The bottom of a glass [privado]

por **Domenic Vaisser** Miér Abr 22, 2015 4:07 am

Que raro era el tiempo en Escocia. A pesar de que la noche era tremendamente oscura en esta parte del mundo, eso no quitaba que los días fuesen igualmente oscuros. En cierto modo, aquel país era el paraíso de cualquier hominus nocturna. El invierno duraba casi seis meses al año, lo que significaba que el sol apenas asomaba la testa sobre las nubes durante ese tiempo, cosa que era una gran noticia. Pero sobre todo influía en la palidez de sus habitantes, que no tenían nada que envidiar a la piel de mármol de cualquier vampiresa parisina. Todo fuese dicho, aquel lugar era tan cómodo que hasta resultaba alarmante. Entendía que motivos habían llevado al hombre al que iba a visitar a permanecer en aquel lugar durante tanto tiempo, pues parecía la clase de lugar lleno de ambiente hogareño. Así mismo, corrían rumores de que la reina escocesa era la perfecta monarca: justa e imparcial, pero sin dejar de ser compasiva en sus justas medidas. Aquello hacia el país aún mas raro. Cuando un hombre estaba acostumbrado a ser testigo del doble rasero típico de la monarquía y de todo aquel con el suficiente dinero, ver algo que podía funcionar realmente con las normas de gobierno real era como ver una hermosa flor colorida en mitad del invierno: solo te preguntabas cuanto podía durar antes de que se congelase, y que estarías dispuesto a hacer con tal de preservar esa belleza un poco más de tiempo. Desde luego aquel país tenía un sutil y tierno atractivo, como quien entraba por primera vez en la alcoba de una mujer desconocida hasta esa noche concreta, y descubría que había tanto que explorar, tanto que saber. Le seguía sorprendiendo como la humanidad era capaz de sorprenderle, incluso después de tanto tiempo de vida.

El coche de caballos paro en frente del hotel Royal de Edimburgo. La capital, incluso en momentos adentrados de la noche, mostraba un ligero movimiento de sus gentes. No era como Paris, eso estaba claro, en aquella ciudad la gente entendía que la verdadera vida era la nocturna, e incluso la gente de más baja condición se atrevía a aventurarse en las sombras de lo desconocido, con la esperanza de encontrar algo que diese sentido a su vida. Era una hermosa idea, poco probable sí, pero no por ello carente de cierta inspiración que convertía a los humanos en la gente divertida que podían ser. Domenic suspiro levemente, recordando la conversación que había tenido con Maxine hace unos días. Su alumna se empeñaba sistemáticamente en ver a los humanos como una fuente de alimento y diversión, no como algo que ella misma había sido en un tiempo. No es que el vampiro echase de menos ser humano, pero siempre había entendido la belleza que anida en una vida efímera, en la personalidad que más valoras por el simple hecho de que algún día la perderás por completo. Mucho se temía que había ciertas cosas que no se podían enseñar por mucho que se intentase, sino que simplemente había que vivirlas para poder entenderlas. Entro en el hotel sin más dilación y se dirigió hacia la recepción, donde ya tenían constancia de su visita y de que su suite, con las enormes vistas hacia el palacio real, estaba preparada para atender todas sus necesidades. Educadamente realizo los trámites de pago y sonrió a la joven que le acompaño hasta su habitación, dándole una propina generosa tanto a ella como al botones.

Ya solo por fin, se quitó la chaqueta del traje y la coloco primorosamente doblada en el perchero que estaba junto a la cama. No tenía pensado quedarse demasiado tiempo en Escocia, solo lo bastante como para ver a un viejo amigo y retomar ciertos asuntos que había dejado pendiente, pues todo lo que llevaba un par de meses planeando requería de meticulosidad y buen juicio, pero también de la predisposición de los acontecimientos. En cualquier caso eso no importaba, aquella noche por lo menos no. Hacía más de veinte años que no veía a Adrik, concretamente desde que le había invitado a su boda, y desde luego no estaría incomodándolo con pensamientos lúgubres y política, eso no sería digno de un buen anfitrión. ¿Qué clase de hombre preocupa a sus invitados con sus problemas? Como si aquel pensamiento se hubiese transformado en un hecho, la puerta de la habitación sonó con un toque seco y correcto. Domenic expandió sus sentidos hasta el otro lado del listón de madera, solo para oír un corazón latiendo con ritmo sinusal normal. Era un humano. Al abrir la puerta, se encontró con un miembro del servicio. – Buenas noches, mi lord. Disculpe que le moleste pero tiene una visita esperándole abajo y que pide permiso para subir. – Domenic sonrió de medio lado. Adrik siempre había sido muy correcto con el protocolo, por lo menos cuando estaban juntos. Sabia cuanto apreciaba la buena educación. – Hágale subir por favor.