Fortunate Son [privado]

por **Guillermo de Castilla** Dom Mar 22, 2015 11:55 pm

¿Qué es realmente la realeza? Un montón de personas de alta alcurnia que pasan su vida intentando parecer más de lo que son, todos y cada uno de ellos escondían sus defectos y sus faltas en nombre de un poder que la riqueza y su apellido les daban, así era el caso del mismo príncipe de España quien solo es lo que es por una simple casualidad del destino, él era un claro ejemplo de lo que un apellido de renombre significaba.

Su vida o la mayor parte de ella se trataba de una mentira, y como príncipe español no le quedaba otra cosa que llevar el apellido con todo el orgullo posible, parte de ello tenía que ver con presentarse a fiestas y reuniones de gente importante, aguantar horas y horas conversaciones banales de personas que no le interesaban lo absoluto, comentarios vacíos sobre los elegantes vestidos que para él no eran más que telas mal acomodadas, con algunos adornos que las hacían parecer más un pastel que una persona, y sobretodo tener, no a una, sino a varias mujeres haciendo hasta lo impensable por tener una sonrisa del galante príncipe, el cual parecería una estatua perfectamente cincelada, pero que por dentro estaría deseando que aquella noche llegara a su fin.

Fue así como la llamada a una reunión en Francia llego hasta sus manos, su tío el rey paso por alto aquella invitación, no le interesaba en lo absoluto pasearse con petulancia en los salones repletos de gente sin importancia, pero Guillermo no podía darse el lujo de rechazar dicha invitación, no sin arriesgar a España a convertirse en un exiliado social, muy a su pesar, acepto presentarse a aquella reunión en la capital francesa.

Guillermo sabía cómo moverse en las esferas de la alta sociedad y la nobleza. Esa noche, sin embargo, algo grande se movía en silencio y él como siempre observaba esperando no tener que intervenir a menos que fuera necesario, se dirigió a los salones donde se encontraría solo la nobleza y los señores comerciantes y de alta sociedad que en general eran amigos suyos. Recibió muy bien a los amigos y conoció contactos interesantes hasta que uno de sus sirvientes le anunció la llegada del Conde del Sacro Imperio.

Con excusas y sonrisas intercambiadas, Guillermo se retiró de la hora de los negocios para buscar a aquel hombre, lo conocía por el mismo motivo que conocía a muchos de los invitados a esa fiesta, por reuniones anteriores, sin embargo la forma de ser del Conde Purcell llamaba muchísimo la atención del príncipe de España incluso podría llegar a estimarlo más que a cualquier persona en esa fiesta.

- Que gusto me da verlo por aquí - le dijo cuándo le encontró haciendo una pequeña reverencia – Al menos ahora me sentiré un poco más en confianza - le indico con una mano que caminaran un poco para buscar un lugar donde charlar más cómodamente.

por **Baldric Purcell** Vie Mar 27, 2015 10:54 pm

“The best way to find out if you can trust somebody is to trust them.”
―Ernest Hemingway

Una parte de él, a pesar de los años, no lograba acostumbrarse a esas reuniones. Actuaba bien, sabía los protocolos, lucía, de hecho, como un hombre nacido en cuna de oro; el verdadero sobrino del original conde Purcell. Y es que no sólo era esta vida bajo un condado que prácticamente había robado —sin querer—, en sus vidas anteriores, ya fuera disfrazado de comerciante o de artista, de aristócrata o de terrateniente, siempre había tenido que convivir en esas esferas. Y sin embargo, no se acostumbraba del todo.

Pero ahí estaba, porque era su deber. Desde que había llegado a Francia había estado asistiendo a cuanto evento se le presentó. Oficialmente no era embajador, y en realidad el imperio en su totalidad no le interesaba mucho, pero sí su pequeño condado. Su misión era dibujar Werdenfels en el mapa.

Cuando arribó y fue anunciado —aquello siempre le había parecido ridículo—, de inmediato se acercó a uno de los valets de la reunión y preguntó por alguien muy en específico. Al poco rato le dijeron en dónde estaba y de inmediato se encaminó hacia allá. El príncipe de España, al que conocía de reuniones parecidas, le parecía un niño inteligente, pero que necesitaba guía, misma que no parecía encontrar en el rey de Castilla. Meterse en asuntos de otras naciones era tema puntilloso, pero Baldric era lo suficientemente astuto. O eso le gustaba creer.

Entonces se encontraron, porque se estaba buscando. Estrechó la mano del joven con firmeza, para luego hacer una reverencia. Ambos pertenecían a la nobleza, pero Baldric sabía, como todo mundo, que un conde está escalones por debajo que un príncipe.

—Su Majestad —musitó con atildada educación para luego erguirse y sonreírle. Era la convención y ambos lo sabían, no podían saltárselo. Comenzó a caminar a su lado—. Me alegra entonces haber llegado —continuó mientras sorteaba a algunos meseros y otros asistentes a la reunión.

Al fin arribaron a un balcón, Baldric se adelantó para abrir la puerta doble escondida detrás de la cortina de gasa y dejó pasar al príncipe, para luego imitarlo y cerrar. El ruido del palacio quedó amortiguado y cautivo y ahora el viento entre los árboles bien podados del alcázar era lo único que se escuchaba.

—¿Tan horrible pintaba el panorama allá dentro? —Preguntó diáfano como luz. Se recargó en la baranda de piedra de la terraza.

Clavó los ojos olivo en el chico. Se imaginó cómo era. Carne fresca en un estanque de tiburones. A Baldric no le gustaba mucho pensar al respecto, pero le quedaba claro que al príncipe le había falta un duro, brutal y definitorio golpe de realidad, con tal que pudiera reinar como se debía en un futuro. Así eran las cosas. Así era el mundo de injusto, de cruel y duro, él, mejor que nadie, lo sabía.

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