Soñando en negro como el carboncillo [Andrè]

por Invitado Vie Sep 10, 2010 7:01 pm

Tan hermoso lugar, lleno de colores y personajes llenos de vida, pintores en la calle dibujando diversos rostros, exhibiendo sus pinturas, o dando trazos con sus brochas para terminar de dar los toques finales a su obra maestra. Ryssa estaba sentada en el suelo, admirando a uno de ellos dibujar con carboncillo. Raramente nadie se había fijado en ese artista, no sabía si se trataba de su abandonado puesto al final de la acera, o que su arte no era importante para el resto de las personas. A pesar de todo, Ryssa disfrutaba del aroma, y del sonido del polvillo regándose por todo el lienzo, llenando cada espacio lentamente como si degustara de la sensación en la muñeca. La figura tenía una hermosa iluminación decadente de una esquina a otra, haciéndola recordar a la vida misma. Se acomodó el cabello de color rojizo en una coleta desordenada, dando un bostezo mientras admiraba cada trazo del artista. Ese día se había puesto un pantalón de lana, una camisa de color blanco, acompañado con un corsé de cuero negro por afuera. Cada individuo la miraba al pasar con una cara de traumatismo infantil fuera de este mundo. El machismo gobernando sobre un reino construido de la nada. Las mujeres se tapaban la boca, indignadas, mientras Ryssa les sacaba el dedo medio mentalmente. Sí. Nunca había sido normal, llena de visión hacía un mundo sin prejuicios o estupideces. Suspiro, concentrada en un punto fijo del papel.

Sintió ganas de tirarse sobre el suelo y disfrutar de la pintura acostada sobre la calle, pero le pareció excesivamente grotesco, sin embargo se inclinaba de vez en cuando para caer muerta sobre el asfalto.- ¿9 de la noche? -Había escuchado un susurro de la multitud indicando la hora. Era temprano, apenas habían pasado 20 minutos después de su llegada. Se puso un dedo sobre los labios para colocarse en su posición de pensante. Y no. No estaba pensando. Se estaba quedando dormida.

por **Andrè Leroy** Vie Oct 08, 2010 9:41 pm

A pesar de que no faltaba demasiado para que su cumpleaños número 18 llegase, Andrè no solía salir por las noches de su hogar.

Su madre le había encontrado adversión a las calles, a la oscuridad y a todo lo que en ellas se encontraban, por el contrario de su padre, que parecía disfrutar de las fiestas al aire libre hasta altas horas de la noche. Otra de las razones para no comprender como sus dos progenitores podían soportarse, cuando el único deseo de su madre era permanecer segura entre cuatro paredes. Y, naturalmente, le obligaba a lo mismo.

Esa tarde se había entretenido de más en casa de un buen amigo suyo. La charla había sido liviana pero placentera, y antes de notarlo las sirvientas llamaban para la cena, impidiéndole por cualquier motivo retirarse.

Y así se encontraba a primera hora de la noche en caminando hacia su hogar, sintiendo el aire fresco de la noche otoñal darle contra el rostro, sujetando su sombrero, no fuese a perderlo - Una vez más - suspiró, recordando el como el sombrero era lo primero que se escapaba de sus manos ante una ráfaga lo suficientemente fuerte.

Paris era hermosa de día, pero sin lugar a dudas de noche era un millón de veces mejor. Las antorchas, las velas, y toda esa gente buscando diversión nocturna, aunque, claro, estaba en el centro de la ciudad y allí todo era moderado... el solo pensar ir un poco más hacia los suburbios y la sangre le dio un golpe en las venas.

Tenía que ir rápido a casa.

Pero algo le detuvo, o al menos le alenteció. Los artistas se tomaban las calles que eran propiedad exclusiva de los carromatos en el día, y lienzos y pinceles se veían por adoquier. Sus ojos se abrieron un poco, perdiendo al respiración y comenzando a pasearse, olvidando que el tiempo pasaba y solo se dedico a perderse en el arte, hasta que sus pies casi dieron con una joven que parecía mirar pensativa hacia un pintor que pintaba a carboncillo pero luego de una mirada un poco más atenta notó que estaba más dormida que despierta.

Y también notó que sus vestimentas no demostraban la clase que su rostro y su cabello aparentaban. Quizás lo más sano sería simplemente retormar su camino, sin embargo su caballerosidad pudo más.

Miró a su alrededor y pronto se acuclilló al lado de la joven, tocando su hombro para hacerla despertar un poco - Excuse moi, Mademoiselle... ¿se encuentra usted bien? - no creía que fuese el mejor lugar para tomar una siesta, menos a esas horas.

(Lamento la atroz tardanza)

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