Un dia por Roma - [Privado]

por **Seelei Loganach** Sáb Jun 04, 2016 10:02 am

Jamás lograba quedarse mucho tiempo en un lugar, esa era la verdad. Tal vez fuera por lo vivido con su familia, o porque aunque era inquisidora, no dejaba de sentir, en el fondo de su corazón, que la organización era la responsable de los asesinatos de sus padres. Daba gracias a Dios, el dios de los humanos, que el antiguo Papa, el verdadero responsable de la masacre en Escocia, estuviera siendo ahora, comida de gusanos. Pensar en ello le hizo sonreír, no la podían culpar, cualquiera que supiera la verdad, o hubiera teniendo que vivir durante años, bajo el dominio y las ordenes del asesino de sus padres.

se escabulló entre los pasillos del vaticano, hasta las habitaciones de las damas que acompañaban al nuevo Papa, porque, podría ser Pontífice, pero eso no le impedía pasar las noches entre las piernas de una hembra. Ella lo había espiado entrando y saliendo como si fueran sus propias habitaciones, de las recámaras de aquellas cortesanas. No se pondría de moralista, porque la verdad, le importaba dos cacahuetes que el hombre se pasara sus tiempos libres o con doncellas o novicios, que mientras no le pidiera a ella tener que complacerlo carnalmente, le podía llover un diluvio de putas que ella ni chistaría. Lo único importante en ese momento era el incontable armario de vestidos que poseía la nueva cortesana, y que ademas de ser en extremo bella, era su amiga, bueno, la del gato que solía visitarla.

Esperó que una de las doncellas entrara a la habitación y ella se apresuró a pasar por entre las piernas de la joven. Se ocultó bajo el lecho y esperó paciente, a que la joven se retirara. Apenas quedar sola en la recamara, asaltó el armario y se probó varios vestidos, dejando uno separado. Lo envolvió en una capa de terciopelo negro, tomó algunas joyas y se apresuró a salir del lugar.

Cuando llegó al centro de roma, era una joven hermosa vestida con un traje de terciopelo verde y detalles en dorados, los chapines haciendo juego y en sus orejas unos delicados zarcillos de oro y pedrería. Se paseó coqueta por las calles, para luego sentarse en uno de los pequeños restaurantes de la ciudad. Sonrió divertida, ¿porqué lo hacía? ¿porque robar cuando el dinero no le faltaba y podía perfectamente darse algunos lujos? fácil, la adrenalina del hurto, el desquite contra una sociedad que la había arrancado de su verdadero destino y la burlona característica de su caracter, le llevaron a decidir divertirse un rato aquel día.

por **Drazel Sarbu** Mar Oct 25, 2016 12:10 am

Viajé casi sin pensarlo, movido por un impulso, un placentero impulso de salir de París y sus penetrantes olores e ir a otra tierra, puede que con el mismo goce olfativo, pero con otro estilo de gente, vestimenta y comida. Usé el carruaje de mi familia, aquel bañado en oro y ornamentado con florituras y un camafeo en la parte posterior del perfil de la abuela de mi padre, coronado por una elegante flor de lis en lo alto y rodeado de líneas pequeñas de flores, todo bañado en oro. Oro que yo mantenía pulido para mi propio placer. A los lados, ubicados en las puertas, se encontraba la “S” del apellido de la familia, lo que le daba un aspecto aún más lujoso y prepotente si es que cabía.

Estaba siempre en estado perfecto, aunque era un amo que gustaba de caminar, por lo que realizar el viaje no me supuso ningún tipo de demora. Preparé mi tipo de cambio para utilizar en la ciudad y empaqué breves cosas, más que nada ropa, para tener algunos cambios en los días que estuviera por allí. Viajé ligero de personal También, mi mayordomo e quedó en casa y me llevé a mi mucama y al cochero junto con su ayudante para tratar a los caballos. Cuatro bellos percherones que, a falta de velocidad, tenían una resistencia excelente y un buen tiro de peso. Llevaba cuatro, pese a sólo necesitar dos, prefería la buena distribución de peso. Siendo yo medio animal, era extraño tenerlos ayudándome, no acababa de sentirme bien al respecto.

Viajé lo máximo posible el primer día, deteniéndome en una villa entre un país y otro cuando la noche se volvió cerrada y el viaje resultaba un suicidio para mis hombres. Renté un par de habitaciones en una posada, para todos y tras una cena cuantiosa y bien pagada, nos fuimos a descansar. El siguiente trayecto del viaje, si bien fue un poco más pesado, lo hicimos bajo un cielo soleado y la brisa marina golpeándonos fuertemente de costado algunas veces. En algún momento amenazó con nublarse pero nada fue a más.
Llegamos a un hotel situado algo fuera del centro, como era mi costumbre, entre más cerca del bosque mejor. Y esa noche me acosté temprano y dormí hasta el día siguiente.

Y entonces inició la aventura. El cambio me agradó mucho más de lo que esperaba, las calles eran secas y gracias a mi olfato, podía percibir la sal en el aire muy a pesar de la distancia. Descendí por calles cada vez más transitadas y aunque mi italiano no era del todo bueno, sabía lo suficiente para defenderme sin ayuda. Compré una exquisita manzana que fui comiendo en el camino, opacando un poco el hambre hasta que llegué a cierto restaurante donde, además de unas angosta pero bonitas mesas, se encontraba cierta flor, que no parecía acabar de contrastar con el resto del lugar. Me senté en la mesa de al lado, esperando por el mesero. La mesa parecía pequeña pero el lugar era muy agradable. Eché la cabeza hacía atrás, cerrados los ojos, y el aroma a sal penetró hasta mi cerebro, haciendo que anhelara el océano.

por **Seelei Loganach** Mar Dic 20, 2016 7:19 pm

Ealair miró a su alrededor, las mesas se encontraban casi vacías, a excepción de una que se encontraba bastante alejada y en la que una pareja de amantes se profesaban caricias y frases en sus oídos, absortos en su propio mundo, desconociendo al resto de seres que les podían ver. Suspiró, no por sentir celos, sino porque era algo tan típico, que se volvía un cliché, el típico paisaje de un restauran italiano en donde las parejas se escondían a prometerse el mundo y el universo, - vamos, que de seguro no llegan ni acabar el mes que cada uno seguirá un camino diferente - susurró, bien sabía por experiencia, por haber sido espía por tanto tiempo, que aquello que parece brillante y único, como el amor, termina siendo un incordio, un pequeño infierno que se termina detestando. - decididamente jamás caeré en esas redes estúpidas - se prometió, mientras sonreía, sabiendo que su vida sería mucho mas simple, por el solo hecho de cerrar su corazón a un enemigo tan importante como aquel sentimiento.

Su mirada dejó atrás a esa pareja y se dispuso a buscar un nuevo punto de interés, - vaya, parece que hoy éste lugar va a ser un total fiasco - se dijo desilusionada. Pero en ese momento, un caballero, un hombre con el aura de un color muy particular, se hizo presente. La inquisidora enarcó una de sus cejas, el individuo que terminó sentándose a su lado, era un lobo, ¿que estaba haciendo un licantropo en la ciudad eterna? ¿acaso no le habían informado que era como comenzar a tirar piedras a una colmena? no faltaría el momento en que un inquisidor, dispuesto a llevar una nueva presa a sus superiores, le pondría un precio a esa linda cabeza. Sonrió divertida, parecía que al final de cuentas, la jornada no estaba perdida y podría conocer un ser interesante. - no quiero ser impertinente... pero, le aconsejo la carne de ternera... dicen que está tan tierna que ni los lobos se podrían resistir a ella - una sonrisa socarrona se dibujó en su rostro y un guiño dejaba sin lugar a dudas, al extraño, que había sido reconocido en su condición de sobrenatural.

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