Una Charla Incómoda | Privado

por **Vayne Mercury** Miér Abr 01, 2015 3:44 pm

La noche se sobreponía al todopoderoso sol en la batalla del crepúsculo, y eso sólo significaba una cosa para los sirvientes de baja categoría de la mansión: ya es la hora de irse a dormir. Y no era para menos ya que una vez estaba vencido Helios, los hijos de la noche surgían de sus aposentos conquistado en una nueva velada más el mundo. No olvidemos por favor que la oscuridad da amparo a todos aquellos monstruos de la ciudad que solamente buscan una cosa: no ser la presa de alguien, puesto que no sería ni será la primera vez que el cazador hambriento es cazado por otro.

Entre esos cazadores de las sombras estaba nuestro protagonista, el cual se levantaba valiente y decidido de su cama para ocupar cuanto antes sus labores como mayordomo de la mansión Ralph en Francia. Bone nuit- se dijo a sí mismo mientras apartaba raudo las livianas colchas doradas de su cama y se ponía en pie, para inmediatamente después dirigirse al lavabo para asearse y estar presentable en una nueva noche de trabajo a servicio del ausente conde.

No tardó demasiado en alistarse, y más pronto que tarde acabó saliendo de su habitación para comprobar que los empleados de la finca habían resuelto correctamente el trabajo encomendado. Pasó por cada una de esos cuartos observando el tratado realizado en el mismo, la limpieza, el acabado y el inventario. Veía si alguien había robado algo, cosa en sí muy estúpida, ya que si algo le caracterizaba era en pagar bien a los sirvientes ara evitar precisamente eso, o había estropeado algún adorno significativo, cosa que jamás se solía dar desde que una de sus más nuevas incorporaciones había llegado a la casa señorial de su amo y señor Ralph.

-No está nada mal-. Comentó aquello a la vez que miraba la punta de su dedo recubierto por su fino e impoluto guante blanco. Frotaba ambos dedos -indice y pulgar- para asegurarse que sus ojos no le engañaban, aunque lo que de verdad hacía era evaluar los movimientos que la presencia que tenía detrás hacía y ejecutaba algo asustadiza. Hace buen rato que notaba que solo no estaba en la mansión, y aunque no era de extrañar la curiosidad de sus empleados, que lo hicieran a escondidas era algo que personalmente el moreno no aguantaba. Se consideraba bastante permisivo en varios sentidos, pero ese tipo de faltas las solía castigar de alguna manera, pero cuando se giró todo apuntaba a que sería benevolente por esa ocasión.

-Buenas noches Srta. Pratts- dijo girando a la par que subía la mirada hasta cruzarla con la de ella. Admiró sus bellos ojos buscando nerviosismo misterioso o culpable, pues de ser uno u otro sabría la autentica naturaleza de aquella falta, y por lo tanto el grado de castigo que se merecía la gitana, el cual conociendo al mayordomo podía oscilar entre la absolución o el despido. -¿A qué debo su preciada presencia a estas horas de la noche aquí, en el salón?-. La pregunta era directa, como sus ojos al penetrar en la cabeza de ella buscando un ápice de contradicción. -Supongo que sabrá que está prohibido para ustedes, el personal de limpieza, el salir de sus habitaciones tocadas ciertas horas de la noche ¿verdad?-. Su tono, que elegante, era duro y firme. Hay que decir que imponía, todavía estando entre esos finos ropajes de noble y envuelto en ese aroma de perfume caro, puesto que no debemos olvidar en qué situación se conocieron ambos protagonistas de esta escena, y qué había demostrado el demonio delante de la mujer de finos ojos.

(Parece petrificada) dedujo el inmortal mayordomo a la par que la seguía observando analítico desde la distancia, cerca de la mesa donde momentos antes había comprobado su limpieza.

por **Sashenka D. Pratts** Miér Abr 15, 2015 8:28 am

Mi vida había cambiado radicalmente desde aquella noche en que mi caravana fue asaltada por aquél grupo de malhechores, que de haber tenido la oportunidad, me habrían hecho un daño irreparable. Debido a la pronta intervención de aquél ángel de alas negras, salvé la vida, pero debido a todos los horrores que tuve que presenciar en aquel momento, todavía era presa de algunas pesadillas, debido a lo que mis ojos presenciaron aquella vez: Los gritos desgarradores, los gemidos y finalmente los cuerpos esparcidos en todas direcciones con un notable rictus de dolor reflejado en sus rostros. No era para menos, puesto que lo último que sus ojos fueron capaces de observar, había sido los ágiles y rápidos movimientos del vampiro arrebatándoles la vida en un soplido.

Un vampiro…

Todavía me estremecía en pensar en lo que significaba esa palabra, pero aún más me sorprendía el hecho de haber aceptado seguirle, y trabajar en aquella lujosa mansión en la que de algún extraño modo, me sentía protegida. Quizás había sido el miedo, mi instinto de supervivencia el que me había dictado el que aceptara la oferta, o el “hambre” misma, el deseo de no seguir vagando por las calles, sin un destino fijo, ni un camino seguro por el cual transitar.

De cualquier modo, el sueño me había abandonado, por lo que solo atinaba a revolverme entre las sábanas tratando de retomar mi descanso, pero fue inútil, algo dentro de mí, algún presentimiento me impedía cerrar los ojos y dormir plácidamente. Opté por levantarme de la cama, y echarme algo encima para aminorar el frío, saliendo rumbo a la amplia cocina para beber un poco de agua fresca. Todo esto lo hice en completo silencio, pues todas las almas que habitaban aquella majestuosa casa, estaban recogidas en sus aposentos, no así yo, que me sentía nerviosa y exaltada. Mi mente era como un volcán apunto de hacer erupción. Miles de ideas se arremolinaban en mi mente, encimándose unas con otras.

Masajeé mis sienes intentando tranquilizarme. Aspiré aire y lo expulsé en repetidas ocasiones, pero la verdad era inminente: Ya no podría regresar a dormir. Entonces, tomé algunos utensilios de limpieza y me dediqué a trabajar. Limpiar y limpiar sobre lo ya limpio, deshaciéndome de las pequeñas motas de polvo de algunos muebles de fina madera que reinaban por toda la mansión. Tenía que mantenerme entretenida, alejando los malos recuerdos de mi cabeza. Fue así que llegué – casi sin darme cuenta – hasta el gran salón, donde puse mayor énfasis en mi trabajo, ya que era precisamente aquel rincón, donde se presumía la familia Ralph, recibía a sus distinguidas visitas.

Tan ensimismada estaba en mi trabajo que no me di cuenta de la presencia de mi empleador, había arribado. No fue hasta que escuché su voz detrás de mí que me percate de su presencia. Giré con rapidez para encontrarme con su mirada fría y calculadora. El señor Vayne, ya había despertado aquella noche, y ya hacía enfundado en su fino e impecable traje de mayordomo de los Ralph, a quienes nunca había visto desde que puse un pié en su residencia.

-Buenas noches… Yo sólo estaba… -Titubeé, si bien no estaba haciendo nada malo, estaba de acuerdo con él, en que no debía estar a fuera de su habitación a tales horas de la madrugada ya que las reglas así lo indicaban -. No podía dormir y decidí adelantar mi trabajo, señor -. El corazón me latía con fuerza, mientras trataba de aparentar calma. Aún y cuando habían pasado algunos meses desde que nuestros caminos se cruzaron, aún su sola presencia me hacía temblar-. Sé que no debo estar aquí, deambulando, le ruego me disculpe-. Bajé la mirada, apretando con fuerza el pequeño pedazo de tela entre mis manos. Esperaba que Vayne, pasara en alto el pequeño inconveniente, pues lo que yo hacía en aquel instante era trabajar, que era por lo cual estaba yo viviendo bajo aquel techo lujoso.

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