AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Por fin [...] una moneda y una pastilla de jabón [Libre]
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Por fin [...] una moneda y una pastilla de jabón [Libre]
Trescientas rosas morenas
lleva tu pechera blanca.
Tu sangre rezuma y huele
alrededor de tu faja.
Pero yo ya no soy yo.
Ni mi casa es ya mi casa.
Romance sonámbulo
lleva tu pechera blanca.
Tu sangre rezuma y huele
alrededor de tu faja.
Pero yo ya no soy yo.
Ni mi casa es ya mi casa.
Romance sonámbulo
Sueños […] mis dulces sueños se habían convertido en pesadillas hasta el punto de dejarme agotada durante los luminosos días. No había noche sin las manos de mi padre manchadas de sangre y tampoco sin el dulce rostro, pero crueles ojos, de mi falso marido. Estaba atrapada entre tres mundos, el de las premoniciones, el real y el del poco descanso que lograba robar a hurtadillas a diferentes horas. Pero cada mañana, procuraba ponerle buena cara al mal día. Estaba a salvo, había estado a salvo durante algún tiempo y pensaba seguir así hasta que el maldito hombre se decidiese a venir a por mí. Sabía que un día me iba a encontrar, pero mientras yo tenía que mantenerme sin recurrir a los actos deshonrosos a los que algunos de los otros gitanos recurrían. Aquella mañana no fue diferente a las demás. Me levante y me vestí a mi modo, todo color, estampados de flores y accesorios brillantes. Aunque mis collares y mis pendientes no eran de oro, lo parecían. Por otro lado me hice una trenza y no tarde mucho más en salir hacía el mercado para buscar trabajo.
Estuve durante todo el día en el mercado, vendiendo ahí donde requerían personal, hasta me llamaron en uno de los puestos que más ilusión me hacía. La verdad era que no me consideraba una persona muy fina, y aquel trabajo no dejaba duda de ello. Las gallina se había convertido, en el último tiempo, uno de los alimentos más solicitado por los parisinos. Había un montón de mercaderes que buscaban personas capaces de romperles el cuello a los pollos sin pestañear. Generalmente el trabajo no lo hacía gente muy fina, por lo que disfruté totalmente aquello justo al vagabundo de ojos bizcos y el ruso malhablado. Teníamos que romperle el cuello al pollo y luego meter el cuerpo inerte en agua hirviendo para ir desplumándolo. Algunos de los que no tenían mucha experiencia, como algunas de las mujeres nuevas, llegaban incluso a tener arcadas, cosa que me parecía bastante divertida ya que en el mercado había cosas mucho peores, como por ejemplo el puesto de pescado. Era ese el que menos podía soportar. Ahí sí que olía a muerto y una vez acabado, el olor, no se quedaba en el trabajo sino que seguía al trabajador ahí donde quiera que estuviese. Por eso durante mi largo periodo en el mercado había evitado todos los puestos de pescado. Para eso había personas con mucho más estomago que yo.
Tras una larga jornada, y unas monedas bien merecidas, acabamos yéndolos todos hacia nuestras respectivas casas. El bizco se hecho en el suelo en una de las esquinas, pues esa era su casa, con una nueva botella de Ginebra entre sus manos y una sonrisa sin dientes en la cara ¡Al final él se lo iba a pasar mejor que nadie aquella noche! El ruso, por otro lado, me acompaño un largo recorrido hasta llegar a una de las casa de putas. Le sonreí y le deje marchar con un saludo cordial mientras seguía con mi camino. Yo había encontrado el área de los gitanos bastante acogedora, pero había procurado vivir un poco más alejada. No quería que mis sueños alteraran a nadie y tampoco quería que los gitanos sufriesen por mi culpa. Aquello que había pasado en mi antigua comunidad de gitanos no tenía que volver a pasar cuando mi padre me encontrara. No iba a haber más derramamiento de sangre por mi culpa.
Al pensar en ello, me sentí sucia, como siempre me sentía cuando me torturaba de tal manera. Necesitaba un baño, ya no solo por mi mente enferma, sino debido al olor de los pollos. Por suerte aquel día, en algún momento entre el descanso y las risas de los compañeros, había comprado una pastilla de jabón en el mercado por lo que desvié el camino y no me dirigí al área de los gitanos, sino que seguí todo el recorrido a pie hasta llegar a la laguna. Ahí busque una de las zonas menos concurridas y me quite el corsé apretado así como las largas faldas quedándome solamente en el camisón que tenía bajo la ropa. No era tan tonta como para quitarme ese también, ya que las mujeres corríamos ciertos riesgos, por lo que lo deje. El saco con las pocas monedas que había ganado me lo ate a la trenza, para estar seguro de no perderlo mientras me bañaba, y en las manos libres cogí la pastilla de jabón. Sabía que mi apariencia no debía de ser nada femenina, ni erótica, pero la verdad era que yo no era como aquellas mujeres francesas, ni como las gitanas francesas. Yo había heredado aquello que ninguna mora debía heredar, los genes del padre con la sangre fiera en las venas, por lo que la fragilidad femenina y deseable se la había llevado toda mi madre con su muerte al darme a luz. Al final, me metí en el agua poco a poco, y aunque estaba fría ningún quejido salió de mis labios. Cuando estuve sumergida hasta la cintura empecé a pasar la pastilla de jabón primero por mis manos y luego desde mis manos hasta mi rostro, y así hasta limpiar cualquier olor de mi cuerpo, además de querer limpiar un poco mi conciencia […] cosa, sin duda, imposible.
Zima Ozorai- Gitano
- Mensajes : 14
Fecha de inscripción : 18/04/2015
Re: Por fin [...] una moneda y una pastilla de jabón [Libre]
- En el silencio, todo se volvía mucho más ruidoso aunque quisieran negar su existencia la mayor parte de la gente que vivía con miedo a éste. Por ejemplo, si respirabas podías escuchar cuantas veces tu respiración era bloqueada por un suspiro o un simple golpe de zapatos, los latidos del corazón ya no tenían secretos porque se escuchaban de manera imperiosa, latiendo como siempre pero como nunca ante se había escuchado. Los movimientos que hacían, acudían con un adelanto por cada roce de tela o cada ve que ibas a tomar el cigarrillo, éste se colocaba de forma que podías ver o escuchar absolutamente todo. Pero en ese silencio, lo que más odiaba el pelinegro no era precisamente poder escuchar absolutamente todo lo que había a su alrededor, más bien se complacía de ser el único protagonista que caminaba por ese sitio, sin soportar miradas o responder a la cuestionable moral que muchos se estaban marcando, más bien, lo que temía era su propia auto-compasión.
No dormía, necesitaba de los brazos de alguna mujer o de algún hombre para poder dormir, respiraciones aparte, los movimientos de la otra persona tan necesarios que llegaban a encrespar sus nervios pero mantenía silencio (sí, de nuevo silencio) para no despertar a la otra persona, al menos hasta que saliera el sol. Dormía con las ventanas abiertas, dejaba que el calor quemase su piel y cuantas veces había cabeceado en un banco del parque como si no tuviese dinero para gastar. Eso era lo que inquietaba sus pensamientos ya que era en la quietud de la noche o en el comienzo del alba, donde empezaba a cuestionarse si vivía bien, porque no podía dormir, que necesitaba, porqué ahora que lo tenía todo se preguntaba porqué había tenido una infancia jodida y era en ese preciso instante cuando se respondía a si mismo "No eres el jodido ombligo del mundo, ¿a quien le importa tu infancia?", A pesar de todo, buscaba excusas para ser eso, un rey en medio del desierto, un príncipe exiliado que exigía sus derechos como un monarca en un reino donde solo estaba él. Había gente viviendo peor vida que la suya, sin embargo, no le importaba nada.
Los demás eran los demás y él, era él. Para que acabar comparando su vida con otros, ¿Acaso iba a encontrar compasión viendo a algún vagabundo rebuscar entre la basura mientras que él tenía un tazón de carne en la mano?. A veces, no podía negarlo pues debía de jugar al realismo, si le colmaba de satisfacción ver a alguien en una esquina deseando tener la misma vida que él tenía, mientras que al mismo tiempo, él, no le regalaría la vida que había tenido que soportar, incluso el como había logrado su fortuna. "Basta de tantas mierdas" acabó por pensar, mientras se dirigía al lado con paso decidido, tenía por costumbre darse un escarmiento él mismo metiéndose en el agua, estaba helada así sus dudas se despejaban, el dolor de huesos le duraba hasta la mañana siguiente pero como siempre había escuchado: "El dolor es algo bueno, significa que aún estamos vivos". Y eso era todo lo que necesitaba saber por el momento.
Claro que en sus cálculos no entraba que había una mujer en la laguna, en sus cálculos tampoco entraba que la encontrase atractiva pero al mismo tiempo no se molestó en hacer más averiguaciones. Tragó, Si hubiese sido de día, la habría echado porque él era mucho más que ella ( o eso pensaba, pues su sentido del egoismo aumentaba cuando estaba en ese estado airado ). No obstante se detuvo, pensó por primera vez con la cabeza- Mujer -dijo en alto, al hacerlo , ese silencio parecía haber entrado en cólera, pues el eco de su voz pudo oírse- Necesito meterme dentro. ¿Te importa tener compañía? -Alzó las manos una vez que había terminado de hablar- No me interesa asaltarte o cosas por el estilo. -Si hubiese sido un hombre se habría metido de cabeza, incluso hubiese buscado pelea con éste si tuviera la ocasión, si bien por otra parte, una mujer era mucho mejor que un hombre, no quitaba que las mujeres que habían conocido tenían tanto sentido de la intimidad que le echaban si éstas querían quitarse la ropa, No digamos mucho menos darse un baño. No la miró, más bien dijese lo que dijese iba a entrar, no obstante se separó de ella para darle su espacio, si con eso se enojaba, entonces es que era una mujer demasiado rara.
Se quitó la camisa de color beige que estaba decorada con algunas manchas de color grisáceo, la corbata y los pantalones reposaron en el mismo sitio. A él no le importaba demasiado si había ladrones o no, mucho tiempo atrás le habían robado la ropa y no tuvo problemas en andar completamente desnudo. La policía le metió una noche entre rejas por alteración del orden público pero sinceramente, no le prestaba atención a esas idioteces. Eso habría hecho, completamente desnudo, nadar, desahogarse, notar el aire de sus pulmones deshacerse en quejidos, aunque esta vez, se dejó la ropa interior y se metió de cabeza. Aguantó la respiración, sumergiéndose todo lo que le permitía la laguna, pues si bien habían zonas profundas, otras eran superficiales. Salió, respirando aceleradamente, el vaho que salía de su boca revelaba lo fría que estaba el agua, al chocar contra su cuerpo que estaba caliente por las ropas, se tensó en un principio, pero permaneció de pie, mirando hacía la luna. No quiso dar conversación a la mujer, después de todo, si le hablase sabía que recibiría mordiscos o algún que otro grito-
No dormía, necesitaba de los brazos de alguna mujer o de algún hombre para poder dormir, respiraciones aparte, los movimientos de la otra persona tan necesarios que llegaban a encrespar sus nervios pero mantenía silencio (sí, de nuevo silencio) para no despertar a la otra persona, al menos hasta que saliera el sol. Dormía con las ventanas abiertas, dejaba que el calor quemase su piel y cuantas veces había cabeceado en un banco del parque como si no tuviese dinero para gastar. Eso era lo que inquietaba sus pensamientos ya que era en la quietud de la noche o en el comienzo del alba, donde empezaba a cuestionarse si vivía bien, porque no podía dormir, que necesitaba, porqué ahora que lo tenía todo se preguntaba porqué había tenido una infancia jodida y era en ese preciso instante cuando se respondía a si mismo "No eres el jodido ombligo del mundo, ¿a quien le importa tu infancia?", A pesar de todo, buscaba excusas para ser eso, un rey en medio del desierto, un príncipe exiliado que exigía sus derechos como un monarca en un reino donde solo estaba él. Había gente viviendo peor vida que la suya, sin embargo, no le importaba nada.
Los demás eran los demás y él, era él. Para que acabar comparando su vida con otros, ¿Acaso iba a encontrar compasión viendo a algún vagabundo rebuscar entre la basura mientras que él tenía un tazón de carne en la mano?. A veces, no podía negarlo pues debía de jugar al realismo, si le colmaba de satisfacción ver a alguien en una esquina deseando tener la misma vida que él tenía, mientras que al mismo tiempo, él, no le regalaría la vida que había tenido que soportar, incluso el como había logrado su fortuna. "Basta de tantas mierdas" acabó por pensar, mientras se dirigía al lado con paso decidido, tenía por costumbre darse un escarmiento él mismo metiéndose en el agua, estaba helada así sus dudas se despejaban, el dolor de huesos le duraba hasta la mañana siguiente pero como siempre había escuchado: "El dolor es algo bueno, significa que aún estamos vivos". Y eso era todo lo que necesitaba saber por el momento.
Claro que en sus cálculos no entraba que había una mujer en la laguna, en sus cálculos tampoco entraba que la encontrase atractiva pero al mismo tiempo no se molestó en hacer más averiguaciones. Tragó, Si hubiese sido de día, la habría echado porque él era mucho más que ella ( o eso pensaba, pues su sentido del egoismo aumentaba cuando estaba en ese estado airado ). No obstante se detuvo, pensó por primera vez con la cabeza- Mujer -dijo en alto, al hacerlo , ese silencio parecía haber entrado en cólera, pues el eco de su voz pudo oírse- Necesito meterme dentro. ¿Te importa tener compañía? -Alzó las manos una vez que había terminado de hablar- No me interesa asaltarte o cosas por el estilo. -Si hubiese sido un hombre se habría metido de cabeza, incluso hubiese buscado pelea con éste si tuviera la ocasión, si bien por otra parte, una mujer era mucho mejor que un hombre, no quitaba que las mujeres que habían conocido tenían tanto sentido de la intimidad que le echaban si éstas querían quitarse la ropa, No digamos mucho menos darse un baño. No la miró, más bien dijese lo que dijese iba a entrar, no obstante se separó de ella para darle su espacio, si con eso se enojaba, entonces es que era una mujer demasiado rara.
Se quitó la camisa de color beige que estaba decorada con algunas manchas de color grisáceo, la corbata y los pantalones reposaron en el mismo sitio. A él no le importaba demasiado si había ladrones o no, mucho tiempo atrás le habían robado la ropa y no tuvo problemas en andar completamente desnudo. La policía le metió una noche entre rejas por alteración del orden público pero sinceramente, no le prestaba atención a esas idioteces. Eso habría hecho, completamente desnudo, nadar, desahogarse, notar el aire de sus pulmones deshacerse en quejidos, aunque esta vez, se dejó la ropa interior y se metió de cabeza. Aguantó la respiración, sumergiéndose todo lo que le permitía la laguna, pues si bien habían zonas profundas, otras eran superficiales. Salió, respirando aceleradamente, el vaho que salía de su boca revelaba lo fría que estaba el agua, al chocar contra su cuerpo que estaba caliente por las ropas, se tensó en un principio, pero permaneció de pie, mirando hacía la luna. No quiso dar conversación a la mujer, después de todo, si le hablase sabía que recibiría mordiscos o algún que otro grito-
Axter Moureau- Humano Clase Alta
- Mensajes : 65
Fecha de inscripción : 15/01/2015
Re: Por fin [...] una moneda y una pastilla de jabón [Libre]
Estaba lo suficientemente ensimismada en mis pensamientos como para ignorar la sacudida de las hojas, pero no tanto como para ignorar unos pasos. Cuando escuche a alguien acercarse, deje de pasarme la pastilla de jabón por encima por un momento y me quede parada, mirando, expectante, a ver que hacía al final aquella figura tragada por la oscuridad. Para mi sorpresa, aquel hombre, se paró justo a mi altura y tras unos momentos de silencio hablo como si él fuera el ombligo del mundo y este le perteneciese. Arquee una ceja mientras le escuchaba, pero no dije nada. Seguí entonces con el movimiento de la pastilla de jabón mientras él se desvestía. Mis ojos en ningún momento habían abandonado la vista de su cuerpo, y aunque estaba en penumbra, fue capaz de distinguir muchas de sus características físicas. De cuerpo era guapo ¿Para qué negarlo? Era una mujer, pero tampoco es que fuese de piedra como las señoritas de alta sociedad, sin embargo, la hermosura física no parecía tener su igual con las palabras. Suspiré sonoramente dejando caer la pastilla de jabón en el agua y justo cuando él se sumergió, así lo hice yo también.
Deje que el agua me engullese, deje que me quitase el único medio de sustento imprescindible, el aire, pero cuando mis pulmones empezaron a resentirse tuve que salir a la superficie. Estaba un poco loca, pero no lo suficiente como para quedarme dentro y hacerme daño a mí misma. En estos casos, en mi persona, era el sentido de la supervivencia el que primaba. No quería morir, si había nacido era por algo y si mi vida era dura tal vez se debía a que Dios o Alá lo habían querido así. Al abrir los ojos, volví a ver a aquel desconocido, se había alejado de mi como si tuviese la peste y eso me molesto un poco. Era una gitana, pero eso no era sinónimo de sucio y leproso. -¡Gadjo!- llamé su atención haciéndole una señal. Mis pulmones se resintieron por culpa de mis palabras. La verdad era que había estado en el agua más de lo que creía y me dolía a la hora de hablar, pero no le daría la satisfacción al muchacho de callarme. Si había venido a bañarse a mi lado, por algo sería. -¿Por qué has venido aquí a bañarte? Hay mucha más laguna para los dos, y esos rincones…- le señale la orilla de la laguna en el otro lado, donde tampoco había tanta luz y tampoco mucha gente -Esos rincones tampoco son concurridos- sentencié para luego llevarme la mano a la trenza. De la trenza aún tenía colgada mi bolsa con monedas y me alegraba ya que no quería perder el poco dinero que había logrado ganar. Lo necesitaba para comprar pan y un poco de leche […] o tal vez algo de queso de vaca. Sí, sin duda, el queso era mejor y me proporcionaba más nutrientes que la leche. Costaba unas dos o tres monedas más, pero tampoco me iba a empobrecer por eso. Dos monedas no iban a cambiar mi estatus social, por lo que no importaba.
Miré al gadjo e inconscientemente me pregunte cuánto dinero tendría él. La ropa que llevaba, me había dado cuenta, que no era nada barata, por lo que debía de ser algún pez gordo aburrido de su existencia. Eso me hizo sonreír. Al final todos los gadjos y muchos gitanos buscaban lo mismo, el dinero, la posición social, todo lo bueno, pero cuando lo conseguían, si es que llegaban a conseguirlo alguna vez, entonces su vida perdía todo propósito. Sentía lastima, verdadera lástima por todos aquellos que buscaban el dinero antes que la felicidad o las rizas. Los gadjos sobretodo, tenían una concepción del tiempo bastante rígida, no había nada relajado en ellos, nada que fuese atractivo a mis ojos y eso le pasaba incluso al loco gadjo que se bañaba conmigo en aquella parte de la laguna. Suspiré sonoramente, dejando que mi suspiro lo escuchase hasta el loco y luego volví a hablar, con la voz algo trémula por el frío que empezaba a meterse bajo mis huesos ya –Gadjo loco, ven, vamos a salir a la orilla. Si no salimos ahora los dedos de los pies se nos podrán negros y luego se nos caerán. No se tú, pero yo tengo unos dedos preciosos así que no quiero que se me caigan.- tras decir eso emprendí el camino hacia la orilla, pero antes de salirme me volví otra vez hacía él y le hablé -Tienes suerte de que la ropa de hombre no sea de mi talla, porque si no seguramente ya estaría a más de un kilómetro con ella puesta y riéndome de tu culo blancucho y desnudo.
Deje que el agua me engullese, deje que me quitase el único medio de sustento imprescindible, el aire, pero cuando mis pulmones empezaron a resentirse tuve que salir a la superficie. Estaba un poco loca, pero no lo suficiente como para quedarme dentro y hacerme daño a mí misma. En estos casos, en mi persona, era el sentido de la supervivencia el que primaba. No quería morir, si había nacido era por algo y si mi vida era dura tal vez se debía a que Dios o Alá lo habían querido así. Al abrir los ojos, volví a ver a aquel desconocido, se había alejado de mi como si tuviese la peste y eso me molesto un poco. Era una gitana, pero eso no era sinónimo de sucio y leproso. -¡Gadjo!- llamé su atención haciéndole una señal. Mis pulmones se resintieron por culpa de mis palabras. La verdad era que había estado en el agua más de lo que creía y me dolía a la hora de hablar, pero no le daría la satisfacción al muchacho de callarme. Si había venido a bañarse a mi lado, por algo sería. -¿Por qué has venido aquí a bañarte? Hay mucha más laguna para los dos, y esos rincones…- le señale la orilla de la laguna en el otro lado, donde tampoco había tanta luz y tampoco mucha gente -Esos rincones tampoco son concurridos- sentencié para luego llevarme la mano a la trenza. De la trenza aún tenía colgada mi bolsa con monedas y me alegraba ya que no quería perder el poco dinero que había logrado ganar. Lo necesitaba para comprar pan y un poco de leche […] o tal vez algo de queso de vaca. Sí, sin duda, el queso era mejor y me proporcionaba más nutrientes que la leche. Costaba unas dos o tres monedas más, pero tampoco me iba a empobrecer por eso. Dos monedas no iban a cambiar mi estatus social, por lo que no importaba.
Miré al gadjo e inconscientemente me pregunte cuánto dinero tendría él. La ropa que llevaba, me había dado cuenta, que no era nada barata, por lo que debía de ser algún pez gordo aburrido de su existencia. Eso me hizo sonreír. Al final todos los gadjos y muchos gitanos buscaban lo mismo, el dinero, la posición social, todo lo bueno, pero cuando lo conseguían, si es que llegaban a conseguirlo alguna vez, entonces su vida perdía todo propósito. Sentía lastima, verdadera lástima por todos aquellos que buscaban el dinero antes que la felicidad o las rizas. Los gadjos sobretodo, tenían una concepción del tiempo bastante rígida, no había nada relajado en ellos, nada que fuese atractivo a mis ojos y eso le pasaba incluso al loco gadjo que se bañaba conmigo en aquella parte de la laguna. Suspiré sonoramente, dejando que mi suspiro lo escuchase hasta el loco y luego volví a hablar, con la voz algo trémula por el frío que empezaba a meterse bajo mis huesos ya –Gadjo loco, ven, vamos a salir a la orilla. Si no salimos ahora los dedos de los pies se nos podrán negros y luego se nos caerán. No se tú, pero yo tengo unos dedos preciosos así que no quiero que se me caigan.- tras decir eso emprendí el camino hacia la orilla, pero antes de salirme me volví otra vez hacía él y le hablé -Tienes suerte de que la ropa de hombre no sea de mi talla, porque si no seguramente ya estaría a más de un kilómetro con ella puesta y riéndome de tu culo blancucho y desnudo.
Zima Ozorai- Gitano
- Mensajes : 14
Fecha de inscripción : 18/04/2015
Re: Por fin [...] una moneda y una pastilla de jabón [Libre]
-Para los parisinos o mejor dicho para los de su misma clase social, él era uno de esos salvajes que hacía que la sociedad de los ricos tuviesen tan mala fama, pero para los pobres él no era sino un amanerado que estaba loco en éste mundo lleno de lógica. Él, solo se consideraba un hombre que ofrecía más credibilidad a los propios instintos que a cualquier otra causa, como por ejemplo los modales o la estricta ética por la que muchos se ataban incluso desde el momento en el que nacían, Axter, por el contrario, encontraba placentero refugiarse en su modo de ser. Aunque muchos verían que ser un hombre dado a sus propios placeres ( no necesariamente todos eran sexuales ) no era demasiado bien visto cuando estaba cerca de una mujer, no podía evitarlo, si ella estaba incómoda no lo sabía, sin embargo no era el tipo de hombre demasiado caballeroso desde el comienzo así que actuar como uno en esos momentos era una necesidad de la que podía prescindir. Pero no podía omitir de como el silencio se rompía cuando ambos se movían, ella por un lado y él por el otro, sobre todo se dedicó a mirar a la luna llena que parecía una testigo muda de lo que estaban haciendo aquellos dos en un lago en medio de la nada, en la noche. Una respiración más, el vaho difuminó por segundos la silueta de la luna tildando de mentiroso al hombre, que a pesar de la tensión en sus músculos y de su aliento visible, estaba satisfecho, completamente cómodo, pero todo parecía dejar en entredicho la comodidad que ahora mismo estaba sintiendo mientras que perdía de vista a sus propias manos por el espesor de la noche.
Al mismo tiempo que sus manos agasajaban el agua de manera febril e incluso impaciente no podía más que ser sincero ya que aunque estaba respetando de momento el espacio vital de aquella mujer, más de una mirada se había escapado en la dirección de la misma; Sabía que era un compañero non-grato en esos mismos instantes, pero las miradas de curiosidad continuaban, pasaban desapercibidas por la misma oscuridad que al mismo conseguía enloquecer al pelinegro, pues si bien algunas de sus acciones encontraban un escondite perfecto hasta cierto punto, no podía negar que en el manto de la noche no podía sino difuminar o acentuar por partes iguales a la mujer que tenía a sus espaldas. Le había notado, gracias a las débiles hebras de la luz de la luna que tenía un color de piel aceituno propio de las clases bajas o de las medias, pues había visto constantemente a las mujeres de su clase tener una sombrilla precisamente para no cambiar el color pálido de sus rostros. El color aceituno, aquellas curvas que se escondían en la ropa que llevaba puesta que al mismo tiempo exponían lo que un hombre solo era capaz de ver, la pomposidad de las caderas o el deleite de sus facciones. Se giró, un poco de agua aclararía sus sentidos así que a pesar de estar dentro de ésta, golpeó su rostro con una buena cantidad de agua. Entre dos desconocidos, existían varios tipos de silencio como por ejemplo uno de los más comunes, el silencio incómodo.
Él quería preguntar "Quien diablos se baña con ropa" pero nada más pensar en aquella frase era evidente que sabía cual era su error. Él iba a la laguna casi todas las noches, en especial las que siente aquel ataque de melancolía capaz de aterrizar en sus pensamientos de manera que no se pudiese despegar, por ende, el agua fría, el simplemente disfrutar de tan pequeño placer le evitaba exasperarse por tal estupidez, no obstante, siempre estaban aquellos dispuestos más que a gastar una broma a vivir de lo que podían, parecían animales nocturnos esperando a la noche para salir. Varias noches, le habían robado la ropa, pantalones, ropa interior, incluso el dinero que tenía dentro para ganar un poco; Él, era del tipo de hombre que no le importaban los escándalos o mejor dicho, él era quien solía provocar los escándalos por lo que iba desnudo por las calles de paris. Algunas ocasiones había pasado desapercibido porque no había nadie, pero en otra ocasión, había escandalizado a una madre con sus hijas y fue obligado a estar una noche en la carcel por alterar el orden público, era una razón por la que se había dejado la ropa interior, otra de las excusas para hacerlo podría ser la presencia femenina aunque primaba más el hecho de que si le robaban la ropa, al menos tuviese algo que cubriese su anatomía. Por otro lado y volviendo a la pregunta que antes se habría formulado, debía de replantearse otra duda ¿ Cómo se habría comportado si la hubiese visto ?. Debía de ser sincero, era un hombre, como todo hombre frecuentaba las ocasiones en la que pensaba más con lo de abajo que con lo de arriba, así que se habría ganado una bofetada o un mordisco lo más probable, quien sabe, las mujeres de la actualidad sabían como morder a su presa y no soltar hasta que la sangre brotaba.
Con ese cómico pensamiento escuchó a duras penas a la mujer - Vengo todos los días - Respondió con simpleza acentuando cada uno de sus movimientos para entrar en calor, la temperatura del agua cada segundo que pasaba era cada vez un poco menos fría, pero eso quería decir qu se estaba acostumbrando y no que había subido un poco de temperatura, más bien, incluso podría estar igual o tan fría como al comienzo, por otra parte, se centró en lo que estaba diciendo a aquella mujer - Soy un animal de costumbres y como buen animal, vengo al mismo sitio sin importarme si hay alguien o no. - Apenas terminó la frase cuando se giró en dirección a la mujer, ¿Gadjo? que mierdas le estaba diciendo, no estaba seguro de si era o no un insulto pero viendo por como lo utilizaba después de una frase descartó eso, básicamente porque la ignorancia le era beneficiosa en ese momento, incluso si la mujer se estaba riendo más tarde. Era curioso, que lo pronunciase de una manera tan poco típica, así que significaba que era extranjera pues no utilizaba el pomposo tono parisino que la mayor parte de los habitantes utilizaban. - Nunca te he visto aquí. No puedo asegurar si éste es un sitio concurrido o no. -A decir verdad, le gustaba su silencio.
Era un sitio que ofrecía un paraiso en medio del bullicio, pero tan solo en las noches, dado que en las mañanas muchos venían a lavarse o a lavar las ropas del patrón, por la tarde los niños solían chapotear y después en la noche los adultos o los amantes, sin embargo, cuando avanza la noche, era un sitio completamente desierto. Pensó en ello mientras ella se estaba moviendo hacía la orilla insinuando algo sobre que los dedos se caerían, por primera vez, sabiendo que él era un hombre cuyas emociones no solían desbordar hacía el exterior, ofreció una sonrisa sarcástica que más que de burla, era divertida. Admitirlo no sería fácil, pero le gustaba como hablaba esa mujer, un acento extraño pero seductor. Antes de hacer cualquier movimiento se metió de nuevo en el agua, dándose una última zambullida antes de ser alguien "inusualmente" obediente y salir.- No puedo negar lo de tus dedos, pero tampoco puedo negar que mi culo blanco es mucho más atractivo -quería bromear con ella a la par que le lanzaba directamente la camisa, la dejó a unos pies de la mujer mientras buscaba a tientas los pantalones- Puedes llevártela, será algo más caliente que lo que llevas y ya me han visto desnudo por las calles de París, no sería la primera vez. -Se colocó los pantalones, ojeando por última vez el lago que parecía reticente a la soledad con pequeñas ondas que tentaban a los mortales- No soy caballeroso. -Replicó- Y no lo hago porque eres una mujer, si quieres llevarla y darle algún uso, puedes hacerlo -Encogió los hombros, mientras sacaba una pipa de su bolsillo derecho, colocándola en los labios, aun no tomaba las cerillas mientras divisaba de reojo a la mujer que tenía al lado, más que con ojos lascivos, con cierta curiosidad. Adoraba a las mujeres que sabían morder y bien sabía, que ella era una de esas- ¿Como te llamas?
Al mismo tiempo que sus manos agasajaban el agua de manera febril e incluso impaciente no podía más que ser sincero ya que aunque estaba respetando de momento el espacio vital de aquella mujer, más de una mirada se había escapado en la dirección de la misma; Sabía que era un compañero non-grato en esos mismos instantes, pero las miradas de curiosidad continuaban, pasaban desapercibidas por la misma oscuridad que al mismo conseguía enloquecer al pelinegro, pues si bien algunas de sus acciones encontraban un escondite perfecto hasta cierto punto, no podía negar que en el manto de la noche no podía sino difuminar o acentuar por partes iguales a la mujer que tenía a sus espaldas. Le había notado, gracias a las débiles hebras de la luz de la luna que tenía un color de piel aceituno propio de las clases bajas o de las medias, pues había visto constantemente a las mujeres de su clase tener una sombrilla precisamente para no cambiar el color pálido de sus rostros. El color aceituno, aquellas curvas que se escondían en la ropa que llevaba puesta que al mismo tiempo exponían lo que un hombre solo era capaz de ver, la pomposidad de las caderas o el deleite de sus facciones. Se giró, un poco de agua aclararía sus sentidos así que a pesar de estar dentro de ésta, golpeó su rostro con una buena cantidad de agua. Entre dos desconocidos, existían varios tipos de silencio como por ejemplo uno de los más comunes, el silencio incómodo.
Él quería preguntar "Quien diablos se baña con ropa" pero nada más pensar en aquella frase era evidente que sabía cual era su error. Él iba a la laguna casi todas las noches, en especial las que siente aquel ataque de melancolía capaz de aterrizar en sus pensamientos de manera que no se pudiese despegar, por ende, el agua fría, el simplemente disfrutar de tan pequeño placer le evitaba exasperarse por tal estupidez, no obstante, siempre estaban aquellos dispuestos más que a gastar una broma a vivir de lo que podían, parecían animales nocturnos esperando a la noche para salir. Varias noches, le habían robado la ropa, pantalones, ropa interior, incluso el dinero que tenía dentro para ganar un poco; Él, era del tipo de hombre que no le importaban los escándalos o mejor dicho, él era quien solía provocar los escándalos por lo que iba desnudo por las calles de paris. Algunas ocasiones había pasado desapercibido porque no había nadie, pero en otra ocasión, había escandalizado a una madre con sus hijas y fue obligado a estar una noche en la carcel por alterar el orden público, era una razón por la que se había dejado la ropa interior, otra de las excusas para hacerlo podría ser la presencia femenina aunque primaba más el hecho de que si le robaban la ropa, al menos tuviese algo que cubriese su anatomía. Por otro lado y volviendo a la pregunta que antes se habría formulado, debía de replantearse otra duda ¿ Cómo se habría comportado si la hubiese visto ?. Debía de ser sincero, era un hombre, como todo hombre frecuentaba las ocasiones en la que pensaba más con lo de abajo que con lo de arriba, así que se habría ganado una bofetada o un mordisco lo más probable, quien sabe, las mujeres de la actualidad sabían como morder a su presa y no soltar hasta que la sangre brotaba.
Con ese cómico pensamiento escuchó a duras penas a la mujer - Vengo todos los días - Respondió con simpleza acentuando cada uno de sus movimientos para entrar en calor, la temperatura del agua cada segundo que pasaba era cada vez un poco menos fría, pero eso quería decir qu se estaba acostumbrando y no que había subido un poco de temperatura, más bien, incluso podría estar igual o tan fría como al comienzo, por otra parte, se centró en lo que estaba diciendo a aquella mujer - Soy un animal de costumbres y como buen animal, vengo al mismo sitio sin importarme si hay alguien o no. - Apenas terminó la frase cuando se giró en dirección a la mujer, ¿Gadjo? que mierdas le estaba diciendo, no estaba seguro de si era o no un insulto pero viendo por como lo utilizaba después de una frase descartó eso, básicamente porque la ignorancia le era beneficiosa en ese momento, incluso si la mujer se estaba riendo más tarde. Era curioso, que lo pronunciase de una manera tan poco típica, así que significaba que era extranjera pues no utilizaba el pomposo tono parisino que la mayor parte de los habitantes utilizaban. - Nunca te he visto aquí. No puedo asegurar si éste es un sitio concurrido o no. -A decir verdad, le gustaba su silencio.
Era un sitio que ofrecía un paraiso en medio del bullicio, pero tan solo en las noches, dado que en las mañanas muchos venían a lavarse o a lavar las ropas del patrón, por la tarde los niños solían chapotear y después en la noche los adultos o los amantes, sin embargo, cuando avanza la noche, era un sitio completamente desierto. Pensó en ello mientras ella se estaba moviendo hacía la orilla insinuando algo sobre que los dedos se caerían, por primera vez, sabiendo que él era un hombre cuyas emociones no solían desbordar hacía el exterior, ofreció una sonrisa sarcástica que más que de burla, era divertida. Admitirlo no sería fácil, pero le gustaba como hablaba esa mujer, un acento extraño pero seductor. Antes de hacer cualquier movimiento se metió de nuevo en el agua, dándose una última zambullida antes de ser alguien "inusualmente" obediente y salir.- No puedo negar lo de tus dedos, pero tampoco puedo negar que mi culo blanco es mucho más atractivo -quería bromear con ella a la par que le lanzaba directamente la camisa, la dejó a unos pies de la mujer mientras buscaba a tientas los pantalones- Puedes llevártela, será algo más caliente que lo que llevas y ya me han visto desnudo por las calles de París, no sería la primera vez. -Se colocó los pantalones, ojeando por última vez el lago que parecía reticente a la soledad con pequeñas ondas que tentaban a los mortales- No soy caballeroso. -Replicó- Y no lo hago porque eres una mujer, si quieres llevarla y darle algún uso, puedes hacerlo -Encogió los hombros, mientras sacaba una pipa de su bolsillo derecho, colocándola en los labios, aun no tomaba las cerillas mientras divisaba de reojo a la mujer que tenía al lado, más que con ojos lascivos, con cierta curiosidad. Adoraba a las mujeres que sabían morder y bien sabía, que ella era una de esas- ¿Como te llamas?
Axter Moureau- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 15/01/2015
Re: Por fin [...] una moneda y una pastilla de jabón [Libre]
Cuando salí verifique que la bolsita con las monedas seguía atada a la trenza y sonreí al darme cuenta que sí, que el nudo había sido infalible. Estaba lista para ponerme el resto de la ropa que me quedaba en el suelo encima del camisón mojado hasta que el desconocido gadjo salió del agua y me lanzo su camisa como quien no quiere la cosa. Le miré desconcertada hasta que hablo y entonces fue cuando una sonrisa lenta se extendió sobre mi rostro. Menudo gadjo más loco, estaba mal de la cabeza, pero iba a aceptar su oferta pues yo no era de las modositas que me hacía la difícil simplemente para impresionar a un hombre. Lo último que me faltaba realmente era impresionar a los hombres, ya tenía suficientes problemas en mi vida como para añadir otro más a la cola –¿No será esta una de la venganza por meterme a bañar en tu zona no? ¿Estas libre de pulgas? Necesito saberlo porque mira que tengo una melena larga y bonita y lo último que necesito es que uno de esos bichos feos haga nido en mi cabeza– solté con la voz muy seria para luego sonreír y hacerle saber que era una broma. Me empecé a quitar entonces el camisón blanco y húmedo mientras me volvía un poco de lado para que él no me pudiese ver entera.
Si algo me faltaba, eso era la vergüenza, y aunque seguía siendo una mujer que no había conocido hombre, si había interactuado lo suficiente con ellos como para saber cómo comportarme. Después de quitarme el camisón me puse su camisa y abroche los pequeños botones. Fue realmente bueno sentir la tela seca sobre mi cuerpo y un sonido de alivio sonó en cuanto mis brazos y mi pecho quedaron cubiertos. La verdad es que al salir había empezado a sentir algo de frío y el tener el camisón mojado no me había ayudado. Ahora estaba mucho mejor y sabía que estaría mejor en cuanto me pusieses la falda y el corsé que había tirado en el suelo antes de bañarme –Te devolveré la camisa la próxima vez que te vea. Estará lavada, impecable, y olerá a lavanda, como debe oler cada una de las camisas de los gadjos. Te doy mi palabra de gitana– en cuanto estuve del todo vestida me desate la bolsita con las monedas de la trenza y metí las pocas monedas en los senos, ahí donde el corsé comenzaba. En un final me lleve la mano a la trenza y empecé a quitarla hasta dejar toda mi melena al aire. Estaba menos rizada que de costumbre, pero no dejaba de ser larga, brillante y bonita. Sabía que mi cabello era la envidia incluso de las mujeres de la alta sociedad, pero por suerte era lo único que codiciaban de mí ya que mi piel, mis labios y mis ojos no eran nada convencionales. Me parecía mucho más a esa parte mora que a la parte gitana. Algo sobre lo cual no tenía poder y por tanto no podía cambiar.
–Eres un caballero gadjo, te guste o no te guste. Sino lo fueses habrías dejado que me congelara de frío– sentencie. La verdad es que tras pronunciar esas últimas palabras me di cuenta de que le había estado tuteando desde el principio. No había seguido ninguna de las normas sociales. No había hablado con él con respeto, y aun peor, le había estado llamando gadjo, pero al mismo tiempo me di cuenta de que él también me había estado tuteando por lo que la tensión incipiente de mis hombros pronto dejo de manifestarse. –Zima, soy Zima “la bastarda” ¿Y tú, cómo te llamas gadjo? – Le dije mientras me acercaba hacía él. Mis ojos analíticos bajaron por todo su cuerpo hasta llegar a su única vestimenta.
Verlo solo con los pantalones puestos, no me hacía nada de gracia ya que el viento empezaba a soplar más fuerte y su torso estaba desnudo. Probablemente se iba a resfriar por ser tan descuidado, pero a él parecía no importarle. Tanta pasividad me puso los pelos de punta así que empecé a desenrollar una de las capas de mi falda, la más floral de todas, y se la puse en los hombros con mucho cuidado. Era un gesto bastante habitual entre los míos. Nosotros los gitanos nos preocupábamos por los nuestros y también por los que eran buenos con nosotros. La vida de un gadjo valía tanto como la vida de un gitano. Podíamos ser unos apestados para los demás, pero los demás no eran unos apestados para nosotros, habíamos crecido y vivido con ese código durante toda nuestra vida y era imposible cambiar las viejas costumbres, al menos para mí lo era –Ahora si que te pareces más a un gitano, gadjo. Solo tendrías que tener la piel un poco más oscura pero eso se soluciona rápido con un poco de ceniza y unos cuantos días tostándote al sol.
Si algo me faltaba, eso era la vergüenza, y aunque seguía siendo una mujer que no había conocido hombre, si había interactuado lo suficiente con ellos como para saber cómo comportarme. Después de quitarme el camisón me puse su camisa y abroche los pequeños botones. Fue realmente bueno sentir la tela seca sobre mi cuerpo y un sonido de alivio sonó en cuanto mis brazos y mi pecho quedaron cubiertos. La verdad es que al salir había empezado a sentir algo de frío y el tener el camisón mojado no me había ayudado. Ahora estaba mucho mejor y sabía que estaría mejor en cuanto me pusieses la falda y el corsé que había tirado en el suelo antes de bañarme –Te devolveré la camisa la próxima vez que te vea. Estará lavada, impecable, y olerá a lavanda, como debe oler cada una de las camisas de los gadjos. Te doy mi palabra de gitana– en cuanto estuve del todo vestida me desate la bolsita con las monedas de la trenza y metí las pocas monedas en los senos, ahí donde el corsé comenzaba. En un final me lleve la mano a la trenza y empecé a quitarla hasta dejar toda mi melena al aire. Estaba menos rizada que de costumbre, pero no dejaba de ser larga, brillante y bonita. Sabía que mi cabello era la envidia incluso de las mujeres de la alta sociedad, pero por suerte era lo único que codiciaban de mí ya que mi piel, mis labios y mis ojos no eran nada convencionales. Me parecía mucho más a esa parte mora que a la parte gitana. Algo sobre lo cual no tenía poder y por tanto no podía cambiar.
–Eres un caballero gadjo, te guste o no te guste. Sino lo fueses habrías dejado que me congelara de frío– sentencie. La verdad es que tras pronunciar esas últimas palabras me di cuenta de que le había estado tuteando desde el principio. No había seguido ninguna de las normas sociales. No había hablado con él con respeto, y aun peor, le había estado llamando gadjo, pero al mismo tiempo me di cuenta de que él también me había estado tuteando por lo que la tensión incipiente de mis hombros pronto dejo de manifestarse. –Zima, soy Zima “la bastarda” ¿Y tú, cómo te llamas gadjo? – Le dije mientras me acercaba hacía él. Mis ojos analíticos bajaron por todo su cuerpo hasta llegar a su única vestimenta.
Verlo solo con los pantalones puestos, no me hacía nada de gracia ya que el viento empezaba a soplar más fuerte y su torso estaba desnudo. Probablemente se iba a resfriar por ser tan descuidado, pero a él parecía no importarle. Tanta pasividad me puso los pelos de punta así que empecé a desenrollar una de las capas de mi falda, la más floral de todas, y se la puse en los hombros con mucho cuidado. Era un gesto bastante habitual entre los míos. Nosotros los gitanos nos preocupábamos por los nuestros y también por los que eran buenos con nosotros. La vida de un gadjo valía tanto como la vida de un gitano. Podíamos ser unos apestados para los demás, pero los demás no eran unos apestados para nosotros, habíamos crecido y vivido con ese código durante toda nuestra vida y era imposible cambiar las viejas costumbres, al menos para mí lo era –Ahora si que te pareces más a un gitano, gadjo. Solo tendrías que tener la piel un poco más oscura pero eso se soluciona rápido con un poco de ceniza y unos cuantos días tostándote al sol.
Zima Ozorai- Gitano
- Mensajes : 14
Fecha de inscripción : 18/04/2015
Re: Por fin [...] una moneda y una pastilla de jabón [Libre]
- Nunca se tomaba en serio las bromas que alguien más decía en cambio parecía prestar atención a las propias como si de un signo ególatra se tratase o más bien, era simplemente su carácter; Cuando ella pronunció esas palabras llevó la diestra al mentón acariciándolo de izquierda a derecha procurando exagerar e incluso acentuar aquella teatralidad de la que ambos ( o eso creía ) estaban siendo partícipes - Déjame pensar... creo que la única respuesta que encuentro es que si al cabo de unas horas tienes marcas rocas en la piel puedes decirme ese cliché de que me haga responsable de tu desgracia - Como más respuesta encogió los hombros pero acto seguido sonrió junto con la mujer, Aunque él no sonreía demasiado dado que a pesar de que le gustaba mantener los sentimientos herméticos siempre solían exteriorizarse las sobras o lo que él quería. No todo era falso, como en aquella noche que disfrutaba de una compañía extraña y exótica sin tener que pisar un burdel. Por ello no se había dado cuenta hasta ese momento, pero el patetismo del que hacía unos minutos había hecho gala, se había esfumado de manera sigilosa debido al entretenimiento que el dueño de los anteriores pensamientos auto-compasivos estaba en esos momentos disfrutando. No se iba a engañar, no iba a agarrar el brazo de la mujer e invitarla a promesas que serían aburridas y si conocía un poco a aquella mujer ( los pocos segundos que la había conocido, claro ) no le gustaría estar encadenada con un hombre como él.
Resopló apenas, consiguiendo que algunas gotas de agua saltaran al aire, ya basta de recordar, el pasado era una sanguijuela de eso no había duda pero el presente era lo que tenía valor en esos momentos y de él dependía, dejarse chupar o avanzar como los guerreros. Mientras ella se cambiaba, él se giró, no por presumir de ser un hombre tímido o respetuoso pues nada le habría gustado más que mirar de arriba a abajo el asombroso cuerpo de aquella mujer; En cambio aprovechó para secar sus cabellos con ayuda de movimientos bruscos, mecía su cuero cabelludo despeinándolo a la par que separaba los mechones unidos por la humedad y de ese modo aceleraba el secado de éstos. Giró el rostro cuando ella mencionó lo que en ese momento, él consideró una completa estupidez - ¿Todos los "Gadjos" como tu llamas, tenemos que oler a eso?. Lamento desilusionarte pero no es necesario que laves la mía - de nuevo se movió, se sentó en una de las piedras mientras palpaba sus bolsillos, tenía necesidad de tabaco, sin embargo rescató un cigarrillo y lo colocó en los labios- Prefiero que tenga tu aroma, gitana. -Habló en dirección al agua que se agitaba inconsciente mientras sus orbes preferían la vista de aquella mujer, salvaje pero también sugestiva. Recordó entonces como los de la clase alta bromeaban acerca del salvajismo de lo que ellos llamaban bestias.
Ella se acercó, siguió hablando mientras él tenía en los labios un cigarrillo que aún no estaba encendido, sin embargo el sabor agrio del tabaco calmaba su humor que a la vista parecía en momentos igual de gélido que el agua en la que se había estado dando un baño. No obstante, aquella gitana tenía la magia de hacerle sonreír, ya fuese de medio labio, una sonrisa característica del pelinegro o algo más ancha, más llamativa llegando incluso a suavizar sus rasgos. Tomó la mano de ésta y la besó - Puedes pensar que soy un caballero, pero no lo creo. Si hubieses sido un hombre a lo mejor te dejo congelado -Utilizó su tono divertido y jocoso, práctico para las bromas que él siempre empleaba. Sus ojos, de nuevo estaban sobre los de ella, a su vez, ella miraba los suyos y entonces no pudo sino rendirse ante su belleza ( claro que si hubiese sido otro tipo de hombre habría empezado a componer esas mierdas cursis ), de nuevo se levantó, sobre todo para presentarse así que escupió el cigarrillo- Axter Moureau, pero puedes decirme simplemente Axter. - No tenía apodos ni falta que le hacían, los encontraba algo ridículos pues esos diminutivos se empleaba con la gente cercana o con aquellos que acababas de conocer, así que nunca había entendido el porqué de su uso. Pasó la mano sobre la cabeza de la muchacha, sonriendo casi de forma descarada pues sus manos estaban algo húmedas así que humedeció ligeramente sus mechones-
¿Hm? -Cuando ella le puso aquella prenda arqueó la ceja. Podría haber lloriqueado sobre que nadie se había comportado tan bueno con él o que en su vida solo le habían pasado cosas absurdas, era lo que llamaban un hombre que tiene mala suerte aunque a ojos de los demás suele ser lo contrario. Acarició ligeramente la tela de la falda que ahora escondía su torso- Entonces, puedo decir que los gitanos son florales -Otra broma, sin embargo, no hizo acopio alguno de quitarse la ropa o mostró desprecio, más bien la aceptó mientras la acomodaba contra su cuerpo. La tela calentaba su dermis casi en el instante que fue colocada, sería por el cambio de temperaturas. Él era un simple humano, no debía olvidar aquello aunque a veces disfrutaba sintiendo o demasiado frío o demasiada calor para saber que esta vivo. Pensó por un momento en qué decir- No se me da demasiado bien tomar el sol, pero si me cubres de ceniza tal ve me disfrace de gitano para poder verte de nuevo -Miró a su alrededor- Ah, y te doy mi palabra de Gadjo -pronunció, centrándose en su acompañante- que no olerá a lavanda pero que te la devolveré limpia - Él vivía solo así que no tenía ni idea de como mierdas se podía lavar una prenda y que ésta tuviese aroma-
Estoy aburrido y aún planeaba quedarme un poco más aquí. Por lo que te lo preguntaré -Dijo como si lo hubiese estado pensando aunque se le acababa de ocurrir, mientras lo estaba diciendo colocó los dedos en el borde del pantalón, en la cinturilla que estaba algo húmeda por las gotas que habían ido bajando y ahora simplemente parecía guardar con celo aquella humedad que envolvía sus caderas- ¿Quieres que te acompañe?. Suelo estar por aquí hasta el amanecer -Se arrodilló mientras tomó una flor que estaba ya rota, ya fuese por el viento o por una pisada. La limpió soplando ésta y la colocó en los cabellos de la mujer empezando a caminar hasta uno de los árboles donde se apoyó. No sabía muy bien si ella quería o no, así que espero su respuesta mientras miraba hacía la luna que parecía burlarse a distancia como si ellos solo fuesen el chiste ocioso de la oscuridad en la que ella solo se erigía como dueña-
Resopló apenas, consiguiendo que algunas gotas de agua saltaran al aire, ya basta de recordar, el pasado era una sanguijuela de eso no había duda pero el presente era lo que tenía valor en esos momentos y de él dependía, dejarse chupar o avanzar como los guerreros. Mientras ella se cambiaba, él se giró, no por presumir de ser un hombre tímido o respetuoso pues nada le habría gustado más que mirar de arriba a abajo el asombroso cuerpo de aquella mujer; En cambio aprovechó para secar sus cabellos con ayuda de movimientos bruscos, mecía su cuero cabelludo despeinándolo a la par que separaba los mechones unidos por la humedad y de ese modo aceleraba el secado de éstos. Giró el rostro cuando ella mencionó lo que en ese momento, él consideró una completa estupidez - ¿Todos los "Gadjos" como tu llamas, tenemos que oler a eso?. Lamento desilusionarte pero no es necesario que laves la mía - de nuevo se movió, se sentó en una de las piedras mientras palpaba sus bolsillos, tenía necesidad de tabaco, sin embargo rescató un cigarrillo y lo colocó en los labios- Prefiero que tenga tu aroma, gitana. -Habló en dirección al agua que se agitaba inconsciente mientras sus orbes preferían la vista de aquella mujer, salvaje pero también sugestiva. Recordó entonces como los de la clase alta bromeaban acerca del salvajismo de lo que ellos llamaban bestias.
Ella se acercó, siguió hablando mientras él tenía en los labios un cigarrillo que aún no estaba encendido, sin embargo el sabor agrio del tabaco calmaba su humor que a la vista parecía en momentos igual de gélido que el agua en la que se había estado dando un baño. No obstante, aquella gitana tenía la magia de hacerle sonreír, ya fuese de medio labio, una sonrisa característica del pelinegro o algo más ancha, más llamativa llegando incluso a suavizar sus rasgos. Tomó la mano de ésta y la besó - Puedes pensar que soy un caballero, pero no lo creo. Si hubieses sido un hombre a lo mejor te dejo congelado -Utilizó su tono divertido y jocoso, práctico para las bromas que él siempre empleaba. Sus ojos, de nuevo estaban sobre los de ella, a su vez, ella miraba los suyos y entonces no pudo sino rendirse ante su belleza ( claro que si hubiese sido otro tipo de hombre habría empezado a componer esas mierdas cursis ), de nuevo se levantó, sobre todo para presentarse así que escupió el cigarrillo- Axter Moureau, pero puedes decirme simplemente Axter. - No tenía apodos ni falta que le hacían, los encontraba algo ridículos pues esos diminutivos se empleaba con la gente cercana o con aquellos que acababas de conocer, así que nunca había entendido el porqué de su uso. Pasó la mano sobre la cabeza de la muchacha, sonriendo casi de forma descarada pues sus manos estaban algo húmedas así que humedeció ligeramente sus mechones-
¿Hm? -Cuando ella le puso aquella prenda arqueó la ceja. Podría haber lloriqueado sobre que nadie se había comportado tan bueno con él o que en su vida solo le habían pasado cosas absurdas, era lo que llamaban un hombre que tiene mala suerte aunque a ojos de los demás suele ser lo contrario. Acarició ligeramente la tela de la falda que ahora escondía su torso- Entonces, puedo decir que los gitanos son florales -Otra broma, sin embargo, no hizo acopio alguno de quitarse la ropa o mostró desprecio, más bien la aceptó mientras la acomodaba contra su cuerpo. La tela calentaba su dermis casi en el instante que fue colocada, sería por el cambio de temperaturas. Él era un simple humano, no debía olvidar aquello aunque a veces disfrutaba sintiendo o demasiado frío o demasiada calor para saber que esta vivo. Pensó por un momento en qué decir- No se me da demasiado bien tomar el sol, pero si me cubres de ceniza tal ve me disfrace de gitano para poder verte de nuevo -Miró a su alrededor- Ah, y te doy mi palabra de Gadjo -pronunció, centrándose en su acompañante- que no olerá a lavanda pero que te la devolveré limpia - Él vivía solo así que no tenía ni idea de como mierdas se podía lavar una prenda y que ésta tuviese aroma-
Estoy aburrido y aún planeaba quedarme un poco más aquí. Por lo que te lo preguntaré -Dijo como si lo hubiese estado pensando aunque se le acababa de ocurrir, mientras lo estaba diciendo colocó los dedos en el borde del pantalón, en la cinturilla que estaba algo húmeda por las gotas que habían ido bajando y ahora simplemente parecía guardar con celo aquella humedad que envolvía sus caderas- ¿Quieres que te acompañe?. Suelo estar por aquí hasta el amanecer -Se arrodilló mientras tomó una flor que estaba ya rota, ya fuese por el viento o por una pisada. La limpió soplando ésta y la colocó en los cabellos de la mujer empezando a caminar hasta uno de los árboles donde se apoyó. No sabía muy bien si ella quería o no, así que espero su respuesta mientras miraba hacía la luna que parecía burlarse a distancia como si ellos solo fuesen el chiste ocioso de la oscuridad en la que ella solo se erigía como dueña-
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