No todos los caminos llevan a roma [Friné Simon]

El rostro de la joven, aunque amable y risueño camuflaba una mueca de desconfianza y miedo por el asalto que le había propinado. Si entras en un callejón oscuro, una noche en parís corres el riesgo de encontrarte conmigo. Aunque la caballerosidad no es mi fuerte, tenía un don, el atractivo. Un depredador siempre ha de llamar la atención y camuflar lo que es entre sus victimas, y no hay mejor cebo que el atractivo para una mujer así. Sonreí con amabilidad y alargué mi dedo hacia su mejilla, la acaricié. Era tan suave, por el contraste del frío que envolvía aquella noche y el rubor de sus mejillas. Era realmente dulce para mis ojos, esbelta y probablemente tan pura como parecía- No se merecen- respondí a su agradecimiento con la mejor de las sonrisas. Hice una pausa mientras la escuchaba con atención y miré lo largo del callejón-No me entretiene, de hecho buscaba a alguien...por aquí. Es mejor el recorrer de calles llenas de gente- aconsejé a la joven mientras colocaba los gemelos de los puños de mi camisa con desdén- Disfrutaré la noche en medida de lo que tu dejes que la comparta contigo..-mi voz salió como un susurro de mi boca. Haciendo ese comentario más intimo, mas adulador y por supuesto embriagador.

Los inmortales, algunos, no todos. Tenemos un don llamado encandilamiento que hace que las personas se sientan atraídas por nosotros, es un gran don para aproximarse a las presas y también es un gran don para aproximarse a una mujer, no solo existía el vicio de la sangre, sino también del placer y esa mujer. Sería mía.

Mi mano cogió la suya y aún encandilándola sin dejar de mirar a sus ojos sentí la tensión y el deseo de besar sus labios, cuando la apoyé en el ladrillo que recorría todo el callejón, a escasos centímetros de su boca sonreía satisfecho mostrando los colmillos-¿Cuál es tu nombre?-aparté un mechón de su pelo por detrás de la oreja al tiempo que susurraba esto.
El juego enfermizo no llega por el manejo de un don sobre el mortal. Algo tan puto y tan bello no podría ser corrompido y tan solo la imagen de su rostro de ojos perdidos, cubiertos de sangre en el suelo del callejón me ponía enfermo. Esa mujer había llamado mi atención, una cosa nada fácil en el sentido de que todas las mujeres me aburrían. ¿Cuántas mujeres poderosas habían yacido conmigo en las calesas. En las camas de sus esposos y en la ciudad de parís?¿Cuántas habían muerto por mis manos en el lecho después de haber satisfecho mi ansía y había esperado a sus maridos, para depararles el mismo sino?

Tan solo el hecho de pensar en la sangra me excitaba, los gritos, la agonía de un hombre o una mujer, el devenir de su último aliento y la mirara perdida, el temor de mi llegada y sobretodo la curiosidad humana hacía a mi, animaba mi comportamiento con ellos. Pero tu, señora mía. Tu, no serás un aspa más en el cabecero de una cama. Tu, seras la mujer de mi deseo y de mi sed. Serás mi objetivo y mi intención. Todo eso lo pensé mirándola a los ojos sabiendo que la había encontrado y también sabía que quería conocerla, alguien que había llamado mi atención no podía largarse sin más, merecía el don de mi compañía y yo quería la suya así que esa noche. Imaginé que sería fructífera para ambos.