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Un cielo sin luna (Frank Slade y Edmond Antoine) 2WJvCGs


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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Gideon Stark Lun Mar 30, 2015 10:04 pm

Una nueva noche llegaba de visita a París, la luna de proporcionales tamaños jugueteaba entre las torres y los campanarios de aquella efigie construida por el hombre para Dios, en aras de mantener su alianza y su fe hacia los santos en los cielos.
Por dentro de la gótica estructura un conjunto de velas iluminaban los distintos altares circulares que veneraban a los santos y a la beata María, los fieles rezaban sin cesar, otros más cantaban alabanzas, la mayoría de los feligreses tenían la cabeza baja, implorando con humildad y temor a un Dios que se plasmaba en forma de cruz en altar mayor, esa hermosa figura hecha de madera, piedra y marfil cuyo alrededor era iluminada por lauz tenue de la luna que se dividía en múltiples colores, azules y rojos que correspondían al enorme vitral que iluminaba también el camino de losas blancas y marrones con que habían sido forrados la santa tierra de Notre Dame.
Entre esos pasillos una figura se escondia en la sombra que los pilares podía ofrecer, sus ojos marrones inundados de dolor puro y devoción absorbían las escenas de almas desoladas que venían en busca de un milagro o en busca de perdón, a veces hecho de buena fe y otras tantas obligados por las circunstancias que la sociedad marcaba, los oídos de la sombra percibían las plegarias, contaba cuantos padres nuestros, cuantas aves marías eran rezadas sin cesar en los rosarios infinitos que yacían en las manos de muchos, para la sombra arrepentida y condenada involuntariamente por las vicisitudes del destino amaba ese lugar, por su paz y por su quietud que solo u refugio de las proporciones arquitectónicas y artesanales podían darle de forma inmediata, ese balazo invisible que de a poco le curo de aquel pecado cometido un cinco de Noviembre, él creía que si permanecía para siempre allí, durmiendo de día y tocando las campanas de noche él demonio dentro suyo moriría.
Gideon creia ayudar a los ángeles a tocar las campanas de Dios en la tierra, era una bendición el que la iglesia siempre mantuviera las puertas abiertas aún de noche, que hubiera para él un párroco que sabiendo su terrible secreto le haya permitido quedarse en la casa de Dios Nuestro Señor y que se preste a confesarle, imponiéndole penitencias y entre ellas estaba tocar las campanas puestas en todo lo alto, donde Stark gozaba de la más maravillosa de las vidas -Dios hace maravillas- solía decir cada que se deba el tiempo de ver más allá de su monasterio privado-¿Como estarán los demás?- susurro, cuando otra culpa más sobre sus espaldas le aquejaba, el día en que todo acabó en la masón desapareció entre los bosques sin previó aviso, solo el cielo sabe que es lo que Spencer y Vasari habrán pensado al final, seguramente lo creyeron muerto por su propia mano.
Y esa era una de aquellas noches en que después de tocar las campanas , quedo embelesado por la bella vista que le brindaba de un Paris a punto de caer en los brazos y la voluntad de Dios Padre, absorto con los devotos cantos que se elevaban entre columnas  y en los altares hasta su lugar, contando con la compañía silenciosa del único que pese a todo había decido quedarse con él, como un padre, ese era Frank Slade -¿No es hermoso Frank?- pregunto olvidándose por completo de que su vista estaba imposibilitada -Sin embargo, no debo bajar más allí, no quiero que eso vuelva a salir y matar- observo la ballesta con dolor -La sangre de animales no es tan mala- se dispenso -Aquí estoy mejor y ademas el no tardará en venir-guardo silencio por instantes -Espero- dijo desconsolado -Él es mi único contacto con el mundo exterior al que renuncie un año atrás- recargo su cabeza en frío pilar de piedra, desde allí escucho las impertinencias del Coronel, a las cuales el religioso vampiro tase había acostumbrado.
Gideon Stark
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Mensaje por Frank Slade Vie Abr 03, 2015 1:25 am

La vida del coronel había dado un giro radical de ciento ochenta grados a la redonda a partir de que todo había concluido en la batalla de las dos máscaras de la noche, Turandot se había ido para nunca volver, él vio la luz y se marcho dejando al Coronel abandonado y despidiendo con dolor reprimido al detective Reid y adoptando a Stark como el ejemplar de su descendencia que nunca tuvo.
Frank no podia verle, pero se imaginaba la apariencia del aquel hombre joven, delgado, alto, de cabellos negros que se dejo crecer de repente y con la melancolía viva en sus ojos que los iluminaba de verde aceituna o de turquesa, tal apariencia tan lumbre en su cabeza dio cabida para la compasión del viejo hombre que también cansado de esar solo se dispuso a acompañar a su nuevo hijo a donde fuese, sin embargo jamas pensó que llegarían a la iglesia, el lugar más saco de todo París al que Slade nunca quiso pisar en vida, detestaba todo de él y odiaba a Dios por la desgracia que años parecidos a la duración de los lustros había acallado en su alma penitente entre sombras exteriores y la que sus ojos le proporcionaban aún fallecido.
Pero el antiguo cambiante se vio obligado a acostumbrarse a la vida nocturna de su única compañía, de sus lamentos y de su dolor derramado en lágrimas silenciosas que el vampiro creía que podía ocultar ante la esencia invisible que muy pocas veces se dejaba ver en las primeras horas en que el alba comenzaba a florecer, se acostumbro a los rituales, a la biblia y al ruidoso escándalo de las cinco campanas que eran tocadas por el vampiro en penitencia tres veces durante la madrugada y la campana más grande, aquella a la que por nombre Luis XIV le puso Emmanuel que fue tocada por esas frías manos de marfil durante las celebraciones más importantes durante el año que se paso raudo como todo en su vida.
También se había habituado a las ceremonias en latín, el murmullo de los rezos desconsolados y desesperados, de las pisadas y el arrastre lento de los zapatos, el olor a incienso durante la comunión, el olor de la madera vieja que conformaba el complejo campanario y se había acostumbrado al murmullo del cause del río Sena, que rodeaba parte de la catedral más imponente que París había visto hasta entonces.
Ha tientas Frank podía percibir la enorme dimensión de los pasillos, la altura de los muros y pilares que solía atravesar sin dificultad, de los numerosos altares de formas poco convencionales y de los vitrales que aunque no les vía, por Gideon la idea y las imágenes de como podía ser aquel sacro sano arte le llenaban de beneplácito para la estimulación de sus imaginativas escenas, escenas que aún con los ojos fijos o abiertos, seguía con la vista perdida en algún rincón de su propio limbo interior, negrura que a veces le hacia resbalar torpemente, a menudo chocando con la gente en contra de su voluntad, que al girarse a reclamar se encontraban la vil sorpresa de que allí no había nadie.
Esa noche, una de tantas, después de un año de grandes acontecimientos que quedaron en el olvido, pudo percibir a Gideon subir las escaleras con el mismo desgane que caracterizaba su andar, el coronel fijo en su mirada limitado a ver la incertidumbre que la ceguera le podía ofrecer, solo sonrío y negó rápidamente, se juro nunca volver a importunarle, ahora entendía por que Stark se odiaba así mismo, era igual o peor que cualquier vampiro que haya conocido -¡Ja!. carcajeo en los ecos de su propia invisibilidad -Si supongo que seria hermoso- asintió -Si pudiera ver te lo corroboraría hombre- declaro con cierto sarcasmo -¿Me gustaría saber si alguna vez estuviste realmente vivo, alejado de Dios y probado la..?.- inspiro -¿Fragancia de una escultural figura femenina?- recreo una especie de musa entre su memoria -Eso es lo único maravilloso que se le puede agradecer a todo Dios y omnipotente... las mujeres Stark, las mujeres- declaro en voz alta sin tomar en cuenta la santidad que rodeaba al lugar -Si no fuera por tu... maldición que arrastras, serias ahora ¡Un maldito beato!-exclamó con la combinación de la alegría y la molestia que sentía al ver a su soldado de aquella manera, tan derrotada y decaída -Y si fueras un Beato seria el primero en hacerte misa, en prender un veladora- continuaba mofando de la situación, haciendose visible y acercandose a él sin poder ver hasta que finalmente sus manos estiradas y firmes tomaron al vampiro de los hombros -No te preocupes, si el no viene hoy, que este viejo fantasma, te hará desatinar pero al fin y al cabo es compañía- consoló invitándole a meterse y refugiarse de la noche y el firmamento que solían recordar a us hijo la noche en que dejo libre su encono infernal, quizás sea por eso que atendía a aquel que esperaba, tal y como el padre les ordeno, madera y pinturas era lo único que necesitaba para tener a su joven amigo ocupado y con vida -Allí viene-, un pequeño olor a calles, es suficiente para distinguir anuncio, volviendo a su escondite que le permitía estar en todas partes y en ningún lugar, sufriendo desde sus treinta tantas primaveras el anonimato de la perdida visual y ahora del de la muerte.
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Mensaje por Edmond Antoine Jue Abr 09, 2015 9:04 am

A Edmond le había costado mucho escabullirse de la casa de mamá Selena, hoy era una de esas malas madrugadas donde el llanto por el Caballero de las alas negras le impidió dormir hasta muy pasada la media noche, el niño tan inocente como cualquiera creyó que leyendo un cuento en voz alta quizás se dormiría, más en cambio recibió amor como recompensa, sus manecillas se sonrojaban cada vez que sentía los besos de una madre dulce posándose en sus mejillas y que decir de esa sensación colmada de risa que hacia encoger su cuello cuando Selena le hacia cosquillas, al menos entre el jugueteo pudo lograr que parara de llorar y comenzará a reír, Edmond amaba eso de cualquier persona, una amable sonrisa, pequeña o grande para él era lo equivalente a un millón de francos, es por eso que cuando su madre quedo fatigada y sumida en los brazos de Morfeo corriese a donde su amigo el campanero y el hombre gruñón y ciego estaban, siempre sacaba de el hombre de cabellos largos y oscuros una sonrisa, mientras que del otro hombre luchaba por conseguir un gesto parecido.
Tomo su morralito amarillo, con sus figuras favoritas talladas en madera, su madre, Selena y el ángel que había tomado como una representación del caballero de su nueva madre le acompañarían en esta travesía. Sus manos se estiraron a la vieja manija de la puerta que rechino solo un poco, Edmond volteo con espanto y rogando lo poco que sabia rezar con tal de que su madre no hubiese despertado, aliviado dejo de apretar sus diminutos dientes blancos en formación, Selena estaba sumida tranquilamente en su sueño, tapada hasta la cabeza con la manta que alguna vez, ella le obsequio sin esperar de Antoine algo a cambio -No tardo mami- dijo tiesamente con su voz pequeña y suave, hizo la señal de la santa cruz como el campanero le enseño y se encomendó a sus ángeles de la guarda y las ánimas benditas del purgatorio como el padre Joseph le enseñó, aunque Edmond no tenia ni más remota idea de quienes eran esas ultimas.
Corrió lo más rápido que pudo con sus piernas ligeramente cortas, no quería llegar tarde a Notre Dame, pero tampoco quería llegar después de Selena despertará y le quitará como castigo el privilegio de maderas y ramas, pero no podía evitarlo, tenía que ir ver al campanero que provocaba en el tal simpatía y a la vez tanta tristeza, nadie debía estar solo, como el lo estuvo durante mucho tiempo, y tampoco nadie debe ser rechazado, pese a que él lo sufrió en carne propia creía que no era la intención de los demás discriminarle por su genio, solo que la gente resulta ser un cuanto aversiva a lo diferente, pero amaba a toda la humanidad.
No podía evitar sentirse extraño, la oscuridad, la noche le daba tanto miedo como también le provocaba un cumulo de sensaciones tan hermosas como cuando mamá Selena lo colmaba de besos en sus mejillas, no podía evitar voltear atrás, a sus costados, la noche era peligrosa a su modo de ver gracias al padre Joseph -Los monstruos andan sueltos por la noche- se murmuro a el mismo jadeante y apenas con lenguaje entendible -Pero yo no debo tener miedo porque mi madre y el caballero de alas negras de mamá Selena están en una estrella cuidando de mi- asintió y continuo corriendo entre la poca multitud que transitaba por la calle de Sant Michael y llegó así a Notre Dame, donde las campanas daban el aviso de que era la primera de las campanadas que avisaran a todos que el tiempo transcurría y que Dios estaba con París, Edmond quería pensar que todo aquello era cierto.
Se hinco a la lejanía del altar mayor una vez que entro de puntitas, observando con fascinación y asombro el mundo que se desenvolvía a su alrededor, el enorme y basto arte religioso que decoraba el lugar le era increíblemente único, digno de sus ojos, dignos de la curiosidad del artista dentro suyo que empezaba a pensar como crear repicas casi exactas, todas en maderas por supuesto.  registro todo en su memoria, al menos de aquellas que parecían llamar su atención, podía ya recordar con exactitud colores y detalles, estaba listo para trabajar en su nuevo “juego “ para cuando llegará a casa y el sol estuviese en lo alto.
Corrió entonces a las escaleras de madera que se elevaban al cielo en forma de un espiral, esas escaleras olvidadas y escondidas hasta por los visitantes que hurgaban de curiosidad por allí, que entraban al recinto sin ser exactamente religiosos fervientes, reviso a los lados, vigilando que por esta noche el campanario siguiera olvidado, a él le avergonzaba los lugares concurridos, quizás por eso se había mantenido en las sombras durante todo el camino hasta allí, escalón por escalón aunque para su tamaño fueran gigantes, al tamaño de París según sus propias palabras, subí hasta llegar a la parte superior donde se detuvo, no era correcto entrar sin tocar, pero allí ¿que puerta tocaba?, al no ocurrirse otra cosa, levanto su mano con el puño cerrado y toco tímidamente dos veces el piso -¿Puedo pasar monseuir hermanito?- pregunto apenas asomando sus ojos tras el filo de la abertura para poder entrar -¿Abuelito esta de acuerdo?- paso saliva, el hombre invidente al que no podía tocar quizás por que le aterraba su mal humor era para él como su abuelo, puede que por la edad le viera así, por las arrugas en su rostro, por las huellas de la sabiduría situadas alrededor de sus ojos, Edmond los consideraba sabios.
Aguardo allí esperando respuesta de los dos hombres que para ese entonces estaban en uno de los balcones del campanario, donde allí la vista de Paris era tan hermosa que Edmond apostaba que ni siquiera el rey tenia semejante vista, el niño ya analizaba cual fue la estrategia arquitectónica para tal efecto solo por saber y por su interés marcado en ese tipo de cosas.
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