AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Espejismos que matan {Scarlett Seligman}
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Espejismos que matan {Scarlett Seligman}
”Los ojos se fían de ellos mismos, las orejas se fían de los demás.”
Proverbio aleman
Proverbio aleman
Acababa de salir de los edificios de los archivos de la Inquisición francesa y aún tenía esa inseguridad de no tener la confianza necesaria para poder afirmar que efectivamente no había despertado sospechas. Por el momento, amaba más que muchas veces su habilidad para hacer magia y hacer desaparecer su huella. Su misión acababa de finalizar de manera exitosa y había logrado hacer desaparecer los registros de la última ejecución de Ninette Quénecánt, ahora sólo quedaba hacer desaparecer las memorias.
Se sacudió las manos y se ajustó la chaqueta al cuerpo, volviendo a mirar hacia atrás de vez en cuando, mientras avanzaba, con paso cada vez más confiado, por las calles de Paris. La sonrisa iba ensanchándole a cada metro que faltaba para llegar a la esquina, esa típica sonrisa, torcida y satisfecha, aquella de las que sólo se dibujan cuando se logra por fin lo cometido.
Ya no sólo tenía la certeza de que cobraría una buena cantidad de dinero por la tarea cumplida, sino que además podría contar con aquella experiencia para su propio curriculum. Era ese tipo de trabajos que pocos se atrevían a hacer y por tanto uno por el que más dinero podría pedir. Los bribones como él no pensaban en otra cosa que en las oportunidades, las ganancias y el derroche. Ya estaba imaginándose en cual de las prostitutas del burdel ocuparía para aquella noche, cuando chocó sorpresivamente con una mujer al doblar la esquina.
—Fi…
“Fijaos por donde caminas” había sido la frase que estuvo a punto de salir de su boca, de no ser porque acababa de darse cuenta que había chocado con una hembra en lugar de otro hombre. Sonrió cambiando su postura inmediatamente.
—Perdonad mi descuido, mi lady, es difícil no encandilarse con semejante belleza —mencionó haciendo una reverencia.
La mujer era bella, un poco desnutrida para su gusto, pero bella al fin y al cabo, y ese día andaba contento y cualquiera le servía si acaso sonreía y tenía piernas. Nada tenía que perder, de hecho era mejor si acaso alguien sospechaba de él y luego le veía en compañía; podía pasar como cualquiera que hubiese andado buscando a otra persona, una que ya había encontrado.
—Eustace Gougeon, para servirle.
Volvió a sonreír, esta vez conscientemente de una manera encantadora, no presumida, ni charlatana, sino una como de aquellas veces en que hasta le creían buena gente.
Se sacudió las manos y se ajustó la chaqueta al cuerpo, volviendo a mirar hacia atrás de vez en cuando, mientras avanzaba, con paso cada vez más confiado, por las calles de Paris. La sonrisa iba ensanchándole a cada metro que faltaba para llegar a la esquina, esa típica sonrisa, torcida y satisfecha, aquella de las que sólo se dibujan cuando se logra por fin lo cometido.
Ya no sólo tenía la certeza de que cobraría una buena cantidad de dinero por la tarea cumplida, sino que además podría contar con aquella experiencia para su propio curriculum. Era ese tipo de trabajos que pocos se atrevían a hacer y por tanto uno por el que más dinero podría pedir. Los bribones como él no pensaban en otra cosa que en las oportunidades, las ganancias y el derroche. Ya estaba imaginándose en cual de las prostitutas del burdel ocuparía para aquella noche, cuando chocó sorpresivamente con una mujer al doblar la esquina.
—Fi…
“Fijaos por donde caminas” había sido la frase que estuvo a punto de salir de su boca, de no ser porque acababa de darse cuenta que había chocado con una hembra en lugar de otro hombre. Sonrió cambiando su postura inmediatamente.
—Perdonad mi descuido, mi lady, es difícil no encandilarse con semejante belleza —mencionó haciendo una reverencia.
La mujer era bella, un poco desnutrida para su gusto, pero bella al fin y al cabo, y ese día andaba contento y cualquiera le servía si acaso sonreía y tenía piernas. Nada tenía que perder, de hecho era mejor si acaso alguien sospechaba de él y luego le veía en compañía; podía pasar como cualquiera que hubiese andado buscando a otra persona, una que ya había encontrado.
—Eustace Gougeon, para servirle.
Volvió a sonreír, esta vez conscientemente de una manera encantadora, no presumida, ni charlatana, sino una como de aquellas veces en que hasta le creían buena gente.
Eustace Gougeon- Hechicero Clase Media
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Fecha de inscripción : 12/11/2012
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Re: Espejismos que matan {Scarlett Seligman}
La vida es una mierda.
Que yo no digo siempre, digo ahora.
Que yo no digo que la vida sea una mierda desde que nací, yo digo estos días, estas semanas, estos meses.
Estos en los que abro la ventana por las mañanas y me da igual si el pruno que hay enfrente está florido o se ha podrido.
Mara Torres
Iba camino a aquel lugar donde la Inquisición guardaba los archivos de las misiones, sobre naturales y todo aquello que era importante para organización. Buscaba aprovechar esos momentos en los que Malacoda aún no le pedía hacer algo y por supuesto, también deseaba alejarse lo más posible de Cagnazzo. Ese licántropo la fastidiaba a puntos extremos, le llevaba a imaginarse como es que podría matarlo y salir sin nada que delatara que ella era la asesina, pero hasta ese momento, en su mente siempre existía un punto de falla a partir del cual, podían encontrarle y terminar con su vida. Era servidora de la inquisición, pero los nuevos asuntos del Papa no le hacían tan importante como aquellos a quienes ahora la inglesa, debía servir y apoyar en todo cuanto pidieran.
Agradecía en gran medida poder tener un día para ella misma, aunque fuese extraño que siendo de esa manera fuera al lugar donde se encontraban los archivos. La realidad era, que Scarlett últimamente no tenía un lugar donde estar y que no le hiciera pensar en Patrick, por eso era que buscaba lugares donde los recuerdos de aquel hombre no estuvieran ligados y nada, para de esa manera poder alejarlo al menos un poco de sus pensamientos. Tenía en claro que parte de ella nunca dejaría ir a aquel hombre, pero era completamente necesario que se esforzara por apartarlo de su mente tanto como fuera posible, tal cual lo hizo durante el tiempo en que duro su primera separación aunque aquella había sido porque ella la buscaba; para esta, no tenía explicación alguna y sentía, que era definitiva.
Caminaba de manera inconsciente, dejando que la vida pasara a su lado y los colores se vieran mucho más opacos de lo que nunca fueron. Era infeliz. Scarlett tenía cosas por las cuales dar gracias, pero su infelicidad era demasiada en aquellos días y sus sentidos se encontraban tan cerrados a todo que fue de esa manera en la que termino doblando una esquina y estrellándose de lleno con alguien.
– Perdón, fue mi culpa – aseguro al instante, sin prestar real atención a las palabras que decía el caballero con quien chocara, sin embargo, levanto la mirada para encontrarse con los ojos ajenos y una desganada sonrisa apareció en sus labios. Aquel hombre debía estar completamente ciego, porque lo ultimo que ella se sentía ser en aquellos momentos, era una belleza – Gracias por el cumplido, pero creo que se ha equivocado de belleza.
El hombre tenía un buen porte y una sonrisa agradable que podía hacer que cualquiera confiara en él. Además de que no era para nada feo, sino todo lo contrario.
– Scarlett Seligman – se presentó de manera educada – y creo que ya me ha servido suficiente al no reclamar por mi torpeza al chocar con usted, venía tan distraída que no he visto nada desde… – se quedo callada unos segundos al percatarse de que durante todo el camino había ido de la misma manera y termino por reír levemente de ella misma y sus descuidos que bien podían costarle la vida, mucho más que los de cualquier otra persona, considerando su profesión – hace un buen rato. Así que lamento mucho el inconveniente – hablaba con sinceridad, pues de alguna extraña manera, la inquisidora actuaba un tanto diferente cuando se trataba del trabajo y de ser ella misma.
Que yo no digo siempre, digo ahora.
Que yo no digo que la vida sea una mierda desde que nací, yo digo estos días, estas semanas, estos meses.
Estos en los que abro la ventana por las mañanas y me da igual si el pruno que hay enfrente está florido o se ha podrido.
Mara Torres
Iba camino a aquel lugar donde la Inquisición guardaba los archivos de las misiones, sobre naturales y todo aquello que era importante para organización. Buscaba aprovechar esos momentos en los que Malacoda aún no le pedía hacer algo y por supuesto, también deseaba alejarse lo más posible de Cagnazzo. Ese licántropo la fastidiaba a puntos extremos, le llevaba a imaginarse como es que podría matarlo y salir sin nada que delatara que ella era la asesina, pero hasta ese momento, en su mente siempre existía un punto de falla a partir del cual, podían encontrarle y terminar con su vida. Era servidora de la inquisición, pero los nuevos asuntos del Papa no le hacían tan importante como aquellos a quienes ahora la inglesa, debía servir y apoyar en todo cuanto pidieran.
Agradecía en gran medida poder tener un día para ella misma, aunque fuese extraño que siendo de esa manera fuera al lugar donde se encontraban los archivos. La realidad era, que Scarlett últimamente no tenía un lugar donde estar y que no le hiciera pensar en Patrick, por eso era que buscaba lugares donde los recuerdos de aquel hombre no estuvieran ligados y nada, para de esa manera poder alejarlo al menos un poco de sus pensamientos. Tenía en claro que parte de ella nunca dejaría ir a aquel hombre, pero era completamente necesario que se esforzara por apartarlo de su mente tanto como fuera posible, tal cual lo hizo durante el tiempo en que duro su primera separación aunque aquella había sido porque ella la buscaba; para esta, no tenía explicación alguna y sentía, que era definitiva.
Caminaba de manera inconsciente, dejando que la vida pasara a su lado y los colores se vieran mucho más opacos de lo que nunca fueron. Era infeliz. Scarlett tenía cosas por las cuales dar gracias, pero su infelicidad era demasiada en aquellos días y sus sentidos se encontraban tan cerrados a todo que fue de esa manera en la que termino doblando una esquina y estrellándose de lleno con alguien.
– Perdón, fue mi culpa – aseguro al instante, sin prestar real atención a las palabras que decía el caballero con quien chocara, sin embargo, levanto la mirada para encontrarse con los ojos ajenos y una desganada sonrisa apareció en sus labios. Aquel hombre debía estar completamente ciego, porque lo ultimo que ella se sentía ser en aquellos momentos, era una belleza – Gracias por el cumplido, pero creo que se ha equivocado de belleza.
El hombre tenía un buen porte y una sonrisa agradable que podía hacer que cualquiera confiara en él. Además de que no era para nada feo, sino todo lo contrario.
– Scarlett Seligman – se presentó de manera educada – y creo que ya me ha servido suficiente al no reclamar por mi torpeza al chocar con usted, venía tan distraída que no he visto nada desde… – se quedo callada unos segundos al percatarse de que durante todo el camino había ido de la misma manera y termino por reír levemente de ella misma y sus descuidos que bien podían costarle la vida, mucho más que los de cualquier otra persona, considerando su profesión – hace un buen rato. Así que lamento mucho el inconveniente – hablaba con sinceridad, pues de alguna extraña manera, la inquisidora actuaba un tanto diferente cuando se trataba del trabajo y de ser ella misma.
Scarlett Duchannes- Inquisidor Clase Alta
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Fecha de inscripción : 24/10/2013
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Re: Espejismos que matan {Scarlett Seligman}
”Cada cual interpreta a su manera la música de los cielos.”
Proverbio Son
Proverbio Son
Eustace le regresó la sonrisa, mas negó con la cabeza ante las palabras de la joven. El brujo no era, ni jamás sería de las personas que consuelan, que ponen una mano en la espalda ajena para sobarle el lomo y hablarle de sus cosas positivas, pero sí era de aquellos que defendían sus ideas y si debía sobarle el lomo para mostrarse en lo correcto, probablemente lo haría.
—Disculpe que os contradiga, pero la belleza es relativa para quien sea que la observe, lo que para mi sea belleza no necesariamente es lo mismo que para vuestra merced.
Señaló haciendo una pequeña reverencia antes de volver a mirarla, precisamente en el momento en que ella le expresaba su nombre: Scarlett Seligman, por supuesto que sabía de ella y el recuerdo de su nombre divagó en un mente como un torrente de ideas que arremolinaron todo lo que le rodeaba, haciendo prácticamente caso omiso al resto de sus palabras.
¡¿Qué importaba que aquella mujer anduviese distraída si era quien era?!
El rostro de Eustace cambió inmediatamente, de la sonrisa a la sorpresa y, de pronto, a la seriedad absoluta. Había recordado a Patrick, un antiguo conocido que le había hablado de aquella mujer que tan diferente se veía a la protagonista de todas las historias que había escuchado. ¿Sería esa su mascara para atrapar a los incautos? ¿Sería realmente ella la culpable de la desaparición de ese hombre?
—Scarlett Seligman.
Repitió procurando recuperar la compostura mientras estiraba una mano suya para que ella posara una de las de ella y poder besarla, como el caballero que jamás había sido.
—Charles Kensington —mintió ocultando su verdadero nombre —. Un placer conoceros.
Pero no soltó su mano luego de aquel saludo, en su lugar, la sujetó entre sus dedos para posarla sobre uno de sus brazos y así hacer que ella se sujetase de su extremidad como cual pareja de viejos colegas pasea por la calle de forma casual.
—Permitidme que os acompañe o, mejor dicho, alegrad mi mañana con el placer de vuestra compañía —le sonrío una vez más —¿Os molestaría hablad un poco más de vos? Tengo curiosidad por conocer un poco más de la mujer que hizo desaparecer a Patrick Verlaine de la faz de la Tierra?
Como una bomba inesperada le soltó la verdad que desde que había escuchado su nombre se guardaba. Probablemente lo mejor hubiese sido esperar un poco más, indagar un poco más, pero Eustace no tenía paciencia y las ganas de gritarle a la cara que sabía la verdad tras aquella máscara de mosquita muerta hacía que le picara la lengua. Por ello fue que le soltó de inmediato, sabía que ella también se alejaría o al menos se quedaría de piedra en el mismo lugar a causa de la sorpresa, y él ya no pensaba retenerla.
—Oh… ¿Vos creías que no lo sé? ¿Acaso ahora negaréis vuestras responsabilidades, Inquisidora? ¿Negareis haber traicionado y mentido al hombre que debiste haber amado?
Le miró con reproche aún cuando sabía que estaba diciendo demasiado. Quizás más tarde se arrepentiría, sabía que con los Inquisidores no se jugaba, pero al menos le quedaba el consuelo de haber ocultado su nombre.
—Disculpe que os contradiga, pero la belleza es relativa para quien sea que la observe, lo que para mi sea belleza no necesariamente es lo mismo que para vuestra merced.
Señaló haciendo una pequeña reverencia antes de volver a mirarla, precisamente en el momento en que ella le expresaba su nombre: Scarlett Seligman, por supuesto que sabía de ella y el recuerdo de su nombre divagó en un mente como un torrente de ideas que arremolinaron todo lo que le rodeaba, haciendo prácticamente caso omiso al resto de sus palabras.
¡¿Qué importaba que aquella mujer anduviese distraída si era quien era?!
El rostro de Eustace cambió inmediatamente, de la sonrisa a la sorpresa y, de pronto, a la seriedad absoluta. Había recordado a Patrick, un antiguo conocido que le había hablado de aquella mujer que tan diferente se veía a la protagonista de todas las historias que había escuchado. ¿Sería esa su mascara para atrapar a los incautos? ¿Sería realmente ella la culpable de la desaparición de ese hombre?
—Scarlett Seligman.
Repitió procurando recuperar la compostura mientras estiraba una mano suya para que ella posara una de las de ella y poder besarla, como el caballero que jamás había sido.
—Charles Kensington —mintió ocultando su verdadero nombre —. Un placer conoceros.
Pero no soltó su mano luego de aquel saludo, en su lugar, la sujetó entre sus dedos para posarla sobre uno de sus brazos y así hacer que ella se sujetase de su extremidad como cual pareja de viejos colegas pasea por la calle de forma casual.
—Permitidme que os acompañe o, mejor dicho, alegrad mi mañana con el placer de vuestra compañía —le sonrío una vez más —¿Os molestaría hablad un poco más de vos? Tengo curiosidad por conocer un poco más de la mujer que hizo desaparecer a Patrick Verlaine de la faz de la Tierra?
Como una bomba inesperada le soltó la verdad que desde que había escuchado su nombre se guardaba. Probablemente lo mejor hubiese sido esperar un poco más, indagar un poco más, pero Eustace no tenía paciencia y las ganas de gritarle a la cara que sabía la verdad tras aquella máscara de mosquita muerta hacía que le picara la lengua. Por ello fue que le soltó de inmediato, sabía que ella también se alejaría o al menos se quedaría de piedra en el mismo lugar a causa de la sorpresa, y él ya no pensaba retenerla.
—Oh… ¿Vos creías que no lo sé? ¿Acaso ahora negaréis vuestras responsabilidades, Inquisidora? ¿Negareis haber traicionado y mentido al hombre que debiste haber amado?
Le miró con reproche aún cuando sabía que estaba diciendo demasiado. Quizás más tarde se arrepentiría, sabía que con los Inquisidores no se jugaba, pero al menos le quedaba el consuelo de haber ocultado su nombre.
Eustace Gougeon- Hechicero Clase Media
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Re: Espejismos que matan {Scarlett Seligman}
Tres pueden guardar un secreto si dos de ellos están muertos.
Benjamin Franklin
Se mostraba amable, tal como lo haría con cualquier persona a la que pudiera llamársele “normal” o al menos, no en la lista de la inquisición. Le sonreía como lo hacía con aquellos que acreditaban llevar el nombre de sus conocidos, porque amigos, tenía en realidad muy pocos.
Negó de manera divertida a las palabras de aquel hombre, con quien seguramente de seguirle llevando la contraria, entablaría una charla sin final.
– Bueno, en la relatividad sobre la percepción no puedo discutirle, así que gracias por sus consideraciones. Es usted muy amable al hacerle creer a una dama que es bella – dijo de manera divertida, demostrando esa amabilidad y buen corazón que poseía en el fondo de su ser. Dispersa, tal como se había encontrado al terminar chocando con aquel hombre, no se percato de que debajo de aquella fachada de amabilidad se escondía otro corazón oscuro, quizás uno tan oscuro como el de ella misma – Así es, ese es mi nombre. No es nada demasiado complicado ni nada del otro mundo – su mano fue a posarse en la ajena, con la educación de quien era y respondió con amabilidad a la presentación del hombre – Charles, el placer es todo mío y espero poder encontrarle en un futuro próximo pero tengo algunos asuntos pendientes que necesito atender – con aquello, planeaba dar punto final a aquel encuentro o al menos, de momento.
Los ojos de Scarlett se posaron sobre el hombre que mantenía sujeta su mano y con atención le coloco en su brazo. La inquisidora no podía ocultar cierto grado de sorpresa y menos la familiaridad con que Charles le trataba, aún así, ella asintió suavemente a la petición que le otorgaba.
– He de confesar que lo que tengo por hacer es sumamente aburrido, pero quizás su compañía en una parte del camino me haga aterrizar nuevamente los pies en la tierra – dicho eso, comenzó a caminar con paso lento, como si realmente conociera a aquel hombre desde hacía mucho tiempo y quizás, aquello hubiera sido un agradable paseo si es que las palabras siguientes jamás hubieran sido mencionadas.
La inquisidora no dio un paso más, se quedo estatica ante aquellas palabras y al alejarse aquel hombre, sus ojos se posaron sobre aquella figura. Charles le hablaba con una firmeza y convicción que provoco que la amabilidad que antes demostrara Scarlett se desvaneciera. En su interior surgía la duda, el dolor y la ira, toda una vorágine de sentimientos que amenazaban con devorarle por dentro así que se limito a quitar la cara de sorpresa que debía estar exhibiendo en esos momentos y suspiro antes de mirar con mayor seriedad al que ahora no era más que un desconocido que sabía demasiado.
– ¿Yo lo hice desaparecer? Por favor, él se fue sin darme motivos de su desaparición – cruzo los brazos – No es tampoco la primera vez que nos alejamos así que no se que tienes que entrometerte en las cosas que no te importan. ¿Qué tengo responsabilidades? ¿Me dirás cuál? Porque tienes razón, le mentía al no decirle que era inquisidora, pero no entiendo como eso pudo generar traición y más curioso aún ¿Cómo sabes tu qué es lo que hago para vivir? – sonrió ligeramente – tu no sabes nada, y lo mejor será que guardes silencio sobre las cosas que no te interesan – ¿Cómo iba a saber ella que aquel hombre conocía sobre el hombre que más había amado? y peor aún ¿Cómo iba ella a saber que Patrick también había mantenido secretos?
Benjamin Franklin
Se mostraba amable, tal como lo haría con cualquier persona a la que pudiera llamársele “normal” o al menos, no en la lista de la inquisición. Le sonreía como lo hacía con aquellos que acreditaban llevar el nombre de sus conocidos, porque amigos, tenía en realidad muy pocos.
Negó de manera divertida a las palabras de aquel hombre, con quien seguramente de seguirle llevando la contraria, entablaría una charla sin final.
– Bueno, en la relatividad sobre la percepción no puedo discutirle, así que gracias por sus consideraciones. Es usted muy amable al hacerle creer a una dama que es bella – dijo de manera divertida, demostrando esa amabilidad y buen corazón que poseía en el fondo de su ser. Dispersa, tal como se había encontrado al terminar chocando con aquel hombre, no se percato de que debajo de aquella fachada de amabilidad se escondía otro corazón oscuro, quizás uno tan oscuro como el de ella misma – Así es, ese es mi nombre. No es nada demasiado complicado ni nada del otro mundo – su mano fue a posarse en la ajena, con la educación de quien era y respondió con amabilidad a la presentación del hombre – Charles, el placer es todo mío y espero poder encontrarle en un futuro próximo pero tengo algunos asuntos pendientes que necesito atender – con aquello, planeaba dar punto final a aquel encuentro o al menos, de momento.
Los ojos de Scarlett se posaron sobre el hombre que mantenía sujeta su mano y con atención le coloco en su brazo. La inquisidora no podía ocultar cierto grado de sorpresa y menos la familiaridad con que Charles le trataba, aún así, ella asintió suavemente a la petición que le otorgaba.
– He de confesar que lo que tengo por hacer es sumamente aburrido, pero quizás su compañía en una parte del camino me haga aterrizar nuevamente los pies en la tierra – dicho eso, comenzó a caminar con paso lento, como si realmente conociera a aquel hombre desde hacía mucho tiempo y quizás, aquello hubiera sido un agradable paseo si es que las palabras siguientes jamás hubieran sido mencionadas.
La inquisidora no dio un paso más, se quedo estatica ante aquellas palabras y al alejarse aquel hombre, sus ojos se posaron sobre aquella figura. Charles le hablaba con una firmeza y convicción que provoco que la amabilidad que antes demostrara Scarlett se desvaneciera. En su interior surgía la duda, el dolor y la ira, toda una vorágine de sentimientos que amenazaban con devorarle por dentro así que se limito a quitar la cara de sorpresa que debía estar exhibiendo en esos momentos y suspiro antes de mirar con mayor seriedad al que ahora no era más que un desconocido que sabía demasiado.
– ¿Yo lo hice desaparecer? Por favor, él se fue sin darme motivos de su desaparición – cruzo los brazos – No es tampoco la primera vez que nos alejamos así que no se que tienes que entrometerte en las cosas que no te importan. ¿Qué tengo responsabilidades? ¿Me dirás cuál? Porque tienes razón, le mentía al no decirle que era inquisidora, pero no entiendo como eso pudo generar traición y más curioso aún ¿Cómo sabes tu qué es lo que hago para vivir? – sonrió ligeramente – tu no sabes nada, y lo mejor será que guardes silencio sobre las cosas que no te interesan – ¿Cómo iba a saber ella que aquel hombre conocía sobre el hombre que más había amado? y peor aún ¿Cómo iba ella a saber que Patrick también había mantenido secretos?
Scarlett Duchannes- Inquisidor Clase Alta
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Re: Espejismos que matan {Scarlett Seligman}
”Lo que se dice en la mesa debe ser envuelto en el mantel.”
Proverbio italiano
Proverbio italiano
La mujer se había mostrado excepcionalmente amable, demasiado para lo que el brujo podría catalogar como dentro de los rangos de la normalidad. Parecía incluso que la joven buscaba tanto conocerle que casi habría creído innecesarios sus elogios. Fue un hecho que, más que confundirle, le provocó cierto grado de intriga ¿Sería aquella una más de sus coartadas de inquisidora? ¿Sería alguna de sus tácticas para sacar información a sus enemigos? ¿Acaso se habría dado cuenta ya de lo que él era o de la relación que antes había mantenido con Patrick Verlaine?
Si no fuese porque de verdad estaba tan atento de la respuesta que había exigido recibir, se habría alejado de un salto provocado por el azote de la repentina desconfianza. Mas la reacción de la mujer volvió a ser demasiado inesperada; no parecía sorprendida en lo absoluto, si no más bien molesta y enfadada cual niña pequeña ha recibido algún tipo de regaño ya esperado. Scarlett se mostró tan inmaduramente ofendida que habría hecho dudar a cualquiera de que se trataba de una mujer que, para aquella época, no sólo rompía con los estándares de mujer sin estudios dedicada al hogar, sino que además era una asesina de la Inquisición. Sin embargo, Eustace no se tragó su coartada de niña bonita y no dudo de que se trataba de alguna de sus tácticas para extirparle información. No era una reacción natural para una mujer de su calaña.
—Uy, un Inquisidor que amenaza… algo nunca antes visto —mencionó con notoria ironía —. Probablemente tengáis razón y deba callarme antes de que vuestra merced y sus amigos se encarguen de silenciarme la boca del mismo modo que lo habéis hecho con Patrick cuando os descubrió. Mas deberíais entender, querida mía, que gente como él jamás tuvo la opción de elegir lo que era, pero el hecho de que alguien nazca diferente es algo que ni siquiera el poder del amor os lo hace aceptar… y Patrick era un buen amigo… sim importar lo que fuera.
Le recorrió con la mirada desde la cabeza hasta los pies, como si estuviese observando una escultura demasiado sucia como para ser reconocida como bella. El bribón se había quedado olvidado en algún rincón de aquel callejón, pues el hombre que estaba de pie ahora, era de todo menos sensato. Eustace estaba dolido por la perdida incesante de amigos y familia, de libertades y logros. Había pasado en algún momento de tenerlo todo a quedarse sin nada y simplemente ya no le importaba.
Sin decir ni una sola palabra más, dedicó a la mujer una última mirada en donde la palabra “Asesina” se exudaba por detrás de sus ojos y, dándose la media vuelta, volvió a emprender su rumbo, esta vez buscando un callejón más solitario en donde poder encontrar un poco más de tranquilidad. No quería seguir discutiendo con ella, y mucho menos ser asesinado, en un lugar tan concurrido, ya demasiada gente les estaba mirando con más atención de la deseada, sobre todo a ella, quien acababa de quedar al descubierto ante la sociedad como parte de una de las fuerzas más poderosas y letales de aquel entonces; la Sagrada Inquisición.
Si no fuese porque de verdad estaba tan atento de la respuesta que había exigido recibir, se habría alejado de un salto provocado por el azote de la repentina desconfianza. Mas la reacción de la mujer volvió a ser demasiado inesperada; no parecía sorprendida en lo absoluto, si no más bien molesta y enfadada cual niña pequeña ha recibido algún tipo de regaño ya esperado. Scarlett se mostró tan inmaduramente ofendida que habría hecho dudar a cualquiera de que se trataba de una mujer que, para aquella época, no sólo rompía con los estándares de mujer sin estudios dedicada al hogar, sino que además era una asesina de la Inquisición. Sin embargo, Eustace no se tragó su coartada de niña bonita y no dudo de que se trataba de alguna de sus tácticas para extirparle información. No era una reacción natural para una mujer de su calaña.
—Uy, un Inquisidor que amenaza… algo nunca antes visto —mencionó con notoria ironía —. Probablemente tengáis razón y deba callarme antes de que vuestra merced y sus amigos se encarguen de silenciarme la boca del mismo modo que lo habéis hecho con Patrick cuando os descubrió. Mas deberíais entender, querida mía, que gente como él jamás tuvo la opción de elegir lo que era, pero el hecho de que alguien nazca diferente es algo que ni siquiera el poder del amor os lo hace aceptar… y Patrick era un buen amigo… sim importar lo que fuera.
Le recorrió con la mirada desde la cabeza hasta los pies, como si estuviese observando una escultura demasiado sucia como para ser reconocida como bella. El bribón se había quedado olvidado en algún rincón de aquel callejón, pues el hombre que estaba de pie ahora, era de todo menos sensato. Eustace estaba dolido por la perdida incesante de amigos y familia, de libertades y logros. Había pasado en algún momento de tenerlo todo a quedarse sin nada y simplemente ya no le importaba.
Sin decir ni una sola palabra más, dedicó a la mujer una última mirada en donde la palabra “Asesina” se exudaba por detrás de sus ojos y, dándose la media vuelta, volvió a emprender su rumbo, esta vez buscando un callejón más solitario en donde poder encontrar un poco más de tranquilidad. No quería seguir discutiendo con ella, y mucho menos ser asesinado, en un lugar tan concurrido, ya demasiada gente les estaba mirando con más atención de la deseada, sobre todo a ella, quien acababa de quedar al descubierto ante la sociedad como parte de una de las fuerzas más poderosas y letales de aquel entonces; la Sagrada Inquisición.
Eustace Gougeon- Hechicero Clase Media
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