Dominique de Bricassart

Hechicera

17 años

Francesa

Clase alta

Heterosexual

Estudiante

Hecha al catolicismo incluso antes de su nacimiento, siendo hija de hombre ligado al Altísimo por voto divino y portando el nombre de Dominique –la que pertenece a Dios-.
Dolorida por la soledad que siempre parece acompañarla y doblegada por otros que recelan de sus poderes, minando a ésta para así no tener que verse inferiores ante la portadora de semejante don, el rostro de Dominique evoca el candor y la bondad que residen en su corazón.
Dulce y melancólica, risueña en ocasiones. Pura, pero virtuosa a la hora de coquetear con el género opuesto. Ignorante muchas veces de lo que provoca en ellos.
Al contrario que el resto de féminas que comparten edad con Dominique, la joven hace acopio de una madurez presentada en edades más avanzadas, pecando al mismo tiempo de la mayor de las inocencias y manteniendo como pilar la creencia de que allá donde vaya siempre habrá bondad en el corazón de las personas.


Nunca una familia como los Bricassart. Hacedores de fortunas impensables y tesoreros de secretos inconfesables. Dos virtudes defectuosas que acostumbran a ir de la mano para ellos. Enlazadas bajo el poder de la magia y gozando hasta extremos de ésta. Así como han hecho las propias generaciones nacidas bajo el apellido que aquí se menciona.
No es extraño pues que la historia de Dominique se vea influenciada de forma desagradable por la posición de los astros y caprichos del mundo místico.
Abandonada al nacer, pero no del todo. Valiéndose de una mano poderosa pero desconocida, se crió en uno de los mejores hospicios de toda Francia sin saber nunca cómo había llegado hasta allí.
Su madre, hermana de hermanas, mayor que éstas. Mujer, por desgracia para sus propios progenitores. Heredera de la fortuna que acompaña a su nombre, así como de la condenación eterna que suponía un legado de magia negra también.
Con los años el amor llegó, pero desgraciadamente también se esfumó. Amar a un hombre que no dura entre los vivos un suspiro, su otra maldición. Guillaume fue el nombre del hijo que nunca tuvieron. Ella no se lo podía permitir. No sin un padre.
Sanguinaria, bejuco amargo, onagra, raíz de algodón… cualquiera podría haber pensado que madame de Bricassart se había dejado llevar por las malas artes y sin embargo sólo intentaba sobrevivir en un mundo en el que el fruto de su vientre no era bien recibido.
Perder a su amado esposo y a su futuro hijo medraron en ella de la peor forma posible, propiciando la más dolorosa de las desesperaciones en la mujer y sumiéndola en una terrible depresión que la arrastró prontamente al hospital y de la que parecía nunca iba a recuperarse. Fue entonces cuando los astros decidieron volver a alinearse, obsequiando a ésta con la visita y posterior compañía de un hombre por aquella en su misma situación, habiendo sufrido hacía relativamente poco la pérdida de un ser querido. Los dos trabaron amistad en el acto. Fuertes sentimientos lograron unirles y el sosiego llegó para ambos de la mano del otro. Por desgracia para madame de Bricassart, la hechicería no era contemplada con buenos ojos entre aquellas cuatro paredes, por lo que ésta resultó ser acusada de brujería cuando lo único que hacía era intentar paliar el dolor de algunos de los enfermos con hierbas de su propia cosecha. Gracias a Dios –o más bien a uno de sus representantes en la tierra- el francés junto al cual dormía por aquel entonces, el hombre que había brindado paz a su turbulenta existencia, tuvo a bien ayudarla.
A lo largo de todo ese tiempo, la mujer no logró percatarse del cambio de paradigma que había sufrido todo aquello que la rodeaba. La existencia de un poder mayor a cualquiera de los que ella poseyera. Mayor a todo lo que conocía, que captaba adeptos instante a instante, por encima de la hechicería y que comenzaba a alcanzar a Dios. Se había olvidado del poder del dinero. Fue entonces cuando sus hermanas se lo recordaron, intentando apropiarse de los bienes que tocaban por herencia a la primogénita, madre de Dominique, expulsando ésta a las anteriores del domicilio familiar no aprobando sus intenciones para con ella, ni su uso desmesurado de las artes oscuras.
Con la hacienda libre, los encuentros entre madame de Bricassart y el hombre del hospital, el por aquel entonces monsignor de La Rive, se hicieron menos casuales y tan meditados como necesarios para ambos. Desobedeciendo –como ya hiciera anteriormente- lo estipulado en las sagradas escrituras, el monsignor compartió una indecente cantidad de veces el lecho de la mujer hasta que, de nuevo, ésta quedara encinta. Valiéndose pues de experiencias pasadas, aceptó a su nuevo infante, pero a ojos del mundo lo ocultó. Entregándolo a su correspondiente hospicio y velando siempre por su bienestar.
Su nombre, Dominique, y su historia, la que a continuación tendré a bien contar. Y es que Dominique nunca conoció a sus padres. Al igual que de La Rive, desconocedor de hija alguna y abandonado por la madre de ésta poco después de hallarse en estado de buena esperanza.
La joven de Bricassart –sin saber ella siquiera su apellido- vagaba por el orfanato con la mala suerte a cuestas, pues mientras sus semejantes eran adoptados tarde o temprano, la niña no llamaba la atención de pareja alguna. Nunca pudo ser conocedora del auténtico secreto que afectaba a su prolongada estancia allí y detestó ésta con motivo. Siendo el blanco de las dejaciones que proferían algunos de los niños que la acompañaban y teniendo que ocultar sus poderes para no alentar más aquellas burlas. Llegando a atentar incluso en una ocasión contra uno de aquellos abusones, dejándose llevar por lo peor de la magia, por la más oscura de todas y siendo en adelante abochornada por niños y monjas que  amenazaban a la joven –puesto que no podían expulsarla, ya que su madre aportaba una generosa cantidad de dinero al lugar- diciéndole que esa clase de brujería nunca estaría bien vista por su Señor y que estaba a un paso del Infierno. Fue entonces cuando ésta, asustada por los comentarios de las hermanas, rechazó todo lo pertinente a la magia, buscando el perdón de Jesucristo. Comenzó a contemplar aquella naturaleza mágica de la que provenía como algo terrible que debía ocultar también a ojos del Salvador.
Años después, la joven Dominique fue por fin adoptada por una madre temerosa de pasar sus últimos días lejos de su auténtica hija, ya enferma. Se convirtió pues en Dominique de Bricassart, no sabiendo que en una vida pasada, aun en el vientre de su madre, ya lo había sido. Es entonces cuando la madre de la joven le hace no sólo conocedora, sino también partícipe en su doctrina mágica –magia blanca-, haciendo sentir a la niña por fin que no estaba sola en aquel mar de dudas que acarreaban sus poderosas atribuciones. No era de extrañar que la niña al principio observara con rechazo en su mirada y de forma recelosa lo que se le era mostrado en aquel campo. Tantos años negándolo, tantos años apoyándose en Dios, y ahora, con la llegada de una figura materna como lo era madame de Bricassart, volvía a sentir que se desviaba del camino del Señor y que tarde o temprano, eso sería su perdición.
Dominique pudo disfrutar por fin del auténtico amor con el que una madre te obsequia, pero durante un tiempo limitado, pues el objeto de su afecto pereció por enfermedad y la joven muchacha se vio obligada a compartir casa con una de las hermanas de madame de Bricassart. Sin ella saberlo, su auténtica tía, ahora su tutora. Egoísta hasta la médula y tirana sin fin cuyo único objetivo al cuidar de la niña era el de apoderarse de los bienes que su madre le había cedido.
Poco antes de dar el paso a mejor vida, Bricassart volvió a contactar con el padre de aquel milagro del cielo que ambos habían traído al mundo. La extremaunción era necesaria y una confesión por su parte también. Fue así como el ahora Cardenal Alphonse de La Rive volvió a ver a su antiguo amor, lloró las lágrimas necesarias y dio su palabra de proteger a la niña, su hija, Dominique de La Rive.


■ Nunca se desprende de su cruz, colgada al cuello en todo momento.
■ Comienza a adentrarse en terrenos peligrosos, dejándose llevar por los chicos que llaman su atención sin atender a razones. Lo normal a esa edad.
■ El único recuerdo que posee de su madre es un broche que ésta depositó junto a ella la noche en que la entregó al hospicio.
■ Su color favorito es el rosa. No un rosa cualquiera, sino una tonalidad rosácea especial que recibe el nombre de cenizas de rosa.

Inquisidora

19 años

Francesa

Clase alta

Pansexual

Hechicera

Aquí la descripción psicológica.


Aquí la historia.


■ Dato
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