La hora de las excusas patéticas

por **Melalo Minué** Dom Abr 19, 2015 10:10 pm

¿Qué se oía en una taberna de medio pelo de París?

—Ya llevas más de tres rondas, Melalo.

El gitano no prestó atención. Como si no lo supiera. No llevaba el número de los tragos que se había bebido; sólo que con el robo del día se había prometido dejar el hígado inservible, y como buen bohemio cumpliría con su promesa. Cualquier cosa antes de quedar como el debilucho frente a sus camaradas. Luego no podrían respetarlo cuando fueran a por un objetivo en específico, ya fuera metiéndose a casas ajenas o asaltando a viejas opulentas. Melalo tenía la idea de que, si seguía bebiendo a este ritmo, su cuerpo se adaptaría poco a poco al nuevo nivel de alcohol. En resumen, estaría inmunizándose. Su compañero tenía una opinión diferente.

—¿Planeas dejar descendencia para tu tribu o no? Porque a este ritmo por hijos tendrás una tumba floral.

Bah, si ya debía tener al menos una quina de hijos repartidos por ahí, por los países por los que había viajado. Bastardos, eso sí, y jamás reemplazarían a la cepa legítima que él pudiera darle a su tribu, pero estaba demasiado ebrio como para pensar el respecto. Sus ojos permanecían entreabiertos y su porte desbalanceado. Ya no podía seguir bebiendo, pero tampoco conseguiría ponerse de pié.

—Supongo que lleva un tiempo acostumbrarse a no andar de parranda todo el tiempo —expresó despreocupado y distraído. Su amigo apenas logró entenderlo.

Quien le acompañaba se daba cuenta claramente de que la más pequeña cantidad de alcohol produceía a Melalo, un bebedor problema, a serias dificultades, porque aparte de las cualidades adictivas de la bebidas, tenía también un efecto en su mente que modificaba el poco razonamiento que tenía. Una sola copa era capaz de cambiar su percepción de las cosas más insignificantes en el sentido de que creía poder tolerar otra, y luego otra, y otra…

—Ya es suficiente. No causes problemas mientras no estoy, ¿bien?

Lo dejó solo. Solo en un rincón absurdo de un bar de mala muerte. Melalo se decía que se merecía un gusto, que tenía todo bajo control, que había llegado a ese estado porque él lo había querido.

En definitiva aquella era la hora de las excusas patéticas.