AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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The Glass Menagerie → Privado
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The Glass Menagerie → Privado
“I am all in a sea of wonders. I doubt; I fear; I think strange things which I dare not confess to my own soul.”
— Bram Stoker, Dracula
— Bram Stoker, Dracula
La realidad era que, fuera de la misión, no sabía lo que Helena hacía. No iba a negar que sentía curiosidad, pero tampoco se atrevía a preguntar. Porque sí, quería hacerlo y le faltaban agallas, pocas personas le imponían tanto como la infanta portuguesa. Tampoco es que se lo fuera a decir. Sobre todo, tras el avance conseguido en el cabaret, habían tomado unos días para decidir cómo continuar, que él había aprovechado para tomar misiones más pequeñas y que no interfirieran con la principal.
Aquella noche, tras regresar —tras besarse dejando de lado el disfraz Ockham—, Aaron simplemente no había podido dormir. Salió al balcón de la habitación y estuvo fumando y bebiendo hasta el amanecer. Se detuvo sólo cuando el alcohol se le acabó. Pensó en lo ocurrido. Demasiado para su gusto. Porque si bien habían conseguido datos y habían dado pasos importantes, no había mucho más en lo que pensar, y ahí estuvo él, dándole vueltas.
A veces, cuando hablaba con ella, deseaba que fuera Helena quien sacara el tema, pero no lo hacía y él tampoco. De todos modos, ¿qué iban a decirse? Aquello comenzaba a ser una piedra en su zapato. Cuando la velada del primer acercamiento con Honecker hubo terminado, temió de verdad que, tras el éxito, fueran a ser separados. Atribuyó su preocupación al hecho de que funcionaban bien juntos, eran un equipo como pocos se veían en la inquisición, una organización donde los egos estaban a la orden del día. Pero ahora, una parte de él deseaba que así fuera, que una vez terminado el asunto, cada uno fuera asignado a tareas distinta y verse sólo lo necesario. Debía concentrarse, y no debía dejar que sus deseos perjudicaran la misión que tan viento en popa iba. Era una lata.
Esa mañana salió temprano, para finiquitar asuntos de otra de sus misiones. Mandó a decir a Helena, porque ni siquiera lo hizo en persona, que lo encontrara en una restaurante del centro. La había estado evitando y no iba a mentirse pero tampoco podía dejar pasar más tiempo. Pensó que un lugar como aquel era el mejor, después de todo, seguían siendo Mathilde y Bernard Ockham, un matrimonio de visita en París, una ciudad con demasiado atractivo como para que no se les viera en lugares públicos. Todo era parte de la puesta en escena.
Llegó una media hora antes de lo acordado. En la antesala del restaurante, uno de los más lujosos de la ciudad, había un bar, donde se sentó en la barra y bebió por algunos minutos hasta que el reloj en la pared le anunció que era la hora. Tenía reservación, cómo iba a ser si no, bajo su nombre falso. Llegó hasta el anfitrión y le dijo que lo condujera, y que estaba esperando a su esposa. No obstante, el hombre le dijo que su esposa ya lo estaba esperando. Aaron arqueó una ceja y se dejó guiar. Esto podía ser una trampa así que mantuvo la guardia arriba. Sin embargo, al acercarse a la mesa pudo ver a Helena y le dirigió una mirada de intriga. No la vio pasar cuando estuvo en el bar.
Tomó asiento. El anfitrión les dejó un par de cartas y se marchó. Aaron aguardó a que el sujeto estuviera lo suficientemente lejos para comenzar a hablar.
—Pero qué puntual, querida —le dijo con una sonrisa de lado. En ese instante, decidió, dejar sus dudas para otro momento. Era Aaron Townshend el espía de la inquisición, no un chiquillo tonto intimidado ante la belleza de una mujer—. ¿Te gusta el lugar que elegí? —También determinó que entrar de lleno en materia no era lo mejor. Aunque ambos supieran para qué estaban ahí. No para disfrutar de la mejor comida francesa, sino para determinar el siguiente paso en su plan.
Última edición por Aaron Townshend el Jue Nov 03, 2016 8:50 pm, editado 1 vez
Aaron Townshend- Inquisidor Clase Alta
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Localización : París
Re: The Glass Menagerie → Privado
"All secrets are deep. All secrets become dark. That's in the nature of secrets."
Cory Doctorow
Cory Doctorow
Haber visto a su pequeña Sofia, le había devuelto el buen humor que se había visto opacado, días atrás, luego del episodio con Aaron. Se había arrepentido de la facilidad con la que la había atrapado. Estaba enojada consigo misma, por permitirle a sus impulsos ceder ante una situación crítica. Agradecía que él no hubiera tocado más el tema y que, entre ellos, la relación continuara como siempre. Íntimamente, también se sentía ofendida por eso. Ni ella misma lo comprendía, pero la indiferencia de su compañero la hería en lo profundo de su orgullo. Pero, también sabía que, no habría sabido manejar una posible conversación sobre ese tema. Le molestaba sentirse tan confundida; era la clase de mujer que debía tener el control sobre todo lo que la rodeaba, incluso era la que intentaba diagramar los planes de acción que llevaban a cabo junto a Townshend, no porque no confiara en él, sino porque no se sentía cómoda cediendo. Y era por ello que estaba tan molesta, porque le había entregado parte del control a Aaron, se había mostrado débil ante él, y era algo que no podía perdonarse.
Sin embargo, haber visitado a su pequeña, le había suavizado el carácter e, irremediablemente, su semblante había cambiado. Tenía la mirada iluminada y el rostro relajado, y no se desprendía del aroma de su hija, que la había abrazado muy fuerte antes de despedirse. Helena la había apretado contra su pecho y había inspirado hondo el perfume de su cabello, y había memorizado el sonido acompasado de su corazón. Bebía limonada, mientras esperaba a Aaron, al cual había visto en la barra pero con el cual aún no tenía deseos de conversar. Siempre necesitaba acomodar sus emociones luego de estar con Sofia, porque conforme pasaban los años, sus deseos de salir de la Inquisición y llevarse a su niña donde nadie las encontrara, se hacían más y más fuertes. Sabía que no podía hacerlo, ya que significaría que vivirían en peligro y no quería eso para su pequeña, quería que creciera en paz y fuera feliz. Ella siempre velaría por su bienestar, aunque fuera a la distancia.
—Es agradable —contestó, sin prestarle demasiada importancia a sus palabras. Rápidamente, tomó una de las cartas que el mesero había dejado. — ¿No es demasiado temprano para que bebas alcohol? —preguntó sin alzar la vista de la correspondencia. No era importante, al menos, no ese papel que había tomado. Aaron sabía que a Helena le molestaba que ingiriera bebidas espirituosas cuando la misión no lo demandaba, además, tenía la necesidad de molestarlo, de darle un viso de normalidad al vínculo entre ambos, esa normalidad que ella sentía perdida desde el episodio en el cabaret.
—Disculpa si no estoy acorde a éste lugar, tuve que hacer diligencias y no tuve tiempo de arreglarme —una conversación banal. En ese momento, sí tuvo la deferencia de mirarlo a los ojos. Lucía sobria, en un vestido de color bordó sin mangas, con encaje negro bordado en la zona del escote y en la terminación de la falda. Llevaba un tirante rodete y ni una gota de maquillaje. Sólo unos pendientes de diamantes le daban un toque de elegancia y, por supuesto, los guantes oscuros que le cubrían hasta el codo. — ¿Cómo han sido éstas horas sin mí? ¿Has tenido alguna novedad? —sin esperar una contestación, tomó una carta y comenzó a estudiarla, sin prestarle demasiada atención a Aaron.
Helena estaba más distante que de costumbre. Los minutos que tuvo para pensar en Sofia, la habían entristecido. Imaginaba que, si su vida fuera distinta, en ese momento podría estar junto a ella, quizá haciendo unas galletas, regando flores o leyendo algún cuento. Era la niña más encantadora que existía, y no lo sentía porque fuera su hija, sino porque los años le habían enseñado mucho, y sabía distinguir un alma pura cuando la tenía en frente.
Sin embargo, haber visitado a su pequeña, le había suavizado el carácter e, irremediablemente, su semblante había cambiado. Tenía la mirada iluminada y el rostro relajado, y no se desprendía del aroma de su hija, que la había abrazado muy fuerte antes de despedirse. Helena la había apretado contra su pecho y había inspirado hondo el perfume de su cabello, y había memorizado el sonido acompasado de su corazón. Bebía limonada, mientras esperaba a Aaron, al cual había visto en la barra pero con el cual aún no tenía deseos de conversar. Siempre necesitaba acomodar sus emociones luego de estar con Sofia, porque conforme pasaban los años, sus deseos de salir de la Inquisición y llevarse a su niña donde nadie las encontrara, se hacían más y más fuertes. Sabía que no podía hacerlo, ya que significaría que vivirían en peligro y no quería eso para su pequeña, quería que creciera en paz y fuera feliz. Ella siempre velaría por su bienestar, aunque fuera a la distancia.
—Es agradable —contestó, sin prestarle demasiada importancia a sus palabras. Rápidamente, tomó una de las cartas que el mesero había dejado. — ¿No es demasiado temprano para que bebas alcohol? —preguntó sin alzar la vista de la correspondencia. No era importante, al menos, no ese papel que había tomado. Aaron sabía que a Helena le molestaba que ingiriera bebidas espirituosas cuando la misión no lo demandaba, además, tenía la necesidad de molestarlo, de darle un viso de normalidad al vínculo entre ambos, esa normalidad que ella sentía perdida desde el episodio en el cabaret.
—Disculpa si no estoy acorde a éste lugar, tuve que hacer diligencias y no tuve tiempo de arreglarme —una conversación banal. En ese momento, sí tuvo la deferencia de mirarlo a los ojos. Lucía sobria, en un vestido de color bordó sin mangas, con encaje negro bordado en la zona del escote y en la terminación de la falda. Llevaba un tirante rodete y ni una gota de maquillaje. Sólo unos pendientes de diamantes le daban un toque de elegancia y, por supuesto, los guantes oscuros que le cubrían hasta el codo. — ¿Cómo han sido éstas horas sin mí? ¿Has tenido alguna novedad? —sin esperar una contestación, tomó una carta y comenzó a estudiarla, sin prestarle demasiada atención a Aaron.
Helena estaba más distante que de costumbre. Los minutos que tuvo para pensar en Sofia, la habían entristecido. Imaginaba que, si su vida fuera distinta, en ese momento podría estar junto a ella, quizá haciendo unas galletas, regando flores o leyendo algún cuento. Era la niña más encantadora que existía, y no lo sentía porque fuera su hija, sino porque los años le habían enseñado mucho, y sabía distinguir un alma pura cuando la tenía en frente.
Helena de Bragança- Condenado/Cambiante/Clase Alta
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Re: The Glass Menagerie → Privado
“Respect was invented to cover the empty place where love should be.”
― Leo Tolstoy, Anna Karenina
― Leo Tolstoy, Anna Karenina
La observó mientras estaba distraída. Sonrió sin darse cuenta y luego rio, un acto también algo espontáneo. Arqueó una ceja y aguardó hasta que se dignara a mirarlo, y aún así, no habló de inmediato. Su expresión era divertida e intrigada por igual. Esa mujer jamás dejaba de sorprenderlo.
—Vaya, qué observadora. Entonces no te molestará si continúo tomando whisky, ¿no? —Retó a su suerte—. Creí que no me habías visto en el lobby y por eso habían venido directo hasta acá. Vamos, que soy tu esposo, ¿no merecía un beso como saludo? —Se calló en ese momento al darse cuenta de lo que acababa de decir. La miró un segundo, queriendo ver su reacción, pero luego decidió que mejor no quería verla y él mismo tomó una carta y se escondió detrás de ella. Su impertinencia usual le estaba pasando factura de la peor forma.
Así estuvo unos momentos hasta que ella volvió a hablar y se alegró que retomara el hilo de la conversación con tanta naturalidad. Quizá se estaba comportando como un niño tonto, dándole más importancia a algo de lo que realmente merecía. Se asomó por encima del menú de un modo casi cómico y frunció el ceño.
—Pero de qué hablas. Si luces tan hermosa como siempre —este era el Aaron de toda la vida, el que coqueteaba con una facilidad que daba miedo. Y es que realmente lo creía. Desde el día uno, aunque se llevaran pésimo, siempre le pareció que Helena era una mujer espectacular. Se inclinó al frente como para confesarle un secreto—. Digno de una infanta portuguesa, Genoveva —sonrió de lado y rio socarronamente, para rematar guiñándole un ojo. El colmo del cinismo.
Y así, de pronto se olvidó para qué estaban realmente ahí. Si no hubiera sido por la propia Helena, él hubiera continuado molestándola. Como siempre, era ella el cerebro de la operación. A veces se preguntaba qué aportaba realmente él, considerando que esa mujer era más que capaz de defenderse por sí misma. Pero era en situaciones que requerían esa astucia inescrupulosa suya en donde realmente valía la pena tenerlo de compañero.
Decidió no preguntar por las diligencias que había hecho antes de llegar ahí. No eran su asunto aunque cada vez se sentía más tentado a cuestionar. No obstante, a pesar de todo, de esa forma arrebatada y sagaz suya, confiaba plenamente en ella como no lo hacía en nadie más. Si no le decía, si no sabía nada, era por una buena razón. Quizá no fuera el más expresivo a la hora de referirse a ella, pero en verdad la respetaba. Y ganarse el respeto de un hombre que obviamente siempre está desafiando a la autoridad, era todo un hito.
—No, de hecho te estaba esperando —negó con la cabeza y su semblante no cambió, aunque en el fondo se sintió avergonzado, como un chiquillo que no ha cumplido con los deberes—. No he recibido mensaje alguno. Comienzo a preocuparme. Me gusta pensar que tú sí. De todos modos estaba más interesado en ti que en hacer negocios conmigo —habló en voz confidente mientras veía la carta. Alzó la mirada para verla—, de ningún modo eso es un reclamo —aclaró y tuvo que callarse, el mesero llegó hasta su mesa para recibir la orden.
Cerró la carta y la dejó sobre la mesa, dejando que fuera Helena quien ordenara primero. Aguardó, aunque luego pareció recordar algo.
—Ah, eso sí, quiero tu mejor whisky, derecho —la amenaza de antes no estaba hueca. La verdad es que lo necesitaba y hacía falta mucho más que eso para emborracharlo en serio. Sin embargo, como un acto reflejo, buscó la mirada de Helena, como para pedirle perdón y permiso, todo al mismo tiempo. Quizá se estaba tomando el papel de marido demasiado en serio.
Aaron Townshend- Inquisidor Clase Alta
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Re: The Glass Menagerie → Privado
"I hold it true, whate'er befall; I feel it, when I sorrow most; 'Tis better to have loved and lost than never to have loved at all."
Alfred Lord Tennyson
Alfred Lord Tennyson
Detestaba sentirse la niñera de Aaron. No toleraba cuando la desafiaba con cosas tan absurdas, o al menos, en ese momento no lo soportaba. No estaba de humor para sus bromas, tampoco para sus juegos, ni siquiera para pensar en él y en lo mucho que le hubiera gustado que todas sus palabras y toda aquella pantomima de un almuerzo familiar, fuera real. Helena no era la clase de mujer que viviera en potenciales, pero la fantasía de un hogar junto a Sofia y a Donato jamás la abandonaba por completo, hasta terminar convirtiéndose en una pesadilla recurrente. Solía preguntarse cómo hubiera sido ella como madre, si su hija hubiera encontrado la felicidad a su lado, si la hubiera aceptado con su sobrenaturalidad y con aquel trabajo tan inusual como peligroso. La tutora de su pequeña hacía un trabajo impecable, y la cambiante era consciente de que en mejores manos no podría haberla dejado.
—El señor no beberá whisky. Estaba bromeando —y si bien intentó curvar sus labios en una sonrisa, le fue imposible. La dureza de su voz acompañó el gesto. —Faisán con verduras al vapor. Para ambos. Y agua para beber —dijo, finalmente, antes de entregarle la carta al mesero. —Gracias. Puedes retirarte —el caballero hizo una leve reverencia, y se encaminó a dar la orden.
—Estamos trabajando. Eres un hombre grande. Podrías dejar de comportarte como un jovencito, al menos en mi presencia —visiblemente fastidiada, notó que algunos conocidos con los que habían hecho buenas migas, ingresaban al lugar, por lo que, en ésta ocasión, sí debió sonreír y extender su mano para acariciar la de su supuesto esposo. —Cuando no estés conmigo, querido, puedes hacer lo que quieras —hablaba entre dientes, y tan bajo, que sólo él podría escucharla. —No estoy teniendo un buen día, por lo que no estoy para tus juegos de galán venido a menos —lo soltó y volvió a acomodarse en la silla. Erguida y espléndida.
Lo cierto era que sí había recibido noticias de sus objetivos. Ya se habían contactado con ella para la entrega, le habían enviado las coordenadas, y Helena se había encargado personalmente –cuidándose de estar convertida- de revisar el sitio, de buscar los posibles lugares de una emboscada y una salida segura, en caso de que la situación no tomara el rumbo que debía. Tenía fe, tanto en Aaron como en ella, nunca fallaban, y esa no sería la primera vez. París estaba agotándola, la cercanía de Sofia era demasiado difícil de sobrellevar. Nunca, en todos esos años, había pasado una temporada tan larga a una distancia mínima de su pequeña. Remordimiento y dolor, se mezclaban en un cóctel demoníaco, que la opacaban tanto que le era casi imposible de disimular. Incluso para ella, una experta en su trabajo.
—Ya tenemos el lugar y el cargamento que han pedido —se detuvo cuando el mesero sirvió el clásico consomé de entrada. Una vez que se retiró, continuó. —Quiero creer que te encargaste de conseguir los refuerzos que vamos a necesitar —ambos sabían que para el trabajo de campo, había otros encargados. Ellos hacían la logística y entregaban la información, sus tareas terminaban allí. Sin embargo, ya habían recibido la orden de que, por primera vez, iban a tener que poner al descubierto las habilidades de ambos, y eso incluía un riesgo que excedía sus funciones. A Helena la tenía bastante incómoda. — ¿O estuviste demasiado tiempo bebiendo y divirtiéndote con prostitutas? —Helena se caracterizaba por su capacidad para mantener la boca cerrada, ni siquiera entendía por qué había dicho eso; pero, gracias a su olfato, unas noches atrás, había descubierto perfume femenino en Aaron. Había hecho un gran esfuerzo para no indagar.
—El señor no beberá whisky. Estaba bromeando —y si bien intentó curvar sus labios en una sonrisa, le fue imposible. La dureza de su voz acompañó el gesto. —Faisán con verduras al vapor. Para ambos. Y agua para beber —dijo, finalmente, antes de entregarle la carta al mesero. —Gracias. Puedes retirarte —el caballero hizo una leve reverencia, y se encaminó a dar la orden.
—Estamos trabajando. Eres un hombre grande. Podrías dejar de comportarte como un jovencito, al menos en mi presencia —visiblemente fastidiada, notó que algunos conocidos con los que habían hecho buenas migas, ingresaban al lugar, por lo que, en ésta ocasión, sí debió sonreír y extender su mano para acariciar la de su supuesto esposo. —Cuando no estés conmigo, querido, puedes hacer lo que quieras —hablaba entre dientes, y tan bajo, que sólo él podría escucharla. —No estoy teniendo un buen día, por lo que no estoy para tus juegos de galán venido a menos —lo soltó y volvió a acomodarse en la silla. Erguida y espléndida.
Lo cierto era que sí había recibido noticias de sus objetivos. Ya se habían contactado con ella para la entrega, le habían enviado las coordenadas, y Helena se había encargado personalmente –cuidándose de estar convertida- de revisar el sitio, de buscar los posibles lugares de una emboscada y una salida segura, en caso de que la situación no tomara el rumbo que debía. Tenía fe, tanto en Aaron como en ella, nunca fallaban, y esa no sería la primera vez. París estaba agotándola, la cercanía de Sofia era demasiado difícil de sobrellevar. Nunca, en todos esos años, había pasado una temporada tan larga a una distancia mínima de su pequeña. Remordimiento y dolor, se mezclaban en un cóctel demoníaco, que la opacaban tanto que le era casi imposible de disimular. Incluso para ella, una experta en su trabajo.
—Ya tenemos el lugar y el cargamento que han pedido —se detuvo cuando el mesero sirvió el clásico consomé de entrada. Una vez que se retiró, continuó. —Quiero creer que te encargaste de conseguir los refuerzos que vamos a necesitar —ambos sabían que para el trabajo de campo, había otros encargados. Ellos hacían la logística y entregaban la información, sus tareas terminaban allí. Sin embargo, ya habían recibido la orden de que, por primera vez, iban a tener que poner al descubierto las habilidades de ambos, y eso incluía un riesgo que excedía sus funciones. A Helena la tenía bastante incómoda. — ¿O estuviste demasiado tiempo bebiendo y divirtiéndote con prostitutas? —Helena se caracterizaba por su capacidad para mantener la boca cerrada, ni siquiera entendía por qué había dicho eso; pero, gracias a su olfato, unas noches atrás, había descubierto perfume femenino en Aaron. Había hecho un gran esfuerzo para no indagar.
Helena de Bragança- Condenado/Cambiante/Clase Alta
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Re: The Glass Menagerie → Privado
“As happens sometimes, a moment settled and hovered and remained for much more than a moment. And sound stopped and movement stopped for much, much more than a moment.”
― John Steinbeck, Of Mice and Men
― John Steinbeck, Of Mice and Men
El mesero y Aaron intercambiaron miradas en ese código masculino que es tan simple y concreto que no dejaba lugar a dudas, pero que era impenetrable, también, para el sexo opuesto. Sin embargo no hubo objeción por parte del inquisidor. No iba a montar una escena con su falsa esposa, ¿verdad? Sólo alzó la mirada cuando estuvieron solos de nuevo. Quiso refutar algo, sin embargo, de nuevo, fueron interrumpidos. Por el rabillo del ojo pudo ver a qué se debía el cambio de semblante en Helena y fingió una sonrisa de marido enamorado. Era bueno mintiendo así que no le costó trabajo.
A continuación se mantuvo en silencio. Ya fuera por más intervenciones del mesero o porque perdía el valor en un segundo para poder contrarrestar. Ellos siempre habían sido así, una disputa eterna. Una lucha de voluntades que se veía eterna, pero ese día, por alguna razón, simplemente no pudo continuar la dinámica. Se acomodó la servilleta de tela en el regazo, listo para probar la entrada, cuando ella preguntó. Fue a decir que sí, que no lo subestimara, sin embargo, las palabras no pudieron escapar de su boca, en cambio, se regresaron con la cola entre las patas como un perro castigado. Casi se atraganta con su propia saliva, tanto así que tuvo que tomar un poco de agua de una de las copas que ya estaban ahí cuando llegaron. Tosió luego y arqueó una ceja.
—No me dirás que estás celosa. Después de todo soy un galán venido a menos, ¿no? Ya no puedo conquistar mujeres, así que tengo que recurrir a esas que no me pueden decir que no —se encogió de un hombro. Todas sus palabras estuvieron plagadas de cinismo, y también de una obvia inquina tardía. No había podido defenderse hasta ese momento.
—Pero sí, ya tengo todo arreglado, si eso te da tranquilidad —continuó con distracción mientras observaba la cubertería y elegía la cuchara adecuada para el consomé que les habían servido. Dio una primera probada al caldo, estaba caliente aunque no se inmutó y finalmente volvió a clavar esos ojos claros suyos en ella. Qué hermosa y qué letal, sin duda dos características que él apreciaba. Estuvo a punto de sonreír, pero no lo hizo. No quería darle el gusto, aunque no había modo que ella supiera el motivo, y sobre todo, no quería empeorar las cosas.
—Cuando fuiste a… ya sabes, inspeccionar, mandé todos los requerimientos necesarios y me encontré con un emisario del Vaticano. Ya están todos listos en la ciudad —declaró. Se puso serio, porque el asunto lo era—. He hecho más que revolcarme con prostitutas —le guiñó un ojo, ¡le guiñó un ojo! Qué descaro.
La verdad era otra. No había podido estar con otra mujer desde el asunto en el cabaret. Y no porque no lo hubiese intentado. Atribuía su falta de… libido, digamos, a las muchas preocupaciones que la misión representaba. Seguramente Helene había detectado el perfume de Lyric, esa prostituta-hechicera con la que se encontró para usos de una misión menor y más fácil de solventar. Desde luego, no le hizo la aclaración a su compañera de misión. ¿Para qué? Le venía mejor esa verdad a medias, mantenía su reputación intacta. Probó de nuevo el consomé; estaba mucho mejor esta vez.
—Simplemente, están esperando nuestra señal. Dime lo que viste, y podremos actuar —soslayó el lugar—. Debemos ser muy cautelosos e inteligentes. Lo nuestro no es la batalla, pero confío en tus… en nuestras capacidades —se corrigió porque no quería que ella malinterpretara sus palabras y porque también confiaba en sí mismo, quizá demasiado. No entendía la petición de la Inquisición de que ellos participaran hasta ese punto, se opuso, desde luego. Y no por él, sino por ella.
Aunque ella, de entre todas las mujeres, era la que menos protección necesitaba.
Última edición por Aaron Townshend el Miér Mar 22, 2017 9:59 pm, editado 1 vez
Aaron Townshend- Inquisidor Clase Alta
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Re: The Glass Menagerie → Privado
Lo escuchó atentamente, sin probar bocado. Decidió dejar los caprichos de lado y concentrarse en lo que verdaderamente importaba. La misión. No podía ocultar la preocupación, y había caído en un extraño mutismo, carente de gestos de aprobación hacia las tareas que Aaron había realizado. No podía describir la sensación, pero creía que algo saldría mal. Había inspeccionada el área elegida no una, tampoco dos, sino tres veces; rastrillando posibles emboscadas, observando el lugar desde diversos puntos y a varios kilómetros de distancia, los suficientes para que sus sentidos lo captaran, incluso en la lejanía. Había estado atenta y las investigaciones las había hecho en sus formas animales, con el sigilo propio de quien tiene una vida de entrenamiento. Helena le había dedicado su vida la Inquisición, y eso había conllevado una preparación que un humano común y corriente, no hubiera resistido. Ni el propio Aaron podía imaginarse los suplicios a los que había sido sometida desde que era una niña y su padre la había entregado al Santo Oficio, como se había pactado muchos años atrás. Ella jamás heredaría la corona, por lo que era inevitable que se convirtiera en el cordero a sacrificar.
—Tengo un mal presentimiento —se sinceró. No había probado bocado. Admiraba la capacidad de su compañero para comer en un momento como ese. —Hay algo, en toda ésta historia, que se está escapando de nuestras manos, Aaron —tenía el ceño levemente fruncido, y una mueca de confusión instalada en la boca. Su timbre de voz era sombrío. —Es extraño que nos manden al campo. No deja de resultarme preocupante —no había miedo, pero sí cautela. —Nunca nos han pedido que salgamos de nuestro rol. A nuestra tarea la cumplimos a la perfección, les entregamos en bandeja de plata el objetivo, pero quieren exponernos de todas formas —bebió un poco agua.
—Yo también confío en nuestras capacidades —y claro que lo hacía. No podría trabajar con alguien de no ser así. Townshend tenía cientos de defectos, pero confiaba casi ciegamente en su lealtad y en sus aptitudes. —Pero la Inquisición tiene designados a los encargados de terminar el trabajo, y no creo que haya escasez —no pudo ocultar la ironía en su voz. En ese momento, el mesero retiró el consomé, y otro joven, puso los platos principales frente a ellos. Helena lo olisqueó desde lejos, pero no logró que el apetito se le abriera.
—En fin. Como dices, debemos ser cautelosos —dio por zanjadas sus especulaciones. —El área está implantada en el medio del bosque, para llegar debemos cruzar un sendero y luego costear un pequeño arroyo. Los árboles son lo suficientemente altos y frondosos para que se oculten tanto nuestros refuerzos, como los de ellos —cerró los ojos por un instante, para traer a su memoria los recuerdos de las inspecciones. —Si nos tienden una trampa, es muy factible que no salgamos con vida. Si estudian el lugar lo suficiente, no tendremos escapatoria. Sabemos que ellos no son esos cuatro cambiantes del cabaret —la mención de ese lugar le trajo al presente el recuerdo del instante de intimidad compartido. Inmediatamente, lo expulsó de su cabeza. —Aaron —pronunció su nombre casi en un susurro, pero con solemnidad—, pase lo que pase, te sacaré de ahí con vida —no supo por qué sintió la necesidad de hacerle esa promesa.
—Tengo un mal presentimiento —se sinceró. No había probado bocado. Admiraba la capacidad de su compañero para comer en un momento como ese. —Hay algo, en toda ésta historia, que se está escapando de nuestras manos, Aaron —tenía el ceño levemente fruncido, y una mueca de confusión instalada en la boca. Su timbre de voz era sombrío. —Es extraño que nos manden al campo. No deja de resultarme preocupante —no había miedo, pero sí cautela. —Nunca nos han pedido que salgamos de nuestro rol. A nuestra tarea la cumplimos a la perfección, les entregamos en bandeja de plata el objetivo, pero quieren exponernos de todas formas —bebió un poco agua.
—Yo también confío en nuestras capacidades —y claro que lo hacía. No podría trabajar con alguien de no ser así. Townshend tenía cientos de defectos, pero confiaba casi ciegamente en su lealtad y en sus aptitudes. —Pero la Inquisición tiene designados a los encargados de terminar el trabajo, y no creo que haya escasez —no pudo ocultar la ironía en su voz. En ese momento, el mesero retiró el consomé, y otro joven, puso los platos principales frente a ellos. Helena lo olisqueó desde lejos, pero no logró que el apetito se le abriera.
—En fin. Como dices, debemos ser cautelosos —dio por zanjadas sus especulaciones. —El área está implantada en el medio del bosque, para llegar debemos cruzar un sendero y luego costear un pequeño arroyo. Los árboles son lo suficientemente altos y frondosos para que se oculten tanto nuestros refuerzos, como los de ellos —cerró los ojos por un instante, para traer a su memoria los recuerdos de las inspecciones. —Si nos tienden una trampa, es muy factible que no salgamos con vida. Si estudian el lugar lo suficiente, no tendremos escapatoria. Sabemos que ellos no son esos cuatro cambiantes del cabaret —la mención de ese lugar le trajo al presente el recuerdo del instante de intimidad compartido. Inmediatamente, lo expulsó de su cabeza. —Aaron —pronunció su nombre casi en un susurro, pero con solemnidad—, pase lo que pase, te sacaré de ahí con vida —no supo por qué sintió la necesidad de hacerle esa promesa.
Helena de Bragança- Condenado/Cambiante/Clase Alta
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Re: The Glass Menagerie → Privado
“How can you still count yourself a knight, when you have forsaken every vow you ever swore?"
― George R.R. Martin, A Clash of Kings
― George R.R. Martin, A Clash of Kings
Sólo un cínico consumado como él podía tener tremendo apetito en un momento como ese. Pero así era, sólo se detuvo, con medio pan en la mano, cuando Helene volvió a hablar. Bajó las manos y ya no terminó la entrada. La miró primero como si tuviera que interpretar algo ulterior de lo que acababa de escuchar, sin embargo, no había tal mensaje oculto. Las cosas eran tal cual las había expresado ella. Y aunque, como era siempre, no la notó temerosa, su duda lo hizo dudar a él. Era una enfermedad contagiosa. Frunció ligeramente el ceño y no apartó la mirada de su falsa esposa aún cuando los meseros regresaron para llevarles el plato fuerte. ¡Genial! Había perdido el apetito.
—Es extraño, estoy de acuerdo —habló sólo cuando volvieron a estar solos—, pero no seríamos los primeros, ni los únicos en suplir una posición que no es la suya —claro, hablaba de casos extraordinarios cuando, por ejemplo pudieron faltar soldados y espías, y hasta tecnólogos y bibliotecarios tuvieron que inmiscuirse a la batalla. Situaciones extraordinarias, que en ese momento le sirvieron de chivo expiatorio para obtener paz mental.
El corazón se le fue al suelo con esas últimas seis palabras que salieron de boca de Helene. Sintió una asfixia tremenda, una aprehensión en el pecho. Como si la promesa más bien fuera augurio de algo peor. Sintió la boca seca y tomó un poco más de agua. Atrás quedó el descaro usual, la desfachatez, su despreocupación de siempre.
—No… es decir, gracias —musitó muy bajito y, como acto reflejo, sin meditarlo, sin planearlo, estiró el brazo sobre la mesa y alcanzó la mano ajena con la propia. A pesar de la ferocidad de la infanta portuguesa, sus manos eran pequeñas en comparación a las suyas. La apretó un poco. Como si le estuviera diciendo exactamente lo mismo en ese gesto. Y mucho más a la vez.
—Entiendo. Mientras esté contigo, no tengo por qué preocuparme —no la soltó—. Sin embargo, Helene… —por una vez no buscó otro de sus muchos nombres para referirse a ella, y de paso molestarla—, quisiera conocer tus preocupaciones. Me parece importante. Que tú, con tu experiencia, se huela algo extraño en este asunto, me quita la paz. Sobre todo, considerando, que hasta entonces yo no lo había visto —la soltó y contrajo el brazo. Lo hizo como si no hubiera pasado nada.
¿Tan distraído estaba? Usualmente esas cosas no le pasaban por alto, y ahora ni siquiera lo vio venir, había sido ella quien tuvo que encender la flama de la incertidumbre en su interior. Todo el asunto lo desestabilizó por completo.
—Me parece genial que ya tengas totalmente mapeado el lugar. Pero no pienso ir si alguno de los dos corre peligro. No pueden obligarnos, no es nuestro papel. Hemos cumplido con el cometido, ¿no? Es… —el veneno del enojo comenzaba a invadirlo por venas y arterias hasta nublar su pensamiento. Comenzaba a elevar la voz y por eso se detuvo. Lo dijo así, pero en realidad en ese momento quien le preocupaba era ella, él no era importante. Y no se tomó el tiempo de tratar de ocultar las motivaciones reales en su interior.
Era tan buen mentiroso, que él mismo se creía sus falacias, sin embargo, en ese momento, fue completamente honesto consigo mismo.
Aaron Townshend- Inquisidor Clase Alta
- Mensajes : 46
Fecha de inscripción : 22/10/2015
Localización : París
Re: The Glass Menagerie → Privado
Comenzaba a dudar si haberle planteado a Aaron sus inquietudes, había sido saludable para la misión. Lo que la había impulsado a ello, era creer que ambos se habían percatado de lo mismo, y con gran confianza se había sincerado con su compañero. Sin embargo, ver en la expresión de su falso esposo cierta confusión, le hizo creer que ella podía estar equivocada y que todo formase parte de su imaginación. Era difícil que al inquisidor se le pasasen los detalles, podía parecer ineficiente y medio estúpido, pero era un hombre sagaz e inteligente, en quien Helena podía descansar, a sabiendas de que no arruinaría un plan. Quizá lo mejor hubiera sido omitir sus apreciaciones y permitirle ir a la misión con tranquilidad. Había actuado de forma egoísta, haciendo ajenos los miedos propios. Últimamente veía conspiraciones en todos lados, y se lo comenzaba a atribuir al cansancio de tantos años viviendo al límite. Nadie sobrevive con la mente sana después de dedicar una vida a la Inquisición, de poner la propia vida en riesgo constantemente.
La sorprendió que él la tomara de la mano. Hubiera querido no responder al gesto, pero lo apretó con suavidad, casi imperceptible. La reconfortaba, le hacía creer que, de verdad, todo estaría bien. Y aunque estaba intentando endilgarle sus sospechas a cuestiones íntimas, muy en el fondo sabía que estaba fundamentado. Intentó sonreírle, pero jamás lograría la calidez que él conservaba. Los años y la experiencia, a Aaron Townshend, no lograban quitarle de la mirada y de la sonrisa, aquel brillo inocente de la niñez. Era extraño, pero allí podía ver eso que lo volvía tan especial, no sólo para ella –porque debía admitir que lo era- sino para los demás mortales. Le atribuía sus incontables conquistas a eso, seguramente no era la única mujer que lograba ver aquella faceta del inglés.
—Tenemos que hacerlo —dijo con tranquilidad, quizá buscando calmar a su compañero, que estaba visiblemente alterado. Odiaba haber provocado eso en él. —Sólo que debemos ser más cuidadosos que de costumbre. No quiero que sufras con ésta información, si es que puedo llamarla de esa forma —observó su plato, el aroma, de pronto, le devolvió el apetito. La intensidad de los olores le activaba ciertos mecanismos que se volvían difíciles de controlar. Tomó el tenedor y el cuchillo y cortó un trocito del faisán. Ahora era su turno de comer en aquellas apremiantes circunstancias.
—Espero recobres el apetito, querido. Esto está verdaderamente delicioso —comentó tras tragar el pequeño bocado que se había llevado a la boca. El cambio repentino de humor no sólo se debía a un intento de animar a Aaron, sino que podía percibir que eran observados por una pareja, que se encontraba bastante alejada, pero que no podía escapar al ojo entrenado de una persona como Helena.
— ¿Sabes? —entendió que el inglés también se había percatado. Ellos funcionaban así. Se limpió las comisuras tras beber un sorbo de agua —Creo que deberíamos ser marido y mujer nuevamente —ésta vez fue ella la que estiró su mano y tomó la de Townshend. Agradecía que la mesa fuera pequeña, por lo que pudo depositar un suave beso en el dorso de los dedos de su compañero. Aún le resultaban extrañas las muestras de afecto entre ambos tras el episodio del cabaret. Pero debían llevar a cabo su rol a raja tabla. —Y creo, también, que deberíamos irnos pronto —regresó la mano a la mesa, pero no alejó la suya, mantuvo el contacto y lo acompañó de una de las encantadoras sonrisas de Mathilde Ockham.
La sorprendió que él la tomara de la mano. Hubiera querido no responder al gesto, pero lo apretó con suavidad, casi imperceptible. La reconfortaba, le hacía creer que, de verdad, todo estaría bien. Y aunque estaba intentando endilgarle sus sospechas a cuestiones íntimas, muy en el fondo sabía que estaba fundamentado. Intentó sonreírle, pero jamás lograría la calidez que él conservaba. Los años y la experiencia, a Aaron Townshend, no lograban quitarle de la mirada y de la sonrisa, aquel brillo inocente de la niñez. Era extraño, pero allí podía ver eso que lo volvía tan especial, no sólo para ella –porque debía admitir que lo era- sino para los demás mortales. Le atribuía sus incontables conquistas a eso, seguramente no era la única mujer que lograba ver aquella faceta del inglés.
—Tenemos que hacerlo —dijo con tranquilidad, quizá buscando calmar a su compañero, que estaba visiblemente alterado. Odiaba haber provocado eso en él. —Sólo que debemos ser más cuidadosos que de costumbre. No quiero que sufras con ésta información, si es que puedo llamarla de esa forma —observó su plato, el aroma, de pronto, le devolvió el apetito. La intensidad de los olores le activaba ciertos mecanismos que se volvían difíciles de controlar. Tomó el tenedor y el cuchillo y cortó un trocito del faisán. Ahora era su turno de comer en aquellas apremiantes circunstancias.
—Espero recobres el apetito, querido. Esto está verdaderamente delicioso —comentó tras tragar el pequeño bocado que se había llevado a la boca. El cambio repentino de humor no sólo se debía a un intento de animar a Aaron, sino que podía percibir que eran observados por una pareja, que se encontraba bastante alejada, pero que no podía escapar al ojo entrenado de una persona como Helena.
— ¿Sabes? —entendió que el inglés también se había percatado. Ellos funcionaban así. Se limpió las comisuras tras beber un sorbo de agua —Creo que deberíamos ser marido y mujer nuevamente —ésta vez fue ella la que estiró su mano y tomó la de Townshend. Agradecía que la mesa fuera pequeña, por lo que pudo depositar un suave beso en el dorso de los dedos de su compañero. Aún le resultaban extrañas las muestras de afecto entre ambos tras el episodio del cabaret. Pero debían llevar a cabo su rol a raja tabla. —Y creo, también, que deberíamos irnos pronto —regresó la mano a la mesa, pero no alejó la suya, mantuvo el contacto y lo acompañó de una de las encantadoras sonrisas de Mathilde Ockham.
Helena de Bragança- Condenado/Cambiante/Clase Alta
- Mensajes : 36
Fecha de inscripción : 22/10/2015
Re: The Glass Menagerie → Privado
Algo estaba mal, fuera de su lugar, pero no alcanzaba a ver el qué y eso era lo que verdaderamente le desesperaba. Se talló la frente con la palma de la diestra y escuchó. Comenzaba a depender demasiado de ella. En las misiones, confiaba en esas habilidades que tenía, pero más grave aún, comenzaba a necesitar de su presencia como una especie de apoyo moral. Y eso era peligroso. Jamás, debías conferirle tanto poder a un colega, y menos él, que no estaba hecho para cosas duraderas. Tragó saliva y la miró, agradeció el intento de recobrar la normalidad, aunque pronto se dio cuenta del motivo: eran observados.
Sonrió, era Bernard Ockham otra vez, debía mantener la farsa y observó a Mathilde comer como si se tratara de un espejismo. Fata morgana en el desierto, que anuncia agua, o un final. Quiso retomar él mismo su comida. Que vaya, eran inquisidores y todo, pero no había comido en todo el día, sin embargo, que ella fuera ahora quien lo tomaba de la mano lo descolocó por completo. Ya ni qué decir de sus palabras. Si hubiera estado comiendo, se hubiera atragantado con el bocado. No obstante, hábil como era, sólo alzó ambas cejas y luego rio con educación; una risa breve y suave, algo frugal.
—¿Irnos de aquí, de este restaurante, o de París? —Le sonrió—, ¿es acaso una invitación para huir juntos? —Regresó a ser ese mismo Aaron bromista, algo molesto, que siempre era. Que le coquetea a todo lo que se moviera.
—Tienes razón —asintió—, en que deberíamos volver a ser esposos y en que deberíamos irnos, pero terminemos de comer, sin postre —le dijo como si cualquier cosa (no quería darle más peso del que merecía) y él mismo retomó sus alimentos. Aunque algo apresurado, disfrutó finalmente del faisán en santa paz, y sólo hasta el final bebió un poco de agua. Estaba acostumbrado a comer en situaciones más extremas, y cosas mucho menos apetitosas.
Cuando hubo terminado, se limpió la boca. Fueron apenas pocos minutos, comió en tiempo récord.
—¿Lista para irnos? —Preguntó. Era un gesto poco usual en él, jamás iba por la vida velando por los demás. Alzó la mano para llamar al mesero y pedir la cuenta. Éste se acercó con la carta de postres.
—Lo siento, esta vez será sin postre, tráeme la cuenta por favor —el camarero sólo asintió, se guardó el menú de postres y se marchó de nuevo—. Ah, me deberás un postre, cariño —le sonrió. Le sonrió de tal modo que parecía decir algo más. Que estaban en eso juntos, que no lo dejara hundirse, porque él no lo haría con ella. ¡Demonios! Si se lo pudiera decir, si no le costara tanto trabajo expresar ese tipo de cosas, ¿sería más sencillo? Toda la vida había creído que no, que eso sólo lo complicaba todo, pero ya no estaba tan seguro.
El mesero regresó. Aaron pagó con dinero que la Inquisición les había dado para viáticos y se puso de pie, sólo para ofrecer su mano a su falsa esposa, con esa caballerosidad suya y marcharse.
—Nos esperan jornadas complicadas, será mejor que descansemos —le dijo en confidencia. Demasiado cerca del oído. Con ello, sin esperar por su cambio de lo que había pagado —que fuera la propina de aquel testigo de tan peculiar cena— se dirigió a la puerta, con ella a su lado. El matrimonio Ockham.
TEMA FINALIZADO.
Aaron Townshend- Inquisidor Clase Alta
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