Espejismos |Berger

El cielo refulgía con un gran tono azulado antes que el sol decidiera ocultarse por completo detrás de la línea del horizonte para dejar el bosque sumido en una extraña oscuridad, pero aún quedaban unas horas para aquello. El rocío de la hierba humedecía la punta de sus botas; aspiró el aroma de los arboles. Podía escuchar el canto de los grillos y la llamada imperturbable de un ruiseñor. Los sonidos le confirieron la fuerza necesaria para encaramarse por una gran barranca. Siempre se había dicho que si algún día llegara a viejo -si bien todavía no se consideraba así- se compraría una casa de campo un lugar perdido y parecido al que se encontraba.

Tras patearse una gran región arbolada decidió acudir al río a beber, despejarse de la mundanal sociedad y tal vez lavarse un poco. El rugido del agua chocar contra la orilla y el pequeño afluente de agua que seguía el curso de aquel río le tranquilizaba. No obstante, debía estar alerta, no sería el primero en caer en una trampa tan burda, el mismo se lo decía "Cuando los sedientos se ven atraídos por el agua, otros monstruos se ven atraídos por los sedientos", se aseguró antes de tener su pistola correctamente cebada.

El sombrero, sus zapatos de caña alta y su gabardina se encontraban a poco centímetros de la orilla de las calmadas aguas, donde el murmullo de su furia quedaba más alejado, río arriba. Se introdujo en el agua, chapoteo un poco y se lavó la cara, dejando esta más visible y clara que antes, como si se hubiera despojado de la pintura de guerra. Chapoteó de nuevo, llevándose un poco de agua a la boca, hizo unas gárgaras y lanzó un largo escupitajo, a continuación se introdujo los dedos en procura de arrancarse una muela careada que le hacia estragos desde hacia semanas. Ahogó un grito y se la arrancó, la observó luego, paladeó sonriente tras librarse de ese mal trago, recordando aquellas malas noches en vela por culpa de aquella muela.

Justo cuando iba a liberar un poco de carga de su vejiga escuchó un sonido a su espalda, dejó su pistola a medio sacar de la funda y observó en derredor, buscando la procedencia del sonido rocoso. Una contracción en su mandíbula, y allí lo contempló: la figura de un precioso perro meneando la cola, del cual la raza desconocía, pero que había tenido la posibilidad de ver varias veces en la capital, pero siempre como mascota de alguien.

-Eh, amiguito -dijo con tono cálido y haciendo señas para que se acercase -, ven aquí, no temas, no voy a hacerte ningún daño -Siempre le habían gustado los animales, y de hecho, de joven había tendió varios perros.

Del bolsillo de la chaqueta se sacó un trozo de carne seca, la cual guardaba para los momentos en los que pasara hambre, por lo que ni sabia cuanto tiempo llevaría aquel alimento allí guardado. El aspecto de aquello no era agradable; algún que otro pelo, polvo del bolsillo e incluso algo de color marfil y alargado que no podía descartarse de que fuera alguna especie de gorgojo, pero tratándose de un perro no le importaría, o eso pensó.

Se adelantó y recortó distancia, trastabilleándose varias  veces con los guijarros grandes que poblaban la orilla y cuando tenía al animal a pocos metros se postró y golpeo su rodilla para a traerlo, mientras que con su diestras le ofrecía, con el brazos estirado, el trozo de carne.