AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Ventolera {Privé}
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Ventolera {Privé}
—Léelo otra vez, Emilien —ordenó Dauphine con autoridad pero también con afecto a su sobrino, mientras repasaban la poesía de la tarde— Con voz fuerte y clara esta vez, querido, para que tu tía pueda oírte. No te apures; recuerda que no es competencia de hombría.
El niño se aclaró la garganta sin chistar e infló el pecho para recitar. Ya no cuestionaba las exigencias de su única familia como cuando tenía siete años; los discursos de ella sobre la educación habían terminado por acostumbrarlo a la idea de que sus sueños difícilmente se verían cumplidos sin leer y escribir debidamente, por lo que batallaba contra el cansancio y continuaba perfeccionando sus pausas y énfasis.
—«“La joven tarentina”, de André Chénier.» —introdujo Emilien— «Dulces alciones, oh pájaros sagrados, llorad. Llorad, oh, dulces alciones, amados por Thetis, pues su vida ha vivido la joven tarentina…»
Mientras el varón se encargaba de demostrar sus dotes en el habla, la bruja camuflada miraba por la ventana buscando la causa de sus más recientes inquietudes. Los últimos acontecimientos, que incluían encuentros cercanos con vampiros y otras criaturas cada vez más arrogantes, le hacían ver que sin importar los resguardos que tomase tanto para su sobrino como para ella, nada estaba en sus manos; no realmente. Podía prepararse toda una vida para enfrentar las sorpresas que trajera, y aún así la tomaría desprevenida. Y si había algo que a Fiura sacaba de sus casillas era no tener un as bajo la manga para una determinada encrucijada.
Sólo de una cosa estaba completamente segura: No importaba qué tan cerca se encontrasen de acusarla de brujería, nunca dejaría de salvar a sus niños del hospital. Eso incluía, desde luego, vender su cuello a los vampiros a cambio de su sangre. Daría hasta la última gota de su sangre, porque cada pizca que recibiera de vuelta significaría la vida, y ella ya había perdido demasiado a la muerte como para permitir más.
—«…y las ninfas del bosque, del monte y de las fuentes, golpeándose los pechos y vestidas de negro, en torno de su féretro repiten su lamento. ¡Ay!, hasta tu amante ya no te llevarán.» —terminó sus versos Emilien, esperando la crítica de su tía.
Cuando Dauphine se volteó a mirarlo, esbozó una media sonrisa intrigada por ella misma; le resultaba curioso que su vida consistiese en sembrar flores en la tormenta, comportarse como un diablo en las sombras y esperar que el actuar como un ángel en la vida que exhibía le trajera de recompensa únicamente soles y bienestares. Entre ellos estaba el hijo de su difunta hermana. ¿Valía la pena armar tan retorcida visión? Al ver al hombre hecho y derecho en que se estaba convirtiendo Emilien, se contestaba que sí.
Pero de pronto, Dauphine cortó su expresión de dicha y la cambió por una de alerta total, mirando hacia el horizonte . Se acercaba un aura oscura, una que despedía todo menos fertilidad. Supo de inmediato de qué se trataba.
—Continuaremos con la poesía mañana, querido. He recordado que tengo algo importante que hacer. Puedes retirarte a dormir. —mintió para ponerlo a salvo antes de que se acercara demasiado su inesperado visitante.
—Pero todavía no me ha dicho---
—Buenas noches, Emilen —terminó así de mandar a su hijo postizo a la cama antes de dirigirse a la puerta.
Se quedó allí, junto a la madera por varios minutos. Contó uno, contó dos y llegó el tercero. Fue entonces cuando escuchó los golpes contra la entrada. Percibía un aura turbia y, sin embargo, conocida. ¿Un dictador de la sangre? La respuesta resultó ser afirmativa cuando abrió la puerta y se encontró con una altiva y blanquecina figura. Esos ojos, esa petulancia que salía despedida por los poros, ese olor a muerte… sólo podían provenir de un vampiro.
—Dudo que venga a pedirme una habitación para descansar, Monsieur —dijo con total normalidad, demostrando que no se sentía amenazada con su presencia, pero que no por ello lo dejaría hacer lo que quisiera— Ambos sabemos que no lo digo por lo ostentosas de sus ropas. Sucede que uno de nosotros ya no puede usar esa palabra ni ahora ni lo hará nunca. Entonces… ¿a quién debo el honor y en qué puedo servirlo?
Una nueva ventolera comenzaba a remecer la vegetación, el inmueble, y las almas.
El niño se aclaró la garganta sin chistar e infló el pecho para recitar. Ya no cuestionaba las exigencias de su única familia como cuando tenía siete años; los discursos de ella sobre la educación habían terminado por acostumbrarlo a la idea de que sus sueños difícilmente se verían cumplidos sin leer y escribir debidamente, por lo que batallaba contra el cansancio y continuaba perfeccionando sus pausas y énfasis.
—«“La joven tarentina”, de André Chénier.» —introdujo Emilien— «Dulces alciones, oh pájaros sagrados, llorad. Llorad, oh, dulces alciones, amados por Thetis, pues su vida ha vivido la joven tarentina…»
Mientras el varón se encargaba de demostrar sus dotes en el habla, la bruja camuflada miraba por la ventana buscando la causa de sus más recientes inquietudes. Los últimos acontecimientos, que incluían encuentros cercanos con vampiros y otras criaturas cada vez más arrogantes, le hacían ver que sin importar los resguardos que tomase tanto para su sobrino como para ella, nada estaba en sus manos; no realmente. Podía prepararse toda una vida para enfrentar las sorpresas que trajera, y aún así la tomaría desprevenida. Y si había algo que a Fiura sacaba de sus casillas era no tener un as bajo la manga para una determinada encrucijada.
Sólo de una cosa estaba completamente segura: No importaba qué tan cerca se encontrasen de acusarla de brujería, nunca dejaría de salvar a sus niños del hospital. Eso incluía, desde luego, vender su cuello a los vampiros a cambio de su sangre. Daría hasta la última gota de su sangre, porque cada pizca que recibiera de vuelta significaría la vida, y ella ya había perdido demasiado a la muerte como para permitir más.
—«…y las ninfas del bosque, del monte y de las fuentes, golpeándose los pechos y vestidas de negro, en torno de su féretro repiten su lamento. ¡Ay!, hasta tu amante ya no te llevarán.» —terminó sus versos Emilien, esperando la crítica de su tía.
Cuando Dauphine se volteó a mirarlo, esbozó una media sonrisa intrigada por ella misma; le resultaba curioso que su vida consistiese en sembrar flores en la tormenta, comportarse como un diablo en las sombras y esperar que el actuar como un ángel en la vida que exhibía le trajera de recompensa únicamente soles y bienestares. Entre ellos estaba el hijo de su difunta hermana. ¿Valía la pena armar tan retorcida visión? Al ver al hombre hecho y derecho en que se estaba convirtiendo Emilien, se contestaba que sí.
Pero de pronto, Dauphine cortó su expresión de dicha y la cambió por una de alerta total, mirando hacia el horizonte . Se acercaba un aura oscura, una que despedía todo menos fertilidad. Supo de inmediato de qué se trataba.
—Continuaremos con la poesía mañana, querido. He recordado que tengo algo importante que hacer. Puedes retirarte a dormir. —mintió para ponerlo a salvo antes de que se acercara demasiado su inesperado visitante.
—Pero todavía no me ha dicho---
—Buenas noches, Emilen —terminó así de mandar a su hijo postizo a la cama antes de dirigirse a la puerta.
Se quedó allí, junto a la madera por varios minutos. Contó uno, contó dos y llegó el tercero. Fue entonces cuando escuchó los golpes contra la entrada. Percibía un aura turbia y, sin embargo, conocida. ¿Un dictador de la sangre? La respuesta resultó ser afirmativa cuando abrió la puerta y se encontró con una altiva y blanquecina figura. Esos ojos, esa petulancia que salía despedida por los poros, ese olor a muerte… sólo podían provenir de un vampiro.
—Dudo que venga a pedirme una habitación para descansar, Monsieur —dijo con total normalidad, demostrando que no se sentía amenazada con su presencia, pero que no por ello lo dejaría hacer lo que quisiera— Ambos sabemos que no lo digo por lo ostentosas de sus ropas. Sucede que uno de nosotros ya no puede usar esa palabra ni ahora ni lo hará nunca. Entonces… ¿a quién debo el honor y en qué puedo servirlo?
Una nueva ventolera comenzaba a remecer la vegetación, el inmueble, y las almas.
Dauphine "Fiura" Sorcière- Hechicero Clase Media
- Mensajes : 37
Fecha de inscripción : 11/10/2013
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Re: Ventolera {Privé}
Probablemente el camino que había elegido de su vida no era el que tenía planeado cuando apenas era un joven humano, la vida había dado tantas vueltas hasta el punto donde se encontraban justo ahora, él había buscado el medio de poder aprender más sobre cualquier cosa que quisiera, había conocido el amor y lo había perdido de la misma manera como había llegado a su vida.
Conoció lo que era la paternidad cuando aquel pequeño niño apareció en su vida junto con la mujer que amo, lo vio crecer y aun lo cuida a su manera incluso cuando sabe que ahora no es más ese niño inocente que necesita su cuidado, ahora es un hombre y no solo eso, sino que la inmortalidad también le fue concedida por su propio deseo.
Pero ahora no solo eran dos vampiros solitarios que se hacían compañía mutuamente, ahora eran tres junto con esa vampiresa que había llegado a su vida por mera coincidencia y que también ahora consideraba parte de su familia.
Aun así de momentos el vampiro se preguntaba si realmente esto que estaba haciendo era seguro ¿no era un poco bizarro que un vampiro hubiera formado una extraña familia para sustituir su propia soledad? Probablemente era así.
Ahora estaban a punto de comenzar una nueva vida en Paris, el vampiro había conseguido un puesto en el hospital como médico general, al menos podrían permanecer en el lugar algunos años hasta que su falta de envejecimiento fuera tan notoria.
Lo que le faltaba en ese momento era nada más y nada menos que un lugar donde refugiarse de la luz del sol, el problema parecía solucionarse cuando una enfermera le contó sobre una mujer que tenía en renta habitaciones para viajeros, al menos de ese modo podría parecer mucho más normal y no tener que estar refugiándose en el bosque.
Era una buena opción sobre todo cuando le contaron más sobre su futura arrendadora, el cómo ayudaba a los niños del hospital y lo querida que era en el lugar, era una excelente opción, fue entonces que decidió hacerle una visita para conocer su casa, podría ser bastante arriesgado para la mujer tener tres vampiros en casa aunque también podría ser beneficioso para ella, dependía de como quería verlo.
Después de meditarlo bastante se decidió a presentarse en el lugar, tocó la puerta y la mujer apareció, enseguida notó que no era una humana cualquiera con la cual podría usar la misma técnica que había usado durante toda su vida, el encanto natural de un vampiro, sino que era una bruja que parecía notar la naturaleza vampírica de Ruzgar, el caballero no venía con intención de lastimarla así que mantuvo su postura lo más tranquilo posible, se quitó el sombrero que cubría su cabeza e hizo una pequeña reverencia.
– Pues no se equivoca, vengo en busca de habitaciones para mí y mis hermanos – levantó la mirada para poder observarla con detalle, lo que más le llamo la atención de aquella hermosa mujer eran sus ojos, tenía una mirada que era imposible de descifrar ahora tenía más curiosidad en aquella bella dama.
– Sé que probablemente mi naturaleza le resulte perturbadora pero le prometo que no vengo a causarle ningún mal, soy médico del hospital y ahí mismo me informaron su casa y sería de gran ayuda poder pasar la mañana en este lugar, lejos de los rayos del sol, le prometo que le pagaré y que no correrá ningún peligro – alzó las manos al aire buscando una tregua entre ambos aunque no pareciera lo más cuerdo del mundo, podría darse vuelta y buscar un nuevo lugar pero algo en la bruja y en lo que había oído de su vida despertaba esa curiosidad nata de Ruzgar, la misma que lo había llevado hasta donde estaba hoy.
Conoció lo que era la paternidad cuando aquel pequeño niño apareció en su vida junto con la mujer que amo, lo vio crecer y aun lo cuida a su manera incluso cuando sabe que ahora no es más ese niño inocente que necesita su cuidado, ahora es un hombre y no solo eso, sino que la inmortalidad también le fue concedida por su propio deseo.
Pero ahora no solo eran dos vampiros solitarios que se hacían compañía mutuamente, ahora eran tres junto con esa vampiresa que había llegado a su vida por mera coincidencia y que también ahora consideraba parte de su familia.
Aun así de momentos el vampiro se preguntaba si realmente esto que estaba haciendo era seguro ¿no era un poco bizarro que un vampiro hubiera formado una extraña familia para sustituir su propia soledad? Probablemente era así.
Ahora estaban a punto de comenzar una nueva vida en Paris, el vampiro había conseguido un puesto en el hospital como médico general, al menos podrían permanecer en el lugar algunos años hasta que su falta de envejecimiento fuera tan notoria.
Lo que le faltaba en ese momento era nada más y nada menos que un lugar donde refugiarse de la luz del sol, el problema parecía solucionarse cuando una enfermera le contó sobre una mujer que tenía en renta habitaciones para viajeros, al menos de ese modo podría parecer mucho más normal y no tener que estar refugiándose en el bosque.
Era una buena opción sobre todo cuando le contaron más sobre su futura arrendadora, el cómo ayudaba a los niños del hospital y lo querida que era en el lugar, era una excelente opción, fue entonces que decidió hacerle una visita para conocer su casa, podría ser bastante arriesgado para la mujer tener tres vampiros en casa aunque también podría ser beneficioso para ella, dependía de como quería verlo.
Después de meditarlo bastante se decidió a presentarse en el lugar, tocó la puerta y la mujer apareció, enseguida notó que no era una humana cualquiera con la cual podría usar la misma técnica que había usado durante toda su vida, el encanto natural de un vampiro, sino que era una bruja que parecía notar la naturaleza vampírica de Ruzgar, el caballero no venía con intención de lastimarla así que mantuvo su postura lo más tranquilo posible, se quitó el sombrero que cubría su cabeza e hizo una pequeña reverencia.
– Pues no se equivoca, vengo en busca de habitaciones para mí y mis hermanos – levantó la mirada para poder observarla con detalle, lo que más le llamo la atención de aquella hermosa mujer eran sus ojos, tenía una mirada que era imposible de descifrar ahora tenía más curiosidad en aquella bella dama.
– Sé que probablemente mi naturaleza le resulte perturbadora pero le prometo que no vengo a causarle ningún mal, soy médico del hospital y ahí mismo me informaron su casa y sería de gran ayuda poder pasar la mañana en este lugar, lejos de los rayos del sol, le prometo que le pagaré y que no correrá ningún peligro – alzó las manos al aire buscando una tregua entre ambos aunque no pareciera lo más cuerdo del mundo, podría darse vuelta y buscar un nuevo lugar pero algo en la bruja y en lo que había oído de su vida despertaba esa curiosidad nata de Ruzgar, la misma que lo había llevado hasta donde estaba hoy.
Ruzgar Leonhardt- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 5
Fecha de inscripción : 09/02/2015
Re: Ventolera {Privé}
Dauphine no sabía qué hacer o decir. En los ojos del inmortal apareció un indicio de dolor que luego desapareció, como si solamente existir fuera un martirio. Sintió que le clavaba la mirada, exigiendo en silencio que no revelase su especie. Ella levantó la mirada hacia la de él; los abrasadores ojos oscuros estaban llenos de cólera, de decepción, de muerte y de alguna otra cosa que ella no pudo identificar. Estos vampiros. Contuvo el aliento. El vientre se le contrajo con fuerza.
—No haga eso —pidió quebrando el contacto entre las miradas.— Lo que sea que esté haciendo, déjelo. Husmear por los rincones de un alma ajena no es cortés.
La mirada de Dauphine permaneció anclada en su lugar mientras esperaba que él dijera más. Durante una dilatada y silenciosa pausa contuvo el aliento, pero no ocurrió nada. El vampiro no iba a revelar nada más. Supuso que era así como actuaban los suyos. Que tenían la la virtud de dar y de no dar.
Finalmente, una larga respuesta, la bruja habló.
—Tengo mis años, señor. A única diferencia con los suyos es que a mí se me notan, pero no por eso ayudan menos.
Era inofensivo, pero no digno de confianza. Similar era el sentimiento que se producía al encontrarse con la más rudimentaria de las armas: no te inspiraba mayor temor, pero de todas formas podía quitarte la vida.
—Así que… ¿cuántos hermanos tiene? Si no tengo espacio, lo inventaré. Está comenzado a hacer frío estas tardes, pero no creo que eso le moleste a usted. ¿Qué es el frío para el hielo, de todos modos?
Habló de manera poética. Lo hacía cada vez que necesitaba saber si le estaban diciendo efectivamente la verdad. Si sus intenciones no eran buenas, la vida de Emilien podía estar en grave peligro.
—No haga eso —pidió quebrando el contacto entre las miradas.— Lo que sea que esté haciendo, déjelo. Husmear por los rincones de un alma ajena no es cortés.
La mirada de Dauphine permaneció anclada en su lugar mientras esperaba que él dijera más. Durante una dilatada y silenciosa pausa contuvo el aliento, pero no ocurrió nada. El vampiro no iba a revelar nada más. Supuso que era así como actuaban los suyos. Que tenían la la virtud de dar y de no dar.
Finalmente, una larga respuesta, la bruja habló.
—Tengo mis años, señor. A única diferencia con los suyos es que a mí se me notan, pero no por eso ayudan menos.
Era inofensivo, pero no digno de confianza. Similar era el sentimiento que se producía al encontrarse con la más rudimentaria de las armas: no te inspiraba mayor temor, pero de todas formas podía quitarte la vida.
—Así que… ¿cuántos hermanos tiene? Si no tengo espacio, lo inventaré. Está comenzado a hacer frío estas tardes, pero no creo que eso le moleste a usted. ¿Qué es el frío para el hielo, de todos modos?
Habló de manera poética. Lo hacía cada vez que necesitaba saber si le estaban diciendo efectivamente la verdad. Si sus intenciones no eran buenas, la vida de Emilien podía estar en grave peligro.
Dauphine "Fiura" Sorcière- Hechicero Clase Media
- Mensajes : 37
Fecha de inscripción : 11/10/2013
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