AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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The Animal Instinct || Privado
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The Animal Instinct || Privado
Y es que hasta ese entonces no había descubierto en si momento más oscuro. Desde su llegada a la capital no había caído en las garras que la demencia produce, cuando era engullido cada noche por las fauces de aquellos demonios del pasado, aún presentes en su mezquino andar. Se llevó las manos a sus sienes intentando hallar calma mientras se adentraba en aquellos terrenos inhóspitos. En su mente la efigie del pequeño Luciano aún invadía sus sentidos, un recuerdo que se negaba a morir sobre el espeso oleaje de la culpabilidad; en el neófito este sentimiento seguía siendo el mayor de sus temores a vencer pese al arsenal de nuevos dotes que ahora poseía.
La escasa luz que algunos astros reflejaban en esa fría y gigantesca bóveda llamada cielo nocturno, era opacada por el titilante reflejo de las farolas que se elevaban en su camino. De mala gana continuó dirigiéndose hacia el cementerio, necesitaba hablar con él aunque no se encontrara de forma física en ninguna de esas tumbas. Poco a poco su cordura le abandonaba, a cada paso que daba un peso caía sobre sus hombros, cada punzada que el dolor producía sería soportable, todo en esa noche sería soportable de no ser por esa sed que le obligaba a comportarse como asesino de vez en cuando, pues hasta entonces no habría encontrado otra forma de saciar ese deseo.
Valiéndose de una de sus habilidades notó que pocas personas transitaban por el callejón, agudizó su mirada para hallar en este alguna presa fácil, no mujeres, no niños, esa era la regla que se había dictaminado desde que dio inició su recorrido en el sendero de inmortalidad. Con las manos en los bolsillos, dejó que la noche cubriera su presencia, dobló hacia la izquierda con pasos ligeros cuando frente a sus ojos un hombre de estatura mediana y complexión no muy robusta corría agitadamente con la vista hacia atrás, al tanto de que alguien no siguiera sus pasos seguramente, sin notar al inmortal chocó contra este dejando caer un pequeño morral de cuero escondido debajo de su maltrecha ropa.
Los ojos de Vittorio advirtieron en la fachada precaria del sujeto, estaba casi convencido de que aquello no le pertenecía, por la forma en que vociferaba maldiciones por haberse cruzado en su camino.
El joven vampiro sonrió enmarcando un ligero levantamiento de su ceja izquierda. Personas como ese hombre solo le recordaban la parte más asquerosa que el mundo esconde bajo el pseudónimo de ladrones, oportunistas como aquella mujer que de algún modo logró destruir el imperio construido por los Cacciardi en su natal Florencia. Con un movimiento ágil, Vittorio le tomo por el cuello aprisionándolo contra la pared, poco pudo hacer el sujeto cuando sintió el filo de aquellos colmillos fríos.
El neófito se mantuvo bajo control mientras tomaba aquel líquido vital, no era del todo agradable tener que alimentarse de un rufián como aquel. Poco antes de que su víctima desfalleciera por completo escuchó lo que se convertiría en su epitafio.
-Nadie va a extrañarte maldito bastardo.- susurró el vampiro.
El ritual estaba culminando cuando los sentidos le advirtieron de una presencia más en la entrada del callejón.
Michael Sundqvist- Hechicero Clase Alta
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Re: The Animal Instinct || Privado
Generalmente las personas que sufrían de duelos recientes eran las que más visitaban las tumbas de los seres queridos que acababan de perder. Añoraban todavía de forma casi física su presencia y hallaban cierto consuelo en ir a sentarse junto al mármol de sus lápidas para conversar, aunque no fuese en voz alta. A menudo llevaban flores, limpiaban de polvo y tierra la piedra y recorrían con la yema de los dedos el nombre grabado con cincel. Para Edouard había sido todo lo contrario, le había hecho falta que transcurriera más de un año para atreverse a ir por primera vez a visitar a madre desde el día de su entierro. El día que Anuar le encontró. Carrouges solo tenía un muerto, pero eran dos las pérdidas que lloraba y siempre se había sentido mejor lamiendo sus heridas en soledad. No solo no había tenido ganas de ir al camposanto, sino que la idea le aterraba porque le daba la misma sensación que asomarse a un pozo oscuro y tan profundo cuyo fondo no se divisaba. Mantenía su tragedia contenida bajo cadenas en su interior, donde debía estar, y cada nuevo golpe era como añadir un tronco más a un fuego que nadie veía pero que ardía y le quemaba por dentro.
Creyó que necesitaría un cambio drástico en su vida para olvidar todo lo que había acontecido en ella que lo había vuelto desgraciado, pero al final bastó con adaptarse a la rutina y dejar que el tiempo se encargase de limar sus asperezas. Igual que al caminar descalzos mucho tiempo a los hombres les salían durezas en los pies el criado tenía durezas en el corazón y en la memoria. No se habían borrado las heridas, pero las cicatrices eran sólidas y no le importaba si la marca que dejaban era linda o fea. Nunca había tenido en cuenta lo que pensaran de él los demás, así que tampoco tenía muchos referentes en cuanto a duelo se refería. No sabía si la gente tardaba mucho o poco en superar sus penas, pero lo que sí entendía era que cada ser humano y cada afecto era distinto a los otros, y por tanto tratar de comparar habría resultado un absurdo. Edouard estaba listo al fin para ir a visitar la tumba de madre, y para cuando había llegado allí la había encontrado en tal estado de abandono que había tenido que demorar todo lo demás e ir a por algunas cosas. Armado de tijeras de podar, escoba, trapos y cubo había pasado gran parte de la tarde arreglando aquella modesta lápida cubierta de enredaderas. Cuando terminó había caído el sol hacía un tiempo, pero el muchacho había acostumbrado su vista a la luz de la luna y no necesitaba más. Únicamente cuando se dio por satisfecho con la limpieza se marchó de allí, dejando todos los utensilios en una caseta de herramientas que debía ser la del jardinero. No se atrevía a ir a la cabaña del enterrador porque sabía que Dutuescu ya no estaría allí, y ese recuerdo todavía prefería dejarlo apartado. Había sido suficiente por un día.
Caminaba de regreso hacia el núcleo de la ciudad cuando creyó oír un forcejeo. No era nada extraño en los barrios de la periferia a aquellas horas, pero en esa ocasión fue diferente porque ahora el chico sabía que no todos los ruidos de la noche eran provocados por humanos. Se ocultó en un portal, tratando de que la luz mortecina de la única farola de la cuadra. Permaneció allí hasta que dejó de escuchar movimiento, y entonces se aventuró a salir y a caminar de puntillas en lo que él creía que era la dirección contraria al sonido. No fue consciente de que en realidad se estaba acercando hasta que giró una esquina y encontró una estampa de película de terror en el extremo opuesto del callejón. Había un hombre que acababa de caer como un fardo a los pies de otro que tenía los labios manchados de sangre. Carrouges no necesitaba un dibujo para entender lo que estaba viendo, pero su mente racional trataba de convencerle a gritos de que no podía ser cierto. Se quedó tan impactado que no fue capaz de salir corriendo y permaneció allí, clavado al suelo, mirando todo con ojos desorbitados.
Creyó que necesitaría un cambio drástico en su vida para olvidar todo lo que había acontecido en ella que lo había vuelto desgraciado, pero al final bastó con adaptarse a la rutina y dejar que el tiempo se encargase de limar sus asperezas. Igual que al caminar descalzos mucho tiempo a los hombres les salían durezas en los pies el criado tenía durezas en el corazón y en la memoria. No se habían borrado las heridas, pero las cicatrices eran sólidas y no le importaba si la marca que dejaban era linda o fea. Nunca había tenido en cuenta lo que pensaran de él los demás, así que tampoco tenía muchos referentes en cuanto a duelo se refería. No sabía si la gente tardaba mucho o poco en superar sus penas, pero lo que sí entendía era que cada ser humano y cada afecto era distinto a los otros, y por tanto tratar de comparar habría resultado un absurdo. Edouard estaba listo al fin para ir a visitar la tumba de madre, y para cuando había llegado allí la había encontrado en tal estado de abandono que había tenido que demorar todo lo demás e ir a por algunas cosas. Armado de tijeras de podar, escoba, trapos y cubo había pasado gran parte de la tarde arreglando aquella modesta lápida cubierta de enredaderas. Cuando terminó había caído el sol hacía un tiempo, pero el muchacho había acostumbrado su vista a la luz de la luna y no necesitaba más. Únicamente cuando se dio por satisfecho con la limpieza se marchó de allí, dejando todos los utensilios en una caseta de herramientas que debía ser la del jardinero. No se atrevía a ir a la cabaña del enterrador porque sabía que Dutuescu ya no estaría allí, y ese recuerdo todavía prefería dejarlo apartado. Había sido suficiente por un día.
Caminaba de regreso hacia el núcleo de la ciudad cuando creyó oír un forcejeo. No era nada extraño en los barrios de la periferia a aquellas horas, pero en esa ocasión fue diferente porque ahora el chico sabía que no todos los ruidos de la noche eran provocados por humanos. Se ocultó en un portal, tratando de que la luz mortecina de la única farola de la cuadra. Permaneció allí hasta que dejó de escuchar movimiento, y entonces se aventuró a salir y a caminar de puntillas en lo que él creía que era la dirección contraria al sonido. No fue consciente de que en realidad se estaba acercando hasta que giró una esquina y encontró una estampa de película de terror en el extremo opuesto del callejón. Había un hombre que acababa de caer como un fardo a los pies de otro que tenía los labios manchados de sangre. Carrouges no necesitaba un dibujo para entender lo que estaba viendo, pero su mente racional trataba de convencerle a gritos de que no podía ser cierto. Se quedó tan impactado que no fue capaz de salir corriendo y permaneció allí, clavado al suelo, mirando todo con ojos desorbitados.
Edouard F. Carrouges- Humano Clase Baja
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Re: The Animal Instinct || Privado
No era la primera vez que lo hacía, aunque la mayoría de las veces era más bien por necesidad. Segundos antes pudo sentir la linfa estallar y alimentar su interior. Se tomó su tiempo para degustar cada gota de ese preciado elixir carmesí. Consciente de que alguien más pudiera observarle entre las sombras dio por finalizado el ritual. No estaba equivocado, a un par de metros de distancia iluminado apenas por el reflejo de una oxidada farola se hallaba de pie lo que parecía ser la efigie de un joven, no sobrepasaba los 25 años seguramente, petrificado por la escena que había vislumbrado minutos antes. Vittorio sintió un ligero remordimiento, pues nunca había sido descubierto en pleno acto. Caminó lentamente hacia él mientras trataba de cubrir la vivacidad del color plasmado aun en sus labios.
Mientras se aproximaba hacia él, notó que los sentidos del muchacho le pedían a gritos salir huyendo, pero por alguna extraña razón su cuerpo no le obedecería. El eco de sus lustrados zapatos creaba un eco lacerante en todo el lugar, hiriendo la serenidad del mismo. Aquel inmundo sujeto había perdido la vida, pero seguramente muchos como él caminaban por el mismo rumbo. Vittorio pensó que quizás lo más seguro para aquel chico seria alejarse de los callejones. Ensimismado en tales cuestionamientos, sus sentidos le advirtieron de una presencia más, una muy diferente a la del pasmado muchacho. Tan distraído estaba que no advirtió aquel intruso antes ¿En qué momento sucedió? Valiéndose de su rapidez nata se posicionó frente a su acompañante.
-Este no es un buen lugar para personas como tú- dijo en un susurro -¡Vamos, debemos salir de aquí!-
El vampiro apenas pudo encaminarse hacia un sendero diferente mostrando con un ademan que le siguiera, si su oído no le traicionaba estaba casi seguro de que otro sobrenatural rondaba en la oscuridad del callejón. Caminó de prisa evitando moverse en demasía para no alertar su posición. Él podría defenderse sin problema alguno, pero sentía cierta responsabilidad por el joven, quien a pesar de ser un desconocido no dejaba de pensar en la impresión que pudo haberle causado. Una muerte era suficiente para llevar a cuestas, otra más no se lo permitiría, bajo ninguna circunstancia.
Dobló hacia la izquierda, apenas cerciorándose de que le siguiera.
-¡Por acá!-
Se encontraba ahora en una especie de laberinto, la escasa luz apenas dibujaba pinceladas de las condiciones precarias del lugar, un olor a humedad y a descomposición se colaba de vez en cuando en el aire nocturno que circulaba por ahí. El joven parecía estar un poco agitado por el premeditado escape, confuso y temeroso pero había confiado en el vampiro a pesar de haber visto su lado más oscuro. La presencia de aquella amenaza parecía haber desaparecido momentáneamente, no obstante el neófito se mantuvo alerta para evitar ser descubierto. Miró de reojo al muchacho, quien con dificultad respiraba.
-Será mejor que te controles si quieres evitar ser descubierto- dijo de forma tajante.
Michael Sundqvist- Hechicero Clase Alta
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Re: The Animal Instinct || Privado
Al principio no supo por qué no podía moverse, pero luego se olvidó de que quería salir corriendo y solo pudo fijarse en la presencia magnética del otro. Era como una luz muy peligrosa a la que las polillas no podían evitar acercarse, y Edouard se sintió muy identificado con aquellos bichos. Ojalá hubiera tenido alas, al menos. Observó cómo se acercaba el vampiro y por un instante lo vio todo transcurrir más lento, percibiendo cada detalle y admirando esa piel de la que parecía irradiar un aura que ningún humano normal poseería jamás. Se estaba preguntando cómo había podido no notarlo antes cuando parpadeó y el hechizo cayó de golpe. De pronto tenía delante a otro hombre con cierto halo intimidante pero sin nada que llamara tanto la atención. No sabía qué le había pasado pero discurrió lo suficiente para comprender que no era cosa suya sino de Vittorio, porque si se asomaba con cautela a sus ojos color cristal seguía adivinando un abismo vertiginoso al que le aterraba caerse. Creyó tener la certeza de que iba a morir.
Se llevó una mano al pecho y aferró entre los dedos la sortija de Madre que llevaba colgada con una cadena. No tuvo miedo y la sensación paralizante del comienzo no regresó. Pensó que las cosas que no había hecho no tenían tanto valor después de todo, y que a un criado como él de todas formas tampoco le estaba permitido exprimir demasiado los placeres de la vida. Solo se lamentó unos segundos de la ironía de que la Parca venía a llevarlo cuando al final empezaba a tener algunas ganas de seguir viviendo después de tantos meses de oscuridad, pero entonces sucedió algo que trastocó sus esquemas. El vampiro le pidió que le siguiera y echó a andar, y Edouard como un cordero obedeció sus órdenes. No es que estuviera bajo trance ni nada parecido, era perfectamente consciente de que estaba siendo muy estúpido, pero sencillamente no lo podía evitar. Caminó tras el italiano sin oponer resistencia y sintiendo al mismo tiempo que era muy injusto que él quisiera adoptar una postura sensata y desconfiar de todos hasta que se demostrase lo contrario y que ahora llegara un sobrenatural que con solo chasquear los dedos lo tenía bailando al ritmo que imponía. No le sorprendió que los de su raza no tuvieran problemas para alimentarse, les resultaría bien fácil engatusar a sus presas.
No era consciente de que estuvieran huyendo, y cuando el otro se detuvo Carrouges hizo el esfuerzo de volver a dominarse. - ¿Vas a matarme? - Al menos esperaba que el otro fuera sincero y lo hiciera de frente. Se preguntó si dolería o si simplemente se iría durmiendo mientras se quedaba exangüe, y entonces regresó el tan esperado temor. El sirviente volvió a notar cómo el corazón se le aceleraba y amparado por la noche se dio la vuelta y echó a correr. No se atrevía a mirar atrás porque sabía de sobra que los vampiros eran más rápidos y mucho más fuertes, pero quiso hacer oídos sordos a su conocimiento y creer en la esperanza ciega de que tenía la más mínima oportunidad. Le vino a la mente la imagen del día aciago en que había conocido a Soren y le había visto salir volando por la ventana. Bueno, volando no era exactamente la palabra, pero había dado un salto desde el balcón de casa de Anuar y había bajado planeando hasta el suelo como un animal.
Se llevó una mano al pecho y aferró entre los dedos la sortija de Madre que llevaba colgada con una cadena. No tuvo miedo y la sensación paralizante del comienzo no regresó. Pensó que las cosas que no había hecho no tenían tanto valor después de todo, y que a un criado como él de todas formas tampoco le estaba permitido exprimir demasiado los placeres de la vida. Solo se lamentó unos segundos de la ironía de que la Parca venía a llevarlo cuando al final empezaba a tener algunas ganas de seguir viviendo después de tantos meses de oscuridad, pero entonces sucedió algo que trastocó sus esquemas. El vampiro le pidió que le siguiera y echó a andar, y Edouard como un cordero obedeció sus órdenes. No es que estuviera bajo trance ni nada parecido, era perfectamente consciente de que estaba siendo muy estúpido, pero sencillamente no lo podía evitar. Caminó tras el italiano sin oponer resistencia y sintiendo al mismo tiempo que era muy injusto que él quisiera adoptar una postura sensata y desconfiar de todos hasta que se demostrase lo contrario y que ahora llegara un sobrenatural que con solo chasquear los dedos lo tenía bailando al ritmo que imponía. No le sorprendió que los de su raza no tuvieran problemas para alimentarse, les resultaría bien fácil engatusar a sus presas.
No era consciente de que estuvieran huyendo, y cuando el otro se detuvo Carrouges hizo el esfuerzo de volver a dominarse. - ¿Vas a matarme? - Al menos esperaba que el otro fuera sincero y lo hiciera de frente. Se preguntó si dolería o si simplemente se iría durmiendo mientras se quedaba exangüe, y entonces regresó el tan esperado temor. El sirviente volvió a notar cómo el corazón se le aceleraba y amparado por la noche se dio la vuelta y echó a correr. No se atrevía a mirar atrás porque sabía de sobra que los vampiros eran más rápidos y mucho más fuertes, pero quiso hacer oídos sordos a su conocimiento y creer en la esperanza ciega de que tenía la más mínima oportunidad. Le vino a la mente la imagen del día aciago en que había conocido a Soren y le había visto salir volando por la ventana. Bueno, volando no era exactamente la palabra, pero había dado un salto desde el balcón de casa de Anuar y había bajado planeando hasta el suelo como un animal.
Edouard F. Carrouges- Humano Clase Baja
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Re: The Animal Instinct || Privado
No fue consciente de sus acciones sino hasta que se encontró un poco más sosegado. Olvido por completo que estaba tratando con un ser mortal, un chico que apenas rebasaba los veinte años seguramente y que a juzgar a simple vista, se encontraba atónito, con miles de cuestionamientos flotando en su ahora aturdida mente. ¿Qué habría pasado por esta cuando contemplo aquella horrida escena minutos atrás? Vittorio se mostraba reservado ante los demás cuando salía a caminar, pero esta noche no había sido nada buena, los remordimientos y temores laceraban aun, todo lo vivido en Florencia regresaba una vez más a su presente, como si de un sortilegio se tratase del cual nunca podría escapar durante toda la eternidad. Sacudió la cabeza para alejar esas ideas, no las necesitaba ahora. La serenidad tomó posesión en sus facciones previamente frías y con una voz un poco más relajada pudo responder al cuestionamiento del rubio.
–¿Matarte dices? No tengo un solo motivo para hacer dicha atrocidad, simplemente estabas en el lugar y momento equivocados– arqueó una de sus cejas ligeramente tratando de comprender lo que había escuchado.
A pesar de contar con las armas necesarias Vittorio nunca se hubiera perdonado lastimar a alguien más, a menos que la situación le orillara a actuar de forma contraria. El escape era tan solo una forma de redimirse ante aquel chico a quien seguramente había trastocado en más de una forma al descubrir su lado más oscuro.
Sorpresivamente el muchacho echó a andar, huyendo de aquel monstruo. Vittorio contempló un par de segundos la escena antes que su sexto sentido el alertara de aquella amenaza que nuevamente rondaba el lugar. No supo en qué momento se convirtió en el protector de aquel mortal, estaba harto de sentir esa miseria en él. Ese convenio de redimirse con sus actos, como si aquello fuera a traer de regreso al pequeño Luciano. De forma repentina dejó que una de sus habilidades tomara control de la situación y se colocó delante del muchacho, con uno de sus brazos atrajo hacia si el cuerpo ajeno, suavemente colocó su mano sobre los labios del contrario pero sin ejercer demasiada presión permitiéndole respirar y valiéndose de su segundo poder trepó por el acanalado muro, flotando con el joven hasta la parte alta del edificio. A estas alturas toda sospecha sobre su condición sobrenatural se habría confirmado seguramente.
–Por segunda ocasión te pediré calmarte, si no lo haces ambos estaremos muertos ¿Me entiendes?– soltó en un susurro al oído, manteniéndose detrás del chico.
Aquella bestia no había alcanzado a detectarles del todo aún y si el joven cooperaba no habría porque enfrascarse en una batalla innecesaria. A lo alto de la bóveda un par de nubes apenas surcaban la nostálgica acuarela dejando que la oscuridad les cubriera a la perfección. En los oídos del vampiro un retumbar proveniente del pecho del otro debido a la exaltación de lo vivido creaba un eco insoportable, menos mal había saciado su hambre con aquel desperdicio de ser humano, de otro modo la situación le hubiera obligado a actuar de una forma distinta. Lo peor habría pasado aparentemente.
–Bien, me disculpo por mi comportamiento previo, solo quiere que te tranquilices ¿De acuerdo? Repito, mi intención no es lastimarte–
Michael Sundqvist- Hechicero Clase Alta
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Re: The Animal Instinct || Privado
Se refería a matar como una atrocidad pero Edouard acababa de verlo con sus propios ojos bebiendo la sangre de un hombre que había quedado exangüe en el suelo como un montón de trapos. Y sin embargo no pudo evitar querer creerle, como si su mente se resistiera a la idea de que alguien tan bello pudiera efectivamente haber cometido un acto tan horrible. Al final quedó demostrado que el criado era alguien con mucha fuerza de voluntad, porque consiguió romper el hechizo y echar a correr aunque no llegara muy lejos. En menos que canta un gallo tenía delante al vampiro, que lo sostuvo como si no pesara más que una pluma y selló con dos dedos fríos sus labios temblorosos. De no haber sido Carrouges alguien acostumbrado a tener que lidiar siempre con otros más poderosos que deseaban aprovecharse todo el tiempo de desgraciados como él se habría rendido, comprendiendo que no tenía ninguna posibilidad. El muchacho en cambio era tozudo y se identificaba con una de esas pequeñas lagartijas que encuentran mil y una formas de escurrirse cuando su predador menos lo espera. No pudo evitar que Vittorio lo llevase en volandas a la parte más alta de uno de los edificios que tenían alrededor, pero se resistía a convertirse en su segunda cena.
Habría de admitir en otras circunstancias que la vista era envidiable desde ese punto. La luna bañaba toda la ciudad con una luz plateada y fantasmagórica que creaba un manto casi palpable, espeso, en el que las estrellas nadaban en formación. París no contaba por aquel entonces con muchas construcciones de más de cinco pisos y por tanto nada obstruía la contemplación del paisaje. Una lástima que Edouard no estuviera en ese momento del humor necesario para deleitarse. Con una mano se aferró a uno de los hierros que se clavaban en el tejado y que algún albañil había puesto allí con la intención de que sirvieran de amarre, o tal vez por fallo de los planos. Así no sentía que en cualquier momento iba a resbalar y a partirse la crisma en dos. El vampiro seguía tras él, con el pecho pegado a su espalda. El criado no podía evitar mantenerse en tensión. ¿Hablaba de otro peligro? A Carrouges le daba lo mismo que le matara él u otro, el resultado iba a ser el mismo. - ¿De veras? ¿Y cuál es tu intención? ¿Jugar a naipes? - Allí no había nadie más que ellos, y aunque existiese hipotéticamente esa segunda amenaza un detalle no le encajaba con el resto. - ¿Por qué no me dejas en el suelo? Si de veras hay alguien más podrías utilizarme de señuelo para atraerlo mientras tú escapas.
Habría de admitir en otras circunstancias que la vista era envidiable desde ese punto. La luna bañaba toda la ciudad con una luz plateada y fantasmagórica que creaba un manto casi palpable, espeso, en el que las estrellas nadaban en formación. París no contaba por aquel entonces con muchas construcciones de más de cinco pisos y por tanto nada obstruía la contemplación del paisaje. Una lástima que Edouard no estuviera en ese momento del humor necesario para deleitarse. Con una mano se aferró a uno de los hierros que se clavaban en el tejado y que algún albañil había puesto allí con la intención de que sirvieran de amarre, o tal vez por fallo de los planos. Así no sentía que en cualquier momento iba a resbalar y a partirse la crisma en dos. El vampiro seguía tras él, con el pecho pegado a su espalda. El criado no podía evitar mantenerse en tensión. ¿Hablaba de otro peligro? A Carrouges le daba lo mismo que le matara él u otro, el resultado iba a ser el mismo. - ¿De veras? ¿Y cuál es tu intención? ¿Jugar a naipes? - Allí no había nadie más que ellos, y aunque existiese hipotéticamente esa segunda amenaza un detalle no le encajaba con el resto. - ¿Por qué no me dejas en el suelo? Si de veras hay alguien más podrías utilizarme de señuelo para atraerlo mientras tú escapas.
Edouard F. Carrouges- Humano Clase Baja
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