La sangre es mas espesa que el agua || Hnos. Delacour

con Amélie Delacour

Despertó con una jaqueca horrible, escuchando el trinar de los pájaros que desde que apareciera el sol en el cielo habían comenzado con sus estridencias que algunos llamaban trinos pero que a él le parecían agudas e indeseables alarmas, con un volumen demasiado elevado y que practicamente hacían retumbar su cabeza.

-¡Agh!- Cambió de posición colocando la almohada sobre la misma, intentando refrenar el bullicio pero el esfuerzo resultó inútil. Desde que había sufrido la transformación hace unos meses sus sentidos se encontraban tan desarrollados que hasta cierto punto era infantil de su parte creer que podía alterarlos de una forma u otra.

Se levantó de la cama preguntándose por enésima vez porque Julianne se empeñaba en tener una docena de jaulas con aves que, dado el hecho de que pronto contraería matrimonio, terminarian heredando él y Amélie, a menos claro que decidiese llevarlas a su nueva morada junto con ella, pero si ese era el plan hasta el momento no lo había mencionado.

Se vistió con un par de pantalones y camisa informales y bajó al comedor adonde rápidamente escuchó las novedades de parte de Julianne, su entrevista con el planeador de la boda y tuvo que echar un vistazo a la lista de invitados que le entregaba o corría el riesgo de desairarla y prefería evitar contratiempos por lo que al leer los nombres, y percatándose perfectamente de que no conocía a más de la mitad, dió su aprobación a la misma.

La boda de su hermana se aproximaba y lo único que realmente esperaba es que el tiempo transcurriera lo más rápido posible y que partiera con su nuevo esposo, no porque quisiera verla marchar sino porque cada día transcurrido le pesaba más tener que guardar el secreto que tan celosamente resguardaba tanto de ella como de Amélie.

Después del desayuno de rigor con las dos se marchó a su estudio y se tumbó en uno de los sofás. Su dolor de cabeza no había menguado aún y conocía perfectamente el por qué. Se había marchado a beber a la taberna la noche anterior y había regresado hasta muy entrada la madrugada, de manera lo suficientemente silenciosa como para no despertar a nadie.

Afortunadamente era domingo y por lo tanto podría dormir un poco más durante el resto de la mañana, o eso creyó porque tan solo un par de minutos después escuchó los gritos de Julianne. Ni siquiera tuvo que levantarse antes de que esta entrara como un torbellino en el estudio y le informara acerca de la travesura de Amélie, con la barbilla temblando de indignación y terror, y con el rostro anegado de lágrimas debido al destino que sufrirían sus amados pájaros.

Tras escuchar el relato prometió ir a hablar con la perpetradora del crimen y le buscó en el jardín adonde le habían visto por última vez. Bastante pronto se percató de que había huido y observando pequeños indicios que le permitieron rastrearla, avanzó entre los árboles hasta llegar cerca del riachuelo en el terreno que se encontraba detrás de la mansión.

Inspiró varias veces, buscando el olor de su hermana, distinguiendo entre los múltiples que llenaban el alrededor, incluyendo tanto a la naturaleza como a algunos animales hasta que estuvo seguro de haber dado con ella. -¡Amélie!- la llamó un par de veces, recibiendo como respuesta el silencio, se estaba escondiendo de él.

Volvió a llamarla alzando más la voz y se detuvo debajo del árbol en que se encontraba, apoyando el brazo en el tronco y pretendiendo no haberla visto aún aunque su desarrollado olfato y su habilidad de rastreo le indicaban que estaba arriba, en una de las ramas. -Amélie, se que estás cerca.-

con Amélie Delacour

Aguardó un momento a que Amélie le respondiera. Desde el fallecimiento de su padre y posteriormente de su madre se había tomado muy en serio la educación de sus hermanas sabiendo de antemano que de esta dependería el futuro de cada una. El que las dos mayores estuvieran casadas resultaba un alivio para él ya que ambas habían conseguido buenos prospectos que les mantendrían y cuidarían apropiadamente durante el resto de sus vidas.

Debido a eso se dedicó a conocer todos los detalles acerca del prometido de Julianne y de haberse tratado de alguien que tanto su padre o madre no hubiese aprobado, tampoco él lo hubiese hecho. Suspiró pensando en Amélie, con la más joven de la familia las cosas no resultaban tan sencillas como con las demás y una vez que Julianne abandonase el hogar tendría que apresurarse a que la joven siguiera sus pasos.

El solo pensar en tener que buscar prospectos adecuados para Amélie le hacía fruncir el ceño, sabía que para ella su vida era la música y no todo marido estaría dispuesto a que su esposa siguiera ese rumbo y se dedicase a cultivar dicha profesión por lo que el asunto no sería nada fácil, como tampoco lo sería abordar la situación con ella una vez llegado el momento. Sin embargo no era él quien echaría por tierra sus sueños ni tampoco se lo perdonaría si por alguna razón estos no llegasen a realizarse, tenía la seguridad de que no sólo tenía talento sino que bien cultivado confiaba en que este le llevaría muy lejos, lo comprobaba cada vez que escuchaba como las notas musicales cobraban vida a través de sus manos.

A sus oídos llegó la voz femenina apenas por encima de un murmullo, alzó la mirada aunque ya desde antes de hablar conocía perfectamente su ubicación. Al observarla directamente tuvo que reprimir una sonrisa al notarle recargada sobre una de las ramas, con el rostro juvenil reflejando la más pura inocencia. Li siempre había sido su hermana favorita y era con quien le resultaba más sencillo conversar o reir a pesar de que nunca se lo dijera en voz alta, ya que consideraba que hacerlo hubiera sido una falta para con sus otras hermanas.

Pero el momento no se prestaba para pláticas armoniosas, a pesar de que nada de lo que él dijera traería de vuelta las aves de su hermana no podía tomar el asunto con ligereza. Tuvo que admitirse a si mismo por un instante que la travesura le había librado del martirio de los chillidos que cada mañana le despertaban invariablemente desde hace años pero a pesar de tan dichosa e inesperada bendición esta no ameritaba provocar el disgusto o las lágrimas de Julianne.

-Amélie, no sé que demonio te poseyó para que decidieras atormentar así a tu hermana sabiendo de antemano lo mucho que amaba a esas aves.- Lo dijo con voz grave, elevando su mirada oscura para fijarse en la de ella y así hacerle comprender la gravedad del asunto.

Hizo una pausa antes de continuar. -En este caso una mera disculpa no servirá para arreglar el entuerto aunque podrías empezar por allí.- Se cruzó de brazos, recargando su espalda en el tronco sin despegar la mirada de la de ella. -Será mejor que bajes de inmediato, tampoco es muy apropiado que estés trepándote a los árboles, ya no eres una niña.-