AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Todos los caminos llevan a París {Aphrodite Caruso}
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Todos los caminos llevan a París {Aphrodite Caruso}
El traqueteo de un tren era uno de los sonidos más característicos y singulares de los que podían existir. Su silbato y el sonido de su locomotora era todo lo que necesitaba un hombre para saber de su existencia. En definitiva, todo el mundo identificaba a una de estas bestias de metal antes de verla; y aunque a Eduardo le encantaban los trenes desde que vio uno por primera vez, lo cierto es que tantas horas metidas en uno hacía que ya aborreciera todo lo que sonara a él. Por eso cuando el revisor anunció la próxima llegada a París sintió que probablemente sería el hombre más feliz del mundo en aquellos momentos. Bueno, el medio hombre más feliz del mundo pensó con sorna.
El viaje había sido largo y deseaba poder estirar las piernas en suelo firme. Que fuera largo era algo que ya sabía de inicio. En cuanto decidió aceptar la oferta de trabajo en la embajada parisina había preparado todo el trayecto. Primero un tren desde Madrid a Barcelona atravesando tierras aragonesas. Después de pasar algunos días en la hermosa capital catalana cogería un carruaje para atravesar la frontera y así, de paso, disfrutar de otro medio de transporte alternativo. Y en cuanto llegara a Toulouse otro tren esta vez hasta su destino final atravesando media Francia.
Sí, habían pasado muchos días desde que saliera de Madrid pero por fin estaba a punto de llegar a la capital francesa y eso le había devuelto el humor. Por suerte los paisajes de los territorios que había tenido que atravesar eran de lo mejor que el hombre podía contemplar. Tan exhorto estaba en sus pensamientos sobre el viaje que el lobo no se había dado cuenta de que el tren ya había parado.
- Ya hemos llegado a París señor-, dijo el joven Raúl.
Seguramente sus sirvientes estaban esperando alguna reacción por parte de él y viendo que no hacía movimiento alguno no tuvieron más remedio que intervenir. Solo había que observar la mirada cómplice que se echaron entre ellos para saber que se había quedado embobado un buen rato.
- Ahhh vaya-, comentó mientras se rascaba la cabeza. - Menudo despistado puedo llegar a ser-, dijo antes de reír.
Lo normal en la época era que la gente de clase alta tuviera un trato diferente con sus criados, pero para Eduardo sus criados eran parte de su familia. Y desde que murió su padre y Eva sus únicos confidentes.
- Llevad las maletas hasta mi hotel y luego dirigíos a esta pensión donde os hospedareis-, les explicó mientras les entregaba una nota con ambas direcciones. - No os preocupéis por mí-, comentó viendo sus caras de incredulidad. - Yo aún debo hacer cosas en la estación.
Maldita sea su fortuna. Hubiera preferido irse directamente al hotel junto a sus empleados pero debía atender a una persona. Tenía que esperar a una escolta particular. No se lo podía creer. Ni ahora ni cuando leyó su propuesta por carta en Barcelona. Como futuro miembro de la embajada española en Francia, y para evitar un conflicto internacional si algo le pasara en su llegada, se le había asignado una escolta. Y no se les había ocurrido otra cosa que aceptar la ayuda de la inquisición para dicho propósito.
Menuda estupidez. Como si fuera el propio embajador si quiera. Lo máximo que pasaría si alguien me matara sería que me llevarían flores a mi tumba y que alguno que otro se meara en ella pensó recordando algún enemigo que otro. A ambos países les daría igual y sus nobles seguirían tomando el té en sus conversaciones banales infinitas. Lo peor de todo es que no se había podido negar. Una escolta gratuita no hace daño a nadie y que motivo iba a tener para rechazarla. ¿Ser un licántropo acaso?
“Obispo de París. Me dirijo a usted para pedirle que cancele su escolta hacia mi persona. Se de buen grado que sus intenciones eran en todo momento de buena fe, demostrando su gran altruismo y preocupación por los demás, pero el miembro encargado de mí podría ser más útil en otra parte. Después de todo soy un lobo come hombres sediento de sangre y puedo defenderme yo solo. Firmado: el lobo psicópata que va hacia usted.”
Dicha carta hubiera sido graciosa al menos. El tiempo justo hasta que le cortaran la cabeza claro. En definitiva. No había encontrado un motivo realista para desembarazarse del asunto y ahora solo cabía esperar que la persona que mandaran no se diera cuenta de su condición. Se colocó en un banco cerca del andén por el que había llegado y luego se puso un tulipán amarillo en la solapa de la chaqueta. Dicha flor era su identificativo para la escolta.
Solo quedaba esperar. Como se diera cuenta de lo que era su estancia en París sería muy corta.
El viaje había sido largo y deseaba poder estirar las piernas en suelo firme. Que fuera largo era algo que ya sabía de inicio. En cuanto decidió aceptar la oferta de trabajo en la embajada parisina había preparado todo el trayecto. Primero un tren desde Madrid a Barcelona atravesando tierras aragonesas. Después de pasar algunos días en la hermosa capital catalana cogería un carruaje para atravesar la frontera y así, de paso, disfrutar de otro medio de transporte alternativo. Y en cuanto llegara a Toulouse otro tren esta vez hasta su destino final atravesando media Francia.
Sí, habían pasado muchos días desde que saliera de Madrid pero por fin estaba a punto de llegar a la capital francesa y eso le había devuelto el humor. Por suerte los paisajes de los territorios que había tenido que atravesar eran de lo mejor que el hombre podía contemplar. Tan exhorto estaba en sus pensamientos sobre el viaje que el lobo no se había dado cuenta de que el tren ya había parado.
- Ya hemos llegado a París señor-, dijo el joven Raúl.
Seguramente sus sirvientes estaban esperando alguna reacción por parte de él y viendo que no hacía movimiento alguno no tuvieron más remedio que intervenir. Solo había que observar la mirada cómplice que se echaron entre ellos para saber que se había quedado embobado un buen rato.
- Ahhh vaya-, comentó mientras se rascaba la cabeza. - Menudo despistado puedo llegar a ser-, dijo antes de reír.
Lo normal en la época era que la gente de clase alta tuviera un trato diferente con sus criados, pero para Eduardo sus criados eran parte de su familia. Y desde que murió su padre y Eva sus únicos confidentes.
- Llevad las maletas hasta mi hotel y luego dirigíos a esta pensión donde os hospedareis-, les explicó mientras les entregaba una nota con ambas direcciones. - No os preocupéis por mí-, comentó viendo sus caras de incredulidad. - Yo aún debo hacer cosas en la estación.
Maldita sea su fortuna. Hubiera preferido irse directamente al hotel junto a sus empleados pero debía atender a una persona. Tenía que esperar a una escolta particular. No se lo podía creer. Ni ahora ni cuando leyó su propuesta por carta en Barcelona. Como futuro miembro de la embajada española en Francia, y para evitar un conflicto internacional si algo le pasara en su llegada, se le había asignado una escolta. Y no se les había ocurrido otra cosa que aceptar la ayuda de la inquisición para dicho propósito.
Menuda estupidez. Como si fuera el propio embajador si quiera. Lo máximo que pasaría si alguien me matara sería que me llevarían flores a mi tumba y que alguno que otro se meara en ella pensó recordando algún enemigo que otro. A ambos países les daría igual y sus nobles seguirían tomando el té en sus conversaciones banales infinitas. Lo peor de todo es que no se había podido negar. Una escolta gratuita no hace daño a nadie y que motivo iba a tener para rechazarla. ¿Ser un licántropo acaso?
“Obispo de París. Me dirijo a usted para pedirle que cancele su escolta hacia mi persona. Se de buen grado que sus intenciones eran en todo momento de buena fe, demostrando su gran altruismo y preocupación por los demás, pero el miembro encargado de mí podría ser más útil en otra parte. Después de todo soy un lobo come hombres sediento de sangre y puedo defenderme yo solo. Firmado: el lobo psicópata que va hacia usted.”
Dicha carta hubiera sido graciosa al menos. El tiempo justo hasta que le cortaran la cabeza claro. En definitiva. No había encontrado un motivo realista para desembarazarse del asunto y ahora solo cabía esperar que la persona que mandaran no se diera cuenta de su condición. Se colocó en un banco cerca del andén por el que había llegado y luego se puso un tulipán amarillo en la solapa de la chaqueta. Dicha flor era su identificativo para la escolta.
Solo quedaba esperar. Como se diera cuenta de lo que era su estancia en París sería muy corta.
Eduardo Hernández- Licántropo Clase Alta
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Fecha de inscripción : 21/04/2015
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Re: Todos los caminos llevan a París {Aphrodite Caruso}
La noche siempre llama, o la llama mejor dicho ¿Por qué lo dice? Siendo sincera ni ella lo sabe pero regularmente todo sucede de noche, es como si el manto de la noche le comunicara que su día acaba de comenzar en vez de que lo haga el astro rey, el sol. El manto de la noche noche apremia y su nueva misión esta presta y lista a ser realizada, la carta con la información llego la noche anterior, siendo entregada de la misma mano de su hermano mayor Keane, el único que es relativamente amable con ella, ya que no la insulta, intenta mantener una actitud cordial en presencia de ella e incluso parece ser que escucha sus necesidades.
Los pensamientos de la joven castaña que espera en la estación de tren se mantienen lejanos, en algún lugar más allá de un par de semanas donde le indicaron que estaría casada antes de los seis meses apartir de esa fecha, después había conocido a esa chica, Azure y ahora le toca hacer de canguro*Niñera de un diplomático Español ¿Juro que en verdad no tengo la paciencia para andar de niñera y menos de un hombre?* los últimos días estaba mas rancia a tratar con hombres debido a Ivanov, ese hombre la sacaba tanto de quicio que lo único que quería era fastidiarlo y joderlo e intentar que se enfadara tanto el cabron que …
El ruido despeja sus pensamientos regresándola a la realidad. El tren acababa de llegar. La gente comienza a arremolinarse al bajar de, entre abrazos, personas que se reencuentran otras que suplemente dan sus pertenencias a sus criados. Mira por todos lados al hombre al que la han enviado a cuidar. Vestida de civil con un sencillo vestido y capa espera paciente, debajo de la esponjosa falta lleva dos pistolas de en cada muslo, junto con dos pequeñas espadas escondidas entre las capas de la capa. *¿Tan importante que no trae escolta? ¿Qué tipo de hombre importante no trae escolta, es ilógico? Vamos Sr. Hernández donde se a metido* con que no le dejara botada todo estaba bien, claro que tampoco estaba nada mal si la dejaba sin misión aquella noche no estaba especialmente sociable.
- Buenas noches ¿Es usted el Sr. Hernández? - haciendo una péquela reverencia salude al hombre que llevaba la indicación, el tulipán amarillo - Mi nombre es Aphrodite Caruso, soy su escolta Señor. - señalo hacia la salida para tomar un carruaje alquilado o aquel que había estado esperando por el diplomático al que ahora hace de compañía.
- Vestido:
Aphrodite Caruso- Condenado/Hechicero/Clase Alta
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Fecha de inscripción : 25/01/2014
Re: Todos los caminos llevan a París {Aphrodite Caruso}
Sentado en el banco podía observar el venir y devenir de los viajeros de la estación. Podía ver como personas de todas las clases se encontraban en un mismo lugar, aunque fuera por diferentes motivos y que no viajaran del mismo modo. Al menos curiosear las actitudes de las personas, y por qué no decirlo, aprovechar para observar a las chicas de buen ver le mantenía entretenido. Al menos un poco.
El lobo andaba observando la hora de su reloj de bolsillo cuando una voz femenina le saludó. Eso no se lo esperaba. Eduardo pensaba que aparecería una maromo de dos por dos como los que solían tener los de la inquisición para matar bestias como él. En vez de eso tenía a una bella dama engalanada con un vestido crema. Su rostro parecía cincelado en mármol por un maestro escultor y sus ojos destellaban como joyas de singular belleza.
- Sí, yo soy Eduardo-, contestó a la mujer. - Y vos sois mi escolta supongo. Encantado de conocerla-, comentó antes de darle dos besos en las mejillas.
El español se había distraído tanto con la belleza de la señorita que no se había fijado en su aura hasta ahora. Que mala pata pensó. De todos los tipos de inquisidores le habían mandado el peor para sus intenciones de pasar desapercibido. No sabía mucho del tema, pero había leído algo sobre ello en sus investigaciones de cómo controlar a la bestia. Un grupo de personas sobrenaturales que trabajaban para la iglesia buscando redención. Los condenados creyó recordar que se llamaban.
- La suerte no está de mi lado-, le comentó a la vez que le dejaba el brazo para que se acomodara al andar. - Supongo que no me queda mucho en este terrenal mundo teniendo en cuenta que ya sabéis lo que soy, hechicera-, dijo mientras comenzaba a andar a su lado, recalcando la palabra hechicera.
El lobo andaba observando la hora de su reloj de bolsillo cuando una voz femenina le saludó. Eso no se lo esperaba. Eduardo pensaba que aparecería una maromo de dos por dos como los que solían tener los de la inquisición para matar bestias como él. En vez de eso tenía a una bella dama engalanada con un vestido crema. Su rostro parecía cincelado en mármol por un maestro escultor y sus ojos destellaban como joyas de singular belleza.
- Sí, yo soy Eduardo-, contestó a la mujer. - Y vos sois mi escolta supongo. Encantado de conocerla-, comentó antes de darle dos besos en las mejillas.
El español se había distraído tanto con la belleza de la señorita que no se había fijado en su aura hasta ahora. Que mala pata pensó. De todos los tipos de inquisidores le habían mandado el peor para sus intenciones de pasar desapercibido. No sabía mucho del tema, pero había leído algo sobre ello en sus investigaciones de cómo controlar a la bestia. Un grupo de personas sobrenaturales que trabajaban para la iglesia buscando redención. Los condenados creyó recordar que se llamaban.
- La suerte no está de mi lado-, le comentó a la vez que le dejaba el brazo para que se acomodara al andar. - Supongo que no me queda mucho en este terrenal mundo teniendo en cuenta que ya sabéis lo que soy, hechicera-, dijo mientras comenzaba a andar a su lado, recalcando la palabra hechicera.
Eduardo Hernández- Licántropo Clase Alta
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