aprender que es lo que pasaba, que aquello no era un simple farol para que se asustase. Tenía que sentir miedo de verdad. – Si esto podría dolerte normalmente, imagina lo que seria sentir el dolor de los diez dedos a la vez. No puedes evitarlo. – Se reincorporo en la silla, poniendo los codos sobre la mesa. Ya estaba preparada. – Así que, voy a empezar. ¿Cuántos cambiantes hay en tu manada?
Obviamente no le había puesto el veneno para matarla, como bien se ocuparía de aclararle después. No obstante, no estaba de más que empezase con un poco de miedo. Lo primero que tiene que entender una persona que va a ser torturada es que, pase lo que pase, la decisión de que reciba más o menos dolor es enteramente de ella. En realidad no era el cazador el que estaba haciéndole daño, más bien se lo hacia ella misma al no obedecer las normas. – Claro que, para una no humana como tú, esa cantidad no es suficiente. – Dijo rascándose la barbilla, como si acabase de recordarlo. - Pero sí que tiene unos efectos secundarios interesantes. Básicamente, y por lo que he podido comprobar, incapacita al cerebro para sentir dolor durante un periodo de tiempo breve. – Saco un pequeño reloj de bolsillo de su chaqueta. Calculaba que tenía unos veinte minutos antes de que se le pasase el efecto. Se acercó de nuevo a la mesa con el instrumental, y saco un pequeño estuche, dejándolo sobre la mesa, delante de ella. Al abrirlo, se veía dentro de él un conjunto de agujas planas, como si hubiesen aplastado las puntas con un partillo hasta dejarlas planas. – Esto es simple: tengo diez agujas y tus diez dedos. – Tomo uno de los dedos atados a la mesa, casi con delicadeza, e inserto lentamente una de las agujas por debajo de las uñas. La sangre empezó a brotar en cuanto fue cogiendo profundidad. Lentamente, la aguja llegaba hasta la raíz de la uña, todo ello sin separar del todo a esta de la carne, pues la aguja no era lo bastante ancha. Cuando la introdujo lo bastante, solo se veía un trozo fino de metal saliendo de la carne de la joven.
- ¿Lo ves? No sientes nada…. Aun. – Siguió con el siguiente dedo, despacio. Como era evidente, tenia que hacerlo a un ritmo en el que la joven viese lo que le ocurría, que asimilase la dura realidad de su situación. Era la única manera de que su mente se colapsase para lo que vendría después, y el dolor le impidiese pensar. Inserto la última aguja, y se recostó en la silla que ocupaba, observando aquellas garras de metal en las manos inmovilizadas. No, aquello no le causaba ningún placer, pero era lo que tenía que hacer para conseguir lo que quería. Era trabajo, una herramienta mas para sus fines y su objetivo. Nada más. – Bueno, yo calculo que, por tu nivel de regeneración, empezaras a sentir dolor en unos… cinco minutos. – Dejo que la joven absorbiese el silencio. Aun no le había hecho ninguna pregunta, pero tenia que enseñarle, tenia que aprender que es lo que pasaba, que aquello no era un simple farol para que se asustase. Tenía que sentir miedo de verdad. – Si esto podría dolerte normalmente, imagina lo que seria sentir el dolor de los diez dedos a la vez. No puedes evitarlo. – Se reincorporo en la silla, poniendo los codos sobre la mesa. Ya estaba preparada. – Así que, voy a empezar. ¿Cuántos cambiantes hay en tu manada?
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Re: La inquietud no llega sola |Priv
Era extraño ver todo lo que ocurría como si realmente no fuese ella la victima de aquel trato. Su pesadilla estaba por empezar, y el inicio no sería nada más que probar lo que le acontecería, y ver ante ella aquella sala llena de herramientas de tortura, tenía claro que no iba a salir de allí, no entera. Por ello cuando vio los cuchillos ante ella, y los demás instrumentos, no tembló o se impactó tanto como debía de haber sido. Sí que tembló e intentó escaparse, pero quizás no con tanta fuerza como otros sujetos anteriores. Ella comprendía que de aquella sala era difícil salir. Y saber aquello ya era una sentencia sobre su cabeza. El aroma de la habitación y ese frío metal que la contenía, la plata que la estaba debilitando, todo aquello y más, le hablaban de otras víctimas similares a ella que se habían encontrado en las mismas y a quien nadie, había podido salvar. Casi la felina podía jurar oír los lamentos, gritos y sollozos de los torturados anteriores en la sala, que no se silenciaron hasta que les llegó la hora de la muerte. Y entonces solo hicieron lo que las almas y sombras malheridas hacían, unirse con otras iguales y sufrir en silencio por siempre entre esas cuatro paredes, presas del dolor que las hizo agonizar hasta la muerte. Aquel mismo parecía ser su destino. Y ante la confirmación de su mente de que aquello era lo que le esperaba, volvió a intentar salir de aquella. Se removió otra vez, mientras el cazador estaba de espalda a ella y de nuevo, todo fue en vano. Ni una milésima de fuerza hacía que sus ataduras cediesen un centímetro de su lugar. Estaba atrapada.
Miró con intensidad al cazador, recelando de sus intenciones cuando le oyó hablar en voz alta, como si intentase distraerla y gruñendo al verle caminar hacia ella con la jeringuilla, intentó zafarse de su mano con la que la sujetó y con fuerza le inyectó lo que contuviese la jeringuilla. Un paralizante. Enseguida sintió el pinchazo y la aguja traspar su piel, jadeó y respiró hondo. El infierno daba su inicio. Cuando Gerarld volvió a separarse de ella, la felina se sintió levemente mareada y su vista se nubló unos segundos lo suficiente para no ver a su verdugo coger las agujas que usaría con ella, pero si cuando se sentó frente a ella. Quería información, y no se la pensaba dar, pensó Dianne al ver las agujas frente a ella y sentir como un escalofrío la hacía estremecer al pensar para que podían servir. No hizo falta mucho para saberlo y cuando lo supo, antes de que él le agarrara con fuerza sus dedos, la joven imploró.
— No puedo daros esa información, son mi familia. —dijo mirando con los ojos muy abiertos como aún con su resistencia una de las agujas empezaba a penetrar su piel por debajo la uña. Temió el dolor, pero recordando el líquido que le había inyectado, supo que no lo sentiría. No ahora, lo que quería decir que sería luego cuando sintiera todo el dolor de golpe. Eso era aún peor. — ¿No me escucháis? Por favor matadme antes si lo deseáis, pero no me obliguéis a decirlo. No puedo, ni hablaré… son todo lo que tengo. — Añadió viendo con miedo la segunda aguja que casi como si la piel bajo su uña fuese su hogar, se alojaba en él a la perfección. La sangre lentamente empezó a salir y a inundar las uñas. La felina sintió unos deseos irremediables por gruñir, aullar, escapar, matarlo. Todas sus pieles estaban furiosas y con miedo. No obstante, lo que más miedo le hacía era saber que tarde o temprano bajo tortura terminaría hablando por más que quisiera resistirse. Tanto ella como él lo sabían y con ella, no sería diferente.
Decidiendo callarse sin darle ningún motivo más para mofarse de ella, restó callada observando lo que hacía mientras contaba en el silencio de sus mentes los minutos que iban pasando antes de que el dolor empezara a afectarla. Pronto, uno de los dedos empezó a temblar y lentamente el dolor empezó a venirle. Primero fueron sensaciones muy leves, hasta que estas fueron adquiriendo fuerza. Para el momento en que la primera ráfaga de dolor le llegó, él tomó asiento frente a ella y le preguntó, lo que estaba claro, no iba ni pensaba contestar. Un nuevo puntazo de dolor le hizo cerrar los ojos con fuerza, y cerrar la mandíbula. Aguantó estoicamente el dolor de las agujas en sus dedos un par de minutos en que reinó el silencio y finalmente, cuando se vio con fuerzas para contestarle hizo lo que jamás habría imaginado hacer. Escupió contra el suelo de plata y negó, devolviéndole una mirada impenetrable y humedecida por el dolor que intentaba aguantar. No iba a romperla todavía. No le sería tan fácil obtener de ella lo que quería, se prometió.
—Ya puedes seguir con los otros dedos, no voy a contestarte ni a esa respuesta, ni a ninguna otra. Lo juro.
Miró con intensidad al cazador, recelando de sus intenciones cuando le oyó hablar en voz alta, como si intentase distraerla y gruñendo al verle caminar hacia ella con la jeringuilla, intentó zafarse de su mano con la que la sujetó y con fuerza le inyectó lo que contuviese la jeringuilla. Un paralizante. Enseguida sintió el pinchazo y la aguja traspar su piel, jadeó y respiró hondo. El infierno daba su inicio. Cuando Gerarld volvió a separarse de ella, la felina se sintió levemente mareada y su vista se nubló unos segundos lo suficiente para no ver a su verdugo coger las agujas que usaría con ella, pero si cuando se sentó frente a ella. Quería información, y no se la pensaba dar, pensó Dianne al ver las agujas frente a ella y sentir como un escalofrío la hacía estremecer al pensar para que podían servir. No hizo falta mucho para saberlo y cuando lo supo, antes de que él le agarrara con fuerza sus dedos, la joven imploró.
— No puedo daros esa información, son mi familia. —dijo mirando con los ojos muy abiertos como aún con su resistencia una de las agujas empezaba a penetrar su piel por debajo la uña. Temió el dolor, pero recordando el líquido que le había inyectado, supo que no lo sentiría. No ahora, lo que quería decir que sería luego cuando sintiera todo el dolor de golpe. Eso era aún peor. — ¿No me escucháis? Por favor matadme antes si lo deseáis, pero no me obliguéis a decirlo. No puedo, ni hablaré… son todo lo que tengo. — Añadió viendo con miedo la segunda aguja que casi como si la piel bajo su uña fuese su hogar, se alojaba en él a la perfección. La sangre lentamente empezó a salir y a inundar las uñas. La felina sintió unos deseos irremediables por gruñir, aullar, escapar, matarlo. Todas sus pieles estaban furiosas y con miedo. No obstante, lo que más miedo le hacía era saber que tarde o temprano bajo tortura terminaría hablando por más que quisiera resistirse. Tanto ella como él lo sabían y con ella, no sería diferente.
Decidiendo callarse sin darle ningún motivo más para mofarse de ella, restó callada observando lo que hacía mientras contaba en el silencio de sus mentes los minutos que iban pasando antes de que el dolor empezara a afectarla. Pronto, uno de los dedos empezó a temblar y lentamente el dolor empezó a venirle. Primero fueron sensaciones muy leves, hasta que estas fueron adquiriendo fuerza. Para el momento en que la primera ráfaga de dolor le llegó, él tomó asiento frente a ella y le preguntó, lo que estaba claro, no iba ni pensaba contestar. Un nuevo puntazo de dolor le hizo cerrar los ojos con fuerza, y cerrar la mandíbula. Aguantó estoicamente el dolor de las agujas en sus dedos un par de minutos en que reinó el silencio y finalmente, cuando se vio con fuerzas para contestarle hizo lo que jamás habría imaginado hacer. Escupió contra el suelo de plata y negó, devolviéndole una mirada impenetrable y humedecida por el dolor que intentaba aguantar. No iba a romperla todavía. No le sería tan fácil obtener de ella lo que quería, se prometió.
—Ya puedes seguir con los otros dedos, no voy a contestarte ni a esa respuesta, ni a ninguna otra. Lo juro.
Dianne Cossment- Cambiante Clase Media
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