Cruel World - Privado

por **Jordan White** Miér Mar 18, 2015 2:34 pm

A veces podía escuchar el pulso de mis latidos un tanto débiles, me encontraba ahí entumecida en el fondo de un laberinto sin salida. Pedí a la servidumbre me dejaran sola, no necesitaba de sus mimos y halagos estúpidos el día de hoy. Tomé un baño y me vestí apropiadamente para salir a respirar aire fresco, en el rito de transformación frente al espejo no dejaba de darme vueltas en la cabeza que había hecho mal para encontrarme en este estado. ¿Acaso haber dado muerte a ese hombre me estaba cobrando factura? La vida misma se estaba encargando de recaudar mi deuda, pero había sido suficiente, no necesitaba ni quería seguir así, por más que me miraba en el espejo no lograba encontrarme con esa mujer soñadora, misma que ahora estaba enterrada y olvidada gracias a Lucifer.

No quería seguir atada a su recuerdo aunque mi corazón dictara lo contrario. Él me había acostumbrado a visitar los lugares más oscuros en Paris, pero en esta ocasión necesitaba distraerme, regresar a esa penumbra tan solo mermaría más mis fuerzas y me distraería de lo que realmente importaba ahora, seguir con esta lastimera existencia después de su partida. Reconozco que después de pasar toda la noche junto a su frio cuerpo la noche de su muerte, le maldije un par de veces. Ese hijo de puta me había mostrado ese jardín de rosas con el que toda niña boba sueña desde su castillo, pero yo no, nunca me había hecho falta soñar, era un lujo cuando mi tiempo se desperdiciaba en aquel basurero inmundo al cual nunca más iba a volver.

Yo estaba segura que había nacido en el lugar y tiempo incorrectos, con una madre demasiado débil como para poder hacer que su opinión valiera y un monstruo quien se encargó de hacerme odiarme a mí misma en repetidas ocasiones. Dios estaría demasiado ocupado jugando con sus creaciones para molestarse en atender mi situación, así que puse un alto yo misma. Mientras el carruaje avanzaba a través de las calles empolvadas di un ligero masaje en mis sienes tratando de desechar toda esa porquería que aún inundaba mi atención. Mi mirada apenas se distraía por las charlas fútiles de un par de mujeres de edad avanzada.

¡Por Lucifer! Su aspecto era decadente y lastimero, todas esas líneas cortando la antes lozanía de su piel ¿Se habrían visto en un espejo antes de salir? El corsé de una de ellas parecía cortarle la respiración en lugar de darle elegancia. Lo dicho, algunos cerdos nunca podrán volar. Solté una risa burlona cuando sentí que el carruaje se había detenido por completo. El movimiento abrupto me tomó por sorpresa. Cochero inútil. ¿Acaso no se podía contratar gente competente en toda la capital? ¿Tenía que cerciorarme por mi misma que había pasado? Todo tenía que resolverlo y eso me ponía de muy mal humor.

por **Adrien Aldecross** Sáb Mar 21, 2015 4:48 pm

Una mañana gélida, el hombre simplemente suspiraba ante la pesadez del ambiente, que parecía cada día rechazarlo entre ires y venires de ventiscas heladas; de nuevo, debería ir a ese lugar, ser hombre de negocios traía sus pros y sus contras, pero, qué actividad económica no los trae?

Contaba con escasos minutos antes de llegar al lugar, la noche anterior, se había topado con una víctima algo... inquieta y le había dejado exhausto, pareciera como si, en vez de haberse alimentado, hubiese perdido media vida entre los juegos sexuales de la mujer, cuyas curvas habían sido un deleite para los labios del vampiro. Sonreía entonces con el recuerdo del cuerpo inmóvil y la tez pálida con que le había dejado el manto mortal de sus afilados colmillos.

El sonido de las campanas de una iglesia lejana harían despertar de sus pensamientos al joven vampiro, quien se hallaba cruzando una ancha calle por donde se acercaba a velocidad media una carruaje. Bien sabía que por más que el cochero tuviera demasiada experiencia en guiar carruajes, no podría detener el andar de sus apresurados caballos sin que la carrocería se volcara y, por ende, sus pasajeros se vieran cara a cara con la muerte, esperando no ser abrazados por esta última. Así pues, sus sentidos no vacilaron en responder y de un salto alcanzaría la otra acera; sin contar con que en el lugar habría gente, y todos, incluyendo al cochero del carruaje; habían visualizado con total claridad los movimientos sobrenaturales del rubio.

El coche se había detenido unos metros adelante en un relinche de caballos y los murmullos de los presentes no se harían esperar. El rubio solo podría sacudir sus ropas e intentar pasar desapercibido. No sabía si sentir vergüenza de su torpeza o ira contra aquellos que le miraban con desdén, murmurando que "esas cosas eran propias del diablo".

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