Un nuevo hallazgo {Malina Nurmi}

Aquella mañana el Sol parecía que había vencido la batalla a las nubes. Desde primera hora brillaba con fuerza reflejando los rayos en las pequeñas gotas de lluvia que se habían posado durante la noche en las hojas de la madre naturaleza. La calle enseguida se llenó de gente que, al igual que hacen los caracoles, salen buscando la luz del astro rey después de la tormenta.

Con la cesta bajo el brazo, Cosette se unió a la marea de ciudadanos que caminaban de un lado para otro aprovechando la tregua que el tiempo les había dado. Llevaba días esperando que la lluvia cesase para salir en busca de una planta que había visto hacía unas semanas. Aquella vez aún era pequeña para saber cuál era, pero la bruja enseguida supo que no era habitual encontrarla allí. Memorizó el sitio donde estaba aquella rareza y se limitó a esperar a que creciera un poco más. Desde entonces la lluvia no le había permitido ir a comprobar el estado de su hallazgo, hasta esa mañana. Caminaba de forma ligera, ansiosa por ver las hojas que seguramente tendría para entonces. Llegó al borde del río donde estaba la planta y allí la vio, tan verde y lustrosa que llamaba la atención aunque no tuviese conocimientos herbolarios. La observó de cerca, tocando las hojas con ayuda de un paño. Desconocía la especie a la que pertenecía, y eso no era habitual en la bruja. Con el mismo paño arrancó un par de hojas y las guardó en la cestita que llevaba, poniendo rumbo a la biblioteca.

Llegó al edificio poco después de su apertura, pero ya había algunos jóvenes enterrados en pilas de libros y papeles con sus plumas en la mano. Cosette adoraba aquel lugar lleno de libros, con ese olor a madera encerada tan característico de los muebles antiguos y el sonido de las páginas encuadernadas pasándose. También admiraba el silencio del que se podía disfrutar allí dentro, cómo todo aquel que entraba bajaba el tono de voz hasta convertirlo en apenas unos susurros inaudibles. Aquel silencio sólo era equiparable al que se podía encontrar en las iglesias de la ciudad.

Caminó hasta la sección de plantas y herbología que se encontraba en la primera planta. Siempre le sorprendió que estos libros no estuvieran prohibidos por la relación que tenían con la hechicería y sus prácticas diabólicas que tanto miedo causaban en la gente. Cosette estaba segura de que cualquier día aquella sección desaparecería misteriosamente, pero hasta entonces pensaba visitarla tanto como pudiera.

Eligió una mesa vacía y sacó unos papeles en blanco, pluma y un tintero que había cogido de la mesa de Albert, además de las hojas de la planta. Después se acercó a las estanterías y eligió unos cuantos libros de plantas de distintos tipos para llevarlos a la mesa. Abrió el primero y comenzó a leer cuando una voz la llamó en susurros desde atrás.

El libro que había elegido el primero estaba lleno de ilustraciones de distintos tipos de plantas. Con la original sobre la mesa, la bruja comparaba los dibujos con las hojas que había encontrado, todavía sin resultado. Hizo una pausa para coger las hojas de nuevo ayudándose del pañuelo que las envolvía. Se lo acercó a la nariz y aspiró tres o cuatro veces. No tenía un olor característico como la melisa o la hierbabuena, pero sí reconoció un olor peculiar que no supo identificar. La apartó de su rostro y se limitó a observarla: las hojas eran ligeramente más claras por el dorso que por el frente, algo común en muchas otras plantas. Pensó en la planta que había dejado en el bosque y recordó que no tenía ninguna flor, pero eso no era una característica que pudiera servirle, la planta podía ser demasiado joven aún.

Con suavidad volvió a dejarla junto al libro que estaba estudiando y siguió pasando las páginas en busca de la ilustración perfecta. Oía murmullos a su alrededor, tal y como pasaba siempre. La biblioteca ofrecía un silencio relativo, siempre roto por el sonido de las páginas de los libros y murmullos quedos de otros visitantes. Cosette disfrutaba con ese ambiente de concentración que le brindaba aquel lugar y no tardaba en sumergirse en sus tareas y aislarse de lo que la rodeaba. Por eso no reaccionó a la pregunta que iba dirigida directamente a ella. La escuchó, pero tardó unos segundos en levantar la vista hacía la mujer que la había formulado.

—¿Disculpe? —susurró, mirando después a su alrededor buscando el origen de su curiosidad. Entonces vio su hallazgo sobre la mesa y fue cuando ató los cabos. —¡Oh! Las hojas —habló casi para sí misma. —Las encontré junto al río, en el bosque. —

Volvió la vista hacia los libros de nuevo, dispuesta a seguir su estudio, en el momento en el que tuvo una idea. Cerró el pañuelo dándole forma de hatillo manteniendo las hojas en su interior  y se acercó a la mujer que había llegado tras ella.

—¿Le importa que me siente? —preguntó señalando la silla junto a ella. —Quizá pueda ayudarme —

Separó la silla y se sentó junto a ella. Abrió el pañuelo y dejó las hojas a la vista de ambas mujeres. Un ligero aroma salió de ella, embriagando el lugar durante unos segundos.

—Intento saber qué planta es, es la primera vez que la veo. Creo que no es habitual encontrarla en esta zona. —Hizo una pausa. —¿La había visto antes? —

El estudio de las hojas era el primer paso, y desde niña había aprendido que ese era probablemente el más importante de todos. Identificar bien la planta era esencial para el transcurso de su profesión puesto que, de no hacerlo correctamente, las consecuencias podían ser fatales. Cosette había aprendido aquellas directrices con temor y respeto, puesto que había visto lo que algunas plantas podían llegar a hacer. Siempre se había sentido fascinada por los métodos de defensa de aquellos seres vivos, como algo aparentemente inofensivo era capaz de acabar con la vida de un ser humano. De ahí tocar las hojas con el pañuelo, evitando el contacto directo con ellas.

Y es que cuando se vive en la ignorancia se cometen muchas osadías que otros catalogarían de estupideces. Cualquier otra persona habría pensado que la bruja era demasiado cuidadosa con la planta, envolviendo esos pedazos verdes con tanto cuidado como si fueran de cristal. Siempre que salía en busca de hojas y plantas se veía a ella misma muchos años antes, cuando tan sólo era una brujita de tierna edad dispuesta a descubrir algo único y asombroso. Una semana de fiebres en cama le enseñó que no debía subestimar nunca todo lo que se podía hacer con aquellos seres de un reino desconocido para muchos.

Estirándose ligeramente sobre la mesa alcanzó el libro que estaba estudiando con la punta de los dedos y lo atrajo hacia sí. Le agradaba poder compartir sus conocimientos con aquella mujer, que, por lo que pudo sentir, a ella también. No se paró a pensar que podía estar importunándola en sus quehaceres o que quizá estaba esperando a alguien, el mundo de la herbología le hacía perder la noción del tiempo y el espacio.

—A la botánica no exactamente, mi trabajo está más relacionado con la herbología. Conocer las propiedades medicinales de las plantas y hacer uso de ellas —explicó. —Gracias por ofrecerse a ayudarme. Muchas veces los ojos inexpertos ven detalles que los demás no son capaces de captar. —Acercó el libro para dejarlo entre ambas y junto a las hojas. —Este libro trata sobre las plantas que crecen en esta tierra. Aunque he empezado por él, dudo de que encuentre algo sobre ésta. —Señaló las hojas. —No había visto nunca esta planta por los alrededores de París.

No había olvidado la forma de la planta que había quedado en el lugar de origen. Era capaz de recordar la textura de los tallos a través de la tela, el grosor de los mismos o la forma de las hojas que aún estaban por crecer. También había memorizado el entorno en el que había nacido y las plantas y árboles que tenía alrededor. Pequeños detalles que podían llegar a ser imprescindibles incluso para encontrar otros ejemplares.

—La planta carecía de flores, pero puede que todavía sea demasiado joven para tenerlas. Aún es pronto para saberlo —añadió, casi sin pausa. —Oh, disculpe. Quizá la estoy abrumando con tanta información.