Moneda de cambio.

por **Ksenia Vasil** Dom Nov 09, 2014 1:08 pm

Era noche de caza para Arlet y Ksenia. Era hora de iniciar el ritual que se repetía cada tres noches en la ciudad de Berlín, Prusia Oriental. Las chicas se reunían en cuanto el sol ocultaba sus últimos rayos tras el horizonte y dejaba que el oscuro manto de la noche cubriera la urbe. El punto de encuentro era un viejo horno de pan en desuso, cubierto de polvo y restos de harina que con los años había tomado el mismo color que el hollín. El lugar estaba desangelado, como era de esperar, ya que nadie en su sano juicio se acercaría a ese viejo edificio a punto de derrumbarse por su propio peso. Era el local ideal para que dos vampiresas trazaran su plan de ataque. Siempre estudiaban a la víctima antes de utilizarla como fuente de alimento y debía cumplir ciertos requisitos indispensables: Debían ser mayores de 16 años, de constitución fuerte y con buena salud, a poder ser sin hijos, y si no tenían familia alguna mejor que mejor. Nunca los mataban, o al menos nunca les asaltaban con esa intención, pero a veces... a veces las cosas podían salir mal, aún cuando uno ponía todo y más de su parte por evitar que sucedieran de modo nefasto.

Ksenia ya aguardaba en el interior, negándose a tocar ninguno de los muebles durante la espera, por miedo a ensuciar sus ropas. Eran cómodas para la caza, pero aún así eran elegantes y hermosas, y no quería estropearlas si no era extremadamente necesario. Suspiró ante el retraso de su compañera y en cuanto escuchó unos nudillos llamar a la puerta, todo su cuerpo se tensó. Había estado distraída y no prestó atención a lo que la rodeaba, a los pasos aproximándose, al olor del intruso. ¿Quién...? Reconoció la manera de tocar contra la madera, maldita fuera esa muchacha. Se echó a reír en cuanto la vio cruzar el umbral con una sonrisa torcida en los labios.

-¡Los demonios te lleven, bruja! -Exclamó la vampiresa más vieja, señalando a la que se atusaba el cabello, intentando imitar a su pomposa amiga.

-No seas estirada, Ksenia, que te saldrán arrugas. -Su sonrisa se afiló y corrió a abrazar a su hermana de sangre. No se habían convertido la una a la otra, pero habían hecho un pacto, un juramento. Y las dos pensaban cumplirlo, juntas.