Dark promise |Privado

por **Danna Dianceht** Vie Ene 23, 2015 9:07 am

El tiempo nos ha vaciado de fulgor.
Pero la oscuridad sigue poblada de luciérnagas.
Gioconda Belli

La densa niebla que cubría el castillo escocés, creaba un manto blanquecino alrededor de la enorme figura que se erguía sobre el valle, intacta a los designios del tiempo. La misma niebla que hacía de las mañanas desoladas, grises e inhóspitas, hacía que las noches fueran tan frías y oscuras como el averno de los infiernos. Hasta el bosque de los alrededores se había silenciado dando paso a un tormentoso silencio que parecía no deparar nada bueno y del que nadie atrevía a romper. Ni aún los lobos desesperados por la vida de la Lycan, cuya vida aún seguía allí encerrada la llamaban con sus cantos. Todos parecían haberla abandonado a los brazos de aquella bestia oscura bebedora de sangre, la cual poco parecía predispuesta a dejarla libre o escapar siquiera de las garras de su maldad. Ya habían pasado tres noches del secuestro del castillo y de su duquesa. Los sirvientes por orden de la duquesa habían huido a otra de sus posesiones y allí restarían hasta que ella les hiciera regresar una vez pasado el peligro, pero cuanto más tiempo pasaba, más segura se encontraba de que parecía imposible que el castillo y su propia vida volvieran a la normalidad anterior a la presencia del oscuro en aquel lugar. Todo lo que el vampiro parecía tocar, lo convertía en un títere de sus palabras, de su tono grave y ronco, de su fiel y oscura malicia. Y así era con la lycan, la que a segundo a segundo que pasaba allí encerrada más se rompía dejando que su luz fuera contaminada por la oscuridad de aquel ser. Con su voz, sus intensas orbes y su oscura risa que aún seguía en la mente de la duquesa, robándose parte de su ser.

El castillo se encontraba frío y con él, el cuerpo cálido de la licantropa ya solo era un trozo de hielo entre las manos del vampiro, con las que la mantenía dormida contra él. Ya habían pasado dos noches tras la primera noche que despertó junto a él prisionera de sus caprichos. Aquella sería la tercera y por primera vez despertó ella sola de su sueño inducido, despertándose incluso antes que el vampiro que la vigilaba. Estiró su cuerpo entre las sabanas de su alcoba y al abrir los ojos apareció el rostro de mármol y blanquecino de su verdugo a apenas unos centímetros de su aliento. Sus ojos repasaron su rostro y bajaron hasta su pecho inmóvil, sin vida alguna donde milenios atrás un corazón debió de haber bombeado sangre y vida por sus venas. Los brazos duros y firmes de Adrik rodeaban su figura contra su frío cuerpo, dejándola a merced de él incluso dormido. Danna suspiró y cerrando los ojos nuevamente volvió a adormecerse a la espera de que él despertase y ella asustada volviera a abrir los ojos bruscamente otra vez como aquellas noches anteriores.

Ya se había acostumbrado a él. Tras la primera noche desahogándose en lágrimas silenciosas hasta que Adrik consiguió mandarla a dormir, ya no sentía tanto miedo por su voz contra su oído o sus manos acariciándola como si se tratase de una muñeca rota hecha solo y únicamente para él. Reconocía su olor en cualquier lugar del castillo e incluso las pocas veces que él la había abandonado por unos minutos en los que ella aprovechaba para acudir a la biblioteca u observar por la ventana, reconocía su presencia acechándola como si esperase que huyera de nuevo de él. Y no es que no le faltasen razones, deseaba huir, alejarse del dolor y del miedo que continuamente sentía en su presencia, pero ¿escapar… donde? No había lugar al que él no acudiese a buscarla. Y de escapar los colmillos del vampiro tardarían poco en absorber su vida una vez la encontrase, matándola a sus pies como un simple despojo animal. Entonces… ¿Cómo podría siquiera en escapar? De ella dependían vidas, y había mucho más en riesgo que su propia seguridad como para dejarse llevar por la muerte. Y aun así, hasta rodeada de su oscuridad y sin ella saberlo, seguía manteniendo la misma luz de sus ojos, la misma pureza de su alma.

Lo cierto era que se había rendido a la oscuridad o aquello pensaba en su interior. Sumisa, aunque en ocasiones su lengua traicionaba aquel silencio que se había impuesto dos noches atrás. Asombrosamente había seguido cada instrucción de Adrik. Probado alimento sin rechistar, seguirle donde él le dijese y en ocasiones se había encontrado extrañando las manos de él sobre las suyas, o su frío aliento chocando contra la curva de su cuello. — ¿Qué os pasa? ¿Enloquecisteis duquesa?— Se preguntó al volver a abrir los ojos y encontrarse acariciando el rostro del silente vampiro con una delicadeza inusitada. Aquello no era normal en ella y que quisiera que él despertase para ver de nuevo el verde de sus ojos, le hacía sentirse enferma. ¿Qué le había hecho el vampiro para que nacieran aquellos extraños sentimientos? Solo él y aquella oscuridad protagonista podían tener la respuesta. O quizás, él también sufriera los tormentos del mismo sinrazón.

por **Adrik Ivanović** Lun Abr 06, 2015 9:54 pm

Apenas la caricia de tu mano.
Mi piel es de cristal cuando me tocas.
¿Qué apaciguada luz, qué temblor hecho brasa
Se deslíe en mis ojos si me miras?.

Los días en la gran mansión de la Duquesa de Escocia habían pasado uno tras otro como una gran montaña rusa de emociones. Todo su tiempo lo pasaba junto a ella, incluso cuando la dejaba sola, mantenía una estrecha vigilancia sobre aquella mujer, ya que todo su destino dependía de la extinción de su vida. Si ella moría, podría poner fin a su tortuosa existencia. Siempre había sabido que llegaría el día en que esto ocurriera, lo había esperado con tantas ansias, que apenas había podido contenerse al exterminar al abuelo de aquella criatura. Se excedió tanto con el anciano, que tuvo que ocultar los restos para que su familia solo encontrase un dedo y pudiese captar lo que había ocurrido con él. Pero ahora todo comenzaba a tambalearse. ¿Por qué? Por unos ojos verdes demasiado inocentes.

No entendía qué extraño poder poseían aquellas esferas redondas y brillantes como las tierras escocesas siendo iluminadas por el sol del amanecer. Tanta belleza salvaje e indomable mezclada con una dulzura capaz de calentar el alma más baldía. Y él sabía mucho de ello, ya que su interior era tan yermo, como fría su piel.

Quizás toda su tardanza se debiera solo a que estaba buscando un buen momento para terminar con su vida. Al fin y al cabo, ella era la última. Pero tenía la costumbre de no ser lo suficientemente necio como para mentirse a sí mismo. Así como no se veía capaz de tener paz y sosiego en algún momento, ya que su pasado era lo suficiente pesado como para no dejarle avanzar, también sabía que había algo más. Algo que hacía que sus ojos persiguieran a la muchacha. Sencillamente era diferente a lo que había considerado. Y eso le rompía todos sus planes. Porque podía ser un monstruo, pero siempre había sido uno justo. Jamás haría a otro lo mismo que le hicieron a él, y algo le decía que ella ya había visto demasiado dolor en su vida.

Esos eran siempre sus pensamientos, unas nubes demasiado grises y cargadas de agua como para no prometer una lluvia sobre todos sus planes. Y la odiaba por ello. Por haber nacido. Por ser como era. Por el mero hecho de vivir y conservar su felicidad a pesar de todo lo que le había ocurrido. Pero, sobre todo, odiaba la forma que tenía de hacerle pensar en cosas que jamás había recaído antes, ya que en ningún momento se las había cuestionado a sí mismo. Nunca le pareció importante el pensar si su víctima era una buena o mala persona, simplemente había incumplido su contrato y merecía morir. Nunca había considerado el dejar libre a alguien de su contrato, ellos ya sabían las condiciones cuando firmaron. Era meramente imposible. Incluso con ella, él sabía que aunque la dejara libre, casarse, tener hijos y envejecer, volvería para tomar su vida. Porque ella era suya.

La caída del sol provocó que el cuerpo de Adrik despertase, recuperando todos y cada uno de sus instintos. Era realmente extraño, pues de un silencio total, todo parecía cobrar vida. Desde los ruidos que hacían los lobos al moverse por el bosque que rodeaba el Castillo Escocés, hasta el suave tamborileo de las patas delgadas y frágiles de una araña sobre su tela. Una hermosa vibración aún más exquisita al sonido de un arma cuando sus cuerdas eran acariciadas por un músico con talento y dedos realmente ágiles. Pero, sin duda, el sonido más peligroso era el corazón de Danna junto a él.

Ése poderoso pum- pum – pum. Seguido de un delicioso sonido de similar a una cascada, deslizante, electrizante y rojiza sangre deslizándose por todo su cuerpo en cuestión de segundos, hasta volver a su corazón para ser empujada de nuevo en un hermoso riego de vida. Tan cálida y suave. Podía sentir el sabor sobre su paladar con tan solo recordar las veces que la había mordido con anterioridad, más cuando su perfume lo inundaba.

La caricia de sus dedos, a pesar de ser tan tenue que apenas parecía un sueño y no una realidad, creó un rastro cálido en su piel. Una tibieza que se extendía por su cuerpo con una electrizante sensación capaz de hacerlo estremecer antes de que abriese sus ojos de golpe.

La miró con intensidad antes de coger su muñeca con un movimiento tan rápido que su mano apenas fue un borrón mecido en el aire hasta que sus dedos se cerraron alrededor de aquel frágil hueso. Su boca se entreabrió para dejar escapar un suspiro sobre la piel de su muñeca, mientras sus dientes descendían, alargándose como armas feroces y afiladas capaces de dar muerte a aquellos en los que se hundieran. Rozó con ellos su piel como si fuese a morderla, enterrándolos cada vez más, antes de que se retirase con rapidez.

De pie, cerca de la puerta de la habitación, se alisó sus prendas, intentando que no pareciese que había dormido con ellas. Se enderezó su corbata y peinó sus cabellos castaños con los dedos con total parsimonia.

- Vístete con ropa de montar. Hoy daremos un paseo a caballo, me hastía permanecer constantemente entre tanta piedra. – Dijo con voz pacífica, más como si le estuviese comentando los planes del día, que amenazándola con azotarla si no lo hacía. Aunque, por supuesto, la posibilidad siempre estaba presente en su mirada airada.

por **Danna Dianceht** Jue Abr 23, 2015 5:13 pm

La oscuridad no puede deshacer la oscuridad;
únicamente la luz puede hacerlo.
El odio nunca puede terminar el odio;
únicamente el amor puede hacerlo.
Martin Luther King

Aunque pareciese imposible al contrario de lo que parecería, al lado del vampiro, la joven duquesa se sentía a salvo y reconfortada. Ningún monstruo podía atacarla, ninguno de esos similares al malnacido de su padre podrían hacerle ningún mal y eso, era únicamente gracias al oscuro que se había encargado de garantizarle la seguridad, aunque en aquel trato de que ella fuese suya no entraba el que él también fuera a protegerla de él mismo. Yendo más allá, su vida terminaría en sus manos. Lo sabían tanto él como ella y nada podía hacer Danna contra aquella afirmación irrevocable e inamovible que pendía sobre su cabeza. Algún día ella moriría y fuera como fuera, Adrik… el oscuro estaría con ella. De admirador, de verdugo, tampoco importaba mucho. Lo que debía saber la duquesa ya lo sabía y a pesar de que cada día que pasaba, que la dejaba viva era un día más de aliento y halito en su cuerpo, siempre se encontraba con una nube oscura que le avisaba de lo inevitable. Pronto o más tarde, al final lo que estaba escrito en las estrellas, sucedería hiciera lo que hiciera.

Por eso el tentar la muerte acariciando suavemente el rostro pálido y blanquecino de su verdugo, no le importó mucho. Sus dedos se movieron como plumas acariciando aquella fría piel acostumbrada a dormir con él y sentir la frialdad de su cuerpo contra el cálido suyo, ya podía soportar aquella fría piel y no sentir la tentación de recular y separarse. Ahora hasta tras probar no pocas veces la mordedura de sus colmillos en su cuello, extrañaba su frio aliento chocando contra la curva de su cuello acomodándose antes de abrir los labios e hincar sus colmillos, golpeando ligeramente con la lengua la herida para que el riego de la sangre fuera mayor. La calidez de su interior no se fundía embargada por las sombras del vampiro y como más tiempo pasaba, más parecía estar atenta a él. Su cuerpo, sus movimientos, su respiración e incluso el bombeo de su corazón estaban conectados a él. No obstante, no podía olvidarse en ningún momento del motivo por el que se encontraba ante su presencia y que más que un invitado, él había llegado a ella con los deseos de hacerse con todo que le perteneciera. Empezando por su vida.

De verdad, que enloquecisteis duquesa, se dijo a si misma terminando de delinear el mentón ajeno antes de que el oscuro despertase y se quedara clavada, inmóvil bajo la fuerza de aquellos ojos que la absorbían de esa manera única en la que solo él podía mirarla. Su respiración se le quedó atascada en la garganta y el pulso de su corazón tartamudeó incrementando luego su ritmo de bombeo al mismo tiempo que sus ojos verdosos siguieron el movimiento de su muñeca atrapada hacia los labios masculinos. Suspiró al sentir el aliento ajeno acariciando su tierna piel y tembló ligeramente al vislumbrar los colmillos preparados para desenterrar los misterios de su piel. ¿Dolería? Se preguntó desconociendo por completo como debía de resultar una mordida de un vampiro en esa zona del cuerpo. Únicamente la había mordido en la curva del cuello y aunque al principio dolía, al poco tiempo una cálida sensación ocupaba por completo sus sentidos haciéndola enardecer. ¿Sería allí lo mismo? Sus ojos se afianzaron en los ajenos sin hacer ningún movimiento de querer escapar de su agarre y en cuanto se preparó para el primer aguijonazo de sus colmillos en su piel, él la sobresaltó apartándose de ella de un mero e inesperado movimiento que lo llevo lejos de ella y de la cama en que habían pasado esa noche.

— ¿Que ocurre…?—Preguntó llevándose rápidamente la muñeca contra su pecho, esperando que su corazón se tranquilizara sintiéndolo inquieto en su pecho. Las palabras de él no se hicieron esperar, apenas la dejó terminar la pregunta de sus labios que hizo conocer los planes para esa noche y la licantropa asintió guardándose el entusiasmo y a felicidad que sentía ante la noticia de que saldrían a cabalgar para sí misma, con miedo a que al verla tan feliz decidiera cambiar de parecer y seguir teniéndola encerrada en el castillo vacío. Rápidamente y sin necesidad de que volviera a repetirle que salían, se levantó por el otro lado de la cama y corrió hacia donde tenía el traje de montar. Era un vestido sencillo con una larga falda con la que podía cabalgar tranquila y sin molestia alguna. No era muy cómodo montar a caballo con vestido, sin embargo desde pequeña había aprendido y ahora le resultaba sencillo y hasta liberador poder subirse a lomos de su corcel sin las indumentarias y las costuras ceñidas de otros trajes y vestidos. Tomó la ropa e indecisa, pero sabiendo que Adrik jamás le dejaría apartarse de su vista, le dio la espalda y empezó a desabrocharse la ropa que llevaba.

— ¿Podríamos ir a ver a los sirvientes? —Preguntó tras unos segundos terminando de desatarse las cintas del vestido que cayó a sus pies y rápidamente con miedo de voltearse y descubrir que los ojos masculinos se encontraban en cada curva de su cuerpo, acercó el traje de montar y sin muchas ceremonias se lo coloco, empezando a abrochárselo agradeciendo en su interior que no pudiese verle el rostro sonrojado. — Se encuentran no muy lejos de aquí y podrían traer buenas nuevas. Y así también podríamos ir a tranquilizarlos… deben de estar preocupados. —Sugirió pensando en la fiesta que en unas noches más adelante se celebraba y a la que cada año iba en representación de su familia y en la qué quizás este año no podría ir viendo la situación actual. Suspiró y alzando la mirada hacia la ventana donde se reflejaba Adrik en la puerta y sus ojos en ella. Tragó saliva y con suma lentitud se volteó encontrándose con él y su mirada, esperando que no pudiese leerle la mente y que pasase por alto el rítmico bombeo de su corazón que se le aceleraba a cada paso que él se le acercaba.

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