Bruma Nocturna || Privado

por **Berenice** Mar Feb 03, 2015 6:02 pm

A salvo de la joven hiedra en la torre,
El búho decrépito se queja con la luna,
Vagando cerca de su secreta laguna,
Perturba su reino antiguo y desolado.
—Thomas Gray.

Los muertos se removían inquietos entre sus tumbas, como si buscaran escapar de su reducida estancia. Aquella en la que fueron sepultados alguna vez. Temían porque aún querían conservar la poca integridad que les quedaba luego de haber abandonado la vida. Ya ni de sus cuerpos eran dueños y eso era aún más frustrante para los pobres difuntos que buscaban reposar en Montmarte. Durante las noches cuando los astros en el cielo los vigilaban y la espesa calina se alzaba sobre el camposanto, escapaban de sus lechos y se paseaban entre lapidas y hojarasca. A veces sus danzas eran interrumpidas por mortales curiosos o practicantes de alguna brujería. Y hasta criaturas sobrenaturales les seguían. Los muertos huían a cuidar de nuevo sus huesos, pero aquella noche, algunos de esos escasos de vida no correría con tanta suerte, pues robarían sus restos para destinarlos a los más grotescos fines.

El cementerio apestaba a carroña y a humedad, apenas el incienso a muerte alentaba a Ivy a continuar con su camino. Se paseó por la tumba falsa de su extinto Charles. El cambiante no había corrido con demasiada suerte en la última visita al jardín botánico y ahora que la hechicera comprendía lo necesario que era, no podía evitar sentirse indignado por la pérdida de su más cercano confidente. Su cadáver había terminado embalsamado, pues Ivy no permitiría que el tiempo arruinara la figura fina de su fallecido cuervo. Aunque ya éste no estuviera más a su lado, siempre podía sobornar a unos cuantos corruptos para hacer el trabajo sucio, tal como lo hizo esa vez. No gustaba de ir a Montmartre, en realidad, el lugar le perturbaba y no pensaba en otra cosa sino que en irse cuanto antes de ahí. Poison Ivy era una mujer excesivamente delicada, aunque a métodos frívolos y algo oscuros para obtener lo que quería, había cosas que no soportaba y los cementerios estaban incluidos en esa lista.

Había acudido a ese lugar de destierro con un único fin: Hallar cadáveres en buen estado. No era una labor digna, pero era parte de los experimentos con los que jugaba Poison entre las oscuras paredes de la cámara subterránea de su mansión, que parecía una propiedad alejada de la civilización, exquisitamente rodeada de la más extraña vegetación. Y sin imaginarse sus clientes de que la mayoría de los perfumes que elaboraba la mujer se incluían en sus extraños rituales. Parte de su fortuna también estaba destinada al soborno, nada se escapaba de sus elaborados planes. No sólo le pagó a algunos hombres para que la ayudaran a trasladar los cadáveres que usaría, sino también a una sucia rata que vigilaba el cementerio algunas noches.

Durante las horas nocturnas Montmartre parecía aún más desierto que de día, era la escena perfecta para un cuento devastador, oscuro y capaz de revolver los recovecos en donde se ocultaban como hienas hambrientas las pesadillas. Ivy se cercioró de que nadie arruinara su faena y despachó a sus nuevos lacayos sin perder tiempo. Debían dirigirse al mausoleo y ahí buscarían el oro que pertenecía a la hechicera y por supuesto, ella se encargaría de vigilar que todo estuviera en “aparentemente” bien. Se acomodó en una lápida cercana al panteón, desde ahí vigilaba todo el paraje, la bruma se alzaba imponente, devorando todo a su paso. Inevitablemente un suspiro escapó de sus labios, hacía rato que ninguna de las dos sabandijas aquellas aparecía, empezaban a demorarse y eso la irritaba.

—Y a veces es mejor que yo misma haga las cosas —masculló al momento en que se ponía de pie, decidiéndose de una vez por todas en regresar al mausoleo—. Par de inútiles…

Antes de iniciar la marcha algo la distrajo, una presencia ajena a la suya. Podría tratarse de algún espectro, pero su mente se vio intranquila ante la repentina interrupción. Al parecer ya no estaba sola, pero al inspeccionar su alrededor, no vio nada más. Sólo había niebla dispersándose a su alrededor. Sus orbes se pasearon inquietos tratando de reconocer algo, un aura, alguna energía que revelara su presencia. No hubo nada ni nadie. Quizás sólo era su imaginación, sin embargo, Ivy no era una mujer de demasiada paciencia, antes de perder los estribos con tanto silencio, volvió a dirigir sus pasos a las criptas de Montmartre, ignorando la amenazante presencia a sus espaldas.

por **Baldric Purcell** Jue Feb 05, 2015 12:25 pm

«Zig et zig et zig, la mort en cadence
Frappant une tombe avec son talon,
La mort à minuit joue un air de danse,
Zig et zig et zag, sur son violon.»
—Camille Saint-Saëns, “Danse macabre”

Un suspiro. Pesado, como un susurro ronco que cae en un profundo y hondo pozo. Hay algo de plegaria en él, también algo de alivio. Lo conocía muy bien, una melodía breve, el canto que sus víctimas profieren antes de dejar de existir. Se esfumó y se unió a aquella bruma que inundaba el terreno de Montmartre, como un animal que regresa a la jauría. Pero esta vez la breve canción de muerte no fue el único sonido que escuchó, como supuso. Lo descolocó un poco, incluso lo molestó. Había elegido el cementerio precisamente para disfrutar del momento y alguien había osado irrumpirlo.

Se hincó y dejó el cuerpo de la moza sobre el césped húmedo. Le acomodó el cabello y las manos, de no ser por el rojo que escurría de su cuello, parecería que sólo dormía. Era virgen, pudo saborearlo al morderla. Una lástima. Uno veía al conde Purcell, amable y preocupado, pero no era un hombre bueno, para nada, era sólo producto de sus circunstancias y no negaba su naturaleza inmortal. La abrazaba con arrojada pasión y se servía de ella cuando convenía. Se diferenciaba de los suyos porque era un tipo juicioso que no buscaba la aniquilación, o el poder por el poder. Iba en pos del saber, era verdad, pero nunca para torcerlo y aplastar.

Aguzó el oído y detectó el origen de las disonancias en su sinfonía de muerte. Caminó con paso ligero, muy despacio y silencioso, como un gato de ojos ámbar, como un fantasma que deambula entre tumbas. Vio a unos hombres, pero ellos no eran el problema, claro que no. Los dejó fuera de combate en silencio, ninguno pudo hacer nada. No supo si los mató, pero al menos ya no se interpondrían en su camino. Los dejó atrás con parsimonia e indiferencia.

Siguió avanzando. Entre el velo de la noche y bruma, su figura se desvanecía como un bosquejo a lápiz. Guardaba una distancia prudente de aquella persona. Se comenzó a preguntar quién era el intruso en la velada del otro. No se movió cuando los ojos ajenos, femeninos y claros, se clavaron en su desdibujada figura. No lo veía, no con la claridad que él la veía a ella. Pero supo, que ella sabía también.

Avanzó detrás de la mujer, siempre conservando aquella distancia entre ambos. La desconocida podía estar tranquila, acababa de alimentarse, su boca aún tenía gusto a hierro y sal, su curiosidad nacía y echaba raigones en un sitio distinto. Sí, ella no tenía nada que temer, pero ¿y él? Los años lo habían hecho sabio, o no tan idiota, al menos y no era alguien que subestimara a las personas. Ni siquiera a los mortales y ella era mortal.

Se detuvo cuando decidió que el juego de persecución se había prolongado innecesariamente. Tal vez había sido conducido ahí adrede, no podía saberlo. Su efigie tomó forma, ya no era más parte de las brumas. Avanzó con paso seguro y se hizo presente como una idea que está allá arriba y de pronto se vuelve corpórea.

—Es un lugar peculiar para pasear —se hizo notar con voz de bajo barítono—. Creí que sería el único con dichas excentricidades —sonrió de lado, pero no había altanería en su gesto, sólo cierto atisbo de diversión. Aguardó, arrebujado en el abrigo de lana negro, con las manos escondidas en los bolsillos del mismo. ¿Qué tendría que decirle esa mujer con el cabello encendido como hoguera?

Dio un par de pasos más, más cortos pero no con menos aplomo y levantó ligeramente el mentón. Esta mujer no era una mortal cualquiera.

por **Berenice** Miér Feb 11, 2015 8:37 pm

Ampáralo niña ciega de alma,
Ponle tus cabellos escarchados por el fuego;
Abrázalo pequeña estatua de terror.
Señálale el mundo convulsionado a tus pies,
A tus pies donde mueren las golondrinas
Tiritantes de pavor frente al futuro.
—Alejandra Pizarnik.

Haber esperado tanto por aquellos inútiles le causó un inevitable mal humor, típico en ella. A Poison sólo le interesaba el maldito cadáver. Poco le importaban los muertos, su inquietud y la bruma que amenazaba con obstruir su camino. Aunque fuera mortal, sus habilidades iban más lejos y hasta las actitudes que tomaba eran más de demonios que de una persona común. Fue capaz de confundir al vampiro que era su esposo y jugaba con las vidas de sus rivales en el negocio de la elaboración de perfumes. Siempre le había gustado destacar en las cosas que realmente le interesaban, lo demás podía marchitarse como las hojas en otoño. Estuvo en espera sentada en la fría lápida con rasgos angelicales, pero terminó abandonándola a su suerte al momento en que se dirigía con decisión hacia el mausoleo. Si esos lacayos no habían cumplido con su trabajo, en vez de llevar un cadáver para el ocio de la hechicera, ellos mismo serían parte de los experimentos de aquella. Eso les erizó la piel, pues sabían que con Ivy no se jugaba.

Sintió una presencia a sus espaldas, era la misma que había osado interrumpir su vigilia. Al principio sólo ignoró de que o quien se trataba, tenía mejores cosas que hacer en ese momento como para sentarse a dialogar con extraños o seres del más allá. Eso dejaba en evidencia el terrible carácter que cargaba consigo la gran mayoría de las veces. Las hojas crujían bajo sus pies mientras avanzaba, pero antes de que pudiese continuar, esa áspera voz masculina hizo prácticamente que se detuviera. Ivy respiró profundo, no por temor, sino porque realmente le fastidiaba. No sólo irrumpió en su espacio personal sino que ahora le buscaba conversación cuando a ella no le interesaba otra cosa que no fuese el cadáver que necesitaba para sus métodos poco tradicionales de elaborar exquisitas, pero siempre mortales, fragancias. La neblina se había disipado sólo un poco y con toda la carga que eso implicaba, giró sobre sus talones para quedar frente a su indeseable acompañante y para causar mayor irritación en la hechicera, se trataba de un vampiro. Lo supo por su aura. Eso hizo que entornara los ojos con un deje de fastidio.

—Oh sí, claro. Un lugar que apesta a diablos, en donde ni se molestan en limpiar las lápidas y claro, el sitio favorito para que los vampiritos jueguen a las mordidas. Es peculiar, tiene razón. Pero peculiarmente asqueroso —respondió Poison evidenciando su mal genio. Odiaba que metieran las narices en sus asuntos—. Y no te preocupes, ya estarás solo para conversar con los muertos, la belleza de Montmartre y esas cosas banales de la que sólo hablan los vampiros. Yo tengo mejores cosas que hacer. Así que, si me permites, debo retirarme…

¿De verdad estaba mal actuar tan groseramente? No, para Ivy estaba bien así. Le daba completamente igual, ni siquiera conocía a ese sujeto, ni se molestaría en conocerlo. No estaba entre sus planes ser una mujer social y sonriente. A veces podía sacar su lado más hipócrita para lograr sus objetivos, pero esa vez no tenía ninguna necesidad en actuar de esa manera. El vampiro no le iba a servir de nada, sólo le estorbaba y amenaza con arruinar sus planes. Y eso, por supuesto, no era de su agrado. Antes de que aquel pudiera siquiera objetar algo a su favor, la hechicera pretendió seguir con su marcha inicial. Lo iba a hacer, pero un sentido de alerta la obligó a girarse nuevamente. Observó con desdén al hombre y cruzó sus brazos sobre su pecho desafiándolo con la mirada. Quedarse de espaldas ante él no era buen plan, tenía que asegurarse de tenerlo lejos. Aunque si osaba siquiera en probar la sangre de la hechicera, su paladar la pasaría mal. Ella no era como cualquier mujer mortal y eso la hacía sentir orgullosa de sí misma y agradecía al miserable de Azazel por haberla convertido en un monstruo.

—Aunque pensándolo bien, el único que está invadiendo un espacio que no debe eres tú. Así que si quisieras o no, agradarme un poco, podrías empezar por darte media vuelta y caminar hacia tu norte, ¿verdad qué es fácil? De seguro que sí, nada te costará. Sólo darás un paso y luego otro hasta volverte nada con esta maldita niebla que tanto me estresa —espetó la hechicera sin un mínimo cuidado esperando que aquel de verdad hiciera caso a sus palabras y se marchara. Si no, tendría que valerse de otras cosas para ahuyentarlo.

por **Baldric Purcell** Jue Feb 19, 2015 10:41 pm

«Le vent d'hiver souffle, et la nuit est sombre;
Des gémissements sortent des tilleuls;
Les squelettes blancs vont à travers l'ombre,
Courant et sautant sous leurs grands linceuls.»
—Camille Saint-Saëns, “Danse macabre”

En muchos sentidos, Baldric representaba al vampiro romantizado que muchos tenían como arquetipo. Seducía a sus víctimas, las hacía creer que tal vez sería de ellas y luego bebía su sangre. Una imagen perpetuada por los mitos y no la realidad, pero que era el método de Baldric. También estaba su reciente adhesión a la nobleza por cuestiones de un retorcido destino, hecho que lo dotaba de un garbo diferente. Y claro, su desenvolvimiento común, galante y misterioso. Casi era el vampiro por antonomasia, fallaba en la parte más esencial, su pasado mortal pesaba y apaleaba más y más duro. Era más contundente. Era inequívoco. Nada se podía hacer.

Era por ello, que las palabras de la mujer de tan mala actitud, cayeron en extraño terreno dentro de su fuero interno. Por un lado se sintió profundamente divertido y en silencio le agradeció a la desconocida por la merecida desfachatez, y por el otro, estaba intrigado. Era un contador de historias y eso lo llevaba a tener una voraz curiosidad como muy pocos, humanos e inmortales. No rio, aunque estuvo a punto. Era refrescante toparse con alguien así. Baldric podía perder los estribos muy fácilmente, aunque tenía muy pocos y controlados detonantes, así que la verborrea de la pelirroja no melló en ningún sitio blando suyo. Sólo permearon en su constante búsqueda de lo diferente, a que a estas aturas, resultaba una cruzada muy complicada y peligrosa.

Ella ni siquiera lo dejó hablar, no es que lo hubiera intentado, en cambio, clavó el par de ojos color manzanillo en su figura argenta a la luz de la luna. Con la mirada parecía reír, aunque su rostro permaneció impertérrito. Arqueó una ceja cuando ella le dio la espalda. Sabía que era vampiro y aun así, le daba la espalda. No supo si fue temerario o llanamente estúpido. ¿Qué clase de blasón portaba ella como para sentirse conferida con algún tipo de arma contra él? ¿Qué potestad le daba la fuerza para blandir semejante y beligerante confianza ciega? Interesante.

—El cementerio es del municipio, y como tal, es un área libre. Yo no sería tan altanero cuando el que está saqueando tumbas es otro. Eso, mi señora, sí es un delito. Pasear por las estrechas calles del camposanto, en cambio no —otra vez pareció que en cualquier momento las comisuras de sus labios se levantarían, arqueando su boca en una sonrisa, pero no fue así. Sólo se encogió de hombros y salvó la distancia que ella había impuesto una vez más.

Baldric, desde hacía unos cuantos siglos, se caracterizaba por ser, dentro de la linde de su naturaleza, un ser más bien sosegado. Rara vez iba en pos de conflicto, así que todo esto sólo se lo tomaba a broma, aunque algo le decía que era mucho más serio para ella. No serio como se afronta una muerte o una guerra, sino serio que yacía en ella de manera más profunda y brotaba como flores de palabras de su boca.

—Debo suponer que los hombretones que deambulaban por aquí venían con usted. Lo siento… —entonces sí sonrió y usó esa sonrisa que sólo vestía cuando era el vampiro. No el conde, no el apóstol, no el escritor, no el traidor, sino el vampiro. No lo hizo para intimidar, fue un acto conducido por el más puro instinto—, lo siento, creo que maté a al menos uno. ¿Puedo preguntar algo? Para qué una dama distinguida como usted quiere los restos mortales de un don nadie —habló claro, pero con cierta levedad, como quien conversa sobre los últimos acontecimientos en la alta sociedad, problemas menos y de niños ricos; ese mismo tono despreocupado usó.

por **Berenice** Mar Mar 10, 2015 2:13 am

La bruma nocturna me sorprendió en el camino.
Tras la espesura la luna lanzó su mirada.
—Alexander Blok.

Parecía que la única manera de que Ivy pagara por todas sus malas obras era que los vampiros la persiguieran. No había cosa en el mundo que le irritara más que la presencia de aquellos seres nocturnos. Tenía razones para albergar tanto rencor en su malsano corazón y luego de la muerte de su fiel Charles, aquel veneno se fue convirtiendo en algo, quizás, más letal de lo que ya era. Pero su venganza no tenía nada que ver con la destrucción física del otro, para nada. Ivy tenía otra estrategia aún mejor y que sabía que hundiría de una vez por todas a su adversario, pero en esa noche no era algo que realmente le interesara demasiado. Se había extasiado tanto con nuevos descubrimientos en su jardín de rituales, que olvidó por varios días que detestaba a Azazel. Ya de él se encargaría luego o cuando se le diera la gana. Lo que ahora importaba era que su plan no se viera arruinado del todo y esperaba que aquellos animales rastreros hubieran cumplido con su labor o ella misma se encargaría de acabar con su miserable existencia.

Deseaba largarse cuanto antes de Montmartre, aunque usaba a cadáveres para sus raros experimentos, odiaba los cementerios, no por temor, sino porque su olor nauseabundo era insoportable para la hechicera. Pero al parecer, algo más la retendría a aquel lugar insano para su paciencia. El vampiro que hace poco irrumpió en lo que ella consideraba su espacio personal le estaba irritando más de lo que se esperaba. Ni siquiera se esforzó en marcharse cuando Ivy le refutó sin consideración alguna, pues tenía mejores cosas en las cuales ocuparse en vez de estar haciéndose con nuevos “amigos”. De sus labios surgió un pesado suspiro, cargado de evidente fastidio, mientras su nueva postura lo hacía notar aún más. Con los brazos cruzados sobre su pecho y con los orbes puestos en otro lado intentó escuchar las palabras de su extraño acompañante, pero en su mente sólo existía un constante largo de aquí.

—Me importa un mísero franco si es del municipio, si es de la reina, si es del Papa… O sea, no es como si tuviera cara de que me preocupara, ¿verdad que no? Cada quien es dueño de sus propias acciones y quien juzga, es porque de verdad debe estar muy aburrido o simplemente no tiene nada que hacer con su pútrida vida y por eso tiene que estar metiéndose en los asuntos de los demás —volvió a usar el mismo tono altanero y tóxico de antes. Poco le importaba lo que pensaran los demás, Ivy sólo se preocupaba por alimentar su orgullo maldito.

La hechicera hacía un esfuerzo mayor por controlar su carácter, pero todo se le fue de las manos cuando aquel desagradable personaje se refirió a los hombres que había contratado. Eso hizo hervir, no la sangre, sino el veneno que ahora contenía en su interior y corría por sus venas acercándola más a una muerte que parecía querer alejarse, hundiendo a Poison en una enfermedad causada por su propia ambición. Sacudió con la mirada al hombre, deseándole el peor de los males. Era obvio, ya no podía contenerse y su energía era la causante de que hiedra venenosa brotara del suelo como si tuviera vida propia.

— ¿Sabes qué puedes hacer con tu preguntita estúpida? Arrojarte a los rayos del sol con ella, eso mismo puedes hacer. Sería la salida más factible a tu nada atractiva existencia. Digo, para querer estar metiendo las narices en donde no te llaman, es porque los siglos ya deben estar pesándote —respondió sin preocuparse por cambiar su tono de voz, pues ya estaba lo suficientemente indignada como para no callarse nada.

por **Baldric Purcell** Miér Mar 18, 2015 10:58 pm

«Zig et zig et zig», chacun se trémousse,
On entend claquer les os des danseurs;
Un couple lascif s'asseoit sur la mousse,
Comme pour goûter d'anciennes douceurs.»
—Camille Saint-Saëns, “Danse macabre”

Después de estar un momento de pie, frente a la mujer de cabello de fuego, como estatua eregida a un dios del inframundo en un pasado muy lejano, que iba más atrás que él mismo, Baldric dio un paso, y luego otro, y otro más y así hasta caminar, pero no hacia ella —era peligrosa, lo sabía—, sino a su alrededor, porque aunque era mesurado, también conocía las ventajas que ser lo que era tenía. No era tan fácil someterlo y derrotarlo.

La sonrisa, antes taimada, se ensanchó al escucharla. Aunque sabía que había algo inherentemente expuesto en ella, también la encontraba fascinante. Baldric era, más allá de vampiro, apóstol, demonio histórico y conde, un narrador. Un guardador de historias y secretos y sin duda la desconocida parecía un personaje digno. A veces podía pecar de cierta credulidad, en su afán de capturar humo con las manos, ideas entre los dedos que se iban como agua. Pero esa, en el gran orden de las cosas, era su faena eterna. Guardó ambas manos en los bolsillos de su pantalón y se detuvo, el camino de guijarros de río quedó atrás y ambos pies estuvieron sobre el césped húmedo y nutrido por los muertos. Se plantó como el conde que era desde algunos años. Raro, pero incluso desdén afloró en su porte.

—Sólo era curiosidad, mi señora. Lamento haberla increpado —habló suave, con un tono más apto para usarse con una amante y no una mujer que obviamente no te quiere en su camino—. Pero ha dado en el clavo, los años pesan cuando son tantos, y lo único que me mantiene… funcional son encuentros como este —sonó divertido. Funcional, dijo, porque de cuerdo no tenía nada.

Al fin dio media vuelta, y avanzó despacio entre lápidas, aunque era obvio que no quería irse —las sorteaba al azar, y muchas veces se acercaba más de lo que se alejaba—. Se detuvo y giró el rostro, la miró por sobre su hombro.

—Le concedo todo lo que me ha dicho —habló. Le causó especial gracia los insultos que referían a su naturaleza vampírica, nunca había escuchado tantos y tan creativos—. Pero, dígame, contésteme con sinceridad y prometo desaparecer en la noche —pausó y suspiró. Regresó la vista al frente, miró el cielo, calculando cuánto tiempo le quedaba en el exterior—. Qué es la vida, o lo que sea; la existencia, los días, la naturaleza del universo, como quiera usted llamarlo, sin un poco de indagación. Las noches, como esta de saquear tumbas y caminatas fortuitas, serían sólo eso, nada especial —se giró al fin. La bruma de la noche lo rodeaba como un halo, como si Baldric, con su piel argenta, brillara y se convirtiera en el santo que no alcanzó a ser debido a su traición.

—No tengo idea de por qué le caigo tan mal, o los que son como yo —se encogió de hombros—, y antes de que me vuelva a tachar de entrometido, no se lo estoy preguntando. Una respuesta, es todo lo que pido, y usted podrá seguir interrumpiendo el sueño de estos pobres cristianos, y yo seguiré mi camino —concluyó. Aunque no sonó solemne o severo, su tono ciertamente se volvió más sombrío.

por **Berenice** Sáb Mayo 23, 2015 3:18 pm

En la noche, cuando los enfermos yacen despiertos,
Escucho pasar al Carruaje de la Muerte;
Lo oí pasar salvaje, por senderos desiertos,
Y supe que mi hora aún no había llegado.
—Katharine Tynan.

¿Qué pretendía aquel hombre? Eso era algo que Poison no quería saber. Realmente le fastidiaba su presencia, arruinaba sus planes y eso la hacía exasperar quizás demasiado. Pero algo en ella le pedía mantener la compostura y ahorrarse la intranquilidad por más que sus objetivos se hayan vuelto ofuscados por la presencia de aquel ser. Si bien ella no era ninguna idiota, él resultaba ser un vampiro e Ivy estaba consciente de que el sobrenatural podía tomar alguna acción en contra de ella. Y desde luego, la hechicera estaría preparada. Sus ojos estudiaban con cautela la figura masculina y un suspiro afloró de sus labios al escucharle nuevamente. Sí ella estaba loca, él más. De algo se había asegurado en ese momento, aquel sujeto no era como el bruto de Azazel y en partes eso la relajaba un poco, pero eso no significaba que dejaría pasar por alto el hecho de que su única presencia arruinó todo lo que había planeado para aquella noche.

Sus brazos terminaron cruzados sobre su pecho. Había adquirido una posición que relajara los tintes amenazantes de su aura, Ivy estaba haciendo un último esfuerzo para calmar su tormentoso genio. Y sólo se mantuvo en silencio durante unos minutos. No le interesaba absolutamente nada del hombre, ya no quería escucharlo, esperaba que se largara cuanto antes para así poder encaminarse nuevamente hacia el mausoleo. Obtendría lo que quería y luego regresaría a casa a hacer sus menjunjes y extraños experimentos. Claro, ese era el ideal de Poison, pero la vida no siempre apremia de la manera que se espera y cuando menos se piense, pisoteará cada expectativa sin ninguna piedad.

Se permitió relajarse un poco más al momento en que el vampiro comenzó a alejarse, estaba bien, era un tipo sensato. Al menos eso creyó mientras veía como se alejaba. Aunque la distancia entre ambos se hiciera más larga, Ivy no se movió de su lugar, no hasta que la figura del hombre se haya vuelto nada con la bruma del camposanto. Pero bien acertadas fueron sus sospechas cuando él volvió a dirigirse de nuevo a ella, hablándole con una calma que tanto fastidiaba a la mujer. Sólo desaparece… Pensó mientras aquel seguía “buscándole” conversa.

—A ver, a ver… Creo que no nos hemos entendido bien, sanguijuela. Pero ya está bueno de actuaciones baratas como esta —mencionó entre un suspiro, tomando esta vez una postura erguida—. No me interesa si es nada especial, si es muy especial, si es poco especial, ¡Me da igual! —Encogió sus hombros antes de que sus dedos masajearan sus sienes por unos segundos—. ¿Qué es lo que quieres? No tienes más nada que hacer aquí, no obtendrás ninguna respuesta gentil de mi parte, porque honestamente no me interesa en lo absoluto nada de lo que te aqueja. Además, no creo que un ser como tú sólo esté hallando respuestas… Eso no se lo creería ni un niño.

Fue Poison la que terminó acortando la distancia esta vez, con paso firme se acercó al vampiro como si buscara de retarlo. Pero sólo se trataba de una prueba. Lo miró de arriba abajo y sin siquiera pensárselo dos veces le sujetó el mentón con brusquedad. Claramente la hechicera no era nada cuidadosa cuando perdía los estribos. No le importaba, el veneno que corría por sus venas, aquella clorofila que hacía de sangre la estaba consumando lentamente. La muerte ya no era ningún mal temido por Ivy. En realidad, nunca lo fue.

—Podrías siquiera agradarme tan sólo un poco, si no hubieras arruinado mi paz. Pero, ¿qué te digo? Ya es demasiado tarde para remendar los errores. Así que, buenas noches, querido. Sigue confinado en el aburrimiento de tus siglos, mientras tanto yo seguiré atormentando cadáveres para alimentar a mi propio egoísmo —soltó el rostro masculino para así alejarse esta vez, sin importarle para nada los riesgos.

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